Dios no es nada si no es desbordamiento de Dios en todos los sentidos: en el sentido vulgar, en el del horror y en el de la impureza, y finalmente en el sentido de Nada... El deseo está cada vez en el origen de los momentos de éxtasis, y el amor, que es su instrumento, tiene siempre en un punto cualquiera el anonadamiento de los seres por objeto... El trance místico, de aquellas confesiones donde es notorio, se gota al sobrepasar el límite del ser. Su ardor íntimo, llevado al grado de extrema intensidad, consume inexorablemente lo que da a los seres y a las cosas una apariencia de estabilidad... la cima no será, al fin, más que lo inaccesible. Sobrevivo no pudiendo hacer nada ante la desgarradura, siguiendo con los ojos este resplandor que se burla de mí. Entro de nuevo en la noche del niño extraviado, en la angustia, para volver más lejos en el arrobamiento, y así, sin otro fin que el agotamiento, sin otra posibilidad de interrupción más que por desfallecimiento: es el goce torturador."
Georges Bataille, l'Erotisme (traducción mía del original francés)
"Vi a un ángel cabe mí hacia el lado izquierdo en forma corporal... No era grande, sino pequeño, hermoso mucho, el rostro tan encendido que parecía de los ángeles muy subidos, que parece todos se abrasan... Veíale en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas: al sacarle me parecía las llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios. Era tan grande el dolor que me hacía dar aquellos quejidos, y tan excesiva la suavidad que me pone este grandísimo dolor que no hay desear que se quite, ni se contenta el alma con menos que Dios. No es dolor corporal, sino espiritual, aunque no deja de participar el cuerpo algo, y aun harto. Es un requiebro tan suave que pasa entre el alma y Dios, que suplico yo a su bondad lo dé a gustar a quien pensare que miento... Los días que duraba esto andaba como embobada, no quisiera ver ni hablar, sino abrasarme con mi pena, que para mí era mayor gloria, que cuantas hayan tomado lo criado."
Vida de Santa Teresa, capítulo XXIX
*
Lo que el goce estético es, lo que el goce estético tiene de sensualidad, en fin, lo que el goce estético implica en el estado de conciencia y anímico en el hombre y la mujer es el punto de partida para la creación artística, también para la contemplación gozosa de la obra de arte.
Este goce estético es la base del estremecimiento experimentado ante la belleza, sea esta la que sea. Y este estremecimiento recorre toda la columna vertebral... hasta el alma.
La creación artística es el sexo del espíritu. La necesidad que tienen el hombre y la mujer de expresar sus emociones de una manera artística, no es más que la manera de expresar, de hacer, el amor que hunde sus raíces en el espíritu: el amor a la vida, al otro, a los dioses (a Dios).
Las más altas cotas de erotismo se dan cuando se reúnen: una mirada desnuda, un cuerpo velado y una imaginación creativa: es la exaltación de la carne.
El impulso creativo está impregnado de lo erótico, el artista debe contemplar la realidad con ojos despojados para desnudarla, a su vez: la desnudez asombrosa y voluptuosa de la Belleza.
El artista es un intérprete de la realidad escondida, de la belleza velada; es un buscador de tesoros ocultos: un Champolion de lo Bello.
Por otra parte, no existe el impulso creativo sin lo erótico. La creatividad se nutre del erotismo, es fecundada por él; el erotismo se sirve de la creatividad para alcanzar el éxtasis contemplativo, el estremecimiento orgásmico del alma que tanto necesita. El erotismo necesita a la creatividad para embellecerse con formas, sonidos, colores y sensaciones.
En la pintura, Picassso, Toulousse-Lautrec, Klimt, Bouguereau, Waterhouse, Caravaggio; pero también los pintores-grabadores japoneses: Hokusai, Utamaro, Hiroshige... Todos ellos son creadores desde un erotismo exuberante y sugestivo, incluso explícito, siempre bello.
En la escultura de Rodin, Bernini o Canova, más que en Praxíteles o incluso Miguel Angel, es evidente la carga erótica en la creación artísica.
*
Hay en el éxtasis místico mucho de erótico. Como muy bien expresa Bataille, precisamente solo desde el erotismo se puede uno acercar al arrobamiento enajenador del trance místico. La descripción de Teresa de Ávila (Santa Teresa), antes citada lo deja patente.
La expresión lograda por Bernini en su escultura de este pasaje (pues es el que tomó como referencia para su obra) es de una fuerza y expresividad conmovedora, destila un erotismo tan lírico, tan sobrecogedor en los mínimos detalles, que es mucho más lo que sugiere que lo que muestra: ese pie desnudo en el que está representado, y aludido, todo el cuerpo convulso y entregado en la sensación sublime de la pérdida de consciencia que se da en la experiencia orgásmica límite; esa mano inerme desfallecida en el placer inabarcable, de voluntad entregada y sumisa; esa sonrisa cupidiana del querubín, casi pícara, de quien se sabe dueño y señor de la voluntad de la mujer, de su disfrute, de su satisfacción inconmensurable, penetrando un y otra vez su ¿corazón? y transportándola en ese ir y venir rítmico al séptimo o cuadragésimo séptimo cielo; ese dardo de oro, de cabeza encendida, apuntando... no al corazón sino al vientre -¿un guiño del autor?, muy posiblemente; no es preciso decir más, la imaginación corre veloz-; esos ropajes revueltos como un lecho que ha servido a batallas de amor, tan sugerentes; esa delicada mano del querubín que retira suavemente -pero firme- el hábito que oculta y sugiere; los rayos dorados que caen sobre toda la escena como Zeus lloviéndose en oro sobre Dánae: lluvia seminal a la altura de un Dios omnipotente poseyendo a una mortal entregada a su poder.
Todo eso está en esta escultura, sí, y también en las palabras de la mujer que lo goza, como embobada y extasiada todo el día, deleitándose con la experiencia de forma continua como una mujer goza con el estremecimiento de un acto de amor sublime, con el cuerpo transido de un placer que se niega a abandonarlo, vibrando como solo una mujer satisfecha/insatisfecha puede estarlo: como un diapasón excitado en un perpetuum mobile vibratorio, esperando el siguiente toque o momento límite, enajenador, en que el placer sea tan intenso que resulta incluso doloroso: el colmo del placer excesivo, un placer que de tan intenso duele, con lo que se cierra un círculo y se abre una espiral infinita de sensaciones inexpresables más que por medio de un erotismo exacerbado.
Sobre el trance de la Beata Ludovica Albertoni, que encabeza este post, solo decir, como curiosidad, que parece ser que Bernini quiso inmortalizarla en el momento de su éxtasis postrero; pues murió al cabo de un trance místico a los cincuenta y nueve años de edad. Ludovica fue una de tantas mujeres dadas en matrimonio a un noble -cuando contaba veinte naños de edad- al que no obstante debió amar y del que tuvo tres hijas; pero enviudó a los 32 años, ingresando en la orden franciscana, para dedicarse de lleno, a partir de entonces, al cuidado y educación de sus hijas y a obras benéficas y de caridad, dilapidando su fortuna en ellas.
Fueron famosos sus múltiples trances místicos, pero no he podido hallar ningún texto suyo.
Probablemente Freud daría una interpretación bastante más prosaica a estos trances.
Pero aun en el caso que fuesen eminentemente espirituales, de íntima unión con un dios Todopoderoso, no olvidemos que en esos trances, los místicos, las más de las veces penetran en la senda enajenadora de la mano de la sangre de Cristo, entregada por todos nosotros -según las Escrituras- en un derroche de amor desinteresado. Cristo, además, es un prototipo de hombre completo -aunque no tuviera hijos, según la ortodoxia (según la heterodoxia de los evangelios apócrifos, sí los tuvo)- rodeado de discípulos que le aman pero también de mujeres que le aman más (esa amantísima y paradigmática Magdalena de Saramago): placer y dolor, sangre y sangre; la sangre es erotismo, su plétora es placer, coadyuva al placer, es imprescindible en el placer, y cuando su plétora es mayúscula, también causa dolor. (¿irreverente?, quizás para espíritus gazmoños, pero no para conciencias libres, abiertas y limpias de polvo y paja de sacristía).
*
Los grabados japoneses de Hokusai que acompañan este post, por contraste, señalan otra perspectiva del mismo fenómeno: el trance del erotismo, la enajenación de la conciencia en el placer erótico, el abandono, la entrega, incluso a una ensoñación. La fantasía, aquí, viene a suplir otra carencia: por más que una relación de pareja -temporal o continuada- pueda satisfacer enormemente, siempre -y en el fragor erótico más- hay una parte de insatisfacción que alimenta esa búsqueda constante de la pérdida; se quiere más, y más intenso cada vez; y, a veces, la relación normal no nos lo puede ofrecer, entonces se recurre a la fantasía, y el Otro se reviste aún de una distinta otreidad que la que aparenta, y lo imaginamos siendo distinto, y al sentirle distinto, al descubrirle otro, nuestra satisfacción es mayor; de ahí que la sorpresa sea el mejor recurso para mantener viva una pasión amorosa. Cuanto más caleidoscópica es una persona menos nos arrumbará en la monotonía y la rutina, que es muerte de la pasión.
En estos preciosos y preciosistas grabados, arte puro y excelso los de los mejores pintores como el que nos ocupa, Katsushika Hokusai, pero también Kitagawa Utamaro o Ando Hiroshige, cuya temática conforma un grupo específico de la pintura flotante, o ukiyo-e, denominado shunga -o pinturas eróticas-, vemos cómo está tratado el erotismo desde la perspectiva lejana de otra cultura, la japonesa, menos puritana y pacata que la nuestra (erotismo que no está reñido con las religiones que allí se profesan: shintoísmo, budismo o confucianismo).
En ella, en esta cultura, las relaciones amorosas son muy explícitas y naturales, pero, también, poseen un mayor componente espiritual que en occidente; pues no se concebía, ya en la Era de Heian (700-1100 años de nuestra era), pero también, en la de Tokugawa (Siglos XVII-XIX), una relación meramente física sin su correlato lírico; es decir: tras una noche de relaciones, los amantes, a la mañana siguiente, se dedican poemas ensalzando su amor; si a un amante que abandona el lecho al llegar el alba, no se le ocurre enviar un poema a la amante, ese pobre hombre lo tendrá difícil para volver a tener relaciones con esa mujer, pues es tanto como decirle que ni su amor ni su entrega le han inspirado mas que un desahogo carnal, con lo que probablemente caerá en desgracia.
En esta escena legendaria, una buceadora (la bella Tamatori) debe de recuperar una piedra preciosa arrebatada por el Dios del Mar (un dragón imponente) cuando viajaba en barco desde China a Japón, como dote de un desposorio real; la valiente incauta se sumerge hacia el palacio del dios-dragón y cuando está a punto de lograr recuperar la preciosa joya es sorprendida por un emisario de este dios -o el mismo dios-, ella, ni corta ni perezosa se abre el pecho con el puñal que lleva para defenderse y esconde ahí la piedra; el dios-dragón -o el pulpo gigantesco que la persigue la mata, pero no encuentra la piedra en su poder, devolviéndola a la superficie. Cuando recuperan su cuerpo, descubren la joya en su interior y la ensalzan por su heroica muerte.
Esta historia es vuelta a lo profano y parodiada por el genio de Hokusai, que da rienda suelta a su imaginación y recogiendo historias populares cambia el final: el dios toma la forma de un gigantesco pulpo que seducido por la belleza de la ladrona probablemente la mate... pero de placer. La pintura va acompañada de unos diálogos que despejan cualquier duda sobre lo que realmente acontece en la escena (consultar el enlace apuntado más abajo para un extraordinario estudio titulado Tentáculos de amor y muerte, donde se trata in extenso este tema, y se ofrece traducción de los diálogos entre el pulpo y la buceadora).
La representación de Hokusai no puede ser más sugerente, y es una de las que más carga erótica destila de todo el amplio abanico de autores y obras shunga. Su título: El sueño de la mujer del pescador, evoca esa fantasía a que antes aludía: un viscoso y mórbido molusco, de grandes ojos y lúbrica boca, con ocho tentáculos que pueden atender, a la vez, a varias zonas erógenas, y un pulpito más pequeño, y cómplice del grande, jugueteando con la lengua que sale de la boca de la afortunada desafortunada. La disposición de la buceadora no es de resistencia sino de disfrute, de entrega, de abandono al dios del mar que le susurra -labio contra labio- los secretos de un amor que solo existe en las profundidades abisales.
Erotismo puro y excesivo, tránsido y húmedo; no es de extrañar que a Pablo Picasso (y no solo a él, a Degas, a Cezanne, a Van Gogh, a Gauguin, antes que a él) le subyugara este refinado arte japonés de los polícromos y delicados grabados ukiyo-e, pero también en su vertiente erótica. De hecho, no ha mucho hubo en Barcelona una exposición sobre Picasso y el japonismo del mundo flotante, exposición completa con dedicación especial a esta obra y al shunga en general.
Masami Teraoka (pintor contemporáneo), ha contribuido a ofrecer su versión de esta recurrente leyenda aportando una visión más occidental al asunto (la mujer lo parece, y su dinámica corporal lo sugiere; de hecho su título es Sarah y el Pulpo); sin ser la obra maestra de Hokusai, comporta matices más cercanos a nuestra cultura: esa mano de ella en el muslo, apartándole, abriéndose más buscando un contacto más pleno, una mayor profundidad en el beso; ese escorzo con el cuello palpitante -la cabeza tendida hacia atrás, señal inequívoca de ensimismamiento extático en el placer sentido-, los dedos de los pies tensos y contraídos en un gesto, también inequívoco de tensión corporal arrebatadora...
Erotismo y Mística, las dos confluyen en un único caudal de experiencia vital desmesurada, tanto, que está cercana a la muerte (los franceses llaman la petite mort al desfallecimiento post-orgásmico). Ese estar fuera de sí, ese estar en el otro y el otro en el uno y los dos fuera de los cuerpos pero con ellos, muy adentro solapadas las vísceras y sus moléculas, disueltos en su placer, siendo vibración de sangre henchida, latido sincopado de mucosas adheridas, abrazo infinito en el que traspaso mi piel para penetrar en la del otro, cuerpos enlazados como si fueran un bucle de un instante celestial eterno... el goce inaudito de no saberse, ya, ser separado y parte, sino unión y todo, culmen de la experiencia mística, zenit de la experiencia erótica: éxtasis de un mismo amor que nos propulsa al infinito ¿Quién en su sano juicio no firmaría una muerte así?.
*****
.
La Música de la Mística y la Erótica
Georg Friedrich Händel
Oratorio HWV 56 "El Mesias"
Academy and Chorus of St Martin in the Fields
Director: Sir Neville Marriner
Selección de Fragmentos
Isao Tomita
Sinfonía del Genji Monogatari
Obertura y Fragmentos
*
Links interés
http://ricardb.files.wordpress.com/2010/06/picassosgunga-esp54_69.pdf (Tentáculos de amor y muerte: de Hokusai a Picasso. extraordinario estudio-ensayo).
***