BUCÉFALO
Un Homenaje en Romance
¿Quién convoca mi memoria?
¿Quién recuerda mi existencia
cuando pasto, sosegado,
por ya olvidadas praderas?
¿Quién refiere mis hazañas
y cita mis nobles gestas?
¿Quién se atreve así a ensalzarme,
y en homenaje me muestra
más digno que muchos hombres,
sin conocerme siquiera?
¿Quién recoge con cariño
todo aquello que se cuenta
sobre mi vida pasada
en un mundo de leyenda?
¿Quién eres tú que te crees
las cosas que, sin ser falsas,
circulan ya como ciertas?
Quien seas, buen corazón,
con esta ofrenda demuestras,
al tratar como inmortal
a quien no tiene conciencia
-ya que bruto fui, brioso
caballo para más señas,
y a los brutos, ya se sabe,
no les cabe inteligencia-.
Pero aquí va el desmentido
de esa apreciación tan necia
pues quien dice estas palabras
relinchando las expresa.
Sé que habrá muchos incrédulos,
adictos a la extrañeza,
que pongan el gesto esquivo
de los hartos de quimeras,
pero también sé que habrá
quien mi relinchar se crea,
al intuir que hay un alma
tras toda simple existencia.
Disfruté de un privilegio
que a pocos caballos llega:
ser montado por un hombre
de incomparable grandeza.
Me conoció siendo un niño
de inteligencia despierta,
reconociendo yo en él
al instante su excelencia.
Fue eso que dicen flechazo
quienes conciben saetas
donde afectos se disparan
entre quienes se embelesan.
Yo, era corcel ya cuajado;
él, bosquejo de hombre, apenas,
pero de trazo tan firme
que su hombría manifiesta
en sus gestos perfilaba
con increíble destreza.
Seducido por su encanto
y por sus suaves maneras,
y por su firme carácter,
y por su mirada intensa,
me dejé montar por él:
su piel en la mía impresa,
sus caricias en mi cuello,
sus palabras en mi oreja
susurrándome alabanzas
como nadie antes hiciera,
y ciñéndome los lomos
aquellas poderosas piernas
que, si inmaduras aún,
maduras me parecieran.
Reconocí, en fin, a mi amo,
al Señor de mi collera,
a quien servir palafrén
y furia en la dura brega.
Fue una alianza sagrada
sin liturgias ni exigencias,
solo lealtad forjada
a golpes de mutua entrega.
Si yo le salvé la vida
él la mía defendiera,
pues ni un rasguño mi piel
sufrió tras muchas contiendas.
Quien dice que hallé la muerte
por las heridas sangrientas
sufridas en el Hidaspes,
en su manifiesto yerra,
pues mi dueño me guardó
como si fuese una gema,
toda vez que ya los años
me apartaron de la guerra.
Seis pajes bien me cuidaban
con manos como de seda,
pues disfrutaban los seis
esa edad de la inocencia
donde el sexo aún es ambiguo
y equívoca la Belleza;
servíanme buen forraje,
sal de roca y agua fresca,
y usaban sobre mi piel
cepillos de suaves cerdas;
al calor, me daban sombra,
y al relente, mantas persas;
un baño cada semana
y tras el baño unas friegas
con la esencia incomparable
de las rosas damascenas.
Lloré el día que mi dueño
sin mí marchó a la pelea
montando un pardo alazán
más joven y con más fuerza;
fue mi consuelo observar
cómo inclinó la cabeza
al pasar, ojos manando
lágrimas, ante mi tienda.
Ese día el corazón
que tan bravo antes latiera,
manso, dejó de latir,
entregándose a la tierra.
Quiso la dulce fortuna
que por mor de la leyenda
coincidiese mi deceso
con una victoria plena
de Alejandro sobre Poro,
y a mí como parte de ella;
de resultas de la cual
yo hallaría gloria eterna
muriendo de las heridas
en la violenta refriega
al acometer, resuelto,
contra colmilluda fiera.
Premie al aedo la historia
tomarse una tal licencia:
solo buscó dignidad
para quien digno viviera,
recreando heroica muerte
la que fue muerte serena...
¿Acaso no merecía
tan debida recompensa?
¿No expuse acaso la vida
en mil y una peripecias?
El valiente ha de morir
haciendo honor a su entrega,
y nunca, plácidamente,
pasto de la indiferencia.
Ya mi nombre siempre irá
ligado a una insigne empresa
que un Gran hombre llevó a cabo
a lomos de mi firmeza.
¡Que los dioses sean propicios
a cuantos cantan y aprecian
las hazañas valerosas
que operan hombres y bestias!
¡Gracias a ti que lo haces
y a todos los que esto lean
y sientan una emoción
latiéndoles por sus venas!
-o-o-o-