Poliédrica expresión de singulares sensibilidades forjando el ámbito de lo Bello
lunes, 9 de mayo de 2011
Vasos Comunicantes: De Luis de Góngora a Juana Inés de la Cruz
En épocas de crisis, cuando la atención se vuelve a lo inmediato, a la preocupación cotidiana de los males por mil voces pregonados, más necesario es el recurso de la enajenación, la apelación al punto sólido de apoyo que estando siempre ahí, en el alma humana, la revolera polvorienta del aquí y ahora, oculta y escamotea. Me refiero, y el que lleve tiempo siguiéndome ya lo habrá deducido, a ese valor perdurable y salvífico que es la Belleza en cualquiera de sus manifestaciones. Que tengamos que pagar el alto precio de la atención constante a lo necesario no supone ser servil de la necesidad. Nuestro espíritu alberga muy alejadas inquietudes que miran más allá del más acá de las hipotecas, las letras del coche y el diario ordinario sustento; incluso más allá de preocupaciones tan peregrinas como "el retiro" forzoso de demoníacos terroristas, el apocalíptico colapso económico que algunos agoreros se empeñan en augurar, o la ineluctable marcha del mundo hacia un estado de orwéllico control, o huxleyana -y estúpida- felicidad.
Multitud de veces hemos dado prueba -ha dado prueba el ser humano- de capacidad para superar, evadiéndonos, irresolubles situaciones, adversas condiciones inevitables, reveses inesperados del destino... A veces no basta con enfrentarse a los problemas; es valiente, justo y necesario hacerlo, pero ello no nos asegura el éxito, la solución; pues el mal, el desequilibrio, bascula fuera de nuestra posibilidad para estabilizarlo.
El preso que se cuenta así mismo historias, el que canta, el que imagina evasiones insospechadas, el que re-ordena sus dos metros cuadrados vitales ensanchándolos hacia un horizonte ilimitado con la facultad, el poder y la voluntad de su mente; el que pierde a un ser querido, irrecuperable, por tanto ya, hasta que se da cuenta que mientras él respire ya nunca le abandonará en su corazón, pues vivirá en su memoria; el excluido, el marginado, el nadie cuya única posesión, cuyo único consuelo es el vuelo libre e infinito de su imaginación... Todos ellos son casos extremos de la acuciante necesidad de huir de lo necesario que nos esclaviza, que nos bloquea y nos genera sentimientos de impotencia. Pero en los casos menos sangrantes, no es menor esa necesidad de utilizar la imaginación para adornar la realidad cuando se nos muestra con su cara más fea, su semblante más horroroso. Una de las opciones de elección ante estos sobrevenidos estados de cosas hostiles es la invocación de la Belleza; sea por su recreación, por su contemplación, o por cualquier forma elegida para exponerse a su benéfica influencia.
Justificada ya mi no adición a hablar de aquello sobre lo que casi todo el mundo habla -es decir, los llamados temas de actualidad (salvo algún sentido homenaje)-, por considerarlo redundante, e ineficaz, me decanto por ofrecer mi alternativa. Sabido es que oficio en altares que rinden culto a los dioses de la sensibilidad, sea ésta artística, sensual o gastronómica; a ellos me debo, a ellos ofrendo mi tiempo y mi esfuerzo, a ellos sacrifico mis vísceras y eviscero mis emociones, a ellos, en fin, invoco para poder ofrecer en este sacro espacio el fruto de su caprichosa benevolencia.
Hoy traigo a colación -en su doble significado, pues que a la oportunidad pretende añadir alimento para la mente- un tema harto peregrino y fútil, considerado en su valor noticiable, mas no por ello menos interesante, jugoso e intelectualmente nutritivo, y hasta eficaz para curar el estado de postración melancólica al que las situaciones descritas más arriba suelen abocar.
Se trata de un parcial y sencillo cotejo, que no confrontación, entre dos de los mayores poetas que ha dado la lengua castellana, el uno trasunto y digno émulo del otro: por un lado, mi querido Don Luis (de Góngora y Argote), tenido sucesivamente por Príncipe de la Luz y de la Tinieblas, Cisne del Betis, gloria de Córdoba y racionero catedralicio de oficio; y por el otro, Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana, conocida como Sor Juana Inés de la Cruz, apodada Décima Musa y Fénix de América, monja jerónima mexicana que tan bien emuló a los mejores escritores del barroco español (al citado culterano Don Luis, pero también al conceptista Quevedo, o al dramaturgo Calderón, en sus obras teatrales).
Como he apuntado, dado el carácter del medio y las limitaciones de espacio, será un reducido acercamiento a las similitudes existentes en la obra del maestro y la alumna, esas características de estilo que se trasfundirían por ósmosis y lógica filtración entre la metrópoli y las colonias americanas. Hay que tener en cuenta que el sol que viera por primera vez Inés, un cálido 12 de Noviembre de 1652 en Nepantla, México, se había puesto ya ocho mil trescientos treinta y dos veces desde la muerte de Don Luis, un florido 23 de Mayo de 1627 en la ciudad califal.
En una época en que emular, en su sentido imitativo, no era plagiar, sino homenajear, Sor Juana Inés no tiene empacho en casi parafrasear a Góngora en varias de sus obras; así, la silva Primero Sueño es un calco formal de las Soledades, y no pocos sonetos tienen la misma temática y rigor estructural en ambos poetas. En lo que destacaría la musa mexicana fue en el cultivo epigramático allí donde Don Luis cultivara las décimas, en lo tocante a la temática burlesca y satírica. Hay romances sobresalientes de la inspirada monja, aunque nunca con la perfección, nunca igualada en forma, construcción, complejidad e ingeniosidad, de los del prebendado racionero. El teatro lo cultivó la de Asbaje con más fortuna que el más lírico que dramático Argote (para ello tomaría como referencia a otro vate del barroco, y sumum dramático culminando la estela de Lope, el madrileño-germano Calderón de la Barca).
Hay que tener en cuenta que -como ha ocurrido tantas veces en que lo que debiera haber sido normal no es sino caso excepcional- Inés fue una adelantada a su tiempo, tanto en el cultivo de las letras como en su afán científico o moral. Creyéndose, incluso, que su súbito silencio pudo ser forzado por una polémica que mantuvo con un influyente prelado, responsable de la fe en Nueva España, cuando ya la obra que de ella se conoce había sido escrita.
Aquí ofrezco, pues, solo algunos poemas en los que será fácil hallar lo que de uno hay en otro, lo que una le debe al otro, y lo que pueda ser predio particular de cada cual.
Antes de ello, permítaseme la inmodestia -hasta cierto punto disculpada- de añadir, junto a los que siguen, un poema surgido al amor de la lectura.
Leed
Leed. Leed. Leed.
Leed lo ya vivido
en la memoria de los otros
destilada en claros signos.
Afilad el intelecto
propio, con el filo,
amolado con esmero,
del intelecto eximio.
Bebed estrellas, universos,
estremecimientos íntimos
de artífices demiurgos;
embriagaos con su brillo,
sorbiendo sus destellos
con labios sorprendidos.
Leed. Leed como se bebe:
por mitigar la sed... de infinitos
que a todo alma agobia
al cruzar desiertos laberintos.
Leed a grandes sorbos,
o, lentamente, a capítulos;
no dejéis de beber nunca:
sed dipsómanos de libros.
-o-o-
Lo que más choca en la poesía tanto de Don Luis de Góngora como de Sor Juana Inés de la Cruz, es que siendo religiosos ambos trataran los temas burlescos y satíricos con un desparpajo más propio de truhanes de barrios alegres y fondas de mala reputación que de sacristías y claustros monacales. De hecho fueron, ambos los dos, llamados al orden varias veces por tratar de temas demasiado mundanos, en vez de remitirse a asuntos teologales de inspiración, sino divina, sí eclesial. Ni qué decir tiene que, ambos los dos, utilizaron la sátira con tal maestría, ingenio y elegancia que fácilmente pudieron salir bien parados de estas reconvenciones y llamadas al orden (salvo, en último término, Sor Juana, pero menos por su lírica que por sus ideas y compromiso demasiado avanzado para la época -véase la carta atenagórica como principio de su silencio). Tenemos, pues, a dos clérigos utilizando magistralmente el idioma -de mucho más largo recorrido Don Luis, culto hasta decir basta- y realizando una crítica social como solo un consagrado a Dios podía hacer sin purgar sus consecuencias.
En cuanto al estilo, obviamente Juana es devocionaria de Don Luis, lo imita, lo emula, pero nunca lo supera poéticamente, ni en estructura lírica, ni en uso de los recursos del lenguaje, ni en la riqueza léxica, ni en el enfoque originalísimo de sus composiciones (Don Luis es insuperable, hasta hoy, cuando hablamos de poesía clásica). Sor Juana Inés, en cambio, sí puede considerarse una de las mejores plumas líricas de latinoamérica, la mayor del barroco, por supuesto.
Propongo temas similares o complementarios en tres sonetos de cada uno y un romance de Don Luis y las famosas redondillas de Juana Inés (ambos poemas incompletos debido a su extensión; en el primer verso de cada poema he colocado el enlace a su versión íntegra). Aquí se apreciarán similitudes y diferencias.
*En itálica, los poemas de Don Luis; en cursiva, los de Sor Juana Inés de la Cruz.
En que se trata del recurrido tema del carpe diem -tanto en Don Luis como en Juana Inés-, la caducidad de la belleza, los rigores del amor y las vanidades del mundo.
Mientras por competir con tu cabello
Mientras por competir con tu cabello oro bruñido al sol relumbra en vano; mientras con menosprecio en medio el llano mira tu blanca frente el lilio bello;
mientras a cada labio, por cogello, siguen más ojos que al clavel temprano; y mientras triunfa con desdén lozano del luciente cristal tu gentil cuello:
goza cuello, cabello, labio y frente antes que, lo que fue en tu edad dorada oro, lilio, clavel, cristal luciente,
no sólo en plata o vïola troncada se vuelva, mas tú y ello juntamente en tierra, en polvo, en humo, en sombra, en nada.
Desmentido a los elogios que la verdad hizo a su retrato
Este que ves, engaño colorido,
que, del arte ostentando los primores,
con falsos silogismos de colores
es cauteloso engaño del sentido;
Éste, en quien la lisonja ha pretendido
excusar de los años los horrores,
y venciendo del tiempo los rigores
triunfar de la vejez y del olvido,
Es un vano artificio del cuidado,
es una flor al viento delicada,
es un resguardo inútil para el hado:
Es una necia diligencia errada,
es un afán caduco y, bien mirado,
es cadáver, es polvo, es sombra, es nada.
-o-
La dulce boca que a gustar convida
un humor entre perlas distilado,
y a no invidiar aquel licor sagrado
que a Júpiter ministra el garzón de Ida,
amantes, no toquéis, si queréis vida,
porque entre un labio y otro colorado
Amor está, de su veneno armado,
cual entre flor y flor sierpe escondida.
No os engañen las rosas, que a la Aurora
diréis que, aljofaradas y olorosas,
se le cayeron del purpúreo seno:
manzanas son de Tántalo, y no rosas,
que después huyen del que incitan ahora,
y solo del Amor queda el veneno.
.
Insinúa su aversión a los vicios
En perseguirme, Mundo, ¿Qué interesas?
¿En qué te ofendo, cuando sólo intento
poner bellezas en mi entendimiento
y no mi entendimiento en las bellezas?
Yo no estimo tesoros ni riquezas
y así siempre me causa más contento
poner riquezas en mi pensamiento
que no mi pensamiento en las riquezas.
Yo no estimo hermosura que vencida
es despojo civil de las edades
ni riqueza me agrada fementida,
teniendo por mejor en mis verdades,
consumir vanidades de la vida
que consumir la vida en vanidades.
-o-
Ilustre y hermosísima Maria,
mientras se deja ver a cualquier hora
en tus mejillas la rosada Aurora,
Febo en tus ojos, y en tu frente el día
Y mientras con gentil descortesía
mueve el viento la hebra voladora
que a la Arabia en sus venas atesora
y el rico tajo en sus arenas cría;
antes que de la edad Febo eclipsado
y el claro día vuelto en noche obscura,
huya la Aurora del mortal nublado
antes que lo que hoy es rubio tesoro
venza a la blanca nieve su blancura,
goza, goza el color, la luz, el oro.
Escoge antes el morir que exponerse a los ultrajes de la vejez