Son, los cuerpos, espíritus de otra manera,
imágenes visibles de lo inefable,
santuarios donde lo posible celebra
el festival del espíritu hecho carne.
Hojas de Otoño. Héctor Amado
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Realidad y Ficción: De lo Imaginario
...¿Qué hay de realidad en lo imaginado? ¿No imaginamos cuando representamos la realidad? El pensar ¿no es un encadenar imágenes sugeridas por el necesario lenguaje? Imaginamos, y al hacerlo recreamos la imagen de lo que vemos, oímos o sentimos, y damos al mundo el resultado de nuestra propia percepción, nuestra propia perspectiva, acerca de ello, ¿no es así? Al pensar el mundo, el ser humano --que no puede evitar pensarlo para comprenderlo, para explicarlo, para asumir su lugar en él--, ¿no lo hace desde las premisas archivadas en su mente como imágenes con significado? Es en base a este fondo imaginario --reflejo de su percepción de lo real-- como el hombre especula sobre la realidad y su circunstancia.
...¿Cuántas veces se había hecho Anselmo estas preguntas? ¿Cuántas, desde que comenzó a ser consciente de ésa su exacerbada sensibilidad que lo sumía frecuentemente en aquellos estados en que la realidad circundante desaparecía, se borraba de su vista, para penetrar en..., en..., aún bastantes años después, no sabía dónde?. Ahora ya, con nuevas armas dialécticas en su poder, con una mente más madura y perspicaz y una consciencia más despierta y vigilante, había dado un paso más en la forma, había hurgado más profundamente en el fondo, había diseccionado con más precisión en el abstruso corpus de su experiencia interior, ése que latía al ritmo de un sempiterno interrogarse: ¿Cómo damos cuenta de lo que percibimos sino es re-elaborando lo percibido con nuestro intelecto, donde sufrirá el influjo de los prejuicios, de la experiencia, de las analogías, de la emoción, del placer-displacer experimentado, incluso del estado de ánimo con que se observa, se oye o se siente, determinando así lo percibido? Imaginamos, siempre imaginamos, incluso ante la salida o la puesta del sol, ante el vuelo de la mariposa, ante el ordenado caminar del ciempiés, ante el vuelo de la golondrina o la airosa cabriola del delfín,... ante el hecho milagroso, en fin, de la manifestación vital más nimia directamente observada o experimentada, ¿Cuánto más no imaginaremos aquello que nos provoca una emoción (sea de satisfacción, de disgusto o de indiferencia -¿es ello posible, la indiferencia?)?. Incluso en el terreno menos engañoso de los sentidos más groseros, más difícil de ser engañados, el gusto, por ejemplo, la imaginación tiene una importancia capital: imaginamos comer confiadamente un pastel en el que se nos informa estar elaborado con carne de conejo de campo; está exquisito, imaginamos el conejo, las hierba y las flores por él comidas, la guarnición con la que se ha preparado, gozamos de la textura, de la pasta sabiamente horneada que lo recubre... después se nos dice que en realidad hemos comido carne de gato: nuestra reacción es previsible, huelga entrar en detalles desagradables... ¿Cuál ha sido entonces la realidad vivida? ¿La que imaginábamos estar gozando mientras degustábamos con deleite, o la que en realidad era y a la que, al sernos revelada, nos provoca repulsión y asco? ¿Podríamos decir que ambas? ¿Para quién? Mientras comíamos confiados de estar degustando un delicioso conejo campestre vivíamos una realidad diferente que la experimentada por quien nos había preparado el engaño. Se podría decir que la realidad real era aquella que incluía el gato en el pastel y no conejo, pero ¿y la realidad experimentada por nuestro deleite? ¿Y si una vez revelado el inicial engaño -gato por liebre-, y tras el asco y el vómito, se nos vuelve a informar que no, que no ha existido engaño y que en realidad era conejo lo comido? La realidad es tornadiza y depende, en grado sumo y determinante, de la imaginación. El ser humano experimenta lo que acaece -eso que llamamos: realidad- a través de su mente, de su elaboración imaginativa, porque es una característica de su naturaleza intelectiva. Si la imaginación puede engañarnos respecto a los sentidos con los que percibimos ¿Cuánto más no engañará a lo que le es más propio, aquello que pertenece a su misma naturaleza, y que indefectiblemente ha de ser elaborado e interpretado por ella, como una especulación cognitiva o una emoción? ¿Cuando pinto un paisaje no estoy pintando lo que mi emoción ve? ¿Acaso no es esto de fácil comprobación exponiendo a varios pintores a que representen la misma escena, siendo el resultado que nunca, nunca, la representación será la misma, habiendo diferencias individuales -a veces muy notorias- no achacables solamente -ni principalmente- a la técnica? ¿Y los hechos? Pongamos a personas diferentes a observar un hecho, es seguro que ninguno habrá visto o percibido del mismo modo lo observado: el relato de cada uno nos dará una realidad diferente. ¿Si esto es así --se preguntó innumerables veces Anselmo--, no pasará los mismo con la realidad objetiva que todos vivimos? Anselmo llegaba a la conclusión de que la realidad, como tal entidad objetiva, no existe, sino que lo que se produce en la vida, en la vida del hombre, es una interpretación subjetiva, dinámica y constante de lo que acaece. De aquí se deduciría que lo imaginado es tan real como lo percibido por los cinco sentidos, pues que al ser imaginado, por ese mismo hecho, ya tendría existencia, y si tiene existencia, tiene realidad: es.
...¿Cuántas veces se había hecho Anselmo estas preguntas? ¿Cuántas, desde que comenzó a ser consciente de ésa su exacerbada sensibilidad que lo sumía frecuentemente en aquellos estados en que la realidad circundante desaparecía, se borraba de su vista, para penetrar en..., en..., aún bastantes años después, no sabía dónde?. Ahora ya, con nuevas armas dialécticas en su poder, con una mente más madura y perspicaz y una consciencia más despierta y vigilante, había dado un paso más en la forma, había hurgado más profundamente en el fondo, había diseccionado con más precisión en el abstruso corpus de su experiencia interior, ése que latía al ritmo de un sempiterno interrogarse: ¿Cómo damos cuenta de lo que percibimos sino es re-elaborando lo percibido con nuestro intelecto, donde sufrirá el influjo de los prejuicios, de la experiencia, de las analogías, de la emoción, del placer-displacer experimentado, incluso del estado de ánimo con que se observa, se oye o se siente, determinando así lo percibido? Imaginamos, siempre imaginamos, incluso ante la salida o la puesta del sol, ante el vuelo de la mariposa, ante el ordenado caminar del ciempiés, ante el vuelo de la golondrina o la airosa cabriola del delfín,... ante el hecho milagroso, en fin, de la manifestación vital más nimia directamente observada o experimentada, ¿Cuánto más no imaginaremos aquello que nos provoca una emoción (sea de satisfacción, de disgusto o de indiferencia -¿es ello posible, la indiferencia?)?. Incluso en el terreno menos engañoso de los sentidos más groseros, más difícil de ser engañados, el gusto, por ejemplo, la imaginación tiene una importancia capital: imaginamos comer confiadamente un pastel en el que se nos informa estar elaborado con carne de conejo de campo; está exquisito, imaginamos el conejo, las hierba y las flores por él comidas, la guarnición con la que se ha preparado, gozamos de la textura, de la pasta sabiamente horneada que lo recubre... después se nos dice que en realidad hemos comido carne de gato: nuestra reacción es previsible, huelga entrar en detalles desagradables... ¿Cuál ha sido entonces la realidad vivida? ¿La que imaginábamos estar gozando mientras degustábamos con deleite, o la que en realidad era y a la que, al sernos revelada, nos provoca repulsión y asco? ¿Podríamos decir que ambas? ¿Para quién? Mientras comíamos confiados de estar degustando un delicioso conejo campestre vivíamos una realidad diferente que la experimentada por quien nos había preparado el engaño. Se podría decir que la realidad real era aquella que incluía el gato en el pastel y no conejo, pero ¿y la realidad experimentada por nuestro deleite? ¿Y si una vez revelado el inicial engaño -gato por liebre-, y tras el asco y el vómito, se nos vuelve a informar que no, que no ha existido engaño y que en realidad era conejo lo comido? La realidad es tornadiza y depende, en grado sumo y determinante, de la imaginación. El ser humano experimenta lo que acaece -eso que llamamos: realidad- a través de su mente, de su elaboración imaginativa, porque es una característica de su naturaleza intelectiva. Si la imaginación puede engañarnos respecto a los sentidos con los que percibimos ¿Cuánto más no engañará a lo que le es más propio, aquello que pertenece a su misma naturaleza, y que indefectiblemente ha de ser elaborado e interpretado por ella, como una especulación cognitiva o una emoción? ¿Cuando pinto un paisaje no estoy pintando lo que mi emoción ve? ¿Acaso no es esto de fácil comprobación exponiendo a varios pintores a que representen la misma escena, siendo el resultado que nunca, nunca, la representación será la misma, habiendo diferencias individuales -a veces muy notorias- no achacables solamente -ni principalmente- a la técnica? ¿Y los hechos? Pongamos a personas diferentes a observar un hecho, es seguro que ninguno habrá visto o percibido del mismo modo lo observado: el relato de cada uno nos dará una realidad diferente. ¿Si esto es así --se preguntó innumerables veces Anselmo--, no pasará los mismo con la realidad objetiva que todos vivimos? Anselmo llegaba a la conclusión de que la realidad, como tal entidad objetiva, no existe, sino que lo que se produce en la vida, en la vida del hombre, es una interpretación subjetiva, dinámica y constante de lo que acaece. De aquí se deduciría que lo imaginado es tan real como lo percibido por los cinco sentidos, pues que al ser imaginado, por ese mismo hecho, ya tendría existencia, y si tiene existencia, tiene realidad: es.
...Esto sería motivo de reflexión en voz alta con Philip, y puesto en relación con las visiones experimentadas por Swedenborg y la posibilidad de que tales experiencias puedan darse en la realidad. Philip estaba convencido de que tales visiones fueron reales, de que el agudo y admirado científico, debido a su propio grado de evolución espiritual, o a una especie de "premio" por su entrega, penetración y honestidad investigadora, se vio recompensado de alguna forma, permitiéndosele acceder a una realidad para nosotros, simples mortales imperfectos y balbucientes, desconocida e inaccesible. Que una persona de genio, como sin duda lo era el científico Swedenborg, a los 56 años de edad, reciba una especie de revelación de índole divina que le impulse a abandonarlo todo y seguir la senda especulativa de la Teología, tan reñida, sino enfrentada, con la experimental de la investigación científica, y todo ello descartando se tratase --como algunos se empeñaban en sostener; entre ellos su tocayo, el sistemático y metódico Emmanuel Kant-- de un ataque de locura, pues que en tal actitud permanecería por el resto de su vida (que fueron más de veinte años), escribiendo sin parar de modo claro y preciso, citado y argumentado con lucidez, si bien con la imaginación necesaria para describir lo indescriptible de todo aquello que le era sugerido, susurrado y mostrado, quizá, muy probable y plausiblemente, se debiera a que sus experiencias fueran reales. Y si lo fueron para él (se me dirá, con un gesto irónico), es que lo fueron; tanto como lo sería creer que se come liebre o gato, dependiendo de nuestra creencia o convicción. Concluía aquel paisano del sabio, de constitución enfermiza y apariencia fantasmal, que lo objetivo es una convención, solo una convención, como tantas otras, de que se sirven las sociedades para mantener su estructura y artificial cohesión (y aquí aprovechaba para incluir como convenciones caprichosas y nada objetivas, a las leyes morales que de forma interesada se querían hacer pasar por verdadera e incuestionable realidad. Anselmo, ignorante de la verdad que sufría su amigo, no sospechaba que la referencia iba, como una flecha, dirigida al blanco que era causa de su exilio y su desgracia).
...A él, Philip Magnusson, nacido en Upsala, vástago primogénito de una familia de tradición militar y diplomática al servicio del Rey de Suecia, que, no obstante, poco había heredado de esa tradicional tendencia en su constitución o convicciones, de salud precaria e inquietudes trascendentes, estudiante de Filosofía, espíritu atormentado y pasiones ocultas, no le cabía la menor duda de que la realidad percibida y expresada por Emanuel Swedenborg tenía tanto derecho a la verosimilitud como la que parecía prevalecer en estos tiempos de incipiente revolución industrial y materialismo empírico (aunque se guardaba para sí la siguiente conclusión, que no era otra que: el mismo derecho que tenía su realidad sexual para gozar del beneplácito de la sociedad).
...La cuestión acerca de la realidad y lo imaginario también provocó acaloradas e intensas discusiones en la Facultad, en las aulas y en los pasillos, en las ágoras y en las tabernas; incluso se sorprendía a sí mismo, Anselmo, enunciando esta su teoría a las mujeres con quienes escalaba las cimas del placer. Ellas, mirándolo de hito en hito, oscilaban de la gravedad a la incredulidad, sin saber qué esperaba escuchar aquel filósofo de la carne, y, por tanto, qué responder a tan inusual cuestión en un marco tan alejado de la sesuda reflexión filosófica... Para Anselmo no existía paradoja ninguna, todo estaba interrelacionado. Su espíritu y talante ecléctico le llevaba a establecer conexiones que para el común de los mortales pudieran resultar peregrinas y estrambóticas, como mezclar no ya churras con merinas, sino peras con manzanas, o, aún, la velocidad con el tocino. Para él siempre había un puente, un nexo, un denominador común, por muy remoto que fuese, entre todas las manifestaciones de la vida. ¿No había surgido todo de un mismo y único Principio?. Así, pudiera ser que a su demanda de parecer escuchara de los turgentes y jugosos labios de aquellas desconcertadas, ruborosas y enamoradas meretrices cosas tales como la siguiente: "realidad es que te alquilo mi cuerpo, realidad que te huelgas en él y realidad que gozamos ambos. Imaginación, en cambio, sería pensar que lo haces por amor"... con lo que la metafísica se desleía entre risas. Risas que se frenaban en seco cuando él, al desgaire, espetaba: "Pero es que es verdad: te amo..." "...te amo, cuando te amo". Y, tras un segundo de dubitativa reflexión --lo suficiente para que se captara y digiriera la ironía de la aparente tautología--, volvían a reír a carcajadas (tras las cuales, la buena mujer no dejaba de quedarse en suspenso, absorta en aquellos risueños ojos, intentando penetrar por ellos en aquel cerebro capaz de imaginar cosas tan extrañas y en aquel corazón que, siendo cálido y apasionado, era una absoluta incógnita).
...A él, Philip Magnusson, nacido en Upsala, vástago primogénito de una familia de tradición militar y diplomática al servicio del Rey de Suecia, que, no obstante, poco había heredado de esa tradicional tendencia en su constitución o convicciones, de salud precaria e inquietudes trascendentes, estudiante de Filosofía, espíritu atormentado y pasiones ocultas, no le cabía la menor duda de que la realidad percibida y expresada por Emanuel Swedenborg tenía tanto derecho a la verosimilitud como la que parecía prevalecer en estos tiempos de incipiente revolución industrial y materialismo empírico (aunque se guardaba para sí la siguiente conclusión, que no era otra que: el mismo derecho que tenía su realidad sexual para gozar del beneplácito de la sociedad).
...La cuestión acerca de la realidad y lo imaginario también provocó acaloradas e intensas discusiones en la Facultad, en las aulas y en los pasillos, en las ágoras y en las tabernas; incluso se sorprendía a sí mismo, Anselmo, enunciando esta su teoría a las mujeres con quienes escalaba las cimas del placer. Ellas, mirándolo de hito en hito, oscilaban de la gravedad a la incredulidad, sin saber qué esperaba escuchar aquel filósofo de la carne, y, por tanto, qué responder a tan inusual cuestión en un marco tan alejado de la sesuda reflexión filosófica... Para Anselmo no existía paradoja ninguna, todo estaba interrelacionado. Su espíritu y talante ecléctico le llevaba a establecer conexiones que para el común de los mortales pudieran resultar peregrinas y estrambóticas, como mezclar no ya churras con merinas, sino peras con manzanas, o, aún, la velocidad con el tocino. Para él siempre había un puente, un nexo, un denominador común, por muy remoto que fuese, entre todas las manifestaciones de la vida. ¿No había surgido todo de un mismo y único Principio?. Así, pudiera ser que a su demanda de parecer escuchara de los turgentes y jugosos labios de aquellas desconcertadas, ruborosas y enamoradas meretrices cosas tales como la siguiente: "realidad es que te alquilo mi cuerpo, realidad que te huelgas en él y realidad que gozamos ambos. Imaginación, en cambio, sería pensar que lo haces por amor"... con lo que la metafísica se desleía entre risas. Risas que se frenaban en seco cuando él, al desgaire, espetaba: "Pero es que es verdad: te amo..." "...te amo, cuando te amo". Y, tras un segundo de dubitativa reflexión --lo suficiente para que se captara y digiriera la ironía de la aparente tautología--, volvían a reír a carcajadas (tras las cuales, la buena mujer no dejaba de quedarse en suspenso, absorta en aquellos risueños ojos, intentando penetrar por ellos en aquel cerebro capaz de imaginar cosas tan extrañas y en aquel corazón que, siendo cálido y apasionado, era una absoluta incógnita).
Opus swedenborgiano (2)
...Durante aquel tercer verano, pasado como los dos anteriores en la villa de la sierra, se precipitarían los acontecimientos producto del lógico decurso de las cosas. De las cosas de la amistad, del amor y del celo intelectual que dos jóvenes veinteañeros previsiblemente experimentan cuando se entregan a la búsqueda, exhaustiva y sin complejos, de sí mismos. Estaban abocados a lo que habría de suceder, lo que ignoraban era que sucedería de la manera en que sucedió.
Swedenborg seguía manteniendo su atracción y magnetismo sobre ellos. En su incesante exégesis de la obra del visionario sueco, los dos amigos devoraron casi toda su producción. A la germinal y fundacional Arcana Coelestia, siguieron:
- De Nova Hierosolyma (La Nueva Jerusalén. En la que se explicita la Nueva Doctrina Celestial, haciendo una re-interpretación y revisión de las principales realidades cristianas: Dios y el Conocimiento, el hombre exterior y el interior, el papel del Amor en general, del amor propio y del amor al prójimo en particular -la Caridad-, la Fe, la Piedad, la Consciencia, la Libertad, el Mérito, el arrepentimiento y la remisión de los pecados, la regeneración, la tentación, El Cielo y el Infierno, las Sagradas Escrituras, el Señor, etc.),
- De Ultimo Judicio (El Juicio Final). Que recogerá innovaciones que contradirán la doctrina oficial, lo que en otro tiempo, posiblemente, le hubiera costado la hoguera. Ya que aquí Swedenborg asevera, entre otras cosas, que el Juicio Final ya ha tenido lugar, y no en la Tierra sino en el Mundo Espiritual; o que la raza humana nunca tendrá fin en las diversas Tierras que el Universo contiene),
- De Telluribus in Mundo Nostro Solari (De las Tierras en el Universo. Sostiene Swedenborg que existen muchas Tierras en el Universo semejantes a la nuestra, con hombres como nosotros. Que le fue a él concedido entablar relaciones y conversaciones con los espíritus y habitantes de estas diversas Tierras, y no solo no sólo con las existentes en cada planeta conocido de nuestro sistema solar, o incluso con los espíritus y habitantes de la Luna (¡?), sino con los de las Tierras presentes en el infinito Cielo Estrellado. En esta obra también repite lo ya dicho en la Arcana, que es que todos los ángeles y espíritus proceden de la naturaleza humana, que él ha podido hablar con ellos, pero sólo con aquéllos que tienen su interior abierto [al Conocimiento de la Realidad del Señor, la más profunda, la que tiene su morada en el núcleo de lo Uno, de donde todo procede]),
- Deliciae Sapientiae de Amore Conjugial (Del amor Conyugal y del Sexo) En cuya contenido describe (un célibe como él) lo concerniente al Amor conyugal y al sexo. Explicitando que en el mundo de los espíritus sigue existiendo esta relación, incluso sensorial, pero en la cual el goce es infinitamente más sutil y mayor, ya que no existen las limitaciones e imperfecciones corporales. Las parejas se establecen electivamente por una acto de voluntad y reconocimiento espiritual; algunas repetirán la pareja terrenal porque así lo quisieron y lo quieren, otras en cambio, variando, elegirán aquella que les es más propia. Allí -en el mundo espiritual- también se celebran, como en la Tierra, esponsorios y celebraciones. La única diferencia con las parejas y el amor terrenal es que los espíritus no tienen progenie; es decir: se limita a un mutuo y recíproco goce del cuerpo inmaterial que emana directamente y constituye el espíritu de la pareja elegida, este goce y disfrute se realiza con un Amor exento de interés, Amor que es el mismo que llevó al Señor -Uno, Principio, Dios- a realizar la Creación -(el primero y más sublime acto de Amor realizado).
- De Commercio Animae et Corporis (De la relación entre el Alma y el Cuerpo). Donde se da cuenta de la interacción entre el alma y el cuerpo, la cual puede establecerse por: a) influjo físico, b) influjo espiritual, y c) pre-establecida armonía. Parte de la descripción de la realidad de lo que es: (I) existen dos mundos: el mundo de los espíritus y ángeles, y el mundo de los hombres. (II) Cada mundo tiene su propio sol (el del hombre, el Sol incandescente que conocemos; (III) el de los ángeles y espíritus, el Puro Amor del Señor, Uno, Principio o Dios). (IV) De estos soles proceden el fuego y la luz. En el Sol del mundo espiritual, el fuego es en esencia el Amor de Dios (Señor, Uno, Principio Creador), y la luz es la sabiduría. (V) Ambos, fuego y luz, actuando sobre la voluntad producen la bienaventuranza del amor; la luz dentro del entendimiento produce la verdad de la sabiduría. (VI) Los dos, Fuego y Luz, es decir, Amor y Sabiduría, fluyen directamente desde Dios (S, U, PC) hacia el alma humana y a través de ella hasta su mente, sus afectos y sus pensamientos, y desde aquí se distribuyen por sus sentidos, el habla y los actos del cuerpo. (VII) El Sol del mundo natural es puro fuego, y gracias a él las cosas de este mundo existen y subsisten. (VIII) Cada cosa de estos mundos por sí misma (sin la fluencia de su respectivo Sol) está muerta. (IX) En el mundo espiritual la vestimenta es como en el mundo natural, cada hombre viste su propia prenda. (X) Las cosas espirituales, que revisten al hombre le permiten tener una vida racional y moral, hasta convertirlo en un hombre naturalmente espiritual. (XI) La recepción de este influjo (Fuego y Luz, procedentes del Uno -S, D, PC) depende del estado de Amor y Sabiduría de cada hombre. (XII) El Conocimiento del hombre puede ser elevado por medio de la Luz, es decir, de la Sabiduría de los ángeles que están en el Cielo, en relación al cultivo de su razón; de la misma manera, su voluntad puede ser elevada por el Fuego del Cielo, es decir por medio del Amor, en relación con los hechos de su vida, pero el amor de la voluntad no será elevada tan lejos como un hombre quiera salvo si hace las cosas con la sabiduría que el entendimiento enseña. (XIII) Con las bestias sucede de otra manera. (XIV) Hay tres grados en el mundo espiritual y otros tres en el mundo natural, hasta ahora desconocidos, en relación a cómo el influjo se manifiesta. (XV) Los Fines están en el primer grado, las Causas en el segundo, y los Efectos en el tercero. (XVI) Teniendo en cuenta estas cosas, es evidente la importancia de la cualidad del influjo espiritual en cada cual, desde el origen hasta los efectos.
...
...Uno de aquellos calurosos días de verano, ya cruzado el meridiano del mediodía, Philip y Anselmo caminaban bajo el parasol natural de las altas copas de fresnos y castaños, una vez realizado un ligero y fresco refrigerio. El rigor del profundo diálogo, de trecho en trecho, dejaba paso al disfrute del entorno. Los largos paseos por las sendas de la Sierra les ofrecían siempre paisajes bellísimos, acompañados habitualmente por los gorjeos y trinos de las aves, el zumbido de algún moscardón que cruzaba apresuradamente su camino o el tintineante sonido ocasional de alguna fuentecilla invisible manando entre la fronda. La naturaleza ese preciso día parecía envolverlos con su manto de vitalidad apabullante más sensualmente que de costumbre, como desmintiendo sus graves disquisiciones, burlándose de ellas: ¡ahí estaba la realidad, el aliento de Dios en la exuberancia de las cosas!. Y este pulso vital, este estímulo enervante que acariciaba voluptuosamente sus sentidos, les fue calando hondo sin darse cuenta... Como dos pastores en el bosque, de repente, fueron sorprendidos por algo que parecía el lejano canto de un coro de ninfas, o de bacantes entonando un epinicio. Detuvieron sus pasos y su lengua. Escucharon más atentamente. Aquella bella salmodia parecía provenir de lo más profundo del espeso bosque. Se miraron y, a un tiempo, sin decirse nada, se movieron en dirección a las voces. Si la emoción le embargaba a uno, no menos la curiosidad le turbaba al otro; los dos, en fin, con el pulso desbocado, avanzaron hacia la fuente de donde brotaba el canto. A medida que se acercaban, las voces parecían aún más bellas. Nunca, ninguno de los dos, había escuchado un canto tan melodioso y subyugante. Estaban ya muy cerca, sólo les separaba del misterio una última y densa empalizada de arbustos y espinos albares que llenaban el espacio entre los altos troncos. Se detuvieron, temerosos de hacer ruido. No sabían qué les esperaba detrás del verde. Las voces seguían, ajenas a sus temores. Quienes fueran, si los habían oído llegar no se dieron por enteradas. Poco a poco Anselmo y Philip apartaron la vegetación con las manos hasta lograr contemplar qué había del otro lado. Sus cabezas chocaron, mejilla con mejilla observaron... sus ojos se abrieron todo cuanto les era dado abrirse, allí delante tenía lugar una escena inaudita... El bosque se abría a nivel del suelo, creando un claro tapizado de mullida hierba salteada de florecillas blancas y amarillas, aunque por arriba las altas ramas de los vetustos árboles formaban una cúpula con su verde follaje dando tamizada sombra al claro y -oh!, maravilla de maravillas- a un estanque de aguas cristalinas cuyas riberas aparecían orladas de lirios y su espejada superficie, como un cuadro de un pintor flamenco reflejaría, pobladas de lotos encarnados, violáceos y albos, y donde, además... varias criaturas, semejantes a ondinas y narcisos, de piel muy blanca y cabello negro, se deslizaban como peces jugueteando entre las filamentosas algas, mientras entonaban el melodioso cántico que los había atraído hasta allí. Sin brusquedad, pero con sincronizada intención, todas aquellas criaturas volvieron sus rostros hacia el pequeño hueco de la fronda por donde cuatro ojos miraban atónitos. Éstos, sorprendidos, primero se retiraron súbitamente, para después, al constatar que el canto seguía llamándoles, decidir dar el paso y comprobar qué era realmente aquello. La mutua compañía quizá los diera coraje, o acaso fuera la irreprimible curiosidad la que sobrepujara al temor, o tal vez la seducción de aquellas voces lo que los enardeciera: una invitación en toda regla a unirse al coro. Traspasaron, pues, la fronda y se vieron allí, en medio del claro, ante las siete criaturas. Eran cuatro hermosas náyades y tres bellos ¿satiros?, que sonriendo se agolparon en la ribera más cercana al lugar por donde los dos amigos penetraron en el mágico recinto. Cesaron de cantar y con los brazos extendidos y gestos inconfundibles les invitaron a penetrar en el agua. El calor de esas primeras horas de la tarde animaba a ello, pero, no obstante, lo extraordinario de la aparición les hacía recelar. Recelo que duro poco, pues la limpia sonrisa de aquellas bellezas de delicados y bien torneados cuerpos era demasiado tentadora. Se despojaron de las ropas sin ningún pudor y se acercaron al borde del estanque. Sus sexos, desinhibidos, pulsaban con la potencia de la juventud excitada ante la aventura; sus corazones, desbocados, latían con la pasión de la vida ávida de saciarse... Swedenborg podía esperar.
.
...Despertó en medio del bosque. Estaba atardeciendo. Las primeras sombras de los picachos de poniente ya se alargaban sobre los valles cubriéndolos con su veladura apagada y mate. No sabía qué hacía allí. Miró a su alrededor. Estaba solo. ¿Y Philip? Se preguntó, recordando que estaba con él antes de sumirse en aquel... extraño sueño, extraño sueño, extraño sueño (le rebotaban las dos palabras en la cabeza como si la tuviese hueca). ¿En verdad se había dormido?. No había ni rastro de su amigo. Sí notó que sus ropas estaban desaliñadas, como si alguien se las hubiese puesto mientas él dormía. No... no recordaba apenas nada más. Se puso en pie. Miró hacia el cielo ya violáceo, después en derredor, para orientarse; no lo logró. ¡Cielos, estaba perdido! ¡En medio de la Sierra! Intentó tranquilizarse. Decidió ir en dirección Sur, allí esperaba encontrar el zócalo pétreo donde se ubicaba la villa, encaramada a la Peña. Mientras seguía una exigua trocha abierta por el ganado salvaje, comenzó a recordar retazos sueltos de lo acontecido, jirones de realidad con pocos visos de serlo, pues más poseían aquellas imágenes la textura de lo onírico. Se propuso seguir el hilo de Swedenborg, quizá él lo pudiera guiar hasta traspasar la puerta del olvido. Sin darse cuenta, en vez de desentrañar el ovillo del recuerdo, estaba canturreando una melodía. Una melodía que se le antojaba familiar, aunque no recordaba por qué. Con la melodía comenzaron a surgir bellos rostros, lotos, lirios ribereños en labios carmesíes, risas, miembros elásticos como juncos, talles suaves como la piel del durazno,... un ligero hormigueo le subió por los muslos hasta chocar con su vientre, allí le latió el recuerdo vago de espasmos interminables. El corazón comenzó a desbocársele, la cara de Philip contra su cara, sus labios en los suyos,... sintió algo parecido a una náusea que, sin embargo, se diluyó al instante, dando paso una indecible sensación de armonía, paz, y... ¿amor?
...Antes del anochecer había encontrado el camino. Ligeramente preocupado (por Philip, pero también por algo oscuro que no acababa de recordar) llegó a la villa. Esperaba encontrarlo allí, si no tendría un problema. Llamó a la puerta. Abrió la guardesa, la fiel fámula que todas las mañanas les servía el desayuno, la misma que les cocinaba y atendía durante su estancia veraniega. Anselmo preguntó por Philip. La buena mujer se le quedó mirando con cara de extrañeza y preguntó:
-¿Qué Philip, señor?
...Anselmo Bermúdez de la Gándara nunca se casó. Decían que padecía períodos de ausencia, de los que regresaba exhausto y en estado febril. Algún galeno lo achacó a dolencias del cerebro. Anselmo nunca accedió a que le abrieran el cráneo como a un faraón. Anselmo solía pasar mucho tiempo en la biblioteca, donde solía leer todos los días alguno de los muchos volúmenes que había logrado reunir, en latín, de Emanuel Swedenborg, aquel famoso y cuestionado visionario sueco; y allí, sin ausentarse del todo, se quedaba absorto mirando el fuego crepitar en el hogar y recordando escenas vagas de un pretendido compañero de aula universitario, también sueco, de constitución enfermiza y mente poderosa, que le introdujo en el universo de aquel visionario sueco, y que le descubrió a un pintor inglés, polémico y controvertido, llamado William Etty. Nadie recuerda a ese tal amigo, aunque él jura y perjura que pasaron juntos dos veranos en la villa de campo que la familia posee en la Sierra de Francia (los guardeses niegan haberlo visto alguna vez). Se cree que es una pura invención de su exacerbada sensibilidad en connivencia con su imaginación. También se dice que Anselmo Bermúdez de la Gándara no vivía en la realidad, que habitaba su propio mundo.
...Al final, un caluroso día de Julio, apenas cruzado el mediodía, cuando Anselmo agonizaba en el lecho rodeado por su familia, con apenas cincuenta años y extremadamente debilitado, tanto que casi había adquirido consistencia traslúcida, y mientras el capellán de la familia le imponía los santos óleos canturreando la letanía litúrgica de rigor, ocurrió el comentado milagro. Todos los presentes pudieron escuchar una melodiosa cantilena que parecía provenir del lecho mortuorio. El capellán silenció su monodia. Puso atención y... efectivamente, era un cántico, un coro de voces que parecía llegar de muy lejos. Todos se miraron. El capellán se acercó a la cama. Todos le imitaron. Allí se podía escuchar mejor. Sí, estaban seguros, provenía de los labios del moribundo, y parecía surgir de su aliento; pero aquellas voces más parecían profanas que celestiales, más semejaba un cántico órfico que un salmo, un himno triunfal que una plegaria. Al mismo tiempo todos pudieron observar un hecho extraordinario: una potente erección pujaba la sábana que cubría el cuerpo exánime de Anselmo hacia lo alto como el mástil de una tienda de campaña izándose. Minutos después, con todos demudados, cuando las bellísimas voces habían llegado a un crescendo de emoción insoportable que casi les hizo derramar lágrimas, un espasmo sacudió al agonizante, su miembro eyaculó y la esquelética caja torácica dejo de expandirse; en ese instante el cántico cesó. No sabiendo qué pensar, y habida cuenta de que el hecho fue presenciado y escuchado por varios testigos, entre ellos Monseñor Diego Bermúdez, primo del difunto y prelado vicario de la catedral de Astorga, se determinó y dictaminó, previo visto bueno de la Jerarquía Vaticana, que el día de la muerte de Anselmo Bermúdez de la Gándara un coro de ángeles había acudido a recibirlo al lecho de muerte para conducirlo a la presencia del Señor. Hecho que corroboró, dando fe y firmando la oportuna cédula de autenticación, Su Ilustrísima, etc., etc.
...Aunque todos se juramentaron silenciar la parte no menos extraordinaria de aquel extraordinario episodio, alguien de los presentes, no pudiendo soportar el tormento que suponía haber sido testigo de tamaño prodigio y no poderlo contar, lo puso negro sobre blanco y tras entrevistarse con un émulo de Larra (y tras exigir reserva absoluta sobre la identidad de la fuente) lo dio a los papeles. Salió en la penúltima página del diario local, en la sección de curiosidades y rumorología. No le habían tomado en serio. Lástima. Ellos se lo perdían.
...Anselmo Bermúdez de la Gándara nunca se casó. Decían que padecía períodos de ausencia, de los que regresaba exhausto y en estado febril. Algún galeno lo achacó a dolencias del cerebro. Anselmo nunca accedió a que le abrieran el cráneo como a un faraón. Anselmo solía pasar mucho tiempo en la biblioteca, donde solía leer todos los días alguno de los muchos volúmenes que había logrado reunir, en latín, de Emanuel Swedenborg, aquel famoso y cuestionado visionario sueco; y allí, sin ausentarse del todo, se quedaba absorto mirando el fuego crepitar en el hogar y recordando escenas vagas de un pretendido compañero de aula universitario, también sueco, de constitución enfermiza y mente poderosa, que le introdujo en el universo de aquel visionario sueco, y que le descubrió a un pintor inglés, polémico y controvertido, llamado William Etty. Nadie recuerda a ese tal amigo, aunque él jura y perjura que pasaron juntos dos veranos en la villa de campo que la familia posee en la Sierra de Francia (los guardeses niegan haberlo visto alguna vez). Se cree que es una pura invención de su exacerbada sensibilidad en connivencia con su imaginación. También se dice que Anselmo Bermúdez de la Gándara no vivía en la realidad, que habitaba su propio mundo.
...Al final, un caluroso día de Julio, apenas cruzado el mediodía, cuando Anselmo agonizaba en el lecho rodeado por su familia, con apenas cincuenta años y extremadamente debilitado, tanto que casi había adquirido consistencia traslúcida, y mientras el capellán de la familia le imponía los santos óleos canturreando la letanía litúrgica de rigor, ocurrió el comentado milagro. Todos los presentes pudieron escuchar una melodiosa cantilena que parecía provenir del lecho mortuorio. El capellán silenció su monodia. Puso atención y... efectivamente, era un cántico, un coro de voces que parecía llegar de muy lejos. Todos se miraron. El capellán se acercó a la cama. Todos le imitaron. Allí se podía escuchar mejor. Sí, estaban seguros, provenía de los labios del moribundo, y parecía surgir de su aliento; pero aquellas voces más parecían profanas que celestiales, más semejaba un cántico órfico que un salmo, un himno triunfal que una plegaria. Al mismo tiempo todos pudieron observar un hecho extraordinario: una potente erección pujaba la sábana que cubría el cuerpo exánime de Anselmo hacia lo alto como el mástil de una tienda de campaña izándose. Minutos después, con todos demudados, cuando las bellísimas voces habían llegado a un crescendo de emoción insoportable que casi les hizo derramar lágrimas, un espasmo sacudió al agonizante, su miembro eyaculó y la esquelética caja torácica dejo de expandirse; en ese instante el cántico cesó. No sabiendo qué pensar, y habida cuenta de que el hecho fue presenciado y escuchado por varios testigos, entre ellos Monseñor Diego Bermúdez, primo del difunto y prelado vicario de la catedral de Astorga, se determinó y dictaminó, previo visto bueno de la Jerarquía Vaticana, que el día de la muerte de Anselmo Bermúdez de la Gándara un coro de ángeles había acudido a recibirlo al lecho de muerte para conducirlo a la presencia del Señor. Hecho que corroboró, dando fe y firmando la oportuna cédula de autenticación, Su Ilustrísima, etc., etc.
...Aunque todos se juramentaron silenciar la parte no menos extraordinaria de aquel extraordinario episodio, alguien de los presentes, no pudiendo soportar el tormento que suponía haber sido testigo de tamaño prodigio y no poderlo contar, lo puso negro sobre blanco y tras entrevistarse con un émulo de Larra (y tras exigir reserva absoluta sobre la identidad de la fuente) lo dio a los papeles. Salió en la penúltima página del diario local, en la sección de curiosidades y rumorología. No le habían tomado en serio. Lástima. Ellos se lo perdían.
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GALERÍA
William Etty
(1787-1849)
Imaginando...
Imaginando...
Sabrina and Her Nymphs
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Figure studies
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The Bather
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Three Standing Female Nudes (study)
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Two Full-length standing Female nudes, turned to the right (study)
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Youth
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Nude Model Reclining
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Standing Female Nude
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A putto collecting flowers
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Study of a Seated Nude
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Nude Female Standing
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Nude from the Side
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Female Nude
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Nude
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Nude Study
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Female nude (study)
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The Combat
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Female Nude
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Models
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A bacchanalian revel
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Study of Female Nude
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Desnudo de mujer sentada
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Desnudo femenino de pie
Study of female nude
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Study of a female nude
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Female bathers surprised for a swan
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Cleopatra llega a Cilicia
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The world before de flood
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The rape of the Sabine Women
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Preparing for a Fancy Dress Ball, Italian costumes
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Allegorical study
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The Plantation at Acomb
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Flowers of the forest
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Study of a nude feminin.
Figure studies
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The Bather
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Three Standing Female Nudes (study)
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Two Full-length standing Female nudes, turned to the right (study)
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Youth
.
Nude Model Reclining
.
Standing Female Nude
.
A putto collecting flowers
.
Study of a Seated Nude
.
Nude Female Standing
.
Nude from the Side
.
Female Nude
.
Nude
.
Nude Study
.
Britomart Redems Faire Amoret
.Female nude (study)
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The Combat
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Female Nude
.
Models
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A bacchanalian revel
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Study of Female Nude
.
Desnudo de mujer sentada
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Desnudo femenino de pie
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Female Nude from Behind
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Study of a female nude
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Female bathers surprised for a swan
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Cleopatra llega a Cilicia
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The world before de flood
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The rape of the Sabine Women
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Preparing for a Fancy Dress Ball, Italian costumes
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Allegorical study
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The Plantation at Acomb
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