"El gran muro de vegetación, una masa exuberante y confusa de troncos,
ramas, hojas, guirnaldas, inmóviles a la luz de la luna, era como una tumultuosa
invasión de vida muda, una ola arrolladora de plantas, apiladas, con penachos,
dispuestas a derrumbarse sobre el río, a barrer la pequeña existencia de todos
los pequeños hombres que, como nosotros, estábamos en su seno."
El corazón de las tinieblas. Joseph Conrad.
V
Tiempo para la amistad
.....Se dice --y con razón suficientemente avalada por los hechos-- que nada mejor para conocer el verdadero carácter de las personas que observarlas cuando están fuera de su ambiente habitual, de esa su cómoda vida cobijada en el marco de referencias establecidas, tal que raíles de cartesiana previsibilidad, donde es fácil enmascarar las singularidades de más dudosa virtud, los temores y las debilidades. Nada mejor, pues, que ser testigos de cómo esas personas se enfrentan a lo nuevo, a lo desconocido, a lo imprevisible, a la constante encrucijada donde confluyen mil caminos... o ninguno; es decir, nada como un viaje realizado fuera de los predecibles y bien ordenados canales por donde transcurre la civilización, para conocer los rincones más ocultos, los latidos más íntimos y veraces de un corazón humano. Y este aserto más se cumple cuanto más extrema sea la experiencia, cuanto más se aleje uno del confort, del bienestar, del orden, del imperio de lo familiar. Odiseo ya gozaba de una bien fundamentada fama de ser el más sagaz de los aqueos cuando embarcó rumbo a Troya, pero no demostraría su verdadero alcance hasta que la confirmó durante los diez años de belicoso sitio a la sagrada Ilion. No sólo por la habilidad dialéctica de su retórica y taimada palabra, también por su habilidad para la argucia psicológica capaz de penetrar y manipular las mentes ajenas, su innata y artera empatía que utilizara con tanto éxito en beneficio propio y en el de los suyos. A él se debió la astuta idea que pondría fin a tan larga guerra, a él le deberían los dárdanos su desgracia, a él el símbolo por antonomasia del regalo envenenado, a él, en fin, la imagen del caballo --símbolo de nobleza-- como mentido portador de lo innoble y la destrucción. Pero donde Odiseo dio verdaderamente la talla de su sagacidad y astucia, de su temple y valor, de su equívoco concepto del amor (que tan pronto anhelaba el enraizado tálamo de Ítaca, junto a su esposa Penélope, como se resignaba, no con demasiado disgusto, a permanecer durante siete años con Calipso, de la que tendría cuatro hijos) y de su elevado concepto de la amistad, fue en su viaje de retorno a casa. Ahí es donde, alejado y perdido por un mar hostil, conocemos en verdad al artero Ulises, al sabio, al astuto, al aprovechado, al ventajista, al valeroso; en una palabra, a quien se demostraría como uno de los seres humanos con mayor capacidad de adaptación de la historia (incluida, la legendaria). Es en el curso de estos viajes, en sus avatares, donde se fraguan las amistades más intensas, las más fraternas; pues son las almas desnudas, desprovistas de todo prejuicio y disfraz, las que entonces se relacionan, las que intiman, las que conectan a niveles, incluso, imperceptibles, niveles que más pertenecen al abstracto e ignoto ámbito de lo espiritual --de la especie-- que al más concreto y accesible de la psicología --del individuo.
.....Condenados a entenderse, la sentencia comenzaría a cumplirse ya en el primer intercambio de sonrisas, cuando se conocieron en Matadi. Para cuando iniciaran la singladura, Eric Delvaux y Hasani, ya sabían que su corazón, pese a lo diferente de su raza y fisonomía, batía con ritmo similar. Tanto el trayecto en tren hasta Kinshasa, como los dos días pasados en la capital, proyectando el viaje y preparando la logística, sirvieron para revelar la simpatía recíproca que ambos sentían. Las razones de cada cual pudieran ser diferentes, pero el resultado era el mismo: se cayeron bien, y no sólo eso, sino que advirtieron en su ánimo la inequívoca señal de la conexión entre dos almas que reconocen a primera vista su rango de excepcionalidad. Hasani no era un mero ayudante de cámara, un guía o un diligente empleado. Hasani poseía tal nobleza en su actitud y expresión que disolvía cualquier síntoma de servil disposición. Eric enseguida vio que no se embarcaría con un simple funcionario, por muy eficiente que éste fuera, sino con un igual susceptible de la más sincera amistad.
Entre ellos hablaban en francés, pero, dado la ingente cantidad de tiempo que pasarían juntos, Eric se empeñó en aprender cuanto pudiera de aquellas lenguas bantúes propias de los nativos de la selva que habrían de visitar. Y no sólo su lengua, sino sus manifestaciones culturales, su organización social, su modus vivendi, sus costumbres. Ésta fue otra de las razones que los haría atracar de forma periódica en aquella orilla de donde provenía ese rumor difuso, que semejaba la respiración de un inmenso e indefinido ser en activo reposo. Una vez en el interior de aquel ser --desembarcados--, ese rumor se volvía polifonía de aves, murmullo de seres invisibles, crujir de ramas, agitar de follaje, pulsar de periódicos y chirriantes sonidos que delataba el pulular de los insectos; allí, ya en el vientre (que aún no corazón) de aquellas verduzcas tinieblas el oído detectaba una multitud de registros que revelaban la exuberancia vital de la jungla.
Durante estas incursiones, en ocasiones, aprovechaban para visitar aquellos poblados pigmeos que Hasani ya conocía. Rompían así, la fluida monotonía de la autopista fluvial acotada siempre por el mismo horizonte y descansaban, por ende, del trepidante sonido del motor de la embarcación. Cada vez que fondeaban por las noches o acercaban la chalupa a la orilla, o sea, cada vez que detenían aquel sinfín ruidoso que los impulsaba hacia adelante contracorriente, sentían un agradecido bienestar; así mismo, la parada del motor, era como suprimir una barrera que los separara del entorno. Sucedía, además, siempre lo mismo: el rumor sordo de la selva se detenía al tiempo que lo hacía el ruido del rotor, para, segundos después, tras la confirmación de que aquel mecánico intruso del río había acallado su horrísona salmodia, comenzar desde la fronda un crescendo de voces varias, una barahúnda de sonidos que, melodiosos pero sobrepuestos, parecían dialogar, ahora ya sin interferencias.
.....Tres días después de abandonar Kinshasa llegaron a Bolobo, inicialmente un pequeño puesto de aprovisionamiento que había alcanzado el rango de gran aldea, y a quien debe el nombre esa singular especie de libertinos chimpancés, endémica de está zona del Congo, que también se conocen como chimpancés pigmeos, quienes dirimen sus disputas a base de compulsivo sexo en vez de hacerlo con violentas tarascadas. Esta población se halla situada en la orilla izquierda, es decir, la oriental, del río, en el extremo de una zona donde el cauce se abre hasta adquirir la forma de una alargada ampolla de más de cinco kilómetros de anchura y más de treinta de longitud. A partir de aquí el cauce, que venía siendo único y diáfano, se puebla de innumerables canales surcando ojivales zonas boscosas y formando una intrincada maraña reticular que exige una más atenta navegación, pues de estación a estación cambian los fondos y por tanto los corredores navegables. En adelante el río se convierte en una especie de cola de caballo de más de trescientos kilómetros de longitud hasta los aledaños de Mbandaka, la gran ciudad capital de la provincia y distrito de L'Equateur. Sobrepasado Bolobo, se sucederían Yumbi, Mosaka y Lukolela. En todas estas poblaciones Eric y Hasani fondearon para conocer a sus gentes, sus costumbres, y... sondear cualquier noticia a cerca del objetivo oficial de su viaje (incluyendo la aparición de nuevas muestras de Lonsdaleita, que debían adquirir, si ello fuera factible). Mas, al cabo, ningún rastro del preciado mineral.
Tras una semana de navegación, en que los dos hombres ahondaron en su conocimiento mutuo, compartiendo intimidades y pensamientos, llegaron al lugar en que el lago Tumba desagua por un estrecho canal en el gran río. Hasani le indicó a Eric la conveniencia de salir del cauce principal para tomar por dicho canal y arribar al lago. Allí, en lo más frondoso de su ribera, escondida del mundo, existía una comunidad pigmea que sugería visitar. Eric accedió. Todo lo que fuera salir de la ya verdiazul rutina del río le parecía una alternativa deseable, e incluso preferible. Hasta aquí, el trayecto recorrido podía considerarse como una fase de aproximación, como el surcar ascendente por la gran artería; durante este trayecto Eric ya había notado, como una sutil vibración, el ritmo pulsátil de la selva; ahora estaba a punto de sentir clara y realmente, por primera vez, poderoso, su más arcano latido.
.....Condenados a entenderse, la sentencia comenzaría a cumplirse ya en el primer intercambio de sonrisas, cuando se conocieron en Matadi. Para cuando iniciaran la singladura, Eric Delvaux y Hasani, ya sabían que su corazón, pese a lo diferente de su raza y fisonomía, batía con ritmo similar. Tanto el trayecto en tren hasta Kinshasa, como los dos días pasados en la capital, proyectando el viaje y preparando la logística, sirvieron para revelar la simpatía recíproca que ambos sentían. Las razones de cada cual pudieran ser diferentes, pero el resultado era el mismo: se cayeron bien, y no sólo eso, sino que advirtieron en su ánimo la inequívoca señal de la conexión entre dos almas que reconocen a primera vista su rango de excepcionalidad. Hasani no era un mero ayudante de cámara, un guía o un diligente empleado. Hasani poseía tal nobleza en su actitud y expresión que disolvía cualquier síntoma de servil disposición. Eric enseguida vio que no se embarcaría con un simple funcionario, por muy eficiente que éste fuera, sino con un igual susceptible de la más sincera amistad.
Entre ellos hablaban en francés, pero, dado la ingente cantidad de tiempo que pasarían juntos, Eric se empeñó en aprender cuanto pudiera de aquellas lenguas bantúes propias de los nativos de la selva que habrían de visitar. Y no sólo su lengua, sino sus manifestaciones culturales, su organización social, su modus vivendi, sus costumbres. Ésta fue otra de las razones que los haría atracar de forma periódica en aquella orilla de donde provenía ese rumor difuso, que semejaba la respiración de un inmenso e indefinido ser en activo reposo. Una vez en el interior de aquel ser --desembarcados--, ese rumor se volvía polifonía de aves, murmullo de seres invisibles, crujir de ramas, agitar de follaje, pulsar de periódicos y chirriantes sonidos que delataba el pulular de los insectos; allí, ya en el vientre (que aún no corazón) de aquellas verduzcas tinieblas el oído detectaba una multitud de registros que revelaban la exuberancia vital de la jungla.
Durante estas incursiones, en ocasiones, aprovechaban para visitar aquellos poblados pigmeos que Hasani ya conocía. Rompían así, la fluida monotonía de la autopista fluvial acotada siempre por el mismo horizonte y descansaban, por ende, del trepidante sonido del motor de la embarcación. Cada vez que fondeaban por las noches o acercaban la chalupa a la orilla, o sea, cada vez que detenían aquel sinfín ruidoso que los impulsaba hacia adelante contracorriente, sentían un agradecido bienestar; así mismo, la parada del motor, era como suprimir una barrera que los separara del entorno. Sucedía, además, siempre lo mismo: el rumor sordo de la selva se detenía al tiempo que lo hacía el ruido del rotor, para, segundos después, tras la confirmación de que aquel mecánico intruso del río había acallado su horrísona salmodia, comenzar desde la fronda un crescendo de voces varias, una barahúnda de sonidos que, melodiosos pero sobrepuestos, parecían dialogar, ahora ya sin interferencias.
.....Tres días después de abandonar Kinshasa llegaron a Bolobo, inicialmente un pequeño puesto de aprovisionamiento que había alcanzado el rango de gran aldea, y a quien debe el nombre esa singular especie de libertinos chimpancés, endémica de está zona del Congo, que también se conocen como chimpancés pigmeos, quienes dirimen sus disputas a base de compulsivo sexo en vez de hacerlo con violentas tarascadas. Esta población se halla situada en la orilla izquierda, es decir, la oriental, del río, en el extremo de una zona donde el cauce se abre hasta adquirir la forma de una alargada ampolla de más de cinco kilómetros de anchura y más de treinta de longitud. A partir de aquí el cauce, que venía siendo único y diáfano, se puebla de innumerables canales surcando ojivales zonas boscosas y formando una intrincada maraña reticular que exige una más atenta navegación, pues de estación a estación cambian los fondos y por tanto los corredores navegables. En adelante el río se convierte en una especie de cola de caballo de más de trescientos kilómetros de longitud hasta los aledaños de Mbandaka, la gran ciudad capital de la provincia y distrito de L'Equateur. Sobrepasado Bolobo, se sucederían Yumbi, Mosaka y Lukolela. En todas estas poblaciones Eric y Hasani fondearon para conocer a sus gentes, sus costumbres, y... sondear cualquier noticia a cerca del objetivo oficial de su viaje (incluyendo la aparición de nuevas muestras de Lonsdaleita, que debían adquirir, si ello fuera factible). Mas, al cabo, ningún rastro del preciado mineral.
Tras una semana de navegación, en que los dos hombres ahondaron en su conocimiento mutuo, compartiendo intimidades y pensamientos, llegaron al lugar en que el lago Tumba desagua por un estrecho canal en el gran río. Hasani le indicó a Eric la conveniencia de salir del cauce principal para tomar por dicho canal y arribar al lago. Allí, en lo más frondoso de su ribera, escondida del mundo, existía una comunidad pigmea que sugería visitar. Eric accedió. Todo lo que fuera salir de la ya verdiazul rutina del río le parecía una alternativa deseable, e incluso preferible. Hasta aquí, el trayecto recorrido podía considerarse como una fase de aproximación, como el surcar ascendente por la gran artería; durante este trayecto Eric ya había notado, como una sutil vibración, el ritmo pulsátil de la selva; ahora estaba a punto de sentir clara y realmente, por primera vez, poderoso, su más arcano latido.
VI
El latir de la selva
.....En la fase de diástole las aurículas reciben: por un lado, el caudal sanguíneo del sistema venoso, es una sangre desprovista ya de oxígeno, consumido por los tejidos y órganos que lo han precisado; y por el otro, desde los pulmones, la sangre oxigenada; se trata de una fase susurrante, como el murmullo estereofónico de un turbulento caudal. Después, cada aurícula vierte su caudal, con similar murmullo, al ventrículo correspondiente, llenándolo. Inmediatamente se produce un tenso silencio, el flujo se detiene; durante una ínfima fracción de segundo todas las válvulas se cierran y la presión aumenta, hasta que... Salta el chispazo, allí, en el nodo sinusal --el cerebro eléctrico del corazón--, ordenando al músculo cardíaco que ejecute la contracción ventricular, la sístole, la explosión vigorosa que impulsará la sangre de los ventrículos tanto a los pulmones (la venosa, para que se cargue de oxígeno), como a las arterias (la ya oxigenada, para que sea distribuida por todo el cuerpo). Así se realiza el latido en todos los organismos que poseen un corazón. La jungla lo posee, por eso late; y lo hace de modo análogo a como lo ejecuta el órgano cordial, sólo que en el organismo selva los diferentes órganos tienen una entidad propia y correspondiente a su multiforme naturaleza: las venas y arterias son los cauces fluviales; la sangre es el agua; los pulmones la floresta; y el corazón es diverso, casi ubicuo, lo mismo que su cerebro. En el caso de la selva, corazón, cerebro y alma comparten ámbito. El espíritu que a todos anima, del cual provienen y al que van a dar es Jengi, el Espíritu de la Selva. El organismo selva funciona en diversos planos, solapa diversas dimensiones, relaciona diversos niveles de existencia. La Naturaleza le está supeditada, cumple una función formal nada más, pero no la gobierna. La selva es un organismo autónomo que funciona como un multiverso, es: una posibilidad fractal con realidad propia......Nuestros dos amigos se dirigían, como lo hace la sangre venosa, hacia el corazón de la jungla. El lago Tumba, siguiendo con la analogía, podía asimilarse a uno de esos senos venosos, a modo de estaciones intermedias, que realizan funciones de mediación y control de los fluidos circulantes. El canal de acceso, relativamente estrecho y tortuoso, desde el río, primero tomaba dirección norte, serpenteaba durante 10 kilómetros, y después, tras remansarse en un ensanchamiento, con eje oeste-este, de 5 kilómetros, realizaba un brusco giro de 180º para dirigirse al sur durante otro trecho de 10 kilómetros, al cabo de los cuales, trazaba un ángulo de 90º y penetraba por fin en el lago. Se trataba de un lago profundo, casi negro, de aguas tranquilas, quietas, pero no muertas. Su contorno lofiforme, semejante a un rape cuya enorme cabeza apuntara al río y la cola se hundiese en lo profundo de la selva, le añadía una muy adecuada significación inconsciente: su origen arcaico, terciario, eocénico.
Allí el aire parecía detenido. Una extraña y densa calma chicha cubría como una cúpula invisible aquel apartado reducto. Cuando la chalupa hendió sus negras aguas, Hasani redujo la potencia del motor al máximo. Apenas avanzaban a un nudo de velocidad; la trepidación no era ahora más que un leve chapoloteo. Eric miró a su compañero que le devolvió la mirada, añadiendo un reconocible gesto del dedo índice sellando los labios. Y en voz baja, el guapo pigmeo dijo,
--Estamos en una región tenida como sagrada. Aquí mora Jengi, el Espíritu de la Selva, y no es aconsejable perturbarlo con sonidos horrísonos. Debemos avanzar con respeto. Ahora estamos en sus manos. De nosotros depende que salgamos como hemos entrado --Eric asintió, no sin cierta perplejidad.
A pesar de llevar diez días juntos nunca Hasani le había hablado de esta enigmática forma. Si nombró a Jengi lo hizo de forma distante, como quien cita una teodicea mitológica, irreal. Ahora el Espíritu de la Selva se hacía realidad, se imbricaba en su vida, entraba a formar parte de su aventura.
Bordearon la orilla occidental del lago. El contorno accidentado, en forma de dientes de sierra, hizo que la distancia a recorrer fuera mayor de la esperada. Entraban y salían de las continuas radas bajo las grandes copas de los árboles como si avanzasen cubiertos por una gran cúpula verde. De vez en vez se oían extraños ruidos procedentes del interior de la jungla. Eric no sabría decir si provenían de aves, reptiles, insectos o mamíferos, pero lo cierto es que parecía como si algo allí adentro estuviere cuchicheando a cerca de los intrusos. Hasani manejaba el timón con sumo cuidado. La chalupa dibujaba el perfil de la orilla como si lo acariciara. Los ojos del pigmeo penetraban la floresta como si escudriñase, como si estuvieran buscando una referencia, como si quisieran, quizá, delatar una presencia.
.....Estaba atardeciendo. El sol reverberaba en el lago encendiéndolo con llamas de oro viejo y naranjas ocres. Las penumbras comenzaban a hacer acto de presencia. Del interior de la selva un ligero murmullo comenzó a crecer gradualmente, midiendo el avance de las sombras. Cuando el sol, ocultado tras el horizonte, dejó de incendiar la superficie del agua, el lago retomó su negrura, pero aún más profunda, irradiando un invisible, mas perceptible, halo de inquietud.
--Ya hemos llegado --dijo Hasani en voz queda, y pese a ello, sobresaltando a Eric.
Se acercaron a la orilla y echaron el ancla. Aún había la luz suficiente para desembarcar y ver por dónde iban, pero sólo a condición de estar familiarizado con el lugar. Hasani, felizmente, parecía conocerlo; cogió un machete de hoja ancha y larga, una mochila y saltó a la ribera. Eric, inquieto pero confiado en su ángel de la guarda, lo siguió. Una vez en tierra, una tierra mullida que no era sino un tupido manto vegetal, Hasani comenzó a emitir un extraño sonido gutural, semejante al de un mono aullador, que se unió a la polifonía con que la selva se defendía de las sombras. Lo repitió varias veces, hasta que oyó, diferenciada del clamor crepuscular, lo que parecía una respuesta. Animó a Eric a seguirlo, adentrándose en la selva. Antes de haber dado veinte pasos, el belga sintió un pinchazo en el cuello. La exclamación se ahogó en su garganta. Se le nubló la vista. Apenas dio dos pasos y se desvaneció.
Todo alrededor se fundió en negro pero no perdió la conciencia; o, al menos, eso creía. Sí, en cambio, notó que su percepción cambiaba. Se sentía flotar, desplazarse en volandas, como un Alí Babá sobre Bagdad en su alfombra mágica; un Bagdad cuyas cúpulas y minaretes, en este caso, eran arbóreos. Oyó voces invisibles que lo rodeaban, hablando una lengua ininteligible. Era capaz de notar una realidad cerniéndose en torno suyo, pero ¿qué realidad? El sentido del tacto lo tenía embotado, adormecido, no supo si unas manos lo tocaban, lo cogían o lo llevaban; era capaz de oír, pero confusamente; y ver, no veía con los ojos pero sí con su mente, pues en ella una serie de imágenes intentaban representar lo que experimentaba. Él sólo sentía como si fuere un espíritu flotando en un mundo de tinieblas.
(continuará)
-o-o-
GALERÍA
EN EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS
ARTE AFRICANO
.
I Love You Dear - James Mbuthia 2010
.
Together as One - James Mbuthia 2010
.
.
From the Market - Kamau "Cartoon" Joseph, c 2010
.
Red Zebra - John Kamicha, 2010
.
Vulture - John Kamicha, 2010
.
The Other Side of an African Woman - Patrick Kayako, c 2010
.
Musicians Makers - Sayuki Matindiko, 2010
.
Grandfather and Grandsons - Sayuki Matindiko, 2010
.
Kilimanjaro with Jiraffes - Abdallah Saidi Chilamboni, 2012
.
Cross-eyed Leopards at the Waterhole - Cheeks, 2010
.
Buffaloes and Zebras - Ngambe, 2010
.
Antelope and Birds - Jafary Mimus, 2010
.
Leopards and Birds - Rashidi Rubuni, 2010
.
Zebras - Maiko, 2010
.
Rhino, Bird, and Butterflies - Omary Amonde, 2010
.
Zebras - Szyd-dar-es-Salaam, 2010
.
Black and White leopard - Mwamedi Chiwaya, 2010
.
Elephants with Byrds - Yasini Hasani, 2010
.
-o-
Laying Birds - Philip Olufemi Babarinlo, 1997
.
Offering - Philip Olufemi Babarinlo, 1997
.
Wall Gecko and Spider - Philip Olufemi Babarinlo, 1997
.
Mask - Philip Olufemi Babarinlo, 2012
.
King's Mask - Philip Olufemi Babarinlo, 2012
.
At King's Palace - Philip Olufemi Babarinlo, 2012
.
God of Seas - Philip Olufemi Babarinlo, 2012
.
Mask Festival - Philip Olufemi Babarinlo, 2012
.
-o-o-o-