El Eterno Femenino en la Escultura
Reflexiones esculturales
Reflexión 3: Erótica y Estética de la Escultura
(II)
.....¿Puede ser la Belleza una razón para vivir? ¿Puede ser la Estética su argumentación? ¿Puede la Erótica, a su vez, constituirse su motor? Esto es, al menos, contestando afirmativamente las tres preguntas previas, lo que yo creo. Es más, a veces pienso que la Belleza es la única razón verdaderamente importante capaz de aportar sentido a esta vida. La Belleza es intemporal, inagotable, ligada tan íntimamente a la vida que pudiera decirse, con humana propiedad, que es consustancial a ella, que nació con ella... y con la conciencia que así la reconoció como tal. No sabemos si podría hablarse de Belleza en un mundo privado de la humana conciencia. De hecho los hombres, esos mismos que poseen, mientras viven, una conciencia capaz de reconocer, aspirar a y crear Belleza, nacen y mueren de continuo; no por ello a la Belleza le ocurre otro tanto, no se va con ellos, sino que permanece, incluso en las obras que un día crearon. Si un día, que esperemos nunca llegue (aunque no sé por qué tendemos a formular este deseo, cuando a nosotros ya nos dará igual...), desapareciera el género humano sobre la faz de la Tierra, sin cumplir sus sueños de poblar otros mundos; es decir, si suponemos una raza humana fatalmente extinguida, sin otra alternativa inteligente de repuesto (inteligente a la humana manera, digo): ¿La Belleza desaparecería? ¿No seguiría estando ahí, como lo estuvo —la de origen natural— a la aparición previa del hombre? Selvas exuberantes, cataratas inimaginables, formaciones rocosas u orgánicas fascinantes, formas de vida tan diversa como extraña o impensable... todo eso existió antes de que el ser humano lo hiciera. Pero no hubo una conciencia para percibirlo y recogerlo, para archivarlo, para darlo a la luz, sino a posteriori por el mismo afán de conquista y descubrimiento que habita en lo humano.
.....¿Es la belleza, pues, una cualidad brotada con el ser pensante? Sí y no. Soy de los que cree que, en un sentido bastante cierto, la vida, la existencia, nace y cesa con cada ser humano que lo hace. Pero tengamos en cuenta que la llamada parte espiritual del ser humano, esa que hunde sus raíces en esa otra parte intermedia entre la materia —cuerpo— y lo inmaterial —espíritu— que es el alma, no sabemos a dónde va cuando su soporte material cesa en sus funciones. Quizás vuelva al lugar de donde un día surgió (si es que existe un genérico venero de donde brota el espíritu, singularizándose al hacerlo), o quizás permanezca simplemente en donde siempre estuvo y nunca dejó de estar (un espíritu ubicuo que se manifiesta imparable y ocasionalmente en forma de materia diversa, como si de destellos de su luz se tratase). Si es así, si es esto último, entonces la belleza seguirá estando ahí, pese al caduco continente eventual a través del cual la conciencia la capta, la registra y la recrea de forma singular.
.....Las obras de arte, que son parte y muestra de la Belleza, perviven y sobreviven a sus creadores, los artistas, y a quienes, contemporáneos, las vieron por primera vez. Quizás en ellas permanezca ese espíritu que es quien se reconoce desde el alma humana. ¿Son, en el caso concreto de las obras escultóricas, manifestaciones formales de lo bello, donde éste permanece de forma aislada o autónoma del ser que las creó? ¿Es una determinada escultura ese mensaje en una botella enviado a través de las épocas, y cuyo cifrado mensaje —belleza formal de una idea— es común a todo espíritu, tal y como lo concebimos los humanos? ¿El erotismo que posee, es independiente tanto de su creador como de sus observadores? ¿O, bien al contrario, la carga erótica le viene tanto por haber sido insuflada por el artista, como re-interpretada por quien disfruta con su contemplación? ¿No quedará en la obra ejecutada, en la piedra esculpida, en la arcilla modelada, en el metal forjado y moldeado, el aliento del creador, latiendo callado esperando a quien lo interprete con ojos y alma sensibles?
.....Existen dos componentes en el fenómeno estético que darán, como resultado de su radicalización, dos perspectivas diversas y complementarias en toda visión del arte. Nietzsche fue quien las definió, desde su análisis del sentido trágico en la vida y el arte griego clásico, y acuñó su nombre: lo dionisíaco y lo apolíneo; dos fuerzas dispares y divergentes, como los dos extremos de un arco, y como en éste necesarios el uno para el otro... para que el arco sea arco, o sea, para que pueda tensarse la cuerda que lance la flecha hacia el blanco: toda esta imagen compleja —arco, cuerda, flecha, blanco— es lo que, por analogía, constituye el arte en general, siendo la flecha la obra de arte (el mensaje codificado en la forma, que es portador de belleza), el blanco el observador, la cuerda el artista y el arco el magma informe de donde el arte surge, su lenguaje, su modo, su tema, su razón o sinrazón.
.....De la misma forma, o por lo mismo, existen dos perspectivas opuestas del arte; la hedonista y la ascética. La primera intenta materializar el espíritu, encarnar el alma en las sensaciones que el cuerpo experimenta. La segunda, al contrario, pretende sublimar el cuerpo, volverlo ligero, etéreo, espiritualizándolo. La perspectiva hedonista puede considerarse el resultado de una exacerbación de lo dionisíaco en lo estético; la perspectiva ascética, en cambio, es propia del rigor de lo apolíneo. Claro que alguien me afeará esta analogía, replicándome que Nietzsche jamás hubiera consentido hablar de ascetismo (concepto que el odiaba, por empobrecedor de todo lo verdadera y fecundamente vital) en su dilogía de conceptos griegos. Pero yo no soy Nietzsche, aunque lo admire y me sienta profundamente influido por su poderoso y lúcido pensamiento, y me arrogo el derecho a utilizar las imágenes disponibles como mejor me convenga, si con ellas construyo algo más o menos sólido. Y si asocio apolíneo con ascetismo, no lo hago por endilgarle a aquél cilicios y ayunos, sino por adjudicarle a éste proporción y armonía, y contención y control.
.....El hedonista se arrobará ante la obra de arte especialmente bella sintiendo una hiper excitación de todos sus sentidos, se sentirá estimulado e impulsado a dar cumplida cuenta a esos sentidos así estimulados e hiper excitados, se comportará como un completo esteta, capaz de vivir y sentir la vida, en todo, desde una perspectiva artística, sacrificando toda otra consideración, sobre todo lo que atañe a lo necesario y empobrecedor; el hedonista es un romántico sensual. El ejemplo más paradigmático —de los muchos que pueden ofrecerse— de este tipo de esteta es el de Oscar Wilde (más aún que Casanova, o cualquier otro de los libertinos ilustrados del siglo XVIII).
.....El ascético, en cambio, se sentirá flotar en presencia de la belleza superlativa, supeditando todo gozo a una especie de sensualidad espiritual, a modo de una organicidad sensorial del espíritu. Quedará completamente ahíto y lleno, con esta su sensación de levedad y aligeramiento de los sentidos, y no sentirá la necesidad de dar a los del cuerpo cumplida satisfacción —como en el caso anterior—, sino que, sabiendo que en él eso es imposible (la satisfacción, en el grado que se experimenta), ni lo intenta siquiera para evitar la frustración. Como las olas en una marejada, en su alma, la quietud ha de volver por sí misma, cuando la excitación anímica se haya colmado. Todos los místicos que en el mundo han sido (Juan de la Cruz, Teresa de Ávila, Ibn Arabí, Matsuo Basho —quien sin duda lo fue entre los monjes zen del país del haiku), y muchos de los poetas románticos (entre a los que incluyo a Dante y a Petrarca), pertenecen a este registro.
.....Lo anterior tiene todo que ver con la escultura. Pues es la escultura una de las flechas más agudas que el arte lanza al gozoso observador. Quizás por esa cercanía (ya comentada anteriormente) con la realidad, por lo que esa cercanía contiene de prodigioso (el demiurgo creando al bello Golem). El pasmo está a la vuelta de la esquina; si no que lo digan cuantos se hayan encontrado al pie de los tres metros de David del inigualable Michelangelo, o quien haya tenido ante sí la sublime hermosura de las Tres Gracias de Canova, o haya podido sentir el poderoso aliento del genio al acercarse al Rapto de Proserpina del cavaliere Bernini, y en tantas otras ocasiones.
.....El pasmo está servido, y con él, la turbación que, atendiendo a nuestra adscripción hedonista o ascética, provocará en nosotros la subsiguiente reacción: estimulante de los sentidos corporales o/y enardecedor de un placer inefable, situado en un plano eminentemente incorpóreo. Como en toda dicotomía —por definición convencional—, es casi imposible encontrarse con tipos puros de una o otra descripción, lo habitual es que cada observador posea una determinada proporción de uno y otro (es decir; se acercará más a una perspectiva hedonista que ascética, o viceversa).
.....Porque, en resumidas cuentas ¿es todo cuestión de física y química por un lado, y metafísica y ontología por otro? ¿Son separables, existe una frontera entre uno y otro reino; o es más bien otro convencionalismo? ¿No será todo producto de una simple analogía que el ser humano ha establecido entre el mundo de lo material (el que contiene a su cuerpo) y el de lo espiritual (que parece escaparse a los límites y coordenadas de lo material)? ¿Y si todo fuese uno? Es decir, que no fuera posible por separado, sino junto y a la vez (como los dos extremos del arco del arte, mencionado más arriba).
.....Quizás el mayor obstáculo a esta concepción unitaria de la existencia se deba a la resistencia que el ser humano ofrece ante la inexorable constatación de su destino (la muerte): el cuerpo, un malhadado día, muere, cesa, desaparece, ¿sucede lo mismo con el alma, con esa parte incorpórea donde ubicamos los sentimientos y emociones? Como nos resistimos a que esto sea así (es la única solución que se nos ofrece para evitar una muerte total y absoluta), nos inventamos, o queremos creer (con todas nuestras fuerzas, las fuerzas con las que brotan las religiones), que hay otra vida después; una vida que seguirá y dará cumplida satisfacción a nuestro insatisfecho anhelo —de inmortalidad— y consuelo a nuestra inevitable angustia —por ser aniquilados.
.....¿Es la belleza, pues, una cualidad brotada con el ser pensante? Sí y no. Soy de los que cree que, en un sentido bastante cierto, la vida, la existencia, nace y cesa con cada ser humano que lo hace. Pero tengamos en cuenta que la llamada parte espiritual del ser humano, esa que hunde sus raíces en esa otra parte intermedia entre la materia —cuerpo— y lo inmaterial —espíritu— que es el alma, no sabemos a dónde va cuando su soporte material cesa en sus funciones. Quizás vuelva al lugar de donde un día surgió (si es que existe un genérico venero de donde brota el espíritu, singularizándose al hacerlo), o quizás permanezca simplemente en donde siempre estuvo y nunca dejó de estar (un espíritu ubicuo que se manifiesta imparable y ocasionalmente en forma de materia diversa, como si de destellos de su luz se tratase). Si es así, si es esto último, entonces la belleza seguirá estando ahí, pese al caduco continente eventual a través del cual la conciencia la capta, la registra y la recrea de forma singular.
.....Las obras de arte, que son parte y muestra de la Belleza, perviven y sobreviven a sus creadores, los artistas, y a quienes, contemporáneos, las vieron por primera vez. Quizás en ellas permanezca ese espíritu que es quien se reconoce desde el alma humana. ¿Son, en el caso concreto de las obras escultóricas, manifestaciones formales de lo bello, donde éste permanece de forma aislada o autónoma del ser que las creó? ¿Es una determinada escultura ese mensaje en una botella enviado a través de las épocas, y cuyo cifrado mensaje —belleza formal de una idea— es común a todo espíritu, tal y como lo concebimos los humanos? ¿El erotismo que posee, es independiente tanto de su creador como de sus observadores? ¿O, bien al contrario, la carga erótica le viene tanto por haber sido insuflada por el artista, como re-interpretada por quien disfruta con su contemplación? ¿No quedará en la obra ejecutada, en la piedra esculpida, en la arcilla modelada, en el metal forjado y moldeado, el aliento del creador, latiendo callado esperando a quien lo interprete con ojos y alma sensibles?
.....Existen dos componentes en el fenómeno estético que darán, como resultado de su radicalización, dos perspectivas diversas y complementarias en toda visión del arte. Nietzsche fue quien las definió, desde su análisis del sentido trágico en la vida y el arte griego clásico, y acuñó su nombre: lo dionisíaco y lo apolíneo; dos fuerzas dispares y divergentes, como los dos extremos de un arco, y como en éste necesarios el uno para el otro... para que el arco sea arco, o sea, para que pueda tensarse la cuerda que lance la flecha hacia el blanco: toda esta imagen compleja —arco, cuerda, flecha, blanco— es lo que, por analogía, constituye el arte en general, siendo la flecha la obra de arte (el mensaje codificado en la forma, que es portador de belleza), el blanco el observador, la cuerda el artista y el arco el magma informe de donde el arte surge, su lenguaje, su modo, su tema, su razón o sinrazón.
.....De la misma forma, o por lo mismo, existen dos perspectivas opuestas del arte; la hedonista y la ascética. La primera intenta materializar el espíritu, encarnar el alma en las sensaciones que el cuerpo experimenta. La segunda, al contrario, pretende sublimar el cuerpo, volverlo ligero, etéreo, espiritualizándolo. La perspectiva hedonista puede considerarse el resultado de una exacerbación de lo dionisíaco en lo estético; la perspectiva ascética, en cambio, es propia del rigor de lo apolíneo. Claro que alguien me afeará esta analogía, replicándome que Nietzsche jamás hubiera consentido hablar de ascetismo (concepto que el odiaba, por empobrecedor de todo lo verdadera y fecundamente vital) en su dilogía de conceptos griegos. Pero yo no soy Nietzsche, aunque lo admire y me sienta profundamente influido por su poderoso y lúcido pensamiento, y me arrogo el derecho a utilizar las imágenes disponibles como mejor me convenga, si con ellas construyo algo más o menos sólido. Y si asocio apolíneo con ascetismo, no lo hago por endilgarle a aquél cilicios y ayunos, sino por adjudicarle a éste proporción y armonía, y contención y control.
.....El hedonista se arrobará ante la obra de arte especialmente bella sintiendo una hiper excitación de todos sus sentidos, se sentirá estimulado e impulsado a dar cumplida cuenta a esos sentidos así estimulados e hiper excitados, se comportará como un completo esteta, capaz de vivir y sentir la vida, en todo, desde una perspectiva artística, sacrificando toda otra consideración, sobre todo lo que atañe a lo necesario y empobrecedor; el hedonista es un romántico sensual. El ejemplo más paradigmático —de los muchos que pueden ofrecerse— de este tipo de esteta es el de Oscar Wilde (más aún que Casanova, o cualquier otro de los libertinos ilustrados del siglo XVIII).
.....El ascético, en cambio, se sentirá flotar en presencia de la belleza superlativa, supeditando todo gozo a una especie de sensualidad espiritual, a modo de una organicidad sensorial del espíritu. Quedará completamente ahíto y lleno, con esta su sensación de levedad y aligeramiento de los sentidos, y no sentirá la necesidad de dar a los del cuerpo cumplida satisfacción —como en el caso anterior—, sino que, sabiendo que en él eso es imposible (la satisfacción, en el grado que se experimenta), ni lo intenta siquiera para evitar la frustración. Como las olas en una marejada, en su alma, la quietud ha de volver por sí misma, cuando la excitación anímica se haya colmado. Todos los místicos que en el mundo han sido (Juan de la Cruz, Teresa de Ávila, Ibn Arabí, Matsuo Basho —quien sin duda lo fue entre los monjes zen del país del haiku), y muchos de los poetas románticos (entre a los que incluyo a Dante y a Petrarca), pertenecen a este registro.
.....Lo anterior tiene todo que ver con la escultura. Pues es la escultura una de las flechas más agudas que el arte lanza al gozoso observador. Quizás por esa cercanía (ya comentada anteriormente) con la realidad, por lo que esa cercanía contiene de prodigioso (el demiurgo creando al bello Golem). El pasmo está a la vuelta de la esquina; si no que lo digan cuantos se hayan encontrado al pie de los tres metros de David del inigualable Michelangelo, o quien haya tenido ante sí la sublime hermosura de las Tres Gracias de Canova, o haya podido sentir el poderoso aliento del genio al acercarse al Rapto de Proserpina del cavaliere Bernini, y en tantas otras ocasiones.
.....El pasmo está servido, y con él, la turbación que, atendiendo a nuestra adscripción hedonista o ascética, provocará en nosotros la subsiguiente reacción: estimulante de los sentidos corporales o/y enardecedor de un placer inefable, situado en un plano eminentemente incorpóreo. Como en toda dicotomía —por definición convencional—, es casi imposible encontrarse con tipos puros de una o otra descripción, lo habitual es que cada observador posea una determinada proporción de uno y otro (es decir; se acercará más a una perspectiva hedonista que ascética, o viceversa).
.....Porque, en resumidas cuentas ¿es todo cuestión de física y química por un lado, y metafísica y ontología por otro? ¿Son separables, existe una frontera entre uno y otro reino; o es más bien otro convencionalismo? ¿No será todo producto de una simple analogía que el ser humano ha establecido entre el mundo de lo material (el que contiene a su cuerpo) y el de lo espiritual (que parece escaparse a los límites y coordenadas de lo material)? ¿Y si todo fuese uno? Es decir, que no fuera posible por separado, sino junto y a la vez (como los dos extremos del arco del arte, mencionado más arriba).
.....Quizás el mayor obstáculo a esta concepción unitaria de la existencia se deba a la resistencia que el ser humano ofrece ante la inexorable constatación de su destino (la muerte): el cuerpo, un malhadado día, muere, cesa, desaparece, ¿sucede lo mismo con el alma, con esa parte incorpórea donde ubicamos los sentimientos y emociones? Como nos resistimos a que esto sea así (es la única solución que se nos ofrece para evitar una muerte total y absoluta), nos inventamos, o queremos creer (con todas nuestras fuerzas, las fuerzas con las que brotan las religiones), que hay otra vida después; una vida que seguirá y dará cumplida satisfacción a nuestro insatisfecho anhelo —de inmortalidad— y consuelo a nuestra inevitable angustia —por ser aniquilados.
.....Las obras de arte en general y las esculturas en particular cumplen esta misión de señuelo, de añagaza, de argucia o engaño, con que derrotar el sentimiento de angustia por medio del arte que pervive (y si pervive el arte, creado por el humano, cómo no va a sobrevivir, de alguna ignota forma, esa parte de él capaz de crearlo —nos decimos con silogístico afán). Y es desde esta perspectiva, también, desde la cual nos arrobamos ante la obra superlativa o especialmente delicada (esa que nos hace sentir un íntimo temblor, pleno de erotismo y vitalidad): porque en ella sentimos el latido inmarcesible de lo eterno.
.....A mitad de camino entre la maleable mujer de yeso y la consistente mujer de mármol, la mujer de alabastro tiene virtudes singulares, si menos sublimes que las detentadas por la segunda, más delicadas que las poseídas por la primera. Es, María —nuestra mujer de alabastro—, translúcida por naturaleza, mas no totalmente transparente, lo que le hace especialmente atractiva y sugerente, pues esa leve veladura de misterio que posee hace su belleza aún más inexplicable e inasible. Porque María, de una forma vulgar si se quiere, es bella, inexplicablemente (ya lo he dicho) bella, absolutamente bella, increíblemente bella. Pocos podrían decir dónde reside su hontanar de belleza, pero ahí está, patente, incontestable, sorprendiéndonos desde su hermosa sencillez. Su presencia es de las que nunca pasa desapercibida, ya que está dotada de un brillo singular, de una pátina de suave y pulida apariencia. Amable hasta el paroxismo, nunca le faltarán admiradores, así se encuentre en las zonas más apartadas u oscuras de una estancia: siempre dejará pasar la luz —una luz sorprendentemente hermosa, más hermosa que la luz misma—, una luz tamizada por su ser, embellecida, velada como la misma existencia.
.....Y después de todo se trata, en el fondo y en la forma, de una mujer frágil, casi quebradiza, por más que tenga una equívoca apariencia vítrea. En este, su, caso la apariencia engaña, en lo relativo a su carácter. Lo que no deja de aportarle aún más atractivo. Si ese cristalino aspecto con que se muestra se confirmara es posible que parte de su atractivo, demostrándose previsible, desaparecería al revelarse. Pero no, con María nunca sabes dónde está el límite, cuánto va a aguantar o cuando puede hacerse añicos entre tus dedos. Esa fragilidad la dota de un encanto irresistible que induce, por si fuera poco, a la ternura. Así pues, ¿cómo sentirse ante alguien con tan irresistible contradicción de virtudes?. Decididamente uno se siente, en un primer momento, perplejo, para después, a medida que uno se habitúa a su desconcertante presencia, ir cayendo rendido ante la evidencia de su irresistible singularidad, tan provista de paradojas.
.....Ama el hombre la paradoja en la mujer. Me refiero, por si aún cabe duda, al hombre inteligente. El hombre romo, el simple, el ordinario, se conforma, e incluso prefiere, una mujer sin problemas, sin veladuras, todo transparencia, neta, sin rincones oscuros, sin esquinas, toda curvas, y mejor cuanto más abiertas. Pero el hombre inteligente, el inconformista, el conquistador de entelequias, el descubridor de territorios hostiles e ignotos, en la mujer, ése, ama lo enigmático de la mujer de alabastro incluso más de lo que pueda nunca llegar a amar la evidente perfección de la de mármol.
.....Tiene sensualidad, María, pero es una sensualidad tan delicada como su naturaleza, tan tierna, tan sensible. Podría aventurarse para María el destino de una virgen vestal, o el de una santa anónima que viva en olor de su propia e ignorada santidad (no una Juana de Arco, demasiado pública y expuesta), o el de una de esas mujeres misteriosas que inspiran a los poetas románticos fantasmas femeninos encarnados en rayos de lunas, o en sombras de florestas, o en cánticos de ultratumbas que en oscuras noches de marzo se dejan oír en los ruinosos claustros de monasterios abandonados por la voluntad de dios y la impiedad de los hombres, entregados a la voracidad del tiempo.
.....En su sensualidad, María, fecunda la luz, la impregna de su lubricidad pía, virginal, recreando el ámbito de lo divino allí donde se instala. Divina sencillez que promueve el recogimiento y la introspección, y la búsqueda de lo sagrado en los recovecos más ignotos del propio alma. Y uno, siendo hombre —mas hombre inteligente— la perseguirá allí donde la encuentre, donde se sienta bañado por su luz fecundada y fecundante; y temerá acariciarla, no se quiebre entre sus dedos; y temerá abrazarla, no se deshaga entre sus brazos; y temerá besarla, no se empañe su divina luz; y temerá, más que nada, enamorarse de ella, porque sabe que habrá de renunciar a todo para seguirla, que renunciará a todo sin remisión con tal de seguirla; y temerá, por fin, haberla conocido siquiera, pues que al conocerla ya su propia vida no valdrá nada, sino en función de la de ella. Temerá esa disolución de su ser en el ser de la mujer de alabastro, en María, porque acaso encuentre en ello la felicidad, una felicidad brotada, satisfecho surtidor, de la renuncia de sí mismo, para fundirse en lo otro —en ella.
.....Cuerpo eternamente núbil el de María, apenas recrecido en las curvas excitantes, mas esbozado en las formas sugerentes donde habita el misterio de la existencia, ésa que, encrucijada de posibilidades, todo lo promete porque nada está en ella definido ni determinado. Flecha a punto de ser disparada, posee, en esa su velada luz embellecida, toda la tensión de la cuerda estirada al límite: vida potencial a punto de salir disparada en pos de una asombrosa, deseada, existencia cinética.
.....Mujer de alabastro, María, naturaleza virginal cara a Isis, crisol que acoge el perfume de la vida, un perfume de nardos y azucenas, blanco como la inmortalidad. María inmaculada, Vía Láctea, Galatea que inunda de lechosa sugerencia el ámbito de lo sagrado que el hombre ansía mancillar en su locura de deseo insaciable. Naturaleza de nube, de nieve detenida, de deslumbrante resol de cumbres celestiales.
.... Mujer de alabastro, María, en tu fragilidad tu fuerza, en tu suavidad tu poder, en tu delicadeza tu dominio; imperatrix virginal, señora de las noches posibles y de los días irreales; prodigio de equilibrio en el filo del fracaso, en la punta del desastre, al cabo del abismo; mujer la más humana de entre todas, la más divinamente improbable, la más sagradamente concebida e inconcebible.
.....Mujer de Alabastro, María, soporte de anhelos de pureza, de deseos trascendentes, de aspiraciones inalcanzables, de pasiones sublimadas, de sensualidad sometida. Lo eres todo siendo apenas luz transmutada, apenas idea presentida, apenas parto de procelosos montes bajo firmamentos estrellados, pero, sobre todo, siendo ansia de eternidad en la fragilidad milagrosa.
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GALERÍA
EL ETERNO FEMENINO EN LA ESCULTURA
Último tercio del siglo XIX y primero del XX
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ÁMBITO ANGLOSAJÓN (1)
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GALERÍA
EL ETERNO FEMENINO EN LA ESCULTURA
Último tercio del siglo XIX y primero del XX
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ÁMBITO ANGLOSAJÓN (1)
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THOMAS BROCK
1926-
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Eve
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Eve
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Eve (detail)
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BERTRAM MACKENNAL
1863-1931
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Diana Wounded (Marble)
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Diana Wounded (Bronze)
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Circe
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Circe
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Circe
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Circe
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Circe
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Circe (detail)
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Circe (detail)
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Circe (detail, bacK Head)
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Salome
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Salome
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Salome (details)
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The Dancer
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The Dancer (detail)
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Truth
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Vesta
RANDOLPH ROGERS
1825-1892
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The Lost Pleiade
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The Lost Pleiade, 1874-75
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The Lost Pleiade, 1874-75 (detail)
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The Lost Pleiade, 1874-75 (detail)
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The Lost Pleiade, 1874-75 (detail)
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The Lost Pleiade, 1874-75 (detail)
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Ruth Gleaning, 1853 (1860 carved)
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Ruth Gleaning, 1853 (1860 carved)
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Nydia, the Blind Flower Girl of Pompeii
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3 Versions of
Nydia, the Blind Flower Girl of Pompeii
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The Somnambula
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CHAUNCEY BRADLEY IVES
1810-1894
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Undine rising from the Waters, 1880-82
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Undine rising from the Waters, 1880-82 (detail)
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Undine rising from the Waters, 1880-82 (detail)
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Undine rising from the Waters, 1880-82 (detail)
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Undine rising from the Waters, 1880-82 (back)
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Undine receiving her Soul
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Pandora
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Pandora
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Pandora
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Ideal Figure with Harp, c 1871
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Ideal Figure with Harp, c 1871 (detail)
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Ideal Figure with Harp, c 1871 (detail)
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Rebecca at the Well, 1866
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Rebecca at the Well, 1866
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Bacchante, 1848
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Bacchante, 1848
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Ariadne
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Sans Soucy, 1863
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Sans Soucy, 1863
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FREDERICK WELLINGTON RUCKSTULL
1853-1942
Evening, 1887-1891
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Evening (black an white)
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WILLIAM HENRY RINEHART
1825-1874
Clytie
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Sleeping Children
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Atalanta
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Antígona
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Latona
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