Este post surge con motivo de la contemplación de una imagen poderosa procedente de un cuadro que aun sin grandes pretensiones, una de esas expresiones románticas del academicismo francés de la segunda mitad del siglo XIX en que se representa una escena clásica o mitológica, logra impactar en la mirada descuidada pero atenta de la sensibilidad anhelante de belleza.
Se trata de Friné ante el Areópago, de Jean-Leon Gerôme. Una tela de mediano tamaño (80 cm x 128 cm) que esconde mucho más de lo que muestra a simple vista.
La primera vez que supe de esta obra fue gracias a Héctor Amado, gran amante de todo lo que tenga que ver con el clasicismo, pero, sobre todo, con su expresión artística y nouménica; así: filosofía, mitología, teodicea, escultura, arquitectura, poesía, épica, historia, etc., son temas en los ques e sumerge con delectación y, a veces, embeleso.
Pues bien, recuerdo un día, en que discutíamos o charlábamos sobre la belleza y sus atributos, a la vista de una de esas representaciones pétreas de alguna de las Venus clásicas que decoran hornacinas de los centros de placer que discretamente se ubican en la Cité Lumière. Él me señaló entonces la revelación que tuvo la primera vez que observó esta representación, parece que histórica -aunque siempre hay quien la tilda de legendaria-, acerca de una hetaira (o hetera) nacida en Tespias, Beocia, en 328 AdC, cuya belleza extrema sería causa de admiración y animadversión, quien, acusada de asebeia (o impiedad; el mismo delito que causó la desgracia de Sócrates) por un amante despechado, tuvo que someterse a juicio ante los heliastas (magistratura de Atenas inmediatamente inferior al Areópago, que celebraba sus sesiones a cielo abierto).
Friné, que, a la sazón, era amante y modelo del escultor Praxíteles (se especula que la Venus de Cnido, no es otra que la famosa tespiana), fue defendida por Hipérides, discípulo de Platón y gran dialéctico, que ante lo infructuoso de su hábil alegato, recurrió a un golpe de efecto subrayando su impecable discurso con los argumentos incontestables de la extraordinaria belleza de quien había sido modelo repetida para la más bella de las deidades, Afrodita: despojando a su defendida del peplo que la cubría, mostró a los jueces el tributo vivo que para la diosa era la belleza de semejante mujer, mostrando, así, lo que sería un delito aún mayor al privar a la sociedad ateniense de quien tan bien representaba a la más querida deidad de su panteón religioso.
Ni qué decir tiene que la hetera fue absuelta. Pero no por algo tan trivial como la contemplación de la belleza física, ni tan ordinario como la humana concupiscencia, sino porque el diestro alegato del magistrado estuvo enfocado continuamente hacia la abstracción que debiera hacerse del cuerpo de Friné, más allá de su estructura física, para enmarcarse en el ámbito de lo sagrado, de lo divino, aquello mismo que había sido la base y fundamento de la denuncia con que se la acusaba. Si Hipérides lograba persuadir a los magistrados que estaban ante la representación de la divinidad, éstos no podrían condenarla por impiedad; si por revelar los secretos eleusinos (segunda falta que se le atribuía), derecho tendría a hablar de ellos quien era poco menos que una delegación de la diosa en la tierra.
Héctor me dijo que había hecho un viaje exprofeso a Hamburgo para ver la tela en su ubicación actual: la KunstHalle. Me dijo que allí se pasó una hora contemplando el cuadro. Abstraído y atraído por ese foco luminoso que es el cuerpo de Friné, sobre el que están todas las miradas, mientras que ella misma, la observada, se cubre el rostro con el brazo en un gesto medido y quizás estudiado, para privar de identidad mortal a quien era reconocida como representación de Afrodita. Aquellos ojos fijos en la Belleza, en lo incontestable, en lo argumentado sin necesidad de argumento, aquellas púrpuras -rojo pasión- sorprendidas y prendadas de la nívea y ebúrnea piel -casi marmórea- que aparece como una súbita visión bajo el peplo azul -signo de inteligencia, color de Hera- impactando sus mentes y sus corazones, e inundándolos de una piedad capaz de sobreseer las denuncias de impiedad vertidas sobre ella. Todo esto está en el cuadro de Gerôme, pero no contento con eso, Héctor se puso a indagar sobre esta interesante mujer que ne su época ocupaba el escalafón más alto de libertad a la que una mujer podía optar. Dueña de sus cuantiosos ingresos, pues una hetera era mucho más que una simple prostituta de lujo, esta casta especial de mujeres libres poseían una cultura elevada y unos modales y educación que las permitían ser reclamadas en simposios y banquetes de las familias más ricas e influyentes de Atenas (Se dice de Friné que quiso reconstruir con su dinero las murallas de Tebas que fueron destruidas por Alejandro, haciéndolo constar así en ellas; parece ser que este deseo suyo fue desestimado por las autoridades).
El caso es que la curiosidad se acomodó ya entonces en mi mente y ha sido un cuadro, una historia, recurrente en mi bagaje artístico. Hoy, por fin, ha llegado el momento de rendirle homenaje. Pero la labor de preparación y recopilación de documentación, felizmente, ha sobrepasado mis expectativas y dado el abundante material aparecido, deberé dividir su exposición en más de una entrega (quizás dos o tres).
En esta primera, lo presento (valga para ello, esta breve introducción de su causalidad), y aporto el poema que le dedicara Héctor, escrito en aquel su abuhardillado retiro parisino.
Acompaño los textos, con dos representaciones de la protagonista, la que ha originado todo esto y otra de una supuesta copia de la Venus de Tespias, de Praxíteles, encargada por Friné.
La música elegida no podía ser otra, para celebrar la exaltación de la Belleza, que una cantanta del genio de Eisenach, del músico de músicos, del que es expresión máxima de la belleza musical, tanto coral, como instrumental: Johann Sebastian Bach; se trata del Psalm nº 51, BWV 1083 Tilge, Höchester, meine Sünden.
EL JUICIO DE FRINÉ
¿Quién es esta Friné que hasta aquí llega
vestida nada más que de hermosura,
toda vez que el peplo azul la mano diestra
de Hipérides alzó tan oportuna?
¿Quién es ésta que luminosa se muestra
esplendorosa hija de la blanca espuma?
¿Quién es que los ojos de los jueces ciega
y la razón a su emoción vincula?
Acusada de impiedad hacia los dioses
por un ingrato amante despechado,
la que fuera modelo de escultores
y tributo al amor y su retrato,
la que a Venus brindara cuerpo y honores
y a los hombres placeres y agasajos,
ante un jurado está, inmisericorde,
que pretende condenarla sin reparos.
Muestranse fríos los jueces al discurso
del amante que abogado es de la rea,
pese al calor que en la arenga éste dispuso
y a la pericia de que hizo evidencia;
es la impiedad el delito más impúdico
de aquella impúdica y clásica Atenas,
el mismo crimen que a Sócrates supuso
dar fin a su filosófica carrera.
Mas he aquí que la Belleza conmueve,
donde no pudo el arte de Sofía
invocando razones de la mente,
con argumentación más disuasiva:
sagaz golpe de efecto, el velo leve
quitó del bello cuerpo de la ninfa,
el defensor que astuto la defiende,
mostrando las razones de Afrodita.
Jueces los ojos de quienes, tan severos,
justicia bajo la luz del sol observan,
deliberan y sentencian, muy abiertos,
de formas tan rotundas la inocencia,
pues no conciben cuerpo tan perfecto
sin mediar la divina providencia:
de impiedad, unánimes y circunspectos,
absuelven a deidad tan manifiesta.
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LInks de Interés:
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