Preámbulo
El hijo
Que viene, madre, que viene...
la noche ya está llegando;
abrázame fuerte, madre,
estréchame en tu regazo,
que las sombras me dan miedo
con su tenebroso manto.
La madre
No temas nada mi niño,
no temas, mi bien amado,
que en el amor de tu madre
hallarás siempre resguardo;
reposa sobre mi seno
tu corazón puro y cándido.
El hijo
Cuéntame un cuento, madre,
de esos que me gustan tanto,
donde valerosos niños
y personajes fantásticos
afrontan mil peripecias
llenas de magia y de encanto.
Viene tan negra la noche,
son tan negros sus presagios,
que a pesar de que la nieve
todo lo cubre de blanco
no podrá con la negrura
que, sin luna, está llegando.
La madre
No temas nada mi niño,
no temas, mi bien amado,
dispón tu espíritu inquieto
para escuchar un relato
donde un niño valeroso
colmó una noche de encanto.
El hijo
¿Y ese Niño pudo, madre,
vencer con valor su pánico?
¿Cómo era, madre, su aspecto?
¿Era fuerte? ¿Era sabio?
¿De qué color su cabello:
rubio, bermejo, castaño?
¿Sus ojos eran azules,
quizás verdes, o almendrados?
¿Tenía amigos valientes
y enemigos despiadados?
Cuéntame ese cuento, madre,
por ver si mi miedo espanto.
1ª Parte
La madre
Era una noche de invierno,
como ésta, de negro sayo,
con escarcha por el suelo
y en el firmamento raso
mil estrellitas de hielo,
ateridas, tiritando.
Nada se mueve en la tierra
salvo el frío por el páramo
en ulular de cuchillos
cortando todo a su paso.
Mala noche en Palestina,
fecunda en tristes presagios.
De la negrura unas sombras
surgen con paso cansado:
un hombre de pasos mudos
y un ronco sonar de cascos;
sobre un pollino una joven
siente cercano ya el parto.
Buscan posada caliente
entre postigos cerrados
—nadie acoge a forasteros
que emergen del frío páramo—,
hasta que en Belén encuentran
aposento en un establo:
en él un buey les saluda
con mugido hospitalario,
brindándoles compañía
y su lecho de heno cálido;
allí dará a luz la joven
al Niño que está esperando.
Sobre el dintel de la puerta
un ángel vigila enviado
al divino nacimiento
de quien será soberano,
no de reinos sino de almas,
rey sin trono y sin palacio.
Vigila porque el peligro
les viene siguiendo el rastro:
fieros chacales sombríos
de colmillos afilados
que van dejando una estela
de sangre, dolor y llanto.
Los enemigos son muchos
y los amigos escasos:
aquellos baten la noche
por las sombras amparados,
mientras estos le protegen
con su cuerpo y su cuidado;
buscan aquellos a un niño,
siguiendo un edicto infausto,
porque teme el rey Herodes
que le suplante en el cargo
un recién nacido insigne
que auspician gran soberano;
son estos pocos y humildes,
pues al noble buey y al asno
solo un ángel acompaña
en el portal, vigilando...
Mas, hete aquí que una estrella
acude brillando en lo alto
señalando así el camino
a tres poderosos Magos,
Reyes de lejanos reinos,
Señores de mil arcanos,
que a rendirle honores llegan
en camellos y a caballo.
No llevan con ellos armas
sino símbolos palmarios
de la triple condición
que atribuyen al neonato:
la divina, la real
y la de un mortal mesiánico.
Oro, incienso y mirra donan
los taumaturgos, postrados,
a lo que el Niño responde
con sus mejores regalos:
una sonrisa en su cara
y bendición en sus manos.
El hijo
¿Pero el Niño, entonces, madre,
es un héroe disfrazado?
¿Es el rey que teme Herodes?
¿Por qué no tiene palacio?
¿Por qué sus padres se ocultan,
deambulando, por el páramo?
La madre
Héroe será, hijo mío,
de destino extraordinario;
mas ahora es solo un niño
que sonríe, sin cuidado,
a la noche tenebrosa
que intenta asustarlo en vano.
Rey de reyes le dirán,
mas de espinas coronado;
ahora ciñen su sienes
mechones de pelo ralo.
Si ha nacido en un pesebre
en vez de en nogal tallado,
si retoza entre las pajas
y no en telas de Damasco,
es porque su majestad
ajena es a lo mundano.
Y si sus padres se esconden,
si deambulan sin descanso,
es por rehuir el acoso
de quien pretende encontrarlos,
prevenidos por un ángel
que les va franqueando el paso.
Bien verás, hijo querido,
que el Niño de mi relato
es cualquier niño del mundo,
del presente o del pasado:
un héroe siempre en potencia
y un adalid necesario.
2ª Parte
El hijo
Continúa el cuento, madre,
¿Sabes que me está gustando?
¿Qué va a pasar con el Niño?
¿Saldrá al final bien librado?
¿Vencerá a sus enemigos,
y a ese Herodes tan tirano?
La madre
Escucha atento, hijo mío,
escucha mi bien amado,
pues del cuento aquí comienza
su segundo y mejor acto,
aquél en dónde se cuenta
cómo el Niño salió salvo.
Rompe el silencio en la noche
un alboroto lejano
que poco a poco se acerca
inquietándoles el ánimo...
...mas, no son fieros chacales
sino pastores cantando
que avisados por un ángel
comparecen al reclamo
pertrechados de canciones
en honor del Niño santo:
son tropas de alegres gentes
que acuden a celebrarlo.
Portan consigo la bulla,
el jaleo y el fandango;
tocan palmas y panderos,
y crótalos de castaño,
y zambombas bien tensadas,
y caramillos de cálamo.
Ya la noche se hace día,
lo gélido, ambiente cálido;
las caras lucen sonrisas,
y en los cuerpos los halagos
se suceden mientras bailan
los zagales más galanos.
En sus hombros traen corderos,
cestas de mimbre en sus manos;
unos preparan fogatas
y otros extienden en paños
manjares, vinos y dulces
con que ofrendar agasajo.
El Niño ríe contento,
el Niño se muestra ufano:
ya la noche tenebrosa
luminosa se ha tornado,
pues junto a los reyes goza,
jubiloso, el pueblo llano.
Mientras tanto los chacales,
cobardes, pasan de largo;
no se atreven, temerosos,
en la fiesta a entrar a saco;
no desean ir por lana
y resultar trasquilados.
Herodes desde el castillo
otea hacia todos lados,
y se tapa los oídos
para no escuchar los llantos
provocados por su edicto
y sus viles mercenarios.
El clamor de los lamentos,
el rigor de los sudarios,
le seguirán de por vida,
por la noche, atormentando;
su crueldad tendrá el castigo
que merecen los malvados.
El hijo
-¿Sabes lo que pienso, madre?
Que si Herodes fue tan malo,
debió ser porque no tuvo
a su madre entre sus brazos.
¡Que pena me aflige, madre,
por un rey tan desgraciado!
La madre
En el establo la fiesta
ya a la cena cede el paso.
En el aire los aromas
intensos de los asados
se mezclan con el perfume
del heno y el monte bajo:
romero, tomillo y jara
serán de las llamas pasto
para nutrir con su esencia
los cabritos y lechazos
que en mil vueltas se cocinan
sobre el fuego moderado.
Colgando de férreos trípodes,
en calderos, cuece el cardo
junto a coles y lombardas
que, en metálico cedazo,
a dos dedos del hervor,
al vapor, se van guisando.
En densa leche de cabra,
con lima y canela en ramo,
hierven almendras molidas
y trocitos de pan ácimo,
al trun-trun de un fuego leve,
hasta quedar confitados.
De almendrucos y avellanas,
de piñones y pistachos,
se elaboran los pasteles,
amasados sin reparos,
con miel y clara de huevo
y harina de trigo majado.
Dátiles en rama y uvas
en racimos desecados,
tortas de higos y anises,
arropes y dulces varios
se disponen, repartidos,
en grandes fuentes de barro.
Y completando el banquete,
quita-penas necesario,
fruto del sol en la tierra,
vinos recién fermentados:
plenos de fuerza y vigor,
secos, intensos y ásperos.
Al cabo ya comen todos,
todos de todos los platos,
nadie se queda con hambre,
nadie sin quedar saciado;
allí reyes y pastores
comparten risas y tragos.
Ya las sombras se hacen luces,
los temores, entusiasmo;
es el establo verbena
que codiciara un palacio.
El Niño ríe que ríe
El Niño está disfrutando.
Cuando María a su pecho
acerca los santos labios
mama, Jesús, blanca leche
de pecho no menos blanco,
mientras José les contempla
en silencio, embelesado.
Así transcurre la noche,
riendo, cantando y bailando;
a nadie le viene el sueño,
a todos un arrebato:
festejar al Niño Rey
en su trono de heno blando.
Epílogo
A la mañana siguiente,
antes que el cielo esté claro,
parten, con destino a Egipto,
adentrándose en el páramo,
un hombre con pasos mudos
y un ronco sonar de cascos:
sobre un pollino una joven
lleva a un niñito en sus brazos,
le canta una nana dulce
que versa sobre tres magos,
una hermandad de pastores,
un ángel, un buey y un asno...
...que brindan amparo a un niño
nacido en humilde establo,
porque lo quiere matar
un Herodes despiadado
que en el corazón habita
de un ser demasiado humano.
Y así termina la historia
de este cuento esperanzado
donde se narra la Noche
en que nació un Niño Santo;
un Rey, sin trono y sin cetro;
un Dios, sin pompa y sin rayos.
El hijo
¿Sabes que te digo, madre?
Que ya no estoy asustado,
si Jesús superó el miedo
también yo puedo lograrlo.
Ya no temeré las noches
ni sus adversos presagios
porque sé que hay siempre un ángel
que, oculto, está vigilando,
dentro de los corazones,
al ser perverso y malvado
que, cruel Herodes del cuento,
pretende siempre asustarnos.
Fin de la Romanza de Nochebuena 2010
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Imágenes
Sandro Boticelli: Natividad Mística (1501). National Gallery, Londres
Peter Paul Rubens: Adoración de los Magos (1624). Museo Bellas Artes, Amberes
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Música
Georg Friedrich Händel: La Resurrezione, Oratorio HWV 47
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