Se podría decir de lo que allí se consignaba que era una especie de manifestación expresiva de un corazón conmovido, de una emoción a flor de piel que saltaba al papel como una cascada de sentimientos, o un rojo y denso goteo de herida abierta, pues, además, estaba escrito en tinta de un tono bermellón tan encendido que parecía inmune al paso del tiempo -sangre ajena a la coagulación, siempre brillante y húmeda -; daba la impresión, incluso, que uno, al pasar las yemas de los dedos sobre esta grafía palpitante, podría mancharse con la tinta así desmentidamente seca.
Lo que estaba claro es que al sumergirse en su lectura, al posar los ojos sobre aquellas palabras carmesíes abriéndolas al sentido, sin ninguna duda, sí daba la sensación de no poder emerger de ella sin sentirse de alguna forma salpicado de sangre: la sangre de un corazón herido por intensas emociones.
Eso lo comprobé al leer el poema que figuraba en primer lugar, y que daba nombre a la compilación.
Erbarme Dich, Mein Gott...
Suena otra vez, súplica invisible,
atravesando el espacio, incisiva,
hendiendo con afilada sensibilidad
un corazón demasiado frágil
-de piel tan fina que el universo
parece latir dentro de él....
Erbarme Dich, Mein Gott...
Y todo el dolor del mundo
se abre en mi alma como una flor
de rojos pétalos encendidos...
Estalla allí, y soy, ya solo, llanto
en cascada incontenible,
emoción en carne viva,
delirio de ternura insospechada...
Erbarme Dich, Mein Gott...
Suena, y es su elocuente sonar
como un abrazo infinito
al que amor y dolor se entregan,
los ardientes besos modulados,
entrelazados sus cuerpos desnudos
en un frenesí de exaltado afán de goce.
Erbarme Dich, Mein Gott...
Melodía de cadencia palpitante
abriéndome la conciencia,
por donde la voz de un dios
tan turbadoramente penetra
que soy dolor y amor a un tiempo,
asombro y perplejidad inmensa.
-o-