¿Qué miran? Esos ojos asombrados dueños de espacios infinitos, esos luceros benditos de brillo fascinado, esos esféricos fanales de luces fantasmales donde mora lo inaudito... ¿Qué están mirando? Laten fulgurantes con destellos que nos muestran firmamentos fascinantes, tan diversos como hermosos; laten puros, valerosos -no conocen el temor ni la dicha del amor-, por eso se hallan siempre plenos de portentos, a la sorpresa atentos para gozar mejor.
Protagonistas ocasionales de arcanos pensamientos, asombros siderales, que víctimas del pasmo sucumben al ensimismamiento... ¿Qué miran, luego, tan absortos? ¿Qué universo les fascina? ¿Qué íntima pasión les absorbe y les domina? ¿Es lo extraño, lo chocante; la excepción que año tras año se repite deslumbrante? ¿El dolor que, aún bisoños, no adivinan ni comprenden? ¿La tramoya de una historia que no entienden? ¿Qué miran? ¿Hacia dónde su mirar de extasiado contemplar?
La mirada de un niño es un registro de la historia sin memoria, una cámara sin guiño, un espejo rutilante, un reflejo, un diamante sin tallar; un estar sin ser, un querer y un desear sin saber; un continuo ser sin estar, pues, perdido en aventuras que su imaginación procura, en sí mismo se detiene y en su magín se entretiene siendo el héroe del lugar: él el dios omnipotente y el villano sediciente, el dueño de los rayos y del trueno, el Rey magnánimo y el ladrón bueno, la aleve mariposa y la moteada mariquita, la lámpara maravillosa y el quiosco de malaquita,... Todas las cosas en su mente se amontonan y allí desencadenan reacciones en cadena, relaciones prodigiosas, que al cabo le mantienen suspendido de una nube, con los ojos ya extraviados ya perdidos, en un estoy donde no estuve, en un andar donde no anduve, siempre nuevo y renovado, siempre fresco y transformado.
¿Qué miran los ojos de los niños cuando, despiertos, parecen estar dormidos?
Miran un horizonte lejano, tan cercano, que se encuentra en ellos mismos. Miran el fondo de los abismos y las cumbres altaneras, donde habitan todos los miedos y alegrías de la tierra; pero sobre todo miran la luz que, dentro de sí, les llega de las estrellas.
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