Surte el manantial de la doncella brocados diamantinos: vida bella que brincando se atropella y se resuelve en torbellinos de cristal, fluidos dedos opalinos que acarician cuanto encuentran de manera angelical. Brota fresca, incontenible y torrencial, a tenaces borbotones, esta fuente persistente que un latir de corazones, empapados de emociones, aman, pura y celestial.
Es su voz, brillante y clara, un canto alegre que deleita, una dulce cantinela que en su insistir manifiesta letanía que arrebata; néctar suave que penetra en el alma delicada y allí reposa y fermenta y de belleza la embriaga. Es rumor de un infinito el que en la doncella suena: un resonar exquisito que de un misterio bendito se resuelve voz amena con encanto que condena a un regocijo inaudito. Son, su manar cantarino, voces de candor divino que en el aire se propagan, los brocados cristalinos, como celestiales trinos que la sed del alma apagan.
Corre ingenua y virginal a través de las edades su corriente trascendente fecundando voluntades con riqueza seminal. Su venero inagotable de existencia incontenible se hace lluvia torrencial al sublimar su figura -que la ensoñación procura- de apariencia tan carnal, en colmo de la pureza, o casta naturaleza, de equívoca constitución sensual.
Fontana que emana perplejidades en confusa tropelía, jubilosa algarabía de afortunadas verdades y deliciosos engaños, profusa antología de sueños y desengaños, es aquel manantial de la doncella que promete vida bella, pero que al final somete al hombre que va tras ella -tras efímero deleite- a vivir sin más caudal que una imagen fantasmal acomodada en su mente y una frustración fatal por el vacío que siente donde, plena e incontenible, antes manaba una fuente.
Douce dame jolie,
Pour dieu ne pensés mie
Que nulle ait signorie
Seur moy fors vous seulement.
Pour dieu ne pensés mie
Que nulle ait signorie
Seur moy fors vous seulement.
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