sábado, 20 de noviembre de 2010

El Manantial de la Doncella



Surte el manantial de la doncella brocados diamantinos: vida bella que brincando se atropella y se resuelve en torbellinos de cristal, fluidos dedos opalinos que acarician cuanto encuentran de manera angelical. Brota fresca, incontenible y torrencial, a tenaces borbotones, esta fuente persistente que un latir de corazones, empapados de emociones, aman, pura y celestial.


Es su voz, brillante y clara, un canto alegre que deleita, una dulce cantinela que en su insistir manifiesta letanía que arrebata; néctar suave que penetra en el alma delicada y allí reposa y fermenta y de belleza la embriaga. Es rumor de un infinito el que en la doncella suena: un resonar exquisito que de un misterio bendito se resuelve voz amena con encanto que condena a un regocijo inaudito. Son, su manar cantarino, voces de candor divino que en el aire se propagan, los brocados cristalinos, como celestiales trinos que la sed del alma apagan.


Corre ingenua y virginal a través de las edades su corriente trascendente fecundando voluntades con riqueza seminal. Su venero inagotable de existencia incontenible se hace lluvia torrencial al sublimar su figura -que la ensoñación procura- de apariencia tan carnal, en colmo de la pureza, o casta naturaleza, de equívoca constitución sensual.


Fontana que emana perplejidades en confusa tropelía, jubilosa algarabía de afortunadas verdades y deliciosos engaños, profusa antología de sueños y desengaños, es aquel manantial de la doncella que promete vida bella, pero que al final somete al hombre que va tras ella -tras efímero deleite- a vivir sin más caudal que una imagen fantasmal acomodada en su mente y una frustración fatal por el vacío que siente donde, plena e incontenible, antes manaba una fuente.


Douce dame jolie,
Pour dieu ne pensés mie
Que nulle ait signorie
Seur moy fors vous seulement.

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