domingo, 11 de marzo de 2012

Las Bendiciones malditas (3)




V
A partir de la hégira que supondría la expulsión del Paraíso (de Santa Fe), la historia de Martín durante el siguiente año pierde continuidad, se muestra esquiva e imposible de seguir. Su maciza figura aparece y desaparece varias veces: unas, tragado por la selva; otras, asomando en Guayaquil; quien lo viera corriente arriba del Río Magdalena; y quien asegura verlo adentrarse en el Darién; quien lo atisbara en el altiplano y quien lo ubicara en la costa; quien siguiendo imposibles sendas en la jungla y quien a bordo de un paquebote en el Marañón... Lo cierto es que esa sombra, esa huella difusa, ese rumor impreciso, se movía hacia el sur, siempre hacia el sur, buscando el Perú. Algo querría decir, algo de verdad habría en ello.
Intentaremos rastrear su huella basándonos en los testimonios más probables, más verosímiles, aunque ya adelanto que el itinerario no dejará de ser un ejercicio especulativo, pues la verdad, la certeza, solo podría ser avalada por su presencia; y esa, se pierde en una nebulosa de conjeturas.

La primera referencia es la de un jesuita que atestigua --y jura por lo más sagrado-- haberlo visto y tratado en una comunidad nativa misak perdida en lo más profundo de la profunda selva, en la región del Cauca, a seis jornadas, selva a dentro, de Popayán. Según relata el grajo, el tal Martín --cuando él lo encontró-- vivía en total connivencia con los nativos, integrado y asilvestrado pues, vistiendo su misma exigua vestimenta (que apenas le tapaba las partes pudendas) y gozando de una posición en todo similar a la de cualquier otro miembro masculino del poblado. Parece ser --continuaba el relato-- que este español (pues con él había hablado --sostenía-- en esta lengua) les había construido a aquellas gentes una especie de molino, aprovechando la corriente de uno de los muchos cursos de agua que allí hay, con el que, mediante una serie de ingeniosos artilugios y fábricas (ruedas, aspas, poleas, ejes, mazos, etc.), les había aliviado de ciertas labores manuales en las que se empleaban gran parte del tiempo, y que por ello le estaban muy agradecidos. Nunca --concluía el misionero-- le oyó mencionar su nombre castellano, por tanto, tampoco puede confirmar que se tratara del mismo Martín: allí todos lo llamaban Pillqu (que en aimara significa amante de la libertad). Y, ante la insistente demanda para que revelara su identidad, aquel hombre de espesa barba, por toda respuesta, le contestaba con una amplia sonrisa. También precisó que con él parecía convivir una mujer que no era de aquella etnia, y que por el nombre (Munasiri --que quiere decir cariñosa), debiera ser aimara, aunque lo dudaba debido al inusual atractivo de su figura. Concluye el jesuita relatando cómo tras despedirse de él, informándole que volverían para evangelizar a aquellas pobres gentes, el pretendido Martín, mirándolo de hito en hito le confió, de forma enigmática, no estar muy seguro sobre quién era más pobre de espíritu. Después de aquel encuentro no  volvió a verlo. Cuando varios miembros de la orden regresaron acompañados de soldados para hacer prevalecer la ley de SM el Rey de la Españas, el presunto Martín y su compañera Munasiri ya no estaban allí. Se fundieron con la selva sin dejar rastro. Era todo


La segunda referencia sitúa a Martín en la Real Audiencia de Quito. Según consta en el diario de sesiones, un tal Martín Pilcu fue juzgado por colaboración en la rebeldía indígena. Parece ser que con motivo de la cada vez más dificultosa mita, en virtud de la cual los nativos debían colaborar durante varios meses al año con mano de obra para las labores mineras, algunos poblados levantiscos, dada la elevada mortandad que la minería se cobraba, se habían negado a sus obligaciones contractuales para con la Corona. La actuación expeditiva de un destacamento del ejército virreinal logró sofocar el levantamiento y apresar a algunos cabecillas, entre los que figuraba este tal Martín. Al ser español no pasó más que unos meses en prisión, de la que salió para Cerro de Pasco para cumplir dos años de trabajos forzados en las minas de plata a cielo abierto. Nada dice esta referencia de la aimara Munasiri.

La tercera referencia coloca a alguien, que bien pudiera ser nuestro Martín, en la imperial Cuzco. Dado que esta referencia sitúa la acción más o menos dos años después de la anterior, su probabilidad es alta, aunque sorprende la resistencia del palentino a los trabajos forzados (sin duda su fuerte complexión lo salvó de una muerte, por agotamiento o enfermedad, segura). En esta ocasión la noticia proviene de los tribunales eclesiásticos que refieren haber detenido a un español, que se hace llamar Martín Pilco, por obstrucción a la justicia, al interponerse e intentar defender a una comunidad indígena (ayllu) sobre los que debía caer todo el peso de la ley por negarse a abrazar la fe católica y destruir los objetos de culto pagano ("en especial --se decía-- su idolatría a la Pachamama, el culto al Sol, y toda la sarta de fantástico y absurdo politeísmo a que son proclives los nativos"). En los anales se dice que en la misma redada también fue detenida una nativa aimara, de nombre Munasiri, por lo que deducimos (con ternura, tras la ausencia en el anterior relato) que los dos debieran formar ya una pareja bastante estable. Fueron puestos en libertad a los pocos días, tras hacer profesión de fe y haber sido confiscadas las pocas pertenencias que tenían.

La cuarta referencia, bastante improbable y dudosa (por lo fantástica), proviene de Juan de Dios Guzmán. Sí, aquel mestizo, compañero de tripulación, que conociera en su viaje de venida a las Indias, el mismo que le abriera las puertas del Paraíso de Santa Fe en Cartagena. Todos sabemos, a poca experiencia que nos acoja, que la realidad en no pocas ocasiones enmienda la plana a la más fantasiosa imaginación; pero resulta harto difícil, por no decir imposible, que aquellos dos hombres volvieran encontrarse. Pero el hecho es que Juan de Dios (un marino poco proclive a la fantasía) aseguraba haber embarcado a Martín Bermúdez (al que una atractiva aimara de nombre Munasiri llamaba Pillqu) en el puerto del Callao, aledaño a Lima, rumbo a la Polinesia.
Nos cuenta Juan de Dios el abrazo que emocionados se dieran cuando se lo encontró en el malecón. Parece ser que Martín no tenía muy buen aspecto; sin duda la vida lo habría tratado duro estos años, pero gozaba de buen humor. Lo encontró cambiado, vaya si había cambiado. "Se le notaba en los ojos un brillo y una profundidad de la que antes carecían" --recordaba el mestizo emocionado--.
Martín le contó las peripecias vividas y lo decepcionado que estaba de aquel desaguisado que sus compatriotas habían perpetrado en un continente que, a su juicio, antes de la llegada del hombre blanco, vivía en un equilibrio natural envidiable. Equilibrio que había sido roto en nombre de una civilización que, en resumidas cuentas, nada importante añadía, y sí algo esencial suprimiría: la ingenuidad del hombre integrado con su medio. Había sido testigo y víctima de tantas barbaridades en estos cuatro años, que en su conciencia los sentía como cuarenta.
Y pasa, Juan de Dios Guzmán, a relatarnos los pensamientos que desarrollara aquel palentino apodado el Batanero, de nombre Martín Bermúdez, que gustaba que le dijeran "Pillqu" porque significaba en lengua aimara "amante de la libertad":


Epílogo
"Toda nuestra tecnología, toda nuestra desarrollada industria ¿de qué les ha servido a ellos? Han muerto como moscas, amigo mío, como moscas los he visto morir, a causa de nuestras enfermedades (que desconocían) y de nuestras armas (que también desconocían), para las que, ante unas y otras, no tenían defensa: han sido víctimas de nuestros estornudos y de nuestras balas, de nuestra fiebre y de nuestra calentura. Llegamos enarbolando enseñas de buena voluntad sobre monturas de mala uva; de España trajimos algo de buena fe y mucho de mala baba. Lo mejor que hicimos (por no decir lo único bueno) es el mestizaje, ese del que tú eres resultado." 
"Porque, ¿de qué podemos erigirnos en salvadores? ¿Salvarlos del Paraíso? ¿De un pretendido salvajismo? He visto construcciones, ingenios hidráulicos que nada han de envidiar a los nuestros, sino mejores. Además, tecnología ¿para qué? Nos espantamos ante esa leyenda que les adjudica ofrendas a los dioses en forma de sacrificios humanos, ¿Y nosotros? ¿Qué hacemos cuando quemamos herejes, cuando descuartizamos rebeldes, o cuando poblamos nuestras sacristías de obscenas reliquias ? ¿Cómo se mide el salvajismo?"
"¿Les hemos traído la verdadera Fe? ¿Y quién dice que esta nuestra, es la verdadera? Ya ves que hasta en Europa se alzan voces contra ella. ¿Se puede en nombre de Dios sembrar desgracia? ¿Se puede con una mano comulgar y con la otra degollar? No amigo mío, creo que vivimos una gran mentira alimentada por una ignorancia mucho peor que la que achacamos a estas gentes."
"Han perdido sus creencias; o al menos les han arrancado la fuerza y la convicción para seguirlas teniendo. Ahora no saben si creen en un Dios que no es el suyo, o adoran en él a los que perdieron, sin saberlo."
"He visto cómo se alzaba la cruz y se bendecía, en su nombre, al poblado que se iba a arrasar por resistirse a acatar la doctrina que pretendía redimirlos . Estos ojos han reflejado las llamas de las casas mientras sus moradores se arrojaban al suelo y se cubrían de ceniza los cabellos. Y todo en nombre de un Dios Único que a ellos no les cabía en la cabeza. ¿Sabes la riqueza y sabiduría natural que encierra su mitología? No, no lo puedes saber si no has convivido con ellos."
"Les hemos traído nuestra cultura, nuestra lengua, nuestras leyes, nuestra moral, y con ellas los hemos sometido, domesticado, esclavizado,... los hemos matado. ¿Eso eso una bendición? ¿No es acaso la peor maldición que los podía haber caído? Bendiciones malditas, eso es lo que son"
"Míranos, Juan de Dios, ahora mismo, nosotros, españoles imperiales, tras casi tres siglos de esplendor, estamos a punto de perderlo todo. Porque los vientos de otra época están soplando ya. Han soplado en los Estados del Norte, han soplado en Francia, y no tardarán en soplar aquí. Pero para cuando eso suceda, el mal ya estará hecho. Estas gentes, que vivían en un paraíso, han sido expulsadas de él; pero no expulsadas físicamente (lo que podría tener vuelta atrás), sino en su mente, en sus corazones. Porque ya nunca podrán volver, ya nunca podrán recuperar la ingenuidad que los hacía uno con la naturaleza, que los permitía vivir en comunión con su entorno."
"No quiero vivir esta sinrazón, amigo Juan. No dejé Herrera de Pisuerga, no abandoné el batán, no salí de España para ser cómplice de una ignominia; tampoco para ser mártir. El tiempo no está maduro aún, y yo..., yo no soy nadie. Otros vendrán, otros que están ahora mismo mirando las estrellas, viendo la luz de sus antepasados brillando en ellas, y querrán volver a recuperar aquel perdido fulgor ingenuo. No podrán, pero al menos (espero) podrán ser dueños de su propio destino. Voy a intentar buscar mi paraíso, y me perderé en él. Tengo una buena mujer al lado, ella me tiene a mí. No necesitamos más que un lugar, un lugar limpio de ignominia. Solo eso."

Juan de Dios Guzmán cuenta, con lágrimas en los ojos, cómo aquel hombre le hizo sentirse mal consigo mismo; pero que, no obstante, decidido a ayudarlo, consiguió embarcarlos a los dos. Visitarían varios puertos en unas islas paradisíacas donde la avidez de riquezas del hombre blanco no había puesto todavía el ojo. El mundo se estaba empequeñeciendo a marchas forzadas y pudiera ser que los paraísos fueran desapareciendo uno tras otro. En aquellas remotas islas, sin grandes riquezas que rapiñar, quizá aún sería posible vivir sin ansia, sin avaricia, sin otra ambición que no estuviera fundada en sentir la vida y nada más.
Termina Juan de Dios su referencia apuntando que los desembarcó en Tahití, y que allí los dejó, y que, posiblemente, allí sigan: sintiendo pasar la vida a través suyo, bendiciendo cada día al sol, a la luna, a las estrellas, al viento, al mar, a la tierra, a la sonrisa, al abrazo, al amor... a la Vida.


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GALERÍA
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Paul Gauguin
1848-1903
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Portfolio 3


Otahi
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Maternité
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No te aha oe riri?
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Te Nave Nave Fenua
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Mahana No Atua
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Nave nave mahana
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Haere Pape
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Arearea no varua ino
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Vahine no te vi
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Incantation

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