La estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos,
hasta que llegó y se detuvo encima del lugar donde estaba el niño.
Mt, 2:9
...abrieron luego sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra
Mt, 2:11
LOS MAGOS DE ORIENTE
(I)
Mi nombre es lo de menos; lo de más, mi casta: pertenezco a los magâunô, casta sacerdotal de los medos; en mi caso, de una finisecular rama afincada en la sin par Babilonia desde los tiempos de Ciro el Grande. Podéis referiros a mí como Hukhtaar, que significa en vuestra lengua: el que usa bellas palabras. Yo no soy, para el común de los mortales, sino una reliquia del pasado; pero para quien sabe "ver lejos", para quien dispone de aguda penetración y carece de prejuicios, encarno el relato de una revelación intemporal. Revelación que a modo de sueño surca la realidad a través de curvilíneos espacios siderales y cíclicos océanos de tiempo. Es mi deseo (y el de mi Señor Todopoderoso) contaros, como testigo presencial y privilegiado, un episodio de vuestra tradición religiosa envuelto en la bruma de la especulación y los intereses creados en torno a una equívoca y veleidosa fe, más pendiente de los reinos -y reyes- de este mundo que de las cosas verdaderamente divinas.
Pese a mi poca edad (apenas si rebaso la frontera de la adolescencia), y debido a un destino ya marcado desde mi nacimiento, sirvo como aprendiz de mago en el templo de Azhura-Din, donde mi familia continúa entregada a su alta misión: el estudio de los astros y su influencia en la vida y el devenir de los hombres. Tiempo habrá, a lo largo de la narración, para hablar de mi credo y su relación con vuestras creencias; de momento sirva, como trampolín para la acción que ha de desarrollarse, que fue mi condición de aprendiz la que me valió ser incluido en la expedición, en calidad de paje de mi tío, el Gran Mago Melchior -cuyo significado es "Rey de la Luz".
¿Expedición? En realidad, era algo más que eso. Las señales hablaban de un acontecimiento esperado, largamente esperado. Antes de tomar la grave y trascendental decisión de iniciar el viaje, se hicieron toda clase de comprobaciones y de cálculos matemáticos; se consultaron los textos más fiables, si mistéricos; se acudió a las más altas y antiguas autoridades del Avesta, los Gathas, cuyas revelaciones estaban escritas en antiquísimos rollos confeccionados con plantas ya desaparecidas, o inscritas en dura y pulida piedra basáltica; y se contactó con las otras dos ramas principales de la casta de los magi, que desde sus propios observatorios constataron lo que desde el nuestro habíamos observado. Así, desde la India y desde Arabia confirmaron nuestras observaciones y nuestras conclusiones. Tras varias comunicaciones, donde se intercambiaron datos y cábalas, se acordó que cada centro enviaría a un representante. Los tres coincidiríamos en la encrucijada de Edrei (Daraa), para desde allí continuar juntos el camino hasta destino. Se podría hablar, pues, sí, de expedición de reconocimiento, y, en su más que previsible caso, ofrenda.
Pero recapitulemos. Todo comenzó con la súbita aparición de aquella estrella. Aún recuerdo perfectamente la noche en que aconteció, por el gesto de inquietud que detecté en el habitualmente imperturbable ánimo de mi tío. Después supe que esa inquietud estaba causada por una estimación errónea: creyó ver en aquel imprevisto y móvil punto luminoso la anunciada llegada de Némesis, en forma de un cometa errante que habría de precipitarse contra nuestro mundo. Aquel inopinado astro poseía luz propia, desmintiendo así la de aquel que portaría la destrucción, cuya luminosidad sería debida al reflejo de las estrellas sobre su especular masa inerte. Y no era una luz cualquiera, pues que cambiaba su tonalidad ya se observara durante el día o en la oscuridad de la noche. Dorada era su estela cuando el sol era dueño de los cielos, plateado su brillo a la luz de la luna; en uno y otro caso su cola parecía destellar con pabilos de uno y otro metal indistintamente. Esta extraña característica, por un lado, tranquilizó al más sabio de los sabios, pero, por otro, sembró su frente de surcos. La preocupación de su rostro no delataba temor, sino sorpresa, y, si no se hubiese tratado de quien se trataba, yo diría que hasta desconcierto. No se parecía a ningún otro cuerpo celeste. Ninguna estrella del firmamento viajaba a través del espacio, más allá de lo que lo hacían todas a la vez (es decir, aparentemente fijas en sus respectivas órbitas). Ésta lo hacía. Su trayectoria era constante, insistente: surgió desde un punto indeterminado cercano al orto astrológico, fronterizo a las constelaciones de Piscis y Acuario, y se dirigía hacia el occidente siguiendo el recorrido del sol. Como ya he dicho, tras una primera impresión de indisimulada sorpresa, se consultaron textos donde se hablaba de un astro así. Había que interpretarlos correctamente. Los textos de la sabiduría se caracterizan por revelar el puro conocimiento por medio de alegorías y parábolas, de imágenes y sugerencias. Allí, en el XIII Gatha, se mencionaba las idas y venidas de Mitra, que viajaba a través del tiempo y el espacio en su forma luminosa, de astro de fuego y luz, hasta que se reencarnaba en un ser viviente. Esto sucedía en periodos aleatorios, y por tanto imposibles de predecir. Sólo se sabía de su llegada por los signos. Signos como aquel que surcaba el firmamento, que coincidía, por añadidura, con una alineación planetaria de Venus, Marte y Júpiter sobre Piscis.
Precisamente de occidente llegaban noticias de una efervescencia inusual. Aquel imperio que se adueñaba poco a poco del mundo, acercándose cada vez más a nuestros hogares, pujaba como un magma incandescendente que amenazaba con convertir en escoria todo a su paso. Se decía de fuentes que habían dejado de manar, de pozos que se habrían vuelto inexplicablemente ponzoñosos, de ganado que malparía bestias con dos cabezas y cinco patas, de pescadores que capturaban en sus redes peces nunca vistos, de otros que habían desaparecido con sus barcas en el seno de las aguas engullidos por gigantescos seres de tentáculos formidables. Todo parecía sentirse convulso. En su conjunto era un panorama alarmante; se trataba de una de esas épocas que anunciaban cambios inminentes. La estrella fue el colofón... y la confirmación. Hechos los cálculos, trazadas las derivas, medidas las eclípticas y los nodos, todo apuntaba a la inmediatez de una venida de Mitra.
He de decir que dado que nuestras creencias -las de los magi- proceden de la tenida como primera religión revelada de las conocidas, fuente inspiradora, a su vez, de las religiones monoteístas del Libro, cuando aludo a términos familiares para nosotros, como el ya citado Mitra o el Avesta (principal libro sagrado de nuestro credo), lo hago consciente de que pueda causar un cierto estupor. Aclaro que nuestras creencias no son excluyentes. Si nuestro gran factótum Zoroastro (a quien otros conocen como Zaratustra) realizó aquella sublime labor de sincretismo politeísta, reduciendo el ilimitado panteón de dioses preexistente a una dualidad surgida del Dios Supremo (Ahura Mazda), lo hizo con conocimiento de causa: serviría para cualquier sistema teocrático, y aun para el ateocrático.
De un mismo origen, que es principio y fin, surge la dualidad de fuerzas, Bien/Mal, íntimamente unidas como las dos caras de una moneda. Estas dos categorías de actitudes ante la existencia no tienen carácter moral en nuestro credo, pero sí de utilidad: el Bien promueve la armonía y el equilibrio; el Mal la disarmonía y el desequilibrio. Es en la proporcionada relación de uno y otro donde se produce el milagro de la vida. Otras religiones que han bebido de nuestros esquemas (Cielo, Infierno, Juicio Final y Personal) han dotado interesadamente de moralina los preceptos, han sacado conclusiones moralizantes donde no las había, han tergiversado los principios soberanos para adecuarlos a espurios intereses de Poder.
Cuando yo digo "Mitra" me estoy refiriendo a un poder divino emanado directamente del dios todopoderoso, Ahura Mazda, una de cuyas prerrogativas es la encarnación en cuerpo mortal. Esto es importante para entender lo que sucedería después. Creo que ahora ya se estará en disposición de adivinar la orientación de todas estas precisiones, del porqué mi casta, depositaria de la sabiduría de las estrellas, se implicó de forma tan directa en un acontecimiento aparentemente banal: el nacimiento de un nuevo ser.
Recuerdo los preparativos de la comitiva. Nada de legiones ni de ejércitos, como se dice en el llamado Evangelio del pseudo-Tomás. Como expedición aparentemente científica que preveía cumplimentar las instancias del Poder allí por donde pasara, llevaba, con los sabios magos, a un delegado del sátrapa de Babilonia junto a un reducido número de guardias personales. Nada ostentoso y sí bastante discreto. Viajaríamos en camello, obviamente. El destino era impreciso pero no se auguraba un largo viaje. La estrella había ido ralentizando gradualmente su marcha y parecía pronta a detenerse. Allí donde se detuviese estaba nuestro destino. Según mi tío, el gran Mago Melchior, ese término no distaría mucho del centro de Palestina, si sus cálculos eran certeros.
Procedente de la India, de su costa occidental, ya estaba en camino el Mago Caspar (el afamado Gathaspa, de Mumbay), y desde Arabia se nos uniría el Mago Balthazar (el erudito Bithisarea, de Omán). De común acuerdo, y previendo que el vaticinio fuera acertado y las escrituras cumplieran su función oracular, cada uno llevaría una ofrenda que depositaría a los pies del bienvenido; sería una manera de rendir pleitesía a su triple naturaleza: divina, real y mortal. Melchior portaría el oro debido al rey; Caspar, la mirra con que se ungen los cuerpos mortales cuando se devuelven a la tierra, al éter o a las aguas; y Balthazar sería el encargado de aportar el aromático incienso prerrogativa de los dioses.
Finalizaba el otoño en nuestra latitud cuando salimos en pos de la estrella viajera, flecha luminosa, señal de fuego, avatar de Mitra e índice apuntador de su encarnación terrena.
(continuará)
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GALERÍA
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ADORACIÓN DE LOS MAGOS
(siglo XIV- XVI)
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Fresco in Capadocia, s XII
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Giotto, 1304-06
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Giotto, 1310
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Giotto, 1320-25
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Bartolo di Fredi, 1385
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Lorenzo de Monaco, 1405-10
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Lorenzo Monaco, 1420-22
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Unknow Master Germain, 1420
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Gentile da Fabriano, ca 1423
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Master Francke, 1424
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Fra Angelico, 1423-24
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Fra Angelico, 1433
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Fra Angelico, 1433-34
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Sassella, 1435
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Paolo Ucello, 1435-40
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Fra Angelico, 1441-42
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Fra Angelico, 1441-42 (detail)
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Fra Angelico and Filippo Lippi, 1445
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Dierick Bouts, 1445
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Fra Angelico, 1455
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Fra Angelico, c 1450
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Fra Angelico, 1450-55
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Antonio Vivarini, 1445-47
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Paolo Schiavo, c 1450
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Rogier van der Weyden, c 1455
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Andrea Mantegna, 1460-64
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Fresco in Capadocia, s XII
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Giotto, 1304-06
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Giotto, 1310
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Giotto, 1320-25
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Bartolo di Fredi, 1385
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Lorenzo de Monaco, 1405-10
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Lorenzo Monaco, 1420-22
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Unknow Master Germain, 1420
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Gentile da Fabriano, ca 1423
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Master Francke, 1424
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Fra Angelico, 1423-24
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Fra Angelico, 1433
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Fra Angelico, 1433-34
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Sassella, 1435
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Paolo Ucello, 1435-40
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Fra Angelico, 1441-42
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Fra Angelico, 1441-42 (detail)
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Fra Angelico and Filippo Lippi, 1445
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Dierick Bouts, 1445
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Fra Angelico, 1455
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Fra Angelico, c 1450
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Fra Angelico, 1450-55
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Antonio Vivarini, 1445-47
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Paolo Schiavo, c 1450
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Rogier van der Weyden, c 1455
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Andrea Mantegna, 1460-64
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Andrea Mantegna (1460-64)
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Sandro Botticelli (1465-67)
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Sandro Botticelli (1470-75, London)
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Sandro Botticelli (c 1475, Uffizi)
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Cosimo Rosselli (c 1470)
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Pietro Perugino (1471)
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Sandro Botticelli (1481-82, Washington)
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Master of Saint Severin (1485-1515)
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Domenico Guirlandaio (1488)
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Bernardo Parentino (s XV-XVI)
Sandro Botticelli (c 1490-1500, Uffizi)
Bernhard Strigel (c 1500)
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Master of Monogram AH (c 1500)
Master of Hoogstraeten (c 1500)
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Gerard David (1500)
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Giorgione (1500)
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Colijn de Coter (c 1500)
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Pedro Berruguete (c 1500)
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Jan Gossaert (Circle) (1500)
Unknown Master, flemish (1500-10)
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Adoration fo the Shepherds and Adoration of the Magi - Unknown Master, flemish (1500-20)
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Meester van de Antwerpse Aanbidding (1500-20)
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Unknown Master, flemish (1500-25)
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Vasco Fernandes (1501-06)
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Oddi Altar - Raffaello Sanzio (1502-03)
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Albrecht Dürer (1503)
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Albrecht Dürer (1504)
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Eusebio de San Giorgio (1505)
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Giorgione (1506-7)
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Maître M S (Lille) (1506-10)
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Three Kings Altarpiece - Hans Baldun Grien (1507)
Juan de Flandes (1508-09)
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Benvenuto Tisi da Garofalo (1509)
Hans von Kulmbach (1511)
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Jan Gossaert (1510-15)
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School of Antwerp, c 1513
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School of Antwerp, c 1513
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Master of James IV of Scotland, iluminator, flemish (1510-20)
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Joachim Patinir (1510-20)
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Gerard David (1512)
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Unknown Master, flemish (1515)
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Gerard David (c 1515)
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Joos van Cleve (1515)
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Triptych (panel central) - Joos van Cleve (1515-20)
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Triptych (panel central) - Joos van Cleve (1515-20)
Correggio (1516-18)
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Mesiter der von Groteschen Anbetung (1516-19)
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Unknown Master, flemish (1518)
Joos van Cleve (c 1520)
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Joos van Cleve (c 1520)
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Unknown Master, flemish (1520)
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Unknown Master, german (1520)
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Defendente Ferrari (1520)
Jan Mostaert (1520-25)
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Baldassare Peruzzi (1522-23)
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Adoration of the Wise Men - Albrecht Dürer (1524)
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Panel - Nicola da Urbino (1525)
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Simon Bening (1525-30)
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William Stetter (1526)
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Quentin Massys (1526)
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Joos van Cleve (1526-28)
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Alonso de Berruguete (1526-32)
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Girolamo da Tresviso (1524-35)
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Unknown Master, Antwerp (c 1530)
Benvenuto Tisi (c 1530-40)
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Giovanni Battista Ortolano (c 1530)
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School of Joos van Cleve (c 1530)
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Dosso Dossi (1530-42)
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Gaudencio Ferrari (1532-25)
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Benvenuto Tisi da Garofalo (1534)
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Andrea Schiavone (1540-60)
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Jacopo Bassano (1542)
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Unknown Master, flemish (c 1542)
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Gaudencio Ferrari (fresco) (1544-45)
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Girolamo da Carpi (1545-50)
Taddeo Zuccari (c 1550)
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Peter Brueghel the Elder (1556-62)
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Pieter Aertsen (1560)
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Giovanni Battista Moroni (c 1560)
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Tiziano Vecellio (1561)
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Jacopo Bassano the Younger (1562)
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Peter Brueghel The Elder (1567)
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Peter Brueghel The Elder (1567)
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Francesco Bassano the Younger (Segunda mitad s XVI))
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Fray Nicolás Borrás (1570)
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Paolo Veronese (c 1570)
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Paolo Veronese (1573)
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Paolo Veronese (1582)
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Jacopo Bassano (1580-85)
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Giacopo Tintoretto (1582)
Jan Brueghel the Elder (1598-1600)
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Jan Brueghel the Elder (1598-1600)
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Jan Brueghel the Elder (1598-1600)
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