domingo, 6 de enero de 2013

Los Magos de Oriente (II)





LOS MAGOS DE ORIENTE
(II)

.....Siete días después de nuestra partida llegamos a la antiquísima ciudad de Edrei, encrucijada de caminos, punto de encuentro de las ancestrales calzadas que unen los tres continentes: la procedente de Asia, la que asciende de Ethiopía y la que, bien del norte, bien del oeste tras cruzar el mar, llega de Europa. Privilegiadamente enclavada en una zona de pródigos oasis donde nunca faltó el agua, atalaya sobre las vastas llanuras desérticas que son antesala de Palestina, fue erigida en tiempos inmemoriales por los primeros viajeros que de este a oeste y de norte a sur llevaban y traían valiosas y exóticas mercancías: tintes de púrpura imperial que jamás perdían el brillo, perfumes exclusivos con misterioso poder de seducción, inciensos sutiles capaces de dejar en suspenso el alma, bálsamos y resinas que procuraban incorruptibilidad a los cuerpos con ellos ungidos, sedas de la China tan finas como el éter y tan rutilantes como el fulgor de las estrellas, tapices y alfombras de lana de Samarkanda trenzadas por finas manos de núbiles doncellas, dulces y densos vinos de Shiraz, aromáticos polvos cosméticos producidos con pétalos de rosas de Isfahan, esmeraldas y lapislázuli de Egipto, diamantes de Golconda, rubíes de Ceilán, zafiros de Cachemira, joyas de oro y plata finamente labradas por los más expertos artesanos de Saba... Todas aquellas maravillas que el hombre valoraba por su exclusividad, belleza o perfecta factura allí concurrían causando la admiración de los más avezados comerciantes enviados por príncipes y reyes desde todos los confines del mundo.
Nos instalamos en uno de los oasis, donde montamos nuestras tiendas de campaña y aparatos de observación celeste.

.....A los dos días llegó, desde el sur, la colorista comitiva de Balthazar, sus ágiles y briosos corceles montados por expertos jinetes de piel tan negra y brillante como el ébano causaron una pequeña conmoción. Él, el gran mago de Arabia, venía sobre un inmenso camello ricamente enjaezado con telas de vivos colores bordadas con hilos de oro y plata, correajes de cuero de búfalo profusamente repujados, y alta silla del más preciado cordobán.
Los dos magos se dieron un fraternal abrazo cuando se reunieron; después se retiraron a contarse las cosas que se cuentan viejos sabios conocidos que hace mucho tiempo que no se ven. Imagino que entre los temas que trataran abordarían el que los había reunido allí. Yo, el dilecto y solícito Hukhtaar, paje ceremonial del Gran Mago de Babilonia -decano de los magos-, tuve el privilegio de ejercer de copero, sirviéndoles una frugal cena compuesta por jugosos dátiles, suave cuajada de cabra y aterciopelado vino (de Shiraz, obviamente).

Mientras esperábamos a Caspar (cuyo trayecto a recorrer era mucho mayor que el nuestro, por lo que, pese a partir una semana antes que nosotros, no se le esperaba hasta dos o tres días más tarde), ocurrió algo inesperado. Procedente de Jerusalén llegó un hombre; se presentó como Nathanael, Rav de la Sinagoga Oriental (el equivalente al, más familiar, rabino). El cómo supo que estábamos allí entra dentro de lo mágico que suele caracterizar a estos personajes. Fue acogido de forma cortés por los magos, que no mostraron excesiva sorpresa por su llegada, aunque sí curiosidad. Por lo que pude saber, estaba allí en calidad de heraldo o de enviado. Su misión era doble: informar y prevenir.

.....Como Rabino de la fe judáica procedente de Babilonia (de cuando los judíos fueran cautivos en la corte de Nabucodonosor) Nathanael poseía una formación sincrética: conocía perfectamente la doctrina de Zoroastro a la vez que seguía los preceptos de la Torá. Pero no era su fe lo que más llamaba la atención, sino su apariencia: era alto y hermoso, de edad indefinida (lo mismo pudiera ser un viejo joven que un joven viejo), su cabeza y rostro carecían de pelo y sus ojos brillaban como ascuas encendidas; vestía sobria túnica de una delicada tela azul celeste que, a veces, parecía tornarse evanescente (sobre todo a la luz de la luna); su voz sonaba como agua que se precipitara en cascada por un lecho de pulidos escalones de mármol, oyéndole uno podía acceder a un estado de absoluta quietud. Pero de lo que debía informar y sobre lo que debía prevenir no tenía nada de tranquilizante.
La información era meramente una constatación y una precisión: él también se había percibido de la presencia de la estrella, era consciente de los signos, y, simplemente, había consultado los textos donde se guarda la sabiduría del pueblo hebreo. De sus pesquisas extrajo la siguiente cita de uno de sus profetas (Miqueas):

"Y tú, Belén, tierra de Judá,
no eres, no, la menor
entre los principales clanes de Judá;
porque de ti saldrá un caudillo
que apacentará a mi pueblo Israel."

.....Los magi entonces, al escuchar aquello, sí delataron un gesto de sorpresa. Los cálculos y previsiones coincidían: algún punto enclavado en la zona central de Palestina... ¡Belén!, esta pequeña aldea cumplía el vaticinio. La profética cita, lo corroboraba. Ya no cabía ninguna duda: La nueva encarnación de Mitra tendría lugar en aquel momento, en aquel lugar. El cruce de informaciones de procedencia tan distinta y tan distante (en credo y cultura) no hacía sino confirmar algo más que una especulación. Poco importaba que en unos se llamara Mitra, y en otros caudillo o Cristo; en ambos casos se trataba de la venida de una semejante figura: un Saoshyant avéstico o un Mesias hebráico. Deidad que el Dios Supremo (fuera Yaveh, fuera Ahura Mazda) enviaba para enderezar la tenaz tendencia de la humanidad a torcer su deriva.
La prevención no revestía una menor importancia: el rey Herodes, como jerarca de Judea,  estaba al corriente, como es natural, de las comitivas que procedentes de Oriente llegarían a su reino; esperaba su llegada, se reuniría con ellos, hablarían del significado de ese excepcional suceso y, es muy posible, no admitiría de buen grado un postulante al trono que él detentaba. Habría que tener cuidado. Sobre todo no revelar la ubicación exacta del acontecimiento. Se debía proteger al recién nacido, a la encarnación del divino avatar, a la luz del mundo. Nathanael auguraba un baño de sangre provocado por la rabia de Herodes; nada podían hacer ellos para detenerlo, pero, al menos, podían intentar salvar al Cristo/Saoshyant. Se confabularon. Aquello tenía toda la apariencia de una conspiración que los defensores del Bien realizaban para protegerlo de las garras del Mal.

.....Spenta Manyu y Angra Manyu, la dualidad cuyo conflicto es el origen y fundamento de la existencia. Lo bueno y lo malo, el principio positivo y el negativo, la luz y las tinieblas, el Bien y el Mal. Mitra y Ahriman, Visnú y Kali, Principio Creador y Principio Destructor, Cielo e Infierno. Todo es lo mismo.
El que habría de nacer era un Veretragnan, un Bahran, un victorioso, que intentaría someter la prevalencia del mal, reequilibrando la balanza. Encarnando el Asa -la Verdad-, combatiría y trataría de vencer al Druj -la Mentira. Ellos, los magi, tenían una decisiva misión que llevar a cabo. Realizarían la ofrenda al dios vivo, pero también deberían ejercer de centinelas y guardianes ante Herodes, quien representaba, en este caso, a las fuerzas del mal. Confirmarían la presencia de la encarnación de dios, y desviarían la ciega furia del envidioso rey.
Puntualmente, Caspar, el gran Gatharaspa de Mumbay, a los dos días, se hizo anunciar con los graves cornos ceremoniales que allí, en la India, utilizan los Sumos Sacerdotes de Ahura Mazda. Los enormes pífanos estaban hechos con colmillos de los más vetustos elefantes muertos de forma natural, tras haber sido convenientemente consagrados; preciosamente labrados en un marfil ya ambarino, su sonido era inconfundible, y hasta las fieras de bella piel rayada y poderosas garras se escondían al escucharlo. La barba roja le daba al mago un aspecto impresionante. Sólo su mirada, clara y franca, y su ausencia de arrugas en frente y entrecejo, eran capaces de tranquilizar a quien ante él se hallase. Cubriendo su orondo corpachón portaba un gran manto adamascado finamente bordado con bramantes de seda dibujando el planisferio celeste: las estrellas principales que formaban las distintas constelaciones eran cristalinas piedras de cuarcita cuyo meticuloso esmerilado les hacía brillar como verdaderos astros. Bien pensado, impresionante es un término poco ilustrativo para definir su apariencia.
Puesto al corriente de todo, Caspar, aprobó y se unió al plan a seguir. No había tiempo que perder; la estrella parecía pronta a detenerse y nos separaba algo más de una jornada de Belén. Además, antes habría que cumplimentar al rey Herodes. Al día siguiente, el de la marcha, prevista antes de la salida del sol, fue imposible encontrar a Nathanael. En su aposento no se le halló. Su cama no estaba deshecha. Nadie lo había visto desde que se retirara la noche anterior. Todos pensaron que era mejor así. Era preferible que Herodes no lo viera con ellos; podría recelar. Probablemente hubiera salido siendo aún noche cerrada buscando el amparo de las sombras. Lo cierto es que desapareció tan misteriosamente como hizo su aparición.

.....Herodes nos recibió con el boato digno de delegados reales. Me pareció un hombre de carácter iracundo e inseguro, aunque melifluamente diplomático. Quería aparentar poder y autoridad, y lo que inspiraba era temor y dominio. No a nosotros, por supuesto. Con nosotros estuvo demasiado... político. Aparentó todo el lujo que pudo, nos agasajó con ricos presentes y opíparos festines, nos regaló la vista con hermosas bailarinas y no menos hermosos bailarines. Intentó por todos los medios ganar nuestra confianza. Solo después, embebido de soberbio engreimiento y pagado de sí mismo, se reunió con los magi a tratar del tema que los había llevado allí. Tanto mi tío como sus colegas se perdieron (y le perdieron a él) en disquisiciones acerca de los astros, sus posiciones, sus influencias... ninguna mentira, pero ningún dato sobre el lugar concreto del acontecimiento.
Se despidieron, rogando Herodes que una vez hallado el bien nacido le comunicaran su localización para ir él mismo a rendirle pleitesía. Los magos, por toda respuesta, le dedicaron una enigmática y hermética sonrisa.


.....La estrella se había detenido. Belén era poco más que un poblado diseminado a lo largo del camino que transcurría de norte a sur, comunicando Siria con Egipto. Distaba poco más de seis kilómetros de Jerusalén, por lo que llegaron en poco más de una hora. Ya era noche cerrada cuando, detenidos al borde del camino, tras preguntar infructuosamente en casas y hosterías, fuera yo, Hukhtaar el paje, el que observando a unos pastores que entraban en un establo y reparar en que de la puerta entornada parecía salir un tenue resplandor, descubrí el enclave. Me acerqué, abrí la puerta, y allí vi junto a un pesebre a un hombre taciturno y a su lado a una joven mujer con cara angelical que miraba hacia abajo, a lo que parecía una cuna de paja. Alrededor había pastores y aldeanos susurrando en voz baja. De la cuna, de vez en vez, se oía espaciadamente el inconfundible sonido gutural de un recién nacido. Emocionado, corrí a comunicar mi hallazgo.
Cuando penetraron los tres en aquel humilde recinto, el susurro de pastores y aldeanos se convirtió en ostensible murmullo de admirativas exclamaciones. Con cautela los magos se acercaron. Aquella joven madre y su compañero levantaron la vista, mirando a los extraños recién llegados como si fuesen lejanos parientes cuya visita fuese esperada. Melchor, Gaspar y Baltasar no necesitaron más que unos segundos para convencerse de lo que ya sabían. Los tres veían algo que nadie más veía (salvo, quizá, la madre del recién nacido): el niño resplandecía con una aura de irreal luminosidad (algo que sería muy acertadamente representado, después, hasta la saciedad en la profusa iconografía que recogiera el hecho). La marca del elegido se mostraba en todo su esplendor. Por si fuera poco, pudieron ver (y solo ellos lo vieron), detrás de la sagrada familia, suspendido en el aire, a Nathanael esbozando una amplia sonrisa.
Tras las ofrendas al Saoshyant/Mesías, los tres magos regresarían a sus lugares de origen convencidos de que aquel hombre, hijo del Dios Creador y Omnipotente (fuese Ahura Mazda, Yaveh u otra entidad), venía al mundo para, con su luz, iluminar las conciencias sumidas en la oscuridad.
El regreso lo hicimos dando un rodeo, eludiendo así un indeseado encuentro con Herodes. A los magos no les está permitido mentir, y lo evitaron no prestándose a ello. Al tiempo que los magos iniciaron el viaje de regreso (y yo con ellos), la sagrada familia inició el suyo hacia Egipto. A Herodes no le quedaría más que la frustración y una desesperada maniobra que no haría sino acrecentar su fama de execrable crueldad.

Benozzo Gozzoli - Procession of the Magi (Frescos de la Capilla del Palazzo Medici-Riccardi, 1460)

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GALERÍA

Adoración de los Magos

(siglos XVII-XX)

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Giuseppe Cesari (1600-10)
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Kaspar van den Hoecke (1610s)
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Juan Bautista Maino (1612)
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Juan Bautista Maino (1612)
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Peter Paul Rubens (1617-18, Lyon)
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Hendryck ter Bruggen (1619)
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Peter Paul Rubens (1619, Brussels)
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Peter Paul Rubens (1620, Brussels)
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Diego de Velázquez (1619)
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Diego de Velázquez (1619)
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Luis Tristán (1620)
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Eugenio Cajes (1620s)
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Eugenio Cajes (1630)
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Pedro Núñez del Valle, 1631
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Abraham Bloemaert (1623-24)
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Georges Lallemant (c 1624)
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Abraham Bloemaert (1624)
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Gaspar van der Hoecke, 1620-40
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Peter Paul Rubens (1624, Antwerp)
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Rembrandt van Rijn (1625-30, Hermitage) (versión 1)
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Rembrandt van Rijn (1632)(versión 2)
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Style of Rembrandt van Rijn (1st half 17th century)
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Peter Paul Rubens (1626-27, Louvre)
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Peter Paul Rubens (1609 / 1628-29)
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Tiburzio Passerotti, sXVII
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Leonaert Bramer (1628-30)
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Nicolas Poussin (1633)
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Leonaert Bramer (1638-40))
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Peter Paul Rubens (1633-34, Cambridge)
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Artemisia Gentileschi (1636)
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Francisco de Zurbarán (1639-40)
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Sébastien Bourdon (1642-45)
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Carlo Dolci (1649)
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Valerio Castello (1650)
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Bartolomeo Biscaino (c1650)
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Abraham Janssens (1st half 17th century)
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Tristán Escamilla (1st half 17th century)
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Mattias Stom (1st half 17th century)
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Eugenio Orozco (1st half 17th century)
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Bartholomeus Breenberg (1st half 17th century)
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Peter Brueghel the Younger (1st half 17th century)
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Jacob Jordaens, 2nd Half of 17th Century
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Cornelis Schut (1652)
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José Juarez (1655)
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Bartolomé Esteban Murillo (1655-60)
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Jan de Bray (1658)
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Francisco Camilo (1660s)
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Jan de Bray (1674)
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Unknown Master, german (17th century)
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Carlo Maratti (In Garland) (c 1700)
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Diziani Gaspare (1718)
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Corrado Giaquinto (c 1725)
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Sebastiano Ricci (1726-30)
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Giambattista Pittoni (1740)
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Escuela Cuzqueña (1740-60)
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Gaspare Diziani, 1755
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Corrado Giaquinto (1st half 18th century)
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Schule of Johann Evangelist Holzer (18th century)
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Unknown Master, german (18th century)
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André Gonçalves (18th century)
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Siglos XIX-XX
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Theodor van Loo, 1805
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Domingos Sequeira (1828)
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Julius Schnorr von Carolsfeld (1851-60)
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Edward Coley Burne-Jones (1861)
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Janez Sûbic (1877)
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James Tissot (1886-94)
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Journey of the Magi - James Tissot (1894)
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Edward Burne-Jones (1887)
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Edward Burne-Jones (1887)
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Pierre-Jules Jollivet (2st half 18th century)
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Joseph Christian Leyendecker (1900)
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Gyula Benczür (1911)
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Adolf Hölzel (1912)
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Henry Mowbray (1915)
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Eric Gill (1916)
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Eric Gill (date unknown)
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Henri Moore (1981)
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John August Swanson (1988)
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Zaki Baboun (Contemporary)
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He Qi (Contemporary)
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Stain Glass Window in Cologne Cathedral
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