domingo, 1 de febrero de 2015

El Eterno Femenino en la Escultura (II) - GALERÍA: Escultura s. XIX-XX. Francia (2)





El Eterno Femenino en la Escultura

Reflexiones esculturales

.....No por bellas ni por armónicamente proporcionadas, sino por referirse al hecho escultórico, las que siguen son reflexiones, disquisiciones o barruntos surgidos: como resultado del esfuerzo, sí, de documentación y compilación de la considerable cantidad de imágenes manejadas en la elaboración de esta propuesta; pero también al grácil vuelo que esas mismas imágenes, cual bandada de flamencos, iban desplegando ante mis ojos. Muchas formas bellas penetrando por estas mis insaciables lucernas, para, una vez dentro de mi conciencia, realizar allí su labor seminal: sembrar belleza en mi alma. ¿El resultado?, este florecimiento de pensamientos: ordenados unos según un orden geométrico, más libre y anárquicamente brotados otros; todos nacidos como consecuencia lógica a la gozosa plétora de sensaciones provocadas por tanta forma hermosa, por tanto Eterno Femenino aspirado por los ojos.


Reflexión 1
.....Empezaré observando que la escultura, por acercarse más a la realidad tridimensional en que estamos inmersos, a priori, de partida, tiene un componente menos abstracto que la pintura, que al estar sometida a la servidumbre de dos dimensiones ha de recrear el efecto real a base de subterfugios  que apelan a lo inteligible que el hombre posee. Así, la pintura, la sensación de profundidad que le falta ha de procurarla a base de un armonizado juego de perspectivas, proporciones formales, contrastes, claroscuros y colores, básicamente. Todo ello apela al intelecto y la capacidad de abstraccción del ser humano, que, reconociendo los códigos, los ensamblará en su cerebro recreando la imagen, de forma ideal, dotándola de tridimensionalidad. La escultura, en cambio, ese esfuerzo de abstracción se lo ahorra. La forma escultural recrea tal cual las formas se hallan ante nuestros ojos. No habremos de apelar a nuestra imaginación, siempre que se trate de escultura figurativa, por supuesto, ya que a partir del siglo XX, sobre todo (pero no exclusivamente), se ha venido realizando una escultura abstracta que esconde (o muestra) sus significados en las formas y los signos codificados (a veces, incluso, reforzados por medio del color). Mas, en esta reflexión, me estoy refiriendo básicamente a la escultura figurativa, aquella que preferentemente muestra y exhibe la forma femenina, ya sea desnuda o vestida, en diversas actitudes de la vida o de la imaginación, imitando la realidad o recreando la ficción, buscando su motivo temático en la historia, en la cultura popular o en las mitologías y fantasías de diversa procedencia.

.....Desde este punto de vista, la escultura necesita menos esfuerzo para ser comprensible, es más cercana a nuestros esquemas vitales. Es más patente, más evidente. También, por su cercanía con la realidad, nos impresiona más, por cuanto vemos una imitación de ésta que parece prodigiosa, como si el artista plástico fuese una especie de demiurgo que, imitando al Dios creador, fuera capaz de reproducir las formas naturales con tal exactitud que pareciera, a veces, superar a la propia Naturaleza. Cuántas veces no hemos oído "parece más real que la vida misma", o "parece estar más vivo que si fuera real". Claro que esto se dice en sentido figurado, pero, al así expresarlo, se está queriendo significar, de una forma sencilla y comprensible, que la impresión que nos causa tal o cual escultura está por encima de la que nos causa la misma —ordinaria— realidad. Y esto es así porque la obra de arte que la escultura es, como ya dijimos en otro lugar anterior, no poseerá ese hálito vital que le permita vivir de forma autónoma (trasladarse, respirar, sentir, etc), pero sí posee, en cambio, una carga de significación procedente de la impronta del genio creador del artista, y, con ella, una forma de expresión propia de la vida, que es, ahora ya, su propia vida, la de la obra de arte singular creada, que no sólo imita una realidad (ficticia o, valga la redundancia, real), sino que la trasciende, proyectando hacia el exterior un mensaje unido a su forma y a su modo, una forma y un modo cargados de sugerencias y alusiones que pertenecen al acervo cultural común. Una escultura que se limita a imitar lo ordinario real carece de emotividad, no conmueve, aunque pueda asombrar por la habilidad reproductora, pero se dice que estará muerta, y, esta sí, no será sino un pedazo de material inerte, sin vida. Pero la escultura que con propiedad puede considerarse una verdadera y auténtica obra de arte poseerá eso que la acerca a la vida, y lo hará por un atajo significativo (no un rodeo como pudiera parecer), por un alarde expresivo preñado de múltiple sentido.

.....Porque el artista creador, al modelar con sus manos lo que su mente ordena, y que la inspiración incitada por el estímulo estético-erótico le ha musitado previamente de forma imperiosa e ineludible, pone en su obra, en su creación, no un gesto estereotipado, no una forma huera, sino que intenta insuflarle todo el sentido que la escena requiera, la mayor cantidad de significado que enriquezca así su contemplación. El artista creador intentará que ese pedazo de material inerte (piedra, metal, madera, marfil o gema) se invista de vida a base de investirse de sentido.
.....Y es por eso que es tan difícil investir ricamente un cuerpo desnudo. Se ha de jugar con la expresión de los brazos y piernas, del busto o las caderas, del rostro, del movimiento detenido en un grácil escorzo que sugiera aún más dinamismo que el movimiento mismo; se ha de poner especial cuidado y talento en la proporción, en los volúmenes y las curvas, en la geometría espacial (no lo olvidemos, tridimensional, en el caso de la escultura en bulto redondo); habrá de esmerarse, sobre todo, en la composición, en el modo, además de en el qué; y todo para traducir el sentimiento erótico-estético inherente a toda creación, un sentimiento sin el cual sería impensable —e imposible— la obra de arte (recordemos, como dijo Diótima de Mantinea, que es precisamente ese Eros el que subyace en toda obra que pretende inmortalizarse, ir más allá del mismo sujeto creador y su finitud).
 ....Podemos considerar, teniendo en cuenta todo dicho en los anteriores párrafos, que la obra de arte así realizada nos impresiona y nos conmueve precisamente por lo que, ateniéndose a todos los condicionantes apuntados, contiene de divino, y que explica el por qué es capaz de sobrepujar la limitada y efímera realidad contenida en una vida, en una generación, en una cultura. ¡Cómo no asombrarnos por esas obras (las Venus —de Milo, de Cnido, de Belvedere; la Pietà o el Moisés; el grupo de Psique despertando por el beso de Cupido o ese otro Beso rodiniano) que a pesar del tiempo transcurrido sigan tan vivas como el primer día de su creación?

.....Y esto es así porque la obra de arte que lo es, es, ante todo, un modelo, una creación ejemplar que condensa o aquilata en sí un paradigma, que detenta la categoría de lo arquetípico, y tanto más, cuanto más aquilate o condense, cuanta más carga estético-erótica tenga, cuanto más nos sugiera la presencia inefable de lo divino en su prodigiosa forma.
.....Todo esto es difícil conseguirlo a través de la abstracción, porque lo abstracto pertenece al reino de la idea, y requiere para su comprensión, eminentemente, una concepción intelectual, alejada por tanto de lo figurativo y su reino de formas reconocibles, sugerentes y seductoras. La abstracción seguirá siendo bella, pero su belleza pertenecerá al universo inmaterial, no al rotundo y turgente de las formas, no al reino cálido —cuando no ardiente— de la materia transfigurada.



Retratos escultóricos del Eterno Femenino

1
La Mujer de Mármol

.....La pusieron sus padres por nombre Venus porque su piel era tan blanca como el mármol de Carrara, y tan suave, y tan pulida; y también porque, motivo no menor, ambos progenitores, en su vida profesional y en sus mutuas devociones, estaban imbuidos en el mundo del arte, uno, y de la Historia Clásica, el otro. Ella, la madre, era profesora en la universidad; él, su padre, se empeñaba en hacer realidad su sueño de ser escultor. Se llevaban apenas unos meses de edad, y en el momento de ser padres los dos habían cumplido treinta y tres años.
.....Ahora ya, dieciséis años después, Venus no desmerecía su nombre. Acostumbrada a sentir sobre sí las miradas fascinadas de chicos y chicas, de hombres y mujeres, podría decirse que su piel poseía el lustre propio de haber sido bruñida por la constante y aplicada labor de miles de ojos. ¿Qué habría que admirar más en ella? Es difícil decirlo, tanto como contestar a esa tonta pregunta que se hace a los niños sobre su preferencia materna o paterna. Su cabeza poseía la serena armonía propia de una escultura de Fidias, su torso y caderas la sensual sugerencia de otra de Praxíteles, y sus piernas y brazos parecían concebidas y ejecutadas por el longilíneo Lisipo. Tenía aún, a esos sus dieciséis años, más el cuerpo de ninfa que de diosa, pero cabía prever que en dos o tres años más el esplendoroso florecimiento culminara con tal expresión de belleza formal que se daba por hecho su inclusión en el sector de la moda, pues la de modelo se suponía debía de ser su carrera profesional más lógica y natural.

.....Pero Venus, al igual que su piel, al igual que su cuerpo, tenía el alma de mármol. No porque fuera dura o fría, o ni siquiera insensible, sino porque en todo su ser parecía vibrar, contenido, un extraño equilibrio, como si toda su hermosura fuera el resultado de desconocidas tensiones, de sobrenaturales fuerzas antagónicas confabuladas para lograr semejante prodigio estético. Unas tensiones que eran sutilmente perceptibles a través de sus gestos y movimientos, de su aire o de su manera de estar en reposo. Unas tensiones que, por momentos, parecían dejar traslucir la hábil mano de su creador, una mano en lucha continua con la ordinaria materia hasta conseguir la obra maestra. Estas tensiones, como el ostinatto melódico de un bajo continuo, también se mostraban en su carácter. A pesar de tener una sonrisa hermosa capaz de iluminar no sólo su rostro sino el de aquellos que la contemplaran, apenas la prodigaba. Nunca se la vio reír a carcajadas, nunca se entregó a esa risa desinhibida y descontrolada que libera los corazones de la tensión acumulada. Nunca perdió el control, tampoco por el extremo opuesto: se la diría inmune a la tristeza o las preocupaciones que acosan a los ordinarios mortales. Como si en el mismo paquete viniera la hermosura con éste, su hierático acervo emocional. Como si tal culminación de belleza hubiera necesitado la connivencia de delicados equilibrios y precisas ecuaciones formales que obligasen a una permanente contención, so pena de venirse todo el escultural edificio abajo si se transgredía esta ponderadora condición. 

.....Y no es que, en conjunto, la sobrecogedora belleza de Venus acabara por dejar frío al observador, antes bien, al contrario, causaba en los espíritus más sensibles verdaderos estados de arrobo, más propios de trances místicos que de contemplación sensual. Es que era la suya una belleza sobrehumana, y, además, subrayada por una forma de ser que parecía surgida de otro mundo, un mundo donde las miserias humanas no fueran conocidas, inexistentes la angustia y el miedo que tanto atenazan y condicionan la vida de hombres y mujeres. Daba la impresión de ser tan ajena a la debilidad y al dolor como lo es un bloque de mármol. Por lo mismo, cuando uno acababa por tener esta impresión, lo que su presencia suscitaba era: primero, desconcierto; y, después, una especie de inquietud que podría, incluso, derivar en incomodidad. Uno sentía entonces algo parecido a encontrarse ante la presencia de un ser en cierto modo ajeno a lo humano, un ser... divino, sí, esa sería la mejor analogía. Y ya sabemos que lo divino, cuando se presenta en toda su majestad, puede llegar a aniquilar la naturaleza mortal (al menos eso es lo que nos dicen los mitos de Apolo y Dafne o Psique y Cupido). Es por eso que como más cómodamente se podía disfrutar de la contemplación de Venus era desde una aconsejable distancia (adecuada a, y determinada por, la sensibilidad del observador). Esto a ella parecía no importarle (en realidad, parecía inmune a toda injuria o daño), comportándose siempre con esa invariable disposición del que se siente continuamente observado, sin por ello incomodarse, ni pedir más.

.....No era la suya una intención seductora, sino de espléndida magnanimidad. Era consciente de que su existencia suponía, con estética propiedad, todo un regalo para los demás, para el mundo, y, de forma consecuente, lo afrontaba con responsabilidad. Su gusto era impecable (quizás hubiera sido recomendable algo más de tendencia pecaminosa en su conducta), y con él contribuía a resaltar aún más su ya de por sí inconmensurable atractivo. Sobria y elegante, siempre se mostró esplendorosa y radiante; ya ciñera su cuerpo con suéter y jeans, ya lo disimulara con amplios vestidos talares o, en fin, ya lo expusiera semidesnudo al sol.
.....En relación a este último caso circuló una leyenda (nunca desmentida, es cierto, pero ¿es necesario desmentir las leyendas para revelar su falsedad?), una de esas historias florecidas a la sombra del misterio que toda juventud despliega, y que en su caso se inició coincidiendo con el muy tardío inicio de la menstruación (ya cumplidos los dieciséis años). Según ese, a todas luces espurio, relato se la hacía visitante de recoletas calas levantinas, en las noches de equinoccios y madrugadas de solsticios, donde —dicen— solía bañarse desnuda, y donde —sostienen—, en esas ocasiones, llegaba desde el mar algo parecido a un rumoroso cántico, como de polifónico viento extrayendo melodía del roquedal costero donde la bella realizaba su liturgia anadiomenal, y al que —esas mismas anónimas voces— achacaban un origen menos fenoménico y más mitológico, pues que —según ellas, las voces murmuradoras— sería un coro de náyades quien así entonara alabanzas a esta Venus rediviva.  

.....Leyendas a parte, Venus recaló como era de esperar en el mundo de la moda, no sin realizar de forma simultánea una licenciatura de Historia del Arte y un Máster en Mitología Comparada, dentro del prestigioso programa de Historia de las Religiones que ofrece la Sorbona de París. Fue una modelo considerada y cotizada, imprescindible en los books de las más exclusivas firmas de moda y talleres de joyería, lo que no la excusó de seguir impertérrita su sereno, elegante, bello y armoniosamente tensionado paso por la vida. Ocasionalmente, como también cabría esperar, brindó su escultural fisionomía a los cinceles más hábiles, a los pinceles más clásicos y a los fotógrafos más artísticos. Nunca se casó, ni lo intentó (por otra parte, ¿quién hubiera podido soportar la cercanía de tanta belleza sin perecer víctima de la dicha?). Curiosamente, tampoco se le adjudicaron romances. Las revistas rosa se tendrían que conformar con su imagen publicitaria o ilustrando algún artículo de fondo artístico, y la prensa amarilla jamás pudo hacerla presa de sus insidias y murmuraciones. Creo que esa mezcla de sobrenatural belleza, de irresoluble misterio y de impecable conducta se constituyó en invulnerable broquel que la volvería inexpugnable. 
.....Dicen que actualmente vive retirada de la vida pública en una pequeña mansión a orillas del lago Como; y los mismos afirman que, no obstante su retiro, si uno se aposta en cierta cala de una célebre Cíclada, en el evocador Egeo, en las noches equinocciales o madrugadas de solsticio, puede verla surgir entre la blanca espuma, renovada, inmarcesible, con su cuerpo como esculpido en mármol, ajeno a la decrepitud y el deterioro. 

Fin





GALERÍA

EL ETERNO FEMENINO EN LA ESCULTURA
Último tercio del siglo XIX y primero del XX

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FRANCIA (2)
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ALFRED BOUCHER
1850-1934
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Le Repos (Sleeping Girl)
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Le Repos (Sleeping Girl)
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Nu assis de Dos (Seated Nude)
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La Baigneuse
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La Baigneuse
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La Baigneuse (vue arrière)
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L'Hirondelle blessée

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Volubilis
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Volubilis
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Volubilis
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Volubilis
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Volubilis
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Volubilis
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Volubilis (bronze)
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Ptintemps (gres flammé de Muller)
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Printemps (gres flammé de Muller)
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Volubilis
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Le Rêve
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Le Rêve
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Diana
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Nu de face devant un paysage marin
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Femme Nue
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Diane Surprise  (marbre)
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Diane Surprise (bronze)
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DianaSurprise (bronze patiné)
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La Pensée
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Le Baiser
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Grand Nu Féminin
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La Faneuse

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La Faneuse (bronze)
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Hors Concours (bronze)
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Jeanne d'Arc écoutant ses voix
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Jeanne d'Arc écoutant ses voix
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EDOUARD DROUOT
1859-1945
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Un Allegorical Figure of Dusk
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Hebe
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Hebe (detail)
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Nymphe debout avec putto
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Woodland Nymph playing Pipes (Muse des Bois)
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Woodland Nymph playing Pipes (Muse des Bois)
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Woodland Nymph playing Pipes (Muse des Bois)
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Woodland Nymph playing Pipes (detail)
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Salome
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Salome (trois vues)
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Salome (detail)
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Jeune Femme nue à la colombe dans l'écume
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Nude Bather
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L'Etoile de la Mer
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L'Etoile de la Mer (après Edouard Drouot)
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L'Etoile de la Mer (après Edouard Drouot)
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L'Etoile de la Mer (après Edouard Drouot)
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L'Etoile de la Mer (après Edouard Drouot)
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L'Etoile de la Mer (après Edouard Drouot)
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L'Etoile de la Mer (après Edouard Drouot)
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L'Etoile de la Mer (après Edouard Drouot)
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EUGÈNE DELAPLANCHE

1836-1891
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Eve after the Sin
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Eve after the Sin (Front views)
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Eve after the Sin (side views)
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Eve after the Sin (back views)
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Eve after the Sin
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Eve avant le Peché
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Eve avant le Peché
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L'Aurore
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L'Education Maternelle (marbre)
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L'Education Maternelle (marbre)
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L'Education Maternelle (bronze)
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L'Education Maternelle (bronze)
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Vierge au Lys
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Vierge au Lys (detail)
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Vierge au Lys
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La Vierge au Lys (bronze)
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La Vierge au Lys (bronze) (detail)
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La Musique
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La Musique
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La Musique (detail)
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La Musique
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La Musique
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Zèphyr ou La Danse
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L'Afrique
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L'Afrique
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L'Afrique
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JEAN-BAPTISTE-GUSTAVE DELOYE
1838-1899

Diana the Huntress
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Jeune Femme Nude, 1870
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L'Amour et Psyque
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Allegorie de l'Étè
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