sábado, 29 de mayo de 2010
Un rayo en el Paraíso
Enfrascado delante del ordenador no me di cuenta de la tormenta que sobre mi cabeza se estaba desarrollando.
Sí, de vez en vez escuchaba el fragor de un trueno, o algún relámpago iluminaba la repentinamente oscurecida tarde, pero no era consciente de que esta tormenta iba a ser diferente.
No, hasta que un impresionante estrépito y un fogonazo me sacó de mi ensimismamiento... Una chispa revoloteó ante mis ojos y desapareció tan súbitamente como había aparecido. Miré alrededor: el ordenador seguía encendido, la luz también; todo parecía estar en orden... menos el vello de mis brazos y piernas, que estaba levemente erizado, cargado de una energía electrostática que podía sentir, aunque no ver.
Me daba cuenta poco a poco de lo que había sucedido. ¡Efectivamente! ¡Un rayo, caído sobre el edificio de mi atalaya, soltó una chispa que penetró por la ventana, paseándose por el salón donde estaba tecleando un mensaje para Brisa y tras saludarme rápidamente desapareció derivado por el cable del router del ADSL. A los pocos segundos me quedé sin conexión a la red. Intenté enviar un mensaje dando cuenta del prodigio -de seguir vivo, digo- pero fue imposible: "no hay conexión con el servidor", rezaba el rótulo de la pantalla.
Volví lentamente (si bien, muy excitado) a la realidad. Intenté volver a conectar. No hubo manera. El estado febril y de malestar digestivo en que me encontraba no me permitieron hacer nada más. Me resigné al silencio "virtual" en que me veía sumido. Mi cuerpo necesitaba atención y descanso. Me abandoné a la indolencia tumbándome en el sofá mientras por la ventana veía pasar la tormenta entre truenos, rayos y cortinas de agua (una de esas tormentas tan habituales en esta parte del país cuando hay un acusado cambio de temperatura). Me quedé dormido arrullado por "¡Brouuums!" y "¡Chaassas!" que se sucedieron durante no sé cuanto tiempo.
De esta experiencia vivida ayer he querido subir este post; relatarla para echar fuera el exceso de esa energía electrostática acumulado en mi cuerpo, físicamente indemne pero emocionalmente cortocicuitado.
Esto ha sido todo, mes amis. De aquí mi silencio de las últimas horas. Ahora, continúo sin conexión a la red en mi casa -estas cosas siempre pasan en fin de semana-; escribo este post desde el domicilio de una amiga. Mi cuerpo se va recuperando de la invasión de estos ínfimos monstruitos letales -ha sido un virus gástrico de esos que pululan a placer por estos húmedos lugares de brisa (¡!) y sol-.
¿Un vals para celebrar mi continuidad entre los vivos? De la preciosa obra del genial iconoclasta chino Wong Kar Wei, In The Mood For Love, esta gemita musical: