Verdad y Mentira
I
En este mundo mendaz,
más que verdad, hay mentira
en la conciencia del hombre,
pues, de costumbre cautiva,
por verdades toma leyes
en la ficción erigidas.
Miente el hombre cuando piensa
y miente cuando imagina,
cuando siente miente menos
y nada cuando se abisma
en ese soñarse el alma
del silencio suspendida.
Es, la palabra, falacia
de metáfora imprecisa
que, queriendo definir,
al definir se extravía
de la verdad que en las cosas,
indefinible, palpita.
Construye el hombre conceptos
como leyes apodícticas,
sometiendo a su lenguaje,
de nociones constreñidas,
el fluir incontenible
de la inmarcesible vida.
Por eso, solo el silencio
de la mente suspendida
puede escuchar el latido
de la verdad que palpita
en ese ser de las cosas
por el que son en sí mismas...
...Y, al escucharlo, sentir
que el alma con ella vibra:
dos verdades cara a cara
palpitando en sintonía,
reconociéndose "cosas"
de un mismo ente surgidas.
Mas si, altiva y engreída,
intentara definirla,
sombra, artificio y engaño
apenas conseguiría:
espejismo de verdad,
fruto de artera inventiva.
II
Para probar cuanto os digo
contemplad el día a día,
observad alrededor:
¿qué procura al hombre dicha?
¿qué la angustia? ¿qué el temor?
¿qué tristeza? ¿qué la risa?
Si de dicha hablar queremos
convendremos que a la vista
del amor nos situaremos,
¿qué allí vemos?: una herida,
tan dichosa, que a la vez
que nos hiere nos fascina,
nos emboba y embelesa,
nos angustia e hipnotiza,
nos transforma lo real
en hechizo y fantasía,
¿Dónde está, pues, su verdad?
¿Por qué rezuma mentira?
Si de angustia y de temor,
nada mejor adoctrina
que la muerte con su corte
de misterio, horror y grima;
de nada valen certezas
de nada instancias divinas:
lo que se acaba se acaba,
y lo que no, se termina.
Mas la muerte, dice el sabio,
la vida posibilita,
¿Dónde está, pues, su verdad
si la anhelamos mentira?
Si el llanto y la carcajada
su propiedad reivindican
¿por qué hay lágrimas de gozo
y de enajenación risas?
¿por qué lloro de emoción
ante una acción compasiva?
¿Por qué río, trastornado,
ante la crueldad inicua?
Perplejos, mi corazón
y mi alma solicitan:
¿Dónde está, pues, su verdad
si así expresan tal mentira?
Es la palabra tramposa
y la sensación equívoca,
con ellas creamos mundos
de realidades ficticias,
para en ellos refugiarnos
como si fuesen guaridas.
Y es así que me cuestiono,
con palabras harto ambiguas:
si nacidos con conciencia,
si de inteligencia eximia
¿Por qué buscamos verdades
a la luz de las mentiras?
-o-
(Friedrich W. Nietzsche)
Sólo mediante el olvido de ese mundo primitivo de metáforas, sólo mediante el endurecimiento y la petrificación de un fogoso torrente primordial compuesto por una masa de imágenes que surgen de la capacidad originaria de la fantasía humana, sólo mediante la invencible creencia en que este sol, esta ventana, esta mesa son una verdad en sí, en una palabra, gracias solamente al hecho de que el hombre se olvida de sí mismo como sujeto y, por cierto, como sujeto artísticamente creador, vive con cierta calma, seguridad y consecuencia; si pudiera salir, aunque sólo fuese un instante, fuera de los muros de la cárcel de esa creencia, se acabaría en seguida su autoconsciencia. Ya le cuesta trabajo reconocer ante sí mismo que el insecto o el pájaro perciben otro mundo completamente diferente al del hombre y que la cuestión de cuál de las dos percepciones del mundo es la correcta carece totalmente de sentido, puesto que para decidir sobre ello tendríamos que medir con la medida de la percepción correcta, esto es, con una medida de la que no se dispone. Pero, por lo demás, la percepción correcta —es decir, la expresión adecuada de un objeto en el sujeto—, me parece un absurdo lleno de contradicciones, porque entre dos esferas absolutamente distintas como lo son el sujeto y el objeto no hay ninguna causalidad (4-bis), ninguna exactitud, ninguna expresión, sino, a lo sumo, un comportamiento estético, quiero decir, una extrapolación alusiva, una traducción balbuciente a un lenguaje completamente extraño. Para lo cual se necesita, en todo caso, una esfera intermedia y una fuerza mediadora, libres ambas para poetizar e inventar. La palabra fenómeno encierra muchas seducciones, por lo que, en lo posible, procuro evitarla, puesto que no es cierto que la esencia de las cosas se manifieste en el mundo empírico. Un pintor al que le faltaran las manos y que quisiera expresar por medio del canto la imagen que ha concebido, revelará siempre, en ese paso de una esfera a otra, mucho más sobre la esencia de las cosas que el mundo empírico. Incluso la misma relación de un estímulo nervioso con la imagen producida no es, en sí, necesaria; pero cuando la misma imagen se ha producido millones de veces y se ha transmitido hereditariamente a través de muchas generaciones de seres humanos, apareciendo finalmente en toda la humanidad como consecuencia cada vez del mismo motivo, entonces acaba por tener el mismo significado para el hombre que si fuese la única imagen necesaria, como si la relación entre la excitación nerviosa originaria con la imagen producida fuese una estricta relación de causalidad estricta; del mismo modo que un sueño eternamente repetido sería percibido y juzgado como algo absolutamente real. Pero el endurecimiento y la petrificación de una metáfora no garantizan en modo alguno ni la necesidad ni la legitimación exclusivas de esa metáfora.
Sin duda, todo hombre que esté familiarizado con tales consideraciones ha sentido una profunda desconfianza hacia cualquier idealismo de esta especie, cada vez que se ha convencido con la claridad necesaria de la consecuencia, ubicuidad e infalibilidad de las leyes de la naturaleza; y ha sacado esta conclusión: aquí, cuanto alcanzamos en las alturas del mundo telescópico y en los abismos del mundo microscópico, todo es tan seguro, tan elaborado, tan infinito, tan regular, tan exento de lagunas; la ciencia cavará eternamente con éxito en estos pozos, y todo lo que encuentre habrá de concordar y no se contradirá. Qué poco se asemeja esto a un producto de la imaginación; si lo fuese, tendría que quedar al descubierto en alguna parte la apariencia y la irrealidad. Al contrario, cabe decir por lo pronto que, si cada uno de nosotros tuviese una percepción sensorial diferente, podríamos percibir unas veces como pájaros, otras como gusanos, otras como plantas, o si alguno de nosotros viese el mismo estímulo como rojo, otro como azul e incluso un tercero lo percibiese como un sonido, entonces nadie hablaría de tal regularidad de la naturaleza, sino que solamente se la concebiría como una
construcción altamente subjetiva. Entonces, ¿qué es para nosotros, en definitiva, una ley de la naturaleza? No nos es conocida en sí, sino solamente por sus efectos, es decir, en sus relaciones con otras leyes de la naturaleza que, a su vez, sólo nos son conocidas como suma de relaciones. Por consiguiente, todas esas relaciones no hacen más que remitirse continuamente unas a otras y, en su esencia, para nosotros son incomprensibles por completo; en realidad sólo conocemos de ellas lo que nosotros aportamos: el tiempo, el espacio, por tanto las relaciones de sucesión y los números. Pero todo lo maravilloso que admiramos precisamente en las leyes de la naturaleza, lo que reclama nuestra explicación y lo que podría introducir en nosotros la desconfianza respecto al idealismo, justamente reside única y exclusivamente en el rigor matemático y en la inviolabilidad de las representaciones del tiempo y del espacio. Sin embargo, esas nociones las producimos en nosotros y a partir de nosotros con la misma necesidad que la araña teje su tela; si estamos obligados a concebir todas las cosas únicamente bajo esas formas, entonces deja de ser maravilloso que, hablando con propiedad, sólo captemos en todas las cosas precisamente esas formas, puesto que todas ellas deben llevar consigo las leyes del número y el número es precisamente lo más asombroso de las cosas. Toda la regularidad que tanto respeto nos impone en las órbitas de los astros y en los procesos químicos, coincide en el fondo con aquellas propiedades que nosotros aportamos a las cosas, de modo que, con ello, nos infundimos respeto a nosotros mismos. De aquí resulta, en efecto, que esa artística creación de metáforas con la que comienza en nosotros toda percepción presupone ya esas formas, y, por tanto, se realizará en ellas; sólo partiendo de la firme persistencia de estas formas primordiales resulta posible explicar el que más tarde haya podido construirse sobre las metáforas mismas el edificio de los conceptos. Pues éste edificio es, efectivamente, una imitación de las relaciones de espacio, tiempo y número, sobre la base de las metáforas.
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GALERÍA
Franz von Stuck
(1863-1928)
Mitología 2
Circe (1)
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Circe (1) (con su marco)
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Circe (2)
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Centauro y Ninfa
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Cabalgada de Centauro
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La Bella Helena
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Phryne
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Hercules y la Hidra
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Fauno y Ninfa
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Dánae
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Medusa (1)
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Sísifo
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Wasser und Feuer (Agua y Fuego)
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Medusa (2)
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