martes, 26 de febrero de 2013

Eric Delvaux en el Corazón de las Tinieblas (V)





Aquel espíritu iniciado en el fondo de la nada me honró
con sus asombrosas confidencias antes de
desvanecerse definitivamente.
El corazón de las tinieblas. Joseph Conrad

"El corazón de las tinieblas es el corazón del hombre."
Malva Flores, en la Presentación de Heart of Darkness


IX
En el corazón de las tinieblas
.....En las zonas más inextricables, en las más frondosas, allí donde la cúpula verde es impenetrable tracería de follaje, escudo más que filtro, para los rayos del sol; allí, en lo más profundo de la más tupida selva ecuatorial, donde los sonidos se ahogan y los ruidos se confunden, donde las pisadas son mudas mas no sordas, donde los seres rastreros pululan y se deslizan sin ser vistos hasta que ya es tarde, donde el aire tiene la densidad de la angustia, donde se respiran con facilidad los efluvios del horror, allí, en ese universo de sombras y tinieblas, tiene lugar diariamente la ofrenda de la vida excesiva, la hipertrofia de la vida, la metástasis del exceso. Un infierno no es sólo el lugar al que aboca la muerte justiciera, lugar de olvido y lamento, y que responde al castigo por haber vivido --sólo vivido, sin calificativos--; también lo es el lugar en el cual la vida se devora a sí misma sin piedad y sin remordimientos, donde nada es más extraño que la ética y la justicia. Allí nada es lo justo, todo rebosa, todo se vierte por entre las fisuras de individuales cimas inalcanzadas, y este rebosarse es alimento y combustible para el cíclico exceso que, así, a sí mismo se retroalimenta. ¿Olvido? Penetrar en el corazón de las tinieblas es olvidarse de que existe otro mundo fuera de él; es olvidarse hasta de uno mismo como ser autónomo, es acceder a un torbellino vertiginoso donde nada tiene existencia separada, es penetrar en un inmenso organismo para ser asimilado por él, convertido en materia de su metabolismo, de allí sólo se sale catabolizado, mero excremento de su digestión... si se sale. Por supuesto, nunca se sale --de salir-- de su frenético cordial ritmo sincopado siendo el mismo que se penetró: en el alma quedarán las huellas indelebles de su exceso perfiladas por el horror. El miedo habrá sido el alimento que nunca falte: miedo a ser devorado, a ser comprimido, a ser emponzoñado, a ser digerido, a ser poblado por ávidas criaturas invasoras que se adueñarán poco a poco de nuestra conciencia, testigo así de una terrible metamorfosis en que la sensibilidad superior que es producto de una inteligencia sutil y refinada se va tornando brutal e inhumana. El miedo colgando de las altas bóvedas como lianas; el miedo arrastrándose por un suelo esquilmado por la oscuridad; el miedo agazapado tras cada arbusto, roca o sombra; el miedo ciñendo todos y cada uno de los pensamientos como un nebuloso halo; el miedo gobernando la vida, reinando sobre ella, contaminándola.

.....Hay quien compara el corazón de la tinieblas al corazón humano, y no le falta razón para hacerlo; quizás hasta se quede corto. En su interior, en su ámbito de oscuras cavidades, de fluidos intermitentes, de rítmicos latidos que sostienen y procuran el mantenimiento de la vida, de insaciable feracidad sin límites, hay mucho del órgano emocional del ser humano, pero no lo agota. Es tan irresistible y paradójicamente bello, mezcla de pasión y de horror, como lo es el corazón del hombre; tan exhuberante, imprevisible e inconstante. Su equilibrio es el continuo desequilibrio, que es, por otra parte, garantía de la vida, su condición; pero que en el caso del corazón de la selva, y debido a su concentración, a su enorme densidad, se muestra como la más armónica de las complejidades. Mecanismo de orgánica relojería donde se mide un tiempo detenido. ¿Que ha de extrañar que una criatura extemporánea custodie tesoros caídos del cielo al fondo del más fantástico de los ríos? La mole jurásica, esquiva mas no huidiza, celosa de su aura aprensiva, de su fama precedida, de su utilidad como instrumento disuasorio, no se dejará ver; no, directamente. Dejará el rastro de su improbable presencia en el lecho fangoso de las mentes temerosas, de todas las mentes que allí, en aquel corazón tenebroso, se adentren. Algún elefante flotando de forma inusual en el río, medio comida su panza por los cocodrilos, bastará para confirmar su presencia. El exceso demanda exceso, y allí, la mente del ser humano, contagiada por lo excesivo, padecerá el delirio febril de una imaginación infectada. Lo irreal tiene allí carta de naturaleza, es la realidad más plausible, más probable, más adecuada. Porque cuando uno se adentra en sus dominios portando las referencias que conforman y dan sentido a la realidad exterior, lo primero que sufre es un shock de irrealidad, y después, si quiere sobrevivir, deberá dejarse perfundir por esta nueva realidad irreal --la suya, la propia del corazón de la tinieblas--, aceptarla, imbricarse en ella, formar parte de ella. Así se descubrirán en uno mismo facetas antes ocultas, como un brillante que junto a los reflejos irisados comenzase a destellar tinieblas, deslumbrantes tinieblas que solaparán los vivos colores. El corazón de las tinieblas es el corazón del hombre donde el horror refulge sombras.


X
Aproximación al umbral
.....Tras pasar dos días en el poblado pigmeo enclavado en los confines del lago Tumba junto a Jafari, el decano de los hechiceros de la gran cuenca, Eric y Hasani reemprendieron viaje. Aún les separaban 1000 kilómetros de su destino, casi todos ellos a través de un curso reticular formado por continuos canales, más o menos anchos, e islotes medianeros; sólo al final, ya cerca de Kisangani el río recobraba un único y amplio cauce. Les esperaban quince días de atento navegar, por tanto.
Al inicio de este periplo, arribaron a Mbandaka, la gran ciudad colonial, a la sazón una de las mayores urbes ecuatoriales, con más de medio millón de muy diversas almas. Nuestros amigos, hechos ya a la soledad, producto de una pausada inmersión en la naturaleza, habituados y acomodados (sobre todo Eric) a una realidad tan distinta --y distante-- al fragor de una ciudad, que si africana, totalmente contaminada por lo peor de occidente (la ambición, el beneficio ante todo, la avaricia, la prisa, la insatifación), apenas se demoraron un día para visitar las oficinas de la Corporación, dar cuenta de lo intrascendente del viaje hasta ese momento (se cuidó muy mucho, Eric, de hacer mención de la experiencia tenida en el lago Tumba) y aprovisionarse de lo necesario.
Durante los quince días transcurridos hasta avistar Kisangani, nuestros protagonistas estrecharon aún más unos lazos que de forma invisible los habían ido anudando. Compartieron sus vidas pasadas, en cierto modo similares: uno, exiliado de sí mismo, en continua búsqueda de su apátrida conciencia; el otro, exiliado de su pueblo, producto híbrido del azar, en continua búsqueda de las amenazas que pudieran cernirse sobre su tierra, y, por ende, sobre su pueblo. Mas existía una diferencia fundamental entre sus dos almas, entre su diferente exilio sobrevenido, y entre la diferente motivación en su orientación a la búsqueda: en el belga todo se sustanciaba desde una perspectiva interior; en el pigmeo todo se orientaba hacia el exterior; el uno, sintiéndose perdido, se buscaba a sí mismo; el otro, en completa posesión de su alma, la orientaba hacia afuera como una antena en labor de vigilancia. La autenticidad que el uno buscaba en sí, el otro quería preservarla allí donde ya existía. Ambos se complementaban, ambos coadyuvarían al éxito del otro. El objetivo era que este éxito se acabara materializando, es decir: se alcanzara; eso significaría: por un lado, que aquella región de la selva estaría a salvo; por el otro, que un alma distorsionada al fin se sintonizara con su ser (¿se salvaría?).

.....Kisangani era otra gran ciudad, demasiado occidentalizada para África, demasiado despersonalizada, donde todo se mezclaba de una manera desordenada. Reciente aún la independencia del país, reinaba una especie de caos libertario, jovial pero inconsciente. Las grandes compañías belgas poseían todavía los resortes de la economía, pero en la calle se respiraba ese aire de libertad confusa y desorientada que sobreviene a los pueblos que salen de una época de colonialismo para acceder a su autonomía. Con todo el candor, entusiasmo y perplejidad de adolescentes intentando llevar vida de adultos, así podría tildarse a la población que en diez años había pasado a ser dueña de su destino. Quien ha vivido largo tiempo obedeciendo órdenes, siguiendo cauces ya marcados, libre de responsabilidades y, por tanto, sometido al arbitrio del dominio y la autoridad, suele conseguir con dificultad poner orden en sus cosas, acostumbrarse al rigor de la disciplina responsable, de la capacidad y la consecuencia de la toma de decisiones. Es por eso que en aquel tiempo, en Kisangani, en medio de una zona selvática como aquella, se vivía como si se estuviera en una especie de extraño paraíso donde sus moradores parecieran gozar de libertad condicional. Incapaces de desprenderse totalmente de la pátina de lo occidental, a pesar de abjurar de ella, resultaba desconcertante ver a aquellos nativos, ahora libres, sin saber qué hacer realmente con su libertad. No es descabellado, pues, inferir que no tardarían en caer en un régimen aún peor del que sufrieran siendo colonia de los belgas. Pero eso... es otra historia. Sírvanos para la muestra que un tal estado de efervescencia caótica daba pie para todo tipo de desmanes. Y los que se pudieran perpetrar contra la selva no eran los menos factibles, precisamente. El afán de riqueza, ahora multiplicado, y sin medida, por los arribistas que antes no hicieron sino verla pasar por delante sin poder tocarla, es decir, cuando los resortes del gobierno pasaron a manos de los anteriores capataces, el riesgo aumentó de forma alarmante. Eso lo sabían las poblaciones de la selva. Vivirían apartadas, vivirían semi-ocultas, pero no vivían al margen del mundo que los rodeaba y que, sabían, podía inmiscuirse en sus vidas. Hasani lo sabía, y ahora, Eric también. Lo comprobaron en Kisangani. El riesgo era evidente. Con esta certidumbre, tras pasar no más que dos días en la ciudad, continuaron viaje. Los próximos cien kilómetros habrían de hacerlos por carretera hasta salvar las Cataratas Boyoma (antes Stanley), una serie de siete sucesivas quebradas del terreno que el río salva con peligrosos rápidos y saltos caudalosos. Del otro lado, botarían de nuevo la chalupa y explorarían la zona que era, ya, su destino: el tramo comprendido entre el inicio de las ya superadas cataratas Stanley y Las Puertas del Infierno.


XI
Adia, el destino
.....Cuenta una antiquísima leyenda transmitida a través de innumerables generaciones (cuando llegaron los primeros pobladores, quienes darían lugar a las etnias pigmeas, ya se encontraron con esa leyenda irradiando desde el corazón de la selva) que un día llegó del cielo un Viajero poderoso; venía sobre un carro de fuego tirado por velocísimas criaturas aladas. Dice esa leyenda que cuando el carro se posó en la tierra lo hizo con gran estrépito, y que, al hacerlo, un segundo sol iluminó la selva, el suelo tembló y se resquebrajó su superficie; de la hendidura comenzó a brotar un agua azul que corrió por la selva dibujando una gran curva: un círculo sin cerrar, que los blancos llaman omega.  Así dice la leyenda que surgió el Padre de todos los Ríos: el Gran Río Lualaba, que después sería llamado Congo. Sigue diciendo la tradición legendaria que el Viajero descendió de su carro y visitó la selva con gran disfrute; tanto le gustó lo que vio que decidió conceder a una raza de los seres que allí moraban el don de la inteligencia estelar, la que poseen los dioses. Eligió para ello al antepasado de los hombres que entonces apenas se diferenciaba de los chimpancés. Aquella raza evolucionó rápidamente y se dotó de todas las cosas que son propias de la cultura de los hombres. Al Viajero le gustó ver cómo su obra fructificaba, aunque notó en ella ciertas desviaciones que achacó a la influencia del planeta. Algunos de aquellos seres, lejos de buscar la armonía con sus congéneres y con las demás criaturas de la selva acabaron por guerrear unos con otros; la violencia se instaló en sus vidas y la selva se convirtió en un lugar de tinieblas en vez de un reducto de vida luminosa. El Viajero intentó erradicar esa maligna tendencia que progresaba en una parte de la raza como una insidiosa enfermedad, sin conseguirlo. Era una característica de este mundo y él nada podía hacer para evitarlo. Al fin, decepcionado, decidió abandonar la selva y la Tierra, pero compadecido con aquellos que sí tenían tendencia hacia la armonía y la luz, resolvió dejar su carro de fuego oculto en el fondo del río que él mismo había creado.   A estos hombres de luz les indicó dónde ocultó su sagrado vehículo, y les dijo que si necesitaban y querían acceder a la divina inteligencia estelar utilizaran fragmentos de este su carro: él poseía el poder para comunicar con dicha divina inteligencia, pues estaba constituido con fraguada luz de las estrellas. También les dijo que dejaba tres centinelas para custodiar el tesoro: uno, imponente y terrible, capaz de helar la sangre de los hombres no justos, patrullando las aguas; otro, invisible y ubicuo, como un espíritu disuelto en el alma de la selva; y un tercero que habitaría en el corazón de los hombres justos. Hecho esto, el Viajero volvió a surcar los cielos y se reintegró al universo de donde una vez vino.

.....Esta era la leyenda, la leyenda que Hasani transmitió a Eric cuando navegaban ya hacia su cercano destino. Cuando acabó de relatársela, Eric le miró (lo había mirado muchas veces, unas despreocupadamente, otras con interés, algunas con fascinación, pero en escasas ocasiones lo había mirado como entonces le miró), se quedó ensimismado en aquellos ojos redondos e intensos, algo dentro de sí hizo clic, algo se había colocado, como una pieza metálica al encajar en el lugar apropiado: aquella mirada le era tan íntimamente familiar que no pudo sino establecer una fantástica analogía con una sensación sentida días antes, al despertar tras su incidente en el lago Tumba. Aquella mirada le sumergía en el sueño tenido aquella noche y que nunca pudo recordar. En algún sentido estaba relacionada la mirada con el sueño. No sabría precisar hasta qué punto esta coincidencia podría explicar la sensación que desde ese día la presencia de su amigo le producía: una sensación de absoluta seguridad y confianza. La angustia, el miedo, la duda, habían desaparecido, las tinieblas de su corazón se habrían ido disipando como la niebla lo hace ante la fuerza del sol.
--¿O sea que la leyenda coincide con la realidad? ¿Me quieres decir eso? ¿Allí a donde vamos es donde cayó el meteorito? ¿Existe pues? --inquirió Eric, más en términos impersonales, como expresando en voz alta, para sí mismo, las conclusiones de lo escuchado, que como preguntas directas a su amigo.
Por toda contestación, Hasani esbozó una luminosa sonrisa con la que contestaba de forma simultánea y afirmativa a todas las cuestiones planteadas. Eric se sintió otra vez abrazado por aquella mirada que le hacía sentirse completamente en paz consigo mismo y con el mundo. Sonrió pensando que Maurice Daenne, el Director de la Corporación, en Kinshasa, no sabía hasta qué punto le había asignado un ángel de la guarda en la persona de aquel mestizo, medio pigmeo, medio bantú, que parecía poseer un ascendente especial en la selva, un ascendente que, como si fuera un sol, era capaz de disipar las tinieblas.

.....Llegaron a una zona donde las orillas se separaban aún más, trazando una amplia curva a ambos lados. Eric pensó que si se se continuara el trazado de las curvas se podría completar un óvalo casi circular (semejante al cráter que hubiera producido un meteorito al impactar con la tierra). En esta parte del curso del río la selva se volvía especialmente frondosa y su verde era más intenso. A Eric le pareció escuchar un sonido lejano, como el tronar de una tormenta distante. Hasani se dio cuenta.
--Son las Puertas del Infierno. Allí el río baja tan encajonado que las aguas provocan un fragoroso murmullo que la tierra y el aire transmiten durante muchos kilómetros. Es el tobogán del Lualaba. Se dice que por él se desliza el Espíritu de la Selva cuando se siente niño. Algo impensable para los hombres... incluso para los pigmeos --y al decir esto estalló en una desinhibida carcajada que el muro de maleza les devolvió, repetida, como si los árboles también rieran.
Si Eric no hubiera alcanzado ese grado de armonía interior, si no tuviera a su lado a aquel fantástico ser, si no se sintiera tan integrado e identificado con el medio en el que estaba inmerso, probablemente estaría sobrecogido, tal era la impresión que en este punto del río se podría experimentar. Las aguas parecían mucho más profundas, oscureciéndose el zafiro hasta el marino profundo, casi negro; y la selva, aún más impenetrable, más densa, más feraz, parecía desbordar lo ominoso como el producto de una fermentación tumultuosa, mas invisible. Hasani acercó el bote a la orilla en una zona en que el río penetraba en la selva. Pero no era le río quien penetraba, sino la selva licuada quien lo hacía en el río. Era un canal afluente que se iba estrechando hasta unir las copas de los árboles de ambas riberas. Parecían navegar bajo una gran bóveda esmeralda. Atracaron tras haber recorrido apenas doscientos metros del cauce del gran río.
--Acamparemos aquí. Hemos de esperar a la noche --dijo Hasani.
El pigmeo saltó a tierra y comenzó a emitir aquel sonido agudo y ululante que ya escuchara Eric en otra ocasión, cuando saltaran a tierra en el lago Tumba. En esta ocasión el belga no sufrió ningún picotazo. En un momento se vieron rodeados por un grupo de pigmeos surgidos de la nada. Saludaron a Hasani y miraron a Eric. Hablaron entre ellos, estaba claro que sobre aquel intruso blanco; tras intercambiar unas palabras, todos se volvieron a mirar al intruso con una especie de admiración en sus rostros. Eric no entendía por qué aquel gesto, pero lo agradeció con una amplia y franca sonrisa. Todos sonrieron.

.....Se me habrá de perdonar que no pueda contar lo sucedido durante esa noche. No me está permitido revelar ciertos secretos, secretos que tiene que ver con el delicado equilibrio del corazón de las tinieblas. Pero sí puedo relatar que Eric, tras aquella noche, decidió quedarse en la selva; habitar con sus habitantes, fundirse con sus creencias, palpitar con sus latidos. Antes de hundirse en la verde espesura, envió un informe a la Central de Kinshasa donde confirmaba que las habladurías acerca de una gran veta de lonsdaleita incrustada en un meteorito ubicado en el fondo del río Congo, no eran más que eso, habladurías, supersticiones fabulosas, cuentos bantúes sin ninguna base real. Los escasos fragmentos hallados en el transcurso del viaje podían provenir de restos de antiquísimos impactos que quedaran diseminados sobre la superficie de la espesura. Desmontaba así la tesis de pingües riquezas en el corazón de la selva, al abrigo del Río Congo. Al menos por el momento, la selva seguiría sin ser profanada. Del dinosaurio, por supuesto, ni rastro, todo patrañas. Además, en carta separada dirigida a Maurice Daenne, le informaba de su decisión de permanecer en la zona explorando regiones aún ignotas. No precisaba nada más, ni por cuánto tiempo ni por qué zonas. Desaparecía, así, del mundo para subsumirse en la jungla. Hasani, antes de reintegrarse al seno de la Corporación, acompañó a su amigo hasta la región de origen de su etnia, la tierra de los Asua, en el Este, cerca de las fuentes del otro gran río de África, El Nilo. Allí dejó a Eric. Y nosotros hacemos lo mismo. Quién sabe si lo volveremos a encontrar algún día...

Fin de Eric Delvaux en el Corazón de las Tinieblas


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GALERÍA

EN EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS

ARTE AFRICANO

The Legacy of Asiru Olatunde
(Yekino Folorunso, Toyin Folorunso, Ishola Folorunso)
(Relieves grabados en aluminio)

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The Animal Kingdom - Toyin Folorunso, 2007
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The Oshun Grove - Ishola Folorunso, 2007
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Mamy Wata 1 - Toyin Folorunso, 2007 
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Adam an Eve - Toyin Folorunso, 2011
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The Animal Kingdom Toyin Folorunso, 2007
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Noah's Arc - Toyin Folorunso, 2011-12
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The Animal Kingdom 2 - Toyin Folorunso, c2012
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The Agbogbo Bird - Toyin Folorunso, 2008
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Oshun Festival - Toyin Folorunso, 2009-2012
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Mamy Wata 2 - Toyin Folorunso, 2009
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Village Life - Toyin Folorunso, 2009
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Ceremony for Obatala - Toyin Forolunso, 2009
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Animal Kingdom 3 - Toyin Forolunso, 2009
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Egungun Festival - Toyin Forolunso, 2009
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Bird in a Tree - Yekini Forolunso, c 1995
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Bird and Lizard - Yekeni Forolunso, c 1995
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Egungun Festival - Yekeni Forolunso, c 1995
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Hunter in the Forest - Yekeni Forolunso, c 1995
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The Animal Kingdom 1 - Yekeni Forolunso
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The Animal Kingdom 2 - Yekeni Forolunso
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The Animal Kingdom 3 - Yekeni Forolunso
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