HOMELESS I
Maureles
Aquel hombre no era un hombre,
era sombra, era entelequia;
lo fue todo y no era nada
mas que ambulante miseria.
De niños nos asustaba
su amenazante presencia:
aquel sobretodo enorme
sobre su nada inmensa,
siempre porteando un saco,
a modo de cruz, a cuestas.
Nunca hablaba con nadie
ni a nadie causó molestias;
fue un espectro fantasmal,
investido de leyenda,
que a los niños daba miedo
y que se usó de advertencia:
"¡Cómete la sopa, niño!
¡Niño, ya no des más guerra!
Que si no, vendrá Maureles"
a llevarte en su talega"
Y al pobre niño la imagen
del pobre se le presenta,
y ya se ve en su talego
llorando como alma en pena;
así es que... apura la sopa,
y el trajín de su alma inquieta.
Llevaba cubierta la cara
por una barba tan densa
que parecía pintada
con brocha de gruesas cerdas,
y por cejas tan copiosas
que dosel más parecieran
sobre los ojos profundos
abismados de experiencia,
y por hirsuta cascada
de su fosca pelambrera
cayendo sobre la frente
en aborrascadas greñas.
Ya fuera el piloso embozo,
ya su figura grotesca
de atrabiliario buhonero,
lo que indujera a sospecha,
es el caso que aquel ser,
aquel trasgo de novela,
portó siempre el Sambenito
de persona ruda y fiera.
Era Mauro un hombre rico,
en cariños y en hacienda:
tenía buen corazón,
casa grande y pingües tierras;
procedía de familia
de esas que dicen burguesas
en los pueblos de Castilla,
donde el burgués es emblema
de terrateniente culto
acomodado en su flema.
Incluía su fortuna
envidia en su parentela,
pues es siempre la codicia,
a lazos de sangre, ajena.
Liberal en su carácter,
y en su política apuesta,
acogió con regocijo
aquel abril la sentencia
que daba a luz la República
y a la Monarquía, puertas.
Esto acrecentó la inquina
que los suyos le tuvieran,
codiciosos, ante todo,
y soldados de carrera.
Pocos años la ilusión
alentó la insigne empresa:
los Abeles ya celaban
de los Caínes las gestas;
en las calles corrió sangre,
soflamas en las tabernas;
"¡Igualdad!" gritaban unos,
"¡Libertad!" otros contestan,
todos pedían lo mismo
y nadie daba respuesta.
Mauro siempre intercedía
entre opiniones adversas,
tendiendo amistosos puentes
entre enemigas riberas
-algo que la intemperancia
ni perdona ni tolera-.
Al fin, un día las ondas
escupieron una arenga
instando a la rebelión,
a las armas y a la guerra.
Caín y Abel se enfrentaron
con ferocidad dantesca:
en el frente, con denuedo;
en retaguardia, sin tregua.
El resultado es sabido:
ganó la mala conciencia.
Como tantos, perdió Mauro,
completamente la hacienda,
pero, además, la razón;
y la perdió por vergüenza,
pues fue su propia familia,
vencedores de carrera,
la que todo le quitó
dejándolo en la indigencia.
Desde entonces vagó solo
por calles y carreteras,
viviendo de las limosnas,
con su propia cruz a cuestas:
sueños rotos, sin valor,
en un saco de arpillera,
y un injusto sambenito
de persona ruda y fiera.
Una mañana de invierno
apareció en una olmeda
cubierto de escarcha blanca
y libre ya de sus penas.
-o-
HOMELESS II
Estupor
Ese hombre que camina
arrastrando su miseria
en un carro de la compra
de sucia loneta vieja
-piel cetrina, barba larga,
enmarañadas las greñas-,
es el mismo que hace tiempo
paseaba su soberbia,
-tez morena, bien cuidada,
y lustrosa cabellera-
en un coche deportivo
con asientos de piel crema,
chicas guapas entre risas,
y en su casa, mujer seria;
otrora el oro en la mano
y en el pecho billetera
le dieron seguridad
y una arrogante apariencia
de insolente triunfador
en la envanecida feria.
Mas...
Quiso un día la fortuna
girar su implacable rueda,
quitándole cuanto tuvo:
casa, familia y empresa,
hasta el coche deportivo
y la afectada soberbia.
Desde entonces vaga solo
con su maltrecha conciencia
cosechando mil preguntas
y ni una sola respuesta.
Con la mirada perdida
en su perdida riqueza
(no sabe qué le ha pasado,
dónde se fue la opulencia)
y la chaqueta raída
y el pantalón de estameña
camina, las botas rotas,
arrastrando su miseria,
pasos cortos, largo duelo,
por calles que no recuerda,
con un carro de la compra
de sucia loneta vieja.
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