miércoles, 18 de febrero de 2015

El Eterno Femenino en la Escultura (VII) - GALERÍA: Escultura s. XIX-XX. Ámbito Anglosajón (2)


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El Eterno Femenino en la Escultura

Reflexiones esculturales

Reflexión 4: 
Lo real y lo ideal en la escultura del cuerpo femenino

.....¿Imitación o imaginación? ¿Qué hay de idealización y qué de copia de la realidad en una escultura figurativa donde lo que figura es el cuerpo —desnudo o no— de la mujer? ¿Cuánto hay en ella (la escultura) de transcripción y cuánto de recreación? En resumidas cuentas, ¿qué parte corresponde al artesano —esforzado imitador de la realidad— y qué parte al artista —creador inspirado de otra realidad, ésta ideal— en la obra escultórica?.
.....Es curioso como en el arte se ha recorrido un camino circular: comenzó siendo eminentemente simbólico, para ir acercándose gradualmente a una realidad idealizada, y de ahí, una vez conseguida ésta con un alto grado de perfección y sofisticación, volver a divergir de nuevo hasta hacerse otra vez más y más simbólica, incluso abstracta y conceptual. Como si el arte respirara y tuviera sus ciclos de inspiración y espiración, como si el recorrido del arte siguiera el modelo de movimiento pendular. Estos cambios, constituidos en ciclos o periodos, pueden contemplarse y considerarse referidos a su cercanía o lejanía de la realidad, a su mayor o menor tendencia a la idealización.

.....La mimesis, el pathos y la areté, como referentes para establecer las fluctuaciones en los modos y las modas de representación artística (escultural). El griego clásico, en su primera gran etapa (Fidias, Policleto), tendió hacia una representación —mimesis— idealizada de la materia, del cuerpo, representando sus proporciones armónicas pero con ausencia del pathos —emociones— que inevitablemente todo individuo padece, en mayor o menor medida, dependiendo de la situación. Con ello se tendía hacia un ideal expresado en la areté —o virtú latina—, que no es otra cosa que la excelencia del ciudadano ideal, que reúne las cuatro virtudes específicas: valentía, equilibrio o moderación, prudencia y justicia. Así las representaciones escultóricas del kouros (cuerpo masculino) debían ser modelos de esta ética clásica ideal; el pathos en ellas estaba proscrito, no era conveniente, ni ejemplar; estaba reservada a la representación de sátiros, centauros y otros seres imbuidos y manejados por las pasiones (¿?). La mimesis lo era de una forma abstracta (ética), representando a un modelo ideal y no a un individuo. 

.....Con Lisipo, Praxíteles y Escopas, ya en el siglo IV a.C., contemporáneos a la hegemonía macedonia y a la apertura de fronteras, etapa inmediatamente anterior a la helenización sobrevenida a las conquistas de Alejandro y a su anhelo de unificación del mundo greco-persa, sobrevino un movimiento pendular de aquella concepción ejemplar y modélica de la representación del hombre como emblema de areté. Sobrevino la individuación en el arte, el pathos se apoderó de las esculturas, que perderían idealización moral para adquirir una idealización humana (si tuviéramos que hacer una analogía nietzscheana, diríamos que a la imagen del superhombre griego alto-clásico, le sucedería el humano, demasiado humano —ma non troppo— del griego bajo-clásico y helenístico). Las figuras humanas pasaron a representar las más diversas situaciones del alma y no sólo las más expresivas contorsiones corporales.

.....La figura de la mujer, por otra parte, cobró preeminencia, aunque sin llegar a la que seguiría teniendo la del omnipresente varón. Es en esta época cuando florecen las venus y las ninfas, alejadas del hieratismo de la Atenea Partenos de Fidias. La sensualidad impregna la escultura, se llena de alma, se hace erótica, pero idealizada, siempre idealizada. La areté seguiría siendo referencial, aunque ahora ya desde una humanidad reconocida en sus emociones, no privada de ellas. Efectivamente, la escultura pasó a representar lo humano, demasiado humano, que es, al fin y al cabo, donde se asienta lo ideal, lo divino (¿dónde si no?). Y aquí, Platón, presiento, se vería obligado a asentir, por más que quisiera empeñarse en ligar belleza a moralidad (en el sentido de ética actitudinal, no normativa religiosa), y reconocer que el arte es, además de mimesis, feliz añagaza, y engaño consolador que el alma humana necesita; y que la belleza, si tendente a la excelencia moral, lo es por lo que tiene de aroma a eternidad, y no por lo que ostenta de tufo ético.

.....El genio del artista cuando modela o esculpe un cuerpo femenino, ya sea tomando como modelo el cuerpo real de una modelo de carne y hueso (Campaspe o Friné), lo que intenta, lo que persigue, es representar el Eterno Femenino que habita en la singularidad de ese cuerpo contemplado con los ojos de la cara, pero, también, con el entrevisto con los del alma. Y los ojos del alma no sólo ven formas materiales, no sólo se solazan con excelsas curvas y bellos volúmenes, sino que miran más allá, y ven lo que trasciende la materia (la calidez de esas curvas, la rotundidad de esos volúmenes): una sensualidad que traspasando lo sensorial se adentra en el universo infinito de las ideas y el de las convicciones, el de las creencias. El hombre, la mujer, cuando representan al ser que es objeto y sujeto esencial de su salvación, intentan, como aquel homínido arcaico que pretendía por medio de un simbolismo figurativo capturar el espíritu de otro ser, del que creían obtener, por una especie de sortilegio o conjuro, su poder, intentan, digo, de la misma manera, conjurar, por medio del símbolo que la escultura es, lo que la mujer y el hombre reales, de carne y hueso, portan sin llegar a serlo; es decir, intentan conjurar la idea, el modelo, que esa mujer y ese hombre sugieren pero que, indefectiblemente, la realidad material se empeña en frustrar continuamente. Porque el ser humano, como si de un castigo divino se tratase, es capaz de imaginar una perfección de la que siempre se encontrará lejos, y cuanto más avanza hacia ella, ésta pareciera abrirse a un horizonte siempre equidistante e inalcanzable.

.....El genio del artista, que podría definirse como el aliento de lo eterno trasfundiendo su singularidad, no dejará de plasmar ese barrunto de lo inmortal por imperecedero (la belleza absoluta, lo que late inmarcesible desde el corazón de la belleza) en sus obras. Y cuanto más consiga captar y capturar esa imagen que se le impone, que siente latir a través suyo, al contemplar esa otra imagen concreta de carne hueso qeu tiene ante sí en calidad de modelo, más satisfecho estará de su creación, más identificado con su propio ser. El irrepetible Pasolini lo reflejaría admirablemente en uno de sus Cuentos de Canterbury, cuando el artista protagonista del mismo, que es pintor, tiene un sueño en el que ve con meridiana nitidez y gran regocijo de su alma la escena del cuadro que desea pintar, y que se resiste con frustrante tenacidad a su ejecución en lienzo. El pintor se rinde a la evidencia incontestable de la superioridad del sueño, más aún que las ideas, sobre las realizaciones. También podríamos traer aquí a colación la sentencia de Hölderlin en su Hiperionel hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona.

.....La reflexión (que es la capacidad pensante del ser humano en estado de vigilia) es madre de la acción, la condiciona a sus códigos culturales y éticos, pero el sueño, en cambio, al escaparse del mundo real y sus referencias, al ser más libre e incondicionado, puede volar a alturas prohibidas para la reflexión, unas alturas que no son alcanzables, tanto menos, por medio de la acción. El artista de Pasolini, al constatarlo, concluía que para qué esforzarse en intentar remedar un imposible cuando era tan sencillo soñarlo. Aquí está la clave: el artista se esfuerza... porque no puede hacer otra cosa, porque al esforzarse en realizar la obra soñada mitiga su angustia (consuelo que verá una y otra vez defraudado, ya que el alivio sentido es fugaz, tras el cual la angustia volverá a acosarlo, lo que le inducirá a volcarse en una nueva obra, que, una vez terminada, volverá a dejarlo en el anonadamiento consecuente a la futilidad del esfuerzo realizado... previo a otro nuevo intento; y así...).

.....Cuanto más logre el escultor (el artista en general) insuflar en su obra el barrunto de eternidad que le obliga a crear, cuanto más logre acercar la realidad a lo ideal, más consolado se sentirá: expresar con los medios de la realidad (medios materiales) lo que no pertenece sino al reino de la idea, es el gran logro que el artista persigue. Y en la medida que consiga este sublime objetivo se sentirá recompensado, por un lado, y será reconocido, por otro. Pocos pueden dudar de la divina genialidad de un Bach, un Mozart o un Beethoven; de un Michelangelo, un Bernini o un Canova, de un Rubens, un Van Gogh o un Picasso, de un Homero o un Dante, de un Cervantes o un Shakespeare. Todos ellos, los más eximios creadores conocidos que las culturas han dado a través de las épocas. ¿Y qué escuchamos, vemos y captamos en sus obras? El latido de lo Eterno, el rostro de la Belleza, la resonancia del Infinito. 
.....Si el ser humano se remitiese a ser un artesano, que labora tras la utilidad de sus manufacturas, se quedaría siempre de este lado de la realidad, nunca traspasaría la frontera tras la cual se halla el paraíso presentido. Sería no más que un animal sofisticado, quizás el más inteligente de todos, quizás, pero nada más... allá de esta magnitud de animalidad mejorada (¿?).  Pero no, el ser humano, desde siempre, ha necesitado del... Arte; de esa virtud para capturar en lo aparente, lo transparente, lo subyacente, lo trascendente. El ser humano siempre ha necesitado soñar, a pesar de la sofisticación alcanzada por su pensamiento. No le basta. Sigue siendo un mendigo, aunque vista ricos ropajes. Sus descosidos y rotos, su miseria, es inherente a su naturaleza. Ha llegado a adquirir un poderoso cerebro, una prodigiosa capacidad para la abstracción, que no ha hecho sino confirmar su mendicidad; pero con ello, también, la lucidez suficiente para darse cuenta de ello, de que en él resuena el latido de lo Eterno, palpita el corazón de la Belleza, flota el aroma del Infinito, en este su ser material, caduco, efímero, proclive a la degeneración, el dolor y la muerte.

.....Quizás sea todo una fantástica alegoría. Una alegoría donde el Eterno Femenino representaría un papel protagonista, esencial, medular: el eterno retorno de la belleza como un bien necesario, como una necesidad gratuita, como un regalo siempre merecido y al alcance de la voluntad. El escultor (como cualquier otro artista), consciente o inconscientemente, sabe esto, y esto es lo que persigue en cada una de sus obras, y cuando lo capta y lo captura, en la obra permanecerá por los siglos de los siglos, mientras la conciencia exista y la materia lo permita. 



Retratos escultóricos del Eterno Femenino

6
La Mujer de Porcelana

.....Semejante a la de terracota, la Mujer de Porcelana es más sofisticada, pertenece a otra extracción. Su ascendencia indefectiblemente es más noble que la de aquélla, incluso puede llegar a ser aristocrática en su más acabada expresión. Procedente de los más selectos estratos sociales, requiere no obstante de una esmerada formación, y en todo cuidadosa, so pena que se malogre. No es su mejor virtud la firmeza, ni la consistencia, antes bien, la delicadeza, el refinamiento y hasta la elegancia predominan en ella, son su santo y seña.
.....Beatriz (porque así se llama nuestra heroína; y de la que aconsejo tener presente en la imaginación a la amada del Dante, y, a ser posible, cuando se lea ese su nombre se ha de pronunciar mentalmente en italiano —es decir Beatriche) era hija de diplomático con título nobiliario: un rancio marquesado ganado por un aguerrido y aventurero antepasado en los primeros momentos de la conquista del Nuevo Mundo, y transmitido a trancas y barrancas a través de los siglos, hasta que ya en el siglo XX dejó de ser ejercido por desacuerdos con la Casa Real, en un primer dictatorial momento, y sobre todo, tras la huida de su regia cabeza alfonsina y la posterior rebelión militar.
.....Como toda hija de diplomático se crió a caballo de varios países: París, Roma, Pekín, Tokio, Melbourne y vuelta a París. Nadie supo jamás por qué aquel diplomático de carrera, noble sin ejercer, con cada nuevo destino se fue alejando cada vez más de su patria; hay quien veía en ello una especie de revanchismo hereditario, de sarpullido causado por hipersensibilidad a la causa de una enfermedad pasada, causa que habría que situar en el ibérico solar patrio. Beatriz tuvo, así, una educación a salto de mata, pero, eso sí, mata de alto estanding: orquídeas, rosas de damasco, crisantemos, camelias o calas, podrían haber sido sus tutoras y mentoras. 

.....De cutis blanco como la leche y fino como el cristal, esbelta, elegante, algo andrógina pero sin perder con ello femineidad, una femineidad a la vez etérea y fluida, como de náyade espumante; con larga cabellera que dependiendo del día, del meridiano y de la luz, podría mostrarse castaño oscuro, casi negro, o castaño claro, casi rubio, o pelirrojo, casi fuego; su rostro era sumamente atractivo sin ser sensual: frente amplia, nariz regular, tirando a recta, pómulos suaves, labios finos, mentón delicado, y unos ojos grandes que, como el cabello, dependiendo de la luz del día y de la latitud, podían aparecer como marrones, casi almendrados, o azulinos, casi violáceos, o verduzcos, casi marinos (que era su color más habitual). Se movía sin prisa, y sin prisa hablaba cuando lo hacía, que no era con prodigalidad. Era evidente que la educación recibida le había servido para contemplar la existencia con el distanciamiento propio de los espíritus elevados: su metro y casi ochenta centímetros de sinuosa anatomía contribuía a ello no poco.
.....Curiosamente, pese a una sensibilidad rayana en la extrema delicadeza, era el suyo un carácter impasible. Nunca perdía el equilibrio emocional, nunca se la vio expresar emociones de forma vulgar u ostentosa: contención era la palabra que mejor definía su actitud. Era contenida en todo, y quien conocía su íntima sensibilidad se maravillaba de que pudiese actuar con tal control. Nadie se explicaba cómo disolvía la excitación que en una naturaleza tan sensitiva le tendrían que causar necesariamente los simples avatares de la vida cotidiana, por muy facilitada y cómoda que tuviese esa vida. Pero lo cierto es que pocos la vieron sollozar o reír a carcajadas (alguna vez de niña, alguna otra vez al inicio de su adolescencia, y poco más).

.....Era la candidata perfecta para ser la esposa de un noble, quizás un diplomático como su padre, o un financiero de esos que hunden las raíces de su fortuna en una secular cercanía con el poder (materias primas, energía, diamantes,...), o bien de un hombre próximo a los ambientes del arte (marchante, compositor, director de orquesta). Cualquiera hubiera apostado la uña de un dedo a que ese sería su destino, una vida relajada, sin problemas, dedicada a ser una excelente anfitriona, amante del arte, culta y refinada, perteneciente a las élites socioculturales del lugar donde eligiese vivir.
.....Pero, ay, ya sabemos cómo se las gasta el bribonzuelo arquero vendado. Ensartó sus flechas con descuido y haciendo caso omiso a toda previsión. Beatriz se enamoró por primera y única ocasión a los veinte años (pese a su autocontrol, que de poco le sirvió en esta ocasión), y lo hizo, además, perdidamente, de un joven y atormentado postulante a escritor. Lo conocería, ya de vuelta en París, en una de las frecuentes visitas al Musée d'Orsay, donde gustaba pasarse las horas muertas ante la sublime densidad escultural que allí se guarda y exhibe. Fue amor a primera vista.
.....El hombre, casi un muchacho aún, si hemos de ser sinceros parecía salido de un cuadro de Caspar David Friedrich, o de un texto de Goethe, o, más exactamente, ser un representante de lo que Verlaine denominaría, no sin extremo efectismo, un poèt maudit, un bohemio incomprendido entregado al negocio de las musas y al dolce far niente de una existencia contemplativa, alejada de convencionalismos y lugares comunes. Él también era de extracción nobiliaria, pero de cuya fortuna el tiempo no guardaba ya memoria. Vivía de las exiguas rentas que le habían dejado sus padres, ya fallecidos, consistentes en el monto de los alquileres de un par de locales sitos en le Xème arrondisement y varios pisos modestos situados sobre ellos; cuya moderada suma se lo comían los gastos de la casa familiar, una antigua mansión tan venida a menos que las paredes estaban desconchadas y los suelos desvencijados, y los sueldos de un lacayo, casi tan viejo como la casa, y de una cocinera que parecía engastada en la cocina. 

.....Beatriz, desoyendo las exhortaciones y advertencias paternas, se obstinó en unir su vida a la de aquel seguro candidato a la infelicidad, y un buen día abandonó a los suyos para lanzarse a la aventura de su vida. Paul, que tal era el nombre del bohemio romántico, la acogió con los brazos abiertos, mas sin saber muy bien qué hacer con tan excelsa joya; quiero decir, sin saber  qué hacer para afrontar dignamente una vida al lado de ella, porque una cosa es ser un bohemio diletante que no ha de pensar en nada más que en los propios sueños, morador único de fastuosos e improbables castillos en el aire, y otra muy distinta complacer, no sólo las singulares locuras, sino, antes bien, las expectativas de una vida en pareja, un proyecto común de dos almas que además de quererse han de vivir en el mundo.
.....Lo cierto es que Paul, con la cercanía de su déesse, sufriría una transformación. Como si la presencia de Beatriz hubiera actuado como un catalizador en el alma del joven, provocando en ella reacciones hasta ese momento insospechadas. Su escritura, sus textos, comenzaron a cobrar lucidez y profundidad, accedieron a una inteligibilidad antes ausente; la abstracción farragosa dio paso a una claridad narrativa ornada de imágenes brillantes, de agudeza y de ingenio. 
.....Las editoriales, hasta ese momento reticentes a aceptar sus tochos infumables y sus florilegios incomprensibles y alucinados, comenzaron a reparar en la feliz —e inaudita— transformación habida en aquel autor. Primero con comprensible cautela y después con decidido alborozo acabaron por editar todo cuanto salía de la renovada —¿renacida?— mente del joven escritor, que no era poco; pues a la claridad y excelencia en el dominio del lenguaje le acompañaría una fertilidad poco frecuente. Qué duda cabe que todos achacaban tal cambio a Beatriz. Aquel angelical ser que desde que se fuera a vivir a la desconchada mansión familiar de su amado, pareció ir adquiriendo con el tiempo una pátina de fascinante misterio, un halo de enigmática virtud. Se la hacía responsable de aquel insospechado cambio, y eso quería decir, poco más o menos, que se la creía poseedora de un secreto y mágico poder (algunos sugerían una dudosa naturaleza demoníaca o hechicera en la personalidad de Beatriz). 

.....Lo cierto es que Paul pasó de ser poèt maudit a reconocido y celebrado escritor. Sus libros de poemas llenaban los escaparates de las librerías, se le estudiaba en las universidades y su narrativa fue objeto de más de una adaptación al cine (con desigual acierto).
.....Fueron trece años de locura, en los que la mansión familiar fue restaurada y el antiguo prestigio del apellido nobiliario de Paul recobró todo su esplendor. Al cabo de los cuales (y algunos lo vieron como la confirmación de sus sospechas), Beatriz, la bella y misteriosa Beatriz, se hizo añicos como un jarrón de porcelana. Sucedió al dar a luz a una niña, que, como ella, tenía la piel blanca como la leche y translúcida como el cristal. La inspiración de Paul, aunque sufrió el tremendo golpe, no sólo no se vio privada de su fuerza y penetración, sino que del dolor, quizás abonado con la visión de la hija que tanto le recordaba a la madre, floreció un jardín de obras aún más celebradas y exitosas. Por más que el morbo de la gente pretendiera cambiarle el sambenito de poèt maudit por el de poèt malheureux, no pudo hacerlo, pues Paul parecía portar con él, en su interior, el brillante halo de misterio de Beatriz, su impasible actitud ante la vida y su sensibilidad jubilosa.


Fin



GALERÍA

EL ETERNO FEMENINO EN LA ESCULTURA
Último tercio del siglo XIX y primero del XX

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ÁMBITO ANGLOSAJÓN (2)
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.HIRAM POWERS
1805-1873

California, 1850-58

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Eve Tempted
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Eve Tempted
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Eve Tempted
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Eve Disconsolate
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Eve Disconsolate
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The Greek Slave

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Smithsonian Museum (Washington DC)
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Smithsonian Museum (Washington DC)
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Yale University version (with pedestal)(San, Francisco, Ca)
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Yale University version (San Francisco, Ca)
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Brooklyn Museum version (New York)
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Brooklyn Museum version (New York) (detail)
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Brooklyn Museum version (New York) (detail)
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Corcoran Gallery
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Corcoran Gallery version (Washington DC)
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Corcoran Gallery version (Washington DC) (detail)
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Busts
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Proserpina (Persephone)
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California
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America
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 Eve disconsolate
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Eve Disconsolate (front, sides and back views)
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 Ginevra and Clytie
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Psyche
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Hope
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Charity and Faith
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Greek Slave






DANIEL CHESTER FRENCH
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Memory
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Immortal Love
(aka: The Sons of God saw the Daughters of Man They Were Fair)
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Andromeda
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Daniel Chester French' Studio, with Andromeda in the Forefront
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Plaster
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Truth
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