Poema 45
Este alado dragón que oficia
de custodio
que expele sus humores violentos
por narices
y lacrima al devorar lo deseado
creció bajo faroles de mercurio
y en cubos de alquitranes
se vacía
de todas las huellas fabulosas
que inventa por insomnio
en las crecientes de la Luna.
Ayer bajó hasta manteles y abstraído
se hizo porcelana de una taza.
Aquí estoy, sentado en un apartado rincón de este oscuro y lúgubre tugurio atestado de humo, sumergido en un denso olor a azufre y sudor, inmerso, pues, en una atmósfera casi irrespirable... para cualquier organismo que no tenga nuestra extraordinaria e irreductible constitución.
Se supone que no podría estar sentado, me lo debería de impedir mi fisionomía reptilesca... Aún así, lo estoy; he logrado, con gran habilidad no exenta de gracia, acomodar mi coriáceo trasero sobre la cola enroscada en espiral, a modo de retráctil cojín espinoso, hasta lograr una airosa posición sedente que es la admiración de mis colegas; de hecho todos me imitan, si bien, no todos lo logran con mi grácil soltura. Tanto tiempo con los humanos es lo que trae: acaba uno por adquirir sus costumbres, por más imbéciles que éstas sean.
Este mismo local, en el que ahora me encuentro, no es sino un remedo de esos clubes nocturnos donde ellos, los humanos, se recluyen por las noches para olvidar lo que no hicieron por el día... y lo que tampoco harán durante la noche. Suelen ser antros de luz escasa, como grutas de murciélagos, acogedores de almas en pena y con cierto aire clandestino; llenando el ámbito sonoro, invariablemente, suena música de jazz o blues, o melodías underground de atrabiliaria inspiración urbana; su ambiente: el humo del tabaco, ya condensado y fraguado en pátina que reviste como una segunda piel las paredes y el ajado mobiliario, mezclado a un odorífero y pastoso cóctel de alcohol y miasma humano en estado de putrefacción.
En nuestro caso, el Dragon Jazz es un establecimiento en muchos aspectos bastante original.
Como su nombre indica, el jazz es su santo y seña musical, aunque las notas melancólicas y tribales del Memphis o el Chicago blues también tienen su lugar en las noctámbulas sesiones. Esto sería lo normal; en cambio, a estas dos afro-americanas propuestas, se suman frecuentemente los sonidos minimalistas y las melancólicas corales de un Arvo Pärt o un Górecki, o, incluso, el dodecafonismo de un Schoenberg, o el micropolifonismo de un Ligeti, sin olvidar, huelga decirlo, al dramático Wagner de Der Ring des Nibelungen, lo que no deja de ser, cuanto menos, una singular extrañeza; extrañeza demandada por la no menos extraña clientela que frecuenta el local.
Otra singularidad es la ubicación, pues el Dragon Jazz es ubícuo. Sí, sí, se encuentra en cualquier lugar de cualquier tiempo; lo mismo en la Quinta Avenida neoyorkina durante el Crack del 29, que en el Soho londinense de los 60, en el parisino Bulevar Saint-Germain en Mayo del 68, o en el Madrid de los Austrias en tiempos de la movida madrileña; en los barrios que concitaban salones de opio del Shangai británico en el siglo XIX, en las brumosas marismas de Edo del Shogunato Tokugawa, o en un suburbio del Teotihuacan pasmado por aquellos centauros de oriente que llegaron cabalgando los mares. ¿Cómo es eso posible? Lo es si uno está familiarizado con la Teoría Unificada, cóctel formado por el solapamiento de la Teoría de la Relatividad y la Mecánica Cuántica, y gracias a la cual podría explicarse y determinarse la existencia de diversos planos dimensionales en un mismo "punto espacio-temporal".
Pero... lo que dota de esencial originalidad al Dragon Jazz no es su ecléctica oferta musical, ni su ubicación, ni su arquitectura; lo que de verdad hace único este mítico lugar es su increíble y misteriosa concurrencia, entre la que me cuento. Nuestra existencia tiene un origen diverso, múltiple, multicultural; nuestra estirpe ha ido creciendo al mismo tiempo que el hombre se ha ido diversificando, cultura tras cultura, época tras época. Ya lo he dicho, los destinos están indisolublemente unidos, el nuestro al del Ser Humano, a quien debemos -digámoslo ya- nuestra fantástica razón de ser. Efectivamente, somos... Dragones. Los míticos, legendarios y tópicos dragones.
Entre nosotros los hay pendencieros y benefactores, larguiruchos como serpientes, o mastodónticos como elefantes; los hay alados y sin alas, lampiños y con ralas y largas barbas canosas; casi todos portamos garras afiladas y una dentadura que envidiaría el mismísimo Tiranosaurus Rex; nuestra piel puede ser córnea, formada por escamas, o rugosa y gruesa como el desierto cuarteado; habitualmente gozamos de un aspecto de lo más terrorífico, pero algunos sabemos sonreír con lo que nuestras facciones se dulcifican y adquieren la desconcertante dimensión de la caricatura. Además, muchos podemos arrojar llamas por la boca y humo por las narices sin necesidad de beber alcohol de alta graduación, al que, no obstante, solemos ser bastante aficionados -también nuestra conciencia necesita olvidar, sobre todo cuando la propia existencia peligra, pues parece que hayamos perdido ya todo interés para nuestros creadores.
Mas, a pesar de las adversas expectativas, aún hay quien se atreve a evocarnos, o quizás debiera decir, convocarnos, pues nos nombra para que acudamos al ensalmo cargados de sentido; un sentido que solo nosotros podemos aportar, sugerir, inspirar.
Tomemos el ejemplo del Poema 45 que abre este post. En él, la Dama Beatriz nos convoca para transmitir una imagen que habita en su mente, que a su vez es reflejo de un estado emocional emitido por su alma, que a su vez es movimiento primordial e indeterminado de su espíritu. ¿Cómo realiza ese trabajo de revelado espiritual sin emplear mil palabras, para, a pesar de ello, no poder siquiera asirlo? Pues, elige una metáfora, una alegoría, que tiene por protagonista a uno de nosotros, a nuestra estirpe personificada en uno solo, que aportará la riqueza significativa que, ésta sí, dará cuenta de aquel íntimo escalofrío. Habrá, no obstante, que seguir la estela ondulante de sus versos, sus cesuras, su métrica irregular, su estilo de cascada consecutiva, para hallar el sentido detrás de lo no dicho. Y lo hace, además, con un brindis humorístico -hay dragones a los que les encanta el humor, son los dragones jocosos, que decimos-.
En fin, puede que todo haya sido simplemente producto de uno de esos momentos de duermevela tras una sustanciosa comida, al que ha seguido, final merecido, un aromático café de Colombia servido en una vajilla de porcelana china decorada con un dragón estampado en oro.
De todas formas, ahí está la alusión, la invocación, el conjuro que nos hace aparecer y con él nuestra divulgación, cabe decir, nuestra pervivencia. Gracias, Dama Beatriz por rescatarnos del inmerecido olvido.
-.-
Volviendo al Dragon Jazz. Siendo como es hoy un día señalado, una especie de fiesta party a la que están convocados todos los dragones que en el mundo son, han sido o serán (Teoría Unificada habemus), es una ocasión inmejorable para pasar lista y, al menos someramente, realizar una semblanza que dibuje un mapa realmente fantástico de nuestro legendaria existencia.
En el periférico y privilegiado lugar en que me encuentro, desde el que domino la vista de todo el local -siempre de espaldas a la húmeda y enmohecida pared-, y mientras escucho el hipnótico minimalismo sacro de Tabula Rasa, de Arvo Pärt, iré enfocando mi atención sobre cada uno de estos, mis, congéneres para, a pesar de que su ominosa presencia habite el humano inconsciente colectivo, alumbrar facetas de su fabulosa personalidad quizás no suficientemente conocidas.
Pero eso será en un siguiente post...
-o-o-o-