Justificando el título
.....Hoy nos ha amanecido un día ventoso. Los castaños de indias han sembrado las estériles aceras y calzadas de hojarasca, desembarazados así de su follaje han dejado al descubierto su enramado dendrítico dirigido hacia un cielo, si moteado, intensamente azul. Por el celeste, impulsados por el mismo viento a ras de tierra -u otro semejante-, corren retazos de nubes desgajadas, blanquísimos, inmaculados, deslumbradores, como borregos correteando presurosos por campos de zafiro. Estos días de atmósfera en dinamismo exacerbado, inquieto y revoltoso en que nada permanece en su sitio, agitado por fuerzas invisibles, me sugieren la fluctuación inconstante del pensamiento que llamamos divagar: ese picotear aquí y allá del intelecto al tuntún del azar indeterminado. Aunque se sepa donde se quiere ir, si no se va en derechura y uno es proclive al devaneo, bien porque así se quiere, bien porque su mente no sepa caminar en linea recta, se estará divagando; vagando de forma caprichosa......Para dirigirse hacia un destino determinado uno puede elegir diversos caminos: cruzar campo a través, abrir una somera senda que permita un más cómodo y seguro tránsito, o, incluso, construir una firme calzada que aguante el tránsito continuado y la acción inclemente del tiempo. Más o menos, esas son las opciones que están a disposición del que quiere elucidar algo que se encuentra en la lejanía, quizás fuera de la vista, en el terreno del pensamiento. No todo el mundo está capacitado para construir calzadas romanas, o, simplemente, no todo el mundo dispone del preceptivo caudal de esfuerzo y paciencia, de método y de profundo conocimiento del terreno que ha de pisar. Lo más común es que uno siga sendas ya trazadas o las abra con el mínimo esfuerzo. Los menos dados a modificar las cosas, quienes se sienten seres de paso, sin el derecho, pues, a transformar la naturaleza de las cosas sino sólo a desvelarla, esos siempre eligen el campo a través (¿Es necesario precisar que aludo a los poetas?). Los que abren caminos, los que construyen calzadas más o menos rectas, firmes y duraderas, esos son los hombres de pensamiento, filósofos y razonadores de poderoso intelecto. Todos los demás, a lo sumo, abren someras sendas, trochas o veredas rudimentarias que se ciñen y ajustan al trazado del terreno y que posibilitan el cotidiano discurrir.
.....Quien divaga lo hace distraidamente por todo lugar: tan pronto sigue la bien armada calzada, que se aventura por veredas sugerentes, que decide salirse de todo camino y cruzar campos, subir lomas o salvar cauces. Y es así, su deambular azaroso por los espacios del pensamiento, por el mero placer de sentirse igualmente unido con lo natural, lo no hollado, lo no transformado, que con lo artificioso que constituye la fábrica del hombre. Es agradable seguir las pulcras y lisas superficies de una traza impecable, de un pensamiento sólido, como el de los lógicos (Spinoza, Wittgenstein), o el de los sistemáticos (Kant, Hegel); pero también lo es dejarse acariciar los tobillos por las espigas que escoltan los senderos, propios de un pensamiento más agreste e intuitivo, acomodado a las ondulaciones y accidentes de la orografía (Presocráticos, Sócrates, Platón, Aristóteles); como lo es andar a salto de mata y descubrir que allí antes puso el pie otro dilettanti, aficionado al desbroce aforístico (Pascal, Voltaire, Nietzsche, Cioran), o el más imaginativo e incisivo lírico que recrea, renombra y, a veces, disecciona paisajes (aquí debe de ir un catálogo interminable de poetas, tanto metafísicos como puramente líricos; pues todo poeta, al renombrar, disfraza y desnuda a un tiempo).
.....Lo malo del divagar, con ser un ejercicio altamente reconfortante, por lo distendido y poco sujeto a rigideces, es que a menudo resulta difícil seguir el rastro a la divagación. No es infrecuente que uno se pierda intentando seguir al divagador. Tan pronto uno se siente a su lado como, ¡ops!, aquél desaparece dejándonos solos en una divagación sin salida. Más tarde descubriremos, con suerte, que la linea de escape estaba sobre nuestras cabezas (¡era preciso el vuelo!), o quizá cruzara una puerta invisible hacia otra dimensión (¡era precisa la fantasía!), o, producto de un truco secreto -una trampilla oculta-, se esfumara en el aire (¡era precisa la magia!)... o, en fin, ¡vaya usted a saber qué caprichosa trayectoria subjetiva!. Aunque bien mirado -y más profundamente reflexionado- ese azaroso transcurrir, mientras no sea tan azaroso que abogue a la desorientación o el estupor, es un valor añadido a la divagación. Si ese deambular sin rumbo sigue un patrón, por muy ligero o evanescente que sea, si en él hay un hilo conductor (bendita Ariadna) que nos ayude a encontrar la salida -o el destino al que se tiende-, suele ser un ejercicio, además de entretenido, útil, pues siempre nos descubre paisajes nuevos, lugares recónditos del alma humana (la del divagador que nos ofrece así las entrañas de su funcionamiento -su ser- más genuino, y menos mediatizado).
Volviendo a las andadas
.....En el post anterior se divagó, deshilvanadamente en ocasiones, sobre conceptos que puedan ser susceptibles de ser malinterpretados. A nadie le gusta ser tachado de mediocre o de ciego, ayuno de talento. Por mucho que quien lo haga se reclame de la tacha; no dejaría de ser un ejercicio de pedantería. Mas esto, con ser verdad, ni quita ni pone certidumbre a lo que allí se dice. Se constata una realidad. En esta vida, en nuestra Historia (se esta la que fuere, y la cuente quien la cuente), unos soportan la fama y otros cardan la lana. Unos pocos, poquísimos, reúnen ambas opciones. A estos se alude con la expresión hombre de genio. Los que enarbolan la fama, sin cardar nada, no dejan de ser, como mínimo, tuertos (mediocres conscientes de serlo), o más habitualmente, seres cegados por el oropel y el brillo fatuo. Los que cardan la lana sin soportar fama, la base de la pirámide, son los que allí se tilda de mediocres, o ciegos. Esto, en sí, no es un término negativo o peyorativo, es una realidad: mediocres en tanto se es incapaz de la excelencia; ciegos, en tanto se es incapaz de ver con la conciencia la realidad que hay detrás de la realidad aparente......La conclusión a la que se llega leyendo el antedicho post, si se pertenece a la base de la pirámide, además de sentir un cabreo justificado, es que quien eso ha escrito es algún espíritu frustrado, uno de esos especímenes acostumbrados a mirarse un ombligo que no acaba de gustarles, y del que están resueltamente descontentos. Están en su derecho para pensar y sentir así. Pero eso ni quita ni pone veracidad al discurso del divagador. Bien está que vivimos en una sociedad abierta (los que tenemos la suerte -o la desgracia- de vivir en una así), democrática, que se pretende igualitaria (¡ja!); bien está que todos los seres humanos nos reclamemos iguales ante Dios y ante la ley, bien está que, a estas alturas, no es de recibo establecer distinciones en orden al talento que uno de forma aleatoria (¿sí?) recibe al nacer (o al ser concebido). Pero eso, ni quita ni pone veracidad a lo que el divagador expresa de forma tan taxativa y cruda. Son realidades, son hechos. Otra cosa es que todos tengamos el mismo derecho a la vida, a vivir de forma acorde a nuestra conciencia (y talento: es decir, referencias intelectiivas) y nuestra sensibilidad (con frecuencia íntimamente unida al talento). Allí no se habla de mayor mérito del hombre de genio sobre el mediocre en ningún lugar; y sí, en cambio se deja entrever, que sin la contribución del músculo, de la fuerza motriz y de la carne de cañón, sería imposible que la Civilización hubiera alcanzado las cotas de progreso que ha logrado.
.....Lo que el divagador pretende con su tránsito, en andas del pensamiento, por ese abrupto terreno de la especulación acerca de las diferentes capacidades del conglomerado humano, es realizar una semblanza, una tosca radiografía a mano alzada, de un hecho incontestable: existen hombres de genio, mediocres-conscientes-de-serlo y mediocres inconscientes. Y presumo, defiendo y sostengo, que no se trata, en cuanto al genio, de una simple cuestión de proporción o concentración individual; es decir: que todos poseamos en mayor o menor medida una cantidad mayor o menor de genialidad, y que en ciertos individuos esa proporción o concentración sea especialmente alta. No creo que esto funcione así. El genio se tiene o no se tiene; la inteligencia es otra cosa. Como seres dotados de inteligencia, incluso los mediocres/ciegos pueden desarrollar cierta capacidad de imitación. Pero el genio no es imitación (o no sólo), sino creación, innovación, intuición certera que lo conecta con el espíritu de lo que es. El mediocre no dispone de estas facultades. Y bien está que pueda sentirse como dotado de genialidad, pues es una sensación altamente satisfactoria; otra cosa muy diferente es que realmente la posea. Y ese es el extremo que el divagador defiende. Aceptarlo, además, permitiría una asunción de funciones que, la verdad sea dicha, en nuestra época, dotada de un altísimo grado de evolución tecnológica que permite proveer de ingentes cantidades de información a cualquier punto del sistema, se encuentra en un estado de confusión no menos embrollado.
Enfocando lo próximo, a modo de conclusión
.....Lo más triste de todo esto, lo más triste de toda conclusión que se pueda extraer de las divagaciones citadas es que el hombre de genio como ser amoral, bien pueda desarrollar sus facultades aún a costa de sus congéneres (incluso sintiéndose legitimado por herencia); es decir, por ejemplo, que en el caso de la actual crisis bien pudiera ser que el hombre de genio haya estado en la cocina de todo el tinglado. No por ello el hombre de genio debe de ser, de forma genérica, inculpado; lo mismo que no todos los mediocres son, además, estúpidos.
El ser humano, incardinado en el hombre de genio, puesto a crear, ha sido capaz de crear el infierno y el Ángel Caído, o lo que es peor aún: el purgatorio; ha sido capaz de crear hasta un método para auto destruirse. ¿Conclusión? No se puede confiar absolutamente y sin reservas en el hombre de genio; lo mismo que tampoco la mediocridad, en razón a su apabullante número, está legitimada para reclamarse poseedora de la verdad. Sólo el hombre atormentado -el mediocre consciente de serlo, autocrítico y honesto- podría poner algo de vacilante cordura y voluntariosa ecuanimidad al desarrollo viable de la civilización humana. Pero ¿Cómo fiarse de un ser atormentado que, por ende, declina toda responsabilidad en la consecución de un destino al no creerse detentador de la necesaria autoritas?
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GALERÍA
(1897-1994)
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Les Nus
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(1945-1969)
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Lamp (1945)
The Temptation of Saint Anthony (1945) (+ satured)
A Naked Statue (1946)
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Nudes (1946)
The Staircaise (1946)
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Les Deux Amies (1946) (+ satured)
Birth of Venus (1947)
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Train de Nuit (1947) (+ satured)
Les Promeneuses (1947)
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Le Nu et le Mannequin (1947) (- satured)
The Great Sirens (1947)
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L'Eloge de la Melancholie (1948) (- satured)
Leda (1948)
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La Voix Publique (1948) (- satured)
The Balcony (1948)
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Iron Age (1949)
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Jeune Fille devant un Temple (1949)
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Blue Train (c 1949)
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Bathers (c 1949)
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Strollers (c 1949)
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Siren in the Full Moon (c 1949)
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Hour of Sleep (c 1949)
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Black City (c 1949)
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Annonciation (c 1949)
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Annonciation (c 1949) (detail)
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Blue Train (c 1949)
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Bathers (c 1949)
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Strollers (c 1949)
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Siren in the Full Moon (c 1949)
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A Siren in Full Moonlight (1949) (in blue)
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Rape (c 1948).
Hour of Sleep (c 1949)
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Black City (c 1949)
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Annonciation (c 1949)
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Annonciation (c 1949) (detail)
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Crucifixion (1952)
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Ecce Homo (1949)
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The Deposition (1951)
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The Lustre (1952)
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The Annunciation (1955)
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Crucifixion (1957)
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La Mise au Tombeau (1957)
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Astronomers (1961)
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Path (1961)
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Spring (1961)
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Silent Night (1962)
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The Beautiful Night (1962)
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The Girls from the Provinces (1962) (- satured)
The Sabbath (1962)
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Abandonement (1964) (+ satur)
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Acropolis (1965)
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Chrysis (1967)
The Blue Sofa (1967) (- satured)
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Le Canape Bleu (1967) (+ satured)
Women Tumultuous (1968) (+ satured)
Little Mary (1969)
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The Lady of Loos (1969)
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