Un venero es el sentir
.....Si divago, si reflexiono, ¿No siento? ¿Qué me hace divagar, qué reflexionar? ¿No es acaso un sentir en plétora que busca cauce en la expresión? Por más que a veces se divague para amortiguar el sentimiento, como si uno abriera las válvulas de seguridad para soltar presión acumulada que se ha vuelto incómoda... O se reflexione para mitigar las razones de un corazón excitado que nos causa una no menor incomodidad... Lo habitual es, en cambio, verter hacia afuera, por medio de pensamientos y argumentos, un pletórico sentir que implica creencias, que cuestiona convicciones, que demanda certidumbres y pide afirmaciones. Un sentir abrazado a las palabras que en las palabras fluye aliviando, así, la congestión de sentimiento. Ocurre que en el momento en que se abre la espita, que las válvulas dejan salir lo acumulado, y quizá al contacto con el aire, ese sentir concentrado cobre efervescencia y no vea el momento de aliviarse, sino que abrumado por su mismo burbujeo se retroalimente creando un bucle del que no se puede ver el fin.Al divagar sigue la reflexión; a la reflexión, el sentir que se halla en el origen del divagar. Este ciclo que parece no hallar discontinuidad, la tiene cuando, en el momento de poner bajo los focos de la reflexión el origen, es decir, el sentir, quizá se logre escapar al bucle iniciando un viaje que conduce hasta las verdaderas fuentes de todo: divagación, reflexión y sentimiento. Lo llamo, resistiendo a la tentación de pretenciosa originalidad: viaje a las raíces del sentir.
Digo que el sentir es un perpetuo venero, un manantial cuya naturaleza es el mismo alma: alma fluente que no para de brotar... quizá, ni aún con la misma muerte. Así lo siento, porque así lo considero, y es mi sentimiento pensamiento sintiente lo que expreso. Y llego a más: conjeturo que incluso el pensamiento, las ideas, todo ese mundo abstracto del intelecto, no sólo no se opone al sentir, sino que es su más refinado producto, su quintaesencia, su parfum.
.....Es el sentir del hombre proyección en cinemascope del alma, que a veces siente con sensaciones y a veces con pensamientos. No es el reflexionar sino un run-run de un sentirse el alma latiendo, y, en su latir, sondear el mundo, colegir las dimensiones de su estremecimiento. Se reflexiona con el sentimiento. Miente quien hace oposición de la sensación y el pensamiento, que no es el alma otra cosa que el Espíritu sintiéndose existir en todo momento. Conciencia de sentirse es la existencia desde aquel instante primigenio en que lo Uno derivó en un Todo de posibilidad nunca suficientemente completo. Sólo que a veces se piensa que se siente, otras se siente que se está sintiendo y, las más, pasa el sentir como sordo y mudo al conocimiento. En todos los casos el sentir es quien demanda a la conciencia la forma de expresión, su modo manifiesto. Mana el sentir constantemente derramándose por los individuos perfilando su singular aspecto. Te miro y sé inmediatamente, de modo aproximado, la cartografía de tus sentimientos. Me miras y acierto, en tu forma de mirar, en la manera de llegarte hasta mí, el caudal de sentir que desde ti está fluyendo. Somos lo que sentimos, aunque sintamos desconcierto, o precisamente por ello: no es posible sentirse el inmarcesible ser, constreñido por el cuerpo, sin resultar irremediablemente perplejo. Se hace, la vida del hombre, perplejidad en movimiento, mera bola de pinball rebotando desconcierto contra una realidad conformada por elásticos elementos. Somos, sin remisión, constelaciones de sentimientos que como estrellas se condensan en particulares firmamentos. Somos quienes sentimos que somos lo que creemos, mas hay en este sentir equívoco e indudable enturbiamiento, impurezas arrastradas a las orillas y a los lechos por donde fluye el sentir que brotó del puro seno: somos cauces arcillosos por donde fluye el sentir de un Espíritu Perfecto.
¿Quién nos hizo así? ¿Con qué propósito encubierto? Si el sentir es la sustancia de un alma que no es sino emanación de un dios eterno, ¿por qué esta conciencia atormentada por sospechas y recelos? ¿Por qué esta conciencia culpable de sentirse así, ser imperfecto?
.....Reflexionamos para sentir el perfume de lo verdadero. El divagar es como un descuidado cazar mariposas, como un lanzar indolente a la corriente el anzuelo, es un abrir la conciencia, desplegar su red, y esperar que la realidad y el azar hagan el resto: depositar en la nasa el producto del distraído empeño. Reflexionar, por su parte, es un sentir atento, un cazar al acecho, un batir fragoroso la frondosidad de los propios pensamientos en busca de certidumbres y sensibles argumentos. Sentido y sensibilidad, ingredientes esenciales del bálsamo selecto, de la fragancia que el más puro ser exhala mientras está siendo. Éste es el objetivo de la caza que en el divagar y el reflexionar se está siguiendo. Es un preguntar al sentir, con el pensamiento, cuál es su sentido, y cuál la sensibilidad precisa para desvelar sus secretos. Es un excavar, es un escarbar; es un explorar, es un husmear; es un rastrear, es un remover... Es un querer saber la verdad que esconden los sentimientos. ¿De dónde la fuente? ¿De dónde el venero? Si Espíritu semoviente, ¿Por qué siente? ¿Por qué en sentir se convierte su fluir etéreo? ¿Por qué en efímeros y caducos posibles conforma su existir eterno? ¿Es acaso, la conciencia, un saberse a contrapelo? ¿Es acaso, su sentirse, mero juego? ¿Es la esencia del sentir un continuo percibir del Espíritu un fragmento? ¿Es acaso, su sentido, un continuo desmentido al simple razonamiento? ¿Siento, acaso, cuando creo estar sintiendo? ¿No me engaño? ¿No me miento? ¿No colige el pensamiento la mentira de un sentir que muestra tal desconcierto? ¿O es el pensamiento quien, imbuido de sentir, oculta en el discurrir que no es más que sentimiento? Mejor dejarlo aquí. No quiero desnudarle a la vida su más seductor misterio.
El sentir desnudo: un acercamiento a Paul Delvaux
.....¿Qué misterio sugiere y revela un cuerpo desnudo? ¿Por qué nos estremece su presencia, su contemplación o, incluso, su evocación, si es que quedó su huella diferida en nuestro alma? ¿Es sólo por su capacidad de proporcionar placer, sueños, satisfacción? ¿No habrá algo más, oculto en los pliegues de la piel? ¿Sólo temblor? ¿Sólo embeleso? ¿Sólo batallas de amor? ¿Sólo éxtasis? Lo de menos es el sexo, mero esquema reproductivo. El cuerpo desnudo es lo importante, ese universo de posible gozo enfundado en piel echa para ser acariciada. ¿Es concebible el gozo del alma sin la existencia de los cuerpos? ¿Puede la imaginación sentir sobre la nada formal? ¿No es el cuerpo una especie de antena, cálida, bella y estremecedora, que recoge impresiones y sensaciones para que el alma se turbe, y turbándose se abra y salga más allá de sus estrechos límites individuales? ¿No es, el cuerpo desnudo de uno, puerta por donde el otro puede salir de sí hacia el infinito que aquél procura y promete? ¿No es verdad que lo que sentimos ante la contemplación de un hermoso cuerpo desnudo es la promesa de eternidad? Promesa que está implícita en el disfrute de la rotundidad de las formas, sí, pero también en la imaginación interpelada del espectador. Los universos tienen tanto de universos cuanto de desconocido y sugerente encierran. Un universo develado no es ya universo, es un paisaje. Un cuerpo desnudo es un universo, siempre misterioso, siempre por descubrir. Que sea paisaje o universo depende más del espectador que del cuerpo desnudo que se observa. Es el tedio y el hastío, cuando no la falta de imaginación, lo que hace de un universo un paisaje. El cuerpo desnudo es un universo ofrecido para suturar la herida abierta que es otro cuerpo desnudo.
.....Es el sentir vigilante, curioso irredento, quien crea universos en los paisajes (consúltese, para confirmar este aserto, el anterior post Sostiene Pessoa). Si las cosas, en general, son manifestaciones de lo posible en trance de ser, los cuerpos desnudos son manifestaciones del ser donde lo posible cobra vida y, en trance, se recrea. Si los llamo universos es porque lo son, están constituidos de igual forma: estrellas con sus planetas orbitándolas, constelaciones de esvástico girar, nebulosas multicolores, satélites lucernas, cometas viajeros, agujeros negros, materia oscura, misterio... Todo esto está explícito en un cuerpo desnudo. Quizá para verlo se necesita (como en el caso del poeta) disposición y perspectiva; sensibilidad, en suma.
Imagino a Paul Delvaux enfrentándose así al lienzo en blanco: contemplando el universo que, desnudo, se le ofrece ante él. Y comienza a pintar, sobre la nada ávida de la tela, el universo que contempla, que se le ofrece, que le hace olvidar que es un ser separado de aquello que reproduce, pues sólo siendo uno con ello puede extraer lo que contiene. Y ese universo le muestra sus secretos; secretos que están en él, que son él, pero vehiculados por formas que no son las suyas, que son otras, que le conmueven y le abren hacia un infinito sugerente. Necesitamos la forma ajena -el cuerpo desnudo del otro- para transitar fuera de nosotros hacia la posibilidad ya echa ser. Uno, solo, puede subsumirse en Dios, no lo niego, pero eso es algo que quedará entre él y Dios. En cambio uno, en otro, roza la divinidad con la yema de los dedos: la es, y de ello tiene testigos.
.....No es necesaria la fusión, el espasmo -compartido o no-, el abandono -en el otro- o la petite morte enajenadora. Pero sí es imprescindible la pérdida, la salida de uno mismo a fuera. Sólo saliendo de sí el creador crea, y sale de sí sin abandonarse en absoluto: sale de sí abrazado a la posibilidad que el otro le brinda, que el otro le sugiere, que el otro le ofrece al desnudarse ante él. El creador cruza, desde sí, hacia el otro por el puente que es el cuerpo tendido de éste, y regresa cargado de sugerencias y misterios revelados para plasmarlos en el lienzo. Así mitologías y ensoñaciones toman cuerpo en el cuerpo ajeno y desde la rotundidad de sus volúmenes hermosos se nos llegan para susurrarnos al oído los secretos mejor guardados del mundo. Esto lo sabe quien sabe mirar, quien ve no sólo lo que se le ofrece, sino lo que en lo ofrecido se oculta, apenas velado por la desnudez manifiesta. Quien sólo se queda en la forma excitante y placentera no traspasa el umbral, se queda en sí, sin salir de sí; apenas lastimoso Onán. Uno debe sentirse azotado por el vendaval, síntoma inequívoco de haber abierto la puerta; y después, dando el paso decisivo, salir a través de la forma contemplada, quizá acariciándola mientras en ella se penetra y se la traspasa. Es una caricia que sabe a yema pero que se da con el alma. ¿No será la experiencia física, la sensación orgánica, la percepción sensorial, que se traduce en emoción la constatación de que el espíritu anda imbricado en la materia? Cuando con la mirada, con los dedos, con las palabras, nos llegamos hasta el otro para acariciarlo, ¿no es una manera de abrazarlo con el alma, de fundir el espíritu aparentemente separado en lo que es uno?
.....Dadme el deseo y quedaros con la satisfacción. Este es el lema del sentir, del sentir jubiloso, que brota inagotable y se remansa inmarcesible, oceánico; del sentir que indaga, que reflexiona, que a veces divaga y se entretiene en un sin sentirse. Dadme el deseo que nunca envejece, dadme el deseo que nunca cede, dadme el deseo insaciable. No quiero seguir los pasos del Buda, no la iluminación pretendo, sino perseguir la luz que destella en ojos y cabellos. No quiero erradicar de mí mi mayor tesoro. Dadme el deseo, pero no el deseo ciego. Dadme el deseo que mira y ve y reconoce y elige y opta y acepta y persigue y no se detiene y no alcanza... aunque toque con la punta de los dedos temblorosos. Dadme ese deseo ¿lo tenéis? No quiero otro regalo, nada hay que me pueda ser más caro. Ese deseo que me asalta desde los cuerpos desnudos, desde las almas desnudas, desde el espíritu sinvergüenza que no siente rubor siendo, también, carne. Ese quiero. Ese que me ofrece Paul Delvaux con su desnuda sensibilidad haciéndome señas desde los desnudos cuerpos retratados: cataratas de rubias cabelleras precipitándose sobre el esplendor de la voluptuosa nieve curvilínea. Ese que viaja en tren entrañable, que habita áureas arquitecturas clásicas, que delinea y enmarca geometrías en fuga, que exhibe senos generosos -nutricios para el alma-, que me mira con ojos desmesurados -ahítos de universo-, que no esconde el vello púbico -parterre de placeres insospechados-, que se solaza en bacanal o en inocente paseo o en desnudo gesto cotidiano... Ese deseo que me hace soñar desde el sueño condensado en los límites oníricos de un cuadro. Ese deseo que aparece abrazado y lésbico -de tierra amante de sí misma-, el que se muestra tendido y absorto -nieve virgen y mullida que invita a ser hollada-, el que nos mira fijamente y fijamente nos inquiere: "¿Y tú qué miras realmente al mirarme?" -provocando en nosotros el temblor-, hasta ése del hijo succionando la teta de la madre -nútreme, deseo, de sueños turgentes como madres amantes... Dadme todo ese deseo, o, mejor, ése no me lo deis, porque ya lo tengo... Dadme el que me queréis escatimar porque os avergüenza, dadme el que sentís en vuestros sueños más inconfesables, dadme el que atesoráis en rincones inauditos -palpitantes-, y que un día acabará con vosotros bajo tierra... Dadme todo ese deseo. Ése es el que me hace vivir, el que me hace considerar que en la vida lo importante es desear y no sentirse satisfecho.
.....Es el sentir vigilante, curioso irredento, quien crea universos en los paisajes (consúltese, para confirmar este aserto, el anterior post Sostiene Pessoa). Si las cosas, en general, son manifestaciones de lo posible en trance de ser, los cuerpos desnudos son manifestaciones del ser donde lo posible cobra vida y, en trance, se recrea. Si los llamo universos es porque lo son, están constituidos de igual forma: estrellas con sus planetas orbitándolas, constelaciones de esvástico girar, nebulosas multicolores, satélites lucernas, cometas viajeros, agujeros negros, materia oscura, misterio... Todo esto está explícito en un cuerpo desnudo. Quizá para verlo se necesita (como en el caso del poeta) disposición y perspectiva; sensibilidad, en suma.
Imagino a Paul Delvaux enfrentándose así al lienzo en blanco: contemplando el universo que, desnudo, se le ofrece ante él. Y comienza a pintar, sobre la nada ávida de la tela, el universo que contempla, que se le ofrece, que le hace olvidar que es un ser separado de aquello que reproduce, pues sólo siendo uno con ello puede extraer lo que contiene. Y ese universo le muestra sus secretos; secretos que están en él, que son él, pero vehiculados por formas que no son las suyas, que son otras, que le conmueven y le abren hacia un infinito sugerente. Necesitamos la forma ajena -el cuerpo desnudo del otro- para transitar fuera de nosotros hacia la posibilidad ya echa ser. Uno, solo, puede subsumirse en Dios, no lo niego, pero eso es algo que quedará entre él y Dios. En cambio uno, en otro, roza la divinidad con la yema de los dedos: la es, y de ello tiene testigos.
.....No es necesaria la fusión, el espasmo -compartido o no-, el abandono -en el otro- o la petite morte enajenadora. Pero sí es imprescindible la pérdida, la salida de uno mismo a fuera. Sólo saliendo de sí el creador crea, y sale de sí sin abandonarse en absoluto: sale de sí abrazado a la posibilidad que el otro le brinda, que el otro le sugiere, que el otro le ofrece al desnudarse ante él. El creador cruza, desde sí, hacia el otro por el puente que es el cuerpo tendido de éste, y regresa cargado de sugerencias y misterios revelados para plasmarlos en el lienzo. Así mitologías y ensoñaciones toman cuerpo en el cuerpo ajeno y desde la rotundidad de sus volúmenes hermosos se nos llegan para susurrarnos al oído los secretos mejor guardados del mundo. Esto lo sabe quien sabe mirar, quien ve no sólo lo que se le ofrece, sino lo que en lo ofrecido se oculta, apenas velado por la desnudez manifiesta. Quien sólo se queda en la forma excitante y placentera no traspasa el umbral, se queda en sí, sin salir de sí; apenas lastimoso Onán. Uno debe sentirse azotado por el vendaval, síntoma inequívoco de haber abierto la puerta; y después, dando el paso decisivo, salir a través de la forma contemplada, quizá acariciándola mientras en ella se penetra y se la traspasa. Es una caricia que sabe a yema pero que se da con el alma. ¿No será la experiencia física, la sensación orgánica, la percepción sensorial, que se traduce en emoción la constatación de que el espíritu anda imbricado en la materia? Cuando con la mirada, con los dedos, con las palabras, nos llegamos hasta el otro para acariciarlo, ¿no es una manera de abrazarlo con el alma, de fundir el espíritu aparentemente separado en lo que es uno?
.....Dadme el deseo y quedaros con la satisfacción. Este es el lema del sentir, del sentir jubiloso, que brota inagotable y se remansa inmarcesible, oceánico; del sentir que indaga, que reflexiona, que a veces divaga y se entretiene en un sin sentirse. Dadme el deseo que nunca envejece, dadme el deseo que nunca cede, dadme el deseo insaciable. No quiero seguir los pasos del Buda, no la iluminación pretendo, sino perseguir la luz que destella en ojos y cabellos. No quiero erradicar de mí mi mayor tesoro. Dadme el deseo, pero no el deseo ciego. Dadme el deseo que mira y ve y reconoce y elige y opta y acepta y persigue y no se detiene y no alcanza... aunque toque con la punta de los dedos temblorosos. Dadme ese deseo ¿lo tenéis? No quiero otro regalo, nada hay que me pueda ser más caro. Ese deseo que me asalta desde los cuerpos desnudos, desde las almas desnudas, desde el espíritu sinvergüenza que no siente rubor siendo, también, carne. Ese quiero. Ese que me ofrece Paul Delvaux con su desnuda sensibilidad haciéndome señas desde los desnudos cuerpos retratados: cataratas de rubias cabelleras precipitándose sobre el esplendor de la voluptuosa nieve curvilínea. Ese que viaja en tren entrañable, que habita áureas arquitecturas clásicas, que delinea y enmarca geometrías en fuga, que exhibe senos generosos -nutricios para el alma-, que me mira con ojos desmesurados -ahítos de universo-, que no esconde el vello púbico -parterre de placeres insospechados-, que se solaza en bacanal o en inocente paseo o en desnudo gesto cotidiano... Ese deseo que me hace soñar desde el sueño condensado en los límites oníricos de un cuadro. Ese deseo que aparece abrazado y lésbico -de tierra amante de sí misma-, el que se muestra tendido y absorto -nieve virgen y mullida que invita a ser hollada-, el que nos mira fijamente y fijamente nos inquiere: "¿Y tú qué miras realmente al mirarme?" -provocando en nosotros el temblor-, hasta ése del hijo succionando la teta de la madre -nútreme, deseo, de sueños turgentes como madres amantes... Dadme todo ese deseo, o, mejor, ése no me lo deis, porque ya lo tengo... Dadme el que me queréis escatimar porque os avergüenza, dadme el que sentís en vuestros sueños más inconfesables, dadme el que atesoráis en rincones inauditos -palpitantes-, y que un día acabará con vosotros bajo tierra... Dadme todo ese deseo. Ése es el que me hace vivir, el que me hace considerar que en la vida lo importante es desear y no sentirse satisfecho.
-o-o-
Pompei (1970) (- satured)
The Garden (1971)
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The Office of Evening (1971)
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Tribute to Jules Verne (1971)
Silence (1972)
Ruins of Selinunte (1973)
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The Visit of Ephesus (1973) (+ satured)
Dialogue (1974)
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Le Voyage Légendaire (1974)
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Le dernier wagon (1975)
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Night Sea (1976)
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The Next (1977)
The Tunnel (1978) (in blue)
Messenger of Evening (1980) (+ satured)
Regards et Contacts (1982)
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At the Door
Dream
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End of the road
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Deux femmes couchées
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(¿?)
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La Captivité
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Cariatides
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L'éventail
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La Ville des Sables
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Les Amies
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