martes, 6 de julio de 2010

IMAGINARIUM: El Milagro de la Luz






En los equinoccios (31 de Marzo y 22 de Septiembre)
un rayo de sol que se introduce por un ventanal ilumina
a las 5 de la tarde el capitel de la Anunciación,
apreciándose que la Virgen María se dirige a la luz
y no a San Gabriel, como es tradicional.

Se sabe de Juan de Ortega que era oriundo de Quintanaortuño, un pueblecito vecino del burgo donde cuarenta años antes que él viera la luz uno de los prohombres que más leyenda ha generado entorno a su persona: Rodrigo Díaz, nacido en Vivar, que ganaría para su gentilicio, gracias a sus gestas -una vez exiliado- en tierras de Levante y Zaragoza, el apelativo "del Cid".
A poco más de dos leguas, pues, de la capital, Burgos, en un valle amplio de laderas suaves y cerratos mochos entre los que serpentea el río Ubierna, de moderado pero suficiente caudal para aportar frescor en los tórridos veranos burgaleses y agua para el riego y la boca de sus satélites pobladores, se halla esta población que, allá por el último tercio del siglo XI, daría al mundo su más insigne hijo.
Bastante se sabe del Juan aparejador de Quintanaortuño, es decir, del Juan adulto, discípulo del patrón de los ingenieros, Domingo de la Calzada, quien se empeñara en facilitar el tránsito de los peregrinos a Compostela que por aquel entonces comenzaban a transitar en gran número por la que sería primera vía de integración europea.
Juan colaboró y ayudó a Domingo a trazar calzadas -entre ellas la que uniría Nájera y Burgos-, construir puentes -entre ellos los de Logroño, Nájera, Santo Domingo o Belorado- y erigir ermitas -San Nicolás de Bari- en esta zona del Camino, a caballo entre La Rioja y Burgos; como su mentor, pasó por una etapa eremítica en los Montes de Oca de la que saldría para dedicarse a esta altruista y humanitaria labor en favor de los peregrinos.
Digo que bastante se sabe de su vida pública como benefactor, trazando, construyendo y erigiendo, pero menos se conoce de los íntimos impulsos que le indujeron a llevar esta vida de entrega; poco de lo acontecido en su alma durante los años de apartamiento; casi nada, sobre todo, de lo acaecido en su peregrinaje a Jerusalén tres años después de muerto su maestro, en 1109, salvo su milagrosa salvación tras sufrir un naufragio en la nave que le traía de vuelta de Tierra Santa.

Hay, especialmente, un hecho singular en su biografía, un hecho que ha dado lugar a una serie de conjeturas y suposiciones, pero ninguna certeza, solo elucubraciones: el Milagro de la Luz. Quizás detrás de la explicación de este fenómeno esté todo un hilo conductor de la personalidad desconocida de Juan de Ortega, quien, cuando su fin estaba ya cercano, pidió que le trasladaran de Nájera, donde se encontraba enfermo, a la ermita, ya monasterio, que fundara en compromiso contraído con San Nicolás por haberle escuchado en su rogativa en el naufragio antes dicho.
¿Por qué hizo esa petición? ¿Por qué ordenó que le condujeran en parihuelas todas las tardes, antes del ocaso, ante el pilar en cuyo capitel historiado tenía lugar ese milagro de la luz equinoccial? ¿Por qué, Juan de Ortega, a la vuelta de Jerusalén, había levantado esta ermita cuya edificación giraba en torno a este excepcional y único acontecimiento? ¿Qué paso allí, con quién se relacionó?.

Se denomina Milagro de la Luz al singular fenómeno producido en los dos equinoccios, el de primavera y el de otoño, que consiste en que ese día -y solo en esas dos fechas- cuando el sol está a punto de ponerse, de fundirse con la tierra, de sumergirse en el mundo de las sombras, su último rayo de luz penetra por un ventanuco e ilumina el único capitel historiado de la iglesia, que describe la Anunciación de María, y en el que la Virgen en lugar de mirar hacia el arcángel Gabriel, está mirando hacia la luz, con una sonrisa románica -que se ve, así, mágicamente animada- y sus dos manos abiertas con las palmas ofrecidas, recibiendo este último rayo, como si fuera el semen fecundador de Dios penetrando en ella: "y la luz engendró Luz en el vientre de la Elegida, y a los nueve meses (el tiempo que transcurre entre el equinoccio de primavera y la Natividad) la mortal pariría un hijo engendrado, no creado, de la misma naturaleza que el Padre -es decir, la Luz-, que sería luz del mundo".

Que Juan de Ortega fue a Tierra Santa con otra intención, además del jubileo, es algo que descubriría fortuitamente, a mediados del siglo pasado, un burgalés estudioso de las figuras de ambos santos, al documentarse sobre sus vidas y milagros para preparar su tesis de fin de carrera. Este estudioso, nadie relevante ni conocido, cuyo nombre podría responder al de José Félix Amador, halló unos legajos apergaminados en los sótanos de la Biblioteca Católica de Jerusalén en los que se refiere la visita de Juan a esa Comunidad y en la que se relata su interés acerca de cuestiones astronómicas y pidiendo referencias sobre las personas más competentes en esa materia. Allí se dice -a pesar de que la lectura es trabajosa por lo deteriorado del soporte- que se le recomendó una visita a Alejandría para entrevistarse con el patriarca ortodoxo de la diócesis, hombre muy versado en las cuestiones del cielo material. Allí también se refiere que Juan de Ortega realizó ese viaje tres días después, y nada más. Ninguna otra referencia.

Siguiendo esta pista, el bueno y curioso de José Félix, pisando la misma ruta que debió seguir el santo aparejador, recalaría en Alejandría para consultar los archivos que allí pudiere haber sobre aquella época. Una vez obtenido el pertinente permiso de la autoridad ortodoxa, dos días después, ya estaba olfateando en los anaqueles polvorientos del archivo alejandrino que aquella congregación egipcíaca tenía en la ciudad. La suerte le volvió a sonreír: descubrió un documento, fechado en octubre de 1112, en el que se da cuenta de la visita de Juan a esta congregación, siendo Patriarca de la misma Demetrio Ergáster.
Relata el documento que el visitante inquirió sobre cuestiones astronómicas y sobre cuestiones físicas en torno a la luz y el fenómeno luminoso, pero incidiendo en un punto de vista teológico y metafísico, no puramente físico, acerca de qué sea la luz y el porqué de la misma.
Durante varias jornada, Juan, aprovechando que se hallaba en la ciudad que fuera faro cultural del mundo y que aún conservaba parte de aquel esplendor, si bien de una forma más discreta, se reunió con cuantas personas estuviesen versadas en estas cuestiones: físicos, matemáticos, exégetas de las escrituras,...
El Patriarca, hombre de ciencia y de religión, neoplatónico declarado, seguidor de Plotino y Sinesio de Cirene, le ilustró todo cuanto pudo, y con su bagaje y el de los otros doctos participantes en aquellas reuniones y concilios, Juan regresó con una idea fija en la cabeza.

Estas fueron las averiguaciones documentales del doctorando, y con ellas elaboró una tesis que se tiene por descabellada, pero que a tenor de lo que allí se dice, y haciendo una lectura objetiva de sus argumentaciones, no parece ir tan descaminada.
Apuntaría la cuestionada tesis que lo del naufragio cuando regresaba de su viaje a Alejandría -del que sería con el tiempo San Juan de Ortega- fue incidental, y excusa para dar a su idea un tono más ad hoc a la doctrina entonces imperante en la iglesia: se necesitaban milagros, milagros que atrajeran a las gentes en una época de confusión y oscuridad; y Juan les iba a servir uno en bandeja.
Con la excusa de la rogativa a San Nicolás de Bari, se dispuso a llevar a cabo su más querido proyecto -quizás también el de su maestro, que murió sin verlo cumplido: explicar el fenómeno de la fecundación de la Virgen por Dios de la forma más bella y alegóricamente impecable de cuantas se habían manejado hasta la fecha.
Erigió, así, la ermita de San Nicolás de Bari (el nombre era lo de menos) haciendo girar todo el templo alrededor de un único punto, justificador de sentido y núcleo de significado: el último rayo de luz del día, que es equinoccio de primavera, penetra por un tragaluz que dirige su foco sobre la Virgen María, fecundándola y haciéndola madre del hijo del Dios de la Luz. El Milagro de la Luz se había consumado.

Se dice que la tarde que Juan murió, a pesar de ser un 2 de junio, un rayo de sol penetró por el ventanuco e iluminó, extemporáneamente, la cara de María; y también dicen los presentes en este sobre añadido milagro, que la Virgen pareció esbozar una más amplia sonrisa... La misma que se quedó impresa en la cara de Juan cuando expiró.


Acerca del Miserere Mei Deus de Gregorio Allegri:

Su creación más conocida es la musicalización del salmo “Miserere Mei, Deus” realizada hacia 1638. La obra es interpretada de forma regular en la Capilla Sixtina en Semana Santa desde entonces. Está escrita para dos coros, uno de cuatro voces y otro de cinco. Uno de los coros canta una versión simple del tema original y el otro coro, a cierta distancia, canta un comentario más elaborado. Es uno de los mejores ejemplos del estilo polifónico del Renacimiento, llamado en el siglo XVII stile antico o prima prattica, y denota las influencias combinadas de la escuela romana (Palestrina) y veneciana (Andrea y Giovanni Gabrieli, el coro doble).

En un principio, se impuso una prohibición de ejecutar la obra fuera de la Capilla Sixtina (incluso se amenazaba con la excomunión a quien la copiara), a pesar de lo cual algunas copias fueron hechas. El Emperador Leopoldo I de Austria solicitó y obtuvo una copia, que conservó en la Biblioteca Imperial de Viena. Sin embargo, cuando la hizo ejecutar pensó que había sido engañado. El Papa entonces despidió al maestro de capilla de la época, quien tuvo que trasladarse a Viena para explicar las técnicas de ejecución y las improvisaciones (los llamados abbellimenti que nunca eran escritos, sino que eran pasados de intérprete a intérprete en el coro de la Capilla) que según él no podían ser reflejados en el papel, a fin de poder ser contratado nuevamente. El Padre Giovanni Battista Martini (1706-1784) poseía otra copia. En 1770, Wolfgang Amadeus Mozart con tan sólo 14 años, luego de escucharla tan sólo una vez, transcribió la obra al papel de memoria, para luego hacerle correcciones menores en una segunda ocasión. Este hecho es ampliamente recordado como muestra del genio de Mozart, quien incluso fue hecho Caballero de la Orden de la Espuela de Oro por el Papa al enterarse del hecho. La copia de Mozart, que reflejaba las improvisaciones, no ha sido conservada. En 1771, el Dr. Charles Burney, luego de un viaje a Italia, publicó en Londres una versión de la obra, basada posiblemente en la copia de Martini, la de Mozart y, quizás, una copia obtenida de la propia Capilla Sixtina. (Wikipedia)


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