miércoles, 16 de marzo de 2011

Dietrich Buxtehude (3): Organum






Están pisando el aire los sones melodiosos de tubos sonorosos pulsados con gusto y sabiduría. Ámbito de la armonía, las altas naves y las cúpulas grandiosas, donde las notas flotan y rebotan de músicas gloriosas. Va forjando lo sacro el órgano solemne, los múltiples registros, la arquitectura sonora que, barroca y efímera, de la penumbra del espacio es doradora. Lo sacro es allí flauta y fuelle, pauta y muelle de acordes vibratorios; es tubo de metal que con sonoridad sacramental al espíritu se abraza con efectos amatorios; es sonido seminal que al alma embaraza de gozo; es sonoro embozo para el corazón; es delectación e íntimo alborozo que penetra en las entrañas como acero harpado; y es, en fin, filo de son enamorado que hendiendo el pecho hace brotar a chorros la emoción.





Acogen, generosas, las bóvedas surcadas de nervios intrincados los sonidos emanados del polifónico instrumento para devolverlos, distintos pero bien sincronizados, a su etéreo y oceánico elemento; murallas graves, agudas vidrieras: la piedra, el plomo y el cristal, prestan resonancia y orejas a este vendaval tonante, amplifican y perfilan su estructura, cincelando el volumen del vacío en espesura bien sonante; surge, así, milagrosa, la obra cadenciosa y rutilante que habrá de transportar el alma del oyente a un estado de místico deleite.

El cuerpo vibra, con el aire, en sintonía, y la célula más nimia se siente parte eximia de la fugaz polifonía; ya la materia más grosera se transmuta en voluta y talla de madera; ya el sentimiento más impío, por sonoro encantamiento, se hace pío; ya el alma atribulada halla consuelo en el dulce silbo, o en el fragoroso duelo, de la melodía felizmente interpretada.






Trinos que en un bosque de columnas resuenan diversos, gorjeos melodiosos recitando versos entre floridos capiteles, reverberándose, gozosos, en el eco que el hueco de la piedra restituye, fieles. Una tormenta de notas, un terremoto altisonante, un atronador retumbar de música en el aire, se alterna con el prístino destello polícromo del más puro diamante. Y es la piedra toda, y el espacio que la envuelve, expresión sonora que la voluntad somete; danza de fuga y contrapunto, donde trino, tormenta y destello, todo junto, se resuelve en fruto bello de son clarividente.

Puro fluir cristalino este chorrear divino de acordes engarzados que escalan sublimados el ámbito en penumbra; canoro surtidor cuyo esplendor alumbra hasta los ángulos recónditos forjados de silencio, aquellos que, olvidados por todos, se sumen en el más sombrío tedio. Alcanza, así, completo el orbe del sagrado recinto la melodía concorde con el pétreo laberinto, por el que vaga y se demora al tiempo que el espíritu embriaga y el alma arroba.



¿Qué tiene este sonar de flautas desiguales que en su pulsar recrea ambientes celestiales? ¿Qué tiene este vibrar del aire en mil frecuencias que el alma arrebata prendido a sus cadencias? ¿Qué tiene este soplar de fuelle mesurado, este escalar de dedos por múltiple teclado, este ceñirse el soplo al diámetro variado, este surgir sonoro de viento troquelado?

Tiene la magia, el misterio y el encanto de todo lo sagrado; tiene la seducción de ignotos espacios siderales, el hechizo de una beatífica existencia. Tiene la fascinante ambivalencia de sensaciones viscerales y sentimientos sublimados.

Tiene, la música del órgano bien pulsado, en su esencia, lo divino expresado en vendavales de notas sincopadas y en brisas suaves de notas delicadas forjando un todo, a modo de cosmogónico paraíso de sonidos, de sónicos fluidos, buscando terrenal acomodo.





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IMÁGENES
Cabecera:
Vista de la nave Central de la Marienkirche de Lübeck (parte superior). 
Al fondo el Órgano Kemper & Son
Pie:
Órgano Christian Müller (1735-1738)
Iglesia de San Bavón (Haarlem, Holanda)


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