martes, 28 de septiembre de 2010

Exposición y Cambio: El amor de un ser mortal




A jaycee, por su amistad, gracias parce.

Quizá el sentido del amor divino está en hacernos presentir
la inmensidad contenida en el amor de un ser mortal.
El amor humano es incluso más grande, si en él está
no darnos una seguridad que vaya más allá del instante presente,
y llevarnos siempre al irreparable desgarramiento.
Georges Bataille, "El amor de un ser mortal" (1951)


¿Cómo se puede mostrar la desgarradura que nos singulariza -y que se ha compartido, tête a tête, en el ámbito de lo privado- en la plaza pública como si de un ajusticiamiento se tratase...? La desgarradura se convierte, así, en objeto de escarnio; despojada del sentido de lo íntimo -allí donde solo debe ser percibida, compartida y sentida-, deviene una suerte de monstruosidad, un exhibicionismo obsceno, impura transgresión de la norma... Quien es así mostrado -su desgarradura palpitante sacada de contexto- aparece como un malhechor, como un ser que debe de ser reprobado y, en su caso, castigado.

La Reflexión anterior -henchida de influencia batailleana- me viene sugerida al hilo de las últimas y nada agradables vicisitudes acaecidas en los últimos días. Ya en la entrada dedicada a Bataille y su Comunidad Infinita, o Comunidad del Corazón (¿sarcasmo del destino?), en el foro de comentarios, hubo vientos de tormenta, vendavales de pasiones encontradas, ajustes de cuentas diferidos... No presagiaban nada bueno, y, al final, fueron preámbulo de algo peor.
Acogiéndome a la sentencia wittgensteiniana que dice que "de aquello que no se puede hablar, mejor es callarse", en este caso más por prudencia que por lógica, y queriendo justificar el cambio de título del blog y de su lema, sí que comentaré, si someramente, ciertas observaciones y aseveraciones que se han hecho en los últimos comentarios del foro de la antes dicha entrada, y algún otro que salpica alguna otra, reciente y fundacional.



Aclaración
No sintiendo que me tenga que defender de nada, pues que de nada me siento culpable, si no es de haber fundado, gestionado y trabajado día a día -robando muchas horas al descanso- para ofrecer destellos cargados de... Imaginación, Cultura, Música e Inquietudes, hasta alcanzar la condición de llamarada ecléctica para mayor gloria del Arte (gracias,Gonzalo); y no buscando otro interés que el de satisfacer mi necesidad de comunicar esa sensibilidad que puja constantemente por derramárseme, sin pretender ningún beneficio ni rédito que no sea el de compartir y sintonizar con almas afines, y, si acaso, el de su reconocimiento, si así lo estiman oportuno; y sin siquiera contestar a quien asevera que este blog es una gran mentira, pues que bien a las claras se ve que es de verdad, tanto en contenidos como en comentarios; sí, en cambio diré algo concerniente a dos términos aparecidos en esas observaciones:

Se ha nombrado por dos veces, y por dos personas distintas -que ahora anuncian su abandono, temporal o definitivo, del blog-, la palabra vaivén: ya sea en su primera acepción de movimiento alternativo de un cuerpo en su recorrido de ida y vuelta, ya en su segunda de inconstancia de las cosas en su duración o logro, ya en su tercera que expresa el riesgo a perder lo que se intenta o malograr lo que se desea; lo cierto es que son precisamente estas personas que la han utilizado como motivo de disgusto o censura, e, incluso, hacerla culpable de... contradecir el espíritu en virtud del cual este blog fue creado (Gonzalo dixit), las que la dan carta de naturaleza y sentido con su actitud, puesto que el blog, más bien que mal, ha seguido firme su singladura y el que esto escribe no se ha apartado del timón ni de la sala de máquinas en ningún momento. Así es que ellos verán a quién se la aplican no se estén mirando al espejo cuando lo hacen.

También se alude varias veces a la palabra aprender como objetivo para la colaboración o la frecuentación del blog. No sé si ello será posible, lo que sí es cierto es que el mío no es el de enseñar. Yo solo he pretendido mostrar, descubrir, exponer, presentar, nunca enseñar nada; no considero que sea éste el lugar adecuado para ello ni yo tenga la capacidad suficiente (a pesar de ciertos epítetos laudatorios vertidos en algunos comentarios, quizás más por halagar y estimular que por hacer honor a la verdad).
Cierto es que la vida es un continuo aprendizaje, pero más acá, este blog nunca ha ambicionado sentar cátedra sobre nada, sino ser simplemente un oasis donde la Belleza, en cualquiera de sus artísticas facetas, tenga su solaz. Un locus amoeni para quien, cansado del tráfago cotidiano, busque un remanso de paz, arte, imaginación y cordiales emociones.



De ConSentidos Comunes a ConSentido Propio

Dado que el original título de ConSentidos Comunes, cumplidos ya los cuatro meses de existencia sin que haya logrado concitar el anunciado consentimiento, ha perdido su razón de ser, y, teniendo en cuenta que, con más razón aún, el lema que rezaba bajo él no deja de ser, ya, una entelequia vacía de sentido, he decidido cambiar ambos -título y lema- para ajustarlos a lo que será, de aquí en adelante, el significado y cometido de este singular espacio.

La intención es la de, siguiendo formalmente la estructura ya desarrollada (es decir: texto-imagen-música), ofrecer un ámbito interactivo, que denominaré COMPLICIDADES, en el que acogeré aquellas propuestas o aportaciones que a mi criterio merezcan ser subidas al post desde el foro de comentarios, y siempre referentes al tema en cuestión (como, por otra parte, he venido haciendo, de vez en vez, hasta la fecha).
Seguiré abierto a las colaboraciones, bien de quienes ya saben que tienen su espacio en este mío (caso de Beatriz Basenji), bien de quien pudiera unirse en un futuro a este proyecto.


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Cultura del Blog

Enuncio así, con tan empresarial expresión, las líneas maestras del pensamiento que nutren la filosofía del blog, las raíces de lo que será finalmente flor y fruto, las premisas que subyacen bajo las aparentes conclusiones que en forma de texto, imagen y música, se desarrollarán día a día. Lo que sigue es un a modo de Corpus filosófico/vital que ayudaría a entender el porqué de este espacio, y cuáles son las certidumbres que animan a su autor.
Acogiéndome a quien ya declaré como uno de los patronos literarios del blog, es decir, Georges Bataille, dado que su pensamiento y sensibilidad son semejantes a los míos, pero teniendo en cuenta que su talento es mucho mayor, utilizaré su discurso para apoyar el mío propio (bien sea a través de la clara y acertada glosa que sobre Bataille hace Antonio Campillo).

En lo que sigue que nadie espere directrices ordenadas, o un marco normativo esculpido en piedra, pues no es sino a tientas como cabe exponer el propósito de mostrar lo inasible del corazón humano -mi corazón, en este caso-. Sí que he de decir, en mi descargo a otra perla de discordia arrojada por ahí, que nada más alejado de mi intención que cualquier pretensión de utilidad ni de obras ni de personas; todo este empeño -la realización del blog-, como diría el señor Bataille, pertenece al ámbito del gasto improductivo, de lo fútil, del regalo, del excedente vital que se dona gratuitamente sin otro interés que la entrega rebosante. Eso que nos hace sentirnos más humanos, no sometidos a la condición de objetos en aras de la utilidad o el beneficio.

Esta entrega, y aquí ligo con el título que dará paso a los fragmentos de Bataille que se expondrán seguidamente, solo puede realizarse desde un presupuesto de amor. Solo quien se ama a sí mismo por medio del otro, es decir, quien es capaz de amarse en la entrega al otro, puede intentar -casi siempre sin lograrlo- salvar ese abismo de la finitud que nos constituye, esa desgarradura que nos singulariza, aunque para ello deba inmolarse, víctima de su desbordamiento, en la pira de la opinión convencional, en la hoguera inquisitorial de las buenas costumbres, en el ara sacrosanto de los prejuicios y las moralinas.
Tómense, pues, las reflexiones del propio Bataille y las que A. Campillo extracta de él, como estandarte de las que este blog tiene a bien enarbolar como su santo y seña.



BATAILLE o el AMOR de un SER MORTAL

Del Deseo
"En el momento de dar el paso, el deseo nos arroja fuera de nosotros; ya no podemos más, y el movimiento que nos lleva exigiría que nosotros nos quebrásemos. Pero, puesto que el objeto de deseo nos desborda, nos liga a la vida desbordada por el deseo. ¡Qué dulce es quedarse en el deseo de exceder, sin llegar hasta el extremo, sin dar el paso!. ¡Qué dulce es quedarse largamente ante el objeto de ese deseo, manteniéndonos en vida en el deseo, en lugar de morir yendo hasta el extremo, cediendo al exceso de violencia del deseo!
Sabemos que la posesión de ese objeto que nos quema es imposible. Una de dos: o bien el deseo nos consumirá, o bien su objeto dejará de quemarnos. No lo poseemos más que con una condición, la de que, poco a poco, se aplaque el deseo que nos produce. ¡Pero antes la muerte del deseo que nuestra propia muerte!" (G. Bataille. El Erotismo, Cap. XIII. La Belleza)



De la Soberanía

"Para Bataille, el conocimiento es en sí mismo un trabajo, una actividad servil, interesada, subordinada a fines o resultados prácticos, sometida al primado del futuro, regida por el principio de la utilidad. Todo saber está al servicio de la acción, es un "saber hacer". En cambio, el pensamiento libre, el pensamiento "soberano" es aquél que renuncia a todo resultado práctico, a todo saber eficaz; no está asociado a las actividades útiles sino a las experiencias extremas de alegría y de dolor, de amor y de muerte, tal y como se manifiestan en esas dos grandes formas de silencio que son la risa y las lágrimas; un pensamiento así conduce al "no-saber", pues su objeto se resuelve en "nada".

La propia escritura de Bataille revela el carácter "soberano" de su pensamiento. En general, la escritura es una forma de trabajo, una actividad productiva que utiliza el lenguaje como una herramienta y que subordina el presente al futuro para obtener como resultado un beneficio; funciona como cualquier otra empresa especializada: responde a un proyecto previamente trazado o calculado y lo prosigue hasta alcanzar su objetivo. En este sentido, se presenta como un instrumento de comunicación racional, funcional, útil, que se somete a unas reglas fijadas de antemano y que sirve a un fin determinado. Pero la escritura es también un juego, una actividad inútil que tiene su fin en sí misma, que no se subordina a proyecto alguno y que precisamente por eso permite al escritor ponerse a sí mismo al desnudo, poner en juego la integridad de su ser, confesando no sólo las incertidumbres de su pensamiento sino también los temblores de su corazón, hasta el extremo del silencio, de la risa y de las lágrimas. Este otro tipo de escritura, denominada poética o literaria, hace posible una forma de comunicación mucho más profunda e íntima. Al igual que el amor y que la fiesta, la escritura literaria no tiene otro fin que romper el aislamiento cotidiano de los seres y ponerlos en comunicación entre sí.


Los escritos de Bataille se mueven en una tierra de nadie, entre la filosofía y la literatura, entre el saber y el no-saber, entre el trabajo y la fiesta, entre la razón y el deseo. Deliberadamente, Bataille se pone a sí mismo en juego. Pone en juego a un tiempo su vida y su pensamiento, sus afectos y sus conceptos. De ahí que su escritura sea tan rigurosa y tan apasionada, tan implacable y tan imprevisible. Tan difícilmente traducible. En ella, los conceptos se desvían de la órbita de sus respectivos dominios teóricos y comienzan a colisionar entre sí, haciendo posibles nuevas conexiones, inesperadas fulguraciones. Pero Bataille no pretende iluminar al lector, como el maestro ilumina o enseña al discípulo, sino más bien confundirlo, conmoverlo, comprometerlo, arrancarlo de su aislada seguridad, comunicar con él. Porque sólo los seres que se ponen a sí mismos en juego pueden comunicarse entre sí. Por eso, Bataille pretende que el lector se ponga a sí mismo en juego, que se sienta igualmente afectado, interpelado, arrastrado en lo más íntimo de su ser por ese movimiento del que el escritor no es más que un mero médium.

El propio Bataille lo dice en el texto que aquí editamos: no se dirige a un reducido y selecto grupo de especialistas, como suelen hacer muchos filósofos, científicos y literatos. Su escritura está abierta a cualquiera, no excluye a nadie. Pero tampoco se dirige al gran público, como suelen hacer los medios de comunicación de masas. Su lenguaje es a un tiempo abierto y "secreto": habla a cualquier persona, pero le habla de forma "confidencial", precisamente porque trata de compartir con ella unas experiencias que son a un tiempo las más universales y las más íntimas, las más cotidianas y las más enigmáticas, las más decisivas y las que más se resisten a ser pensadas." (A. Campillo, El amor de un ser mortal).



Del Principio de Pérdida

Sin ella [la dimensión humana que necesita renunciar al tiempo del trabajo y al imperio de la ley], no sería siquiera comprensible el orden de la economía, en el que ocupan un lugar fundamental las actividades inútiles o anti-económicas. La satisfacción inmediata del deseo hace que los objetos externos (e incluso el propio cuerpo, las propias energías, las propias acciones) dejen de ser útiles, dejen de ser medios para un fin, y se conviertan en fines absolutos. Esto quiere decir que ya no son consumidos para obtener de ellos un beneficio ulterior, sino que el beneficio consiste en consumirlos por el placer de consumirlos, sin cálculo económico alguno.

Lo que ahora importa de los objetos externos y de las propias energías no es su consumo productivo sino su gasto improductivo, no su ahorro sino su derroche, no su ganancia sino su pérdida, no su producción sino su destrucción, no su adquisición sino su donación. Lo que ahora importa no es la mera perduración de la vida sino su intensificación, su exaltación, su incandescencia, aun a riesgo de consumirla por completo, aun a riesgo de perderla. No se busca la muerte, pero tampoco se la teme. Lo que ahora importa no es la preocupación por el futuro, sino la afirmación del presente; no la supervivencia o perduración de uno mismo como ser separado, sino la convivencia o comunicación con el resto de los seres; no, pues, el temor a la muerte, sino el amor a la vida. (A. Campillo, El amor de un ser mortal).


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Ilustración musical
(Dedicada a la Amistad)
Códice de las Huelgas (s XII-XIV)
María, Virgo Virginum
Cristóbal de Morales (s XVI)
Missa de Beata Virgine
Francisco Guerrero (s XVI)
Sacrae Cantiones
Francisco de Peñalosa (s XV-XVI)
Ave, verum corpus
Juan del Encina (s XV-XVI)
Ay, triste que vengo
Más vale trocar
Cancionero de la Colombina (sXV)

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Ilustración de Entrada
Salvador Dalí
Niño Geopolítico Observando el Nacimiento del Hombre Nuevo

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Links de interés

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miércoles, 22 de septiembre de 2010

Georges Bataille y la Comunidad Infinita


A todas luces, estamos viviendo una época de cambios. Una época de cambios en progresión geométrica y a todos los niveles de la actividad humana. Pero hay sobre todo tres que caracterizan este comienzo de siglo XXI: el cambio hacia una sociedad de la Información Total e instantánea (de la mano de internet); la migración de masas de las sociedades, cada vez, más pobres hacia las, cada vez, más ricas y avanzadas (producto de un injusto reparto de la riqueza); y el cambio del modelo energético (aún incipiente pero cada vez menos dependiente de las fuentes tradicionales de energía: petróleo, carbón, eléctrica, -la nuclear aún está por ver).

A estos tres grandes y genéricos cambios, y producto de la interacción entre ellos, se podría añadir un cuarto que atañe al paradigma ético; es decir, aquel sistema de valores imperante sobre todo en las sociedades desarrolladas hasta finales del siglo XX -tras la caída del Muro y la subsiguiente desaparición de los Bloques Capitalista/Comunista-, basado en las ideologías surgidas con la Ilustración y fraguadas con la Revolución Industrial, una vez agotada ya su utilidad en una sociedad totalmente diferente de aquella en la que surgieron, ha dado lugar a un aparente sistema social huérfano de valores, de ideologías, y, por tanto, de horizonte hacia el cual tender.
Nuestra forma de vida, ya enteramente en manos de una economía capitalista, no vislumbra otra meta que una huida hacia adelante en el desarrollo de los bienes de consumo, en la creación de necesidades ligadas a él y en una ética eminentemente materialista que lo haga posible.

En este estado de cosas, y como sucede en todos los periodos de cambio, las sociedades entran en crisis y surgen los temores: a lo desconocido, a la inseguridad, a la pérdida, en fin, a la muerte.
En los tres ámbitos anteriormente enunciados los miedos toman su particular expresión. En la sociedad de la Información Total: la desconfianza en la veracidad de esa información, el empacho de la misma, el hartazgo, el cortocircuito informativo, en fin: la desinformación por exceso de oferta; en el cambio de modelo energético: la incertidumbre, la viabilidad de las alternativas, el desconocimiento; y en el movimiento de masas estos temores se expresarán en forma de xenofobia, insensibilidad, intolerancia, insolidaridad, aislamiento.

Estos días estamos siendo testigos de cómo posiciones consideradas ultraderechistas van ganando terreno en la conciencia de las sociedades democráticas: xenofobia, intolerancia religiosa, fundamentalismo (religioso y político), etc. Hay voces que con lucidez se levantan aquí y allá denunciando esta deriva de intransigencia que poco a poco gana terreno. Se piensa que el Estado de Bienestar existente en el denominado Primer Mundo corre peligro, y los popes del ultraliberalismo y del capitalismo más extremo utilizan ese miedo que recorre la espina dorsal de las clases medias para sugerir un nuevo sistema de valores basado en ese bienestar material y en una recuperación de cierta moral tridentina, basada en el temor, y exclusivista, que lo avale.

¿Estamos asistiendo a un rebrote de ciertos mecanismos que más tienen que ver con el fascismo que con una sociedad democrática madura capaz de asimilar sus contradicciones? Puede ser. Y la ausencia de valores y memoria histórica pueden favorecer este rebrote.
Por eso no está de más rescatar la voz de los que ya una vez vivieron una situación vagamente similar, que con asombrosa lucidez dibujaron el mapa fundamental de lo que estaba pasando. Es el caso de Georges Bataille, pensador, escritor, poeta, ensayista, y ser humano comprometido con su época, que dejaría algunas de las páginas más clarividentes y certeras de la literatura francesa del siglo XX.

El artículo que traigo a colación, escrito por Antonio Campillo hace ya dieciocho años, está aún plenamente vigente. Titulado La Comunidad Infinita, se basa y es glosa de dos ensayos de Georgs Bataille que, escritos durante el auge del fascismo y el estalinismo en Europa, nos plantean un análisis de la cuestión social de entonces y, a la vez, una alternativa o solución a la deriva inevitable hacia estados totalitarios (sean éstos teocráticos o plutocráticos). Creo sinceramente que esta alternativa es la que se ha de dar, la única posible, porque lo contrario sería el Gran Hermano o la catástrofe, y eso, me niego a admitirlo y considerarlo.

En aras de no cargar la ya de por sí densa entrada, he extractado los párrafos más esenciales y aleccionadores; para una lectura íntegra recomiendo descargar el archivo en PDF en un buscador consignando el título y el autor del artículo, tal como viene aquí reseñado.
La imágenes ilustrativas son de André Masson, amigo de Bataille, menos la que encabeza que es de Magritte. La música de Gato Barbieri pretende ser el necesario contrapunto que sirva de relajamiento y distensión, a la vez que ofrecer diversidad de propuestas.
Como apéndice, y para ofrecer un documento que nos acerque a esta singular y poliédrica figura de las letras galas, un vídeo con una entrevista realizada en los años cincuenta. Imposible encontrarla en cstellano, ni siquiera subtitulada, así es que... francés original, con subtítulos en inglés.


Georges Bataille: la comunidad infinita
Antonio Campillo

La vida exige unos hombres reunidos, y los
hombres sólo se reúnen por un caudillo
o por una tragedia.
(G. Bataille, La representación de Numancia,
en "Crónica nietzscheana")


Ahora que el siglo XX se acerca a su fin, podemos asegurar que Georges Bataille (1897-1962) ha sido uno de sus más lúcidos testigos. Golpeado por dolorosas experiencias personales y gigantescas catástrofes sociales, fascinado por la explosiva fuerza de las grandes multitudes urbanas, espantado por el enorme poder movilizador de los sentimientos nacionalistas y militaristas, embriagado por los más intensos arrebatos de la carne y del espíritu, aprendió a padecer, a conmoverse, a dejarse atravesar por la terrible y devastadora violencia de los acontecimientos. En pocas palabras, aprendió a vivir en compañía de la muerte.

Con una tenacidad implacable, hizo de su propio cuerpo un sismógrafo de alta precisión, tan extremadamente sensible como para registrar los más secretos temblores de la existencia humana. Con la meticulosidad de un bibliotecario (el oficio que le dió de comer durante toda su vida) y la fiebre de una víctima sacrificial (dispuesta a arder y a consumirse en el fuego del conocimiento), fue registrando esas agitaciones a un tiempo masivas e íntimas. Y lo hizo durante las tres décadas centrales de este siglo, tal vez las más trágicas y delirantes que Europa haya conocido. No es extraño que ahora, treinta años después de su muerte, cuando el cielo de la historia vuelve a cubrirse de negros nubarrones, los escritos de Bataille adquieran una actualidad inesperada.

[...] Los dos escritos que ahora presentamos fueron publicados en 1933, tras la llegada de Hitler al poder. Son artículos bastante tempranos, pero en ellos aparecen ya algunas de las ideas que Bataille desarrollará ulteriormente. Están estrechamente ligados a la situación política de aquella década, pero revelan la extraordinaria capacidad del autor para tomar distancia con respecto a los acontecimientos y analizarlos con una penetrante lucidez. Por tanto, si queremos apreciar el valor de estos dos textos, hemos de situarlos en relación con su época, pero también en relación con los instrumentos teóricos que Bataille elaboró para analizarla. Con ello, no se trata de restarles fuerza alguna, sino todo lo contrario: se trata de devolverles su sorprendente actualidad.

Durante los años treinta, el régimen democrático sufre un descrédito radical en toda Europa. Para todos sus críticos, la democracia liberal es sinónimo de debilitamiento moral y de desagregación social. Desde la derecha, se la acusa de haber acabado con los vínculos comunitarios tradicionales, dejando la vía abierta al individualismo y al nihilismo. Desde la izquierda, se la acusa de su incapacidad para acabar con los desastrosos efectos del capitalismo, y sobre todo con la división social entre ricos y pobres, principal obstáculo para la constitución de una auténtica comunidad humana. En esta crítica de los límites históricos y filosóficos del liberalismo, no será extraño observar ciertos puntos de encuentro entre autores tan distantes como Martin Heidegger y Theodor W. Adorno, o entre Carl Schmitt y Walter Benjamin. En aquellos años, tras el éxito alcanzado por las grandes revoluciones sociales de los bolcheviques rusos, los fascistas italianos y los nazis alemanes, el ciclo histórico de la democracia burguesa parecía haber llegado a su fin. Fascistas y comunistas coincidían en la necesidad de la Revolución: unos y otros exigían el restablecimiento de un poder imperativo que fuera capaz de acabar con la fragmentación social, aglutinando a las masas urbanas en una verdadera comunidad política.


[...] Pero no es sólo el conflicto entre estos diversos intereses intelectuales lo que va a marcar decisivamente el pensamiento político de Bataille, sino también la exigencia de responder con nuevas armas teóricas a los dos grandes acontecimientos políticos de los años treinta: el fascismo y el stalinismo. Desde el primer momento, Bataille se mostrará muy crítico con el liberalismo burgués, pero se mostrará aún más crítico con los Estados totalitarios edificados por los revolucionarios fascistas y comunistas. De ahí que su deseo de Revolución se convierta en un deseo trágico. Por un lado, considera que la democracia burguesa carece de la autoridad suficiente para acabar con los antagonismos sociales y fundar una verdadera comunidad humana, puesto que el regimen democrático burgués consiste precisamente en un equilibrio precario entre fuerzas antagonistas; por otro lado, el régimen comunista edificado por los bolcheviques rusos se ha hecho tan totalitario como el régimen fascista, es decir, ha impuesto la unidad social por medio del terror, reafirmando el carácter nacionalista, militarista y expansionista del viejo imperio de los zares. Y, a pesar de todo, Bataille seguirá defendiendo, todavía en 1936, tras la formación del Frente Popular en Francia, la posibilidad de una revolución a un tiempo antiburguesa y antitotalitaria.

[...] En cuanto a la Historia [...]: "El optimismo puede llegar a ser equivalente a la muerte de la conciencia revolucionaria (...) Es la irrisión y no la salvaguardia de la pasión revolucionaria". El anhelo de Revolución ha de ser experimentado "dolorosamente, como una fuerza perecedera", y la antigua confianza en el futuro ha de ser sustituida por la "angustia". Usando una expresión hegeliana, Bataille considera que la conciencia revolucionaria ha de ser una "conciencia desgarrada", una "conciencia de la muerte posible": en otras palabras, una conciencia trágica. Esto no significa que el anhelo de Revolución deba ser abandonado, sino que, por el contrario, debe volver a extraer sus fuerzas de aquello que constituye su "origen", su "primera amante": no la certeza de un futuro feliz, sino la incertidumbre de un presente desdichado. Lo que hace que las masas se unan y se alcen violentamente contra sus dominadores no es la esperanza sino la desesperación, no la fe en el curso inexorable de la Historia sino la evidencia de su carácter caótico y absurdo, no la luminosa e ilusoria utopía sino la tenebrosa experiencia de la humillación y la miseria.


[...] Porque, a diferencia de todas las revoluciones clásicas, que han triunfado contra regímenes autocráticos (sea la monarquía francesa o el imperio zarista), el fascismo es el único movimiento revolucionario que ha logrado triunfar contra regímenes democráticos. Por eso es ta importante comprender de dónde procede su fuerza. Y esto es lo que Bataille se propone averiguar en "La estructura psicológica del fascismo". Una vez más, considera necesario enmendar la imagen excesivamente simple que el marxismo se ha formado del Estado y, en general, de la llamada"superestructura" política y religiosa. Para ello, el autor hace uso de la sociología francesa, de la filosofía alemana y del psicoanálisis. Pretende llevar a cabo un análisis "psicológico" del fascismo, pero esta psicología colectiva -que guarda notables analogías con el análisis del poder carismático llevado a cabo por Max Weber, pero también con el magnífico estudio que Elías Canetti emprendió, durante esos mismos años, sobre las relaciones entre las masas y el poder- pone en juego una nueva teoría económica, que no sólo tiene en cuenta el principio de utilidad sino también el principio de pérdida, de derroche, de gasto improductivo. Esta teoría habiasido ya esbozada por Bataille en su artículo "La noción de gasto", precisamente para dar cuenta de las fuerzas o energías sociales de naturaleza "sagrada", "soberana" o "heterogénea". Ahora bien, este paso de una "teoría económica restringida" (fundada sobre el principio de utilidad) a una "teoría económica general" (fundada sobre el principio de pérdida), exige una nueva concepción de la historia, en donde ésta no sea pensada ya como el progreso de las sucesivas formas de conciencia (y de existencia) sino como la tensión eterna e irresoluble entre el principio "profano" de la utilidad y el principio "sagrado" del sacrificio o de la pérdida.

En "La estructura psicológica del fascismo", estos dos principios son denominados, según una distinción tomada de Durkheim, como lo "homogéneo" y lo "heterogéneo". Los elementos homogéneos de una sociedad son aquellos que se someten a leyes generales de utilidad y de conmensurabilidad, de modo que ninguna actividad homogénea es válida en sí sino en relación con otras, según una relación de funcionalidad medio-fin y de equivalencia económico-jurídica. Esta dimensión homogénea está destinada a asegurar la supervivencia de los individuos y de las sociedades, a protegerles de la muerte posible. Los hombres se aseguran la vida, pero a cambio se hacen esclavos del tiempo, es decir, del cálculo económico, del conocimiento científico-técnico y del orden jurídico-político. Según Bataille, esta dimensión homogénea de la sociedad es inherente a la existencia humana, si bien no ha cesado de ampliar su dominio desde la originaria aparición de la conciencia hasta la irrupción del capitalismo, de la tecnología y del Estado modernos.

Pero junto a esta dimensión homogénea de la sociedad se ha dado siempre una dimensión "heterogénea", igualmente inherente a cualquier forma de existencia humana. Los elementos heterogéneos son aquellos que se afirman como fines válidos en sí mismos, y que por tanto no admiten ningún tipo de dependencia funcional o de equivalencia general. Es el gasto improductivo, el derroche sin cálculo, el sacrificio sin beneficio, el éxtasis agonístico, tal y como se manifiestan en las fiestas, los juegos, los deportes, las construcciones suntuarias, las joyas, las artes, los lutos, las guerras, las revoluciones, los arrebatos eróticos, etc. En todos estos casos, la acción humana deja de ser medio para un fin, deja de estar motivada o justificada por algún bien último, deja de estar subordinada a un proyecto exterior o superior a ella, y se convierte en una afirmación soberana de sí misma. La soberanía es la voluntad de ser para sí, sin demora y sin reserva, es decir, de manera completa e inmediata. Pero esta afirmación soberana, paradójicamente, no puede realizarse más que a costa de poner en peligro la propia identidad, la propia integridad, la propia supervivencia. La vida sólo se afirma plenamente cuando se muestra dispuesta a consumirse a sí misma, a donarse ilimitadamente, a derrocharse y arder como una ofrenda en sacrificio.

Pero Bataille no se contenta con afirmar la existencia de tales actividades "heterogéneas", pues esto ya lo hacen las teorías económicas y sociológicas de carácter utilitarista o funcionalista. Lo que Bataille afirma es que tales actividades no sólo no tienen un carácter subsidiario, marginal o patológico, sino que constituyen el verdadero fin al que se subordinan todas las otras actividades sociales. Lo que mantiene unida a una sociedad no son los elementos homogéneos que regulan sus actividades reproductivas sino los elementos heterogéneos que la hacen temblar de entusiasmo y de espanto, conmoviéndola de arriba a abajo y haciéndola arder masivamente hasta el borde de su propia ruina. Lo que ocurre es que estos elementos heterogéneos, precisamente porque hacen temblar de entusiasmo y de espanto, están rodeados de un aura sagrada y suscitan sentimientos encontrados de atracción y de repulsión.


[...] El Estado es, pues, el resultado de una alianza entre los elementos homogéneos de la sociedad (la organización jurídico-económica) y los elementos heterogéneos de carácter imperativo (las fuerzas militares y religiosas). De este modo, la sociedad homogénea, que no puede encontrar en sí misma una razón de ser y de actuar, la halla en su sometimiento a fuerzas imperativas; y éstas, a su vez, hallan en el sometimiento de la sociedad homogénea un medio de perpetuarse a sí mismas. Y es que, en efecto, la verdadera soberanía, que en sí misma es voluntad de pérdida o de autoinmolación, sólo puede perpetuarse como dominación, es decir, como voluntad de poder o de autoconservación.

El fascismo no es sino la revitalización y culminación de esta milenaria teología política, la puesta al día de la antigua alianza entre las fuerzas heterogéneas de la soberanía y las fuerzas homogéneas del Estado. Lo que le diferencia de las monarquías tradicionales es que pretende, al mismo tiempo, realizar una revolución social, esto es, una conjunción con los elementos heterogéneos inferiores, con las clases miserables de la sociedad.
Por eso, la instancia soberana no recibe el nombre de Dios, sino el nombre de "pueblo", "nación" o "raza", si bien ésta se encarna, como en las antiguas monarquías, en la persona sagrada del Duce o del Führer.
Según Bataille, el error del liberalismo y del marxismo ha estado en ignorar la enorme fuerza de los elementos heterogéneos de la sociedad, que son precisamente los que aseguran la cohesión entre los hombres. La única posibilidad de hacer triunfar una revolución social consiste en movilizar esos elementos sagrados o soberanos.
Ahora bien, esa movilización sólo puede seguir dos direcciones: la nacionalista o la universalista, la de una comunidad cerrada y militarista o la de una comunidad abierta y sacrificial: "La vida exige unos hombres reunidos, y los hombres sólo se reúnen por un caudillo o por una tragedia".


A partir de 1937, a medida que la guerra se hace cada vez más inminente, Bataille funda Acéphale y el Colegio de Sociología, y comienza a denunciar lo que fascistas y antifascistas (tanto liberales como comunistas) tienen en común: el militarismo inherente a las patrias. Es entonces cuando Bataille pone de manifiesto la profunda incompatibilidad entre Nietzsche y el nacionalismo. Nietzsche es el gran enemigo de todas las patrias, el gran mensajero de una "tierra de los hijos" (Kinderland), por oposición a la "tierra de los padres" (Vaterland). La "muerte de Dios" exige la muerte de toda teología política, es decir, de toda idea de soberanía nacional. Poco importa que esa soberanía sea establecida por tradición o por contrato, por vínculos de sangre o por vínculos legales. En este punto, no hay diferencia alguna entre el Estado liberal y el Estado fascista, pues ambos se remiten a la idea de soberanía nacional, a la idea de "pueblo" o de "nación". Ambos conciben la comunidad humana como una comunidad política, esto es, como una obra colectiva, como un producto histórico del propio hombre, pero también como un conjunto finito, como una comunidad cerrada en los confines de una pólis o Estado. En este tipo de comunidad, cada individuo puede reconocerse y afirmarse a sí mismo como miembro legítimo del conjunto a través de su identidad nacional con los otros.

Este sentimiento de pertenencia a una comunidad cerrada protege al individuo de aquello que amenaza su propia integridad: el contacto con lo otro, con lo extraño, con lo desconocido. Lo que más teme el individuo es su propia muerte, o lo que viene a ser lo mismo: la pérdida de su propia identidad en la confusión indistinta con todos los otros seres. Es esta angustia ante la pérdida de sí la que le hace tratar como enemigos a cuantos no forman parte de su misma comunidad política. Es la voluntad de asegurar la perennidad de sí mismo y de la propia nación la que da origen a la guerra entre los pueblos: "La existencia nacional y militar están presentes en el mundo para intentar negar la muerte reduciéndola a una porción de gloria sin angustia". Y es este miedo a la muerte, este afán insensato de sobrevivir a costa de los otros, el que hace "zozobrar cualquier intento de comunidad universal".


[...] Pero conviene entender bien a qué se refiere Bataille cuando habla de una comunidad universal, infinita o ilimitada. No se trata de una comunidad económico-jurídica integrada por un conjunto de sujetos (individuos o Estados) plenamente racionales y autónomos, esto es, empeñados en afirmar a toda costa su propia supervivencia, sino que se trata más bien de una "comunidad del corazón", nunca del todo constituida, pues los seres que podrían integrarla son seres incompletos, inacabados, incesantemente desgarrados por la herida de su propia finitud. Pero es justamente este inacabamiento lo único que puede permitir a los seres "comunicarse" entre sí: "En la medida en que los seres parecen perfectos, permanecen aislados, cerrados sobre sí mismos. Pero la herida del inacabamiento les abre. Por lo que puede ser llamado inacabamiento, desnudez animal, herida, los diversos seres separados se comunican, toman vida, perdiéndose en la comunicación de uno con otro".
Sólo quien se atreve a experimentar su propia desnudez, su propio desgarramiento, puede llegar a comunicarse con los otros: "La "comunicación" no puede realizarse de un ser pleno e intacto a otro: necesita seres que tengan el ser en ellos mismos puesto en juego, situado en el límite de la muerte, de la nada".

Porque, en efecto, si hay algo que pueda hacer posible una comunidad infinita no será, ciertamente, el actual proceso de homogenización social, destinado a asegurar la supervivencia o reproducción del llamado "nuevo orden internacional", sino los elementos heterogéneos que revelan lo insatisfactorio de ese proceso, es decir, las experiencias colectivas de sufrimiento y de éxtasis, de horror y de entusiasmo, a través de las cuales los seres humanos toman conciencia del carácter trágico de la existencia y se dan a compartir aquello mismo que les une y les desgarra: su propia muerte. Sólo en estos estados extremos, que son a un tiempo de máximo peligro y de máxima exaltación de la vida, le es posible al hombre establecer con sus semejantes y con el resto de los seres una relación que no sea de utilidad económica ni de dependencia política, sino de compasión, es decir, de participación o comunicación existencial. Pero aquello que los seres anhelan comunicar o compartir es la irreductible diferencia que les singulariza, la desgarradura que les separa a unos de otros, la impotencia que les impide trascender su propia finitud. Así, lo que se da a comunicar es la imposiblidad de la comunicación. Lo que se pone en común es la ausencia de comunidad. He aquí la tragedia. He aquí, no obstante, lo único que puede reunir a los hombres; lo único que puede incitarles a vivir soberanamente, "sin padre, sin patria y sin patrón"; lo único, en fin, que puede hacerles arder en común hasta el límite de la muerte.

domingo, 19 de septiembre de 2010

José Antonio Labordeta: Hombre libre


Hoy ha muerto un hombre libre
haciendo honor a su credo:
solo en libertad se puede
vivir como un hombre pleno.


¡DESCANSE EN PAZ!


Hoy Quisiera

Hoy quisiera olvidarme del mar,
del mar en las ventanas,
del dígale usted a todos buenos días,
seguimos por aquí,
así como siempre, muy buenos de salud
y de agonía.
Hoy quisiera
no saber las palabras,
olvidarme los ritos, las maneras,
ser tan libre como la mano de una niña,
o el ojo de un pájaro en la niebla.
Hoy quisiera
-queremos siempre y para nada sirve-
decir palabras lentas,
melodías colgadas de la sombra,
sueños que se entrecruzan, heroicas campanas.
Pero somos de aquí,
del billete señor,
la carne va subiendo
y el hígado del viejo se estropea.
Somos
de las tardes de fútbol.

Hoy quisiera
-quieres tantas cosas-
cerrar de una vez esta ventana
y descansar del ruido de allá afuera.
Pero entran el mar,
el ruido y el regusto brutal
de toda esta tierra.
Somos de ahí,
de enfrente, justo al lado
donde se ama y crea.
Somos
-y hoy yo quisiera...-
del urbano paisaje de la tierra
y aquí no hay quien se salve
de la hoguera.


El Tiempo Difícil I

A nadie golpeamos

y fuimos, al contrario, empujados,
hasta caer de bruces en la yerba.

A nadie hicimos daño
y fuimos juzgados,
silenciados, hundidos, una y otra vez.

No tuvimos valor de levantar la mano
de poner la mejilla, el otro rostro lado
para recibir un nuevo golpe.

Nada hicimos.

Enjugamos las lágrimas, el miedo,
arrinconamos nuestras dudas
los odios
y seguimos intentando vivir -¿vivir?-
amargamente unidos al espacio vital
que nos ofrecen.

Ahora, luego, ya nadie
se pregunte
qué hacer, qué caminamos.

Estamos todavía absorbidos por la tierra
brutal, seca, infinita
que nos tiene apresados.

*****

sábado, 18 de septiembre de 2010

Hommage





*****

jueves, 16 de septiembre de 2010

Hibris & Híbridos


"Pour l´homme mesuré e de mesure, la chambre, le désert et le monde sont des lieux
strictement déterminés. Pour l´homme désertique et labyrinthique, voué à l´erreur d´une
démarche nécessairement un peu plus longue que sa vie, le même espace sera vraiment
infini même s´il sait qu´il en l´est pas et d´autant plus qu´il le saura."

MAURICE BLANCHOT, Le livre à venir


Toda la mitología sería una especie de proyección de lo inconsciente colectivo. Lo vemos de la manera más clara en el cielo estrellado cuyas formas caóticas han sido ordenadas por imágenes proyectadas. Es de ahí de donde proceden los influjos astrales de los que habla la astrología. […] Al igual que las imágenes de las constelaciones fueron proyectadas en el cielo, figuras análogas y otras diferentes fueron proyectadas en las leyendas, los cuentos o sobre personajes históricos. Podemos, en consecuencia, explorar lo inconsciente colectivo de dos formas: en la mitología o en el análisis individual

C. G. JUNG
*

Hibris e Híbridos, desmesura y mezcolanza, orgullo desmedido y pastiche significativo. Un concepto griego -ὕϐρις - y otro latino -hybrida-, y, en el fondo de ambos, lo insospechado, lo inaudito, lo sorprendente e inesperado. La hibris como causa de desdichas, lo híbrido como consecuencia de la hibris. Hablamos de mitología, hablamos de inconsciente colectivo, hablamos de mitos que se imbrican desapercibidamente en nuestras vidas, en nuestro lenguaje, en nuestras expresiones, en nuestra psique. La fuerza del mito reside en lo simbólico: en que da cuenta, con imágenes arquetípicas, de comportamientos humanos.
Y no es algo del pasado, sigue ahí, en el inconsciente, actuando mientras nosotros, ajenos a su historia y su poder, lo tratamos de meras leyendas trasnochadas... Cuando la realidad es que en ellos, en esos arquetipos mitológicos, se encuentra, codificada, la evolución de nuestra especie, la explicación de las pulsiones que al ser humano gobiernan.
Los mitos son poemas del alma, poemas construidos con imágenes en vez de versos. En ellos podemos descubrir las más ocultas razones del proceder humano; solo es cuestión de adecuar la imagen a la época, pero el contenido significativo sigue siendo el mismo. Por eso son tan recurrentes en la literatura y el arte en general: por su carga alusiva, por su capacidad de comportarse como árboles de fuegos de artificios en que una sola chispa provoca un caudal inmenso de destellos.


Todo esta entrada comenzó con una colaboración, otra más, de nuestra asidua seguidora Beatriz Basenji, que nos hizo llegar un poema titulado El Centauro, y que, como uno de esos fuegos de artificio antes citados, con su lectura estalló -pues es el detonador de toda mina literaria, su lectura- provocando la necesidad de un ámbito acorde a sus numinosas sugerencias.
Y aquí estamos, con un post dedicado a lo Híbrido y a la Hibris -condición que muy a menudo acompaña a las expresiones Híbridas de la naturaleza mitológica. Irán, pues, ambas, trenzadas en su mismo discurso, pues no pocas veces los poemas, los relatos, no dejan de ser desmesuras expresivas necesarias para una más útil y eficaz manifestación de lo que apenas se conoce, de lo que angustia, de lo que desasosiega para, así, invocándolo, sacarlo a la luz revestido de forma hermosa, llamativa o grotesca, que lo mismo da para que cumpla su función exorcizante.

He elegido cuatro seres Híbridos, fabulosos, legendarios, que los poetas y escritores de todo tiempo y lugar han utilizado, de forma vehícular, para conducirnos hasta sus íntimas obsesiones, que, al fin y al cabo, son también las nuestras. Así: el Centauro, el Minotauro, la Sirena y el Tritón, desfilarán ante nuestros ojos para mostrarnos nuestro mundo interior, pero de una forma harto sugerente y bella: la forma artística.
Beatriz y su poema, con ese estilo tan propio de endecasílabos completos y desmembrados en versos de cuatro y siete sílabas provocando ese efecto sutilmente dinámico que lo convierte en hoja de otoño sometida a los vaivenes del viento, nos traerá a colación al Centauro. Después, vendrá Borges con su personal visión del Minotauro: cuento, poema en prosa y dos poemas sobre el Laberinto, será su aportación. Tras él, para exponernos una diversa visión de la Sirena, una definición de las La Mil y Una Noches, y los poemas de Mario Benedetti, Claudia Lars, Alberto Ángel Montoya y Alfonsina Storni. Como broche final, una revisión bi-dimensional sobre una leyenda nórdica del Tritón correspondiente a Sören Kierkegaard.

Con ellos les dejo, con su densa, polícroma y polifónica propuesta.


*

CENTAURO

Producto soy de la hibris de mi padre Ixión, rey de Tesalia, que desagradecido con Zeus, que lo sentó a su mesa cuando vagaba sin destino, pretendió los favores de su esposa Hera, quien advirtió de ello al crónida. Éste le tendió una añagaza en la que, el que sería mi progenitor, cayó inexorable y estúpidamente, porque la hibris cuando se adueña de la voluntad del hombre le hace cometer toda suerte de desatinos al nublarle la recta visión de las cosas. El Todopoderoso, tomando una nube de lluvia la modeló mujer con la apariencia de Hera -su nombre sería Néfele, mi madre-, y puso a prueba a Ixión, quien no apercibiéndose del engaño yació con ella, siendo yo el resultado de tal artera unión. Nací, huelga decirlo pues de sobra es conocido, con torso y cabeza humanos, como mi padre, pero con cuerpo y patas de caballo como castigo por su hibris.
Unos me adjudican un carácter salvaje y primitivo, dado a las baja pasiones y la embriaguez, violento y despiadado; sería ejemplo de esta condición mi descendiente Neso, quien provocara la desgracia de mi estirpe al raptar a Deyanira, esposa de Hércules, cuya ira hizo que, además de diezmarnos, fuéramos expulsados del monte Pelión y obligados a vagar por lugares inhóspitos.
Otros, más generosos, nos otorgan el don de la sabiduría, y prueba de ello son mis descendientes Folo y Quirón que serían tutores de grandes hombres, enseñándoles la ciencia que habita tanto en la tierra como en los cielos; el propio Hércules y el no menos famoso Aquiles gozarían de esa esmerada educación, si bien es cierto que, quizás, parte de esa hibris que es fatalidad de nuestro origen y nuestro carácter fuera, también, transmitida a tan insignes semidioses.
A pesar de todo, les debo a la piedad de dioses y hombres el quedar eternamente inmortalizado en en la bóveda celeste.

El Centauro

Decid que fui
el mas bello Centauro del Olimpo.
Los dioses que la Grecia
veneraba
por contemplar con celo mi figura
sus divinos oficios
amenguaron.
Lloró sin fin la grey de los mortales
el cruel dolor
y la negada ayuda.
Mordíanse los cueros. Se rasaban
las blondas y las brunas cabelleras
y era mármol
el labio penitente.
Forzoso fue que el embeleso puro
que a los dioses causaba
mi existencia
fuese cundiendo en la eternal morada.
Zeus entonces
con su primor de padre
quiso librar mi suerte extravagante
de tanto amor
y tanto tutelaje
y en una trayectoria asaz secreta
hizo alojar
mi condición equina
en la perpetua vía de los astros.




***


MINOTAURO

¿Hay un destino peor que la soledad? ¿Hay una fatalidad mayor que la de estar condenado a vagar por un laberinto eternamente? ¿Hay un tormento más indigno que el que me obliga a mí, mitad toro, mitad hombre, a devorar exclusivamente carne humana? Y no obstante estas son las condiciones de mi vida: soledad, aislamiento, crueldad...
Mi nombre es Asterión y soy el producto de la hibris de un semi-dios, el rey Minos, quien trató de engañar al poderoso Poseidón, al hurtar el sacrificio del que fuera mi padre -un hermoso toro blanco como la espuma del mar- creado para tal fin. Poseidón infundió en Pásifae -esposa de Minos y, a la postre, mi madre- tal amor por aquel hermoso toro que no paró hasta conseguir, con la ayuda de Dédalo, ser poseída por él. El producto de esa unión contra natura -y como némesis al falaz engaño del minoico rey- fui Yo: un ser despreciable y salvaje, todo monstruosa desmesura, pero también desmesurado en el sentir...
Hay veces que doy cuenta de la ofrenda que periódicamente se me hace -siete efebos y siete hermosas jóvenes- con la rabia propia del desesperado por su condena. Otras veces, los devoro con desidia, casi sin querer devorarlos, porque mi naturaleza me obliga a hacerlo. Lo hago, pero no dejo de sentir un íntimo dolor cada vez que siego una de esas lozanas vidas, con las que nutro mi energía vital.
¡Cuánto deseo ser librado de este destino! ¡Cuánto!


LA CASA DE ASTERION
J. L. Borges

Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito) están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera. No hallará pompas mujeriles aquí ni el bizarro aparato de los palacios, pero sí la quietud y la soledad. Asimismo hallará una casa como no hay otra en la faz de la tierra. (Mienten los que declaran que en Egipto hay una parecida.) Hasta mis detractores admiten que no hay un solo mueble en la casa. Otra especie ridícula es que yo, Asterión, soy un prisionero. ¿Repetiré que no hay una puerta cerrada, añadiré que ho hay una cerradura? Por lo demás, algún atardecer he pisado la calle; si antes de la noche volví, lo hice por el temor que me infundieron las caras de la plebe, caras descoloridas y aplanadas, como la mano abierta. Ya se había puesto el sol, pero el desvalido llanto de un niño y las toscas plegarias de la grey dijeron que me habían reconocido. La gente oraba, huía, se prosternaba; unos se encaramaban al estilóbato del templo de las Hachas, otros juntaban piedras. Alguno, creo, se ocultó bajo el mar. No en vano fue una reina mi madre; no puedo confundirme con el vulgo, aunque mi modestia lo quiera.

El hecho es que soy único. No me interesa lo que un hombre pueda trasmitir a otros hombres; como el filósofo, pienso que nada es comunicable por el arte de la escritura. Loas enojosas y triviales minucias no tienen cabida en mi espíritu, que está capacitado para lo grande; jamás he retenido la diferencia entre una letra y otra. Cierta impaciencia generosa no ha consentido que yo aprendiera a leer. A veces lo deploro, porque las noches y los días son largos.

Claro que no me faltan distracciones. Semejante al carnero que va a embestir, corro por las galerías de piedra hasta rodar al suelo, mareado. Me agazapo a la sombra de un aljibe o a la vuelta de un corredor y juego a que me buscan. Hay azoteas desde las que me dejo caer, hasta ensangrentarme. A cualquier hora puedo jugar a estar dormido, con los ojos cerrados y la respiración poderosa. (A veces me duermo realmente, a veces ha cambiado el color del día cuando he abierto los ojos.) Pero de tantos juegos el que prefiero es el de otro Asterión. Finjo que viene a visitarme y que yo le muestro la casa. Con grandes reverencias le digo: Ahora volvemos a la encrucijada anterior o Ahora desembocamos en otro patio o Bien decía yo que te gustaría la canaleta o Ahora verás una cisterna que se llenó de arena o Ya verás cómo el sótano se bifurca. A veces me equivoco y nos reímos buenamente los dos.

No sólo he imaginado esos juegos, también he meditado sobre la casa. Todas las partes de la casa están muchas veces, cualquier lugar es otro lugar. No hay un aljibe, un patio, un abrevadero, un pesebre; son catorce [son infinitos] los pesebres, abrevaderos, patios, aljibes, la casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo. Sin embargo, a fuerza de fatigar patios con un aljibe y polvorientas galerías de piedra gris, he alcanzado la calle y he visto el templo de las Hachas y el mar. Eso no lo entendí hasta que una visión de la noche me reveló que también son catorce [son infinitos] los mares y los templos. Todo está muchas veces, catorce veces, pero dos cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez: arriba, el intrincado sol; abajo, Asterión. Quizá yo he creado las estrellas y el sol y la enorme casa, pero ya no me acuerdo.

Cada nueve años entran en la casa nueve hombres para que yo los libere de todo mal. Oigo sus pasos o su voz en el fondo de las galerías de piedra y corro alegremente a buscarlos. La ceremonia dura pocos minutos. Uno tras otro caen sin que yo me ensangriente las manos. Donde cayeron, quedan, y los cadáveres ayudan a distinguir una galería de las otras. Ignoro quiénes son, pero sé que uno de ellos profetizó, en la hora de su muerte, que alguna vez llegaría mi redentor. Desde entonces no me duele la soledad, porque sé que vive mi redentor y al fin se levantará sobre el polvo. Si mi oído alcanzara los rumores del mundo, yo percibiría sus pasos. Ojalá me lleve a un lugar con menos galerías y menos puertas. ¿Cómo será mi redentor?, me pregunto. ¿Será un toro o un hombre? ¿Será tal vez un toro con cara de hombre? ¿O será como yo?

El sol de la mañana reverberó en la espada de bronce. Ya no quedaba ni un vestigio de sangre.

-¿Lo creerás, Ariadna? -dijo Teseo-. El minotauro apenas se defendió.

El hilo de la fábula
J. L. Borges

EL HILO que la mano de Ariadna dejó en la mano de Teseo (en la otra estaba la espada) para que éste se ahondara en el laberinto y descubriera el centro, el hombre con cabeza de toro o, como quiere Dante, el toro con cabeza de hombre, y le diera muerte y pudiera, ya ejecutada la proeza, destejer las redes de piedra y volver a ella, a su amor.
Las cosas ocurrieron así. Teseo no podía saber que del otro lado del laberinto estaba el otro laberinto, el del tiempo, y que en algún lugar prefijado estaba Medea.
El hilo se ha perdido; el laberinto se ha perdido también. Ahora ni siquiera sabemos si nos rodea un laberinto, un secreto cosmos, o un caos azaroso. Nuestro hermoso deber es imaginar que hay un laberinto y un hilo. Nunca daremos con el hilo; acaso lo encontramos y lo perdemos en un acto de fe, en una cadencia, en el sueño, en las palabras que se llaman filosofía o en la mera y sencilla felicidad.

Cnossos, 1984.

*

El laberinto
Jorge Luis Borges (Argentina, 1899-1986)

Zeus no podría desatar las redes
de piedra que me cercan. He olvidado
los hombres que antes fui; sigo el odiado
camino de monótonas paredesque es mi destino.
Rectas galeríasque se curvan en círculos secretos
al cabo de los años. Parapetos
que ha agrietado la usura de los días.
En el pálido polvo he descifrado
rastros que temo. El aire me ha traído
en las cóncavas tardes un bramido
o el eco de un bramido desolado.
Sé que en la sombra hay Otro, cuya suerte
es fatigar las largas soledades
que tejen y destejen este Hades
y ansiar mi sangre y devorar mi muerte.
Nos buscamos los dos. Ojalá fuera
éste el último día de la espera.

Laberinto
Jorge Luis Borges (Argentina, 1899-1986)


No habrá nunca una puerta. Estás adentro
y el alcázar abarca el universo
y no tiene ni anverso ni reverso
ni externo muro ni secreto centro.
No esperes que el rigor de tu camino,
que tercamente se bifurca en otro,
tendrá fin. Es de hierro tu destino
como tu juez. No aguardes la embestida
del toro que es un hombre y cuya extraña
forma plural da horror a la maraña
de interminable piedra entretejida.
No existe. Nada esperes. Ni siquiera
en el negro crepúsculo de la fiera.

***

SIRENAS

Lástima es que no podáis escuchar estas palabras de mi propia voz, pues sin duda quedaríais más complacidos -sino seducidos-, pues es la virtud que mejor adorna mi esencia, y también la que determinaría mi destino: la causa de la hibris que me condenaría a ser belleza monstruosa, causa de muerte para los hombres y de dolor para mujeres.
Mi genealogía no está clara pues los mortales, esos arteros creadores de teogonías, han discrepado al establecer mi linaje. Primordialmente, fui híbrido de ave y mujer, pues la belleza de mi voz se asociaba al bello trino de las aves, para después, tras sufrir desgraciada némesis, cambiar el leve y aéreo elemento por el húmedo y denso mar, tornando plumas por escamas, mitad marina, mitad humana, dotada de extraordinaria belleza de cintura para arriba y de ágil cola de pez en vez de muslos y grácil aleta, en vez de pies.
Hay quien me hace descender sin intervención femenina de Aqueloo (Dios del río) o de Forcis (Dios del mar), y quien me adjudica, además, como madre a Estérope o a las musas Melpómene o Terpsícore, de quien heredaría la facilidad para la danza y el canto.
Lo cierto es que mi condición de penoso avatar de los marinos se debe a esa hibris que me llevó a retar en singular justa a las Musas; al perder el torneo éstas pidieron mis plumas en premio para hacerse corona con ellas, y así perdí mi condición alada, siendo condenada, en castigo por mi orgullo desmedido, a vivir ya por siempre en el mar como un sueño voluptuoso y seductor que todos temerán y desearán ver cumplido.

***

...Las dos hijas del mar [...] eran dos maravillosas criaturas de largos cabellos ondulados como las olas, de cara de luna y de senos admirables y redondos y duros cual guijarros marinos; pero desde el ombligo carecían de las suntuosidades carnales que generalmente son patrimonio de las hijas de los hombres, y las sustituían con un cuerpo de pez que se movía a derecha y a izquierda, de la propia manera que las mujeres cuando advierten que a su paso llaman la atención. Tenían la voz muy dulce, y su sonrisa resultaba encantadora; pero no comprendían ni hablaban ninguno de los idiomas conocidos, y contentábanse con responder únicamente con la sonrisa de sus ojos a todas las preguntas que se les dirigían.


La Ciudad de Bronce (La Mil y Una Noches)

*

Mario Benedetti

Tengo la convicción de que no existes
y sin embargo te oigo cada noche
te invento a veces con mi vanidad
o mi desolación o mi modorra
del infinito mar viene su asombro
lo escucho como un salmo y pese a todo
tan convencido estoy de que no existes
que te aguardo en mi sueño para luego.


Sirena. Claudia Lars

Va sobre espuma alzada, casi en vuelo,
sin rozar el navío ni la roca
y la distancia abierta la provoca
un doloroso afán de agua y de cielo.

El canto suelto, desflecado el pelo,
de la tierra inocente, grave y loca;
encendidos los sueños y en la boca
la extraña sangre de una flor de hielo.

No es el tritón quien le transforma el pecho,
ni el querubín se inflama entre sus labios
para beber después llanto deshecho.

Un hombre, nada más... Con brazos sabios
la tiende sobre el peso de la tierra
y allí se arrastra dulcemente en guerra.


La voz apenas. Alberto Angel Montoya
[...]
Pero la voz de esa mujer
era la única sirena
para el oído turbulento
en las sensuales odiseas.

Y me he quedado con la voz
de esa mujer -la voz apenas-

como se quedan los marinos
oyendo el mar desde la arena.

Cuán tristes son los marineros
que ansiaron muerte en la tormenta,
y junto al mar, un cualquier día,
la muerte encuentran en la tierra.


Yo en el fondo del mar. Alfonsina Storni

En el fondo del mar
hay una casa de cristal.

A una avenida
de madréporas
da.

Un gran pez de oro,
a las cinco,
me viene a saludar.

Me trae
un rojo ramo
de flores de coral.

Duermo en una cama
un poco más azul
que el mar.

Un pulpo
me hace guiños
a través del cristal.
En el bosque verde
que me circunda
-din don... din dan-
se balancean y cantan
las sirenas
de nácar verdemar.

Y sobre mi cabeza
arden, en el crepúsculo,
las erizadas puntas del
mar.


***


TRITÓN

El bramido del Tritón
Agnes y el Genio del Mar

Sören Kierkegaard introduce esta leyenda diciendo que quiere "presentar un esquema, en el sentido de lo demoníaco", que sirva de ilustración para tratar los distintos aspectos de su amor imposible.

"El Tritón es un seductor que emerge desde el escondite del fondo del abismo y, lleno de salvaje deseo, se apodera de la inocente flor que, en la plenitud de su gentileza, se encontraba en la orilla -su soñadora cabeza inclinada escuchando el murmurar de las olas- y la despedaza. Así han narrado siempre los poetas esta historia. Pero introduzcamos nosotros algunos cambios: el Tritón había sido un seductor; se ha dirigido a Inés; a continuación, haciendo uso de palabras tan bellas como lisonjeras y hábiles, ha despertado en la muchacha sentimientos dormidos hasta entonces; ella cree haber encontrado en el Tritón lo que su mirada buscaba debajo de las olas. Quiere entonces irse con él. El Tritón la levanta en sus brazos. Inés rodea su cuello con los suyos; se abandona confiada, con toda su alma, al que sabe más fuerte que ella; el Tritón entra con su carga en el agua y ya se inclina sobre su superficie para lanzarse a las profundidades con su botín [...] Inés le mira una vez más a los ojos, sin temor, sin vacilación, sin orgullo por su dicha, sin la embriaguez del deseo, con absoluta fe, con toda la humildad de la más humilde de las flores, como ella se sabe; con la más generosa de las confianzas le entrega todo su destino en esa mirada. Y, ¡oh maravilla! El mar deja de bramar, su indómita voz enmudece, el frenesí de la naturaleza, a quien el Tritón debe su fuerza, le abandona de golpe, y la calma más completa se apodera de todo el ambiente [...] Inés continúa mirándole del mismo modo. Y el Tritón comprende que no puede hacer nada frente al poder de la inocencia; su elemento le ha traicionado: no puede seducir a Inés; y la devuelve a su mundo dejándola donde la encontró y le dice que solo había pretendido mostrarle la belleza del mar en calma: Inés le cree. Después da la vuelta y regresa solo, el mar ruge de nuevo, pero más salvajemente ruge la desesperación en el pecho del Tritón. Puede seducir a Inés, puede seducir a mil jóvenes como ella y embelesar a cualquier muchacha que se proponga. Pero Inés ha vencido, y el Tritón la ha perdido para siempre, y solo como presa podría ser suya: él no puede pertenecer fielmente a ninguna muchacha pues no es más que un Tritón."

La inocencia aparece aquí como el valor redentor; el seductor aspira a ser salvado por Inés, "bella como un ángel redentor", y la creencia del Tritón en la inocencia de la joven debería tener una eficacia salvadora. Pero nos encontramos en un dilema sin salida: en la medida en que el Tritón cree en la inocencia de Inés, esta inocencia le abruma, provocándole una culpabilidad tal que provoca su huida en un arrepentimiento impotente y desesperado. Es el arrepentimiento demoníaco del seductor irredento, que desarma con su propia desesperación a la inocencia todopoderosa. Por otro lado solamente si él fuera inocente -lo que es un condicional contrafáctico- creería de veras en la inocencia de ella, ya que solamente la inocencia cree en la inocencia. Y un seductor no puede sino creer que su víctima es cómplice, por definición. De este modo, Kierkegaard presenta otra significativa variante de la leyenda: el Tritón, esperanzado, se acerca a su "ángel redentor" y obtiene su amor...

"Pero Inés no era una muchacha sosegada; le agradaba el rugir del mar, y si le gustaba tanto el suspirar melancólico de las olas en la orilla, era porque dentro de ella resonaba con más fuerza. Ella quisiera partir, desaparecer, precipitarse violentamente en lo infinito con ese Tritón a quien ama [...] Entonces provoca al Tritón: desdeña su mansedumbre y así despierta su orgullo. Y el mar ruge y las olas se tornan espuma: el Tritón abraza a Inés y se sumerge con ella en las profundidades. Nunca se había sentido tan salvaje, tan lleno de deseo, porque había esperado su salvación de esta joven. Muy pronto se harta de Inés, cuyo cadáver, sin embargo, no apareció por ninguna parte: se había convertido en una sirena que atraía a los hombres con sus cantos".

Sören Kierkegaard o la Subjetividad del caballero. Celia Amorós


***

Ilustraciones
Piero di Cosimo
Batalla entre Lapitas y Centuros
Louis Jean Lagreene
El Rapto de Deyanira
George F. Watts
Minotaurs
Tondo London
Minotaur
Charles Edward Boutibonne
Sirenas
F. Leighton
The Fisherman and the Siren
Knut Ekwall
Fisherman and the Siren
JW Waterhouse
Siren
Anónimo
Ictiocentauro y Nereida

*
Puso Música
W A Mozart
Sinfonía Concertante KV 364 en Mi bemol Mayor
Allegro maestoso-Andante-Presto
Sonata para Violín KV 379 en Sol Mayor
Adagio-Allegro-Andantino cantabile

***