sábado, 31 de agosto de 2013

Refracciones (II) - GALERÍA: Max Ernst (2)





Refracciones (II)

.....A veces, algunas veces, imbuido de optimismo (que no sabe de dónde viene: acaso traído en andas por una súbita y feliz brisa o generado por una espontánea y positiva corriente magnética generada en la atmósfera) siente materializarse sus sueños, ve proyectos, anhelos, posibilidades que toman forma, y lo hacen de manera tan vívida que cualquiera desmentiría no pertenecer a la realidad: al menos a él le parecen reales, los ve tan nítidos que no los imagina no formando parte de la realidad. No es un visionario, eso también es verdad, al menos no en lo que a él respecta. Su capacidad para ver lo invisible, lo subliminal, se agota en la frontera de su piel. Más allá sí, más allá ve lo que pocos ven, pero de piel hacia adentro todo es acaso y niebla, duda y difusa indeterminación. Bueno, y también es sensación, poliédrica sensación vagando entre la niebla y la duda, entre la indeterminación y el acaso. Múltiple sensación de sí mismo, de su cuerpo y de lo que en él acaece. Siente el conflicto perpetuo presente en los límites de sus células, en el núcleo de sus átomos; conflicto que es el motor autónomo de la vida: siente, pues, el sonido del íntimo engranaje con que la vida funciona. En ocasiones esta sensación se vuelve tan intensa que no puede referirse a ella sino con la imagen que le proporciona una, por él denominada, conciencia habitada. Como si dentro de los límites de su cuerpo, traspasada, perfundida, albergara toda la existencia, o el eco de la misma replicado en cada átomo, en cada molécula, en cada tejido y órgano de su ser. Se siente en esos momentos tan repleto de sensación, tan henchido de emoción incontenible, que no puede por menos que salirse de sí mismo, y, al salirse, llevarse con él, chorro de sentimiento, la plétora que lo ahoga y que lo oprime, y que se derrama en derredor, salpicando a quien cerca se halle.

.....Si no puede actuar no siendo representando un papel, uno que no refleja quien es en realidad, sino aquel que le permite entrar en acción --subvenir sus necesidades-- sin quebrantar gravemente su conciencia, sí hay, de todas formas, en cada yo impostor, una parte de él mismo. No todo, pues, es impostura en su actuar, no todo es falsedad, no todo es ficción: la impostura es el disfraz, el ropaje que cubre su impotente desnudez, pero debajo del disfraz, sosteniéndole, siendo su portador, está él, desnudo, aterido... y oculto. Quizá, en ocasiones, si pudiéramos levantar la máscara con que se nos presenta en ese su impostado actuar, observaríamos una mueca de disgusto, o de indignación, o de sufrimiento; hasta ese punto el yo impostado puede llegar a padecer las consecuencias, las contradicciones, que su representación --el yo impostor-- realiza. Es algo sobrevenido, no buscado, pero qué duda cabe que, de cuanto acaece cuando uno se pone en juego, hay una responsabilidad compartida entre quien acepta la partida, la suerte y los demás jugadores. Él lo sabe, y lo admite; de ahí la contrariedad, lo amargo que le resulta a veces el fruto de su actuar. Cada acción es una tirada de dados que da lugar a consecuencias insoslayables, una reacción en cadena imprevisible, imposible de controlar; de aquí su frecuente renuencia a la acción. Por otra parte, al no sentirse completamente implicado en lo que hace --no olvidemos que es la impostura quien preside sus actos--, no se siente en la obligación de asumir la responsabilidad, no, al menos, de la forma grave o seria con que habitualmente se entiende este concepto, esta actitud de obligado compromiso, ante las consecuencias de las propias actuaciones. Histrión de sí mismo, la responsabilidad de su actuación finaliza en la máscara, permaneciendo él, el portador de la misma, a salvo, pues no se identifica ni necesaria ni totalmente con el papel representado. Se podría decir, por lo tanto, que él se vería compelido a actuar en defensa propia: defiende la vida que en él sobrepuja, que quiere realizarse pese a todo --pese a él--, que exige cumplirse en los ambiguos límites de su ser; luego no le queda más remedio que derivar la responsabilidad de su puesta en juego al sujeto que es la vida misma, al impulso vital que lo obliga a la acción, sintiéndose, así, en su fuero interno, en la esencia de quien verdaderamente se siente y cree ser, inocente de las consecuencias generadas por esta, su, impostada acción.

.....El yo impostor es un usurpador de su personalidad, pero, al mismo tiempo, no deja de aportar matices que, todos juntos, sumatorio de cuantos yoes impostores ha sido, acaso podrían suponer un bosquejo, una especie de caricatura, de quien se halla bajo el disfraz: su verdadero yo, ese yo impotente incapaz de ser el que siente que es, mas que, parcialmente, bajo la apariencia de forma o manifestación impostada. Lo complejo sería distinguir qué matices de dicho yo impostor traslucen el ser que bajo él se halla. Estos pueden aparecer de tres formas diferentes: a modo de tics, es decir, reflejos --o irreflexivos si se quiere--, unas veces; rasgos voluntariamente impresos, otras; y producto de la insoslayable fisionomía de su carácter, las más (el disfraz siempre ha de acomodarse al relieve de quien lo lleva). Estos matices que los diversos yoes impostores dejan a su paso como el débil rastro de un zapatero sobre la superficie del agua, mediante una atenta y meticulosa labor de observación y catalogación digna de un entomólogo, podrían desvelar gran parte de la identidad real de nuestro protagonista. Pero ¿quién podría llevar a cabo una labor así? Para ello sería necesario colocarse a una improbable distancia de él y su circunstancia, gozar de una utópica objetividad que permitiera observar, a través de las diversas épocas de su vida, multitud de acontecimientos, verlo representar infinidad de papeles (los múltiples yoes impostores utilizados)... Un tal privilegiado testigo necesitaría poseer, recalco, la paciencia observadora del entomólogo, pero, además, ser lo suficientemente ajeno a su vida como para no estar influenciado por ella. Debería ser alguien no implicado, y sin la más mínima intención de implicarse. Alguien dotado de la indiferencia radical de la vida misma ante los productos de su dinámica. Un ser situado más allá del bien y del mal que poseyera los ojos del cirujano, la penetración del filósofo (especie, por cierto, rara avis hoy en día), la curiosidad del físico y la intuición del místico. Y aun así, con un tal improbable observador, no sería nada fácil trazar los rasgos definitorios de nuestro personaje. Complejo es realizar una foto fija de lo que no deja de moverse, y el Ser (el sustanciado en él también --y con más razón aún, con más denuedo, con más determinación) es dinamismo puro. ¿Cómo determinar a quien en sí mismo es indeterminado, mera potencia a presión, bullente magma subterráneo al abrigo de la vista, o, a lo sumo, ocasional acto impostado que apenas deja vislumbrar a su verdadero intérprete? De todos modos, el entomólogo por cuatro veces facultado, podría realizar ese bosquejo aproximado, a modo de uno de esos dibujos a vuela pluma con que el observador registra en su cuaderno de campo una nueva, rara y esquiva especie recién descubierta.

.....Quizá ese bosquejo nos dijera de él mucho más de lo que él mismo estaría dispuesto a reconocer . ¡Es tan atrevido intentar interpretar matices, rasgos, huellas, sin el factor decisivo del sentimiento que les dio origen! ¿No se correría el riesgo de que ese croquis resultara como esos retratos robots que tan poco se parecen a quien quieren representar y que, por contra, tanto se parecen a un modelo impreciso, con las características sobresalientes de un tipo incierto que más parece salido de la fértil imaginación del observador incidental que de la realidad captada? A pesar de lo especialmente tipificado de un tal observador (que reúne en sí las capacidades del cirujano, las del filósofo, las del físico y, otrosí, las del místico) correríamos el riesgo de no poder identificar correctamente al impostor a su pesar, y en consecuencia, nos quedaríamos sin conocer al autor real de estas refracciones que aquí se vierten.

.....No es de extrañar que alguien de tan difícil adscripción, ardua revelación e imposible acotación dijera de sí mismo: "yo soy el que soy", en contestación a un curioso Moisés al ser preguntado por su identidad (Ex, 3:14). Aquí está encerrada toda la ontología, alfa y omega de la esencia del Ser. Si, como sostiene en otros lugares nuestro impotente protagonista, la conciencia de su participación en el Ser que todo es (al que también llama El Uno, y que otros han identificado con Naturaleza, y aun con Inteligencia Universal) le hace sentirse, consecuentemente, partícipe de esa naturaleza inmarcesible, esta identificación con el Ser que todo es despejaría dudas (aunque no fuese posible probar nada) acerca de sus tribulaciones, de su angustia, pues un tal sentimiento, una tal convicción, sería tanto como mirar fijamente al sol: vano pretender no resultar deslumbrado. La parte no puede sentirse todo sin dejar de ser consciente de su particularidad, entrando por ello en un conflicto de difícil resolución. En esas parece estar nuestro amigo, de aquí esa impotencia bloqueadora. ¿Cómo se adquiere esa clarividencia? ¿Cómo se hereda la facultad para sentir de una tal forma la existencia? ¿Es realmente una visión aceptable, verídica, plausible? ¿Y si su caso no fuera más que una reacción ante la frustración por no poder ser lo que quisiera ser, una especie de inconformismo ante una vida mal vivida que busca justificarse ante sí ideando una irrefutable explicación (irrefutable por cuanto al ser producto de la experiencia más íntima y subjetiva, vanamente podrá probarse su falsedad o veracidad)?

.....Siente fluir el pensamiento a través del prisma de su sentir. Refracción lo llama, a este pensar desde el sentimiento, o tamizado por el sentimiento, o transformado por la túrbida naturaleza del sentimiento. Y es tal, pues ese prisma, conformado por su sentir, deshace el pensamiento que en él incide transformándolo en un haz multicolor de considerandos, de ideas, de acasos argumentales, de intuiciones y de sospechas, a los que impregna de sentimiento, intentando así aliviar la presión a que ese mismo sentir, como un gas en expansión, le somete. La impotencia, huelga decirlo, es el fuego que calienta su sentir, una impotencia que participa del crepitar y la voracidad de la llama, que se auto-alimenta --diz que fuera alimentada por el fuego original-- y que abrasa su alma. Humo, pues, es la naturaleza de sus refracciones; humo producido por la combustión del sentir de su espíritu atormentado, y, como humo, volátil, se pierde en el éter de la inconsecuencia. Víctima de un auto (de falta) de fe en sí mismo, se consume en su propio ardor. No le queda más consuelo que, un instante antes de perecer, de su ser purificado por el fuego salga una paloma: su alma transfigurada, ya no impotente, toda alas batientes, potencia en acto, retornando al Ser del que procede para en él disolverse y continuar con el dinamismo inagotable que la existencia es: "Soy el que soy, y no pretendáis que me mutile para hacerme más comprensible"... parece decirnos, mientras bate sus blancas alas al abandonar el cuerpo chamuscado de quien, tan impostado, aparentemente fue.

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GALERÍA


Max Ernst
1891-1976

Selección 2
(1925-1945)

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Pomegranate Flower, 1926
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Les Grands Amoureux, 1926
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The Virgin Spanking the Christ Child before Three Witnesses: Andre Breton, Paul Eluard, and the Painter, 1926
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They have Slept in the Forest too Long, 1926
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A Night of Love, 1927
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After Us Motherhood, 1927
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Child, Horse, Flower and Snake, 1927
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Fishbone Forest, 1927
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Forest, 1927
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Forest and Dove, 1927
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Max Ernst Showing a Young Girl the Head of his Father, 1927
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The Gray Forest, 1927
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The Kiss
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Vision Induced by the Nocturnal Aspect of the Porte St. Denis, 1927
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Flowers and Seastells, 1927
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Monument aux Oiseaux, 1927
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Snow Flowers, 1929
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Fleurs sur Fond Jaune, 1929
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The Hundred-headless Woman Opens her August Sleeve, 1929
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The Inner Vision: the Egg, 1929
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Loplop Introduces a Young Girl, 1930
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Loplop Introduces Loplop, 1930
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Human Form, 1931
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The Postman Cheval, 1932
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Birth of Zoomorph Couple, 1933
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Europe after the Rain I, 1933
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The Embalmed Forest, 1933
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Blind Swimmers (Effect of a Touch), 1934
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My Absolute, 1934
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Garden Airplane Trap, 1935.
The Entire City, 1935
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The Giant Snake, 1935
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Garden Airplane trap, 1936
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Landscape with Weathgerm, 1936
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Lust for Life, 1936
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The Entire City, 1935-36
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Barbarians, 1936
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Barbarians Marching to the West, 1937
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The Angel of Heart and Home, 1937
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The Angel of the Home, or the Triumph of the Surrealism, 1937
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Epiphany, 1940
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Lone Tree and United Treses, 1940
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Marlene (Mother and Son) 1940.
The Robin of the Bride, 1940
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Europe after the Rain II, 1941
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Napoleon in the Wilderness, 1941
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Wizard Woman, 1941
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Suirrealism and Painting, 1942
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The Antipope, 1942
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Composition, 1943
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Gipsy Rose Lee, 1943
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Painting for Young People, 1943
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The Eye of Silence, 1943
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Cocktail-Drinker, 1945
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Euclid, 1945
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Vox Angelica, 1945
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The Temptation of Saint Anthony, 1945
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The Temptation of Saint Anthony, 1945
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