martes, 29 de marzo de 2011

Primavera (1): Ofrenda



Tú querías que yo te dijera
el secreto de la primavera.
Idilio, Federico García Lorca

Ya viene la Primavera
lo ha dicho la estrella.
Ya la tú, J.R. Jiménez

De qué extraña manera,
a veces, la primavera
Héctor Amado

Este post y el siguiente quieren ser un canto a la Primavera, esa estación que llena de alegría -y, a veces, melancolía- nuestras vidas siguiendo los ritmos periódicos de una naturaleza a la que cada vez damos más la espalda pero a la que, a pesar nuestro, seguimos estando sometidos. Los rigores del invierno van quedando atrás: el tiempo del aislamiento, de la concentración, del abrigo, del calor del hogar, del frío que aletarga; de la nieve y las heladas, de los vientos boreales, de los campos silenciosos, de los jardines yertos,... A medida que el Céfiro va extendiendo su templado manto, la tierra toda se despereza, se estira, sale del letargo; el reloj de la vida vuelve a ponerse en marcha y todo parece festejarlo.

Junto a una naturaleza en exaltación de color, la naturaleza musical como expresión más elocuente de este "canto" a la vida que supone la llegada de un nuevo ciclo vital. Música ya patente en el mismo seno de Natura, así: los arroyos cantarines, donde antes la nieve callada; los trinos y gorjeos de las aves, en la fronda antes silenciosa; los sonidos galantes del cortejo, tras la silente hibernación; el fragor y el bullicio, en fin, de multiplicidad de seres respondiendo a la llamada del instinto,... todo es un resonar de vida en mil claves y tonalidades, todo es frenesí y efervescencia sonora.
También el ser humano atiende esta llamada de variadas maneras; entre ellas, con su genio musical, creando no pocas obras, a lo largo del tiempo, dedicadas a ensalzar o describir este periódico y feliz episodio, el más alegre y alborozado de cuantos, marcados por el reloj biológico, inciden inconscientemente en el alma humana. Decir primavera, es decir entusiasmo, júbilo, buen humor, sí, y, además, esperanza, promesa, expectación; todos estos sentimientos están presentes, hechos música, en la primavera del homo melodiosus.

En este primer post, que he titulado "OFRENDA", haré un recorrido temporal por estas manifestaciones musicales dedicadas a la Primavera, acompañadas por un poema que: o bien se corresponde con el texto de la obra propuesta, o bien es una composición de un poeta reconocido alusivo a la estación -los, por mí llamados, poemas amigos-. Comenzando por el barroco temprano de Monteverdi, siguiendo por el tardío -ya considerado neoclasicismo- de Vivaldi, el clasicismo de Haydn o Mozart, el neo-romanticismo de Beethoven, el romanticismo de Mendelssohn y acabando con el tardo romántico de Strauss, se irá desgranando este variado jardín melódico.
El segundo post, titulado CONSAGRACIÓN, estará dedicado enteramente a la obra homónima de Stravinski; puesto que la primavera también es danza, en ese segundo post ofreceré las más prestigiosas coreografías creadas para este revolucionario e influyente ballet: desde la original de Vaslav Nijinski a la ultimísima de Angelin Preljocaj, pasando por las celebérrimas de Maurice Bèjart o Pina Bausch, o la singular propuesta equina del Teatro Zíngaro de París, bajo la dirección orquestal de uno de los mejores intérpretes de la Consagración -así reconocido por el mismo Stravinski-, Pierre Boulez.

Con todos vosotros: la Primavera en todo su musical esplendor a través de las edades de la música.

OFRENDA A LA PRIMAVERA
Se viste la Primavera de música encantada, de colores y de flores, de sangre alterada. Baten fuerte en el cielo las nubes sus tambores, y en la tierra cantan dulces ruiseñores sus tonadas. Sopla, suave, el heraldo de la amable estación su susurrante canción de savia renovada; y es, su soplar, multicolor despertar de campos ateridos y deseos dormidos; y es, su tenor, alegre divulgador de sonidos que proclaman, enardecidos, el tiempo del amor.

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Claudio Monteverdi
Zéfiro Torna (O. Rinuccini) Noveno Libro de Madrigales


Zefiro torna e di soavi accenti
l'aer fa grato e'il pié discioglie a l'onde
e, mormoranda tra le verdi fronde,
fa danzar al bel suon su'l prato i fiori.

Inghirlandato il crin Fillide e Clori
note temprando lor care e gioconde
e da monti e da valli ime e profonde
raddoppian l'armonia gli antri canori.

Sorge più vaga in ciel l'aurora, e'l sole,
sparge più luci d'or; più puro argento
fregia di Teti il bel ceruleo manto.

Sol io, per selve abbandonate e sole,
l'ardor di due belli occhi e'l mio tormento,
come vuol mia ventura, hor piango hor canto.


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Antonio Vivaldi
Concerto nº 1 en Mi Mayor, Op 8, RV 269, La Primavera

Allegro
Giunt'è la Primavera e festosetti
La salutan gl'augei con lieto canto,
E i fonti allo Spirar de'zeffiretti
Con dolce mormorio Scorrono intanto;

Vengon' coprendo l'aer di nero amanto
E Lampi, e tuoni ad annunziarla eletti
Indi tacendo questi, gli Augelletti;
Tornan di nuovo al lor canoro incanto:

Largo
E quindi sul fiorito ameno prato
Al caro mormorio di fronde e piante
Dorme 'l Caprar col fido can a lato.

Allegro
Di pastoral Zampogna al suon festante
Danzan Ninfe e Pastor nel tetto amato
Di primavera all'apparir brillante.

Allegro
He aquí la festiva Primavera,
La saludan los pájaros con canto alegre.
Y las fuentes, con el soplo de los Zéfiros,
Brotan con dulce murmullo.

Vienen, cubriendo el aire con manto negro,
El trueno y el rayo, mensajeros del tiempo.
Al fin, la calma vuelve, los pajarillos
Reanudan su canto melodioso


Largo
Y sobre el prado florido y tierno,
Con el dulce murmullo de la fronda y las plantas,
Duerme el cabrero, con el perro fiel al lado.

Allegro
Al son festivo de la Zampoña pastoral
Danzan las ninfas y los pastores
Bajo el brillante firmamento de la primavera.


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Joseph Haydn
Oratorio Las Estaciones, La Primavera H 21/3

La Primavera

Del espíritu olvida el hombre los pesares,
mas la primavera está en flor, y espléndidos todos los lugares,
el verde campo se extiende majestuoso,
donde discurre la hermosura del arroyo.

Las montañas de árboles se han cubierto,
y espléndido es el aire en el espacio abierto,
el vasto valle está en el mundo dilatado
y la torre y la casa en colinas apoyados.

Friedrich Hölderlin


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W. Amadeus Mozart
Cuarteto para cuerdas Nº 14, en Sol, K 387 "Primavera"

Canción

¡De qué callada manera
se me adentra usted sonriendo,
como si fuera
la primavera!
(Yo, muriendo)

Y de qué modo sutil
me derramó en la camisa
todas las flores de abril.

¿Quién le dijo que yo era
risa siempre, nunca llanto,
como si fuera
la primavera?
(No soy tanto.)

En cambio, ¡qué espiritual
que usted me brinde una rosa
de su rosal principal!

¡De qué callada manera
se me adentra usted sonriendo,
como si fuera
la primavera!
(Yo, muriendo.)

Nicolas Guillén


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L. Van Beethoven
Sonata para piano y violín Nº 5, en Fa, op 24 "Primavera"

La primavera besaba

La primavera besaba
suavemente la arboleda,
y el verde nuevo brotaba
como una verde humareda.
Las nubes iban pasando
sobre el campo juvenil...
Yo vi en las hojas temblando
las frescas lluvias de abril.
Bajo ese almendro florido,
todo cargado de flor
—recordé—, yo he maldecido
mi juventud sin amor.
Hoy, en mitad de la vida,
me he parado a meditar...
¡Juventud nunca vivida,
quién te volviera a soñar!

Antonio Machado


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Félix Mendelssohn
Canción de la Primavera Op 62, nº 6, de las Romanzas sin Palabras

Hacia la Primavera

Sobre el mar que los cielos del ensueño retrata

alza mi torre azul su capitel de plata

que Eolo pulsa rara, dulcemente... Suspira

al pie la vaga ola su vaga serenata.

Y yo sueño en los cantos que duermen en mi lira,

cuando un ave vibrante, de plumaje escarlata,

en la ventana abierta se detiene y me mira:

-¿Qué haces? -dice. -¡Allá abajo, es primavera...! ¡Inspira


ansia de sol, de rosas, de caricias, de vida,
la mágica palabra! Vuela el ave encendida.
Yo bajo, desamarro mi yate marfileño...,

y corto mares hacia alegre primavera.
A mi espalda, en las olas, solitaria y austera
mi torre azul se yergue como un largo «Ave Ensueño»...

Delmira Agustini


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Johann Strauss
Frühlingsstimmen

Primavera

Abril, sin tu asistencia clara, fuera
Invierno de caídos esplendores;
mas aunque abril no te abra a ti sus flores,
tú siempre exaltarás la primavera.

Eres la primavera verdadera;
rosa de los caminos interiores,
brisa de los secretos corredores,
lumbre de la recóndita ladera.

¡Qué paz, cuando en la tarde misteriosa,
abrazados los dos, sea tu risa
el surtidor de nuestra sola fuente!

Mi corazón recojerá tu rosa,
sobre mis ojos se echará tu brisa,
tu luz se dormirá sobre mi frente…

Juan Ramón Jiménez


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Apéndice


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miércoles, 16 de marzo de 2011

Dietrich Buxtehude (3): Organum






Están pisando el aire los sones melodiosos de tubos sonorosos pulsados con gusto y sabiduría. Ámbito de la armonía, las altas naves y las cúpulas grandiosas, donde las notas flotan y rebotan de músicas gloriosas. Va forjando lo sacro el órgano solemne, los múltiples registros, la arquitectura sonora que, barroca y efímera, de la penumbra del espacio es doradora. Lo sacro es allí flauta y fuelle, pauta y muelle de acordes vibratorios; es tubo de metal que con sonoridad sacramental al espíritu se abraza con efectos amatorios; es sonido seminal que al alma embaraza de gozo; es sonoro embozo para el corazón; es delectación e íntimo alborozo que penetra en las entrañas como acero harpado; y es, en fin, filo de son enamorado que hendiendo el pecho hace brotar a chorros la emoción.





Acogen, generosas, las bóvedas surcadas de nervios intrincados los sonidos emanados del polifónico instrumento para devolverlos, distintos pero bien sincronizados, a su etéreo y oceánico elemento; murallas graves, agudas vidrieras: la piedra, el plomo y el cristal, prestan resonancia y orejas a este vendaval tonante, amplifican y perfilan su estructura, cincelando el volumen del vacío en espesura bien sonante; surge, así, milagrosa, la obra cadenciosa y rutilante que habrá de transportar el alma del oyente a un estado de místico deleite.

El cuerpo vibra, con el aire, en sintonía, y la célula más nimia se siente parte eximia de la fugaz polifonía; ya la materia más grosera se transmuta en voluta y talla de madera; ya el sentimiento más impío, por sonoro encantamiento, se hace pío; ya el alma atribulada halla consuelo en el dulce silbo, o en el fragoroso duelo, de la melodía felizmente interpretada.






Trinos que en un bosque de columnas resuenan diversos, gorjeos melodiosos recitando versos entre floridos capiteles, reverberándose, gozosos, en el eco que el hueco de la piedra restituye, fieles. Una tormenta de notas, un terremoto altisonante, un atronador retumbar de música en el aire, se alterna con el prístino destello polícromo del más puro diamante. Y es la piedra toda, y el espacio que la envuelve, expresión sonora que la voluntad somete; danza de fuga y contrapunto, donde trino, tormenta y destello, todo junto, se resuelve en fruto bello de son clarividente.

Puro fluir cristalino este chorrear divino de acordes engarzados que escalan sublimados el ámbito en penumbra; canoro surtidor cuyo esplendor alumbra hasta los ángulos recónditos forjados de silencio, aquellos que, olvidados por todos, se sumen en el más sombrío tedio. Alcanza, así, completo el orbe del sagrado recinto la melodía concorde con el pétreo laberinto, por el que vaga y se demora al tiempo que el espíritu embriaga y el alma arroba.



¿Qué tiene este sonar de flautas desiguales que en su pulsar recrea ambientes celestiales? ¿Qué tiene este vibrar del aire en mil frecuencias que el alma arrebata prendido a sus cadencias? ¿Qué tiene este soplar de fuelle mesurado, este escalar de dedos por múltiple teclado, este ceñirse el soplo al diámetro variado, este surgir sonoro de viento troquelado?

Tiene la magia, el misterio y el encanto de todo lo sagrado; tiene la seducción de ignotos espacios siderales, el hechizo de una beatífica existencia. Tiene la fascinante ambivalencia de sensaciones viscerales y sentimientos sublimados.

Tiene, la música del órgano bien pulsado, en su esencia, lo divino expresado en vendavales de notas sincopadas y en brisas suaves de notas delicadas forjando un todo, a modo de cosmogónico paraíso de sonidos, de sónicos fluidos, buscando terrenal acomodo.





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IMÁGENES
Cabecera:
Vista de la nave Central de la Marienkirche de Lübeck (parte superior). 
Al fondo el Órgano Kemper & Son
Pie:
Órgano Christian Müller (1735-1738)
Iglesia de San Bavón (Haarlem, Holanda)


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lunes, 14 de marzo de 2011

Pulsar




A Vicente, en su persistir.

Pulsa un corazón sueños,
ansias de vivir, proyectos;
pulsa un corazón, tenaz,
un impulso pertinaz
de seguir latiendo.

Pulsa ajeno a su pulsar;
solo pulsa, pertinaz,
por el ansia de latir:
ser presente y porvenir
fundido en su palpitar.

Pulsa apenas sin sentir,
absorto en su perseguir
siempre el tiempo que se va;
mide, marca, toma y da
la vida en su transcurrir.

Pulsa un corazón pasiones;
a miles, las pulsaciones,
van proporcionando abriles
que minarán, si febriles,
sus íntimas condiciones.

Cada pulsar es un sí
que retumba, carmesí,
con íntima sintonía;
es vida que en armonía
expresa su ritmo así.

Pulsa, pulsa, corazón,
tu monocorde canción
de síes reiterativos,
de impulsos afirmativos
sentidos con emoción.

-o-

Pulsar, es, contradictorio,
pues lleva, premonitorio,
el silencio en el latido:
absurdo contrasentido
de todo lo transitorio.



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domingo, 6 de marzo de 2011

Dietrich Buxtehude (2): Membra Jesu Nostri




Presentación

Esta obra singular, tenida por el primer oratorio luterano, está integrada por un ciclo de siete cantatas dedicadas cada una de ellas a una parte del cuerpo de Cristo en la Cruz (Pies, Rodillas, Manos, Costado, Pecho, Corazón y Cara). Data de 1680 -obra de plena madurez, por tanto, del organista de la Marienkirche de Lübeck-, y sus textos se basan en los del monje-poeta cisterciense Arnulf de Louvain, extraídos de su selección de poesía espiritual Salve Mundi Salutare -conocida, también, como Rhythmica Oratio-, y, además, en citas bíblicas que aluden, de una u otra forma, a cada una de esas sacras partes del Crucificado.

La estructura es constante en todas las cantatas, dividiéndose en seis secciones: Sonata, Concierto, tres Arias, y Concierto final, en que se repite el tema del inicio -da capo-; este esquema se repite en todas, salvo en la séptima que se sustituye el Concierto final por un Amén.
El texto introductorio del Concierto en cada cantata está tomado de diversas citas de la Biblia (Nahúm, Isaías, Zacarías, Cantar de los Cantares (2), San Pedro y Salmos); los textos de las arias pertenecen al Salve Mundi Salutare de Arnulf de Louvain, menos los concernientes a las cantatas Ad Latus y Ad Faciem, que pertenecen a poemas de Bernardo de Claraval y Joseph von Steinfeld, respectivamente.
En su interpretación es preciso una formación vocal de cinco solistas (Soprano (2), Alto -Contratenor-, Tenor y Bajo) y una pequeña orquesta formada por: violín, violas, violas da gamba, violonchelo y continuo (órgano).

Á mon avis, se trata de una de las composiciones vocales sacras más completas y de más altos vuelos de cuantas nutren el prolífico corpus vocal clásico; lo tiene casi todo -sutileza, complejidad compositiva, cromatismo, emotividad,...-, pero condensado, intensificado en su magistral perfección. Las diversas melodías, tan magníficamente descritas y desarrolladas, el protagonismo compartido del juego polifónico, y una instrumentación soberbia que despliega y mantiene el tema musical de cada cantata, conforman un cuadro milagrosamente preciso y definido; aquí, nada es espejismo, sino real y excelsa manifestación sonora. La polifonía -que por un lado recuerda los mejores momentos de la polifonía católica renacentista y temprano barroca, y, por otro, alumbra el camino que seguirá Haendel o, sobre todo, Bach, por ejemplo- forma, en esta maravillosa composición, un entramado tan sutil y evocador que uno no puede sino dejarse mecer por las voces en su mirífico vaivén que, por momentos, transporta a paraísos nada terrenales... En resumidas cuentas, no queda más opción que sumirse en su hipnótica seducción y disfrutarla.

La Versión del Membra Jesu Nostri aquí presentada es la mejor de las seis mejores que he encontrado en la red: la de más exquisita interpretación (se hace notar la pléyade de extraordinarios solistas que integran la parte vocal), y más claro sonido.
Cada Cantata irá precedida de su título, la cita bíblica correspondiente al concierto, su traducción al castellano y un poema dedicado a cada una de ellas, como sencillo y particular contribución/homenaje.



Introducción Prosopoética

Busca, la piedad, la belleza de la forma, la expresión conmovedora, el vehículo apropiado que transporte, de manera seductora, el sentimiento de dolor que el irredento pretende conjurar -culpa impía que porfía en su alma prosperar-, y lo logra, con esfuerzo y con ayuda del talento, en el momento soberano de crear.
El dolor, así, se erradica en la obra creada, pues, si de perfección dotada y a lo Eterno dedicada, su prédica suplica con tan bello suplicar que la conciencia adormece y el corazón estremece con su intenso palpitar.
Se adensa el aire recamado de voces y sonidos, suaves lamentos son y dulces gemidos que ensalzan los miembros heridos de quien la vida diera y cruel martirio sufriera por quedar a los Humanos redimidos.
Se adensa el aire y se condensa la emoción por las voces que son voces de ángeles en feliz invocación. Un mundo universo surge de la nada, manifestación musical por celestial inspiración creada, que da cuenta de la cruenta significación de símbolos sagrados, tan amorosamente ensalzados que con ellos el alma se hace eco de su alabanza y se eleva, y se arroba, y se embarga, toda ella estrella bella de deleitosas llamaradas.
El dolor, así, se transmuta, y la culpa se permuta en feliz exculpación. La sangre emanada se torna fuente clara que es fuente inagotable de delectación; milagro obrado por el conjuro que, con trazo bello y seguro, en papel pautado, realiza, afortunado, aquél que henchido está de melodiosa perfección.




1.
Ad Pedes

Ecce super montes
pedes evangelizatis
et annunciantis pacem.
(Nahúm, 1:15)

He aquí, sobre los montes,
los pies del mensajero que anuncia la paz.

Aquellos pies que sobre las aguas
y en el desierto anduvieron;
aquellos que, pisando mundo,
conducían hacia un cielo;
aquellos que, venturosos,
de Dios fueran fundamento;
aquellos que portaron vida...
contemplarlos ahora yertos:
símbolos de redención,
claveteados a un madero,
atravesados de esperanza
con forma de agudo hierro.



2.
Ad Genua

Ad ubera portabimini
et super genua blandientur vobis.
(Isaías, 66:12)

Y seréis llevados y amamantados,
y sobre las rodillas acariciados.

Cuántas veces fuisteis goznes;
cuántas, pedestal truncado;
cuántas, bisagras que adoptan
forma de amoroso escaño.
Si investidas de piedad,
de oración pío calzado;
si atributo de humildad,
representación de acato.
Santos hinojos de aquel
que se postró, soberano,
bajo el peso de una cruz:
nuestros serviles pecados.



3.
Ad Manus

Quid sunt plagae istae
in medium manuum tuarum?
(Zacarías, 13:6)

¿Qué son estas heridas
en medio de tus manos?

Bendecidos por divinos,
estigmas que son emblemas
de la compasión de un dios
que, inmolándose, se ofrenda.
¡Qué abrazar más doloroso!
¡Qué exonerar la blasfemia
empuñando el lacerante
dolor de la carne abierta!
Bienaventuradas Manos
que tanto amor impartieran,
remachadas en un yugo
os halláis, de gloria eterna.



4.
Ad Latus

Surge, amica mea,
speciosa mea, et veni,
columba mea inforamimibus petrae
in caverna maceriae.
(Cantar de los Cantares, 2:13-14)

Manifiéstate, amiga mía, hermosa mía, y ven,
paloma mía que estás en las grietas de las rocas y en escarpados riscos.

Del adánico costado,
arcilla de vida infusa,
surgiste para ser Madre
de todas las criaturas.
Y de entre todas, gloriosa,
feliz alumbraste a una
que sería luz del mundo
y bálsamo de su angustia;
buena hora en mala hora
una lanza puntiaguda
hendió su costado santo
brotando de él agua pura.



5.
Ad Pectus

Sicut modo genitis infantes rationabiles
et sine modo [lac] concupiscite,
ut in eo crescatis in salutem.
Si tamen gustatis, quoniam dulcis est Dominus.
(1 Pedro, 2:2-3)

Como recién nacidos razonables, deseáis leche pura
a fin de crecer para Él en la salud. Así gustaréis cuán dulce es el Señor.

De alimento es dulce seno,
y resguardo, para el hombre,
la cúpula que el aliento
de un almo destino acoge.
Escudo de abnegación
más resistente que el bronce,
bóveda que es refectorio
de serenadas pasiones.
Es, el pecho del Señor,
templo de múltiples voces:
unas, expanden el alma;
otras, el alma recogen.



6.
Ad Cor

Vulnerasti cor meum,
soror mea, sponsa.
(Cantar de los Cantares, 4:9)

Tú has herido mi corazón,
Hermana mía, Esposa mía.

Tú, corazón vulnerado,
de ardiente amor encendido;
Tú, que la vida entregaste
generoso y desprendido;
Tú, mi bien más preciado,
mi corazón sometido
de un afán enamorado
que al alma tiene rendido
¿Cómo puedo agradecerte
la dicha que he recibido?
¿Cómo te puedo pagar
lo mucho que me has herido?



7.
Ad Faciem

Ilustra faciem tuam super servum tuum,
salvum me fac in misericordia tua.
(Salmos 31:16)

Que tu cara brille sobre tu siervo.
Sálvame en la misericordia.

Es tu rostro luminoso
remedio para mis males,
en él encuentro consuelo,
por él someto pesares.
Vuelve tu rostro hacia mí
cuando la noche me alcance,
ilumíname el camino
para que pueda encontrarte.
Señor que todo lo puedes
vuelve hacia mí tu semblante,
no me quiero extraviar
el día que tú me llames.



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jueves, 3 de marzo de 2011

Dietrich Buxtehude



Nota Biográfica: Dieterich Buxtehude nació en Oldesloe, actual Alemania, en 1637; y murió en Lübeck, en 1707. Fue un compositor y organista alemán, de origen germano-danés. Hijo del también organista, Hans Jensen Buxtehude, del que aprendió la técnica del órgano y la composición. Desde 1657 fue el organista de la iglesia de Santa María de Helsingborg y desde 1660 de la de Helsinør.
En 1668, y tras desposar, según la costumbre, a la hija de su predecesor, Franz Tunder, accedió al puesto de organista de la Marienkirche de Lübeck (Iglesia de Santa María, de culto luterano). En esta iglesia, en la que se halla uno de los mejores órganos de toda Alemania, permaneció hasta su muerte, labrándose una extraordinaria reputación como intérprete de su instrumento y compositor. Tuvo 7 hijas en los 17 años de matrimonio.
Fue uno de los primeros compositores e intérpretes "liberados", es decir, que negoció su empleo de forma libre con aquellos que demandaban sus servicios; en este aspecto también serviría de modelo para posteriores músicos (como Johann Sebastian Bach o Georg Friedrich Haendel, entre otros).

Sus composiciones más importantes son las toccatas, los preludios y las fugas. Compuso, además, más de cien cantatas sacras, suites para teclado y sonatas para cuerda. Su influencia fue grande en todos los organistas posteriores, y muy especialmente en Johann Sebastian Bach, que lo admiraba profundamente.
Es célebre la historia, quizá legendaria, pero en todo caso ilustrativa de su maestría, que narra el viaje de más de trescientos kilómetros, de Arnstadt a Lübeck, que realizó a pie Bach, en 1705, cuando contaba veinte años, sólo para escucharlo (aunque se cree que incluso pudiera llegar a participar como intérprete en los Abendmusiken).
Buena parte de su fama se debía a la organización de estos Abendmusiken, o ciclos de conciertos públicos de Adviento, celebrados en los cuatro o cinco domingos previos a la Navidad, en los que se ofrecían obras instrumentales y vocales, atrayendo a los mismos, incluso, a músicos de otros países.




60 leguas
(De Bach a Buxtehude)

Un joven camina, ligero el paso cadencioso, la vista en un horizonte, que imagina, esplendoroso. La frente ancha, los ojos penetrantes, los brazos oscilantes al compás del avance decidido. Lleva música en el alma y el corazón inundado de sonidos; de sus labios los silbidos el aire entonan como flautas de órganos solemnes. Genio en ciernes, aún no sabe que el destino le tiene reservado, en su camino, un lugar sagrado entre notas inmortales y melodías perennes.
La mirada al frente, siempre al frente, hacia un norte que le indica la luz que reivindica una estrella que ilumina al vetusto genio que declina, y que le habrá de transmitir ese latir de contrapunto y filigrana que, todo junto y a la vez, se condensa y se desgrana en la atmósfera tenaz de una tocata.
El caminar no aplaca su ansia y mientras camina, siente resonar en su pecho las escalas tonales de un torrente de notas musicales aún indómito y bravío que buscando el mar pretende derramar, en su fluir, ensueño y sublime desvarío.


Quien habrá de ser digno de Apolo, por largo camino marcha solo con un único objetivo: aprender de aquel que lo precede, la técnica que excede, en lo musical, el simple talento creativo.
Veinte años en los pies alados -y en las manos alas que surcan las escalas con levedad de ave- vuelan hacia el enclave donde Buxtehude disfruta lo que sabe y Bach ansía -la perfecta melodía- en porfía de la ruta que entre Arnstadt y Lübeck corre abrupta: cruza bosques, salva ríos, por los valles sombríos transita y las claras cumbres solicita de Sajonia y de Turingia, hasta que al fin los pináculos divisa de las agudas torres de Santa María, donde el viejo maestro compone e interpreta, si el estro se interpone y manifiesta, divinas partituras para mortales criaturas.

Lo han visto pasar grandes ciudades y pequeños burgos; así, en Gottingen, Hannover o Hamburgo lo saluda la nobleza; y en las aldeas, hospitalario, lo agasaja el vulgo. Ya repica el campanario de las altas torres puntiagudas, si a lo lejos más menudas, cuando cerca bien parecen que lanzadas hacia el cielo sus puntas biseladas de escamado acero el azur penetran y estremecen.


Por la ancha puerta la silueta del caminante acierta a penetrar en la alta nave que de intensa luz lo baña y los ojos de lágrimas le empaña: los acordes tonantes con los melodiosos ya se alternan en cascada de torrentes fugados llenando el espacio sagrado de armoniosos compases sincopados.
Allí penetra sin tocar el suelo, pues el alma siente conducida al cielo, embargado por los sones de bruñidos tubos, unos más grandes, otros más menudos, que, flautas de metal, tañidos son con destreza magistral por el pulsar genial de dedos entendidos. No sabe qué más su corazón embaza si la luz que rodeándole le abraza o el sonido que embaraza su talento enamorado; y, así, se queda arrebatado, como ido de su cuerpo, aligerado, escuchando la resplandeciente música y sumergido en el musical espacio iluminado.

En la quietud del mediodía, las bancadas silenciosas, aún vacías, son orejas nemorosas que, del hacha bien labradas, agraciadas, asisten asombradas al chorro de armonías que en moléculas de luz en el aire se quedan suspendidas. Johann Sebastian Bach, veinte años bien cumplidos, el corazón henchido de sonidos, llorando está: en medio de la nave central, ahora sabe, que un ser mortal compone, grave, la música más celestial que hacer cabe. El viejo Dieterich ignora, mientras explora los límites del teclado, que alguien lo adora, embelesado; alguien que será quien recoja su legado y lo eleve a cotas imposibles, donde pervivirá, inmarcesible, para no ser, ya, nunca olvidado.


Lo que en un mes, Bach, pretendía, en tres, a duras penas, conseguía, pues tal es el caudal de saber que Buxtehude atesora, que aquél no encuentra hora para poderlo absorber.
Toca Bach en los Conciertos de Adviento y con fluidez asimila los conceptos musicales que destila su maestro. Sólidas arquitecturas corales, con la frescura de ramos florales, recrean la sacralidad luterana levantadas, con originalidad, por la inspiración soberana, plena de sobriedad, de la barroca gloria alemana: los himnos se suceden con rumor de catarata al ritmo que concede el tenor de las cantatas; amplía, grandiosa, la complejidad de la melodía y aquilata, valiosa, la riqueza del contrapunto en joyas que engasta, al punto, en sonoridad pasmosa; la sencillez desnuda, perfecta, limpia de toda duda, que plena de belleza manifiestan los preludios, lanza al aire efluvios de melódicas certezas. Es el órgano, en sus manos, polifónico surtidor de emociones, de sublimadas pasiones, que la sed alivia a los sensibles corazones. Y Bach aprenderá de él esto, y es, su obra monumental, de ello, musical manifiesto.


Ya las voces se alzan prodigiosas convirtiendo, luminosas, el recinto sacro en un cielo terrenal donde la polifonía inunda de armonía tonal el privilegiado espacio. Son sus cantatas auténticas desideratas de belleza incomparable donde el alma humana, en un rapto admirable, expresa, melancólica o ufana, cuanto en ella hay de inexpresable. Trompas, flautas y violines trazan pautas en el éter que el órgano amalgama, leve escala por donde un coro de serafines se encarama, de voces que cantan una gloria que es soflama, ensalzando al genio que, prístinas, reclaman. De ellas Bach se preña tanto que, fecundo, a luz dará obras al mundo tan surtidas de insuperable encanto que no habrá ya quien logre igualar su soberbio canto.

Se cumple así el feliz destino del genio que al genio vino tras recorrer largo camino. Lección de humildad que la soberana voluntad imparte cuando conoce el sublime goce que hay en aprender de quien posee el saber y, además, así, lo reconoce.


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Apéndice



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