miércoles, 30 de junio de 2010

CUENTOS AMIGOS: El Príncipe Feliz


Vengo de aspirar el perfume de las rosas, ya casi secas, de mi jardín privado; ese por el que, público, tantos pasan sin reparar en ellas. Yo, sí, yo me detengo rosal a rosal y les saludo; saludo a la rosa de ayer y al capullo que será rosa mañana; acaricio sus hojas, huelo sus corolas, registro su tacto y sus aromas...
A veces le disputo a alguna abeja el privilegio; nada grave:

-"Usted, primero", nos decimos mutuamente;
y los dos, a un tiempo, nos chocamos, trompa con frente:
-"¿Le pinchó alguna idea señora abeja?",
-"¿Y, a Usted, mi aguijón hiriente?"

Tras comprobar la ausencia de daños volvemos a las flores, soñadores: yo, con un vuelo de abeja cruzándome la mente; ella, con su levedad laboriosa se aleja hacia otra rosa, displicente; ella transmutará en miel el polen que la flor ofrece; yo, en algunos versos dulces, su aroma, y eso, con mucha suerte.

Por arriba me llega, melodioso, el trino polifónico de las aves: coro en cúpula de castaños y de sauces; una brisa leve mueve las ramas y el follaje y me trae un bello cuento a las mientes.
-"Ya tengo tema para mañana", me digo. Y rompo los esquemas, y me dedico a pergeñar este impromptu inesperado, postergando lo pensado a una próxima ocasión.
Y aquí está la mariposa que, cazada sin querer, se me vino a mí a ofrecer entre rosas y trinos y brisa cadenciosa que sigue soplando, nemorosa, en mi jardín privé.

No es mi costumbre traer hasta este blog las páginas ajenas más que como citas, y no como recurso ante la falta de laboriosidad o el exceso de pereza. Este no es el caso. El cuento que hoy engalana este sacrosanto espacio de la palabra, la imagen y la música, es uno de los cuentos más maravillosos que se hayan jamás imaginado. De un autor con una sensibilidad extrema que nos ha dejado obras ya imperecederas, y referencias de la literatura universal. Me refiero a ese lord irlandés de buenas maneras y pluma afilada como el acero, que es Oscar Wilde.
Disculpen la extensión, pero no he querido entregarlo por fascículos: va entero y de una vez; en la mejor traducción que he encontrado.

La música de hoy, que acompaña a este relato excepcional, es del gran Piotr Ilich Tchaikovsky, el más romántico y danzarín de los románticos rusos (si exceptuamos algunas páginas de ese otro gran sentidor que fue Sergei Rachmaninoff). Aquí en su sensitivo, complejo y dificilísimo Concierto en Do, Opus 35, para Violín y Orquesta: pura emoción de un instrumento caleidoscópico que en esta pieza desarrolla gran parte de sus múltiples registros.
De Rachmaninoff adjunto su pieza quizás más popular: el Vocalise Op. 34 nº 14, una canción para soprano y piano, perteneciente a un ciclo de 14 canciones, que se suele tocar, también, a violín. Van las dos versiones.

EL PRÍNCIPE FELIZ

En lo alto, dominando la ciudad y situada encima de una elevada columna, se hallaba la estatua del Príncipe Feliz. Era una estatua dorada, toda cubierta con delgadas láminas de oro fino; por ojos tenía dos resplandecientes zafiros y un gran rubí brillaba en la empuñadura de su espada.

¡Verdaderamente, se trataba de una estatua admirable!

-Es tan hermosa como una veleta –indicó uno de los concejales, que deseaba ganarse la reputación de tener muy buen gusto artístico-. Solamente que no es tan útil- añadió temiendo que la gente pudiese pensar que era poco práctico, cosa muy alejada de la realidad.

-¿Por qué no serás igual que el Príncipe Feliz? –le preguntó una juiciosa madre a su hijito que lloraba desvariando al pedir la luna- El Príncipe Feliz nunca lloraba pidiendo cualquier cosa.

-Me siento contento al ver que, en el mundo, alguien es completamente dichoso –murmuró un hombre ya sin ilusiones, mirando fijamente la maravillosa estatua.

-¡Tiene el aspecto de un ángel! –exclamaron los niños del Hospicio mientras salían de la catedral con sus resplandecientes capas escarlatas y sus blancos y limpios uniformes.

-¿Qué sabéis vosotros? –preguntó el maestro de matemáticas-, si nunca habéis visto uno.

-¡Claro que sí, los hemos visto en sueños! –respondieron ellos y el maestro de matemáticas los miró muy severo frunciendo el ceño porque no aprobaba el que los niños soñaran.


Cierta noche voló sobre esa misma ciudad una pequeña golondrina. Sus amigas de habían ido a Egipto seis semanas antes, pero ella iba con retraso porque se había enamorado del más hermoso de los junquillos. Ambos se conocieron al principio de la primavera mientras ella volaba sobre el río persiguiendo a una polilla gruesa y amarillenta, fue entonces cuando se sintió atraída por la esbeltez de aquel Junquillo que, inmóvil, no podía ir a su encuentro.

-¿Debo amarte? –quiso saber la golondrina, que se prendó inmediatamente de él en cuanto le hizo una reverencia.

Así pues, voló en círculos alrededor suyo, tocando el agua con sus alas y haciendo plateadas olitas.

De esta manera se desenvolvió su cortejo durante todo el verano.

-Es un noviazgo ridículo –piaron las otras golondrinas-. Él no tiene dinero, carece de relaciones, y encima el río está lleno de sus parientes los otros junquillos, además, cuando el otoño venga todas nosotras volaremos lejos de aquí.

Llegado el momento, las golondrinas se fueron y ella se quedó sola y empezó a cansarse de su amado.

-Carece de conversación –reflexionaba- y me temo que sea un conquistador porque siempre está flirteando con la brisa.

Y era cierto, pues, cuando ésta soplaba, el Junquillo se inclinaba ante ella galantemente una y mil veces.

-Admito que sea hogareño –continuó la golondrina-, pero a mí me gusta viajar, y, a mi esposo, consecuentemente, tiene que agradarle también.

-¿Vienes conmigo? –le pregunto al final.

El Junquillo dijo que no con la cabeza porque estaba muy unido a su hogar.

-¡Veo que te importo muy poco! –gritó ella- Estoy muy lejos de las pirámides, así que me voy. ¡Adiós! –y se alejó volando.

A lo largo de todo el día estuvo de viaje y al atardecer arribó a la ciudad.

-¿En dónde voy a instalarme? –se preguntó- Espero que la ciudad tenga preparado algún tipo de alojamiento en estos casos.


Entonces vio la estatua sobre una elevada columna.

-Quiero aposentarme ahí arriba –exclamó-; es un buen lugar con abundancia de aire fresco.

Y descendió hasta situarse entre los pies del Príncipe Feliz.

-Tengo un dormitorio dorado –se dijo blandamente mientras miraba en derredor y ya se disponía a dormir, pero justo estaba poniendo la cabeza bajo el ala, cuando una gran gota de agua cayó sobre ella.

-¡Qué cosa más curiosa! –comentó-; aquí no hay una sola nube en el cielo, las estrellas están completamente claras y brillantes, y, sin embargo, llueve. El clima en el norte de Europa es verdaderamente terrible. Pero al Junquillo le gustaba la lluvia simplemente porque es un egoísta.

Entonces cayó otra gota.

-¿Para que sirve una estatua si no puede guarecerte de la lluvia? –se dijo- Debo procurarme el cobijo de una buena chimenea –y decidió volar de nuevo.

Pero antes de que desplegase las alas, cayó una tercera gota y al mirar hacia arriba vio... ¡Ah, qué es lo que vio!

Los ojos del Príncipe Feliz estaban llenos de lágrimas y éstas se deslizaban incontenibles por sus mejillas de oro. Su rostro era tan hermoso a la luz de la luna, que la pequeña golondrina se sintió llena de piedad.

-¿Quién eres tú?- preguntó.

-Yo doy el Príncipe Feliz.

-¿Entonces, por qué estás llorando? –quiso saber la golondrina –Me has dejado completamente empapada.

-Cuando estaba vivo y tenía un corazón humano –respondió la estatua-, no conocía las lágrimas porque moraba en el palacio del Sans-Souci, en donde la tristeza tenía prohibida la entrada. Durante el día, jugaba con mis compañeros en el jardín y al caer la noche bailaba en el gran salón. Rodeando el jardín había un muro muy alto, pero nunca me preocupé en preguntar que se extendía detrás de él; ¡todo cuanto había a mi alrededor era tan hermoso! Mis cortesanos me llamaban el Príncipe Feliz y yo era dichosos de veras, si es que el placer otorga la felicidad. Así viví y así morí. Y ahora que estoy muerto, me han colocado aquí arriba, tan alto, que puedo ver todo lo feo y todo lo miserable de mi ciudad, y aunque mi corazón esté hecho de plomo, no puedo dejar de llorar.

-Pero, ¿no es de oro puro? –se interrogó la golondrina ya que era demasiado educada para realizar una observación personal en alta voz.

-Allá lejos –prosiguió la estatua con su acento musical-, allá lejos, en una callejuela hay un pobre hogar. Una de las ventanas está abierta y a través de ella puedo ver a una mujer sentada a la mesa. Su rostro es delgado, está envejecido y tiene las manos toscas y rojas, llenas de alfilerazos por la aguja, ya que es costurera. Borda pasionarias sobre un vestido de satén para las más adorable de las doncellas de honor de la reina, que irán al próximo baile de la corte. En un ángulo de la habitación, su hijito está acostado en la cama, enfermo. Está con fiebre y pide naranjas. Su madre no tiene nada que darle como no sea agua del río y el niño llora. Golondrina, golondrina, pequeña golondrina, ¿quieres llevarle el rubí de la empuñadura de mi espada?; tengo los pies clavados a este pedestal y no puedo moverme.


-Me aguardan en Egipto, -repuso la golondrina-; mis amigas ya están volando sobre el Nilo y charlando con las flores de loto, pronto dormirán en la tumba del gran rey. El rey está allí en su ataúd pintado; yace envuelto en lino amarillo y ha sido embalsamado con especias. Alrededor de su cuello luce una cadena de jade verde pálido y sus manos son iguales a hojas marchitas.

-Golondrina, golondrina, pequeña golondrina, -dijo el Príncipe-, ¿no quiere permanecer conmigo una sola noche y ser mi mensajera?; el muchacho está sediento y la madre ¡tan triste!...

-A mi no me gustan los chicos –le explicó la golondrina-. El último verano, viviendo yo junto al río, había allí dos muchachos muy brutos, hijos del molinero, que estaban siempre tirándome piedras. Por supuesto nunca me dieron, porque nosotras las golondrinas volamos demasiado lejos de su alcance, y, por otra parte, yo provengo de una familia célebre por su agilidad, mas aún así, semejante comportamiento era señal de poco respeto.

El Príncipe Feliz miró tan apesadumbrado a la pequeña golondrina que ésta se entristeció.

-Hace mucho frió aquí –repuso-, sin embargo me quedaré contigo por una noche, y seré tu mensajera.

-Gracias, pequeña golondrina –dijo el Príncipe.

La golondrina arrancó el gran rubí de la empuñadura de la espada del Príncipe y con él en su pico voló sobre los tejados de la ciudad.

Volando pasó cerca de la torre de la catedral que era en donde estaban esculpidos los ángeles de mármol blanco. Pasó junto a palacio y pudo escuchar el sonido de la música de baile. Una hermosa muchacha salió al balcón con su enamorado.

-¡Qué maravillosas son las estrellas –le decía él-, y que maravilloso es el poder del amor!

-Estoy esperando mi vestido y quiero que esté listo a tiempo para el baile –respondió ella-. He ordenado que me lo borden con pasionarias, ¡pero estas costureras son tan perezosas!

La golondrina voló sobre el río y vio las farolas colgando de los mástiles de los barcos. Voló sobre el ghetto, y vio a los viejos judíos regateando entre ellos y pesando dinero en balanzas de cobre. Finalmente llegó a la humilde casa y miró adentro. El chico se encontraba en su cama, tosiendo enfebrecido y la madre se había quedado dormida porque hallábase muy cansada.

La golondrina se introdujo en la habitación y dejó caer el enorme rubí sobre la mesa, cerca del dedal de la mujer. Entonces revoloteó suavemente alrededor de la cama, abanicando la frente del niño con sus alas.

-¡Qué fresco siento! –exclamó en chico- Debo estar mejor -y cayo en un delicioso sueño.

De nuevo la golondrina voló regresando junto al Príncipe Feliz y le contó lo que había visto.

-Es curioso –comentó-, pero he entrado en calor ahora, aunque hace tanto frío.

-Eso es porque has realizado una buena acción –dijo le Príncipe, y la pequeña golondrina comenzó a pensar y después se durmió; siempre que pensaba le entraba sueño.


Al despuntar el día, ella voló sobre el río y tomó un baño.

-¡Qué fenómeno más notable! –dijo el profesor de ornitología, mientras pasaba por el puente- ¡Una golondrina en invierno! –y escribió una larga carta acerca de ello enviándola al periódico local. Cada lector se interesó mucho, pero estaba llena de tantas palabras que no lo pudieron entender.

-¡Esta noche me iré a Egipto! –proclamó la golondrina y estaba muy animada ante la perspectiva. Pero antes fue a visitar todos los monumentos públicos, permaneciendo largo tiempo sobre el campanario de la iglesia.

Donde quiera que ella pasaba los gorriones murmuraban entre sí:

-¡Qué extranjera más distinguida! –lo que a ella la colmaba de satisfacción.

Cuando salió la luna voló hacia el Príncipe Feliz.

-¿Has de darme algún recado para Egipto? –quiso saber-; tengo que partir ahora.

-Golondrina, golondrina, pequeña golondrina –rogó el Príncipe-, ¿quieres quedarte conmigo otra noche más?

-Me esperan en Egipto –respondió la golondrina-. Mañana mis amigas volarán sobre la segunda catarata. Allí los hipopótamos se acuestan entre los cañaverales, y sobre un gran trono de granito está sentado el dios Memnón. Toda la noche vigila las estrellas y cuando amanece el lucero del alba, exhala un grito de alegría y luego queda en silencio. A medio día los amarillos leones se acercan a beber al borde de la laguna; tienen los ojos verdes como berilos y rugen con una fuerza que sobrepasa el estruendo de la catarata.

-Golondrina, golondrina, pequeña golondrina –dijo el Príncipe-, lejos, al otro lado de la ciudad, veo a un joven en una buhardilla, está ante un escritorio cubierto de papeles, y en un jarro que hay sobre la mesa, se marchita un ramo de violetas. Su pelo es castaño y se encuentra revuelto, sus labios son rojos como la granada y sus ojos grandes y soñadores. Está ansioso por concluir un libreto para el director del teatro, pero se halla demasiado entumecido por el frío para poder escribir. No hay fuego en la chimenea y está hambriento y muy débil.

-Me quedaré contigo otra noche más –se avino la golondrina, quien en verdad tenía muy buen corazón-. ¿Debo llevarle otro rubí?

-¡Ay de mí!, no tengo ya rubíes –exclamó el Príncipe-, mis ojos son lo único que me queda. Están hechos de raros zafiros traídos de la India hace mil años. Sácame uno de ellos y dáselo a él. Puede venderlo al joyero, comprar comida y leña y terminar su obra.

-¡Querido Príncipe –protestó la golondrina-, eso no puedo hacerlo! –y comenzó a llorar.

-Golondrina, golondrina, pequeña golondrina –rogó el Príncipe-, haz lo que te pido.

Así pues la golondrina arrancó el ojo al Príncipe y voló hasta la buhardilla del estudiante. Era muy fácil entrar allí por un agujero en el tejado, y ella, rauda como una flecha, penetró en la habitación. Puesto que el joven tenía el rostro entre las manos, no atendió el revoloteo de sus alas y cuando miró vio el hermoso zafiro caído sobre el ramo de las violetas marchitas.

-¡Estoy comenzando a ser apreciado! –exclamó-. Seguro que esto viene de parte de algún importante admirador. Ahora podré terminar mi obra –y contempló el zafiro por completo feliz.

Al día siguiente la golondrina voló hacia la bahía, y posándose sobre el mástil de un gran bajel vio a los marineros arrastrando enormes cajas por medio de maromas e izando después cada una de ellas.

-¡Me voy a Egipto! –pregonó la golondrina, pero nadie estaba dispuesto a escucharla, y cuando la luna salió, fue volando a reunirse con el Príncipe Feliz.

-He venido a decirte adiós- exclamó.

-Golondrina, golondrina, pequeña golondrina –rogó el Príncipe-, ¿quieres quedarte conmigo una noche más?

-Estamos en invierno –objetó la golondrina-, y el escalofrío de la nieve pronto estará aquí. En Egipto el sol calienta las verdes palmeras y los cocodrilos se acuestan en el lodo y miran perezosos alrededor suyo. Mis compañeras hacen sus nidos en las edificaciones de Baalbec, y las palomas rosadas y blancas están arrullándose en los salientes de los templos. Querido Príncipe, he de dejarte, pero nunca te olvidaré, y la próxima primavera te traeré dos hermosas joyas en lugar de las que me diste. El rubí será más rojo que la más encendida rosa, y el zafiro puede ser tan azul como el inmenso mar.

-Allá abajo en la plaza –indicó el Príncipe Feliz-, hay una pequeña cerillera. Ha dejado caer los fósforos en el arroyo, y se han mojado. Su padre la pegará si no trae a casa algún dinero y la niña está llorando. No tiene zapatos ni medias y lleva la cabeza sin sombrero. Arráncame el otro ojo y dáselo a ella, así su padre no la pegará.

-Permaneceré contigo otra noche –repuso la golondrina-, pero no te arrancaré el ojo; ¡te quedarías completamente ciego!

-Golondrina, golondrina, pequeña golondrina –rogó el Príncipe-, haz lo que te lo pido.

Ella entonces le arrancó el otro ojo, voló rauda como una flecha, pasando por encima de la pequeña cerillera, y deslizó la joya dentro de su mano.

-¡Qué encantador pedazo de cristal! –exclamó la muchachita y se fue corriendo a su casa entre risas.


Entonces la golondrina volvió con el Príncipe.

-Ahora que tú estás ciego –le dijo-, me quedaré contigo para siempre.

-No pequeña golondrina –contestó el pobre Príncipe-, debes irte a Egipto.

-Me quedaré contigo para siempre –repitió la golondrina y se durmió a los pies del Príncipe.

Todo el día siguiente estuvo posada sobre el hombro del Príncipe Feliz contándole historias que tenían que ver con tierras extranjeras. Le habló de los rojos ibis que permanecían en hileras a los largo de las riberas del Nilo cogiendo peces de oro con sus picos; de la Esfinge que es tan vieja como el mundo, vive en el desierto y lo sabe todo; de los mercaderes que andan lentamente junto a sus camellos mientras pasan entre los dedos las cuentas ámbar de sus rosarios; del rey de las montañas de la Luna, que es negro como el ébano y adora un gran cristal; de la enorme serpiente verde que duerme en una palmera y tiene veinte sacerdotes que la alimentan con pasteles de miel; y de los pigmeos que navegan sobre un gran lago en anchas hojas planas, y que están siempre en guerra con las mariposas.

-Pequeña y querida golondrina –dijo el Príncipe-, tú me hablas de cosas maravillosas, pero más maravilloso es el sufrimiento de hombres y mujeres; no hay misterio tan grande como la miseria. Vuela sobre mi ciudad, pequeña golondrina y dime que es lo que ves.

Entonces la golondrina voló sobre la gran ciudad y vio a los ricos gozosos en sus alegres mansiones mientras los mendigos estaban sentados a sus portales. Voló por el interior de oscuras callejuelas y vio las blancas caras de los niños hambrientos contemplando con ojos apagados las negras calles.

Debajo de los arcos de un puente dos chicos pequeños pretendían engañar al frío confundidos en un abrazo.

-¡Cuánta hambre tenemos! –se lamentaban.

-No debéis estar aquí –les reprendió un vigilante y ellos se marcharon caminando bajo la lluvia.

La golondrina voló, contándole al Príncipe lo que había visto.

-Estoy recubierto de láminas de oro fino –dijo el Príncipe-, debes quitármelas una por una, dándoselas a los pobres; creo que el oro puede hacerles felices.

Lámina tras lámina de oro fino fue arrancando la golondrina con su pico hasta llevárselas todas y el Príncipe Feliz se quedó completamente despojado igual que un pobre, y los niños recobraron el color en sus rostros, y rieron y jugaron en la calle.

-¡Tenemos pan ahora! –gritaban.

Cuando la nieve cayó y después de la nieve vino la escarcha, las calles brillaban tan resplandecientes como si estuvieran hechas de plata; carámbanos cristalinos, aguzados como dagas, colgaban desde los aleros de las casas; la gente iba envuelta en pieles y los niños lucían rojas capuchas y patinaban sobre el hielo.

La pobre golondrina tenía más y más frío, pero no deseaba abandonar al Príncipe; le quería demasiado. Picoteaba las migas de la panadería cuando el panadero no estaba mirando e intentaba darse calor agitando las alas.

Mas al final dióse cuenta de que se moría; sólo le quedaban fuerzas para volar otra vez hasta el hombro del Príncipe.

-¡Adiós, querido Príncipe –murmuró-, ¿puedo besar tu mano?

-Me siento muy contento de que por fin te marches, pequeña golondrina –dijo el Príncipe-; ya has permanecido demasiado tiempo aquí, pero debes besarme en los labios porque te amo.

-No es a Egipto a donde voy –replicó la golondrina- Voy a la Casa de la Muerte. La Muerte es la hermana del Sueño, ¿no es cierto?


Y besó al Príncipe en los labios cayendo muerta a sus pies.

En ese momento un crujido singular resonó dentro de la estatua como si se estuviera rompiendo, y es que el corazón de plomo se había partido en dos. Además hacía un frío terrible.

A la, mañana siguiente, temprano, el Alcalde estaba paseando por la plaza en compañía de los concejales.

Cuando llegaron junto a la columna, miró hacia arriba en dirección a la estatua.

-¡Dios mío!, ¿qué miserable Príncipe Feliz es el que veo?

-¡Cuán miserable, ciertamente! –corearon los concejales que siempre estaban de acuerdo con el Alcalde, y contemplaron al Príncipe.

-El rubí ha caído de su espada, no tiene ojos y ya no es de oro –dijo el Alcalde-. Ahora no resulta mejor que un mendigo.

-¡Ahora no resulta mejor que un mendigo! –repitieron a coro los concejales.

-¡Y hay un pájaro muerto a sus pies! –prosiguió el Alcalde- Debemos promulgar un edicto: los pájaros no han de morirse aquí.

Y el secretario dl Ayuntamiento tomó nota de la sugerencia.

Entonces, entre todos, echaron abajo la estatua del Príncipe Feliz.

-Como ya no es hermosa, ha dejado de ser útil –comentó el profesor de la Universidad.

La estatua se fundió en un horno, y el Alcalde convocó una reunión del pleno, para decidir que habían de hacer con el metal.

-Deberíamos tener otra estatua, por supuesto –dijo-, y puede ser mi propia estatua.

-¡O la mía! –exclamó cada uno de los concejales y se pusieron a discutir.

Cuando se les vio por última vez aún seguían litigando.

-¿Qué cosa más extraña! –dijo el capataz de los obreros de la fundición. Este corazón de plomo está roto pero el plomo no se ha fundido. Debemos tirárlo.

Así que lo arrojaron sobre un montón de basura en donde también se hallaba la golondrina muerta.

***

-Tráeme las dos cosas más preciosas que haya en la ciudad –le ordenó Dios a uno de Sus ángeles, y el ángel le trajo un pesado corazón de plomo y una golondrina muerta.

-Has hecho bien las cosas –dijo Dios-, porque en mi Jardín del Paraíso este pajarito podrá cantar eternamente, y en mi ciudad de oro el Príncipe Feliz entonará mis alabanzas.

FIN

***
Links de interés:

Sonrisas de trino y plata: tres fragmentos de City Lights

Gonzalo nos da los buenos días...


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Tras unos días de corazón revuelto aquí sigo (¿seguimos?), dispuesto a lanzar bellos aullidos a la red por si sirvieran para alegrar el día a algun@.
La vida es muy curiosa, y veleidosa, mucho. Nos lo da todo sin pedirlo y sin nuestro permiso nos lo quita. Como a aquel Moisés del Libro, nos pone ante la Tierra Prometida para vetárnosla después...

Tras el desamor aullando de dolor y el desamor enamorado cargado de esperanza, le llega el turno a la risa -a la risa cristalina y sencilla- y a la sonrisa que es, aún más, seña de identidad del ser humano inteligente (verdadera terapia ante la estulticia).
La sonrisa de trino, porque es, esta que hoy traigo aquí, una sonrisa lírica, de ruiseñor delicado, de bigote pintado y bombín, de bastón flexible y delgado, de traje desharrapado y zapatones que hacen reír; de plata porque es clara, luminosa y algo misteriosa, envuelta en un halo de tristeza ensoñadora.

Intro
Película magistral de un genial realizador, City Lights, es la película más tierna de un hombre que era la ternura personificada -pues El Chico era más sentimental que tierna-. Según muchos su gran obra maestra entre otras obras maestras.
Nadie tan capaz como Chaplin para provocar la risa e inmediatamente, en la siguiente escena, conmover hasta el llanto. Es la virtud del genio: transformar lo banal en gran acontecimiento; con un detalle, con un gesto, con una mirada emocionada, con un objeto discreto: una flor, un tenedor, una alpargata...
El genio es capaz de transformar lo aparente en otra realidad distinta, luminosa, cargada de un sentido nuevo y original: un acto solemne en una payasada, un deambular inconsciente en equívoco preñado de posibilidad, un combate de boxeo en una danza y una chanza, un paseo por el muelle en ocasión que cambia una vida... Todo ello con una naturalidad asombrosa, que no se siente, que no se ve pero que expresa mejor que mil palabras sentidos y sentimientos.
Ya se trate de situaciones serias, Chaplin les verá el lado cómico; ya se trate de situaciones cómicas, Chaplin extaerá de ellas su lado grave y circunspecto; la miseria será ternura y delicadeza, la riqueza hilaridad cuando no sujeto de escarnio y burla.
Su mirada se dirige a todos lados y todos lados ilumina con una sonrisa tierna o una carcajada pura y virginal. Es la mirada del genio elegante, del genio inteligente, del genio que está sin que se le sienta, como la luz del día, como la brisa.

City Lights es la película perfecta: tragicomedia cómica; aquí hay de todo, pero de todo en cantidades medidas: si cómica, no hasta la carcajada estentórea; si trágica, no hasta la desesperación -que sí el llanto--; si dramática, no hasta el empalago. De todo, en porciones tan milagrosamente armonizadas que deja al espectador con la sensación de haber asistido a uno de esos milagros en que el alma se queda flotando durante horas en una nube de mágica emoción..
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Argumento
Charlot, el personaje interpretado por Chaplin, es un pobre vagabundo sin hogar que conoce y se enamora de una florista ciega. Poco después evita el suicidio de un millonario borracho, quien le hace promesas de amistad eterna. Sin embargo, cuando está sobrio, el millonario le rechaza.
Inicia un romance con la florista, quien lo toma por un millonario. Tras probar suerte en trabajos ocasionales (entre ellos, una competición de boxeo), para ayudarla, obtiene mil dólares de su amigo millonario, quien se los regala generosamente cuando se encuentra ebrio, pero después niega conocer a Charlot y hace que le persiga la policía. Charlot da el dinero a la florista, quien así consigue evitar ser desahuciada y puede someterse a una operación que le devuelve la vista. El protagonista, en cambio, es capturado por la policía, acusado del robo de los mil dólares, y pasa una larga temporada en prisión. Al salir, vuelve a encontrarse con la florista, que ahora regenta una tienda en lugar de un puesto callejero y vive con la esperanza de reencontrar a su supuesto millonario. La película termina [Wikipedia]... En uno de los finales más emotivos de la historia del cine

Así, la película, está contada; pero da igual, no resta un ápice a la emoción que va destilando en cada escena.
Os presento tres vídeos que muestran, por es te orden: el inicio, donde se hace el planteamiento; la escena más hilarante -que es la de un singular combate de boxeo-; y el emotivo y bellísimo desenlace. Disfrutad.




Conclusiones
Entre las muchas analogías que se pueden establecer entre esta obra de 1931 (¡80 años, ya!) y la actualidad está el de la identidad oculta, escondida, factible de interpretación equívoca y, por tanto, falible (¿alguien ve aquí alguna relación con el mundo virtual de la red de redes?).
Detrás de las apariencias que nosotros vemos -como espectadores-, la protagonista experimenta una realidad bien distinta gracias a las casualidades prodigiosamente engarzadas por Chaplin; lo que se sustancia en la contemplación de dos historias en una, dos realidades distintas emanando de las mismas situaciones: la que vemos desde afuera, objetivamente, y la que vemos encarnados en la protagonista ciega, subjetivamente.
Esta esquizofrenia se resolverá al final con una escena magistral -y de lo más tierno y bien interpretado que se haya hecho nunca en el cine-, milagrosamente esquemática, comunicando un universo de emoción en apenas un minuto, donde tendrá lugar la resolución de toda la historia: ese desvelarse, ese revelarse la realidad cruda sobre la imaginada; y esa aceptación -tan tierna- de la cruda realidad, que nada tiene que ver con la imaginada, es lo que nos conmueve hasta las lágrimas.

Chaplin fue un poeta en imágenes: metafórico como pocos; rítmico como ninguno; cargado de sutilezas y emociones a contrapelo; genial hasta decir basta, incluso en sus momentos más bajos, rizando el rizo sobre sí mismo y haciéndose encarnación de su propio declive en Monsieur Verdoux.
Más que recomendable, obligatoria: para la salud y para la conciencia.

Sonrisas de trino y plata, en música:
Aquí, una versión a lo melódico de las emociones suscitadas por la imagen,
Felix Mendelssohn Bartholdy
Concierto para violín en re menor Op. 64
Dirige: Arturo Toscanini
Solista: Jascha Heifetz
Orquesta Filarmónica de New York




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Links de interés:
http://www.imdb.com/title/tt0021749/ (Ficha de City Lights en IMDb)

lunes, 28 de junio de 2010

Desamor enamorado

Hay un desamor que es tragedia y, en el peor de los casos, olvido, fraguado en el hastío, en el día a día no vivido del amor en retirada.
Es un desamor sórdido, con sordina; producto de la muerte lenta, del agotamiento, de la consunción de la pasión y el entusiasmo en el quererse.
Es el desamor más genuino porque es un amor que se deshace, se desmorona o se deslíe por falta de sustancia amalgamante, de aglutinante, que cohesione los dos seres en uno que es más que dos, porque de esta cohesión necesaria subsistirá la especie que se precie en subsistir.
Desamor de papel sepia y pátina de tiempo, desamor de otoño mantenido, de invierno; desamor de pergamino ajado, desamor de solar abandonado y yermo. Es el desamor más triste porque no se siente, no se le ve venir, no se queja, no avisa, y se le consiente por desapercibido. Desamor de cansancio de no haber corrido, desamor de imaginación en huelga permanente, de desánimo por lo no vivido; desamor analfabeto, inculto, de amor no cultivado, en barbecho. Aridez de desamor el de los amantes que no llegaron a serlo, porque su amor fue tan leve, tan superficial, que sin sentir se fue muriendo...
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Pero hay otro desamor que es todo furia, exceso desmedido; un desamor rabioso por todo lo no vivido. Un desamor en venganza, que vengarse quiere de lo ya ido en un futuro imposible a golpes de sinsentido. Un desamor en frenesí, un furor que dice sí, cuando el no ya se ha instaurado; un desamor enamorado del amor que dijo sí y del amor que, no vivido, se aplazó, por presentido, para un tiempo por venir. Ese desamor, amigos míos, es más fuerte que el amor y más fecundo, en su convulso temblor, cuanto más deseoso fuere que el amor que ya sintiere y, sintiéndolo, muriere sin hallar satisfacción.


Es un desamor que crea y que cree en el crear; que sin crear, acaso, se muriera quien, así, feliz sintiera su profundo desear. Es el desamor triunfante, el de la derrota victoriosa; pues se siente, en la desgracia, más vital y jubilosa en su exceso de sentir que cuando amor campeaba en una previsible batalla de un continuo decir sí. El desamor enamorado, quien el no revierte en por afirmación soberana de un sentir que en negación busca una solución que, siendo afirmación, le permita vivir mañana. Desamor a cien por hora, bólido a corazón abierto, recorriendo el campo incierto de un sentimiento que no se amilana: un quererte aunque no quieras que te quiera sombra vana; un quererte soberano al alcance de la mano de quien, así, se proclama adalid del desconcierto... afinado y melodioso, cadencioso o desbocado con que el corazón abandonado responde de viva llama. Un soberbio puente colgante tendido entre dos riberas, cada una con su bandera, frontera que es de dos almas: eso es el desamor enamorado, el que sigue amando, sin cuidado, a pesar de las distancias; a pesar del abismo abierto, tan perfecto, a los pies de los que amaron, separándoles, siniestro, como dos tierras lejanas.

Desamor enamorado, audaz e impertinente, como un santo penitente a las puertas de un prostíbulo; reo irónico en el patíbulo riendo divinamente la suerte que le es esquiva y que esquiva felizmente enfrentando su infortunio embriagándose de junios y de mayos en su mente.
Es el desamor enamorado engendrador y lujurioso, frenético fornicador de lo Bello y candoroso; sátiro o fauno férvido a la caza de la ninfa, sea náyade u ondina, oréade o nereida, que busca engendrar en belleza lo que el amor le niega, y negándole le impulsa a la corriente de la vida donde se sumerge embriagado de un dolor que no escatima y, golpeándolo, lo ilumina.
Desamor fecundador, más que el amor, harto en linajes de excelso y divino arte: pues crea lo que no existe, de la carencia forja existencia en su ímpetu imparable por tener lo que no tiene, lo que le abrasa y le mantiene en un estado febril de eterno cielo en abril y de hormiguero en septiembre.


Tiene avidez de engendrar, el desamor enamorado, en las cosas por
nacer, en el espacio aún no hollado, en esas vestales tan carnales, que bellas, cual doncellas, cardinales, se incardinan en la fértil imaginación que buscando solución a la cruel separación del sujeto, que es amor, no la encuentran mejor que en ese continuo yacer con el tierno amanecer de la idea que recrea lo que ya el amor perdió.
Dolor que en placer se funde cuando la idea difunde su cuerpo inmaculado por las arterias ardientes, si valientes, de un amor finiquitado, convirtiendo, así, el abismo en cumbre; en vuelo no tripulado al confín del universo el corazón mal aparcado por un destino adverso, que lo dejó abandonado por cansado de tanto exceso.
Es el desamor enamorado colmo del amor en verso suelto, que revuelto, agudiza el ingenio por crear lo no creado, por robar brillo a una estrella y convertirlo en universo de corazón atormentado por un sentimiento extraño: mitad placer, mitad daño, en confuso bien yacer de constante renacer a golpes de imaginario.


Desamor enamorado, benefactor del talento, estímulo del noble genio y del innoble sustento de un corazón malherido, por el amante perdido, que perdiendo, sale ganando pues gana al producir obras, que son amores, desamores respirando.
Horizontes mejores acabará divisando, el desamor enamorado, que la piel entre sudores entregada a batallas de amor y llanto, embargado el vientre en un frenesí de catárticos espasmos: ese eterno decir sí a una pequeña muerte que se divierte sin morir, y que siendo colmo del vivir es un morir gozando.
Ebrio de desamor enamorado el artista se entrega, desenfrenado, a la tarea de crear para olvidar el amor que le ha dejado un regusto a deseo postergado que no puede silenciar: lascivo en el mirar, desnuda una a una las ideas, que impregnadas de belleza acuden a su muladar -esa imaginación calenturienta donde apenas consigue lo que intenta en su continuo desear- seduciendo a la más hermosa que, generosa, a él se entrega.
Y así crea el desamor enamorado, y creando se recrea, sublimado ya el dolor en gozo entusiasmado por la obra que, parida, lágrimas pide de alegría a un corazón anegado en llanto.



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Links de interés

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Ilustró el Desamor Enamorado:
Gustav Klimt (1862-1918)
El Beso
Las ondinas
Adán y Eva
El Abrazo
DánaeNegrita

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Música del Desamor Enamorado
Henryk Górecki (1933- )
Sinfonía nº 3 Op 36
"Sinfonía de las Lamentaciones"
(Fragmentos de los mov. 1 y 3, mov 2 completo)

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Desamor

Es el desamor ave de triste trino
que se oye en la soledad del amante
cantando desde su corazón herido.



El dolor no tiene nada de bello, en abstracto; pero el dolor por amor puede ser bello... El dolor por amor forja sueños en lo imposible, crea espacios de quizás, mueve montañas de acasos, incita y concibe obras eternas... y eso es belleza, forma parte de la Belleza.
El Taj Mahal se debe al dolor de un príncipe por su princesa muerta; Romeo y Julieta se debe al dolor de un trágico amor que por empeñarse en su sueño causó el infortunio... y una bella obra trágica nacida del dolor; la canción que encabeza la entrada es fundamento del mayor de los dolores entre dos que se aman: la separación, el desamor... por una de las partes o la imposibilidad por un fatal destino.
*
Es el desamor caricia
que se hace en la carne viva;
un sucumbir sin remedio
ahogado en el propio aliento;
un latir esperanzado
en el súbito milagro;
es un cielo verde o rojo
y un espejo que se ha roto;
una rosa sin perfume
y una estrella que no luce;
una musa que no inspira
más al alma del artista;
y un dolor insoportable
que se vuelve ingobernable...

*
No me dejes
.No me dejes
Hay que olvidar
Todo se puede olvidar
Lo que ya se fue
Olvidar el tiempo
De los malos entendidos
Y el tiempo perdido
Para aclararlos
Olvidar esas horas
Que mataban a veces
A golpes de porqués
al corazón de la felicidad.
No me dejes,
no me dejes,
no me dejes,
no me dejes
Yo te ofreceré
perlas de lluvia
venidas de países
donde no llueve.
Yo escarbaré la tierra
Hasta después de mi muerte
Para cubrir tu cuerpo
De oro y de luz
Yo haré un reino
Donde el amor será rey
Donde el amor será ley
Donde tu serás reina.
No me dejes,
no me dejes,
no me dejes,
no me dejes
no me dejes
Yo te inventaré
Palabras locas
Que tu comprenderás
Yo te hablaré
De esos amantes
Que han visto por dos veces
Arder sus corazones.
Yo te contaré
La historia de un rey
Que murió por no haber
Podido encontrarte.
No me dejes,
no me dejes,
no me dejes,
no me dejes
Se ha visto a menudo
Resurgir el fuego
Del antiguo volcán
Que se creía demasiado viejo.
Existen tierras quemadas
Que dan más trigo
que un mejor abril
Y cuando viene la noche
para que un cielo arda
El rojo y el negro
¿Acaso no se unen?
No me dejes,
no me dejes,
no me dejes,
no me dejes
no me dejes
No voy a llorar
No voy a hablar
Yo me ocultaré
Para mirarte
bailar y sonreír
Y escucharte
cantar y después reír
Déjame volverme
La sombra de tu sombra
La sombra de tu mano
La sombra de tu perro
No me dejes,
no me dejes,
no me dejes,
no me dejes.
.(Letra de Jacques Brel)

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domingo, 27 de junio de 2010

Yo declaro


Que cuanto voy a decir es verdad, no toda ni estricta, pues que el que se haya en la faena de forjar sueños por fuerza ha de atender a la imaginación por servirse de ella para explicar una verdad que no agota todas las posibilidades que en el alma y el corazón humanos anidan y se dan, puesto que el alma y el corazón de este ser paradójico y complejo se extienden por espacios que van más allá de los límites del cuerpo y de esa realidad que llamamos contingente.

Que renuncio al enmascaramiento por ser sujeto de malentendidos y suspicacias. Siempre se tiende a desconfiar de aquello que no se muestra tal cual es -al menos en su apariencia-; sobre todo cuando ese ser tal cual se es es se funda en una manera de ser nada convencional.
Por lo tanto, a partir de ahora, muerto Perlimplín -ignoro si un nick alberga la capacidad de resurrección-, y haciendo a un lado a Héctor Amado -que es un heterónimo mío- apareceré con mi propio nombre.
Así me arrogaré más nítidamente la responsabilidad de lo que aquí, por mí, se diga.
Sobre los comentarios que no sean míos, me cabrá la responsabilidad única y exclusiva de aceptarlos (pues, salvo salvajadas descomunales, no tengo por rigor censurar ni eliminar comentarios que aquí se vierten. Y los que hayan seguido este blog, así lo han podido comprobar. Solamente se eliminarán los comentarios que el autor que los hace pida que se eliminen -si es que no lo hace él mismo).

Que no me siento abochornado, ni avergonzado, ni arrepentido de lo que en este blog se ha dicho, especialmente en lo referente a la relación tan intensa y, a veces, tan tensa entre mi musa -la del blog-, Brisa, y yo mismo. Aunque no suele ser lo habitual, sí sucede con cierta frecuencia que las musas y sus inspirados entren en un combate cuerpo a cuerpo por dirimir la soberanía: la de aquella que le inspira versus la de aquel que la respira. Sin llegar a ser los campos de pluma de mi querido Don Luis, estas batallas de amor -pues que de amor hablamos y nadie tiene la prerrogativa de fijar los límites de lo que este, tan amplio y equívoco sentimiento, abarca.
Esto es un blog hecho con el corazón y el alma tránsida de emoción, y ello es lógico que se plasme
en los contenidos.

Que seguiré tirando del carro de este proyecto cuya importancia rebasa los estrechos márgenes de mi voluntad. Además, hay otras personas comprometidas a las que no puedo defraudar -con o sin musa-. Gonzalo, jaycee, Iraida, Beatriz, María, y tantos que, me consta, se asoman por aquí para mirar, admirar, disfrutar, reir o regocijarse con lo que aquí acaece. Por todos vosotros: suma y sigue. Tercer capítulo: Verdades Enteras, fuera máscaras; la imaginación al desnudo proyectada desde la realidad de una identidad que se tiene a sí misma por polifacética y múltiple.

Que no consentiré que se ponga en duda la importancia, pertinencia y utilidad de mi musa Brisa en el blog -quiera ella o no serlo-. No lo consentiré ni aun en el fuero interno de cada cual: ni un pensamiento en este sentido. Mi musa Brisa está por encima del personaje real que se halle tras ese nombre; así lo proclamo y así se respetará.

Que cuando digo amor, quiero decir eso: amor, un sentimiento omnipresente y omnipotente que puede orientarse de diversas formas en atención al destinatario:
Amor se siente hacia un amante pero también hacia un amigo; hacia un familiar y hacia un desconocido; hacia una planta o hacia un animal o una piedra; hacia una estrella del firmamento
o... hacia una musa virtual sin cuerpo definido; quien opine de otra forma , está en su derecho, pero no tendrá más razón que yo,
Se puede amar una idea aunque esta no tenga ojos encantadores, ni labios hermosos, ni senos turgentes, ni muslos voluptuosos; esa es mi forma de sentir, quien sienta de otra manera, estará en su derecho, pero no por ello tendrá más razón que yo,
Quien le niega al corazón la capacidad e enamorarse de una idea, de una imagen virtual, de una estrella, de una simple mirada, está negándole al corazón su razón de ser, y estará en su derecho, pero eso no significa que tenga más razón que yo.
Quien niega la posibilidad para enamorarse de una Quimera, se la niega, también, a la posibilidad de engendrar -en ella- Utopías, y quien niega la posibilidad de la Utopía niega lo más esencial que caracteriza al ser humano: la capacidad de soñar y de hacer posibles los sueños; quien esto niegue estrá en su derecho, pero no le acogerá más razón que a mí.

Que, por fin, el objetivo de este blog es y seguirá siendo derramar cuanta Belleza esté en mi mano, conocimiento y alma; por mi propio bien y el de cuantos con esa premisa -búsqueda de lo Bello- por aquí se dejen caer.
Así: textos, imágenes, músicas, vídeos... desfilarán por estas páginas con el maravilloso propósito de contribuir a la felicidad de quienes las visiten.

Firmo y rubrico esta declaración de principios que con mi nombre avalo y sostengo.
Gracias por vuestra comprensión. Amor para todos y en especial para los referidos.

Rodrigo Martín
Forjador de Sueños.

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