miércoles, 30 de enero de 2013

La Bacante (II)






Id, bacantes, id, bacantes, y con la gala del Timolo de doradas fuentes adulad a Dioniso,
 con los panderos de grave son, al dios del ¡evohé! festejadle con ¡evohé! con voces y gritos frigios, ,
cuando la sagrada flauta de buen sonido, canciones sagradas haga sonar, invitando a las posesas al monte,
 al monte. Y con placer, como un potro que pace junto a su madre, bacante, mueve tu pierna con rápido pie en las danzas.
Las Bacantes. Eurípides


III
Ondina
.....Su caso no tenía nada de excepcional. Bueno, bien mirado, sí lo tenía, pero era una excepcionalidad que había adquirido tal grado de asiduidad que la excepción, por fuerza de costumbre, había dejado de serlo para derivar en algo casi rutinario. En un tiempo en que los dioses convivían con los seres humanos, se inmiscuían en sus asuntos, o los utilizaban para dirimir sus divinas rencillas, no es de extrañar que hubiese un trasiego entre mortalidad e inmortalidad, en ambos sentidos: mortales que adquirían la inmortalidad por méritos debidos a una virtud y comportamiento sobresalientes, e inmortales que, inexplicablemente, renunciaban a su etérea condición por sentirse simples seres humanos. Por tanto, el de Ondina no era un caso insólito, simplemente era una de tantas ninfas del mar que cayeron rendidas en brazos del amor por uno de esos hermosos pescadores o marinos que en los tiempos dorados echaban sus redes o surcaban las aguas del Mediterráneo mar: el Mar de los Dioses.
Por más lágrimas que derramara su madre, Tetis, y sus innumerables hermanas, las nereidas (esos días la imperceptible marea se notaría más alta que de costumbre), no pudieron disuadirla. Poseidón había acabado por permanecer ajeno a estas veleidades de sus femeninos retoños; al fin y al cabo, hijas no le iban a faltar y, como él decía, quizá así se mejorara la sangre de la contradictoria, disparatada y necia humanidad. Por todo comentario, cuando se le informaba de la nueva deserción, exclamaba: "¡Hum!, ¿Otra? ¡Buen provecho les haga!". El trasvase, de todas formas, no era gratuito. Cambiar de estatus tenía sus requisitos, su pliego de condiciones, que era personalizado. A tenor de los méritos y avales de la deidad postulante a mortal, se estipulaban una serie de obligaciones que se habrían de cumplir obligatoriamente.

.....Ondina, deidad menor en el Panteón Oceánico, mera ninfa de cortejo de las deidades mayores (como la misma diosa madre Tetis, Cloris o Galatea), no podía aducir grandes méritos, pero sí un eficiente y escrupuloso desempeño de su función como ninfa de cabecera. Estas ninfas solían ser las que habrían las divinas comitivas, por ello solían contarse entre las más bellas y, al estar encargadas de anunciar la gloria de la deidad correspondiente, poseían un canto melodioso en nada inferior al de sus primas las sirenas. La privilegiada posición que ocupaba sería la causa de su dicha -o su desdicha, según se mire desde el mar o desde la tierra-, pues ella fue, al ir en cabeza, la primera que se topó con aquel hermoso ser que yacía flotando, inerte, sobre las aguas. Con un suficiente gesto, Ondina -que no podía abandonar su puesto-, ordenaría a uno de sus primos tritones -comparsas musicales que hacían sonar caracolas, y, a un tiempo, escoltas de cortejo- lo sujetara para evitar que se hundiese en el seno del mar (que para ellos, criaturas de las aguas, era la vida, pero para los humanos significaba la muerte), y lo depositara sobre la playa. Fue un instante pero sería suficiente. Ondina quedo prendada y prendida, en el fugaz encuentro, de aquel humano semejante a un dios.
A partir de ese momento Ondina no dejó de visitar con asiduidad la zona de la costa donde su primo tritón dejara a su, ya, por ella, amado. No tardaría en volverlo a ver: bien nadando entre las olas, bien echando las redes desde su pequeña barca; siempre solo. Era tan hermoso que un día la ninfa descuidó su prudencia al quedarse contemplándolo embelesada: sus ojos se cruzaron entre ola y ola. Él quedó sorprendido: ¿De dónde habría salido aquella beldad?. Intentó ir tras ella, pero la bella desapareció engullida por las aguas. A partir de entonces ambos se esperaron, se buscaron... y se encontraron. Fue el típico romance entre criatura marina y criatura terrena. ¿El resultado?, el esperado: ella renunciaría a su inmortalidad para vivir al lado de su amado.

.....Epliego de condiciones estipulaba que, y pese a perder necesariamente la inmortalidad, en atención a los excelentes servicios prestados como ninfa de cortejo, se le concedería, si esa fuese su elección, la opción de conmutar su mortalidad integrando su vida, su ser, en la vida de un hijo; en caso contrario, tendría la existencia de una dichosa mortal junto a su amado pero sin descendencia. Ondina no lo dudó, aceptó las condiciones y un día salió del mar abrazada a su amado. Ya nunca regresaría a las profundidades que tanto quería, pero conocería el alma de los humanos, sus inquietudes y sus ilusiones; sentiría sus gozos y sus sombras, mas no sus dolores (de ellos se vería libre por condición). Caminaría por sus sendas, contemplaría los nemorosos paisajes, escucharía no el fragor de las olas ni el inmenso silencio de los fondos oceánicos, sino el sutil correr de las fuentes y el rumor de las corrientes fluviales, subiría a los montes, tocaría el cielo con la punta de los dedos, y bajaría a los valles donde cultivaría en el seno de la tierra los alimentos que Ceres prodiga. Esperaba averiguar, también, los porqués del comportamiento, a menudo tan incomprensible, de aquellos seres que conociendo su fatal destino se empeñaban en perder el tiempo sufriendo en vez de disfrutar la corta vida de la que disponían.

.....Como es de suponer en seres bienaventurados, la renunciante ninfa y el pescador ocasional vivirían durante años en una dicha continua. A su amado nunca le faltaban peces en las redes -que gustosamente se dejaban atrapar-, y la tierra dispensaba pingües cosechas a unas manos que portaban aún el aura de lo eterno, unas manos que siempre la trataron con esmero y consideración, respetando sus ciclos y fecunda voluntad. Pero, ay, incluso el alma de las diosas mortales agotan la pasión que es debida al capricho y la novedad. Ondina determinó tener un hijo. Sabía que con ello renunciaría a la vida, pero no le importó, ya había gozado las mieles del amor durante suficiente tiempo. Ahora era el momento de girar la rueda de la fortuna y tomar el camino alternativo. Tendría un hijo, y en él infundiría su alma. Lo cuidaría, velaría por él, sentiría desde él... Se le ofrecía una oportunidad que a pocos se dispensaba, y no la desaprovecharía. Nada le dijo a su amado. No quería que él, por miedo a perderla, fuera desdichado o se negara a engendrar en ella. El destino se cumplió. Lo que debía acaecer sucedió. A los nueve meses el alma de Ondina se subsumió en la de su hijo. Ella dejó de ser una, para ser dos. Una nueva vida la esperaba, una vida inimaginable, excepcional, inaudita, a la medida de una diosa... abdicada.


IV
Interludio
.....¿Realmente se confabulan los astros? ¿Tienen un poder que ignoramos sobre nuestras vidas? ¿Acertaron quienes los pusieron nombres de deidades, quienes los imaginaron sempiternos dioses que desde el firmamento, ya alejados de su contacto con los humanos, seguían disponiendo de su mortal y azarosa vida? Como siempre, dependiendo de la perspectiva en la cual nos coloquemos determinaremos que: eso son majaderías, supersticiones, que en el mejor caso se podrían considerar  recursos ingeniosos que el ser humano a elucidado para explicar lo inexplicable; o bien que, efectivamente, algo debe de haber, cuando el río no deja de sonar, aunque permanezca oculto e invisible a las miradas, pero no a la intuición. ¿Intuición? ¿Eso es una facultad de un ser inteligente, que posee conciencia e intelecto poderoso? ¿No es la intuición la reminiscencia de nuestro instinto; una denominación eufemística para lo que no es sino barrunto irracional?
Muchas especulaciones pueden hacerse, y todas llevan implícitas su imagen especular, su negativo, su otra cara de la moneda, por definición. Lo cierto es que al ser humano le resulta muy difícil -por no decir imposible- concebir la vida de una forma meramente existencialista (¿Realmente Sartre, aquel demonio del aquí y ahora, carecía de veleidades imaginarias? ¿O Camus fue incapaz de encontrar ningún atisbo de certidumbre en la, según él, absurda vida del ser humano?). Desde que el hombre adquiere conciencia no ha dejado de crear ficciones, de recurrir a lo fantástico, de, quizá, intuir que la realidad abarca más de lo que muestra... y puestos a imaginar... En fin, sirva esta especulativa introducción para preparar al lector ante lo que de ahora en adelante se relatará. Si encuentra en ello mayor o menor motivo de coherente veracidad es algo que corresponderá a su propio magín; es su derecho, el mío es dar fiel cuenta de los acontecimientos.
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.....Pasaré de puntillas por las vicisitudes de nuestra pareja hasta el momento en que quiero detenerme. Las dos semanas transcurridas desde su encuentro, además de cumplir con el programa previsto que los llevaría desde el Alto Nilo hasta el Delta donde darían por concluida la etapa egipcia, les sirvieron para profundizar en el mutuo conocimiento, generar recíproca confianza y establecer, en fin, lazos de amistad que iban más allá de los preceptivos entre mentor y discípulo. Sofía, inevitablemente, se fue sintiendo cada vez más atraída por aquel joven de belleza ambigua y atractivo irresistible. No era sólo su buen formado cuerpo desprendiendo floreciente lozanía, ni su simpatía innata, ni su fino e irónico sentido del humor, ni su exquisita corrección, ni tan siquiera la tierna inocencia de que hacía gala... no, no era nada de eso, con ser en extremo todas ellas virtudes adorables. Había algo más en el ser de aquel moderno efebo, algo indefinible y que atraía poderosamente. Y lo curioso es que Alejandro no realizaba ningún esfuerzo por atraer o por seducir; su comportamiento, en este y en todos los sentidos, era impecable. Todo lo más, en alguna ocasión, ella lo había sorprendido mirándola fijamente con aquellos ojos intensamente marrones que parecían penetrar cuanto miraban. Incluso él no se daba cuenta, cuando ello sucedía, de que ella le devolvía la mirada. En esos momentos parecía, pues, estar ensimismado... o vagando por el interior de ella, ajeno a su superficie. Esa forma de mirar alejandrina no es que la causara a Sofía incomodidad, era una sensación más... intensa: se sentía asaltada, penetrada, explorada, en su interior. Pero dado que ni él parecía darse cuenta, no lo dio más importancia; si bien este hecho no dejó de sumarse a todos los demás que constituían, en conjunto, un poderoso filtro de propiedades altamente seductoras. Al fin y al cabo, también la contrataron para eso ¿no?. Ella sabía que las cosas, de todas formas, debían de surgir de una manera natural, no forzada. Al menos debía parecer algo no programado, sino consecuencia lógica de un proceso de mutuo conocimiento. El primer paso le correspondía, por tanto, a él. Y si ese paso no llegaba a producirse, ella no lo daría, respetaría su voluntad. Ese era el acuerdo, y era lo adecuado.

.....En este tiempo, a su vez, Alejandro comenzó a cobrar un extraño afecto por su tutora. Y esa extrañeza más tenía que ver con su propio sentir que con la actitud o la atracción meramente sensual que Sofía desplegara. Es lógico que, para un muchacho que comienza a florecer, la relación cercana y reiterada con una bella mujer, que desempeña, por añadidura, un iniciático papel de guía, termine por generar un afloramiento afectivo, incluso un enamoramiento, aunque no haya propósito ni predisposición para ello. Es típico y tópico del ámbito escolar y académico: bien de niños o jóvenes hacia sus maestras, bien de niñas y adolescentes, hacia sus profesores. En nuestro caso se daban ciertas peculiaridades que infundían al tópico un cierto carácter de especial. No sólo por darse en una situación, no ya sobrevenida sino programada ad hoc; pero a esta singularidad se añadía, y en ello poco habría de intervenir ni el tópico ni la programación, la personalidad y naturaleza de sus protagonistas. En esta naturaleza echaba sus raíces lo extraño que aquí y allá brotaba de continuo. Y esta naturaleza singular, que tanto Sofía como Alejandro poseían, era algo que dependía del azar o del destino (ya se crea o no en la determinación). Lo que ignoraba Alejandro, con toda su penetración (y aunque algo intuyera, su intuición no suponía ejercicio reflexivo alguno) era que ese "sentir extraño" que crecía en su interior, también estaba determinado de forma inconsciente por la propia naturaleza de Sofía (mas, como se ha dicho, no por su actitud o voluntad). En una palabra: Alejandro comenzó a sentir por su preceptora una atracción contradictoria, como si en su interior ese afecto siguiera un turbulento doble cauce. Lo que le provocaba no pocas situaciones de intensa emoción que lo sumergían en una especie de estupor ensimismado.

.....Por otra parte, en un sentido más genérico y menos íntimo, el periplo por la Civilización Egipcia, el contacto con todos aquellos atávicos centros de poder (Tebas, con sus emporios Luxor y Karnak; Menfis, y la vecina necrópolis piramidal de Gizeh; las antaño capitales, ya desaparecidas, Tanis o Naucratis; la misteriosa Heliópolis; incluso el sucio y caótico El Cairo, con su complejo perfume a Mil y Una Noches faraónicas) sirvió para dotar de un aura de irrealidad a sus vidas. Es lo que tiene sumergirse en ámbitos fuera del presente, ajenos a la actualidad, uno acaba por volverse evanescente, extemporáneo; en cierto modo, viajar en el tiempo con la mente -y el cuerpo, de testigo necesario-, tanto a épocas pretéritas como futuras, supone someterse al poderoso influjo de su impronta, embeberse de su misterio, sentir el aliento de su posibilidad. Cuando Sofía y Alejandro iniciaron la singladura Mediteránea que los llevaría por mar a visitar tantos míticos enclaves, se puede asegurar que ya iban maduros, en todos los órdenes, para lo que les esperaba.

(Continuará)

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GALERÍA 

Bacantes en la Pintura 2
Sacerdotisas de Baco. Bacanalias y Ebriedades
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Bacchic scene - Jacob Van Loo (1653)
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Bacchante with a Satyr and Two Cupids - Annibale Carracci (1560-1609)
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Orpheus and the Bacchantes - Gregorio Lazzarini (1655-1730)
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Baccantin - Bernhard Rode (1785)
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Bacchante and Satyr - Léon Pallière (1862)
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Bacante - Joaquín Sorolla Bastida (1863-1923)
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The Womens of Amphissa (Bacchus Festival) - Sir Lawrence Alma-Tadema (1836-1912)
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The Vintage Festival - Sir Lawrence Alma-Tadema (1836-1912)
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Harvest Festival (A Dancing Bacchante at Harvest Time) - Lawrence Alma-Tadema (1836-1912)
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Spring Dance - Jules Scalbert (c 1851-1928)
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La Jeunesse de Bacchus - William Adolphe Bouguereau (1884)
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La Jeunesse de Bacchus (detail: Bacchante) - William Adolphe Bouguereau (1884)
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La Danse des Bacchantes - Charles Gleyre (1806-74)
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La danse des Bacchantes - Charles Gleyre (1806-74)
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La Danse des Bacchantes (Study) - Charles Gleyre (1806-74)
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Bacchanalia - Auguste Leveque (1890-1910) 
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Bacchantes endormies - Auguste Leveque (1864-1921)
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Bacchanalia - Auguste Leveque (1890-1910)
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Bacchanal in Honour of Pan - Sebastiano Ricci
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The Death of Orpheus (Bacchantes) - Lovis Corinth 
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The Death of Orpheus (Bacchantes) - Lovis Corinth 
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The Death of Orpheus (Bacchantes) - Émile Lévy
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The Death of Orpheus (Bacchantes) - Émile Lévy
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The Death of Orpheus (Bacchantes) - Émile Lévy
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Bacchantes Returning at Home - Lovis Corinth (1898)
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Bacchantes Returning at Home - Lovis Corinth (1898)
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Bacchante paar - Lovis Coritnh
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Die Jugend des Zeus - Lovis Corinth (1905)
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Bacchantes - William Edward Frost
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A Bacchante - Charles Gleyre (1806-74)
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A Bacchante - George Frederick Watts
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Satyr jouant avec une Bacchante - Henri Gervex
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Bacchante - Henrietta Rae
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 A Priestess (Bacchante) - John William Godward (1893)
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Three Bacchants - Hugo Boettinger (1880-1934)
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Faun and Bacchante - William Adolphe Bouguerau
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Bacchante - Mary Cassatt (1872)
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Lady Hamilton as a Bacchante - Elisabeth Louis Vigée-LeBrun (1761-1815)
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Bacchante and Panthers - Arthur Wardle
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Bacchante - Jea-Léon Gerôme
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A  Priestess of Bacchus (Bacante) - John Collier (1885-89)
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Bacchante - Frederic Leighton (1895)
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At the Gate of Temple (Bacchante) - John William Godward
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Bacchante - William Adolphe Bouguerau
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Bacchante - William-Adolphe Bouguereau (1894)
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Bacchante- William-Adolphe Bouguereau (1899)
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Bacchante on a Panther - William Adolphe Bouguerau 
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Leon Bakst (1911)
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Marina Dieul
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