miércoles, 20 de febrero de 2013

Eric Delvaux en el Corazón de las Tinieblas (II)





"Allí estaba el río, fascinante, mortífero, como una serpiente."
El corazón de las tinieblas.  Joseph Conrad

La aventura lo estimulaba, emanaba un aire de aventura. 
Con toda seguridad no deseaba otra cosa que la selva y el espacio para respirar 
y para transitar. Necesitaba existir, y moverse hacia adelante, hacia los mayores
riesgos posibles, y con los más mínimos elementos.
El corazón de las tinieblas.  Joseph Conrad


III
El gran río
.....La realidad va con nosotros. La experiencia de la realidad, digo; sus referencias, su perspectiva, su escala. Conformamos la realidad, la interpretamos, a la medida de nuestro entorno y lo que éste infiere en nosotros. Quien vive acostumbrado a accionar un grifo para obtener agua potable o un interruptor para obtener luz; quien cuando tiene hambre acude a un mercado a adquirir comida, o a un restaurante para que se la sirvan; el que transita de un lado para otro utilizando sofisticados vehículos propios o eficaces servicios públicos; para quien, en fin, el sostenimiento de la vida es algo que se da hecho, que se supone, con lo que se cuenta, para ése la vivencia de la realidad no puede ser la misma que para quien debe subvenir sus necesidades más básicas a base de ingenio y habilidad, recreando continuamente las soluciones a los problemas que un entorno salvaje se obstina en crear continuamente. El éxito de la especie humana, qué duda cabe a estas alturas, se debe a su capacidad de adaptación, a su inteligencia analógica y deductiva. Si sólo hubiera dispuesto de memoria --la cualidad intelectiva menos humana de todas-- el ser humano no hubiera llegado tan lejos, no se habría adueñado del planeta. Adaptación al cambio: esa es la mayor virtud de la especie, su más valioso tesoro, su arma más eficaz. La realidad es distinta, pues, según sean las condiciones donde se experimente y a las que uno se exponga. La sensación, que Eric Delvaux ya conocía, de alejarse de una realidad civilizada para penetrar en otra salvaje, la experimentaba éste como un cambio de agujas ferroviario; un cambio que, en su caso, se producía gradualmente, a medida que se alejaba de una y se adentraba en la otra. Era, también, y referido a su ánimo, como penetrar en un túnel y transitar por él durante tres, cuatro, cinco días --a veces más-- hasta acceder al otro lado, donde la naturaleza alrededor, siendo la misma, se representaba en su conciencia ya transfigurada --cuando lo cierto es que era él quien se había transfigurado a medida que su alma tomaba conciencia del nuevo ámbito, de la nueva realidad.

.....El río, con toda su impresionante carga de oculto poder, era la seguridad. Una seguridad que venía determinada por el pequeño reducto familiar, semejante a un hogar, de la chalupa. La embarcación y la superficie del agua, un horizonte a veces sobrecogedor --tal era la impresión que comunicaba en ocasiones su tremenda anchura--, pero hasta cierto punto previsible, era el mundo conocido, controlado, moderadamente tranquilizador. La ribera que siempre llevaban a estribor, a una distancia constate y aproximada de entre treinta y cincuenta metros (la mansas aguas en este tramo del río lo permitían), distancia suficiente para evitar los peligrosos troncos casi invisibles de antiguos árboles ahora desmochados y sumergidos, era, en cambio, lo desconocido e inquietante. Un mundo aparte donde todo era posible. La feracidad de una naturaleza virgen que no estaba sometida al arbitrio ni el ordenamiento humano. Allí el hombre era un ser más; su inteligencia no era sino una ventaja relativa, y muchas veces en vez de serlo -una ventaja- era un inconveniente, pues el miedo a la posibilidad podía restar lucidez a la hora de tomar decisiones. Lo ominoso allí siempre estaba presente, y más en la mente de un ser imaginativo. Si difícil era batallar contra lo aparente, imbricarse en ello, fundirse en su complejo equilibrio, más arduo lo hacía el imaginar, el dotar de encarnadura lo que no era más que emanación del propio temor. Quizá de aquí nacieran todos esos seres improbables que el hombre cree ver en su delirio aprensivo: el yeti, los trasgos, el cuélebre, la Santa Compaña, el Monstruo del Lago Ness o el Mokèlé-mbèmbé. El genial Goya no hizo más que constatar maravillosamente, de forma ilustrada, cómo El sueño de la razón produce monstruos. Y estos monstruos lo acechan desde la razón, una razón sujeta al pánico, y más cuanto más se penetra en el subconsciente, como si allí, en las partes más profundas del cerebro, donde se guarda la información más arcana de cuantos seres fuese el hombre antes de llegar a ser hombre, la linterna de la razón alumbrara temores padecidos entonces sin conciencia, que ahora, a la luz de la misma, recobraran toda su horrenda carga de sentido (los colmillos de la fiera hundiéndose en el cuello; el abrazo constrictor de la serpiente o el efecto fulminante, cáustico y paralizante de su veneno; la miríada de mandíbulas diminutas sajando y cortando pedacitos de piel y carne, penetrando por los orificios para darse un festín de mucosas allí dentro mientras aún el corazón de la víctima late; las poderosas mandíbulas del cocodrilo arrastrando hacia el fondo de la turbia corriente, el ahogo lacerante...; todo ello con el agravante de sentirlo ahora pleno de significado, de consciente sensación de muerte inminente, del dolor irremediable que provoca la conciencia de ser devorado, del descubrirse simple pasto de depredadores sistemas digestivos, de revelarse mero producto comestible --la conciencia devorada por la inconsciencia...).

.....A medida que subían, que se adentraban , que se alejaban, un telón descendía sobre lo previsible con que la civilización se manifiesta, y otro se alzaba ante el escenario oscuro y azaroso, poblado de sombras e imprevisibilidad, donde la vida llamada salvaje se despliega. Como ya he dicho, estas sensaciones no eran nuevas para Eric. Unos años atrás ya había tenido una experiencia similar, si bien, en aquella ocasión, su juventud, preñada de inconsciencia y ganas de conquista, le serviría de eficaz armadura. Ahora, tras años de experiencia y esforzada labor de auto conocimiento, se había revelado como un ser más frágil e inseguro, como si la consciente búsqueda de uno mismo estuviera rodeada de peligros, tanto más desalentadores cuanto más cree uno acercarse al objetivo. La reciente experiencia en Naxos no hizo sino arrojarlo otra vez, y aún más lejos, fuera del alcance del núcleo de su alma, ese al que quería acceder, y para lo cual fondeó en las paradisíacas y solitarias calas, y ascendió por las no menos edénicas y nemorosas escarpas, de la capital de las Cícladas. La fragilidad que ahora sentía, sobre todo en su ánimo, no había podido, sin embargo, erradicar de su espíritu la resonancia de un linaje aventurero, audaz, determinado. Padecía, pues, nuestro belga, una especie de contradiós que al tiempo que lo estimulaba a seguir, a ponerse a prueba, a batir su entereza en el yunque más exótico, lo llenaba de dudas y temores, de inseguridades y de inquietantes acasos. Debía pues luchar contra sí mismo, además de medirse con un entorno aparentemente hostil. En su ánimo, no obstante, enarbolaba la premisa de una disposición al acuerdo antes que a la batalla. Remontaba el gran río, enfrentaba su aventura, con una actitud conciliadora hacia lo que le iba envolviendo, y no ya blandiendo el talante del conquistador. Quizá de ello tuviera la culpa el poso que en él quedara del gran amor perdido --que no olvidado--, y su ingente dosis no utilizada de capacidad infinita para la ternura y la comprensión. Esto, al menos, tranquilizaba su mente: contemplar como aliados, sino como amigos, a los seres que pululaban en lo profundo de aquella esmeraldina oscuridad; como cómplices, sino como factótums, a los espíritus que allí gobernaban, fueran quienes fuesen. La sensación amenazante así, sin desaparecer, se amortiguaba, parecía diluirse en la misma corriente sobre la que navegaban.


IV
Hasani
.....Hay una raza de hombres capaz de adaptarse al corazón de las tinieblas. Es una raza singular, menuda, proporcionada al medio en el que ha de medrar. Esta raza de hombres, que a su llegada a la cuenca del gran río Congo, hace 70.000 años, poseía un porte más robusto, fue menguando a medida que se aclimataba, a medida que se entramaba a este tupido tapiz de sombras y frondosidad, a medida que se ahormaba a un hábitat en el que no podía sino sentirse empequeñecido. El suyo, de cualquier forma, es un caso especial de adaptación, de la misma forma que lo fueron aquellos pequeños ancestros de los mamíferos cuando los ciclópeos saurios desaparecieron de la faz de la tierra al cambiar bruscamente las condiciones ambientales. Las primigenias tribus africanas que darían lugar a las diferentes etnias pigmeas, todas procedentes --se cree-- de un tronco común subsahariano, se dispersaron por la inmensa cuenca creando a su vez particularidades tanto étnicas, es decir, fisonómicas, como culturales, entre ellas las lingüísticas. Dos grandes núcleos, uno al Este, de raíz denominada Mbuti, y otro al Oeste, de raíz Mbenga, se acabarían diferenciando notablemente a lo largo de más de 20.000 años. La influencia con los pueblos vecinos, ya fueren bantúes o nilo-saharianos, determinaría esta deriva diferencial. No obstante, los pigmeos, aunque comerciaban con las comunidades exógenas, celosos de su privacidad (y huyendo de un maltrato ejercido proverbialmente por cuantos con ellos se relacionaron), acabarían penetrando cada vez más en lo más profundo de la selva, allí donde nadie más que ellos se atrevía a penetrar (quizá a la fuerza, y por un mero sentido de supervivencia). Allí, en la impenetrable frondosidad se sentirían seguros. Aprendieron a convivir con el peligro, se aliaron a él, lo dominaron, lo veneraron, lo hicieron su dios, al que llamaron Jengi --el Espíritu de la Selva-, y acabaron por hacerse casi invisibles para los demás hombres.

.....Hasani provenía de la rama Asua de raíz Mbuti; una rama que gozaba de gran consideración entre los pigmeos --y entre sus vecinos no pigmeos. Esta especial consideración se debía tanto a su constitución, en todo armónica como pequeños modelos de canon praxiteliano tallados en ébano, como a su más aguda inteligencia artística. Efectivamente, eran singularmente hermosos entre los hombres pequeños, y estaban notoriamente predispuestos a desarrollar un sentido artístico polivalente: tanto en las artes gráficas (eran famosas sus tallas sobre todo tipo de soporte, pero en especial sobre marfil), como musicales (se les atribuía las más hermosas polifonías, y los más virtuosos yodel); también estaban especialmente dotados de imaginación para crear todo tipo de genealogías narrativas a cerca de su cultura y su entorno: eran magníficos cuenta cuentos.

.....Descendía el asistente de Eric Delvaux de una noble familia Asua, pues. Sus ancestros habían estado asociados tradicionalmente a las familias más notables, ya destinados a la clase dirigente, a los hechiceros o a los hombres que inventan, como ellos denominaban a los artistas --sea cual fuere la rama. Habitualmente, también, se les asignaba la función de mentores o maestros de los más jóvenes, y podrían ser, así mismo, los encargados de dirigir las ceremonias iniciáticas, los detentadores de la ley y los intermediarios ante Jengi, cuando así se requería. En una palabra, Hasani podía haber sido considerado entre los pigmeos como de familia aristocrática. La mala suerte y la constante pugna entre las comunidades vecinas haría que su destino fuese otro. Una razzia llevada a cabo por la etnia Twa, más belicosa que los Asua, daría con la que sería su madre --y antes de serlo, obviamente-- en el poblado de aquéllos. Eran habituales estos "raptos" de las mujeres núbiles entre poblados vecinos o etnias diferentes; en cierto modo refrescaban la sangre y alejaban el riesgo de la endogamia.  Pero la época que nos toca vivir, en la cual transcurre el relato, no ofrecería un destino natural al rapto de la futura madre de Hasani. Los Twa que la raptaron estaban asentados en pleno río Congo, en la zona media de su curso alto, en un lugar equidistante de Las Puertas del Infierno y las cataratas Boyoma --también llamadas Stanley. Esta zona mantenía tradicionalmente un fluido comercio con las tribus bantúes del exterior. Y esta relación determinó el destino de Hasani. Nbuti (que este era el nombre de la madre) atrajo la atención de los comerciantes bantúes; se encapricharon de aquella muñequita de azabache, y la compraron. El jefe Twa no tuvo opción, a su pesar; si no la hubiera vendido le hubiese sido arrebatada y quizá a costa de su vida. Nbuti acabaría en el harén de uno de los caciques bantúes de Kisangani.

.....Cuando Nbuti dio a luz, su dueño se deshizo de ambos: a ella la vendió a un belga que regentaba un burdel, y al niño, en un acto de insospechada piedad (el cacique ya hacía mucho tiempo que había dejado de contar sus hijos), se lo cedió a la Misión de Saint Paul, sita en Kisangani. Allí crecería Hasani --cuyo nombre, que quiere decir "guapo", proviene del bantú y no del Asua--, bajo el amparo de los misioneros paulinos. Fue educado a la occidental, aprendió francés y algo de inglés. Más tarde su espíritu inquieto le llevó a indagar su genealogía. Fue así como supo de su ascendencia pigmea. Puesto en contacto con su antigua etnia (en esto los padres paulinos fueron generosos, y lo acompañaron hasta su región de origen) descubriría sus raíces maternas, su orgullo y su nobleza por sangre y derecho de herencia. De su padre no quiso saber nada. Tomó como progenitor al mismo Jengi, el espíritu de la selva, quien había consentido y propiciado las condiciones para su nacimiento. Tras regresar a Kisangani, fue contratado por la Impor-Export Delvaux Corporation como intérprete (pues dominaba tanto el bantú como diversos dialectos pigmeos) y guía (los muchos viajes realizados por la cuenca del gran río con los misioneros paulinos le avalaban para desempeñar eficazmente tal función). Cuatro años habían transcurrido desde su ingreso en la compañía Delvaux, cuando lo conoció Eric. Cuatro años en los que se había ganado una bien merecida fama de capacidad y responsabilidad. Era "su mejor hombre en la selva" --solía decir Maurice Daenne, el Director Comercial de la Oficina Central, en Kinshasa--, y quien mejor podía, por tanto, cuidar del hijo del patrón. Pero Hasani, el pequeño Hasani, el guapo pigmeo mestizo, el hijo de Jengi, el Espíritu de la Selva, además de lo ya aquí revelado de forma resumida, poseía, como la luna, una cara que permanecía siempre oculta a la vista de los demás; una cara que en vez de recibir y reflejar la luz del sol que a todos alumbra, absorbía y atesoraba la luz de las estrellas, incluso la de aquellas que, demasiado lejanas, suelen escapar al poder escrutador de los más potentes telescopios.

(continuará)

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GALERÍA

EN EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS

ARTE AFRICANO

Twins Seven-Seven
Oshogbo Master

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Blessed Fisherman Family and Golden Fish 
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The Singing Birds in Egg Count, 2007
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Creative Shapes in Otala's Diary II, 2006
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The End and the Beginning of the Fragile World, 2007
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The Blessed Family, 2006
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Priests and Priestess in Festivity Mood of Ibeji Ceremony, 2007
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The Golden Mother, 2007
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Acrobatic Dancers, 2007
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The Reptiles Tiranny Drummer, 2009
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Ocean Blessed Family, 2009
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Palmwine Tapper and Family, 2007
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Village Life under The Cocoa tree, 2007
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The Dream of the Oldest Collector, 2006
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Great Hunter, Founder of Oshogbo, 2011
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Baby Naming Ceremony, 2010
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