jueves, 26 de mayo de 2016

Dafnis y Cloe (IV) - GALERÍA: Dafnis y Cloe en la escultura





Hacia el amor a través del amor.
Esta es la mejor conclusión a la que se llega
tras la deliciosa y reconfortante lectura de Dafnis y Cloe.
El amor con que el autor ha escrito su obra,
el amor que en ella deposita, el que de ella irradia,
el que rezuma, cual puro destilado, del más complejo de los afectos.
Amor didáctico, amor desnudo y desnudado,
amor como Dios lo trajo al mundo (en un improbable Paraíso).
Amor, en fin, como vehículo de conocimiento,
como hilo conductor de corrientes culturales,
transmisor de dicha por contagio,
paliativo de la vida cuesta arriba
y de la desesperanza cuesta abajo.
Todo esto y mucho más nos transmite
esta linda historia de amor inspirada por la musas
a un providencial y desconocido griego, llamado Longo.
A cada cual lo suyo. Héctor Amado


Autocrítica al Libro Primero de Dafnis y Cloe
(en la versión del autor, vuelta a romance)

.....Homenaje a una desmesura. Mil seiscientos versos después, el Libro Primero de Dafnis y Cloe ha sido trasladado a romance. Horas dedicadas, ni te cuento; esfuerzo, mucho esfuerzo. ¿Resultado?, aquí está. ¿El juicio?, lo dejo abierto. Los amores de Dafnis y Cloe, los más puros y castos, los más tiernos que viera la literatura, relatados en lírica prosa, en su Libro Primero, se han hecho verso. Longo los escribió, y su inspiración inspiró la mía luego. No hay comparación posible, ni la pretendo. ¿La original? una pequeña obra maestra ¿La poética versión? mero remedo. Lo bueno que en éste haya, a aquélla se lo debo. Yo sólo soy traductor de un anhelo: el mío, suscitado al hilo de mi sentimiento. Con Juan Valera, también, tengo el débito, y a su casta traducción, y a su prólogo tan didáctico y prolijo como sincero. De ella tomo no pocos de los conceptos y vocablos que nutren mis versos (si versos merece llamarse a los octosílabos que aquí he compuesto). No pasará a la historia este romance, ni tan siquiera de él se tendrá conocimiento (más allá de los pocos que se detienen a leer esto). ¿Entonces? Ya lo he dicho: yo sólo, en el presente caso, sigo a mi deseo. Y a esos esforzados, leales, o accidentales pocos que me siguen leyendo, decirles que su esfuerzo, lealtad y accidental curiosidad, humilde y debidamente, les agradezco.

*

.....Concluida la traducción de este primer capítulo, que es el Libro Primero de Dafnis y Cloe, uno tiene una sensación contradictoria: satisfacción por la obra finalmente concluida (aunque parcial), y convicción crítica de que el resultado no se corresponde, en excelencia, con el original. Difícil era; ya estaba avisado. No puedo aducir demérito por tanto. Es más, puede comprobarse que en los diversos prólogos o introducciones que abren cada post, no pierdo oportunidad de curarme en salud —aunque quizás me ponga más vendas de las precisas (con tal de que la herida perpetrada no sangre...).
.....El mismo Juan Valera ya intentó, y no llevó a cabo, la traslación del célebre poema griego idílico-trágico Hero y Leandro, de Museo (replicado burlesca y satíricamente, entre otros, por nuestros eximios poetas barrocos: Don Luis de Góngora y Francisco de Quevedo), con la intención de incluirlo junto a esta su traducción de Los amores pastorales de Dafnis y Cloe. Al final no lo haría, y los motivos de que no lo hiciera nos son desconocidos, aunque no cabe desdeñar que se viera disuadido de ello por la compleja dificultad de los hexámetros de la obra de Museo.
.....Yo lo he tenido más fácil: al no tener que ceñirme a métricas y ritmos ajenos a nuestro habla, por una parte; y, por otra, ni tan siquiera a parangonar, traduciéndolo, un poema previo; sino acometiendo una especie de paráfrasis poética de un texto en prosa. No voy a negar la dificultad inherente a este "más fácil" empeño, pero la dificultad aquí planteada no es en nada comparable con la infructuosa, y generalmente fallida, labor de intentar traducir hexámetros a nuestra singularidad lingüística. A lo máximo que podemos aspirar en nuestra estructuración léxico comprensiva hispana, a más de emocional, en lo tocante a versificación de arte mayor se refiere, es al desusado endecasílabo. Pero es preciso reconocer que la lengua española, menos proclive a la epopeya y a la épica que la griega y la latina —por ser la nuestra más cercana al ritmo y estructura de la lengua hablada—, se siente más cómoda, en lo referente al verso rimado, con el arte menor, o, a lo sumo, con la silva (mezcla discrecional de heptasílabos y endecasílabos); y, en lo referente al ritmo, con el verso libre (a pesar de la recomendación de Don Antonio Machado: "verso libre, verso libre, / líbrate, mejor, del verso / cuando te esclavice —Nuevas Canciones, 1924).

.....Que voy a contracorriente, lo sé. Ha de haber de todo en este mundo (o, en expresión más cristianamente alegórica, en la viña del Señor), y a mí me ha tocado ser una especie de empecinado y contumaz salmón, con el agravante de que, muy probablemente, no haya ningún desove que realizar, pues el río por el que asciendo no conoce sus propias fuentes, y muy posiblemente mi fertilidad es tan exigua como inviable.
.....Aun así y pese a todo: el empeño, la obcecación consciente, el sostenella y no enmendalla, el erre que erre. Yo, como el escorpión de la moraleja, no puedo dejar de seguir mi cultural instinto. He pretendido trasladar esta preciosa novelita de una ribera (la del olvido) a otra (la de la exhibición), y no he podido evitar picarla en el lomo, y mi veneno la ha traducido a romance —como una de esas metamorfosis mutantes tan al gusto de hoy en día, propugnadas por héroes de cómic y juego de play. En mi caso —original, por cierto; aunque sólo lo sea por la perspectiva—, ha sido una mutación literaria, por medio de la cual una linda narración se convierte, en cierta inevitable forma, en monstruo ripioso, transmutándose, cuanta simple belleza había en el original, en algo nuevo, de rara y compleja hermosura (sigo con las vendas y el árnica). El cuento, ya exprimido hasta la saciedad, del Dr Jekyll y Mr Hyde llevado al terreno abstracto de la ficción literaria, en sus mismos mimbres, los formales, aquellos gracias a los que una historia puede ser —y es— contada. Los personajes, más o menos desfigurados por forzadas contorsiones métrico-rimadas, serán los mismos que en la obra original, pero difícilmente reconocibles, pues andan, no sueltos y libres como el autor los imaginó en su fluida y elegante prosa, sino a zancadas sometidas al imperio del metro octosílabo —con la única libertad que confiere la sinalefa— y sometidos a la esclavitud de una rima tenaz y empecinada que acabará resultando inexorable.

.....He parido un monstruo, pero con cariño. Aunque sólo fuese por eso, merecería consideración. Porque, aun desde la (auto)crítica más feroz, se trata de un monstruo amable, no uno de esos que asustan o meten miedo a los desprevenidos. Nada de eso. Es (ha acabado siendo) un monstruo entrañable, quizás sin la serena, grácil y fácil belleza del original texto en prosa, pero sí que, en su desmesura, muestra aquí y allá los rasgos inconfundibles de una fisonomía poética reconocible. Monstruo pues, porque no ha podido erigirse (yo, aprendiz de Dr Frankenstein, no he podido hacerlo así) en poema completo, de la cabeza a los pies, armonioso y proporcionado. Claro que si así lo hubiera hecho no estaría hablando como lo hago sino que guardaría un respetuoso y solemne silencio, dejando a otros la labor de reconocer la obra estimable y bien hecha. Aunque de esto tampoco estoy seguro —de que no sea objeto de una mínima estimación, o de que no esté relativamente bien hecha.
.....Palimpsesto literario que, sobre un bello sustrato, ha proliferado como líquen. Pero ¿no hay una belleza incuestionable en las formas caprichosas de los líquenes? Definitivamente la hay. El líquen está vivo, el romance también. Considérese, por otra parte, que la mayor o menor belleza de su forma y color sirve de suerte de toporama que nos sugiere la belleza del original: subyacente a cada estrofa, bajo el volumen de una imagen, el brillo de una alusión, el colorido de una metáfora, el gracioso relieve de un quiasma o de una comparación, puede adivinarse una bella expresión en prosa sobre la cual el verso se levanta.
.....En fin, transformación, monstruo o líquen, que no deja de poseer una singular hermosura en su desmesura y una nada desestimable gracia en su desgracia. Visto con distancia, el romance hasta puede considerarse una entidad separada del original, con vida autónoma, por más que ciertos vocablos y expresiones estén intencionadamente en deuda con la traducción de Juan Valera (considérese este detalle más como homenaje —ya lo apunté anteriormente— que como plagio).
.....Véase lo monstruoso, si se quiere, pero no dejen de contemplarse las manifiestas lindezas hilvanadas a esa monstruosidad. Quedémonos al menos con la sensación de que no estamos ante un atentado contra la lírica, sino ante un voluntarioso empeño de tejerle un, relativamente, bonito vestido lírico al, absolutamente, bello desnudo original.



Las Pastorales de Dafnis y Cloe
(Romance a partir de la obra de Longo de Lesbos)

IV

Libro I

4. Verano: Amor en sazón.

Ya está llegando, si ardiente,
a su fin la primavera;
el verano ya se siente,
echando al fuego más leña.
Todo va entrando en sazón,
todo es vigor en la Tierra:
el árbol lleno de fruta,
de espiga llena la siembra;
grato el son de las cigarras
de monótona cadencia,
deleitosos los balidos
de las alegres ovejas;
dulce el ambiente aromático
que la fruta en sazón deja
y que el monte bajo en flor
matiza con sus esencias;
Diríase que los ríos
en su fluir canturrean;
que, de los vientos siringa,
la pinada calma suena;
que las manzanas al suelo
enamoradas se entregan;
que el sol todo lo desnuda
por amor a la belleza.

Sofocado por todo ello
Dafnis los ríos frecuenta,
por bañarse algunas veces,
otras por buscar la pesca,
pero las más por beber
de aquel agua pura y fresca
con la intención de aplacar
el ardor que en sí flamea.
Tras realizar el ordeño
de sus ovejas lecheras,
y no pocas de las cabras,
Cloe la leche fermenta:
con una mano echa el cuajo
—de la flor de cardo esencia—
y con la otra a las moscas,
—del verano santo y seña;
luego se lava la cara,
y de pino una diadema
se ciñe a la frente blanca
—corona para una reina—,
y sobre el hombro una piel
de cervatillo se cuelga,
y una gran taza hasta el borde
de vino y de leche llena,
yendo con ella hasta Dafnis
para bebérsela a medias.

La hora del mayor hechizo
le corresponde a la siesta,
ya que los ojos, cautivos
de fingido duermevela
—alternado de uno a otro—,
en los cuerpos hacen presa,
y apresándolos los gozan,
y al gozarlos los liberan.
Cloe, mientras Dafnis duerme,
en su desnudez lo observa,
y en su beldad floreciente
no halla tara ni carencia,
de tal forma que extasiada,
desfalleciendo, le sueña.
Él, al verla de cervato
medio cuerpo recubierta,
corona de verde pino
ciñéndole la cabeza
y en las manos la vasija
a modo de sacra ofrenda,
imagina que está viendo
a una ninfa napea.

Luego Dafnis, retozón,
le arrebata la diadema
para, tras gentil besarla,
coronar su propia testa.
Ella, mientras él se baña,
de su vestido se adueña,
y, tras besarlo, lo viste
por sentir a Dafnis cerca.
Ambos se tiran manzanas,
o mutuamente se peinan;
el pelo de Dafnis, Cloe,
con las endrinas coteja,
por ver cuál, en su negrura,
más reluce y azulea;
y el rostro de Cloe, Dafnis,
compara al de una camuesa,
por lo blanco y sonrosado
que en ambos se manifiesta.
A tocar la flauta, a Cloe,
Dafnis solícito enseña:
apenas sopla ella, él
la flauta a su boca lleva,
colocando allí sus labios
donde Cloe los pusiera,
por corregir —dice—, cuco,
inexistentes torpezas:
el beso por mediación,
astuto, Dafnis inventa;
la flauta será quien gane
pues las dos bocas la besan.



Tocando él dulcemente
en el torpor de la siesta,
quedóse dormida Cloe,
despertando su belleza.
Dafnis, entonces, la flauta
delicadamente deja,
para tocar con sus ojos,
dulce, el cuerpo de la bella:
sin hartarse lo recorre,
sin vergüenza lo contempla
y para sí, quedamente,
platica de esta manera:
¡Qué ojos esos que duermen!
¡Qué aroma su boca alienta!
Ni las frutas ni el tomillo
mejor aroma tuvieran;
mas no me atrevo a besarla 
por temor a las secuelas:
el ardor del corazón,
el pesar de la conciencia,
esa locura que embriaga
mucho más que la miel nueva.
Además temo que el beso
de su sueño la devuelva:
¡Oh, cigarras importunas,
impenitentes parleras!,
¿no la dejaréis dormir,
con vuestra terca estridencia?
¿Y esos chivos testarudos
que se embisten con las cuernas?,
¡vosotros, lobos cobardes!,
¿por qué de ellos no dais cuenta?

Mientras para sus adentros
así platicaba, afuera
una cigarra que huye
de una golondrina aviesa
en el seno halla de Cloe
benefactoras almenas;
la golondrina, en su afán
cazador, tanto se acerca
que en su ansioso empeño roza
el rostro de la doncella.
Ésta despierta asustada,
grita, al aire manotea...
pero al ver la golondrina
que en derredor, terca, vuela
y a Dafnis que, divertido,
del susto ríe sin tregua,
el susto ya se le pasa
y los ojos se restriega,
pues aún quieren dormir
a pesar de la sorpresa.

En eso que entre sus pechos
la cigarra chicharrea,
—quizás dándole las gracias
por dispensarle defensa—,
lo que causa, renovado,
el susto que antes tuviera:
otra vez el griterío,
el manoteo, las muecas,
y la risa incontenible
con que Dafnis lo celebra.
Y celebrándolo, astuto,
la circunstancia aprovecha:
entre los pechos de Cloe
la mano mete, y encuentra
la cigarra agradecida
que en su agradecer no cesa.
Cloe, no bien la miró,
se regocijó al verla,
la tomó y, tras besarla,
con ternura y complacencia,
la reintegró a aquel lugar
erigido en fortaleza.

Recreándose está Cloe
con la grave cantinela
de una paloma torcaz
que arrullando está en la selva.
Y quiere saber, curiosa,
qué es lo que canta en su lengua.
Entonces Dafnis le dice
que es una antigua conseja,
que procedente de un mito
se ha convertido en leyenda.
Y le adoctrina, después,
con lo que en ella se cuenta:

Estamos en otro tiempo,
en que una linda mozuela,
—en todo a ti parecida—
una vacada apacienta.
Es tan gentil cantadora,
tanto al rebaño deleita,
que ni cayado ni aijada
en su cuidado ella emplea;
sino, a la sombra de un pino,
recostada en su corteza,
canta el romance de Pan
con Pitis, la hija de Gea,
manteniendo a la vacada
paciendo, atenta, a su vera.
No lejos de allí un zagal
su vacada pastorea,
y, no menos cantador,
a sus vacas embelesa.
Pastor y pastora, en riña
de melódica materia,
ya compiten con cantares,
ya con su vocal destreza:
más briosos los del mozo
por su varonil potencia,
pero más dulces también
porque aún su voz es tierna.

Así fue que ocho becerros
de la grey de la doncella
—los mejores y más gordos,
el orgullo de su dueña—
prendados del canto de él
permutaron su querencia:
desleales, en la grey
del hábil cantor, se integran.
Llena de pesar la moza
por tan dolorosa pérdida,
y más aún por perder
en la canora contienda,
a los dioses les suplica,
y con lágrimas les ruega,
que antes de volver a casa
en un ave la conviertan.
Los dioses al ruego acceden,
y su natural alteran:
la vuelven torcaz paloma,
cantarina como ella.
Desde entonces, grave, canta,
y en su cantar se lamenta
de unos becerros perdidos
en melodiosa pelea."



En tales puros deleites
el tiempo no pasa, vuela;
ya el verano se despide
con su flama y con su flema.
El otoño que se anuncia
de fruto carga las cepas
que, ordenadas, se disponen
en bien trazadas hileras;
los racimos en envero
de turgentes uvas prietas
entre el verde de las viñas
como dijes se descuelgan.
Cuando, al cabo, unos piratas
que de Tiro por mar llegan
pilotando nave caria
por velar su procedencia,
desembarcan en la costa
con disposición violenta:
portan filosas espadas
y también corazas recias.
Cuanto encuentran a su alcance
sin miramientos garbean:
cereal en abundancia,
vino dulce con especias,
panales de miel henchidos
y otras cosas de despensa;
hasta las vacas y bueyes
de Dorcón al barco llevan,
—los que pudieron cargar
en la espaciosa cubierta.
.
La mala suerte dispone
que a Dafnis los tirios prendan;
lo sorprenden solitario,
recreándose en la arena
(pues Cloe saca más tarde
a pacer a sus ovejas,
temiendo, de otros pastores,
importunas insolencias).
Al ver, los fieros piratas,
la apostura y gentileza
de aquel zagal espigado,
mejor botín lo cotejan
que las cabras más lustrosas
que el muchacho pastorea.
Cesando así su rapiña
—en sus garras ya la presa—,
los piratas a la nave,
muy ufanos, ya regresan.
Dafnis llora, gime y grita,
lanzando al aire su alerta,
porque la recoja Cloe
y busque darle asistencia.

Los piratas, mientras tanto,
las firmes amarras sueltan,
ponen manos a los remos
y, engolfándose, se alejan.
Al tiempo Cloe ya viene
y ve las cabras dispersas,
y oyendo, lejanos, los gritos
con que Dafnis vocifera
sale en busca de Dorcón
porque auxilio le conceda.
Todo cubierto de heridas
lo halla tirado por tierra,
las mismas que los ladrones
sin compasión le infligieran:
pierde, copiosa, la sangre
y no gana el aire apenas.
Cuando a Cloe, el desgraciado,
nebulosamente observa
recobra un tanto el aliento,
pues es Amor panacea.

"Cloe —dijo—, yo me muero,
tengo dictada sentencia;
malos jueces la dictaron
que, armados, a mí vinieran,
pretendían mi ganado
por las malas, no a las buenas;
pero apelé a mi cayado
por que me diera defensa;
mas, nutrido el tribunal,
me alegaron tanta leña
que sin defensa quedé,
vapuleado, por tierra.
Sálvate tú, salva a Dafnis,
venga mis muchas ofensas,
pierde a esos crueles piratas
con esta oportuna treta:
Yo enseñé a mis fieles vacas
a obedecer la cadencia
del sonido de mi flauta,
al que atienden con presteza,
no importando la distancia,
ni cualquier otra barrera.

"Tómala, vete a la playa,
toca la sonata aquella
que yo a Dafnis enseñé
y que tú de él aprendieras;
el resto lo hará la flauta
y las vacas en respuesta.
Te regalo esta siringa
con la que tanto venciera
a vaqueros y cabreros
en numerosas contiendas;
tú, en pago, dame un beso,
mientras la vida me alienta,
y riégame con tus lágrimas
cuando muerto ya me veas;
recuérdame con cariño
cuando otro vaquero venga
a cuidarse de mis vacas
y a solazarse con ellas."
Y Dorcón no dijo más;
a Cloe en los labios besa
y con ese último beso,
serenado, el alma entrega.



Tomó, pues, la flauta Cloe
y sopló con tanta fuerza
que las vacas escucharon
su sonata clara y neta.
Y, todas a una, saltan
por la borda hacia su meta,
que no es otra que el lugar
desde el cual la flauta suena.
Por el salto tan violento
la nave tal se ladea,
tal abismo abren las vacas
al zambullirse, ligeras,
que al volver el mar en sí
a la nave da la vuelta,
arrojando al agua todo
cuanto había dentro de ella.
Distinta fortuna corren
los náufragos, que se aprestan
a intentar salvar la vida
antes que el mar la requiera.
Lo piratas, bien lastrados
por armas y vestimenta,
tras resistir vanamente
se hunden sin resistencia.

Mientras que Dafnis, descalzo
—como suele en su faena—,
y semidesnudo —como
el verano le aconseja—,
nadará, aunque con esfuerzo
(que en las ondas nunca hiciera,
sino en ríos donde el agua
se muestra menos inquieta).
La necesidad, que es madre
del ingenio y la agudeza,
a buscar un buen remedio
en tal aprieto le enseña:
viendo que las vacas nadan
con admirable destreza,
entre dos de ellas se mete
agarrándose a sus cuernas,
de tal forma que, sin miedo,
 le llevan como en carreta.
Por partida doble a salvo
del peligro Dafnis queda:
del pirata y del naufragio,
del mal y su consecuencia.

Cuando Dafnis ya del mar
vuelve de nuevo a tierra,
volando, más que corriendo,
en brazos de Cloe se echa.
Y ésta, que llora y ríe,
de una misma emoción presa,
lo abraza por verlo salvo
a su lado, ya de vuelta.
Cuando Dafnis le pregunta
que por qué tocaba ella
la flauta tan insistente,
Cloe todo le revela:
el encuentro con Dorcón,
cómo a las vacas adiestra
para acudir a la flauta
cuando así se lo requiera,
cómo la instigó a tocar
por probar la contraseña
y cómo después murió
con disposición serena
—sólo omite, por pudor,
que antes de morir lo besa.

Ambos deciden honrar
la memoria de quien fuera
bienhechor de su fortuna,
salvador en su tragedia,
Y junto con los amigos
y toda su parentela
dan al boyero un entierro
que, más que afligir, celebra:
erigen solemne túmulo
sobre la enterrada huesa,
y plantan en derredor
una cuadrada arboleda,
en cuyas ramas primicias
de las labores le cuelgan;
sobre el sepulcro se liba
leche que recién se ordeña,
y se exprimen los primeros
racimos de la cosecha,
y se quiebran varias flautas
en cabal señal de ofrenda.
La vacada del difunto
muge como plañidera,
ya despavorida corre
ya taciturna se queda;
lo que, según lo peritos
en vacas, de duelo es muestra
(mostrándose así que un alma
en todo animal opera).

Tras enterrar a Dorcón,
Cloe junto a Dafnis entra
en la Gruta de las Ninfas
donde lo lava y lo atecla.
Y, tras lavarlo, ella misma,
privada de vestimenta,
soberbiamente desnuda,
se baña por vez primera.
Su cuerpo blanco, sin mácula,
manifiesta tal belleza
que hace innecesario el baño
para exaltar lo que muestra.
Después recolectan flores
por coronar las Napeas,
y la flauta de Dorcón
allí dejan como ofrenda.
Después salen de la gruta
por ver las cabras y ovejas;
y las encuentran echadas,
afligidas por su ausencia.
Mas en cuanto los ven, van
abandonando su pena,
al oír cómo las llaman
a toques de churumbela.
De consuno se levantan
y, ya, ovejas, apacientan,
ya, cabras, balan y brincan,
todas de nuevo contentas
por ver al cabrero a salvo
de la horrible peripecia.

Con todo, Dafnis la dicha
de antaño no recupera,
desde que a Cloe desnuda,
sólo en velo de agua envuelta,
contemplara darse el baño
en la consagrada cueva,
como una preciosa náyade
que de las aguas surgiera,
impoluta y sin pudor,
toda su beldad expuesta,
tal y como bien la hizo
la sabia naturaleza.
En su pecho el corazón,
quejumbroso, le atormenta,
como si un fatal veneno
circulara por sus venas.
Ya su aliento es agitado
como si lo persiguieran,
ya exánime por cansancio
de la azorada carrera.
Siente que el baño de Cloe
más riesgo que el mar conlleva,
y que su alma aún está,
del pirata, prisionera.
Y es que el zagal, campesino,
ignorante es de las señas,
piraterías de Amor,
que son del amor emblema.

(Fin del Libro I)


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GALERÍA

DAFNIS Y CLOE

ESCULTURA

Jean-Pierre Cortot, 1827

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Paul GAYRARD fils, Raymond GAYRARD père, 1847

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.Mathurin Moreau, 1850
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Jean-Baptiste Carpeaux, 1874

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Virginio Arias, 1880

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Ulisse Cambi
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V1
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 V2
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Mariano Benlliure

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