viernes, 18 de mayo de 2012

El Señor de la Guerra en Juan Eduardo Cirlot (1)




Rectificar es de sabios, y bendito quien justifica la enmienda de una decisión anterior a la luz de un bien más alto, bien que no duda en compartir con aquellos que lo juzgaran por lo adecuado o no de tal enmienda. En una época en que se constata diariamente el poco valor de los compromisos y la palabra dada, no porque se cambie de opinión al pairo de circunstancias imponderables, sino porque se hace sin la debida justificación (incluso peor: se apela a echar las culpas a otros, como si los compromisos de uno a otros les cupiera sostenerlos; o directamente, y con una desvergüenza que asombraría a un pícaro del Siglo de Oro, se minusvalora olímpicamente el derecho del otro a exigir honestidad y debido cumplimiento a las promesas --me refiero obviamente a la grey política, aunque no exclusivamente), en esta época, repito, en la que tan poco valor se da a la palabra, yo me empeño (consciente de no ser el único) en seguir dándoselo pese a todo y pese a todos. Por activa y por pasiva, en este espacio se manifiesta continuamente ese valor, valor que no debe poco a la belleza que comporta, no solo decir lo que se piensa (adecuación a la verdad, aunque sea la verdad de una ficción), sino además decirlo bien: es decir: decirlo de una manera bella.

Así pues, enmiendo un anterior propósito y doy continuidad a los últimos posts sobre el simbolismo, tirando de la veta que El Señor de la Guerra (Frankiln Schaffner, 1965) nos brinda, en su relación con ese heterodoxo que es Juan Eduardo Cirlot.
Si en la entrada anterior extractaba una sucinta reseña del poeta sobre su visionado de la película de marras, me propongo ahora abusar de la paciencia y confianza de los ocasionales lectores del blog (los dioses os sean propicios en estas horas críticas), trayendo hasta aquí un texto más extenso y analítico.
Se trata de un ensayo (breve como ensayo, extenso para subirlo de una vez) escrito en 1969 como conferencia y publicado en 1970, en Cuadernos Hispanoamericanos. Para entonces acababa de finalizar Bronwyn VIII. Son los últimos años de su vida (Cirlot moriría en 1973), aquellos en los que el autor, abandonada ya toda posibilidad de poner fin --como él hubiera deseado-- a su seducción por la figura de Bronwyn -como Chrysagon- se entregaría ya definitivamente a ella, brotando versos y artículos y pensamientos sobre la que absorbiera su alma y se adueñara de su corazón desde el día en que surgió en la pantalla de un cine de Barcelona en 1966 , encarnada en la bella Rosemary Forsyth, hasta que el destino se llevara su último aliento más allá de este Brabante terrenal.

Es este un ensayo que puede considerarse modélico en cuanto a lo que se refiere al análisis no solo formal pero simbólico de lo que el argumento de un film y su adecuada puesta en escena puede transmitir. Modelo también como crítica fílmica, que sin ser exhaustiva sí lo es suficiente y certera: ¿cómo hay que ver un film?, ¿qué es lo que hay que ver en él?, ¿qué nos muestra y qué nos sugiere?. Haciendo caso omiso del casting (limitándose a pasar de puntillas sobre los personajes, que creo están muy en su papel), se limita Cirlot a hablarnos de su representación y de su simbología: de las figuras simbólicas que encarnan. De hecho, el ensayo -que se titula como su avatar femenina, Bronwyn-, lleva el subtítulo de: Simbolismo de un argumento cinematográfico. Con esto está todo dicho acerca de cuál es el objetivo, de hacia adónde apunta el foco.
Repito, estimo de gran interés lo que en él se dice, y, sobre todo, que lo que se dice --dice Cirlot, apoyado en numerosa y erudita autoridad sobre el tema-- es capaz de satisfacer la curiosidad del más exigente en cuanto al jugo que la molla de un film puede contener. Franklin Schaffner se sentiría orgulloso de esta visión de un hombre genial, capaz de ver en su película, acaso más de lo que él esperaba poder decir, quizá más de lo que el imaginaba estar poniendo en juego (y no obstante, poniéndolo), y del éxito que alcanzaría en ese su buen hacer, consciente o inconscientemente, cuando suscita en quien sabe ver un análisis tan fecundo.

Si me tomo tanto interés personal en esta apuesta es porque, como a Juan Eduardo Cirlot (pero sin la consideración precisa y concreta del simbolismo que para él porta en sus entrañas, ni la conmoción poética que en él  suscitara), mi visionado de esta soberbia recreación de una época simbólica donde las haya --El Señor de la Guerra-- me turbó hasta el extremo de considerar que algo numinoso se había desarrollado en la pantalla, algo que subyacía en aquel amor contra la norma y la lógica, excepcional, como todos los grandes amores producto de un "encuentro" con un destino lo son, pero, en este caso, con una carga de profundidad que lo elevaba desde un plano aparentemente banal --amor en tiempos de guerra-- a la categoría de mítico (como el de Tristán e Isolda, como el de Hamlet y Ofelia, como el de Ginebra y Lancelot). Entonces, cuando la vi, hará ya más de treinta años, no supe con exactitud qué causaba mi turbación, mi seducción, solo lo barrunté, lo intuí. Cirlot, mucho después, me descubriría las claves, revelándome los símbolos, poniendo en palabras e imágenes (sus versos) mis sensaciones (gran parte de ellas, al menos). Por ello, me veo obligado a transcribir el ensayo completo; nada puede ser objeto de poda, ni yo quiero arrogarme un derecho que no tengo a la exégesis manipuladora. Cirlot ha de leerse directamente, en lo claro y en lo oscuro: lo que sigue no solo es claro, sino luminoso, resplandeciente. Es un universo completo en sí mismo que no puede ni se debe desgajar. Es mi opinión.

Este artículo ensayístico forma parte del libro Bronwyn, perteneciente a la Colección Libros de Tiempo, de Ediciones Siruela, en la edición de Victoria Cirlot, en él se incluye todo el material que el autor creara en torno a esta figura mítica, incluidos los dieciséis libros de poemas y una serie de artículos sobre el tema; todo ello correcta, oportuna, amplia y profusamente anotado.
(Por si fuera poca justificación, he constatado, además, que el ensayo no se encuentra en forma de libre disposición en la red... De nada).¨
La Galería de imágenes, en este primer post de los tres que componen la propuesta cirlotiana, irá dedicada a Arnold Böcklin. Pintor simbolista de inquietante perspectiva e incontestable influencia en un movimiento artístico que trataba de mirar bajo el velo de las apariencias hacia el alma inasible de las cosas. Más sombrío que Moreau, más turbador también.
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BRONWYN
Simbolismo de un argumento cinematográfico
(Juan Eduardo Cirlot)

Nota Preliminar
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...En 1966 se estrenó en Barcelona la película cinematográfica El señor de la guerra, dirigida por Franklin Schaffner, basada en el drama The Lovers, de Leslie Stevens (Universal), protagonizada por Rosemary Forsyth, Charlton Heston, Guy Stockwell, etc. La obra ofrecía un verismo escrupuloso en la reconstrucción arqueológica del siglo Xi y un argumento particularmente interesante, original, cargado de símbolos y evidentemente fundamentado en leyendas célticas. La acción acontecía en Brabante, donde los normandos habían de proteger a la población celta contra los ataques frisios. La casa productora tenía conciencia de haber creado una obra que se apartaba de lo usual, pues en su prospecto de propaganda dice: "El señor de la guerra... es una de las películas más singulares de la historia del cine. Tiene grandiosidad, un tema muy humano y acción vigorosa y rápida. Sin embargo no se la puede clasificar como un drama de acción, porque esencialmente es la historia de un amor tan profundo... que crea un ambiente de misticismo raramente visto en pantalla". Misticismo heterodoxo, ciertamente, o, mejor, tradicional, relacionado con pervivencias de pagansimo, con la ideología céltica y con la concepción del amor-pasión tal y como cristalizó en la leyenda de Tristán, comentada por Denis de Rougemont en l'Amour et l'Occident. Las pervivencias del paganismo en el siglo XI no pueden extrañar, ya que han sido reconocidas por los historiadores. Desde Grecia a Escandinavia e Irlanda, en pleno periodo románico, , se honraban las fuentes milagrosas, arroyos y pozos. En 802, Carlomagno se quejaba de que en su tiempo se venerasen árboles, rocas y fuentes y se interrogase a hechiceros y adivinos.
...La simple toma de contacto con el argumento de El señor de la guerra ya introducía en un mundo legendario. Esto no puede extrañar si recordamos que, según Mircea Eliade, el mito pasa a la leyenda y a los cuentos folklóricos, se profaniza e incluso puede resurgir en formas literarias y sus derivaciones: poemas, dramas, novelas o películas cinematográficas. Cabe que el autor del argumento, Leslie Stevens, crease tal floración de símbolos inconscientemente, como consecuencia del clima de leyendas en que se inspiró; pero también es muy posible que construyera su obra con perfecta conciencia de cada elemento y de su significado. Sea como fuere, dio a su obra --y Schaffner transfirió al cine perfectamente ese carácter-- el sentido de un mito. Hemos de recordar que el mito es una creación del alma, inconscientemente creadora, según Loeffler-Delachaux, quien añade que mitos, cuentos y leyendas son el reflejo de nuestra vida psíquica. La antropología reconoce en el mito el "modelo" de lo verdadero, la realidad primordial, que luego los hechos de la existencia fenoménica repiten traduciéndolo a diversos niveles. En Aspects du mythe, Eliade precisa que el cuento maravilloso "presenta la estructura de una aventura infinitamente grave y responsable; se reduce a un escenario iniciático (lugar sagrado  paisaje completo) y a unas determinadas pruebas", que terminan con la boda de los personajes simbólicos y/o con la muerte de uno de ellos o de los dos.. El viaje al más allá, el encuentro de un príncipe con una doncella que pueden aparecer en una situación de gran inferioridad (cenicienta) o inconsciente (la bella durmiente), son elementos casi constantes de este mito que, a su modo, El Señor de la Guerra --con otras implicaciones y simbolismos-- desarrolla con perfecta coherencia, aunque con graves incógnitas finales. Gran acierto de Stevens fue situar la acción en el mundo céltico, pues el simbolismo es la forma de pensamiento más propia del alma celta. Según Lengyel, el fin de ese simbolismo es "la integración de cada conocimiento en la dialéctica de lo sacro y el revestimiento de cada elemento de lo real (seres, cosas) de una cualidad cósmica que lo convierte "en otra cosa". Vamos a analizar el simbolismo y la ideología de The Lovers.


Argumento de
El señor de la guerra

...Chrysagón de la Cruz, caballero normando, "señor de la guerra", es enviado por el duque de Brabante a una región al norte del país, que le concede en feudo, para que proteja a sus vasallos de las incursiones periódicas de los frisios. Chrysagón va acompañado de su hermano Draco, de su escudero Boors, de un halconero enano y de un grupo de hombres de armas. Recién llegado a la comarca que debe defender ya tiene que intervenir para rechazar una agresión frisia. Ésta es dirigida por el rey de una tribu, que lleva consigo a su hijo, a pesar de ser un niño, y al que pierde en el tumulto de la pelea y en su huida.
...Tras el combate, en el que Chrysagón recibe una herida en la espalda, el caballero se encuentra con un grupo de campesinos del lugar, dirigidos por su jefe Odins y por el hijo de éste, Marc, que va armado con hacha que ha arrebatado a un frisio. Chrysagón le reclama el arma, se aparta de ese grupo y avanza por un bosque de grandes árboles en el que se ve un lugar de ceremonias de culto druídico. Se presenta otro grupo de campesinos ante él, conducido esta vez por un sacerdote que no ha vacilado en ceñirse a la cintura una rama con hojas verdes. Pasado el bosque, se ve una gran llanura pantanosa y al fondo una alta torre de piedra. El lugar impresiona desfavorablemente a Chrysagón, que procura disimularlo, pero Draco subraya que el duque le ha cedido unas tierras que nadie querría. Con todo es un paisaje completo, con valle, bosque, río, zona costera y rocas. No hay ninguna montaña, pero la torre la sustituye como "lugar sagrado". Es el paisaje del destino; en él sucederán hechos decisivos. Hay una atmósfera de misterio y de dramatismo inmanente.
...Llegan ante la torre. Junto a ella hay restos de una iglesia de piedra y una cruz con relieves, como las anglosajonas e irlandesas. Por la izquierda se extiende un mísero poblado primitivo. Detrás de la torre, a poca distancia, se halla el mar. Los frisios se adentraban en el territorio por la desembocadura del río. No hay hombres de armas en torno a la torre ni signos de vida. Abierta la puerta, Chrysagón, Draco, el escudero y el sacerdote ascienden por la escalera interior a los pisos altos de la torre, ancha como verdadero castillo. Entran en la habitación del alcaide --anterior gobernante de la comarca en nombre del duque de Brabante-- y lo encuentran muerto. A su lado, muerta también, hay una joven desnuda. Sobre ella se ve una corona de flores blancas. Es una novia que, según la costumbre célticas se cedió al señor del lugar en la primera noche de bodas. En la corona de flores hay una abeja, detalle que el escudero califica de "presagio de muerte". El espíritu supersticioso es común a todos aquellos hombres de mediados del siglo XI.
...Chrysagón se muestra desagradablemente sorprendido ante todo lo acontecido: ordena que quemen los cadáveres y que limpien la torre profanada. Sube a la terraza guarnecida de almenas con el sacerdote y allá narra a éste que casi estuvo a punto de apoderarse del rey de los frisios, antiguo enemigo que muchos años atrás hizo prisionero a su padre y sólo lo devolvió contra el pago de tan gran rescate que los arruinó. Por eso lleva veinte años combatiendo sin cesar, para intentar recupera sus antiguos dominios. Se advierte que es un hombre vigoroso, pero al borde de la crisis de su vida, cansado ya de su existencia, "maduro para la muerte", como diría Nietzsche. Crysagón ignora que el niño frisio prisionero es hijo del rey frisio, pues el único que descubrió su emblema real es el halconero, que se apoderó del muchacho para convertirlo en su servidor.
...Al día siguiente de su llegada a la comarca, los normandos van de caza. Chrysagón lleva una lanza-tridente. llega ala orilla del río, donde está teniendo lugar un incidente. Los perros de los cazadores  se han arrojado sobre el grupo de cerdos que guarda una joven e incluso sobre ésta. Un hombre de armas, en vez de ayudarla, la empuja al agua a la vez que tira de su túnica de tosco tejido claro. Ella queda desnuda dentro del río. Cuando el escudero se hace cargo de la situación y advierte la gran belleza de la joven, expulsa a todos del lugar, y deja que Chrysagón se quede solo con la muchacha. A la pregunta de cómo se llama, ella le dice su nombre: Bronwyn. Él la invita a que salga del agua y ella lo hace a medias cruzándose los brazos sobre el pecho. En el agua flota una corona de flores blancas. Chrysagón le pregunta si es novia y Bronwyn responde que sí. Al ir a tocar la corona una abeja pica a Chrysagón. Éste vacila y decide apartarse renunciando a la joven. Pero se ha producido el "encuentro" y Chrysagón lo ha experimentado como algo turbador y sacro a un mismo tiempo, como algo que forma parte del misterio del lugar.
...Bronwyn se ha vestido y va por el poblado, donde encuentra a su novio, que es Marc, hijo del jefe celta Odins que ejerce también funciones sacerdotales. Bronwyn es hija adoptiva de éste y se ignora su origen. Marc le pregunta qué le sucede, pues ella llora, y al recibir su explicación la conmina a que se aparte del nuevo "señor del lugar".
...En la torre todos advierten días después que Chrysagón está profundamente alterado. Tiene fiebre. Le hacen bromas sobre su docilidad en permitir que Bronwyn se alejara sin ser su presa. El escudero piensa en la herida de la espalda y dice que debe curarla. Draco hace que Bronwyn pase a la torre como ocasional sirvienta. El escudero cura la herida de Chrysagón, cauterizándola con un puñal al rojo, mientras Bronwyn sostiene las manos del caballero.
...Pasan unos días, Chrysagón, Draco, Boors el escudero y el halconero vand e caza, utilizando esta vez los halcones. Un incidente provoca una pelea de los dos hermanos y Draco huye a galope. Chrysagón parte ne su busca, pero a quien encuentra es a Bronwyn, con una rama de muérdago atada al brazo y recogiendo hierbas medicinales. El normando descabalga y la asedia. La acusa de brujería por el hecho de que conozca las propiedades de las plantas, con el fin de asustarla y adquirir dominio sobre ella. Va a abrazarla por fuerza cuando, del enorme árbol junto al cual se hallan, brota con gran ruido de aleteo una bandada de aves, lo que asusta a Chrysagón como presagio maligno. Empieza a sentir que se halla fuera de su campo de acción habitual. Otra vez deja ir a la joven sin molestarla.
...Al día siguiente ejerce justicia en la torre y dirime las querellas de los campesinos. Al terminar se presenta Bronwyn, Marc y Odins, para pedir permiso al señor del lugar, pues los jóvenes van a casarse. Chrysagón lo otorga. Muestra desorientación primero y luego furia. Al parecer, la curación de la  herida no ha terminado con su fiebre. Su hermano, interpretando que padece un trastorno debido a su pasión sexual con la joven, le aconseja que exija el mismo derecho que se concedió al alcaide (y que a él le pareció indigno), ya que Bronwyn va a casarse. El sacerdote se opone y dice que la iglesia no aprueba ese derecho, pero al fin cede invocando la palabra clave de la tradición celta: fecundidad.
...Se celebra la boda de Marc y Bronwyn, en el bosque, oficiando Odins. Hay un somero conato de orgía. Repentinamente, se presentan Chrysagón y los suyos para exigir el derecho. El jefe celta accede, mientras Marc es sujetado por sus amigos. A la noche, en procesión, llevan a Bronwyn a la torre. Su padre adoptivo va delante; advierte a Chrysagón que se la entrega pero solo por aquella noche y que al amanecer irá a reclamarla. Quedan solos Bronwyn y Chrysagón. Ella se muestra atemorizada y él habla de renunciar, pero luego dice que la necesita. ella le responde que también "está hechizada". Pasan juntos la noche y al amanecer ella se asoma a la ventana, envuelta en un cobertor de pieles, mientras comienza a brillar el sol. El padre exige la devolución de la joven. Chrysagón se niega y para justificarse ante Bronwyn le promete matrimonio --olvidando la distancia jerárquica y su deber-- y le pone el anillo familiar, que su padre le entregó al morir junto con su espada. Cuando Draco ve esto prorrumpe en insultos contra la porqueriza Bronwyn. Chrysagón le obliga por fuerza a ponerse de rodillas ante ella, y se advierte que la tensión entre los hermanos, ya señalada desde que llegan ante la torre, se ha convertido en odio que será imposible dominar.
...Vuelve la noche, Chrysagón despierta y se ve solo en la cama. Sube a la terraza, donde brillan las lanzas alineadas en un soporte, y encuentra allí a Bronwyn, desnuda, contemplando las estrellas. La cubre con el cobertor de pieles, la abraza y hablan. Le promete que un día "la llevará a un lugar lejano
que él conoce...". Ruidos insólitos le hacen mirar hacia abajo y ve frisios, que se han acercado en la oscuridad, y están intentando soltar el puente levadizo que él hizo construir así como excavar un foso y llenarlo de agua. Combate con ellos. La lucha prosigue al día siguiente. Se ve que el pueblo se ha unido a los atacantes, a cuyo encuentro había ido Marc. El halconero también se ha unido a los enemigos. Draco lo mata de un flechazo.  Los frisios atacan con fuego y convierten el foso en un mar de llamas. Pasan días y el asedio prosigue; finalmente, una gran estructura de madera, construida por los frisios, es apoyada contra la torre y por su escalera trepan los guerreros nórdicos para saltar a la terraza almenada. Draco, en vista de la difícil situación, ha salido en busca de ayuda. Consigue una balista y con sus disparos de piedras y fuego incendia las máquinas de asalto frisias.
...Al entrar en la torre, Chrysagón le saluda afectuosamente, pero su hermano se burla de él. Ha contado al duque todo lo acontecido y éste, enfurecido por los errores de Chrysagón, que han puesto a su pueblo al lado de los frisios, le ha arrebatado la dignidad de señor del lugar, condiéndola a Draco. Pero los hombres de armas se niegan a prestarle juramento de obediencia mientras viva Chrysagón. Por ello, decide matarlo. Bronwyn se interpone. Chrysagón no quiere luchar, pero al fin se ve forzado a hacerlo y mata a Draco en defensa propia.
...Los frisios han sido vencidos pero no destruidos. Se han retirado al bosque. Como el motivo principal de ese ataque no ha sido, ciertamente, vengar a Marc, pero sí recuperar al hijo del rey, de cuyo destino Marc les ha informado, están a la expectativa. Chrysagón, presa de sentimiento de culpabilidad, aunque tuvo que pagar rescate por su padre, entrega al enemigo su hijo contra nada. Es el fundamento de la paz, pues el rey frisio reconoce la generosidad de Chrysagón. Pero es éte es atacado traidoramente por Marc, que le hiere con una hoz. Presintiendo su próxima muerte, Chrysagón se despide de Bronwyn y la entrega al rey frisio (que le promete cuidar de ella --de nuevo hija adoptiva-) y luego dice a Boors, su escudero, que va a presentarse al duque de Brabante para pedirle perdone cuanto ha hecho. Por el camino muere. Los frisios ya no vuelven a tacar las comarcas brabantinas qeu han presenciado el sacrificio del "señor de la guerra". Nada se sabe ya del ulterior destino de Bronwyn. Va a lo desconocido como de lo desconocido vino. Su sola presencia bastó para dar a Chrysagón unas horas de felicidad que nunca conociera, pero también para causar su ruina y su muerte.

(Próximo capítulo: Análisis de los símbolos de El señor de la guerra)

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GALERÍA
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Arnold Böcklin
(1827-1901)
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Mitologías del Mar y del Campo
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Ruggiero y Angélica
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Juegos en las olas
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Rompientes del océano (el Sonido)
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Tritón y Nereida
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Tritón y Nereida (2)
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Lucha de Centauros
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Centaur in the Village Blacksmith's Shop
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Centauro y Ninfa
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Pan en el carrizo
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Diana dormida y dos faunos
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Idilio
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Campos Eliseos
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