martes, 1 de mayo de 2012

Herbert James Draper: La Sensualidad surgida del Agua




Afrodita Anadiómena, nacida de los genitales de Urano cortados por Cronos con la hoz adamantina y arrojados, con él, al mar. Friné, la divina hetaira que saliera indemne en el juicio por impiedad, instado por un celoso amante desairado, al exhibir su esplendorosa desnudez ante los atónitos ojos de sus jueces; la misma que había impactado los ojos del divino Apeles mientras salía del mar de uno de sus baños rituales en honor a Poseidón durante los Misterios Eleusinos. El Eterno Femenino, insondable, inmenso y peligroso como las profundidades oceánicas; prístino, surgente, imprescindible, y, no obstante, insaciable... Mézclense estos avatares, dense a la inspiración pictórica de una época --la victoriana-- poco proclive a promover la voluptuosidad pública pero que la cultivó profusamente en privado (siempre es así: las públicas virtudes fomentan los vicios privados --aunque, à mon avis, y en rigor, los sutantivos deberían mudarse de lugar, intercambiar el valor que real y verdaderamente tienen), y se tendrá una obra como la del pintor británico que aquí presento: Herbert James Draper (1863-1920). Heredero de varias corrientes, producto del mestizaje y la simbiosis entre el dibujo académico, el clasicismo, un uso del color a veces post-impresionista, una técnica en ocasiones puntillista, una temática mitológica y alegórica, un tratamiento realista (si bien, idealizado) en los paisajes y las figuras, una portentosa expresión en las actitudes y los gestos no exenta de originalidad en la recreación escenográfica...

Todo esto es Draper, y como se verá en sus telas, debiera haber sido lo suficiente como para no haber perdido crédito durante mucho tiempo; y no obstante, lo perdió. La sensibilidad de los pueblos, a veces, se comporta de una forma inexplicable y caprichosa. Tras gozar del éxito durante veinticinco años (desde 1894 hasta casi su muerte) al fin su fama y prestigio se diluyó, y fue olvidado.
No es sino hasta finales del siglo XX (cuando en 1989 dos de sus obras fueron incluidas en la Exposición sobre Los Últimos Románticos, en la Gallería Barbican, de Londres) y, sobre todo, a partir del comienzo del siglo XXI (con ocasión de la celebración del centenario de la muerte de la Reina Victoria) cuando la Tate Gallery incluye tres de sus obras más representativas en su exposición sobre el desnudo victoriano:  Ulises y las Sirenas, El Lamento de Ícaro y Las Puertas de la Aurora, que resurge el interés por esta personal y estimable obra.
Es sobre todo este matiz, este hilo conductor, casi obsesión de reiterado --pero que yo atribuyo más a la singular intuición del artista sobre el Eterno Femenino-- por el que hace brotar de las aguas tanto lo bueno como lo malo que en el bello sexo hay, del elemento que hace posible la vida, y a la mujer como sublimación de ella; este matiz, digo, es el que le da personalidad significativa. Su técnica, facilidad para el dibujo, imaginación y sensibilidad en el detalle (la que respira, transpira e inspira en los escenarios recreados, en las figuras representadas y en los bellos y gráciles cuerpos femeninos) serán los que den el rasgo distintivo al cuerpo formal de su obra (un cuerpo bello y elegante que lo entronca tanto con un Fredric Leighton como con los pre-rafaelitas Waterhouse o Millais).

El carácter y tratamiento de la mujer como femme fatale quizá beba de su propia experiencia. Nada se conoce al respecto; poco, de su vida personal. Es posible que ahí se encuentre el secreto de este impulso que recorrerá sus obras con la fuerza y la determinación de un desasosiego interior. Es posible que el eros del artista aflore en sus obras con toda la plasticidad que lo hace por el impulso irrefrenable de dar rienda suelta a un deseo insatisfecho (siempre lo es en el ser que crea, pues la creación es un mecanismo de búsqueda que nunca se sacia, al ser infinito su objeto). Es posible que su visión de la belleza, de la escena en que la mujer es protagonista --incluso cuando en el tema, leivmotiv, no lo sea--, provenga de una carencia existencial, pero también de una plétora. Los extremos se tocan, lo sabemos, y tanto impulsa el hambre como el apetito, tanto, la vulgar necesidad sensorial como la sofisticada sensualidad.

El caso es que con Draper el bello cuerpo de la mujer (portador de una voluptuosidad grácil, a veces delicada) se hace omnipresente aun en el gesto más cotidiano, tornándose seductor y fatalmente atrayente en las más diversas actitudes cargadas de sentido: en los instantes detenidos en que recién sale del agua tras los peces voladores o cabalgando risueña un delfín o requiriendo a un Ulises atónito, abriendo orgullosa y arrebatadora las doradas puertas de la aurora, lamentando la caída de quien envanecido desafiara la prudencia aconsejada, descubriendo una imposible y entrañable perla antropomorfa, eligiendo como displicente Afrodita las que le son ofrecidas, acudiendo como deidad o ninfa a la convocatoria de un taumaturgo Próspero; ya cruel y enamorada Medea capaz de sacrificar al hermano por salvar al amante, ya seductora y serpentina Lamia, ya abandonada Ariadna; como difuso espíritu de las fuentes, o como cantarina náyade flotando sobre las algas y los lotos, o como kelpie celta --each uisge-- reposando su belleza equina transmutada en hermosa apariencia antropomorfa sobre las rocas; nacarada Calypso luminosamente mediterránea, o asustada Doncella del Mar en las redes de los pescadores... En todos los casos, cautivadora; en todos, sujeto de ensoñación; en todos tan sugestiva que las curvas perfectas de su anatomía y los rasgos expresivos de su gestualidad nos penetran con el poder de una realidad que sentimos más real, por deseable y adecuada a nuestro íntimo sentir, que aquella a la que estamos sometidos.


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GALERÍA... glosada
Cada cuadro vendrá precedido de un pensamiento, sugerido por un sentimiento nacido de la observación activa.

Herbert James Draper
(1863-1920)

1
El poder de la voz, del canto, sobre el de la forma. La belleza de la palabra sobre el de la figura. El sortilegio de lo atávico.

Ulises y las Sirenas
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2
Amor que aliena y somete, que subyuga y predispone a la locura. Amor como destino contra el que nada ni nadie puede.

El Vellocino de Oro
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3
La nacarada piel frente a las turquesadas aguas... La Belleza ante la soledad: la ausencia del hombre especular.

Calipso
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4
Cuánto de bello caído por volar demasiado alto. Lamento de la ninfa ante la muerte alada.

El Lamento por Ícaro
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5
Salvadora condenada al abandono. Un más alto destino te espera; mas aquél que amabas, ingrato, se fue cabalgando la mar.

Ariadna abandonada
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6
Ciño entre mis muslos el húmedo y turgente placer que levanta espumas y convoca algas en su umbral.

El Duende de la Espuma
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7
El agua que me viste me arrebató a mi amado. Sea mi tierra la mar, mi cuerpo nácar en su manos.  

Alcíone
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8
Mujer fatal, mujer fatal... ¡Qué monstruo ni que nada! La diosa me arrebató a mis hijos. Profundo y oceánico es mi dolor: ¡sea la mudanza!

Lamia
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9
Por mor del artista mi naturaleza mudé: hipocampo cabalgo la corriente, y ninfa me remanso a su inspiración.

La Kelpie
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10
Es mi canción tan sutil como el cuerpo que me flota sobre ovas y lotos. Ven, acércate a escuchar su mágica melodía...

Ninfa de Agua
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11
Sólo las más exclusivas y perfectas en su forma, en su color y en su poder de seducción me son apropiadas: Perla entre las perlas.

Venus de las Perlas
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12
Hijo de las olas, nimbado de campanillas, quizá, Tritón mañana, persigas mi estela blanca.

Captura
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13
Melodías seductoras, ninfas encantadas: el Mar, es el Mar con su cadencia sempiterna de voluptuosidad profunda.

Melodías del Mar
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14
Perla de mares oníricos: concha soberbia que la ninfa descubre, y sueña, y... quizá ame, con el amor de una madre imposible.

The Waterbaby
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15
El sol al que adoráis, esquivo, os condena... ¿O acaso os escondéis de su cólera? ¡Venid a mí, yo no os temo, nebulosos deleites!

Clitias en la niebla
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16
Captura insospechada. Escamas de suave seda y níveo terciopelo temiendo las manos rudas y el corazón sediento.

La Doncella del Mar
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17
Orgullosa y bella, la Aurora abre las puertas al día y se las cierra al sueño: despierta la ensoñación.


Las Puertas de la Aurora
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18
Duerme, estrella anunciadora, oculta tus encantos al sol para que no los marchite. Tú, bella del cielo cobalto: espera mi abrazo de luz y acasos.

El Día y la estrella de la Mañana
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19
Apenas ola, apenas espuma, apenas onda, apenas vuelo, apenas mar, apenas destello, apenas luz, apenas cielo: todo cuerpo...  y deseo.

Peces voladores
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20
Almas de vikingo y espíritus de leño: los navegantes surcan el undoso azar sin temor a los dioses... ni a sus sueños.

La Cólera del Diose del Mar
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21
Posa el arte erguido ante la rueda de la fortuna. Su esplendor en la mano lleva el premio: coronas que ceñirán sus dedos.

The Art and the Jade
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22
Sol y brisa acarician la piel de los hermosos cuerpos, y el mar los baña del salitre con que transpira y suspira su deseo.

By Summer Seas
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23
No despiertes, dichoso. Sigue soñando el coro de bacantes que el bosque te envía. La inocencia no precisa del sueño...

The Vintage Moon
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24
¿Qué sed apagar? ¿La que traigo o la que encuentro? Espíritu difuso de cuerpo rotundo: apaga mi sed insaciable.

El Espíritu de la Fuente
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25
¿Qué tendrá el estanque para merecerse los ojos que lo miran, el gesto que le tiende y la atención que le dedica la reina del jardín?

A Young Girl by Pool
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26
Vestida de blancura, desnuda de disfraces, las flores atavían tu pureza presentida.

En el Estudio
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27, 28, 29
Sueño, despertar y vigilia: la forma se condensa, la belleza se esboza, el cuerpo se manifiesta.

  
A Nymph in a Sunlit Glide - Réveil - Bather
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30
Sueño ilustrado del bardo anglosajón, de su mente derramada en Tempestades, donde se miran, prósperos, los espíritus ávidos de la bella palabra.

Próspero convoca a Ninfas y Deidades
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31
Tragedia que no necesita de filtros mágicos para realizarse. Esconde, corazón, tus penas en invenciones del alma.

Tristán e Isolda
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32
Muertos los dioses: ¿A quién culpar de la desdicha? Del Caballero la Dama se prenda, y jurará lealtad en vano a un corazón que ya no es suyo.

Lancelot y Ginebra
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33
Las rosas pasiones humanas desgranan, del amor divino y mundano símbolo son. Santa la santa, rosa la rosa: no les pidamos más.

For Saint Dorothea's Day
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34
Por cada pétalo un suspiro, en cada corola un afán: blanca, rosa, roja y dorada como el sol. Dame tu aroma muchacha en las rosas dejado.

Pot Pourri
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35
Maravillada la niña con el encaje del sol bordado con rayos y sombras, con inocencia y candor.

The Golden Rays
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36
Mira el pescador a la ninfa: "No me espantes la pesca" --le dice--, y lanza la red mientras crece. Cuando creció, la ninfa ya no estaba allí.

Naiads Pool
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