La Naturaleza fue creada simplemente por cubrir lo espiritual
y representarlo de forma sensible en el nivel más bajo del orden total.
El espíritu es la persona esencial,
y es desde el espíritu como el cuerpo vive.
Arcana Coelestia. Emmanuel Swedenborg
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Anselmo
...Le venía la fortuna de poseer fortuna de la noche de los tiempos, valga decir los tiempos considerados inmersos en una penumbra nocturnal: me refiero, por supuesto, a la Edad Media. Siglo tras siglo, desde aquel IX en que según apunta su genealogía comenzara la casta de los Bermudo a sembrar su sangre germánica en tierras galaicas, una rama colateral de aquel suevo vástago trasplantado a tierras castellanas y asentado en la zona fronteriza de la Extremadura del Norte (como se llamaba a la tierra de nadie comprendida entre el Macizo Central y las cuencas del Duero y Pisuerga), se empeñó en hacer fortuna -y lo logró- en los campos de batalla contra el moro o contra el godo, según soplase el viento. Esta ductilidad, basada en el más existencialista pragmatismo, sería durante generaciones una marca de la casa, y causa de que la fortuna familiar no sólo se mantuviera, sino que se incrementara con cada cambio del Poder. Un Bermúdez siempre estaba presto y prestaba -a gran interés, eso sí- su fuerte brazo y su sagacidad a la opción más ventajosa. Nunca se equivocaron. No lo dice la Gran Historia (esa que se recoge en oficiales legajos), pero existe el rumor entre las clases pudientes herederas de aquellas gestas, de que tras cuatro o cinco generaciones de Bermúdez sin fallar una sola vez en la elección del bando ganador, hubo nobles que consultaban por anticipado al Bermúdez de turno sobre cuál sería su opción; es decir, que los Bermúdez llegaron a constituirse una especie de oráculo infalible en lo tocante a prevenir quién detentaría el poder en las muchas guerras intestinas que aquellos señores feudales dirimían como una más de sus actividades cinegéticas. Cuando por fin los Católicos Reyes, Fernando e Isabel, unificaron lo que desde entonces se llamaría España, la casta de los Bermúdez castellanos asentados en Valladolid, Burgos y Salamanca estaban bien colocados en Chancillerías, Universidades, Prelaturas y Concejos.
...Nobles por mor de sus armas, escudo jaqueado de común, con presencia de dorados y negros, la rama de los Bermúdez que nos interesa, enlazaría a finales del siglo XVIII con una de los de la Gándara, familia de rancio abolengo -aunque no tan rancio como los Bermúdez- procedentes de Cantabria, que aportarían el campo de azur y el castillo de plata al escudo común (perdiendo la ninga vestida de gules, los cisnes y las ondas, originales de su heráldica). Este escudo es el que figuraba, en el centro, sobre el dintel de piedra del gran portalón de la casona señorial que Anselmo había heredado de su padre recién muerto (su madre moriría a los dos días de nacer él, de unas fiebres puerperales. De nada sirvieron entonces fortuna ni linajes), a ambos lados del híbrido broquel pétreo, incrustados en el ladrillo mudéjar, celaban los escudos singulares de las dos estirpes, éstos en granito.
Hijo único pues, Anselmo se crió con ama y con aya. Más tarde, cuando tuvo edad para ello, se le adjudicó un ayo y preceptor hasta el momento de ser enviado -como era costumbre- a Salamanca a estudiar teología o leyes, según dispusiere la infalible perspicacia oracular detentada por un Bermúdez, doctorado con cátedra en la Pontificia, que, tras haber entrevistado al muchacho, dictaminaría su aptitudes y vocación, eligiendo para él lo más adecuado. Se había hecho así durante generaciones. Anselmo se encargaría de romper con la tradición.
...En la familia se achacó a la pérdida de la madre el carácter soñador y alarmantemente antojadizo del muchacho, quien a falta de la debida ternura y cariño materno se lo había tenido que prodigar él mismo, por lo que había adquirido la insana tendencia de hacer siempre lo que le venía en gana. Para ello no precisaba de una rebeldía revolucionaria, le bastaba la determinación callada, pero inflexible ("a quién habrá salido este niño", se solía decir para vindicar una quiebra de la norma en el carácter adaptable de los Bermúdez, que había sido durante siglos el máximo garante del éxito de la especie). Anselmo no apelaba a argumentaciones, justificaciones o disculpas: hacía, literal y francamente, lo que quería hacer; y, además, lo hacía con tal naturalidad que sumía en el desconcierto a ayas, preceptores y familiares. Ni las más graves reconvenciones paternas (toda vez superado el inicial estado de perplejidad) pudieron torcer un destino tan recto hacia... la anarquía y la molicie de una vida sin objetivo -a decir de los tradicionales y conservadores próceres familiares-.
...Cuando se negó a seguir la recomendación de su tío Enrique (que tal era el nombre del Pontificio catedrático de Derecho Canónico) para seguir sus pasos e ingresar en la Pontificia, y medrar así en la Iglesia, pronosticando para él nada menos que la Curia Vaticana, se produjo una especie de convulsión o pequeño terremoto que removió los huesos de las tumbas y panteones donde los Bermúdez moraban arropados por el silencio de los siglos. Su: "No, tío. Discúlpeme usted, pero no pienso formar parte de la Iglesia. Tampoco quiero estudiar Leyes. Deseo dedicarme a la filosofía", se propagó con la velocidad de un seísmo y provocó en las sólidas almas de aquellos nobles hommes unas consecuencias semejantes: entre las mujeres, desmayos y soponcios; entre los hombres, berrinches e indignación. De Burgos a Salamanca, con epicentro en Valladolid, la onda sísmica causó estragos en las filas de los Bermúdez. Mas, a tan desconsiderado poder telúrico no hubo manera de hacerlo cambiar de opinión; ni aun las amenazas de privación de la herencia (contra-amenazó él con vivir por las calles haciendo vida de Diógenes), o de extrañamiento al enviarlo con su tía abuela a Cartagena de Indias -donde los Bermúdez habían llegado un siglo antes para hacerse cargo de la Real Tesorería del Virreinato de Nueva Granada- (a lo que el rebelde con causa replicó amagando con emular a Jonás, y acabar en el vientre de una ballena). Por lo que Anselmo, a partir de este señalado hecho, saliéndose con la suya, sería conocido en el clan como El Indómito.
...El Indómito pronto engarzaría en el bullicioso ambiente universitario salmantino. De aquella época le vino el gusto por el buen beber y las bellas mujeres, aunque ambas aficiones no las podría frecuentar cuanto hubiera deseado (la asignación, en respuesta a su rebeldía, apenas le permitía vivir con decoro una vida de estudiante de noble alcurnia). La verdad, es difícil comprender cómo su venerando tío Enrique pudo tener tan mal ojo con Anselmo al recomendarle la carrera eclesiástica (a menos que la ingenuidad nos impida ver el alcance real de la preceptiva función prelada de alto rango...). Quizá fuese esa tendencia a la meditación contemplativa y a la inveterada costumbre de pensar muy mucho antes de hablar de Anselmo, lo que dotaba a su palabra de la profundidad y seguridad de lo categórico, la que equivocara al pobre asesor familiar. Lo cierto es que si lo hubiera visto desenvolverse en aquel ambiente bullanguero no habría dado crédito a sus ojos (o tal vez, no nos engañemos, habría corroborado su valía para tan alto destino en Roma), como no se lo daba a sus oídos cuando le llegaban mercenarios correveidiles a informarlo de las actividades de su sobrino. Pero como los resultados académicos eran más que buenos y su comportamiento -a más de desinhibido- era el esperado de un caballero celoso de su abolengo, no tenía motivos para intervenir.
...Como se ha apuntado bastante más arriba (hacia el primer párrafo, más o menos), dos eran las aficiones del indómito Anselmo: una ya la estaba satisfaciendo entre la vetusta caliza dorada de la Facultad de Filosofía y Letras; la otra, también, pues no quedó rincón, museo, ni libro de arte que no le ofrecieran sus pródigos y hermosos tesoros. Incluso las revistas especializadas de las diversas academias europeas de Bellas Artes pasaron ante sus ojos. La ciencia de mezclar pigmentos y reunirlos con sabio trazo sobre un lienzo no tenías secretos para él. Era capaz de desplazarse por el devenir de las artes plásticas (escultura, pintura, dibujo, grabado) como lo haría un mono, de liana en liana, por la selva: de estilo en estilo, de movimiento en movimiento, comprendiendo con clarividencia y acierto qué había llevado a los diferentes puntos de inflexión en los cambios estéticos propios de cada época: de cómo el clásico fue arrumbado por el bizantino y el románico, y éste, por evolución natural diera el gótico, que, a su vez, propiciara -por reacción- el renacentista, y de éste al manierista, primero, y al barroco, después, para incurrir de nuevo en un neoclasicismo refundador, para, desde aquí, deslizarse hacia un romanticismo ya naturalista ya académico, hasta saltar, en su actualidad contemporánea, a las nuevas tendencias en que el cambio de paradigma forzado por "la modernidad" desembocara en una búsqueda urbi et orbe, primando el color, los volúmenes, las formas, la sugerencia, la impresión... Todo entraba por sus ojos como si fuera su destino natural.
...De entre el apabullante cúmulo de figuras estelares que pueblan estos dos universos del saber y conocimiento humanos -Filosofía y Arte-, dos descollaron en la consideración de Anselmo durante el tiempo del que hablamos, a punto ya de concluir el siglo XIX (el final de su carrera universitaria, la reciente muerte de su padre, la subsecuente herencia de fortuna y títulos y la casi absoluta libertad de acción que se auguraba en su vida ). Estas figuras eran: el heterodoxo y excepcional humanista sueco Emmanuel Swedenborg y el controvertido pintor inglés William Etty. Como se puede colegir, el alma de Anselmo no estaba hecha para seguir tradiciones ni convenciones ("¿a quién habría salido este muchacho?", todavía se podía escuchar, aunque en voz queda, en los círculos familiares). De cada uno de estos dos polémicos seres, como se verá, lo atraía un cariz -un orbe, sería más propio ampliar- complementario que el otro no poseía. La confluencia de ambos tendría una importancia decisiva en su futuro inmediato. Ya se sabe que las estrellas, a veces, se confabulan con eclípticas y traslaciones para alinearse en una conjunción singular cuyo poder provoca una irradiación seminal sobre ciertas almas susceptibles a su invisible acción. Ésta es, en resumidas cuentas, la historia de esa influencia en un alma tremendamente susceptible a la sutil música de las esferas.
(continuará)
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GALERÍA
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William Etty
(1787-1849)
Pintor de volúmenes y claroscuros, más que depurado dibujante, William Etty está considerado el Rubens inglés. Su tratamiento del color y el trazo, sus fondos y la paleta cromática, su expresión impresionista, ya tiene mucho de un Renoir o un Cézanne. Fiel a la anatomía de los cuerpos, prodigó el desnudo femenino tanto como el masculino (de ambos se expondrán aquí amplio catálogo). Sus pasajes históricos y escenas mitológicas están llenas de colorido y fidelidad al canon, sin perder con ello un ápice de frescura, aunque, también, no poca ingenuidad. Lejos del fino y depurado trazo de los academicistas franceses (algunos de los cuales ya han sido expuestos aquí, en posts anteriores), e incluso de algunos compatriotas suyos (Fréderic Leighton), la obsesión que parece destilar su obra por el cuerpo humano bien pudiera indicar una infatigable búsqueda de trascendencia de la simple imagen material.
Pintor de volúmenes y claroscuros, más que depurado dibujante, William Etty está considerado el Rubens inglés. Su tratamiento del color y el trazo, sus fondos y la paleta cromática, su expresión impresionista, ya tiene mucho de un Renoir o un Cézanne. Fiel a la anatomía de los cuerpos, prodigó el desnudo femenino tanto como el masculino (de ambos se expondrán aquí amplio catálogo). Sus pasajes históricos y escenas mitológicas están llenas de colorido y fidelidad al canon, sin perder con ello un ápice de frescura, aunque, también, no poca ingenuidad. Lejos del fino y depurado trazo de los academicistas franceses (algunos de los cuales ya han sido expuestos aquí, en posts anteriores), e incluso de algunos compatriotas suyos (Fréderic Leighton), la obsesión que parece destilar su obra por el cuerpo humano bien pudiera indicar una infatigable búsqueda de trascendencia de la simple imagen material.
El Desnudo Femenino significante
The Deluge
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Musidora (1)
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Allegory
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Reclining Female nude (1)
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Reclining female nude (2)
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Desnudo de mujer reclinado
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The flower
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Nude sleeping (Bacchante)
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Contemplation
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Daydreams
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The Dawn of Love
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Two Girls Bathing
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Moonlit Nude
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The Indian Girl
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The Mourner
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Nude
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Nude Woman reclining with a Chaplet of flowers
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Andromeda
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The Ring
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Standing Female Nude with Helmet
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Female Nude
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Reclining Nude
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The Bather (1)
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The Bather (2)
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A Bather (3)
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