Símbolo del Eterno Retorno y de la recreación permanente,
es el dragón o la serpiente que se alimenta de su propia cola.
Imagen poderosa que brinda a la ciencia una soberbia excusa.
Nada de lo que ésta ha enunciado hasta ahora contradice
el símbolo del Uróboros como síntesis funcional del universo.
...
El problema de los símbolos es que son refractarios
al análisis racional de su carga significativa.
Su ventaja reside en su razón de ser: son capaces de dar
respuestas allí donde no lo hacen ni la razón ni la ciencia.
El símbolo, al igual que la metáfora, apela a lo irracional
que habita en el alma del hombre, quizá el quid de su existencia.
Pensamientos impensables. Héctor Amado
III
Uróboros
.....En cierto modo, remontar la corriente, dirigirse hacia las fuentes, es como ir en busca del pasado, pero al mismo tiempo, es un ir al encuentro del futuro, sin esperar a que éste llegue. Ir a contracorriente se suele considerar un desatino, una especie de huída del destino, pero también puede ser considerado como una audacia no exenta de confianza en las propias fuerzas. Ante todo, se busca la fuente por conocer el origen, y, conociéndolo, ser más consciente del fin; es, pues, un ejercicio que pretende la adquisición de certezas para afrontar, ahora ya en posesión de las claves esenciales del pasado, el destino de un futuro de otra forma más incierto. Remontar un río es como darle a la moviola del revés. Pero si consideráramos la vida como un círculo sin fin, ese revés nos llevaría indefectiblemente hacia un punto que en un momento dado estaría situado por delante del punto de partida (es decir, si le siguiéramos la pista al agua que lleva la corriente y no al cauce por el cual transcurre, nos hallaríamos inmersos en el ciclo del agua, que como tal ciclo, es un círculo sin fin --el cauce no sería sino una parte de ese círculo)......Ir hacia atrás para llegar adelante, contrasentido que no es tal si lo llevamos a una concepción circular del espacio. Esto es obvio. Lo que no lo es tanto es considerar que la vida, la existencia, tuviese una tal forma. Bien mirado, si contemplamos a nuestro alrededor, lo que es raro (sino inexistente) es encontrar algo perfectamente rectilíneo. Deberíamos acotarlo (entre tal y tal punto, existe una linea recta), de lo contrario toda recta, en nuestro mundo real, tiende a curvarse. La recta es un concepto ideal, producto de la abstracción. La Tierra es redonda, los planetas, las estrellas, las constelaciones tienden a adoptar esta circular disposición. Incluso se habla de un universo circular, como si la expansión que parece sufrir se produjera en el inmenso ámbito de una fenomenal --y difícilmente concebible-- esfera: o sea que se expandiría... ¡hacia sí mismo! Lo que resulta, por supuesto, alucinante, pero en modo alguno descartable. Si algo nos enseña la física en la actualidad es esto: nada es imposible, sólo es preciso ubicarse en una perspectiva adecuada para que lo que parece imposible pueda contemplarse en toda su resplandeciente y definida posibilidad.
.....La curva prolifera allí donde se mire: es --y esto sé que expresa una idea audaz-- como la matriz del pensamiento de Dios, todo gira en torno a ella. Y toda curva, en su recorrido sobre un plano, acaba, antes o después, atendiendo a su cuerda, por cerrarse en círculo. Existen muchas razones para considerar que la vida, la existencia, sigue ese mismo patrón, pues no olvidemos que la vida es parte de esa idea de Dios (sea este su nombre, o se le dé el de Naturaleza o lo Uno) que en un determinado momento --momento sin tiempo, es decir, momento del tiempo antes de ser tiempo, todo él encerrado en un instante-- decidió dar rienda suelta a la concrección de su infinitamente multiforme posibilidad dando lugar a un Todo desde la inconmensurable e inconcebible redondez de un punto. Dios --la Naturaleza, lo Uno--, no me cabe duda de ello, no sólo es curvo: es la justificación y causa primera de lo curvo, su código genético; bien podía ser representado en forma de ubicuo fractal replicándose ad nauseam. La linealidad, la recta, en la realidad material, sólo tiene lugar en un ámbito limitado, acotado, constreñido, temporal, y, sin duda ni remisión, efímero. Dadle libertad a una recta, liberadla del dominio del tiempo en su desarrollo, y al instante lo dejará de ser, se convertirá en curva, sintonizará con la voluntad de Dios. Se necesita de un gran esfuerzo e imaginación para lo rectilíneo, y, como casi todo lo que precisa de esfuerzo e imaginación, es artificial; de aquí que la única posibilidad de existencia para la recta sea el mundo de las ideas, de la abstracción pura, de la mera especulación: esfuerzo de lo que no es, por ser; imaginación de lo que no existe para existir.
.....Ondina y Sofía remontaban el Nilo hacia sus fuentes, pero también iban al encuentro de su pasado, precisamente en el punto de fusión con su futuro: allí donde uno no sabe si se encuentra donde ya estuvo o donde estará. Como dos intrépidas amazonas, o, más bien, como Leto y Artemisa, madre e hija surcaron, en sentido inverso a su fluir, el padre de los ríos, dirigiéndose hacia el sur, hacia el interior del continente. A medida que avanzaban dejando a los lados, más allá de las fértiles riberas, el dorado e inhóspito desierto, penetraron en un túnel del tiempo a cielo abierto que las conduciría a través de la antiquísima civilización que los egipcios levantaran al ritmo, y al abrigo, de las generosas y periódicas crecidas del fertilizante río. En una ligera embarcación, mientras la navegabilidad lo permitió (y eso sería hasta que, en Aswan, la primera catarata se levantara ante ellas, cortándolas el paso), o por carretera, paralela al curso del río, cuando no hubo más remedio, pero siempre escoltadas por las garzas y los cocodrilos, vieron desfilar ante sí las míticas ciudades del otrora orgulloso y omnipotente Imperio, nombres todos ellos evocadores, cargados de esa extraña resonancia que posee la historia ya engullida por el tiempo: Heliópolis, Menfis, Heracleópolis, Amarna, Abidos, Tebas, Hieracónpolis, Elefantina, Abu Simbel... Y, tras dejar atrás el moderno Egipto, ya en Sudán (cuna de los faraones negros), por fin, Meroe, el último gran núcleo de aquella civilización extraordinaria.
.....También era Meroe un punto de inflexión en el curso del Nilo: aquí Herodoto acodaba su cauce para dirigirlo al Oeste cruzando todo el continente hasta la cordillera del atlas, donde situaba su nacimiento; al norte de la margen izquierda del erróneo recorrido, se situaría la Libia (como entonces se denominaba la mitad norte de África); al Sur de su margen derecha, la tierra de los etiopes (negros como la noche). Cuando Herodoto trazara su mapa del mundo conocido, éste, por falta de conocimiento, era bastante más reducido de lo que en realidad era --y que ahora conocemos. África apenas ocupaba, en proporción --que no escala--, la quinta parte de su tamaño real; con Asia sucedía lo mismo. La única zona que el historiador y geógrafo reseñaba con bastante exactitud correspondía al mundo mediterráneo; la única suficientemente conocida en realidad.
.....Pero este nada baladí detalle del imaginario curso del Nilo tiene su importancia en nuestra historia, ya que los dioses invocados en torno a las civilizaciones mediterráneas, y eminentemente la griega, a pesar de ser inmortales y eternos, debían atenerse a la conciencia de los hombres en los cuales se hacían presentes; sus referencias históricas y geográficas estaban compartidas. Para un dios heleno, de aquella arcana Edad Dorada en que los dioses se inmiscuían en la vida de los hombres, el Nilo era una divinidad vecina materializado en el curso del río que recorría el continente austral, y que Herodoto sobre un mapa situara. Divertíase Poseidón, dios de los océanos, con las historias constantemente vertidas por aquella divinidad de agua dulce --en cierto modo emparentada con él, aunque de menor rango-- en su vasto y salobre dominio, y que daban cuenta de los hechos acaecidos en unas regiones lejanas. Y si esto sucedía con el poderoso y sapientísimo Poseidón, no menos ocurría con las deidades subalternas que moraban en su seno: dioses y diosas del mar, sirenas, tritones y nereidas. Todos ellos oíanle al Nilo relatar --con pausada o tumultuosa voz, según la época del año-- sus historias de libios y etiopes, narraciones extraordinarias de pueblos extraños que poblaban tierras aún más extrañas: de desiertos interminables y desoladores, cuyas infinitas arenas formaban amplias colinas e incluso montañas y aún cordilleras inquietas que no paraban de deambular por la implacable aridez de aquellos espacios ilimitados; de selvas intrincadas, vastas junglas cubiertas de vegetación enmarañada, cuyo suelo nunca veía el sol, y que eran habitadas por terroríficas criaturas salidas de las más terribles pesadillas, quizá celadoras de enormes tesoros; de zonas pantanosas, que no eran ni río, ni lago, ni ciénaga, y lo eran todo a un tiempo, capaces de tragarse civilizaciones enteras sin dejar el menor rastro... Eran historias truculentas, pero también hermosas, porque hablaban de la inmarcesible belleza con que la Naturaleza puede llegar a expresarse (ya fuere en el reino vegetal, mineral o animal) y de las prodigiosas gestas que sus innumerables criaturas llevaban a cabo diariamente en tan fantástico marco. El Nilo, con su insistente verterse, relataba todas aquellas innumerables maravillas y horrores, y allí, en su desembocadura en el mar, los dioses marinos, cual divino auditorio, las escuchaban absortos, sintiendo cómo se excitaba su imaginación con las imágenes sugeridas. Y es así cómo los océanos guardan memoria de todas las cosas: tanto las que en su seno suceden; como las que transcurren en la tierra, pues los ríos se las cuentan; o las que acaecen en los cielos, pues lo que no se refleja en su dinámica superficie especular será susurrado por la lluvia.
.....El transcurso por Sudan fue, pues, una especie de larga despedida, en que madre e hija, Sofía y Ondina, compartirían con intensidad cada instante. Miradas, sensaciones y pensamientos compartidos llenaban sus horas. En ellas Sofía participaba su sentir de mujer a su hija, como un reflejo natural, transmitiendo su conocimiento de la vida a quien, de todas formas, no pareciera necesitar ninguna instrucción; por su parte, Ondina, vertía sobre su incidental madre, un sentir que no parecía ser de este mundo (no olvidemos que a pesar de su acelerado crecimiento, apenas contaba con año y medio de vida, según el cómputo terrestre convencional). Era ese un sentir en el que la emoción parecía desprovista de pasión, y la pasión desprovista de medida. Sofía, aun a sabiendas de conocer la excepcional naturaleza de aquel bendito ser que ella misma había parido, no dejaba de asombrarse por la inmensidad de sentimientos que brotaban del divino pecho. Definitivamente, concluía Sofía a menudo, ante la experiencia que estaba viviendo en sus propias carnes, nada de extraño había en que Atenea hubiera nacido, ya adulta y revestida de armadura, directamente de la cabeza de su padre, Zeus; o que Dafne se metamorfoseara en laurel para escapar del incandescente Apolo; o, incluso, que un Heracles aún bebé estrangulara serpientes como si fueran lombrices.
.....Si apenada por la brevedad de una relación tan intensa, sensación que el tiempo impone a los mortales, Sofía se sentía dichosa por haber podido ser protagonista de una historia como aquella. Historia que probaba que los dioses están entre nosotros, que nunca desaparecen, que aguardan la oportunidad en que sean de nuevo invocados para hacerse presentes; poco importa que por parte de las mentes más racionales y empíricas, menos míticas, se le dé otra justificación, se le atribuya otra explicación, a su intervención en los avatares humanos, pero lo cierto es que ahí están --siguen estando-- entre nosotros, para ayudarnos a comprender y enriquecer nuestra existencia, para ofrecernos su consoladora posibilidad cuando la nuestra se nos hace desoladoramente insuficiente.
.....Ya en Uganda (en plena tierra de los etiopes de los tiempos helénicos) se despidieron sin saber si volverían a encontrarse; Sofía la vio alejarse con una sonrisa emocionada: lágrimas de pena y sonrisa de esperanza. Ondina se zambulló en las aguas mirando al frente, siempre al frente, prosiguiendo su recorrido curvo, su transcurrir por el círculo de su existencia, ahora ya sin el torpe vehículo que ralentizaba su marcha. Estaba en su elemento. Ya las selvas comenzaron a ocultar los horizontes, que se volvieron azul cielo, verde vegetal y plata líquida. El histórico túnel del tiempo cedió el testigo a un pasaje de tiempo detenido, siempre presente, sin pasado ni futuro. Azul, verde y plata. Realidad nueva, transformada, que se adentraba en otro mundo diferente al surcado río abajo. Aquí el curso de agua carecía de historia, de connotaciones humanas, de cómputo. Aquí el río era reflejo del constante fluir del infinito, nunca quieto, a través de una naturaleza exuberante, formando parte de ella y, no obstante, testigo y protagonista absoluto de su manifestación. En esta nueva realidad, Ondina, ya sola, mientras surcaba, hendía y penetraba la corriente, se abismó en sus pensamientos, en sus sentimientos, en su memoria...
........Recordó aquel tiempo, un tiempo hilvanado al encaje del transcurrir de los humanos, en que, muy joven aún --incluso para una diosa sin edad--, escuchaba absorta las historias que el dios Nilo contaba a su llegada al mar. Y cómo su imaginación volaba --o, más bien, nadaba-- hacia aquellas tierras ignotas, pobladas por ser extraños, donde sucedían todas aquellas cosas maravillosas. Y recordó cómo, cuando aún no tenía la alta responsabilidad que la ligara al cortejo de la Diosa Madre del Mar, un día se adentró por aquel río, cruzó su anchuroso delta de innumerables brazos, y remontó su lodosa corriente. Maravillábase con todo cuanto veía, incluso con lo pavoroso, pues hubo de esquivar muchas veces las temibles fauces de los terribles saurios y los agudos y largos picos de las níveas y empenachadas aves. Nadó y nadó, y aquel sendero de agua dulce no parecía tener fin. A fuera, el sol se reflejaba en las arenas doradas que, al contrario de lo por ella conocido, no formaban parte de recoletas o extensas playas, sino que se extendían lejos del agua perdiéndose en vastos horizontes.
.....En su viaje descubriría las bellas obras de piedra que los hombres de estas regiones construían, las colosales estatuas, las gruesas columnas que se elevaban como palmeras polícromas, los túmulos piramidales cuyo vértice apuntaba hacia el firmamento (quizá buscando el consuelo de lo eterno en alguna lejjana estrella); mientras avanzaba cortando aquella corriente que jugaba con sus cabellos como si fuesen algas, fue asombrado testigo del tráfago incesante de los navíos, bien navegando, bien atoando, cargados con pesados bloques cuadrangulares río arriba y río abajo. Desde luego aquella senda fluvial resultaba de lo más concurrida; nada que ver con las, a veces, interminables extensiones oceánicas sin tener otra distracción que los ocasionales bancos de peces o las migraciones periódicas de ciertas especies.
.....Gradualmente el desierto desapareció y dio paso a un ámbito nuevo --y desconocido para ella--, un ámbito boscoso, pero mucho más denso e intrincado que lo que nunca antes contemplara en las orillas mediterráneas. A ambos lados, se levantaron muros de verdor esmeraldino, de los que se desprendía una sinfonía formada por el canto de las aves y el sonido de extraños seres invisibles. Llegó un momento en que tras estrecharse el cauce y tener que salvar una fuerte corriente, apareció ante ella la inmensidad de lo que parecía una especie de mar interior, pero de agua dulce. De aquí, por uno de sus lados, el agua parecía proceder aún de más arriba, siguió ese nuevo curso que derivó en otro estanque menor que el anterior, y de éste volvió a salir por otro arroyo (en verdad toda aquella inextricable red de canales le pareció de lo más divertido). Así hasta que se topó con un curso de agua que parecía seguir el recorrido inverso, hacia otra vertiente, como si hubiera sobrepasado el punto más alto del cual procedía la corriente que había traído, la que formaba el dios Nilo. Ahora se encontraba ante un nuevo río que corría en dirección contraria. Sintió algo de temor, pues no sabía hacia dónde podría conducirle este nuevo cauce. Decidió detenerse, y, tras pasar unos días sumergida en un mar dudas, decidió regresar por donde había venido.
.....Pero antes de hacerlo, la última noche antes de emprender el regreso, tuvo un sueño extraño: allí, en el corazón de aquel continente, mientras se deslizaba entre las aguas, vio acercarse una embarcación; en ella venía un hombre, iba solo; era un hombre apuesto, rubio, de ojos claros como el azul del cielo; en su mirada pudo ver un anhelo inmarcesible, un ansia insaciable y profunda, oceánica, que le recordó la inmensidad de su líquida casa, el mar. Aquel hombre, desde su barca, echó las redes al río, en las que ella, involuntaria o voluntariamente, quedaría presa. Él la izaría a bordo. Gratamente sorprendido por su pesca, pero a la vez atemorizado, decidió devolver al bello ser a las aguas no sin antes depositar un irreprimible y audaz beso en sus labios; aquel beso la hizo despertar.
.....Ondina regresó. Volvió a su Mar Mediterráneo con los ojos poblados de maravillas y el corazón turbado por un beso soñado. Un día, cuando casi había olvidado su aventurero viaje, formando ya parte del cortejo de la Gran Diosa del Mar, se topó con un hombre que había caído al agua; al parecer el crespo oleaje había volteado su barca y golpeado por ésta quedó flotando, inconsciente. La nereida reconoció al instante al hombre rubio del sueño tenido en las fuentes del Nilo, el mismo que la besara haciéndola despertar. Lo puso a salvo en la playa sabiendo que ya estaba perdidamente enamorada de él. Lo que sigue de esta historia ha sido narrado anteriormente (en la entrada correspondiente a La Bacante), por lo que no me detendré en ello.
.....Aquí retomaré el relato en el momento que lo dejé: con Ondina, ya sola, abismada en una memoria que le hacía evocar la que fue, preparando el momento por venir. Mas en esta ocasión sabía que no se daría la vuelta una vez alcanzado su destino, pues ese destino continuaría, cobrando nuevo impulso, donde lo dejara tiempo atrás (un tiempo ya domeñado, curvo, violentada su linealidad por mor del poder de los dioses --y de hombres conscientes de su inmortalidad). Muchas cosas habían pasado desde que decidiera unirse a aquel hombre, aquel hermoso humano llamado Eric Delvaux que apareciera en su vida a través de un sueño para robarla el corazón con un beso. Muchas cosas desde que decidiera renunciar a su naturaleza inmortal para pasar con él, como mortal, los años más felices de su existencia. Muchas cosas desde que, transmigrada su alma al alma de un hijo que la sobreviviría en el parto, se aferró, sin saber por qué, a una existencia que perdió el sentido cuando su amado Erik, muerta ella, decidió abandonarlo todo para perderse en el corazón de las tinieblas. Muchas cosas desde que ideó la forma de volver a él, y el beneplácito y la piedad de los Dioses Mayores --Poseidón y Tetis, sus padres, pero también Zeus y Hera, y, sobre todo, Atenea y Afrodita, conmovidas por un tal amor-- que consintieron en sus deseos. Muchas desde que enviara aquella bacante para auxiliarla en su plan: su reencarnación en un nuevo ser, un nuevo ser con su misma apariencia, la que él, su amado, conociera... Y ahora se cerraría el círculo. Iba en su busca, y esta vez no habría condiciones que la volvieran a privar del gozo de su presencia hasta el fin de los días. Sólo albergaba un ligero temor: ¿cómo reaccionaría él cuando la viera? Veinte años para un dios no son nada, apenas un parpadeo o un suspiro, pero para un mortal suponen muchas experiencias, muchas tentaciones, muchas ocasiones en las que entregarse a nuevas emociones. Eric estaría ya rondando la cincuentena. Quizá ni se acordara de ella. Otro temor, éste más intenso y angustiante, la asaltó: ¿y si no lo encontraba? ¿y si no estuviera allí?. O, algo aún peor, ¿Y si... y si... hubiera... muerto? Pero se resistió con todas sus fuerzas a contemplar esa alternativa. Su corazón (y no olvidemos que era el corazón de una diosa) le decía que estaba vivo, y que se hallaba en alguna parte de aquella intrincada jungla.
.....Una mañana, en algún lugar entre el Lago Alberto y la sombra de los montes Virunga, cuando el sol aún no asomaba sobre la copa de los árboles, estando Ondina entre dos aguas absorta en sus pensamientos, se dio cuenta de que algo rozaba su piel y se ceñía alrededor de su cuerpo. Al rato se sintió presa. Ese algo que la rozó, sacándola del ensimismamiento, impedía sus movimientos. Seguidamente una fuerza tiró de ella hacia arriba. Era una desagradable sensación vagamente familiar, experimentada anteriormente. Se dio cuenta, con consternación, que era víctima de una nasa de pesca. Se preparó para lo peor, dispuesta a exhibir su poder ante quien quiera que fuese que osara interponerse en su camino. Al llegar a la superficie, lo primero que vio fue la pequeña cara de un hombrecillo de piel negra como la noche sin luna. Si no hubiese estado tan airada habría reparado en las hermosas facciones de su cara, en su sonrisa, en su atlético cuerpo en miniatura. Inmediatamente vio a otro hombre, éste blanco, que acudió presuroso a echar una mano a su compañero para izar el generoso botín apresado. Así como el pequeño hombrecillo negro no expresó sorpresa al observar la naturaleza de su captura, el hombre blanco, cuando reparó en ella, se quedó estupefacto, soltó la red y se echó hacia atrás... Después volvió en sí, superó ese momento de asombro y se acercó al borde del bote. Sus ojos, profundos, parecían querer salirse de sus órbitas. Ella, al ver aquella extraña pareja formada por un hombre blanco, maduro, de barba clara entrecana y cabellera rubia, y un hombrecillo negro de perpetua sonrisa, tornó la ira por la curiosidad. Tiraron los dos fuertemente hasta que, con toda delicadeza, lograron colocar a su presa sobre la cubierta de la barca. La desembarazaron de la red. El hombrecillo no dejaba de sonreir, el hombre blanco no abandonaba su gesto de intrigada sorpresa. Se quedó mirándola, como queriendo desentrañar la explicación a aquel prodigio. En ese momento, ocurrió: a la cabeza de él volvieron recuerdos nunca del todo olvidados; el corazón le dio un vuelco, ¡no podía ser!: ¡allí delante estaba Ondina! ¡su Ondina!, la nereida del Egeo a quien amó más que a su propia vida y que una vez le fuera arrebatada por el destino a cambio de un hijo que debiera haber muerto. Ondina, por su parte, reconoció en aquellos ojos azules, aún brillantes aunque más intensos y gastados, a los de su amado Eric. El negro hombrecillo, sin perder la sonrisa, contempló el abrazo que aquellos dos seres se dieron, ajenos a su presencia, ajenos a todo lo que no fuera su amor recobrado. El círculo se había cerrado. El dragón, por enésima vez, mordía su cola.
-o-o-
The Roman Wine Tasters, 1861
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A Picture Gallery, 1866
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A Collection of Pictures at the Time of Augustus, 1867
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A Sculpture Gallery at the Time of Agripina, 1867
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A Sculpture Gallery at the Time of Agripina, 1867
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In The Perystile, 1866
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Lesbia Weeping over a Sparrow, 1866
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Preparations for the Festivities, 1866
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Entrance to a Roman Theatre, 1866
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Tibulius at Delia`s, 1866
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Proclaming Claudius Emperor, 1867
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Tarquinus Superbus, 1867
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Boating, 1868
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Phidias Showing the Frieze of the Parthenon to his Friends, 1868
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Pompeian Scene or the Siesta, 1868
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Pompeian Scene or the Siesta, 1868
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The Flower Market, 1868
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The Honeymoon, 1868
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A Roman Art Lover, 1868
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A Greek Woman, 1869
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A Pyrrhic Dance, 1869
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An Exedra, 1869
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Confidences, 1869
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Egyptian Juggler, 1870
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The Vintage Festival, 1870
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Bacchanale, 1871
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From An Absent One, 1871 /// In the Temple, 1871
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Pottery Painting, 1872
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Cherries, 1873
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Votive Offering, 1873
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A Roman Artist, 1873
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A Sculptur Gallery, 1874
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Between Hope and Fear, 1874
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Pleading, 1876
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Sculptors in Ancient Rome, 1877
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A Love Missle, 1877
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In Time of Constantine, 1878
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After de Audience, 1878
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Not at Hopme Sir, 1879
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On the Road to the Temple of Ceres, 1879
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Poetry, 1879
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Strigils and Sponges, 1879
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Ave Caesar, ¡Io Saturnalia!, 1880
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Pandora, 1880
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Harvest Festival, 1880
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Tepidarium, 1881
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Tepidarium, 1881
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Sappho and Alcaeus, 1881
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An Oleander, 1882
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Between Vanus and Bacchus, 1882
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Resting, 1882
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The Parting Kiss, 1882
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A Declaration, 1883
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The Way to the Temple, 1882 /// A Street Altar, 1883
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Anthony and Cleopatra, 1883
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Welcome Footsteps, 1883
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Hadrian visiting a Romano British Pottery, 1884
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The Roman Potter, 1884
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Who is it?, 1884
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A Foregone Conclusion, 1885
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A readimg from Homer, 1885
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The Apodyterium, 1886
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The Women of Amphyssa, 1887
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The Roses of Heliogabalus, 1888
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The Favourite Poet, 1888
A Dedication to Bacchus, 1889
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A Silent Greeting, 1889
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An Eloquent Silence, 1890
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The Frigidarium, 1890
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An Earthly Paradise, 1891
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Loves Votaries, 1891
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Comparisons, 1892
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Courtship Porposal, 1892
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The Poet Gallus dreaming, 1892
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Good Speed, 1893
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Unconscious Rivals, 1893
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Love's Jewelled Fetter, 1895
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A Difference of Opinion, 1896
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The Colosseum, 1896
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Whispering Noon, 1896
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Hero, 1898
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The Conversion of Paula by St Jerome, 1898
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Vain Courtship, 1900
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Caracalla, 1902
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Loves Votaries, 1891
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Comparisons, 1892
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Courtship Porposal, 1892
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The Poet Gallus dreaming, 1892
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Good Speed, 1893
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Unconscious Rivals, 1893
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Spring, 1894
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Spring (detail), 1894
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Spring (detail), 1894
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Spring (detail), 1894
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A Coign of Vantage, 1895.
Love's Jewelled Fetter, 1895
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A Difference of Opinion, 1896
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The Colosseum, 1896
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Whispering Noon, 1896
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Her Eyes are with Her Thoughts and They are Far Away, 1897
.Hero, 1898
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The Conversion of Paula by St Jerome, 1898
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The Baths of Caracalla, 1899.
Vain Courtship, 1900
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Caracalla, 1902
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The Year s at the Spring. All s Right with the World, 1902
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Unwelcome Confidences, 1902
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Silver Favourites, 1903
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Among the Ruins, 1904
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A World of Their Own, 1905
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Ask Me no More, 1906
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At Aphrodite's Cradle, 1908
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Hopeful, 1909
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Caracalla and Geta. A Bear Fight in the Coliseum, 1909
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A Sculptor's Model. Venus Esquilina
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Courtship
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Expectations
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Promise of Spring
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Shy
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The Discourse
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The Soldier of Marathon
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The Rose of the Roses
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Vespasian Hearing from One of His Generals of the Taking of Jerusalem by Titus (The Dispatch)
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Water Pets
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ESCENAS DEL EGIPTO ANTIGUO
The Finding of Moses, 1904
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Pastimes in Ancient Egypte, 3000 Years Ago, 1863
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Egyptian Chess Players, 1865