Trasladando el Libro Segundo de Dafnis y Cloe (2)
(Vuelto a romance desde la novela original de Longo de Lesbos)
.....A diferencia de lo ocurrido con el Libro Primero de Los Amores Pastorales de Dafnis y Cloe, este segundo libro será trasladado a romance en tres entradas, en lugar de las cuatro requeridas para aquél. A pesar de que la extensión es equivalente en los cuatro libros (27 páginas, el primero; 25 pag., el Segundo; 23 pag., el Tercero; y 25 pag., el Cuarto. Si tomamos la edición de Gredos, la más concisa a la hora de especificar capítulos y párrafos; la edición de Alianza Editorial, sólo especifica capítulos, pero no párrafos), esto ha sido así porque en el post dedicado a la primera parte del primer libro, ya estaba nutrida con la introducción (en prosa) y la justificación (en verso). Y como, además, las imágenes de las Galerías son limitadas, en su temática específica a Dafnis y Cloe, y tendré que echar mano de otras imágenes, alusivas pero no propias al tema en concreto, he decidido acortar la extensión total (suponiendo que acabe llevando a cabo la ingente labor de trasladar a romance los cuatro libros), y condensar, cada uno de los tres libros que quedan, en tres entradas por libro. Esto supone que cada una de las tres Partes de cada Libro trasladado alcanzará una extensión aproximada de 500 versos. Si todo sigue como tengo previsto, y se culmina el trabajo, al final nos encontraremos con una obrita de alrededor de 6.000 versos —verso arriba más que verso abajo— que no está mal para un romance (quizás hasta pueda constituirse como un nuevo récord Guiness a la extensión de romance en la literatura universal de todos los tiempos, pasados, presentes, futuros e intemporales).
.....Luchar contra la monotonía y la reiteración resulta en ocasiones frustrante, cuando se trata estirar, más allá de lo razonable, la rima en un poema, por más que sea asonante. La misma monstruosidad de tal empeño puede redundar en su beneficio: ese voluntarioso y denodado esfuerzo por superponer con la mayor exactitud posible la cuadratura que supone la métrica y la rima a la circularidad de las imágenes llenas de sentido y expresividad, estrofa tras estrofa, durante mil quinientos versos, puede acabar siendo un eximente, sobre todo si el intento no resulta fatalmente fallido. Y yo espero que así sea —que no sea fallido, quiero decir. Admito que si hay genialidad en alguna imagen, en algún recurso retórico, en alguna construcción, en algún juego de palabras afortunado, ésta, por fuerza, habrá de concurrir esporádicamente: es imposible mantener el tono de un poema en los más alto durante toda su extensión, máxime en uno narrativo/descriptivo como este. Me conformo, por ello, con no resultar demasiado plano —léase tedioso, si se quiere— en la totalidad del poema, realizando, periódicamente, floridos vuelos que aporten una especiada pizca de agradable entretenimiento.
.....En esta segunda parte del Segundo Libro, el amor ha cedido, en cierta manera, el protagonismo a la aventura. Con ello Longo nos sigue aportando su intención didáctica, al introducir en este camino de iniciación que es el descubrimiento del amor por parte de Dafnis y Cloe las dificultades que no harán sino confirmar el amor naciente y floreciente, puesto a prueba por adversas circunstancias externas (con lo que se unirán a las internas, de no saber cómo culminar la realización del amor). Si tratado aquí con sordina el tono amoroso, no es menos cierto que la digresión aventurera engorda el caldo de la narración y actúa de contrapunto de lo que, de otra manera, podría resultar demasiado melífluo.
...
.....A cerca de las ilustraciones. Las ilustraciones que acompañan este post corresponden a un solo autor, a una sola obra. El autor es el pintor y académico Louis-Joseph-Raphäel Collin. La presente versión corresponde a la editada en 1890, por G. Bourdet, Paris, y está disponible íntegramente en la página web de la Bibliotèque Nationale de France, gallica.bnf.fr (se podrá acceder a ella desde el enlace de la Galería, más adelante). aquí se ofrecen todas las imágenes de la obra, unas con mejor calidad que otras, algunas con el texto recortadas, otras con parte del texto al cual ilustran, pero siempre centrando el enfoque en la imagen (podría haberme remitido a trasladar la imagen de la página completa, pero por mor de ofrecer la mejor, y más grande, imagen posible, he decidido recortar las páginas y ofrecer la imagen en primer plano). Las imágenes recortadas —sin texto— han sido obtenidas así de la red (en zorger), las que contienen fragmentos de texto y algunas otras proceden de diversas fuentes, entre ellas, esencialmente, la página aludida de la BnF.
.
Las Pastorales de Dafnis y Cloe
(Romance a partir de la obra de Longo de Lesbos)
VI
Libro II
6. Otoño: Aventuras y desventuras
A ciertos mancebos ricos
de la ciudad de Metimna,
ansiosos por solazarse
en el tiempo de vendimia,
se les antojó viajar
por el norte de la isla
visitando la región,
cazando y haciendo jiras.
Con tal fin echan al mar
un barco de plana quilla
con criados como remeros
que, además, también les sirvan.
Las costas de Mitilene
de ensenadas protegidas,
playas donde bañarse
y ubérrimas alquerías,
bosques frondosos, jardines
y lagunas cristalinas
—ya por industria del hombre,
ya de natura nativas—,
son el destino elegido
por la ociosa compañía.
Costeando de esta suerte,
saltan a tierra y visitan
a diario aquellos lugares
que aparecen en su gira.
Se cuidan de no hacer daño
ni a las gentes ni a las fincas
en sus varios pasatiempos
o en sus sanas correrías:
ora desde alguna roca
que en el mar se adentra altiva
pescan con cañas y anzuelos
diversa pescadería;
ora con redes y perros
cazan las liebres huïdas
por el trajinar constante
que se produce en las viñas;
ora con lazos y perchas
de dura cerda tejidas,
perdices, patos silvestres
y avutardas diestros pillan,
añadiendo así al recreo
la provisión de comida.
El resto de provisiones
que a diario necesitan
a campesinos las compran,
con rumbosa plusvalía.
Sólo pan y vino falta
a su básica logística,
y albergue para dormir
pues del mar poco se fían;
por eso al anochecer
con amarra el barco fijan,
buscando en la tierra firme
más segura hospedería.
ora con lazos y perchas
de dura cerda tejidas,
perdices, patos silvestres
y avutardas diestros pillan,
añadiendo así al recreo
la provisión de comida.
El resto de provisiones
que a diario necesitan
a campesinos las compran,
con rumbosa plusvalía.
Sólo pan y vino falta
a su básica logística,
y albergue para dormir
pues del mar poco se fían;
por eso al anochecer
con amarra el barco fijan,
buscando en la tierra firme
más segura hospedería.
Un rústico del lugar
soga nueva necesita
—pues rota o gastada ya
se encuentra la que tenía—
con que la piedra al husillo
se sujeta e inmoviliza,
herramienta que en la prensa
del lagar es preceptiva.
Acechante va a la playa,
y a la nave sin vigía
desata presto la amarra
y sin recato la sisa.
A la mañana siguiente
los mancebos de Metimna
sin amarra hallan el barco,
y en balde por ella miran;
tras indagar su destino
menos que nada averiguan,
embarcando finalmente
y dándola por perdida.
Tras navegar treinta estadios
dan con la fértil campiña
donde Cloe y Dafnis moran
apacentando sus vidas.
Juzgan que aquella llanura
puede ser en liebres rica,
en perdices y otras aves,
para la caza, prolífica.
Como carecen de amarra
una de urgencia fabrican:
de varias mimbreras verdes
trenzan sus largas varillas;
con ella de su alta popa
a tierra la nave fijan.
Sueltan después a los perros
para iniciar la batida,
colocando allí las redes
donde estiman más propicias.
Los perros, con sus ladridos
y desatadas corridas,
a las cabras, de los cerros,
espantan a la marina;
como en la arena no hay pasto,
soga nueva necesita
—pues rota o gastada ya
se encuentra la que tenía—
con que la piedra al husillo
se sujeta e inmoviliza,
herramienta que en la prensa
del lagar es preceptiva.
Acechante va a la playa,
y a la nave sin vigía
desata presto la amarra
y sin recato la sisa.
A la mañana siguiente
los mancebos de Metimna
sin amarra hallan el barco,
y en balde por ella miran;
tras indagar su destino
menos que nada averiguan,
embarcando finalmente
y dándola por perdida.
Tras navegar treinta estadios
dan con la fértil campiña
donde Cloe y Dafnis moran
apacentando sus vidas.
Juzgan que aquella llanura
puede ser en liebres rica,
en perdices y otras aves,
para la caza, prolífica.
Como carecen de amarra
una de urgencia fabrican:
de varias mimbreras verdes
trenzan sus largas varillas;
con ella de su alta popa
a tierra la nave fijan.
Sueltan después a los perros
para iniciar la batida,
colocando allí las redes
donde estiman más propicias.
Los perros, con sus ladridos
y desatadas corridas,
a las cabras, de los cerros,
espantan a la marina;
como en la arena no hay pasto,
algunas, más atrevidas,
acercándose a la nave
la amarra verde mastican.
Al soplar de tierra el viento
—lo que al mar resaca instiga—,
la nave, libre de amarras,
se despide de la orilla.
Los cazadores al verlo
unos al mar se dan prisa,
otros llamando a los perros
los recogen y atraíllan,
y todos, desaforados,
con tanto denuedo gritan
que atraen a cuantos oyen
tan chillona algarabía.
Mas todo ya para nada
les vale: a la deriva
la nave se va alejando
por las olas conducida.
acercándose a la nave
la amarra verde mastican.
Al soplar de tierra el viento
—lo que al mar resaca instiga—,
la nave, libre de amarras,
se despide de la orilla.
Los cazadores al verlo
unos al mar se dan prisa,
otros llamando a los perros
los recogen y atraíllan,
y todos, desaforados,
con tanto denuedo gritan
que atraen a cuantos oyen
tan chillona algarabía.
Mas todo ya para nada
les vale: a la deriva
la nave se va alejando
por las olas conducida.
Los de Metimna, enojados
por la pérdida sufrida,
al cabrero buscan y hallan
para darle una paliza;
uno de ellos con la cuerda
que a los perros atraílla
intenta a Dafnis atar
las manos a las rodillas,
y éste, maltratado así,
en quejas se desgañita
pidiendo socorro al aire
porque interceda en sus cuitas;
y el aire, pronto, transmite
las quejumbrosas noticias
hasta llegar a Lamón
al mismo tiempo que a Dryas:
recios hombres ya maduros
de manos endurecidas,
hacen respetar su juicio
que solicita justicia:
que se oigan las partes piden,
y un juez, toda vez oídas,
dictamine un veredicto
que a la ley, por justo, siga.
Árbitro será Filetas
de la improvisada vista;
se lo nombra por anciano
y por fama merecida
de rectitud en el juicio
fundado en sabiduría.
Los de Metimna interponen
querella clara y concisa,
pero dando de los hechos
su personal perspectiva:
«Aquí a cazar vinimos
dejando el barco en la orilla,
la amarra de verde mimbre
en un saliente bien fija;
después soltamos los perros
para ir de cacería,
cuando las cabras bajaron
rebrincando a la marina,
royendo al barco la amarra
al tomarla por comida;
el barco —todos los visteis—
suelto, se fue a la deriva,
llevando las pertenencias
que allí, lujosas, había:
trajes de lino y de seda,
collares de plata fina...
una fortuna la nuestra
entre las olas perdida.
Por ello parece justo
que en compensación debida
nos llevemos al cabrero
que, torpe, a las cabras guía
a apacentar a la playa
como si fuesen gavinas.»
Así su queja expusieron
los mancebos de Metimna.
Dafnis, no bien que los oye,
con el alma dolorida,
viendo a Cloe allí presente,
de esta forma les replica:
«Yo guardo bien mi ganado,
jamás una cabra mía
los huertos ha profanado,
comido brotes de viña,
ni ocasionado algún mal
en propiedades o fincas,
y si no, los labradores
aquí testigos, lo digan.
Estos malos cazadores,
inhábiles, sin pericia,
tienen perros inexpertos
que no saben de batidas
y corren en desconcierto
ladrando llenos de ira,
asustan a cuanto encuentran,
a mis cabras incluidas,
que del llano y de los cerros
a la playa se retiran.
Es cierto que el verde mimbre
comieron, mas sin malicia,
sino por necesidad,
a falta de otra comida,
que en la arena no hay tomillo,
madroños ni grama fina,
ni arbusto ninguno medra
en la salina arenisca.
Cúlpese al viento y al mar,
autores de la rapiña,
por apropiarse la nave,
y no a mí por mi desidia.
En el barco, dicen estos,
que ropa y plata tenían,
pero ¿quién con buen criterio
tal cosa concedería
de una nave cuya amarra
está con mimbre tejida?»
Dicho esto, llora Dafnis
con lágrimas tan sentidas
que a los rústicos conmueven,
ya que las juzgan verídicas.
Filetas, menos proclive
a mera sensiblería,
atendiendo a la razón,
su sentencia dictamina:
poniendo a Pan por testigo
y jurando por las Ninfas
exime a Dafnis de culpa
y a las cabras justifica;
al viento y al mar será
a quienes culpabiliza,
cediendo a más altos jueces
la sentencia preceptiva.
El veredicto dictado
no gusta a los de Metimna
que lanzados sobre Dafnis
en maniatarlo confían.
Mas los rústicos defienden
el fallo —que bien atina
con sus propios sentimientos—
y al pobre Dafnis auxilian.
Como nube de estorninos,
o de grajos banda impía,
sobre aquellos metimneños
los rústicos se derriban:
con sus voces los sofocan,
con cayados les atizan,
hasta que a Dafnis liberan
y lo suman a la riña.
En fuga los extranjeros,
tras soberana paliza,
abandonan la región
trasquilados de su esquila.
Sosegado el campo ya
del cisco y la gritería,
Cloe, tierna, lleva a Dafnis
a la gruta de las Ninfas.
Allí le lava la cara,
de sangre toda teñida:
la que a golpes le manara
por las nasales espitas;
y torta le hizo comer
con queso, que ella traía
en el zurroncillo suyo,
tentempié de pastorcica.
Y porque fuese más grata
y pronta la mejoría,
un dulce beso en los labios
con los suyos le propina.
Así Dafnis se salvó
del peligro en aquel día.
Mas no paró allí la cosa,
pues llegados a Metimna
los metimneños a pie
y no en la nave prevista,
y deslomados a palos
en vez de exhibir sonrisas,
se convoca con urgencia
Junta de ciudadanía.
En traje de suplicantes
venganza piden debida
por el insulto adobado
con especiada golpiza;
de no decir ni palabra
de verdad, falsos, se cuidan,
por no añadir al agravio
la vergonzante rechifla
de haber sido apaleados
por rústica villanía.
Antes bien dan a entender
que aquella gente agresiva
el barco y sus pertenencias
con vïolencia les quitan,
hecho más propio de guerra
que de relación pacífica,
y ellos, en vez de viajeros,
fueran huestes enemigas.
Los de la junta juzgando
como pruebas apodícticas
los hirientes cardenales
y las cárdenas heridas,
pábulo dan al relato
validando las mentiras;
por ello la Junta justo
cree vengar la ignominia
que han sufrido los mancebos
de tan ilustres familias,
las más ilustres de todas
cuantas moran en Metimna.
La guerra pues se decreta,
y a Metilene se envía,
sin previa declaración,
expedición punitiva:
una escuadra de diez naves
con una recia milicia
al mando de un capitán
con órdenes específicas:
saquear aquellas costas
que Mitilene domina,
castigando a los villanos
por su inicua villanía.
Zarpada al día siguiente
la miliciana escuadrilla,
cuyos soldados empuñan
remo romo y aguda pica,
llegando a sus objetivos
inician la razzia prevista:
entran a saco en las casas
y las haciendas esquilman,
robando ganado, trigo
y el vino de la vendimia;
apresan a muchos hombres
que de los campos se cuidan,
y en las naves, maniatados,
con ellos forman gavillas;
y llegados donde Dafnis
con Cloe se refocila
arramplan con todo aquello
que les regala la vista.
Dafnis, dejadas las cabras
al cuidado de su amiga,
recogiendo está en el bosque
ramas verdes, nutritivas,
para el forraje de invierno
cuando el ganado se aprisca.
Al contemplar la invasión
busca presto una guarida,
encontrando un tronco hueco
dentro del cual se cobija.
Cloe, en cambio, pastoreando
el ganado es sorprendida
por la razzia metimneña
que como a caza la hostigan.
La joven busca refugio
en la gruta de las Ninfas,
mas los soldados, impíos,
el sacro espacio mancillan,
y a los ruegos de la moza
con burla y desdén replican:
irreverentes profanan
las imágenes divinas,
llevándose presa a Cloe
mientras con chanzas la humillan.
Junto al rebaño de ovejas,
como una más, la encarrilan
a golpes de vara e insultos
hacia las naves, cautiva.
Como los barcos repletos
están ya de la rapiña,
temiendo a sus enemigos
y al invierno que se arrima,
deciden darse la vuelta
poniendo proa a Metimna,
satisfechos de la razzia
que una mentira suscita.
Navegan, aunque despacio,
por una huelga de brisa
que no desea ser cómplice
de una más rápida huida;
a fuerza de lentos remos
apenas si se deslizan
por las olas que parecen,
más que de agua, ser de lija.
Cuando Dafnis, percatado,
de que reina calma chicha,
veloz baja a la llanura
por buscar a la que estima
y a la manada de cabras
que a su cuido dejaría.
No halla ni cabras ni a Cloe,
sólo una ausencia aflictiva,
y en el suelo, muda huella,
rota encuentra su siringa.
Barruntando lo acaecido
Dafnis, desolado, grita;
y a los gritos los sollozos
lastimeros se combinan.
Ya se lanza desbocado
hacia el asiento de encina
donde ambos se solazan
con abrazos y caricias;
ya, de seguido, hacia el mar
por si su figura atisba;
ya, por último, a la gruta
por si en ella está escondida.
Y allí, postrado en el suelo,
a las ninfas recrimina:
«a los pies de vuestro altar
—dice con voz afligida—
ha sido robada Cloe
por gentes desaprensivas:
la que tejía coronas
que a vuestras frentes ceñía,
quien os daba de la leche
las consagradas primicias,
y aun la flauta ahí colgada
de cañas con cera unidas.
Jamás el lobo robó
ni siquiera una cabrita
del rebaño que apaciento,
y ahora una horda enemiga
me las ha robado todas,
junto a mi Cloe querida.
Desollarán a las cabras,
las ovejas ofrecidas
serán en pira a los dioses
o en espetones comidas,
y Cloe en bazar lejano
como una esclava vendida.
¿Cómo presentarme ahora,
con estas manos vacías,
ante mi padre y mi madre,
perdido rebaño y amiga?
Aquí me voy a quedar
aguardando muerte indigna,
o que algún otro enemigo
me la dé más compasiva.
Y a ti, Cloe, ¿te entristece
como a mí la lejanía?
¿Te acuerdas de nuestros prados,
de la gruta de las Ninfas
y de mí, o te consuelas
con tus ovejas cautivas?»
De tanto lamento Dafnis,
vencido por la fatiga,
cae en un profundo sueño
inducido por las Ninfas.
Y en su sueño se aparecen
las tres figuras divinas,
grandes, hermosas, descalzas,
semidesnudas, magníficas,
que en el fondo de la gruta
están en piedra esculpidas.
Al principio, compasión
muestran por su desdicha,
pero después la mayor
le conforta de esta guisa:
«No nos acuses de obrar,
¡Oh, Dafnis!, con apatía.
Más cuidado nos merece
que a ti tu Cloe perdida.
Recuerda que la acogimos
apenas recién nacida,
criándola con esmero
y disposición solícita,
cuando en esta nuestra gruta
fue expuesta por gente rica:
nada de común tiene ella
con los campos ni con Dryas.
Ya está todo bien dispuesto:
ni la llevarán prendida
a Metimna, ni será
de la soldadesca víctima.
El mismo dios Pan, aquel
que bajo el pino se ubica,
aunque ninguna atención
de vosotros gozaría,
a nuestro ruego consiente
y en el rescate se implica.
Tan belicoso en la guerra
como festivo en la silva,
abandonando el retiro
liberará a la cautiva.
Tremendo enemigo será
Pan para los de Metimna.
Ve con Lamón y Mirtale,
y ya de nada te aflijas,
mañana volverá Cloe
de los rebaños seguida.
Aún juntos los guardaréis,
y tocaréis la siringa
juntos como de costumbre.
De lo demás Amor cuida.»
Despierta Dafnis del sueño
entre lágrimas de dicha
que con pena va disuelta,
como azúcar en acíbar.
Adorando las figuras
de las criticadas Ninfas,
les promete en sacrificio
la mejor de entre sus chivas
si del cautiverio a Cloe,
sana y salva, pronto libran.
Después corre hacia la imagen
que, labrada, simboliza
al dios Pan, que bajo un pino
se embosca, semiescondida:
cuernos y patas de cabra
son en él características,
como la flauta que lleva
en una mano ceñida,
y la figura de un chivo
que en la otra se encabrita.
Llegado, Dafnis adora
a la arcana deidad híbrida,
prometiéndole un cabrón
por la ayuda concedida.
Ya pronto a ponerse el sol,
sin cesar sus rogativas,
cogiendo el verde forraje,
hacia casa se encamina.
Con el retorno, a sus padres
el desespero les quita,
trocando la mucha pena
por no menor alegría.
Apenas prueba bocado
y, con el alma intranquila,
a dormir va deseando
llegue pronto el nuevo día.
Y con él de nuevo Cloe
le sea restituïda.
Noche eterna en la que al sueño
desvela la expectativa.
(continuará)
por la pérdida sufrida,
al cabrero buscan y hallan
para darle una paliza;
uno de ellos con la cuerda
que a los perros atraílla
intenta a Dafnis atar
las manos a las rodillas,
y éste, maltratado así,
en quejas se desgañita
pidiendo socorro al aire
porque interceda en sus cuitas;
y el aire, pronto, transmite
las quejumbrosas noticias
hasta llegar a Lamón
al mismo tiempo que a Dryas:
recios hombres ya maduros
de manos endurecidas,
hacen respetar su juicio
que solicita justicia:
que se oigan las partes piden,
y un juez, toda vez oídas,
dictamine un veredicto
que a la ley, por justo, siga.
Árbitro será Filetas
de la improvisada vista;
se lo nombra por anciano
y por fama merecida
de rectitud en el juicio
fundado en sabiduría.
Los de Metimna interponen
querella clara y concisa,
pero dando de los hechos
su personal perspectiva:
«Aquí a cazar vinimos
dejando el barco en la orilla,
la amarra de verde mimbre
en un saliente bien fija;
después soltamos los perros
para ir de cacería,
cuando las cabras bajaron
rebrincando a la marina,
royendo al barco la amarra
al tomarla por comida;
el barco —todos los visteis—
suelto, se fue a la deriva,
llevando las pertenencias
que allí, lujosas, había:
trajes de lino y de seda,
collares de plata fina...
una fortuna la nuestra
entre las olas perdida.
Por ello parece justo
que en compensación debida
nos llevemos al cabrero
que, torpe, a las cabras guía
a apacentar a la playa
como si fuesen gavinas.»
Así su queja expusieron
los mancebos de Metimna.
Dafnis, no bien que los oye,
con el alma dolorida,
viendo a Cloe allí presente,
de esta forma les replica:
«Yo guardo bien mi ganado,
jamás una cabra mía
los huertos ha profanado,
comido brotes de viña,
ni ocasionado algún mal
en propiedades o fincas,
y si no, los labradores
aquí testigos, lo digan.
Estos malos cazadores,
inhábiles, sin pericia,
tienen perros inexpertos
que no saben de batidas
y corren en desconcierto
ladrando llenos de ira,
asustan a cuanto encuentran,
a mis cabras incluidas,
que del llano y de los cerros
a la playa se retiran.
Es cierto que el verde mimbre
comieron, mas sin malicia,
sino por necesidad,
a falta de otra comida,
que en la arena no hay tomillo,
madroños ni grama fina,
ni arbusto ninguno medra
en la salina arenisca.
Cúlpese al viento y al mar,
autores de la rapiña,
por apropiarse la nave,
y no a mí por mi desidia.
En el barco, dicen estos,
que ropa y plata tenían,
pero ¿quién con buen criterio
tal cosa concedería
de una nave cuya amarra
está con mimbre tejida?»
Dicho esto, llora Dafnis
con lágrimas tan sentidas
que a los rústicos conmueven,
ya que las juzgan verídicas.
Filetas, menos proclive
a mera sensiblería,
atendiendo a la razón,
su sentencia dictamina:
poniendo a Pan por testigo
y jurando por las Ninfas
exime a Dafnis de culpa
y a las cabras justifica;
al viento y al mar será
a quienes culpabiliza,
cediendo a más altos jueces
la sentencia preceptiva.
El veredicto dictado
no gusta a los de Metimna
que lanzados sobre Dafnis
en maniatarlo confían.
Mas los rústicos defienden
el fallo —que bien atina
con sus propios sentimientos—
y al pobre Dafnis auxilian.
Como nube de estorninos,
o de grajos banda impía,
sobre aquellos metimneños
los rústicos se derriban:
con sus voces los sofocan,
con cayados les atizan,
hasta que a Dafnis liberan
y lo suman a la riña.
En fuga los extranjeros,
tras soberana paliza,
abandonan la región
trasquilados de su esquila.
Sosegado el campo ya
del cisco y la gritería,
Cloe, tierna, lleva a Dafnis
a la gruta de las Ninfas.
Allí le lava la cara,
de sangre toda teñida:
la que a golpes le manara
por las nasales espitas;
y torta le hizo comer
con queso, que ella traía
en el zurroncillo suyo,
tentempié de pastorcica.
Y porque fuese más grata
y pronta la mejoría,
un dulce beso en los labios
con los suyos le propina.
Así Dafnis se salvó
del peligro en aquel día.
Mas no paró allí la cosa,
pues llegados a Metimna
los metimneños a pie
y no en la nave prevista,
y deslomados a palos
en vez de exhibir sonrisas,
se convoca con urgencia
Junta de ciudadanía.
En traje de suplicantes
venganza piden debida
por el insulto adobado
con especiada golpiza;
de no decir ni palabra
de verdad, falsos, se cuidan,
por no añadir al agravio
la vergonzante rechifla
de haber sido apaleados
por rústica villanía.
Antes bien dan a entender
que aquella gente agresiva
el barco y sus pertenencias
con vïolencia les quitan,
hecho más propio de guerra
que de relación pacífica,
y ellos, en vez de viajeros,
fueran huestes enemigas.
Los de la junta juzgando
como pruebas apodícticas
los hirientes cardenales
y las cárdenas heridas,
pábulo dan al relato
validando las mentiras;
por ello la Junta justo
cree vengar la ignominia
que han sufrido los mancebos
de tan ilustres familias,
las más ilustres de todas
cuantas moran en Metimna.
La guerra pues se decreta,
y a Metilene se envía,
sin previa declaración,
expedición punitiva:
una escuadra de diez naves
con una recia milicia
al mando de un capitán
con órdenes específicas:
saquear aquellas costas
que Mitilene domina,
castigando a los villanos
por su inicua villanía.
Zarpada al día siguiente
la miliciana escuadrilla,
cuyos soldados empuñan
remo romo y aguda pica,
llegando a sus objetivos
inician la razzia prevista:
entran a saco en las casas
y las haciendas esquilman,
robando ganado, trigo
y el vino de la vendimia;
apresan a muchos hombres
que de los campos se cuidan,
y en las naves, maniatados,
con ellos forman gavillas;
y llegados donde Dafnis
con Cloe se refocila
arramplan con todo aquello
que les regala la vista.
Dafnis, dejadas las cabras
al cuidado de su amiga,
recogiendo está en el bosque
ramas verdes, nutritivas,
para el forraje de invierno
cuando el ganado se aprisca.
Al contemplar la invasión
busca presto una guarida,
encontrando un tronco hueco
dentro del cual se cobija.
Cloe, en cambio, pastoreando
el ganado es sorprendida
por la razzia metimneña
que como a caza la hostigan.
La joven busca refugio
en la gruta de las Ninfas,
mas los soldados, impíos,
el sacro espacio mancillan,
y a los ruegos de la moza
con burla y desdén replican:
irreverentes profanan
las imágenes divinas,
llevándose presa a Cloe
mientras con chanzas la humillan.
Junto al rebaño de ovejas,
como una más, la encarrilan
a golpes de vara e insultos
hacia las naves, cautiva.
Como los barcos repletos
están ya de la rapiña,
temiendo a sus enemigos
y al invierno que se arrima,
deciden darse la vuelta
poniendo proa a Metimna,
satisfechos de la razzia
que una mentira suscita.
Navegan, aunque despacio,
por una huelga de brisa
que no desea ser cómplice
de una más rápida huida;
a fuerza de lentos remos
apenas si se deslizan
por las olas que parecen,
más que de agua, ser de lija.
Cuando Dafnis, percatado,
de que reina calma chicha,
veloz baja a la llanura
por buscar a la que estima
y a la manada de cabras
que a su cuido dejaría.
No halla ni cabras ni a Cloe,
sólo una ausencia aflictiva,
y en el suelo, muda huella,
rota encuentra su siringa.
Barruntando lo acaecido
Dafnis, desolado, grita;
y a los gritos los sollozos
lastimeros se combinan.
Ya se lanza desbocado
hacia el asiento de encina
donde ambos se solazan
con abrazos y caricias;
ya, de seguido, hacia el mar
por si su figura atisba;
ya, por último, a la gruta
por si en ella está escondida.
Y allí, postrado en el suelo,
a las ninfas recrimina:
«a los pies de vuestro altar
—dice con voz afligida—
ha sido robada Cloe
por gentes desaprensivas:
la que tejía coronas
que a vuestras frentes ceñía,
quien os daba de la leche
las consagradas primicias,
y aun la flauta ahí colgada
de cañas con cera unidas.
Jamás el lobo robó
ni siquiera una cabrita
del rebaño que apaciento,
y ahora una horda enemiga
me las ha robado todas,
junto a mi Cloe querida.
Desollarán a las cabras,
las ovejas ofrecidas
serán en pira a los dioses
o en espetones comidas,
y Cloe en bazar lejano
como una esclava vendida.
¿Cómo presentarme ahora,
con estas manos vacías,
ante mi padre y mi madre,
perdido rebaño y amiga?
Aquí me voy a quedar
aguardando muerte indigna,
o que algún otro enemigo
me la dé más compasiva.
Y a ti, Cloe, ¿te entristece
como a mí la lejanía?
¿Te acuerdas de nuestros prados,
de la gruta de las Ninfas
y de mí, o te consuelas
con tus ovejas cautivas?»
De tanto lamento Dafnis,
vencido por la fatiga,
cae en un profundo sueño
inducido por las Ninfas.
Y en su sueño se aparecen
las tres figuras divinas,
grandes, hermosas, descalzas,
semidesnudas, magníficas,
que en el fondo de la gruta
están en piedra esculpidas.
Al principio, compasión
muestran por su desdicha,
pero después la mayor
le conforta de esta guisa:
«No nos acuses de obrar,
¡Oh, Dafnis!, con apatía.
Más cuidado nos merece
que a ti tu Cloe perdida.
Recuerda que la acogimos
apenas recién nacida,
criándola con esmero
y disposición solícita,
cuando en esta nuestra gruta
fue expuesta por gente rica:
nada de común tiene ella
con los campos ni con Dryas.
Ya está todo bien dispuesto:
ni la llevarán prendida
a Metimna, ni será
de la soldadesca víctima.
El mismo dios Pan, aquel
que bajo el pino se ubica,
aunque ninguna atención
de vosotros gozaría,
a nuestro ruego consiente
y en el rescate se implica.
Tan belicoso en la guerra
como festivo en la silva,
abandonando el retiro
liberará a la cautiva.
Tremendo enemigo será
Pan para los de Metimna.
Ve con Lamón y Mirtale,
y ya de nada te aflijas,
mañana volverá Cloe
de los rebaños seguida.
Aún juntos los guardaréis,
y tocaréis la siringa
juntos como de costumbre.
De lo demás Amor cuida.»
Despierta Dafnis del sueño
entre lágrimas de dicha
que con pena va disuelta,
como azúcar en acíbar.
Adorando las figuras
de las criticadas Ninfas,
les promete en sacrificio
la mejor de entre sus chivas
si del cautiverio a Cloe,
sana y salva, pronto libran.
Después corre hacia la imagen
que, labrada, simboliza
al dios Pan, que bajo un pino
se embosca, semiescondida:
cuernos y patas de cabra
son en él características,
como la flauta que lleva
en una mano ceñida,
y la figura de un chivo
que en la otra se encabrita.
Llegado, Dafnis adora
a la arcana deidad híbrida,
prometiéndole un cabrón
por la ayuda concedida.
Ya pronto a ponerse el sol,
sin cesar sus rogativas,
cogiendo el verde forraje,
hacia casa se encamina.
Con el retorno, a sus padres
el desespero les quita,
trocando la mucha pena
por no menor alegría.
Apenas prueba bocado
y, con el alma intranquila,
a dormir va deseando
llegue pronto el nuevo día.
Y con él de nuevo Cloe
le sea restituïda.
Noche eterna en la que al sueño
desvela la expectativa.
(continuará)
.
GALERÍA
DAFNIS Y CLOE
ILUSTRACIÓN II
Illustrations de Les Amours pastorales de Daphnis et Chloé
Raphaël Collin, 1890
Illustrations de Les Amours pastorales de Daphnis et Chloé
Raphaël Collin, 1890
Fig. au Titre : Chloé (édition anglaise)
.
Fig. au Titre : Chloé (édition française, sur Gallica, BnF)
.
Fig. à la Préface : femme lisant allongée dans l'herbe.
.
Cul-de-lampe à la p.VIII de la Préface : Daphnis et Chloé
Fig. p.1 : Livre premier. Le chevrier Lamon trouve un enfant abandonné, près de Mitylène à Lesbos.
Lamon et sa femme Myrtale le nommeront Daphnis
.
Fig. p.5 : Livre premier. Le berger Dryas trouve également, deux ans plus tard,
une enfant abandonnée. Dryas et sa femme Napé la nommèrent Chloé.
.
Fig. p.10 : Livre premier. Daphnis et Chloé
.
Fig. p.17 : Livre premier. La chèvre ayant nourrit Daphnis enfant
.
Pl. en reg. p.18 : Livre premier. Chloé embrasse Daphnis.
Vaincu, Dorcon s'éloigne dans la forêt
.
Pl. en reg. p.18 : Livre premier. Chloé embrasse Daphnis.
Vaincu, Dorcon s'éloigne dans la forêt (version colorée)
.
Pl. en reg. p.24 : Livre premier. Chloé joue de la flûte pour Daphnis.
.
Fig. p.27 : Livre premier. Chloé endormie
.
Fig. p.31 : Livre premier. Chloé trouve Dorcon blessé par les brigands
.
.
Fig. p.37 : Livre deuxième. Daphnis et Chloé assis sous le chêne
.
Pl. en reg. p.60 : Livre deuxième. Daphnis pleurant avant de quitter les Nymphes
.
Fig. p.65 : Livre deuxième. Daphnis enlaçant Chloé
.
Pl. en reg. p.68 : Livre deuxième. Daphnis et Chloé devant la statue du dieu Pan
.
Fig. p.73 : Livre deuxième. Daphnis jouant de la flûte.
.
Fig. p.75 : Livre deuxième. Chloé couchée dans l'herbe
.
Fig. p.75 : Livre deuxième. Chloé couchée dans l'herbe (version peintée à l'huile)
.
Fig. p.77 : Livre troisième. Dryas regarde partir Daphnis
.
Fig. p.91 : Livre troisième. Lycenion, femme de Chromis, tombe amoureuse de Daphnis
.
Pl. en reg. p.94 : Livre troisième. Daphnis séduit et initié par Lycenion
.
Fig. p.97 : Livre troisième. Daphnis et Chloé écoutant l'écho
.
Pl. en reg. p.98 : Livre troisième. Chloé et Daphnis au bord d'une rivière
.
Fig. p.100 : Livre troisième. Daphnis et Chloé couchés l'un contre l'autre
.
.
Fig. p.113 : Livre quatrième. Daphnis présentant une bête de son troupeau à Lamon
.
.
Fig. p.125 : Livre quatrième. Le vieux Dionysophane et son fils Astyle
.
Pl. en reg. p.132 : Livre quatrième. Astyle s'enfuit dans le jardin
en apprenant que Daphnis est son frère
.
Fig. p.135 : Livre quatrième. Le vieux Dionysophane embrasse son fils Daphnis
.
Fig. p.138 : Livre quatrième. Chloé garde ses moutons
.
Pl. en reg. p.148 : Livre quatrième. La caverne des nymphes où Daphnis et Chloé s'enlacent
.
Cul-de-lampe p.150 : Livre quatrième. La caverne des nymphes et sculptures des trois Graces
.
Fig. p.1 : Livre premier. Le chevrier Lamon trouve un enfant abandonné, près de Mitylène à Lesbos.
Lamon et sa femme Myrtale le nommeront Daphnis
.
Fig. p.5 : Livre premier. Le berger Dryas trouve également, deux ans plus tard,
une enfant abandonnée. Dryas et sa femme Napé la nommèrent Chloé.
.
Fig. p.10 : Livre premier. Daphnis et Chloé
.
Fig. p.17 : Livre premier. La chèvre ayant nourrit Daphnis enfant
.
Pl. en reg. p.18 : Livre premier. Chloé embrasse Daphnis.
Vaincu, Dorcon s'éloigne dans la forêt
.
Pl. en reg. p.18 : Livre premier. Chloé embrasse Daphnis.
Vaincu, Dorcon s'éloigne dans la forêt (version colorée)
.
Pl. en reg. p.24 : Livre premier. Chloé joue de la flûte pour Daphnis.
.
Fig. p.27 : Livre premier. Chloé endormie
.
Fig. p.31 : Livre premier. Chloé trouve Dorcon blessé par les brigands
.
Pl. en reg. p.32 : Livre premier. Daphnis et Chloé
.
Cul-de-lampe p.6 : Livre premier. Chloé appelant les vaches de Dorcon.
Fig. p.37 : Livre deuxième. Daphnis et Chloé assis sous le chêne
.
Pl. en reg. p.38 : Livre deuxième. Daphnis et Chloé rencontrent le vieillard Philétas
.
Fig. p.41 : Livre deuxième. Philétas voyant Cupidon
.
Fig. p.56 : Livre deuxième. Le troupeau de Daphnis et Chloé
.Pl. en reg. p.60 : Livre deuxième. Daphnis pleurant avant de quitter les Nymphes
.
Fig. p.65 : Livre deuxième. Daphnis enlaçant Chloé
.
Pl. en reg. p.68 : Livre deuxième. Daphnis et Chloé devant la statue du dieu Pan
.
Fig. p.72 : Livre deuxième. Chloé dansant.
Fig. p.73 : Livre deuxième. Daphnis jouant de la flûte.
.
Fig. p.75 : Livre deuxième. Chloé couchée dans l'herbe
.
Fig. p.75 : Livre deuxième. Chloé couchée dans l'herbe (version peintée à l'huile)
.
Fig. p.77 : Livre troisième. Dryas regarde partir Daphnis
.
Fig. p.86 : Livre troisième. Daphnis et Chloé tendent des pièges
.Fig. p.91 : Livre troisième. Lycenion, femme de Chromis, tombe amoureuse de Daphnis
.
Pl. en reg. p.94 : Livre troisième. Daphnis séduit et initié par Lycenion
.
Fig. p.97 : Livre troisième. Daphnis et Chloé écoutant l'écho
.
Pl. en reg. p.98 : Livre troisième. Chloé et Daphnis au bord d'une rivière
.
Fig. p.100 : Livre troisième. Daphnis et Chloé couchés l'un contre l'autre
.
Pl. en reg. p.108 : Livre troisième. Daphnis offre une pomme à Chloé
.
Cul-de-lampe p.111 : Livre troisième. Chloé.
Fig. p.113 : Livre quatrième. Daphnis présentant une bête de son troupeau à Lamon
.
Pl. en reg. p.116 : Livre quatrième. Daphnis et Chloé
.
Fig. p.119 : Livre quatrième. Le bouvier nommé Lampis.
Fig. p.125 : Livre quatrième. Le vieux Dionysophane et son fils Astyle
.
Pl. en reg. p.132 : Livre quatrième. Astyle s'enfuit dans le jardin
en apprenant que Daphnis est son frère
.
Fig. p.135 : Livre quatrième. Le vieux Dionysophane embrasse son fils Daphnis
.
Fig. p.138 : Livre quatrième. Chloé garde ses moutons
.
Pl. en reg. p.148 : Livre quatrième. La caverne des nymphes où Daphnis et Chloé s'enlacent
.
Cul-de-lampe p.150 : Livre quatrième. La caverne des nymphes et sculptures des trois Graces
.