"...Y después de eso sus ideas y métodos se volvieron absurdos. Absurdos."
Apocalypse Now, Francis Ford Coppola, 1979
Lo monstruoso es un concepto relativo.
Depende de la perspectiva: para una hormiga, nosotros,
los humanos, resultaremos seres monstruosos.
En cambio los humanos hemos de imaginar lo monstruoso
en relación a nuestra escala, es decir, fuera de la realidad.
Así King Kong, Godzilla y cuantos monstruos la imaginación del hombre ha creado.
También se califica de monstruoso aquello que se da de una forma
o con una intensidad inconvenientes o fuera de la norma o lo común;
así la cabeza deformada del hombre elefante, Frankenstein
o la replicación desaforada y anárquica de un cáncer.
En literatura, lo monstruoso se daría, pues, cuando una producción
excede extraordinariamente los cauces normativos o habituales,
tanto en estilo como en extensión, o en ambos a la vez.
en Sobre mí mismo: autocrítica feroz. Héctor Amado
Trasladando el Libro Segundo de Dafnis y Cloe (3)
(Vuelto a romance desde la novela original de Longo de Lesbos)
.....Aquí se completa el Segundo Libro de Los Amores Pastorales de Dafnis y Cloe. Segundo asalto finalizado. Seiscientos treinta (630) versos han sido necesarios para trasladar el texto en prosa original perteneciente a este Segundo Libro (en la versión de Juan Valera; consultadas, además, las versiones de Jorge Bergua, para Alianza Editorial, y Máximo Brioso, para Gredos).
.....Era plenamente consciente de que el reto de la traslación de la novela de Longo al romance tendría sus inconvenientes; y el menor de ellos no era el de ser fiel al texto vernáculo, sino serlo, por ende, estirando hasta más allá de los límites aconsejables la misma rima en cada Libro. A la e-a utilizada en el Primer libro, esta i-a empleada en el Segundo. En ocasiones —realmente pocas— no he podido (o sabido) evitar traicionar la ley asonantada del romance tradicional, dadas las limitadas opciones de que disponía; otras veces he recurrido a la doble sinalefa (la sencilla es habitual) para atenerme a la métrica, sin desvirtuar la rima; y, dado el número de versos, por fin, no me ha quedado más remedio que repetir rima, procurando distanciarlas lo más posible, o recurriendo al recurso de la fórmula narrativa, en la que en semejantes circunstancias, ante hechos similares, se repite el mismo verso o la misma palabra de remate (la que acuerda la rima). Dificultades todas ella inherentes a este reto afrontado, repito, al empeñarme en una única rima asonante por Libro.
.....Si fueron mil seiscientos setenta y seis (1676) lo versos del Primer Libro, han sido mil seiscientos veintidós (1622) los del Segundo. La mitad de la obra (que consta de cuatro Libros) en tres mil doscientos noventa y ocho (3298) versos. La monstruosidad va aumentando, consumándose (justo a medias) la que en verdad llegaría a tener la traslación completa (es decir, ni un verso menos de los seis mil cuatrocientos).
.....Como un pólipo alienígena, este monstruo literario crece y crece con cada verso que le nutre. Al tener un estómago poco exigente, lo mismo le da la categoría de los versos: seguirá creciendo; aunque, eso sí, crecerá más y más rápido si se topa con un verso de calidad aceptable, como si este hallazgo acelerara y consolidara su capacidad de crecimiento. Ya no me cabe duda: lo monstruoso es relativo. Porque, ¿cómo calificar lo monstruoso que, a su vez, se monstruosifica? Y no digo nada si se me ocurriese continuar con la empresa (extremo que no descarto, pero que, de momento, aplazo).
.....En el presente post, esta séptima entrega de la obra en romance titulada Prodigios y celebraciones contiene dos momentos diferenciados: uno, el desenlace del rapto de Cloe por parte de los metimneños, tras sus correrías en la región de Mitilene; otro, las celebraciones subsecuentes a su prodigiosa liberación por parte del dios Pan. En las dos hay diversos tour de force, o clímax, bien definidos: la intervención de Pan ante los piratas incidentales, por un lado; y una maravillosa exposición, a modo de homenaje, que Longo realiza a las artes. En el primero de ellos, Pan, ser mitológico, deidad protectora de los pastores y de la vida en los bosques, de la masculinidad, de la lascivia y la promiscuidad festiva, compañero de cortejo del gran Dioniso, mitad hombre y mitad macho cabrío, que la religión cristiana asimilaría iconográficamente con una de las representaciones más populares del Ángel Caído (véase la fantástica recreación de Álex de la Iglesia en su memorable El Día de la Bestia), todo fuese por cortar las alas a la rijosidad campesina, obra aquí haciendo gala a uno de los términos a él vinculados: el miedo pánico. Pan aterrorizará a los metimneños, valiéndose de la complicidad con otros dioses (sean Gea, Poseidón, Apolo o Eolo), enviándoles, fragor, fuego, tormenta y desconcierto. Ni qué decir tiene que conseguirá sus propósitos.
.....En el segundo clímax, este homenaje de Longo a las artes, en un medio rural y campesino, aparentemente poco dado a estas manifestaciones culturales donde la excelencia del ser humano sale a la palestra, es un modo de reivindicar unos valores arcádicos que no necesariamente han de negar las tradiciones artísticas para ser tales (paradisíacos). El ser bienaventurado también necesita las artes, las emplea, las construye, las celebra. No hay negación cultural sino reivindicación jubilosa. Así, el autor greco-romano rinde pleitesía, en un primer momento, ante el amago musical, a la literatura, en su forma narrativa y alegórica, con la narración, por parte de Lamón, de un mito (el de Pan y Siringa); después, el homenaje musical se consuma, el anciano Filetas deslumbra con su virtuosismo a su auditorio (y, de paso, a nosotros), vinculando la música a su capacidad para embelesar el alma, incluso de los animales; en tercer lugar el homenaje será para la danza, y será Dryas, el tercer viejo heraldo del arte, quien exhiba sus impresionante dotes para imitar las faenas de la vendimia; a estas tres, introducidas por los viejos (seres con experiencia y sabiduría), replicarán Dafnis y Cloe, con una especie de totum revolutum, a modo en que lo sería una ópera muda: dramatizarán el cuento narrado por Lamón, protagonizando ellos los papeles de Pan —Dafnis— y Siringa —Cloe. En su representación bailarán imitando los hechos de la historia (muy probablemente el genial Nijinski se inspirara en este relato para su creación coreográfica del fauno, de la famosa partitura de Deussy Prelude à l'aprés midi d'un faune), y con sus gestos asociarán los movimientos a la música en off (sólo imaginada, pero presente en el ritmo de los jóvenes cuerpos), y, al final, al tocar Dafnis la zampoña de Filetas que será remedo de Siringa.
.....De compleja sencillez, este recurso de Longo me ha parecido admirable, y digno de todo un maestro consumado de la narración (en esto, sin ir más lejos, puede anunciar la versatilidad de un Shakespeare, o de cualquiera de nuestros geniales autores de entremeses).
.....En fin, espero que la magnitud de lo que viene no desanime al descubrimiento de estos y otros hechos que seguidamente se citan. Armarse de paciencia, condescendencia y, sobre todo, curiosidad.
.....Las espadas quedan en alto.
Las Pastorales de Dafnis y Cloe
(Romance a partir de la obra de Longo de Lesbos)
VII
Libro II
7. Otoño: Prodigios y celebraciones.
Entretanto, el capitán
de la escuadra de Metimna,
navegados diez estadios,
de la escuadra de Metimna,
navegados diez estadios,
da reposo a su milicia.
En un cerro que hacia el mar
media luna delimita,
en cuyo seno las ondas
se balancean tranquilas
brindando seguro puerto
a las naves fugitivas,
recalan, echando el ancla
a distancia de la orilla
—no quieren ser sorprendidos
por la gente campesina
que, persiguiendo venganza,
su desventura consigan.
Como disponen de todo,
producto de su rapiña,
conmemoran la victoria
fácilmente conseguida:
de más comen, regalados,
y beben en demasía;
después, se dan a los juegos
y aficiones deportivas.
Así pasan la jornada,
pero a la noche, imprevista,
una tormenta de fuego
y de fragor les hostiga.
Relámpagos son y truenos
que parece les envía,
fantasmagórico ejército,
una deidad terrorífica.
Muchos entre sí se llaman,
otros "¡a las armas!" gritan,
éste se cree ya herido,
aquél la muerte imagina;
confuso combate, en fín,
que en la noche escenifica
el pánico responsable
de una conciencia afligida.
Diríase que un combate
sin enemigos se libra,
en el que todos a un tiempo
enfebrecidos deliran.
Si espantosa fue la noche
aún más lo será el día:
cabras y bucos de Dafnis
muestran cuerna florecida
de hiedras con sus corimbos,
como diademas armígeras;
machos y ovejas de Cloe
aullidos de lobo imitan,
y ella con ramas de pino
la cabeza tiene ungida.
En la mar muchos portentos,
así mismo, ocurrirían:
por más que intentan levar
el ancla, ésta se afirma
en el fondo, inamovible,
por ensalmo retenida;
cuando pretenden bogar,
los remos se hacen astillas
—dientes de acero las ondas
de oceánica escofina—;
los delfines al saltar
con sus colas fuerte atizan
a las naves, destrabando
las junturas de sus vigas.
Y todo ello ocurre al son
de una tonante siringa
que resuena en el peñasco,
procedente de su cima.
No es la suya, en forma alguna,
deleitosa melodía,
sino que, trompa guerrera,
pánico infunde al oírla.
De aquí todo el sobresalto,
el fragor que atemoriza
de enemigos invisibles
que, sin embargo, adivinan.
Que vuelva otra vez la noche
los metimneños ansían,
confiando en que las tinieblas
de salvaguardia les sirva.
A nadie en su sano juicio,
jamás se le ocultaría
que es la cólera de Pan
la que el tumulto origina.
Pero, ignorantes, al ser
víctimas de una mentira,
el motivo de tal cólera
ni sospechan, ni imaginan.
Culminando estos prodigios,
llegado ya el mediodía,
al capitán vence el sueño
por disposición divina.
En un cerro que hacia el mar
media luna delimita,
en cuyo seno las ondas
se balancean tranquilas
brindando seguro puerto
a las naves fugitivas,
recalan, echando el ancla
a distancia de la orilla
—no quieren ser sorprendidos
por la gente campesina
que, persiguiendo venganza,
su desventura consigan.
Como disponen de todo,
producto de su rapiña,
conmemoran la victoria
fácilmente conseguida:
de más comen, regalados,
y beben en demasía;
después, se dan a los juegos
y aficiones deportivas.
Así pasan la jornada,
pero a la noche, imprevista,
una tormenta de fuego
y de fragor les hostiga.
Relámpagos son y truenos
que parece les envía,
fantasmagórico ejército,
una deidad terrorífica.
Muchos entre sí se llaman,
otros "¡a las armas!" gritan,
éste se cree ya herido,
aquél la muerte imagina;
confuso combate, en fín,
que en la noche escenifica
el pánico responsable
de una conciencia afligida.
Diríase que un combate
sin enemigos se libra,
en el que todos a un tiempo
enfebrecidos deliran.
Si espantosa fue la noche
aún más lo será el día:
cabras y bucos de Dafnis
muestran cuerna florecida
de hiedras con sus corimbos,
como diademas armígeras;
machos y ovejas de Cloe
aullidos de lobo imitan,
y ella con ramas de pino
la cabeza tiene ungida.
En la mar muchos portentos,
así mismo, ocurrirían:
por más que intentan levar
el ancla, ésta se afirma
en el fondo, inamovible,
por ensalmo retenida;
cuando pretenden bogar,
los remos se hacen astillas
—dientes de acero las ondas
de oceánica escofina—;
los delfines al saltar
con sus colas fuerte atizan
a las naves, destrabando
las junturas de sus vigas.
Y todo ello ocurre al son
de una tonante siringa
que resuena en el peñasco,
procedente de su cima.
No es la suya, en forma alguna,
deleitosa melodía,
sino que, trompa guerrera,
pánico infunde al oírla.
De aquí todo el sobresalto,
el fragor que atemoriza
de enemigos invisibles
que, sin embargo, adivinan.
Que vuelva otra vez la noche
los metimneños ansían,
confiando en que las tinieblas
de salvaguardia les sirva.
A nadie en su sano juicio,
jamás se le ocultaría
que es la cólera de Pan
la que el tumulto origina.
Pero, ignorantes, al ser
víctimas de una mentira,
el motivo de tal cólera
ni sospechan, ni imaginan.
Culminando estos prodigios,
llegado ya el mediodía,
al capitán vence el sueño
por disposición divina.
En él Pan se le aparece
y de este modo le avisa:
«¡Oh, impíos y malvados
ciudadanos de Metimna!
¿Cómo os propasasteis tanto
en vuestra loca osadía?
Llevasteis la guerra a los campos
que yo tengo en gran estima;
robasteis todo el ganado
a gentes que sacrifican
en mi honor, con gran respeto,
sus más valiosas primicias;
y arrancasteis de mi altar
a una virgen protegida,
con la que pretende Amor
urdir historia muy linda.
No respetasteis, sagrado,
el santuario de las Ninfas,
ni a mí, que soy el gran Pan,
Señor de campos y silvas.
Nunca con tales despojos,
fruto de impía rapiña,
navegando llegaréis
a las costas de Metimna,
ni escaparéis al sonido
temible de mi siringa.
Os he de anegar al punto,
de peces seréis comida,
si no devolvéis a Cloe
a las bienhechoras Ninfas,
y con Cloe los rebaños
que a su cuidado pacían.
Levántate, pues, y deja
a la muchacha en la orilla,
con los rebaños robados
que a su cuidado tenía.
De ambos guía seré:
vuestro, por mar, a Metimna;
y de Cloe ya por tierra
de sus rebaños seguida.»
Consternado se despierta,
abrumado se espabila,
Briaxis, que así se llama
el jefe de la milicia.
Manda buscar sin demora
a Cloe, la zagalica
que va en una de las naves.
con sus ovejas, cautiva.
Tocada de verde pino,
la encontrarán enseguida,
y al capitán se la llevan
derrochando cortesía.
Éste, no más que la ve,
su identidad certifica,
por las señas que en el sueño
de ella Pan le participa.
En la nave capitana
hasta la costa se arriman,
y Briaxis en tierra firme,
suave, a Cloe deposita;
y, al hacerlo, se oye, dulce,
el toque de una siringa
que desde la roca llega
con pastoril melodía.
Las ovejas y las cabras
entonces del barco brincan,
pero sólo las que Cloe
guardaba al caer prendida.
Sordo, el resto del ganado,
a la señal emitida,
permanecerá en las naves,
en esclavitud sumisa.
A Cloe toda la grey
rodea con alegría,
ya retozando contenta
ya balando complacida.
Las gentes que esto contemplan
en grande se maravillan,
celebrando a Pan con loas
por el poder que acredita:
tanto en tierra como en mar
demuestra soberanía;
con su flauta, a voluntad,
los elementos domina.
Antes de levar el ancla
las naves ya se deslizan
marineras por las ondas,
como por magia movidas;
un delfín, a la de Briaxis,
saltando las olas guía,
lazarillo bienhechor,
abriendo la comitiva.
la peripecia sufrida
desde que embarcó a la fuerza
en las naves enemigas.
La penuria y el oprobio
de contemplarse cautiva,
insultada y azotada,
como bestia, zaherida.
Y le cuenta los prodigios
que en una noche inaudita
acaecieron de súbito
en la enemiga flotilla:
las cabezas de las cabras,
de corimbos florecidas;
el aullar de las ovejas
que al de los lobos imita;
la corona de pino verde
en su cabeza ceñida;
la barahúnda nocturna,
la espantable algarabía;
la tierra ardiendo en mil fuegos,
de magnitud terrorífica;
el mar sembrado de truenos
y resonancias horrísonas;
y una flauta que, alternada,
guerrera era y pacífica.
Por último le indicó,
que, ignorante de la vía
que debían de seguir
por volver con su familia,
un sonido misterioso,
como de suave siringa,
les orienta en el espacio,
por el terreno los guía.
Dafnis reconoce entonces
lo que en el sueño, las Ninfas,
sobre Pan le mencionaran:
sus destrezas belicistas.
Y también le contó él,
cuanto a él le ocurriría,
lo que vio y oyó en la razzia
que hicieron los de Metimna,
y cómo del padecer
—al creerla ya perdida—,
del dolor y el abandono
las Ninfas lo salvarían.
A Cloe, Dafnis después,
cariñoso y tierno, envía
a que dijese a sus padres
—tanto a Lamon como a Dryas—
que preparen lo preciso
para una ofrenda votiva,
una inmolación ritual
a los dioses prometida.
Él, entre tanto, dispone
de sus cabras la más linda,
la corona de corimbos,
—como el mismo Pan haría—,
vierte leche entre sus cuernos,
y después la sacrifica
a las Ninfas tutelares
en oblación preceptiva;
tras lo cual la despelleja,
dejando la piel pendida
junto a las demás ofrendas
que a las Ninfas se destinan.
De vuelta Cloe con toda
la jubilosa familia,
Dafnis una hoguera enciende
con leños de seca encina;
en ella una parte asa
y otra cuece de la víctima
sacrificada, ofreciendo
a las Ninfas las primicias,
y una libación de vino
añejado en gran vasija.
Dispone después un lecho
con retama florecida
y una capa de hojas verdes
esparcidas por encima,
donde coloca la carne
de la cabra y la bebida,
y donde todos, sentados,
a celebrar se dedican.
(sin quitar de los rebaños,
frecuentemente, la vista,
por si el lobo apareciese
de manera sorpresiva).
Cantares después entonan
de tradición muy antigua,
que compusieron pastores
en alabanza a las ninfas.
Llegada la noche, al sueño
allí mismo se confían,
bien al raso o en la gruta,
con placidez campesina.
Cuando ya la aurora asoma
perfilando las colinas,
acordándose de Pan,
un sacrificio organizan:
al manso de la manada,
licenciado ya de esquila,
coronan de pino verde
y al pino de Pan lo arriman.
Tras libaciones de mosto
y alabanzas preceptivas,
al dios de campos y bosques
el gran buco sacrifican.
De gruesa rama lo cuelgan
y le quitan la pellica,
asando su carne al fuego
o cociéndola en marmita,
que en hojas verdes disponen
sobre enramada mullida.
La piel del manso y sus cuernos,
como votivas reliquias,
junto a la imagen del dios
cuelgan del pino, ofrecidas.
Devotos también le ofrecen
las consabidas primicias
sobre las que vierten vino
de hondas ánforas de arcilla.
Cloe, por su parte, canta
pastoriles cancioncillas,
mientras a la flauta Dafnis
le marca la melodía.
Dispusiéronse después
a celebrar la comida
llenos de satisfacción
por la promesa cumplida.
Cuando aparece Filetas
que ofrendas a Pan traía:
unas guirnaldas de hiedra
y unos frutos de sus viñas.
Con su hijo menor, Titiro,
acompañado venía:
rapazuelo de ojos zarcos,
pelo rojo, piel albilla,
una diáfana mirada
tan traviesa como viva
y el paso tan presuroso
que al de los chivos imita.
Levantándose coronan
con las guirnaldas traídas
por Filetas al dios Pan,
y en la copa depositan,
del pino, las uvas dulces
que maduran más tardías.
Se volvieron a sentar
con Filetas, al que invitan
a compartir el banquete
y la camaradería.
Ya algo bebidos, se dieron
—como en los viejos se estila—
a referir mocedades
de la juventud perdida:
cómo cuidaban del hato,
con qué esmero lo atendían;
cuántas veces se salvaron
de las torvas correrías
que piratas y bandidos
hicieron en la provincia.
Éste, que a un lobo mató
con el bastón como pica;
aquél, que si sólo ante Pan
cede en tocar la siringa
(esta última jactancia
es Filetas quien la libra).
Dafnis y Cloe le ruegan
les muestre su maestría
en sonsacarle a la flauta
mil melodías distintas,
máxime en esta ocasión
de celebración festiva
dedicada al inventor
de la pastoril siringa.
Consiente en tocar Filetas,
aunque previamente avisa
que es probable que el resuello
necesario no le asista.
Toma la flauta de Dafnis,
pero la ve tan sencilla
que su maestría en ella
apenas sí luciría.
Por ello a su hijo Titiro
a por su zampoña envía;
diez estadios de trayecto
a través de las colinas.
El rapazuelo, ligero,
la vestimenta se quita
y parte, semidesnudo,
como gamo, a toda prisa.
Lamón, por entretener
mientras Titiro volvía,
se puso a contar la fábula
de la náyade Siringa
tal y como la escuchó
a un cabrero de Sicilia,
al que un cabrón y una flauta
por su relato daría.
«No era flauta pastoril
antiguamente Siringa,
sino una virgen hermosa,
de bella voz, cantarina.
Cuidaba cabras, jugaba
en los bosques con las ninfas
y, primorosa, cantaba
dulcemente todo el día.
Pan, al verla con las cabras
triscar y cantar, se anima
a pedirle que consienta
en todo cuanto le pida,
ofreciéndole él a cambio
fecunda contrapartida:
todas sus cabras gemelos
cabritillos parirían.
Ella de este amor se burla,
no quiere galanterías
de quien, cabrón por abajo,
sólo es hombre por arriba.
Pan entonces la persigue
por tomarla a fuerza viva...
del libidinoso acoso
escapa veloz Siringa
hacia unos cañaverales,
por buscar allí guarida:
en la ciénaga, tragada,
la hermosa virgen termina.
Al no hallar a la zagala
Pan barrunta la desdicha,
y en la pena inconsolable
forjará una alternativa:
con un puñado de cañas
desiguales, realiza
(ayudándose de cera
virgen para bien unirlas)
un instrumento de viento
que al viento la voz reviva
de aquella virgen doncella
de voz bella y cantarina.»
Termina Lamón su fábula,
ojos vidriosos lo miran,
la emoción se hace patente
en la audiencia campesina.
Como oyente complacido
Filetas le felicita
por la dulzura al contar
que a un cantar más se asimila.
Al fin Titiro aparece
con la flauta requerida:
es grande, de gruesas cañas
con cera virgen unidas,
y sobre la cera adornos
de filigranas broncíneas.
Diríase que esa fuera
la primitiva siringa
que Pan crease en recuerdo
de la desdichada ninfa.
Filetas ya se endereza
y bien sentado se estira,
y tomando la zampoña
con solemnidad la afina:
prueba que el aire en los tubos
sin obstáculos transita,
emitiendo en cada uno
la tonalidad prevista.
Tras lo cual, con brío propio
de asombrosa lozanía,
sopla tal que tal parece
sean varias las siringas
que en concierto, sus sonidos
vigorosos, armonizan.
Después templa la vehemencia
a más suave melodía,
exhibiendo el repertorio
de música pastoricia:
el que agrada a la vacada,
el que a las cabras cautiva,
el que gusta a las ovejas
y a las lindas pastorcicas;
para las ovejas dulce,
grave para las bovinas,
para las cabras agudo
y alegre para las chicas:
el son, según su objetivo,
el hábil pastor varía.
Lo que para ser logrado
diversas flautas precisa,
virtuoso en grado sumo,
con la suya él lo imita.
Los demás escuchan esto
en silencio y con delicia,
hasta que llega el momento
en que se levanta Dryas
para pedir a Filetas
una danza de vendimia.
Cuando las primeras notas
por el aire se deslizan
Dryas comienza su baile
de emulación dionisíaca:
ora hace que recolecta
los racimos de las viñas,
ora que acarrea en cestos
la cosecha recogida;
ora emula con donaire
el estrujar de la pisa,
ora que trasiega el mosto
llenando con él las tinas,
ora que lo prueba ufano
con expresión exquisita.
Y todo imita bailando
de una forma tan verídica
que parece aún más real
que la realidad más vívida.
Así el tercer viejo luce
su habilidad danzarina,
tras lo cual a Cloe y Dafnis
con un beso los anima.
Éstos, alzándose al punto,
a interpretar se concitan
la fábula que Lamón
antes les relataría.
Dafnis hará de Pan, Cloe
interpretará a Siringa,
y tal como se contó
la fábula dramatizan:
mientras él le pide amor,
ella burlona le evita;
él entonces la persigue,
ella acusa la fatiga
y se oculta en unas matas
que hacen las veces de cisca,
allí simula que se hunde
en las tierras movedizas.
Dafnis busca y no la encuentra,
mira en torno y se ilumina:
la gran flauta de Filetas
en su congoja le auxilia.
Ya toca con tono débil,
como de alguien que suplica,
ya con tono apasionado
del que pretende conquista,
ya con tono dulce y suave
de quien busca y solicita.
Impresionado Filetas
ante tanta maravilla,
se levanta y dando un beso
al rapaz le gratifica:
su gran flauta le regala
y le emplaza a que, en su día,
al que iguale su excelencia
se la ceda, merecida.
Dafnis, por último, ofrenda
a Pan su propia siringa,
y en el pino se la cuelga
junto a la piel ya ofrecida.
Hecho esto, besa a Cloe
como si en verdad perdida
al fin la hallara de nuevo
sana y salva, rediviva.
Después, se lleva sus cabras,
en la música embebidas
de la flauta que a Filetas
tanto y bien le serviría.
Como la noche se cierne
Cloe también se retira,
y así, con el mismo son,
cabras y ovejas caminan.
Juntos van Dafnis y Cloe
en la noche esclarecida,
hablando de todo un poco,
sintiendo su mucha dicha,
surcando la oscuridad
como estrellas andarinas
cuyo amor incandescente
entre las tinieblas brilla.
Al llegar a su destino,
su embeleso se concita
para unirse al día siguiente
más temprano todavía.
En efecto, así lo hicieron
y rayando el alba ya iban
de la mano por el prado
a la gruta de las Ninfas.
Atentos, las saludaron,
y, después, los buenos días
a Pan dieron, bajo el pino
do su imagen está erguida.
Realizados los saludos
se sientan sobre la encina,
tocan la flauta juntos
y se hacen zalamerías:
ya se besan, ya se abrazan,
ya se acuestan sin lascivia.
Cuando el hambre, del bregar
en amores, les conmina
se sirven vino con leche
—energética bebida
que alimento es de pastores,
festín de gente sencilla.
Acalorados por esto,
la audacia así recrecida,
se enredan en amorosa
y retadora porfía,
que acaba con la exigencia
de lealtad fidedigna.
Dafnis, bajo el pino, jura
por Pan que ni un solo día
ha de vivir sin su Cloe,
o si no que ya no viva;
Cloe, yendo hacia la gruta,
juramento ante las Ninfas,
de ser en vida y en muerte
de Dafnis, materializa.
Pero Cloe, en su inocencia
y su candidez de niña,
quiere que Dafnis renueve
la lealtad comprometida:
«¡Oh, Dafnis —ella le dijo—
en Pan poco se confía,
pues es pícaro y travieso,
de virtud antojadiza:
tan pronto a Pitis adora,
como, después, a Siringa,
no cesa de perseguir
las dríades arborícolas,
y se emplea de continuo
en complacer a las ninfas.
Si no cumples tu palabra
sólo, cómplice, su risa
obtendrás como castigo;
así tengas más queridas
que cañutos su zampoña,
o que pelos su barbilla.
Júrame por tu rebaño
y por tu cabra nodriza
no abandonar nunca a Cloe
mientras ella fiel te siga.
Y si Cloe te faltare
—perjura a ti y a las Ninfas—,
húyela y aborrécela,
como a loba sacrifica.»
Mucho Dafnis se complace
con las dudas preventivas
de Cloe, pues prueba son
del amor que en ella anida.
De pie, cabe su rebaño
el momento solemniza,
—sobre una cabra una mano,
sobre un cabrón la otra arrima—
lanzando este juramento,
addenda al que antes hacía:
«Juro amar a Cloe mientras
ella me ame, complacida;
y si es que ella amase a otro,
—culpa, más que de ella, mía—
antes me matara yo
que quitarle a ella la vida.»
Cloe se huelga del voto,
creyéndolo a pies juntillas,
pues, en su ingenuo sentir
de pastora y doncellica,
piensa que ovejas y cabras
son entidades divinas,
deidades de cabrerizos
y de zagalas sencillas.
(Fin del Libro II)
y de este modo le avisa:
«¡Oh, impíos y malvados
ciudadanos de Metimna!
¿Cómo os propasasteis tanto
en vuestra loca osadía?
Llevasteis la guerra a los campos
que yo tengo en gran estima;
robasteis todo el ganado
a gentes que sacrifican
en mi honor, con gran respeto,
sus más valiosas primicias;
y arrancasteis de mi altar
a una virgen protegida,
con la que pretende Amor
urdir historia muy linda.
No respetasteis, sagrado,
el santuario de las Ninfas,
ni a mí, que soy el gran Pan,
Señor de campos y silvas.
Nunca con tales despojos,
fruto de impía rapiña,
navegando llegaréis
a las costas de Metimna,
ni escaparéis al sonido
temible de mi siringa.
Os he de anegar al punto,
de peces seréis comida,
si no devolvéis a Cloe
a las bienhechoras Ninfas,
y con Cloe los rebaños
que a su cuidado pacían.
Levántate, pues, y deja
a la muchacha en la orilla,
con los rebaños robados
que a su cuidado tenía.
De ambos guía seré:
vuestro, por mar, a Metimna;
y de Cloe ya por tierra
de sus rebaños seguida.»
Consternado se despierta,
abrumado se espabila,
Briaxis, que así se llama
el jefe de la milicia.
Manda buscar sin demora
a Cloe, la zagalica
que va en una de las naves.
con sus ovejas, cautiva.
Tocada de verde pino,
la encontrarán enseguida,
y al capitán se la llevan
derrochando cortesía.
Éste, no más que la ve,
su identidad certifica,
por las señas que en el sueño
de ella Pan le participa.
En la nave capitana
hasta la costa se arriman,
y Briaxis en tierra firme,
suave, a Cloe deposita;
y, al hacerlo, se oye, dulce,
el toque de una siringa
que desde la roca llega
con pastoril melodía.
Las ovejas y las cabras
entonces del barco brincan,
pero sólo las que Cloe
guardaba al caer prendida.
Sordo, el resto del ganado,
a la señal emitida,
permanecerá en las naves,
en esclavitud sumisa.
A Cloe toda la grey
rodea con alegría,
ya retozando contenta
ya balando complacida.
Las gentes que esto contemplan
en grande se maravillan,
celebrando a Pan con loas
por el poder que acredita:
tanto en tierra como en mar
demuestra soberanía;
con su flauta, a voluntad,
los elementos domina.
Antes de levar el ancla
las naves ya se deslizan
marineras por las ondas,
como por magia movidas;
un delfín, a la de Briaxis,
saltando las olas guía,
lazarillo bienhechor,
abriendo la comitiva.
Mientras en tierra una música
de flauta suena, suavísima
que guía a cabras y ovejas
que guía a cabras y ovejas
entre las suaves colinas
como hechizadas, de vuelta
al monte y la pradería
donde solían pacer
al monte y la pradería
donde solían pacer
con su gentil pastorcica.
A la hora en que el ganado
por segunda vez visita,
por comer, el tierno pasto
en el transcurso del día,
ese tiempo en que la siesta,
si gozada, ya se olvida,
y el sol, ya menos ardiente,
en su camino declina,
Dafnis, que en una atalaya
el horizonte vigila,
ve venir a los rebaños
junto a su Cloe querida.
«¡Oh Pan! ¡Oh Ninfas!», exclama,
bajando de las colinas
más rápido que la voz
con que, mientras corre, grita.
Es tan grande la emoción,
tal la zozobra sufrida,
que cuando llega ante Cloe
como muerto se derriba.
De la boca de su amada,
Dafnis, sin sentido, aspira
el aliento de los besos
hasta que al fin resucita.
Tras volver en sí, se van
a la encina que solían,
y allí, entre abrazos y besos,
le relate, solicita
Dafnis, las circunstancias
que su libertad explican.
Con detalle Cloe narrapor segunda vez visita,
por comer, el tierno pasto
en el transcurso del día,
ese tiempo en que la siesta,
si gozada, ya se olvida,
y el sol, ya menos ardiente,
en su camino declina,
Dafnis, que en una atalaya
el horizonte vigila,
ve venir a los rebaños
junto a su Cloe querida.
«¡Oh Pan! ¡Oh Ninfas!», exclama,
bajando de las colinas
más rápido que la voz
con que, mientras corre, grita.
Es tan grande la emoción,
tal la zozobra sufrida,
que cuando llega ante Cloe
como muerto se derriba.
De la boca de su amada,
Dafnis, sin sentido, aspira
el aliento de los besos
hasta que al fin resucita.
Tras volver en sí, se van
a la encina que solían,
y allí, entre abrazos y besos,
le relate, solicita
Dafnis, las circunstancias
que su libertad explican.
la peripecia sufrida
desde que embarcó a la fuerza
en las naves enemigas.
La penuria y el oprobio
de contemplarse cautiva,
insultada y azotada,
como bestia, zaherida.
Y le cuenta los prodigios
que en una noche inaudita
acaecieron de súbito
en la enemiga flotilla:
las cabezas de las cabras,
de corimbos florecidas;
el aullar de las ovejas
que al de los lobos imita;
la corona de pino verde
en su cabeza ceñida;
la barahúnda nocturna,
la espantable algarabía;
la tierra ardiendo en mil fuegos,
de magnitud terrorífica;
el mar sembrado de truenos
y resonancias horrísonas;
y una flauta que, alternada,
guerrera era y pacífica.
Por último le indicó,
que, ignorante de la vía
que debían de seguir
por volver con su familia,
un sonido misterioso,
como de suave siringa,
les orienta en el espacio,
por el terreno los guía.
Dafnis reconoce entonces
lo que en el sueño, las Ninfas,
sobre Pan le mencionaran:
sus destrezas belicistas.
Y también le contó él,
cuanto a él le ocurriría,
lo que vio y oyó en la razzia
que hicieron los de Metimna,
y cómo del padecer
—al creerla ya perdida—,
del dolor y el abandono
las Ninfas lo salvarían.
A Cloe, Dafnis después,
cariñoso y tierno, envía
a que dijese a sus padres
—tanto a Lamon como a Dryas—
que preparen lo preciso
para una ofrenda votiva,
una inmolación ritual
a los dioses prometida.
Él, entre tanto, dispone
de sus cabras la más linda,
la corona de corimbos,
—como el mismo Pan haría—,
vierte leche entre sus cuernos,
y después la sacrifica
a las Ninfas tutelares
en oblación preceptiva;
tras lo cual la despelleja,
dejando la piel pendida
junto a las demás ofrendas
que a las Ninfas se destinan.
De vuelta Cloe con toda
la jubilosa familia,
Dafnis una hoguera enciende
con leños de seca encina;
en ella una parte asa
y otra cuece de la víctima
sacrificada, ofreciendo
a las Ninfas las primicias,
y una libación de vino
añejado en gran vasija.
Dispone después un lecho
con retama florecida
y una capa de hojas verdes
esparcidas por encima,
donde coloca la carne
de la cabra y la bebida,
y donde todos, sentados,
a celebrar se dedican.
(sin quitar de los rebaños,
frecuentemente, la vista,
por si el lobo apareciese
de manera sorpresiva).
Cantares después entonan
de tradición muy antigua,
que compusieron pastores
en alabanza a las ninfas.
Llegada la noche, al sueño
allí mismo se confían,
bien al raso o en la gruta,
con placidez campesina.
Cuando ya la aurora asoma
perfilando las colinas,
acordándose de Pan,
un sacrificio organizan:
al manso de la manada,
licenciado ya de esquila,
coronan de pino verde
y al pino de Pan lo arriman.
Tras libaciones de mosto
y alabanzas preceptivas,
al dios de campos y bosques
el gran buco sacrifican.
De gruesa rama lo cuelgan
y le quitan la pellica,
asando su carne al fuego
o cociéndola en marmita,
que en hojas verdes disponen
sobre enramada mullida.
La piel del manso y sus cuernos,
como votivas reliquias,
junto a la imagen del dios
cuelgan del pino, ofrecidas.
Devotos también le ofrecen
las consabidas primicias
sobre las que vierten vino
de hondas ánforas de arcilla.
Cloe, por su parte, canta
pastoriles cancioncillas,
mientras a la flauta Dafnis
le marca la melodía.
Dispusiéronse después
a celebrar la comida
llenos de satisfacción
por la promesa cumplida.
Cuando aparece Filetas
que ofrendas a Pan traía:
unas guirnaldas de hiedra
y unos frutos de sus viñas.
Con su hijo menor, Titiro,
acompañado venía:
rapazuelo de ojos zarcos,
pelo rojo, piel albilla,
una diáfana mirada
tan traviesa como viva
y el paso tan presuroso
que al de los chivos imita.
Levantándose coronan
con las guirnaldas traídas
por Filetas al dios Pan,
y en la copa depositan,
del pino, las uvas dulces
que maduran más tardías.
Se volvieron a sentar
con Filetas, al que invitan
a compartir el banquete
y la camaradería.
Ya algo bebidos, se dieron
—como en los viejos se estila—
a referir mocedades
de la juventud perdida:
cómo cuidaban del hato,
con qué esmero lo atendían;
cuántas veces se salvaron
de las torvas correrías
que piratas y bandidos
hicieron en la provincia.
Éste, que a un lobo mató
con el bastón como pica;
aquél, que si sólo ante Pan
cede en tocar la siringa
(esta última jactancia
es Filetas quien la libra).
Dafnis y Cloe le ruegan
les muestre su maestría
en sonsacarle a la flauta
mil melodías distintas,
máxime en esta ocasión
de celebración festiva
dedicada al inventor
de la pastoril siringa.
Consiente en tocar Filetas,
aunque previamente avisa
que es probable que el resuello
necesario no le asista.
Toma la flauta de Dafnis,
pero la ve tan sencilla
que su maestría en ella
apenas sí luciría.
Por ello a su hijo Titiro
a por su zampoña envía;
diez estadios de trayecto
a través de las colinas.
El rapazuelo, ligero,
la vestimenta se quita
y parte, semidesnudo,
como gamo, a toda prisa.
Lamón, por entretener
mientras Titiro volvía,
se puso a contar la fábula
de la náyade Siringa
tal y como la escuchó
a un cabrero de Sicilia,
al que un cabrón y una flauta
por su relato daría.
«No era flauta pastoril
antiguamente Siringa,
sino una virgen hermosa,
de bella voz, cantarina.
Cuidaba cabras, jugaba
en los bosques con las ninfas
y, primorosa, cantaba
dulcemente todo el día.
Pan, al verla con las cabras
triscar y cantar, se anima
a pedirle que consienta
en todo cuanto le pida,
ofreciéndole él a cambio
fecunda contrapartida:
todas sus cabras gemelos
cabritillos parirían.
Ella de este amor se burla,
no quiere galanterías
de quien, cabrón por abajo,
sólo es hombre por arriba.
Pan entonces la persigue
por tomarla a fuerza viva...
del libidinoso acoso
escapa veloz Siringa
hacia unos cañaverales,
por buscar allí guarida:
en la ciénaga, tragada,
la hermosa virgen termina.
Al no hallar a la zagala
Pan barrunta la desdicha,
y en la pena inconsolable
forjará una alternativa:
con un puñado de cañas
desiguales, realiza
(ayudándose de cera
virgen para bien unirlas)
un instrumento de viento
que al viento la voz reviva
de aquella virgen doncella
de voz bella y cantarina.»
Termina Lamón su fábula,
ojos vidriosos lo miran,
la emoción se hace patente
en la audiencia campesina.
Como oyente complacido
Filetas le felicita
por la dulzura al contar
que a un cantar más se asimila.
Al fin Titiro aparece
con la flauta requerida:
es grande, de gruesas cañas
con cera virgen unidas,
y sobre la cera adornos
de filigranas broncíneas.
Diríase que esa fuera
la primitiva siringa
que Pan crease en recuerdo
de la desdichada ninfa.
Filetas ya se endereza
y bien sentado se estira,
y tomando la zampoña
con solemnidad la afina:
prueba que el aire en los tubos
sin obstáculos transita,
emitiendo en cada uno
la tonalidad prevista.
Tras lo cual, con brío propio
de asombrosa lozanía,
sopla tal que tal parece
sean varias las siringas
que en concierto, sus sonidos
vigorosos, armonizan.
Después templa la vehemencia
a más suave melodía,
exhibiendo el repertorio
de música pastoricia:
el que agrada a la vacada,
el que a las cabras cautiva,
el que gusta a las ovejas
y a las lindas pastorcicas;
para las ovejas dulce,
grave para las bovinas,
para las cabras agudo
y alegre para las chicas:
el son, según su objetivo,
el hábil pastor varía.
Lo que para ser logrado
diversas flautas precisa,
virtuoso en grado sumo,
con la suya él lo imita.
Los demás escuchan esto
en silencio y con delicia,
hasta que llega el momento
en que se levanta Dryas
para pedir a Filetas
una danza de vendimia.
Cuando las primeras notas
por el aire se deslizan
Dryas comienza su baile
de emulación dionisíaca:
ora hace que recolecta
los racimos de las viñas,
ora que acarrea en cestos
la cosecha recogida;
ora emula con donaire
el estrujar de la pisa,
ora que trasiega el mosto
llenando con él las tinas,
ora que lo prueba ufano
con expresión exquisita.
Y todo imita bailando
de una forma tan verídica
que parece aún más real
que la realidad más vívida.
Así el tercer viejo luce
su habilidad danzarina,
tras lo cual a Cloe y Dafnis
con un beso los anima.
Éstos, alzándose al punto,
a interpretar se concitan
la fábula que Lamón
antes les relataría.
Dafnis hará de Pan, Cloe
interpretará a Siringa,
y tal como se contó
la fábula dramatizan:
mientras él le pide amor,
ella burlona le evita;
él entonces la persigue,
ella acusa la fatiga
y se oculta en unas matas
que hacen las veces de cisca,
allí simula que se hunde
en las tierras movedizas.
Dafnis busca y no la encuentra,
mira en torno y se ilumina:
la gran flauta de Filetas
en su congoja le auxilia.
Ya toca con tono débil,
como de alguien que suplica,
ya con tono apasionado
del que pretende conquista,
ya con tono dulce y suave
de quien busca y solicita.
Impresionado Filetas
ante tanta maravilla,
se levanta y dando un beso
al rapaz le gratifica:
su gran flauta le regala
y le emplaza a que, en su día,
al que iguale su excelencia
se la ceda, merecida.
Dafnis, por último, ofrenda
a Pan su propia siringa,
y en el pino se la cuelga
junto a la piel ya ofrecida.
Hecho esto, besa a Cloe
como si en verdad perdida
al fin la hallara de nuevo
sana y salva, rediviva.
Después, se lleva sus cabras,
en la música embebidas
de la flauta que a Filetas
tanto y bien le serviría.
Como la noche se cierne
Cloe también se retira,
y así, con el mismo son,
cabras y ovejas caminan.
Juntos van Dafnis y Cloe
en la noche esclarecida,
hablando de todo un poco,
sintiendo su mucha dicha,
surcando la oscuridad
como estrellas andarinas
cuyo amor incandescente
entre las tinieblas brilla.
Al llegar a su destino,
su embeleso se concita
para unirse al día siguiente
más temprano todavía.
En efecto, así lo hicieron
y rayando el alba ya iban
de la mano por el prado
a la gruta de las Ninfas.
Atentos, las saludaron,
y, después, los buenos días
a Pan dieron, bajo el pino
do su imagen está erguida.
Realizados los saludos
se sientan sobre la encina,
tocan la flauta juntos
y se hacen zalamerías:
ya se besan, ya se abrazan,
ya se acuestan sin lascivia.
Cuando el hambre, del bregar
en amores, les conmina
se sirven vino con leche
—energética bebida
que alimento es de pastores,
festín de gente sencilla.
Acalorados por esto,
la audacia así recrecida,
se enredan en amorosa
y retadora porfía,
que acaba con la exigencia
de lealtad fidedigna.
Dafnis, bajo el pino, jura
por Pan que ni un solo día
ha de vivir sin su Cloe,
o si no que ya no viva;
Cloe, yendo hacia la gruta,
juramento ante las Ninfas,
de ser en vida y en muerte
de Dafnis, materializa.
Pero Cloe, en su inocencia
y su candidez de niña,
quiere que Dafnis renueve
la lealtad comprometida:
«¡Oh, Dafnis —ella le dijo—
en Pan poco se confía,
pues es pícaro y travieso,
de virtud antojadiza:
tan pronto a Pitis adora,
como, después, a Siringa,
no cesa de perseguir
las dríades arborícolas,
y se emplea de continuo
en complacer a las ninfas.
Si no cumples tu palabra
sólo, cómplice, su risa
obtendrás como castigo;
así tengas más queridas
que cañutos su zampoña,
o que pelos su barbilla.
Júrame por tu rebaño
y por tu cabra nodriza
no abandonar nunca a Cloe
mientras ella fiel te siga.
Y si Cloe te faltare
—perjura a ti y a las Ninfas—,
húyela y aborrécela,
como a loba sacrifica.»
Mucho Dafnis se complace
con las dudas preventivas
de Cloe, pues prueba son
del amor que en ella anida.
De pie, cabe su rebaño
el momento solemniza,
—sobre una cabra una mano,
sobre un cabrón la otra arrima—
lanzando este juramento,
addenda al que antes hacía:
«Juro amar a Cloe mientras
ella me ame, complacida;
y si es que ella amase a otro,
—culpa, más que de ella, mía—
antes me matara yo
que quitarle a ella la vida.»
Cloe se huelga del voto,
creyéndolo a pies juntillas,
pues, en su ingenuo sentir
de pastora y doncellica,
piensa que ovejas y cabras
son entidades divinas,
deidades de cabrerizos
y de zagalas sencillas.
(Fin del Libro II)
Charles Hazelwood Shannon (and Charles Ricketts), woodcut illustrations
to Thornley's translation of Longus Daphnis and Chloe
Ballantyne Press [The Vale Press]: London 1893
Las imágenes que se adjuntan están tomadas, en su mayor parte, del British Museum;
completadas con otras de diversas fuentes de la red
Cover Book
.
Daphnis and Chloe - Charles de Sousy Ricketts
.
Daphnis and Chloe - Charles Hazelwood Shannon, woodcut illust to Thornley's translation
of Longus 'Daphnis and Chloe'_pag.3
.
Daphnis and Chloe - Charles Hazelwood Shannon, woodcut illust to Thornley's translation
of Longus 'Daphnis and Chloe'_pag.5
.
Daphnis and Chloe - Charles Hazelwood Shannon, woodcut illust to Thornley's translation
of Longus 'Daphnis and Chloe'_pag.7
.
Daphnis and Chloe - Charles Hazelwood Shannon, woodcut illust to Thornley's translation
of Longus 'Daphnis and Chloe'_pag.13
.
Daphnis and Chloe - Charles Hazelwood Shannon, woodcut illust to Thornley's translation
of Longus 'Daphnis and Chloe'_pag.15
.
Daphnis and Chloe - Charles Hazelwood Shannon, woodcut illust to Thornley's translation
of Longus 'Daphnis and Chloe'_pag.17
.
Daphnis and Chloe - Charles Hazelwood Shannon, woodcut illust to Thornley's translation
of Longus 'Daphnis and Chloe'_pag.17 (B&W)
.
Daphnis and Chloe - Charles Hazelwood Shannon, woodcut illust to Thornley's translation
of Longus 'Daphnis and Chloe'_pag.19
.
Daphnis and Chloe - Charles Hazelwood Shannon, woodcut illust to Thornley's translation
of Longus 'Daphnis and Chloe'_pag.21 (+ saturated)
.
Daphnis and Chloe - Charles Hazelwood Shannon, woodcut illust to Thornley's translation
of Longus 'Daphnis and Chloe'_pag.21 (– saturated)
.
Daphnis and Chloe - Charles Hazelwood Shannon, woodcut illust to Thornley's translation
of Longus 'Daphnis and Chloe'_pag.25
.
Daphnis and Chloe - Charles Hazelwood Shannon, woodcut illust to Thornley's translation
of Longus 'Daphnis and Chloe'_pag.26
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Daphnis and Chloe - Charles Hazelwood Shannon, woodcut illust to Thornley's translation
of Longus 'Daphnis and Chloe'_pag.27
.
Daphnis and Chloe - Charles Hazelwood Shannon, woodcut illust to Thornley's translation
of Longus 'Daphnis and Chloe'_pag.29
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Daphnis and Chloe - Charles Hazelwood Shannon, woodcut illust to Thornley's translation
of Longus 'Daphnis and Chloe'_pag.32
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Daphnis and Chloe - Charles Hazelwood Shannon, woodcut illust to Thornley's translation
of Longus 'Daphnis and Chloe'_pag.33
.
Daphnis and Chloe - Charles Hazelwood Shannon, woodcut illust to Thornley's translation
of Longus 'Daphnis and Chloe'_pag.37
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Daphnis and Chloe - Charles Hazelwood Shannon, woodcut illust to Thornley's translation
of Longus 'Daphnis and Chloe'_pag.41
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Daphnis and Chloe - Charles Hazelwood Shannon, woodcut illust to Thornley's translation
of Longus 'Daphnis and Chloe'_pag.45
.
Daphnis and Chloe - Charles Hazelwood Shannon, woodcut illust to Thornley's translation
of Longus 'Daphnis and Chloe'_pag.51
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Daphnis and Chloe - Charles Hazelwood Shannon, woodcut illust to Thornley's translation
of Longus 'Daphnis and Chloe'_pag.57
.
Daphnis and Chloe - Charles Hazelwood Shannon, woodcut illust to Thornley's translation
of Longus 'Daphnis and Chloe'_pag.61
.
Daphnis and Chloe - Charles Hazelwood Shannon, woodcut illust to Thornley's translation
of Longus 'Daphnis and Chloe'_pag.69
.
Daphnis and Chloe - Charles Hazelwood Shannon, woodcut illust to Thornley's translation
of Longus 'Daphnis and Chloe'_pag.73 (B&W)
.
Daphnis and Chloe - Charles Hazelwood Shannon, woodcut illust to Thornley's translation
of Longus 'Daphnis and Chloe'_pag.73
.
Daphnis and Chloe - Charles Hazelwood Shannon, woodcut illust to Thornley's translation
of Longus 'Daphnis and Chloe'_pag.75 (B&W)
.
Daphnis and Chloe - Charles Hazelwood Shannon, woodcut illust to Thornley's translation
of Longus 'Daphnis and Chloe'_pag.75
.
Daphnis and Chloe - Charles Hazelwood Shannon, woodcut illust to Thornley's translation
of Longus 'Daphnis and Chloe'_pag.87
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Daphnis and Chloe - Charles Hazelwood Shannon, woodcut illust to Thornley's translation
of Longus 'Daphnis and Chloe'_pag.89
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Daphnis and Chloe - Charles Hazelwood Shannon, woodcut illust to Thornley's translation
of Longus 'Daphnis and Chloe'_pag.89 (B&W)
.
Daphnis and Chloe - Charles Hazelwood Shannon, woodcut illust to Thornley's translation
of Longus 'Daphnis and Chloe'_pag.93
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Daphnis and Chloe - Charles Hazelwood Shannon, woodcut illust to Thornley's translation
of Longus 'Daphnis and Chloe'_pag.93
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Daphnis and Chloe - Charles Hazelwood Shannon, woodcut illust to Thornley's translation
of Longus 'Daphnis and Chloe'_pag.96 (+ saturated)
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Daphnis and Chloe - Charles Hazelwood Shannon, woodcut illust to Thornley's translation
of Longus 'Daphnis and Chloe'_pag.96 (– saturated)
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Daphnis and Chloe - Charles Hazelwood Shannon, woodcut illust to Thornley's translation
of Longus 'Daphnis and Chloe'_pag.97 (+ saturated)
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Daphnis and Chloe - Charles Hazelwood Shannon, woodcut illust to Thornley's translation
of Longus 'Daphnis and Chloe'_pag.97 (– saturated)
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Daphnis and Chloe - Charles Hazelwood Shannon, woodcut illust to Thornley's translation
of Longus 'Daphnis and Chloe'_pag.103
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Daphnis and Chloe - Charles Hazelwood Shannon, woodcut illust to Thornley's translation
of Longus 'Daphnis and Chloe'_pag.106 (c 1893)
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Daphnis and Chloe - Charles Hazelwood Shannon, woodcut illust to Thornley's translation
of Longus 'Daphnis and Chloe'_pag.unknown
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