martes, 24 de agosto de 2010

Paraísos Perdidos


"Tomó, pues, Jehová Dios al hombre,
y lo puso en el Paraíso del deleite
para que lo labrara y lo guardase."
Génesis 2:15

¡Paraíso Perdido!
Perdido por buscarte,
yo, sin luz para siempre
Rafael Alberti

PREÁMBULO
¿De dónde la idea de Paraíso? ¿Por qué su necesidad? Estas son las dos preguntas capitales para introducirnos en el evocador mundo de lo paradisíaco.
La idea de paraíso está muy arraigada en la conciencia humana, sea cual sea la cultura a la que pertenezca: hay paraísos en todas las religiones de todas las latitudes y siempre, siempre, se asocian a espacios donde el ser humano vive en une estado de felicidad perpetua, sin estar sometido al yugo de lo necesario ni a la servidumbre del dolor o la inquietud o la ansiedad... Son espacios idílicos en el que los hombres están integrados con el medio que les rodea -el medio natural-; y muchas veces son celadores de él, cuando no una especie de gestores de su incorruptible patrimonio, de su sostenibilidad -por emplear un término al uso.
Así pues, la idea de paraíso se impondría a la conciencia del hombre como ese lugar libre de todo sufrimiento -o lo más cercano a ello-, asociado siempre a una época de oro de la Humanidad (repito, sea cual sea la cultura que represente esa Humanidad) en que los hombres estaban en un plano de igualdad con los dioses: ausencia de dolor, de sufrimiento por tanto, de necesidades, gozando de eterna juventud y felicidad, en una existencia deleitosa y placentera continua. Esta es la idea.

La necesidad del ser humano en hacer germinar esta idea de un paraíso donde nada de lo que habitualmente le acucia y somete existe, es simple: como ser inteligente y dotado de conciencia premonitiva y temporal, y consciente, pues, no solo de que está expuesto al dolor y al sufrimiento en cualquier momento, sino a su propia extinción -es decir, a su muerte- irremediablemente, le es imperioso imaginar un lugar a salvo de todo esto, y le es imperioso imaginar que este lugar ha existido en el pasado, para que pueda tener, así, la posibilidad de existencia futura, reportando, de esta forma, algo de tranquilidad y sosiego al vértigo de ese fatal conocimiento. De aquí la necesidad.

Hay dos tipos de paraísos: los naturales y los artificiales. A los primeros pertenecerían el Jardín del Edén bíblico, y todos los locus amoenus que en el mundo han sido, son y serán -lugares de deleite, bellos, bucólicos, pastoriles, asociados siempre al mítico edén; espacios naturales donde el ser humano vive al abrigo de la necesidad-.
A los segundos pertenecerían esos espacios creados por el ser humano para sentir una seguridad que no halla en su vida habitual. Estos paraísos artificiales no están supeditados a un lugar físico, muchas veces lo constituyen un estado mental y/o espiritual únicamente.

(de aquí la idea de paraísos artificiales de Charles Baudelaire: las sustancias o los estados anímicos que proporcionan la embriaguez necesaria para que el ser humano olvide, mientras dura su efecto, las penalidades, las servidumbres al dolor, y el paso del tiempo inexorable que le conduce a la decrepitud y la muerte. Así, son puertas de acceso a estos idílicos lugares psíquicos las sustancias psicotrópicas, es decir, las drogas: alcohol, opio, LSD, peyote, etc. Pero también estados anímicos que provocan la embriaguez: como el amor, o el estado creativo del artista.)
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Tras este preámbulo, introduzco directamente el tema de este primer post dedicado a los paraísos perdidos. Aquellos, generalmente físicos, en que el hombre se siente en sintonía con una naturaleza que no es ya amenazadora, sino fuente de felicidad: proveedora de alimento, de cobijo, de diversión, de placidez, de contemplación,...
Volvemos a contar con la inestimable colaboración de Beatriz Basenji que con un relato sobre un paraíso, por desgracia ya perdido, nos acerca a esta realidad: los paraísos han existido en el pasado, quizás aún quede alguno en el presente, y su existencia no es muy diferente a la que podríamos tener hoy día si tuviésemos más en cuenta las necesidades reales del ser humano, su equilibrio, su armonía con el medio en el que está inmerso y que le provee de lo necesario para vivir. Esta última reflexión entronca directamente con la Ecología y una de sus consecuencias: lo que se ha dado en llamar crecimiento sostenible.

Mas como este no es un post que pretenda tratar exhaustiva y directamente el tema Medioambiental , sino exponerlo tangencialmente mediante la bella sugerencia, paso a decirles cuatro cosas sobre esta narración de nuestra amiga Beatriz:
La piel del Manatí es un relato preciosista y sugerente, preciso y precioso, de una época ya pasada en que los habitantes indígenas de las tierras tropicales de América (y por extensión de toda la franja ecuatorial alrededor del mundo, incluyendo ambos trópicos) vivían en total equilibrio con su entorno; vivían como seres humanos, no como entelequias imaginarias, sino con veracidad -documentos hay que así lo atestiguan-... hasta que llegó el hombre blanco. Beatriz nos recrea con lujo de detalles e imaginación, con pinceladas certeras y minimalistas, aquel ambiente, aquel idílico convivir, no exento de peripecias, pero asumibles y muy bien gestionadas por una sociedad sabia con su medio.
Aún hasta hace bien poco han existido culturas semejantes a esta que retrata con maestría nuestra colaboradora. Apenas hace cien años, culturas polinesias, africanas, amazónicas o asiáticas, vivían en sus paraísos y morían en ellos, siempre, siempre, sincronizados con el latir de la naturaleza, que es tanto como decir acompasados al ritmo del universo.

Con ustedes La Piel del Manatí, de Beatriz Basenji.



LA PIEL DEL MANATÍ

Nuevamente el muchachito -pies intrépidos, manos de cotorra consentida- ha traído un pez tan largo como su captor.

-Marcha ligero con tu pez a la casa del Otiún-cabá, tu más viejo abuelo, para que lo tenga por comida.

Y se ha ido trotando con el animal sobre su pescuezo. Ni el mango me deleita esta mañana.

Se me está muriendo el sol que llevaba dentro del cuerpo. La luna sube del mar y regresa a la morada del agua y el hombre de la casa no retorna. La mujer de Ataz-cabá me ha regalado plátanos de su cuñada y huevos de culebra que sus muchachos trajeron de las incursiones por los pantanos del Tiún-tepé. Malo está el río. Trae demasiada agua y arroja rabiando los pescaditos entre las ondulantes aguas del mar y los jóvenes tiburones que aparecieron con las olas calientes, los devoran sin el menor esfuerzo.

-Ilch -dije a la mujer de Ataz-cabá- todo lo que acaba de nacer, todo lo que está muriendo ni tu marido ni el mío lo ven. Ningún hombre de los nuestros ha quedado. Sólo los muy viejos que se ponen a la puerta del bohío esperando de qué parte del camino aparecerá un nieto, que le traiga comida y agua de beber.

Tu hija y la mía están en flor. Pero no hay pretendiente para ellas en toda la extensión que abarca nuestra mirada. Tendrán pues que esperar por los varones imberbes.

¿Por qué la guerra, vecina mía?

Se levanta un día el cacique y proclama: "¡Quiero beber y que mi pueblo beba de las buenas aguas, que ni un solo jején ha contaminado!" Viene y se lleva a todos los hombres con sus flechas y arcos.

Se acabó la paz.

Entonces la mujer queda pensando en las cosas ocultas en el corazón del hombre. El hombre era dulce; sí, era dulce.

Y cuanto más dulce era, más amargo se volvía y más envenenado cuando satisfacía su capricho. Va y vuelve. Quiero, quiero. La jícara de guardas negras. Las plumas de las garzas. Los huevos de la culebra. Los huesos del tiburón.

Sé cuidar del fuego y del hombre aún no sé cuidar, y mientras aprendo soy mi madre, mi abuela, mi bisabuela. Me acomete el temor de que el sueño me venza y entre pues nuevamente la iguana y se lleve mis ascuas. ¿Quién me concediera ahora ser muy vieja? Curtidas mis pieles, vencido el animal que cantaba y reía, mientras los pequeños hijos de mi marido pataleaban dentro mío y me cuchicheaban su sabiduría primera:

"¡Sigue madre este camino y hallarás a la rana que salta lindo; Atrápala madre y cómele sus excelentes tendones para que yo pueda nacer brincando!" Ah, sí. Percibía la voz menudísima de los hijos de mi marido. Nunca se equivocaban. "Un pájaro muy hermoso está posado en lo alto de la palma real, ve a contemplarlo madre, para que nazca yo con un penacho rojo igual al del pájaro".

Salía del bohío, alzaba la cabeza y allí, majestuosa y serena, estaba columpiándose el ave.

Algunas noches el niño de mi vientre se la pasaba en un "brí-brí" llamando a las luciérnagas y todas las luciérnagas de la Isla se le encendían. Entonces yo estaba segura. Cada animal que venía a mi bohío, venía para mi felicidad. Cada nueva semilla que caía en tierra y germinaba, por mi felicidad estaba. Cada carozo que se apretaba contra mi paladar, fruto de incalculable dulzor me habla regalado.

Y lo mismo sucedía con las piedras. Gritaban las piedras en la playa que se perdió: "¡Ven que aquí están entre mis oquedades los sabrosos cangrejos y los caracoles que son tu manjar!".

¿Cuándo comenzó la memoria a recorrerme el cuerpo? ¿Cuándo? ¿Cuándo?


Vi cómo disparaba su flecha a un gavilán. Cayó el ave y el perro salió disparando, tras la orden del dueño, para traer la presa. Era el cacique viejo.

Mi hermano pequeño, que lo seguía con la mirada, vio un alcatraz y se lo señaló. El cacique lo dejó probar la puntería y con la primera flecha lo derribó. Lo certero del disparo le valió al niño seguir ya para siempre tras el cacique.

Desde ahí que nadie pronuncia mi nombre: Zinogay. Sólo se me mira por ser la hermana de Alcatraz-cabá y los pájaros cuya carne devoro vuelven ácido mi corazón. Igual que mueren los pétalos de las flores, silenciosamente, pasó el hechicero y vino a sentarse bajo las palmeras.

Mi madre asaba ñame. Siguió asándolos cuidadosamente y dejando que el olor abasteciera la nariz del brujo. Recién entonces se dio por advertida de su presencia y fue a sentarse frente a él.

Ni el hechicero ni mi madre hablaron. Tuvo el Sol que ocultarse sin que la humana voz del uno o de la otra se escuchara. Llegó el alba y ambos fumaban en silencio sus pipas. Sólo eso. Fumaban.

Le brillaban al hombre los ungüentos con que pintaba su cara y su aspecto feroz se había tornado una tristísima máscara.

Pasaron chillando los patos silvestres. Las cotorras ensayaron sus divertidas voces y los vecinos querían ser montón que vigilaba a prudente distancia.

Pero ellos no estaban en parte alguna de la isla. Fumaban sus cuerpos bajo las palmeras, pero sus espíritus combatían en algún lugar del Universo. Blanquearon aquel día los cabellos de mi madre y todas las cosas se volvían delgadas.

Para los adioses del Sol mi hermano mayor apareció trayendo calabazas y boniatos que él hacia crecer en la tierra. El hechicero majestuosamente se puso de pie. Clavó sus ojos en el que llegaba y le hacia ofrenda de cuanto traía. Se pudo oír a la voz cavernosa ordenarle: "Sígueme" y mi hermano, sumisamente, lo siguió.

Sólo mi madre continuó fumando, hasta que el espíritu le retornó al cuerpo, y no le alcanzaban los dedos de una mano para contar el tiempo que se le había huido.

-La selva se llevó mi hombre. Mi hijo menor marchó tras el cacique. Mi hijo mayor acaba de seguir al hechicero. ¿Qué más, pues? -se lamentó- y a la luz de las celosas ascuas que cursaban la noche, incineró bolitas de copal.

Al cabo de muchas lunaciones Alcatraz-cabá volvió al bohío.

Guerrero fornido. Piel lustrosa, ojos centelleantes. Tres perros le seguían. Dos patos que atrapó vivos en una laguna, fueron su presente. Aunque decía poco, manifestó con palabra elocuente un mensaje secreto. Rápida como una culebra, nuestra madre no hizo esperar la respuesta. Sin mover cejas ni pestañas, el guerrero tragó su bocado, recogió sus pertrechos y abandonó la aldea.

Alcatraz-cabá se topó conmigo cuando cruzaba por el ceibal.

-Zinogay -dijo- así marcha un bravo guerrero, derrotado por la lengua habilísima de su madre. Sin obtener la mano de Zinogay para el hijo del Cacique y con una piel de manatí por salario.

Ahíta. Colmada por la dulzura del marido, mis pies danzaban y la extensa playa danzaba con mis pies. Los peces se dejaban atrapar por mi mano y los guacamayos venían a conversar largamente conmigo.

"¡Mirad! ¡Es la misma playa, y son las mismas flores; el mismo mar que se deja caminar interminables leguas y los pájaros no se cambiaron! Pero algo que no conozco, que no sé explicar me rebasa como una vasija llena. No se parece a la muerte por agua, ni al vómito del volcán es parecida.

Me acurruco entre las piedras de la playa que se perdió y creo verla, monstruosa y lejana, llegando desde el mar. Interrogo al sol y no responde. Pregunto a la Luna, mi Señora, mi Ama, la que me ha criado, y me explica algo que no entiendo. Duermo y veo un rostro horrible, como de hombre sin color, blanco igual que los condenados por la peste.

He mirado largamente los pies de mis muchachos y algo fatal va sujetando diestramente sus tobillos. En vano dejo posar mi cuerpo en el arenal, para que recuerde los viejos secretos de las estrellas y los hombres.

Ahora mismo, siento como si nuestros hombres, con sus mujeres y sus hijos fuesen condenados a una muerte innoble, jamás conocida o sospechada, para la que ni los recios brebajes que los maridos mixturaban los días de fiesta, nos darían coraje.



El acontecimiento fue que mis muchachos y los de Ilch, la mujer de Ataz-cabá, capturaron un manatí. Lucharon con el animal fieramente hasta que lo rindieron. En soledad quedaron los bohíos de la aldea, pues la gente quería ver.

Quería ver.

¿Y qué vieron? Vieron cómo era desollado el animal y extendida su preciada piel. Vieron como era descuartizado primero y repartido después, en tanto que, atraídos por la sangre del manatí, filas de tiburones se hacían visibles en las cercanas aguas.

Y observando lo próximo, nadie vio lo lejano. Una canoa inmensa, inmensa, amparada por lienzos enormes y raros cordajes. Una inmensa canoa, del tamaño de todos los miedos, que venía del Este. Habitada por hombres blancos.

Beatriz Basenji lasalsamadre.blogspot.com/


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Puso Música
Paul Winter
Earth
The Mission BSO - Ennio Morricone
On Earth As It Is in Heaven
Gabriel's Oboe
Ave María Guaraní
Falls
Paul Haley
Sea Song

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Ilustración de Encabezamiento
Thomas Cole
El Jardín del Edén

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Links de Interés

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