sábado, 9 de octubre de 2010

El Diamante de Mosul. II



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Buscando pistas

Una vez traducido el Poema Épico de Gilgamesh (en el que se narran las aventuras de este héroe, rey todopoderoso de Uruk, en la antigua Sumeria; y Enkidu, un enviado de los dioses para combatirlo, que acabaría siendo su gran amigo), y tras descubrir que en su contenido se halla el germen de obras posteriores como el diluvio universal o los viajes iniciáticos -tipo Odiseo a Itaca o Parsifal tras el Grial-, Percival se centró en la exégesis de la extraña decimotercera tablilla.
Sabía que la inscripción que le había golpeado la conciencia como un rayo, y que rezaba: "La Reina del Cielo -Ishtar-, apiadándose del héroe, hizo donación a Gilgamesh del poder de la luz que revela y desvela", decía más de lo que aparentaba; y que ese "más" estaba relacionado con aquel sueño que le seguía despertando por las noches.

Lo que estaba claro es que en esa tablilla XIII debía de haber una clave que le condujera al siguiente paso. Como sus conocimientos de escritura cuneiforme no eran muy altos, realizó una copia autógrafa de la tablilla y la envió, junto con su propia traducción, vía valija diplomática, a Bagdad, lugar donde la Real Sociedad Geográfica Británica tenía ubicado el centro de documentación e interpretación dedicado a Mesopotamia; centro en que se realizaba la catalogación definitiva para su posterior envío a Londres. Esperaba que allí le aportaran algún dato que a él se le hubiera escapado, algo que él no hubiera podido descifrar.
No obstante, hasta recibir noticias de su requerimiento, leyó y releyó aquella tablilla cuando una vez terminada su jornada en los campos de excavación volvía a Mosul y tras tomar un baño gozaba de la suficiente quietud.

Cierto era que la tablilla XIII tenía visos de ser un anexo a las XI del cuerpo principal del Poema, pero al modo en que también así se consideraba la tablilla número XII, si bien aquélla -la XIII-, a todas luces, era posterior. En esta tablilla más "moderna" se mencionaban hechos ya relatados en las anteriores, pero desde distinta perspectiva, además de otros que no se mencionaban allí.
El autor de la misma parecía hacer una recensión de otro texto de "alguien que intervino directamente en la Epopeya" (y digo parecía, pues el estado de la tablilla no permitía una interpretación fidedigna; no, al menos, para sus limitados conocimientos), y ese alguien no era otro que Shamhat, la prostituta sagrada -naditu-, la sacerdotisa haritmu -devota al culto de Ishtar-, destinada por Gilgamesh para apaciguar y civilizar al enviado de los dioses, Enkidu, el hombre salvaje, el igual en poder al mismísimo soberano de Uruk, quien acabaría siendo su mejor amigo.
Fue en ese instante cuando reparó en algo que antes le pasó desapercibido: al final del texto, en el borde inferior derecho, había una pequeña estrella de ocho puntas... ¡Claro! el símbolo de Inanna, la Ishtar acadia; Shamhat era sacerdotisa dedicada a su culto. Ahí debía de estar la clave.


Diez días después de su envío le llegó la contestación de Bagdad: su traducción era bastante ajustada, pero le confirmaban que su contenido era una especie de síntesis o comentario de otro texto perteneciente a la allí nombrada Shamhat, sacerdotisa de Inanna. No había duda. La estrella de ocho puntas presente, como un sello, al final del texto, así lo corroboraba. Aunque dudaban de su verosimilitud, pues no existía ningún precedente de que una mujer, en el seno de aquella civilización, hubiera escrito textos, y menos como para ser tenidos en cuenta hasta el extremo de adjuntarlos a una obra tan importante. Al final del mensaje se le "recomendaba", no obstante, investigar este raro caso.
¡Bien! ¡Miel sobre hojuelas! Además de su curiosidad, ahora tenía el encargo oficial de desentrañar este misterio que sin duda le facilitaría acercarse al esclarecimiento de su propio enigma. Con la recomendación, por añadidura, se le informaba de que el portador de la misiva sería su asistente mientras efectuaba las pesquisas. Percival levantó incrédulo sus ojos del papel para observar al emisario...



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5
El emisario

Si tenemos en cuenta que la acción que se relata tiene lugar en el ecuador del siglo XIX, y si además consideramos que la igualdad de sexos entonces era algo de lo que ni siquiera cabía hacerse una idea; pero, si admitimos, en cambio, que fue Inglaterra la pionera en este campo, y que en ese tiempo comenzaba a verse, de forma muy tímida eso sí, casi testimonial, alguna mujer en las aulas universitarias, habremos dibujado el panorama mental del joven Percival cuando contemplaba, estupefacto, a aquella mujer delante de él, esbozando media sonrisa que se ampliaba por momentos y que amenazaba convertirse en risa franca al ver su expresión de súbita sorpresa.

-¿Mi nombre es Helen Robertson, me han encargado que le asista en la investigación que tiene que llevar a cabo sobre un extraño caso de identificación filológica y de autoría. Soy licenciada en historia y lenguas semíticas. Encantada de conocerle-, le dijo aquella muchacha rubia, delgada, de estatura mediana, y cara bonita, mientras le tendía la mano.

Percival, casi tartamudeando, le correspondió al saludo inclinándose levemente mientras cogía, con la suya, aquella mano en apariencia frágil y delicada.

-Encantado, Mrs Robertson, es un placer. Perdone mi sorpresa... Cómo iba a imaginar... No, perdone, quiero decir, que no esperaba... En fin, que, encantado, es una maravillosa sorpresa-, y aquí, ya, se le relajó el rictus de su cara, y comenzó a reírse nerviosamente-. Disculpe, no es de Usted... Me río de mí mismo, de la impresión que se habrá llevado de mí, al verme poner esa cara de pasmado. Pero reconozca que no es común ver por aquí, realizando labores de campo, a muchas mujeres.

- ¿Y qué labor se supone que debería estar haciendo, Mr Hopkins? ¿Quizás preparándole la comida, zurziendo sus calcetines, planchándole los puños y almidonando los cuellos de sus camisas? ¿O, quizás, tocando el piano y jugando al cricket o al bridge con las mujeres ociosas del personal del consulado?- respondió ella con un nada tímido gesto irónico,

Percival encajó el golpe con entereza, no era en absoluto de los que pensaba que las mujeres no pudieran dedicarse a "cosas serias". Es más, le agradaba aquel giro inesperado que tomaba su futuro inmediato: ¡un colaborador... y del sexo femenino! Sí, realmente se sentía afortunado, y nada intimidado, aunque de natural fuese ligeramente tímido; quizás la ausencia de hermanas y el trato distante de la madre, producto de una educación demasiado formal en las clases acomodadas, aunque habitual en aquella sociedad victoriana que tanto tenía de hipocresía puritana, le había hecho ser innecesariamente precavido y desconfiado con el sexo opuesto.

- No me lo tome a mal, Mrs Robertson, pero reconozca que llevo razón. Mire a su alrededor y verá que usted es la única mujer que trabaja aquí para la RGS en tareas de campo.

Rieron los dos a un tiempo despreocupadamente, con lo que se dio por finalizada la presentación y rotas las hostilidades para una relación que no sabían a dónde les conduciría. De momento, a la búsqueda de un texto impreciso, de una autora legendaria, que no se sabía si existía siquiera.
¿Pero, dónde buscar ese texto de la sacerdotisa Shamhat?



6
Shamhat: la sacerdotisa de Inanna

Soy Shamhat, Suma Sacerdotisa de Inanna (Ishtar, en idioma acadio). Fui, hasta el día en que se me encomendó la Gran Misión, Prostituta Sagrada y devota de la divinidad del amor y de la guerra. Ahora que siento cercano el momento en que mi ser mortal se desprenderá de mí como una vieja piel de serpiente para renacer con piel nueva y ser nuevo en el seno de Ea -quien todo lo contiene-, quiero dejar mi propio testimonio de aquellos lejanos días en la memoria de la arcilla. Escribo por mi mano este texto, donde doy cuenta de parte de mi vida: aquella que puede ser de interés debido a mi intervención en unos hechos que fueron de capital importancia para el destino de mi pueblo. Y lo hago consciente de que contravengo una ley que veta a la mujer el uso de la escritura. A pesar de ello, estoy resuelta a hacerlo.
Aprendí a utilizar la caña sin que nadie se apercibiese de ello; me oculté tras el hábito de autoridad que como Suma Sacerdotisa me es conferido por las leyes sagradas para urdir mi plan. Encargué las tablillas húmedas con el motivo espúreo de confeccionar mosaicos con motivos religiosos con el rodillo, cosa que sí me está permitida; escamoteando una de cada cuatro logré, en varios ciclos lunares, concluir con buen fin mi propósito.

He de comenzar diciendo que en mi nombre llevo mi cualidad, pues sabido es que en acadio el significado de Shamhat es: "La Magnífica". Y razón no les faltó a quienes decidieron otorgarme este nombre, ya que lo soy en grado sumo: mi cuerpo lo fue y mi mente lo sigue siendo; para ello me seleccionaron y me educaron.
Fui bella en extremo, no hay nada de jactancia al decirlo, pues nada hay en ello de lo que pueda presumir; el cuerpo nos es dado, no es algo de lo que pueda arrogarse mérito alguno. En esta extraordinaria belleza, unida a mi exigente y exquisita formación intelectual, hay que buscar el motivo que me haría tan útil a mi comunidad. Para eso somos educadas las devotas servidoras de la Gran Diosa de la generación y la destrucción, a la que se debe la vida toda. Esa es nuestra función: estar dispuestas al agasajo de los ilustres invitados que dedican valiosas ofrendas a nuestros dioses, de los soberanos de reinos vecinos y de los lejanos cuando se establecen alianzas, de los sacerdotes de creencias distintas a las nuestras para agradecer sus plegarias elevadas a deidades que no son las suyas; de todo aquél, en fin, que sea merecedor de nuestro excelso, privilegiado y reconocido trato.


Pertenezco a una familia especialmente elegida para proveer a los templos de sacerdotisas dotadas de kuzbu o atractivo sexual; es decir, mujeres en extremo bellas, de formas rotundas y seductoras, capaces de servir adecuadamente a nuestra diosa Inanna -Señora del amor y de la guerra, adorada por dioses y hombres-; servirla con nuestros atractivos físicos, pero también con nuestra sabiduría.
Es tradición sagrada, desde hace varias generaciones, que solo los hombres más hermosos, elegidos por la asamblea de sumos sacerdotes y sacerdotisas, pueden fecundar a las hermosas mujeres de los linajes de Shamahut, a uno de los cuales yo pertenezco.
Es este un proceso de selección riguroso en el que se elige incluso la fecha de fecundación, que invariablemente tiene lugar cuando Inanna está en la cúspide de su viaje por el cielo.
La Ceremonia de la Fertilidad se realiza en el recinto sagrado del Templo de Eanna, donde confortables aposentos y jardines exuberantes propiciarán los amorosos encuentros. Así, durante una semana, las sacerdotisas dedicadas a la alta función de ser procreadoras, aprovechando su etapa fértil, yacen, en número de ocho (por ser este el número sagrado de Inanna: la estrella de ocho puntas) con ocho hombres de proporciones perfectas y superior virilidad, buscados por toda la región y traídos con gran pompa y solemnidad desde sus lugares de origen, los cuales se regocijarán en ellas cuantas veces deseen durante los seis días y siete noches en continua orgía de amor. Una vez cumplido este periodo, los hombres abandonarán el recinto sagrado y volverán a sus casas, esta vez, sin boato, desprovistos ya de toda connotación sagrada.


Si se me eligió a mí para tan alto cometido como debí realizar cuando nuestro señor Gilgamesh, el envidiado por los dioses, reclamó la más bella y docta de todas las sacerdotisas oferentes, fue porque mi cuerpo era la gloria de los cielos, y un verdadero cielo de proporciones perfectas en la Tierra: cabellera larga y ondulada como las olas de un pardo mar; cara dotada de tal hermosura como Inanna nunca pudo imaginar: ojos grandes y redondos como los de las gacelas sagradas, del color y la dulzura de la melaza del dátil maduro, y boca sensual de labios carnosos como pétalos de rosas encarnadas; cuello fino y grácil, ni excesivamente largo ni muy corto; hombros redondos y bien formados, hechos para ser acariciados; espalda sinuosa, dotada del justo equilibrio entre sus curvas y derivando, en su final, en sendas cúpulas de fascinante convexidad; senos turgentes, como pomas óptimas de madurez, capaces de desviar los rayos del sol; vientre cautivador, ligeramente prominente, cuyo centro es presidido por el volcán de un impecable y sugerente ombligo; caderas anchas, sin exceso, divino proscenio de parabólico contorno, alzadas sobre columnas esbeltas y bien torneadas, en cuya unión, celosa de sus incalculables tesoros, se oculta la urna prodigiosa, guarnecida por sedoso vello del color de la miel de cedro.

Estos eran mis atributos antes de que el tiempo se cobrase su cargo por el derecho a vivir. Con ellos y con mi inteligencia apacigüe y civilicé al salvaje e indómito Enkidu, enviado por los dioses para combatir a mi Señor por su arrogancia. Después de entregarme a él durante seis días y siete noches en los bosques, donde él convivía como una bestia entre las bestias, logré el propósito de mi misión, y el que fuera ser indómito se volvió el más noble de los seres humanos; todo ello gracias a la sabiduría de mi sexo y a la voluptuosidad de mi mente.
Así, transformé a Enkidu en el mejor de los hombres, en todo comparable, ya, a mi Señor Gilgsmesh, quien, no obstante, con ocasión de nuestro retorno a la bien amurallada Uruk para celebrar nuestras nupcias, queriendo hacer uso de su real derecho de pernada, tuvo que disputar singular combate con el que sería mi esposo, Enkidu, que se negó a tal concesión; como consecuencia de la igualada y encarnizada disputa durante la cual tembló la Tierra y se conmovió el Cielo, reconociendo, ambos, que sus corazones eran en todo semejantes, nobles y esforzados, depusieron su actitud hostil e hicieron voto de imperecedera amistad.

Después, sintiendo que el mundo les pertenecía, salieron en busca de aventuras, que serían el motivo de la Epopeya que lleva el nombre de mi Señor, Gilgamesh. Como resultado de ellas, y tras causar el enojo de los dioses, mi esposo, Enkidu, debió morir. Mi Señor Gilgamesh decidió, entonces, iniciar un viaje en busca de la inmortalidad que devolviera la vida a su querido amigo. Antes de partir me consoló con estas palabras: "Shamhat, la hermosa bien amada, el deleite de los ojos de Uruk, te hago la firme promesa de regresar trayéndote consuelo". Después partió en busca de Utnapisthim, el único mortal al que los dioses concedieron la inmortalidad tras salvarlo del arcano diluvio, para recabar su sabiduría y su ayuda.
De resultas de ese viaje hacia Oriente, donde Shamash, el sol, tiene su morada, y donde tiene también la suya, en una isla bienaventurada, Utnapisthim, el Inmortal, mi Señor Gilgamesh, tras arrostrar múltiples dificultades, regresó sin la inmortalidad pero con el alma sabia y la conciencia clara del porqué de su condición de mortal.
Cuando se presentó ante mí me dijo:

-Deleite de Uruk, esposa de mi difunto amigo Enkidu, no puedo devolver la vida a quien murió por mí, tan querido por ambos, pero la diosa Ishtar, cuando ya regresaba, triste y desmoralizado, se apiadó de mis desgracias y mis desvelos, y perdonando mi desaire anterior, me dijo en el transcurso de un sueño: "Ve, Gilgamesh, te hago donación del poder de la luz que revela y desvela; utilízalo con sabiduría para guiar a tu pueblo". Al despertar, junto a una intensa sensación de paz, encontré a mi lado un colgante del que pendía una joya extraordinaria, parecida a las que había visto colgadas, como hojas, de las ramas de los árboles sagrados de la isla de la Bienaventuranza, donde Utnapisthim tiene su morada. Era un piedra traslúcida, bellísima, con mil caras que destellaban en mil colores diferentes y donde parecía residir la luz.
Esta joya, cuando muera, será tuya, así lo quedaré dispuesto. Pero su origen, su significado, las palabras que Ishtar me dijo, queden entre nosotros; serán algo más profundo que un secreto: serán un legado."

Esto me dijo mi Señor Gilgamesh. Yo le besé las manos y le prometí guardar su secreto y aceptar su legado. Tras aquello, volví a mi anterior labor en el templo de Eanna, en Uruk, pero ya relegada de mis funciones oferentes y elevada al grado de Suma Sacerdotisa.
Han trascurrido muchos años ya de todo aquello. La gloriosa vida que he tenido toca a su fin y no deseaba que cayera en el olvido. Cuando me llegue la hora del último viaje, lo haré en paz y preparada. El legado de mi rey Gilgamesh -las palabras de la diosa- se irá conmigo, pero la piedra, que me fue entregada a su muerte como él prometió, permanecerá; pues es mi deseo que forme parte del tesoro del templo donde resido. Así, si los dioses quieren favorecer a alguien con ella que lo hagan según su voluntad, no la mía.

Fin del Capítulo II


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Puso Música
Alexander Borodin
Cuarteto para cuerdas nº 1
I. Moderato - Allegro
II. Andante Con Moto
III. Scherzo
IV. Andante - Allegro Risoluto

Ilustraciones
John William Godward
The Priestess
A Priestess (1)
A Priestess (2)

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