Segundo botón de la muestra
.....Este segundo botón es tripartito, es un botón de fantasía, uno de esos que decoran la pechera de un florido chaleco de fiesta. Y esto es así --lo he querido así-- por una razón muy sencilla, y práctica: deseaba transmitir el universo Bolaño aunque sólo fuese de forma (irremediablemente) parcial con la suficiente fidelidad a lo diverso que en él pulsa. Atendiendo, claro está, a la necesidad de aproximarse a un escritor desconocido; aquellos que ya tengan la dicha de conocerlo, de haberlo leído, no necesitan introducciones ni panorámicas, ni tan siquiera retazos ocultos en el grueso de su obra, que sólo ahora pudieran aparecer, al revisar y compilar textos guardados e inéditos. Quien lo haya leído sabe que Bolaño es un escritor fragmentario, que en cada obra suya, como en una taracea, como en una obra de marquetería, como en una labor de orfebre, se amalgaman los cuentos, las historias, se juntan los relatos aparentemente inconexos -pero sólo aparentemente-- para formar un mosaico tan real como la vida misma, como el fluir incesante del pensamiento. Los tres fragmentos que hoy traigo aquí así lo prueban. Los tres podrían funcionar aisladamente --lo hacen--, gozan de cierta independencia, si acaso yo he buscado un hilo argumental que los uniera (el que los dos primeros fragmentos sean consecutivos en la novela nada quiere decir, pues que el autor podría haberlos ordenado de distinta forma, colocarlos en otros lugares, en cualquier parte de sus otras novelas en que Amalfitano (el protagonista) apareciese (o no).
.....Antes de nada, he de sugerir la posibilidad de que Amalfitano sea o pueda ser, en cierto grado que no en su totalidad, un alter ego del mismo Bolaño (el canónico, el admitido, es Arturo Belano, protagonista de Los Detectives Salvajes, y también de alguno de sus relatos cortos). Teniendo esto claro es fácil imaginar un dibujo de nuestro autor, un dibujo a modo de árbol, cuyas raíces y enramada están conformados, como suelen estarlo en toda planta arborícola, por una maraña de divisiones y subdivisiones, ramas, ramitas, raíces y radículas, cuyo conjunto procuran la vida y el éxito al árbol en cuestión (en este caso, árbol Bolaño, lo cual no es degradarlo, pues un árbol, es un microcosmos, y como tal un universo). El árbol Bolaño --el universo Bolaño-- se nutre, a través de esas ramitas y radículas, tanto del sol exterior que lo calienta como del sustrato profundo (interior) donde se hunde su ser. Y esta doble procedencia es, a su vez, doble expresión: por un lado busca lo aéreo, lo celestial; por el otro, lo subterráneo, lo abismal. Hay, por tanto, en su naturaleza, como en toda naturaleza real, esa doble pulsión, esa doble vertiente, esa bifurcación del ser, que a un mismo tiempo excreta y absorbe el producto necesario para su dinámica vital.
.....En los tres fragmentos que siguen tenemos, pues, al Bolaño onírico, presente siempre en todos sus relatos, pieza clave de su imaginario, donde los sueños son parte de la realidad, ayudando a comprenderla, coadyuvando a que la narración abarque no sólo lo aparente sino lo subyacente. Además tenemos al Bolaño comprometido, político, social, el Bolaño con creencias y descreído, al Bolaño inconformista y espíritu rebelde, al nada acólito de la soflama de partido, al crítico, al decepecionado, al lúcido. Pero también tenemos al Bolaño lírico y tierno, y aun al Bolaño duro en la sentencia, desnudo en la expresión, sin pelos en la lengua ni hoja de parra en los genitales, pero dispuesto siempre a embellecer la vida --su vida, y la de todos aquellos que lo lean-- con la Palabra, una Palabra a ratos voluptuosa, a ratos sugerente, a ratos acariciadora, a ratos procaz y lúbrica, pero en todo momento apropiada, ajustada, clara, neta, preñada de sentido meridiano, de significación que no pide diccionario, pero sí el cultivo de una cultura suficientemente extensa. También descubrimos aquí al Bolaño viajero, qué digo viajero, incentivador y acicate del viaje --aun del interior que supone la lectura; él mismo lo dice aquí--, agente no de agencia de viajes, si no de atávicas aventuras (¿sería demasiado tópico traer ahora a colación la naturaleza odiséica de toda su obra?). Podríamos descubrir en estos tres fragmentos, a poca intención que pusiéramos, más facetas, más perspectivas, del diamante Bolaño (que no deja de metamorfosearse en esta especie de metempsicosis a la que lo he sometido: cosmos, árbol, gema), pero basten las apuntadas.
.....Así, pues, triple muestra ésta que presento, perteneciente al Capítulo II, que lleva por título Amalfitano y Padilla, fragmentos 15, 16 y 25, de la última novela editada (recopilada entre los papeles, ya, póstumos): Los sinsabores del verdadero policía. Espero la disfruten, y espero, obviamente, que su lectura les incite a lanzarse a la carrera a la primera librería o biblioteca donde poder adquirir cualquiera de las obras editadas de este genial escritor que gustaba tildarse a sí mismo de latinoamericano. (Recuerdo algunas de sus obras: 2666, Los detectives salvajes, Estrella distante, La literatura nazi en América, Llamadas telefónicas (relatos), Putas asesinas (relatos), además de la aquí citada; por citar sólo las obras más conocidas).
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LOS SINSABORES DEL VERDADERO POLICÍA
Roberto Bolaño
II. Amalfitano y Padilla
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.....Amalfitano a veces tenía pesadillas. El sueño (uno en donde Edith Lieberman y Padilla tomaban una once chilena con té, colisas y paltas, mermelada de tomate hecha por su madre, pan amasado y mantequilla casera de un color casi como el de una hoja de papel Ingres-Fabriano) se abría y daba paso a la pesadilla. Allí, en esas soledades, el Che Guevara se paseaba arriba y abajo por un corredor en penumbras y en el fondo unos glaciares enormes y adiamantados se movían y crujían y parecían gemir como en el parto de la historia.¿Por qué traduje a los isabelinos y no a Issac Bábel o a Boris Pilniak?, se preguntaba Amalfitano desconsolado, sin poder salir de la pesadilla pero aún con retazos del sueño (más allá de los glaciares todo el lejano horizonte era Edith Lieberman y Padilla tomando su rica once), entre las manos vacías, ateridas, casi transparentes. ¿Por qué no me deslicé como la Ratita Astuta entre los hierros de los Premios Lenin y los Premios Stalin y las Coreanas Recogiendo Firmas para la Paz y descubrí lo que había que descubrir, lo que sólo los ciegos no veían? ¿Por qué no dije los rusos los chinos los cubanos la están cagando en algunas de esas reuniones tan serias de intelectuales de izquierda? ¿Apoyar a los marxistas? ¿Apoyar a los parias? ¿Caminar con la historia justo cuando la historia está de parto? ¿Ayudarla en silencio a parir a mitad del camino? De alguna manera, se decía Amalfitano desde el fondo de la pesadilla, con un tono doctoral y una voz enronquecida que no era la suya, me culpabilizo por crímenes no cometidos, masoquista, ya en 1967 me habían expulsado del Partido Comunista Chileno, los camaradas me insultaban y calumniaban, no era un chico popular. ¿Por qué me culpo, entonces? Yo no maté a Isaac Bábel. No le jodí la vida a Reinaldo Arenas. No hice la Revolución Cultural ni alabé a la Banda de los Cuatro como otros intelectuales latinoamericanos. Fui el hijo tarado de Rosa Luxemburgo y ahora soy el viejo maricón, en ambos casos objeto de escarnio y mofa. ¿De qué culparme, entonces? ¿De mi Gramsci, de mi situacionismo, de mi Kropotkin al que Oscar Wilde colocaba entre los mejores hombres de la tierra? ¿De mis jodas mentales, de mi irresponsabilidad ciudadana? ¿De haber visto a las Coreanas Recogiendo Firmas para la Paz y no haberlas apedreado? (Las hubiera culeado, pensaba Amalfitano desde el remolino de los glaciares, les hubiera dado por el culo una a una a esas falsas Coreanas hasta ver que había detrás: Ucranianas Recogiendo Trigo para la Paz, Húngaras Recogiendo Transeúntes para la Paz, Cubanas Recogiendo Pechinas en un atardecer Latinoamericano sin Remisión) ¿Así, pues, de qué soy culpable? ¿De haber querido y seguir queriendo, no, queriendo, no, extrañándolos, echando de menos la conversación de mis amigos que se echaron al monte porque nunca dejaron de ser niños y creyeron en un sueño y porque eran machos latinoamericanos de verdad y murieron? (¿Y qué dicen al respecto sus madres, sus viudas?) ¿Murieron como ratas? ¿Murieron como los soldados de las Guerras de Independencia? ¿Murieron torturados, de un tiro en la nuca, arrojados al mar, enterrados en cementerios clandestinos? ¿Su sueño era el sueño de Neruda, de los burócratas del Partido, de los oportunistas? Misterio, misterio, se decía Amalfitano en el fondo de la pesadilla. Y se decía: algún día Neruda y Octavio Paz se darán la mano. Tarde o temprano Paz le hará un hueco en el Olimpo a Neruda. Pero nosotros siempre estaremos afuera. Lejos de Octavio Paz y Neruda. Por allí, se decía Amalfitano como un loco, busca por allí, escarba por allí, por allí hay rastros de verdad. En la Gran Intemperie. Y también se decía: con los parias, con los que no tienen absolutamente nada que perder hallarás, si no la razón, la jodida justificación, y si no la justificación, el canto, apenas un murmullo (tal vez no sean voces, tal vez sólo sea el viento entre las ramas), pero indeleble.
16
.....En la raíz de todos mis males, pensaba a veces Amalfitano, se encuentra mi admiración por los judíos, los homosexuales y los revolucionarios (los revolucionarios de verdad, los románticos y los locos peligrosos, no los aparatchiks del Partido Comunista de Chile ni sus deleznables matones, ah, esos seres espantosos y grises). En la raíz de todos mis males, pensaba, se encuentra mi admiración por algunos drogadictos (no poetas drogadictos, ni artistas drogadictos, sino drogadictos a secas, tipos raros de encontrar, tipos que se alimentaban de sí mismos casi literalmente, tipos que eran como un agujero negro o como un ojo negro, sin manos ni piernas, un ojo negro que nunca se abría o que nunca se cerraba, el Testimonio Perdido de la Tribu, tipos que parecían enganchados a la droga en la misma medida en que la droga parecía enganchada a ellos). En la raíz de todos mis males se encuentra mi admiración por los delincuentes, las putas, los perturbados mentales, se decía Amalfitano con amargura. Cuando adolescente hubiera querido ser judío, bolchevique, negro, homosexual, drogadicto y medio loco, y manco para más remate, pero sólo fui profesor de literatura. Menos mal, pensaba Amalfitano, que he podido leer miles de libros. Menos mal que he conocido a los Poetas y que he leído las Novelas. (Los Poetas, para Amalfitano, eran los seres humanos brillantes como un relámpago, y las Novelas, las historias que nacían de la fuente del Quijote). Menos mal que he leído. Menos mal que aún puedo leer, se decía entre escéptico y esperanzado.
25
.....¿Y qué fue lo que aprendieron los alumnos de Amalfitano? Aprendieron a recitar en voz alta. Memorizaron los dos o tres poemas que más amaban para recordarlos y recitarlos en los momentos oportunos: funerales, bodas, soledades. Comprendieron que un libro era un laberinto y un desierto. Que lo más importante del mundo era leer y viajar, tal vez la misma cosa, sin detenerse nunca. Que al cabo de las lecturas los escritores salían del alma de las piedras, que eran donde vivían después de muertos, y se instalaban en el alma de los lectores como en una prisión mullida, pero que después esa prisión se ensanchaba o explotaba. Que todo sistema de escritura es una traición. Que la poesía verdadera vive entre el abismo y la desdicha y que cerca de su casa pasa el camino real de los actos gratuitos, de la elegancia de los ojos y de la suerte de Marcabrú. Que la principal enseñanza de la literatura era la valentía, una valentía rara, como un pozo de piedra en medio de un paisaje lacustre, una valentía semejante a un torbellino y a un espejo. Que no era más cómodo leer que escribir. Que leyendo se aprendía a dudar y a recordar. Que la memoria era amor.
Golden Afternoon, 1957 (FB)
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Young Girl at the Window, 1957
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Portrait of the Baroness Marie de Rostchild, 1958
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Young Girl at the Window, 1957
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Portrait of the Baroness Marie de Rostchild, 1958
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Portrait of the Baroness Marie de Rostchild, 1958
The Moth, 1960
The Turkish Room, 1963
Three Sisters, 1964
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Bust of the Young Girl, 1964
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Pear (¿?)
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Three Sisters, 1965
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Japanese Girl with a Black Mirror, 1967
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Japanese Girl with by the Red Table, 1967
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Study for the painting "Nude Resting", 1972
Katia reading, 1974
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Nude in Profile, 1975
Getting Up, 1977
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Nude at Rest, 1977
The Cat in the Mirror I, 1978
Sleeping Nude, 1980
Painter and His Model, 1981
Nuide with a Silk Scarf, 1982
Nude with a Guitar, 1986
Great Composition with Corbel, 1985
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The Cat in the Mirror II, 1988
The Cat in the Mirror III, 1990
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Young Girl Asleep, 1994
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