Son las criaturas vehículos del ser,
en cuyo habitáculo éste viaja por el espacio y el tiempo
contenido en el todo inserto en lo Uno que el ser es.
Late el ser para ser en y fuera de sí,
y es ese rítmico latir el origen de la existencia.
Cara y cruz, sístole y diástole, ángel y demonio.
Fértil, indisoluble e irremisible polaridad vital
con que el ser late posibilidad desde el magma informe
del que toda forma surge: lo posible in progress.
Los demonios habitan las criaturas,
los ángeles habitan las criaturas,
se disputan su posesión, más como amigos que juegan,
que como enemigos que combaten.
Los demonios pueden resultar positivos,
los ángeles pueden revelarse negativos.
En ese jugar polarizado se intercambian los papeles
porque el Ser así lo quiere; es parte de su voluntad
de existir, que no distingue entre bien y mal
sino entre ser posible y no serlo.
Y en esta tesitura el Ser siempre elige la posibilidad,
aunque para ello haya de intercambiar los polos de su dinamo.
Pensamientos Últimos. Héctor Amado.
Opio
I
.....Nací en una aldea sin nombre de una región sin nombre embutida en la imprecisa y artificial frontera sudoriental entre Mongolia y China. Fuera por abundar en esa indefinición, fuera por pereza, mis padres me llamaron Nergüi, que significa "sin nombre". Aunque ellos me han asegurado que eligieron ese nombre negador de sí mismo para alejar a los malos espíritus que rondan, sobre todo, a los hijos no esperados (es creencia común que los malos espíritus sólo pueden afincarse en aquellos seres que disponen de nombre con significado, al que se esfuerzan en violentar y contradecir; y que los hijos no esperados suelen concitar los nombres más pintorescos e imaginativos, y por ello más deseables para los malos espíritus). La razón de ser yo un hijo no esperado hay que buscarla en que mis padres ya casi eran unos ancianos cuando me concibieron, pues ambos habían sobrepasado la cuarentena, lo que son demasiados años para un mongol. Es lógico pensar que a esa edad, aunque mis progenitores aún se dieran calor y gusto, no esperaran más descendencia, cuando yo, sorpresivamente, llegué desde el acaso.
.....Por mis venas corría la sangre del gran Temujin, si hemos de creer a los ancianos del lugar que aseveran que en su paso hacia la conquista del Imperio Jin, quien sería más tarde conocido como Gengis Kan, sembró de descendientes su recorrido. Lo cierto es que yo poseía, heredado o no, su ansia por conquistar el mundo. Con apenas catorce años me uní a una caravana que se dirigía al sur, al Mar de la China Oriental, para realizar intercambios comerciales en Shanghai, donde los británicos, y, por ende, los europeos habían establecido sus reales. Tal era la conmoción que causó en toda China la llegada de los extranjeros, su instalación en zonas costeras privilegiadas, la creación de un emporio comercial en aquellas dos cabezas de puente que eran Hong Kong y Shanghai, que la onda expansiva llegaría a los lugares más recónditos de aquella gran nación de naciones. Como llegaron noticias de las dos guerras emprendidas por el gobierno del emperador contra aquellos ingleses empeñados en comerciar con el opio, verdadero azote de la voluntad de las gentes y carcoma de la sociedad, según nuestros gobernantes. Ambas guerras terminarían con la ominosa derrota del otrora vasto y todopoderoso imperio, que ahora se tambaleaba amenazando derrumbarse.
.....Se decía que alcanzar la prosperidad era fácil en aquellas dos ciudades si uno estaba dispuesto a trabajar duro, y más fácil aún si se carecía de escrúpulos. Yo, a pesar de mi corta edad, ya apuntaba un cuerpo robusto y una mente inasequible al desaliento, acostumbrados ambos a las duras faenas de un campo demasiado yermo como para proporcionar otra cosa que no fuese desesperación; y, en cuanto a los escrúpulos, era demasiado joven aún para tenerlos.
.....Cuando me despedí de mi familia, por toda propiedad, no llevaba conmigo más que un hatillo con un pantalón remendado y una camisa de lana basta de repuesto, una pequeña piedra del ovoo situado a la salida de la aldea, al que di tres vueltas como marca la tradición para asegurar un feliz viaje, y una pequeña tablilla en la que figuraba el sello de la familia: la credencial que debía presentar a un tío mío que esperaba mi llegada a la gran metrópoli costera. Tömörbaatar, que así se llamaba el hermano de mi padre, se había instalado en Shanghai hacía ya unos años, aprovechando el comercio del opio que los ingleses trajeron hasta aquí. Era propietario de uno de los fumaderos más importantes y exclusivos de la ciudad.
.....En la caravana me acogieron en calidad de asistente del ganado, encargado de dar de beber y comer a la bestias, así como de cuidar de sus aperos y correajes. Incluso podía aspirar a alguna propina extra si atendía las necesidades privadas de aquellos comerciantes trashumantes, ya como un joven ganímedes sirviendo sus mesas, ya como un eficiente mensajero llevando y trayendo invitaciones, sugerencias o cualquier otro recado. Yo era despierto, de eso no cabía duda, en caso contrario no me hubieran aceptado para tan larga travesía. Y ser despierto a los doce años supone que si uno tiene las experiencias adecuadas, si se bate el cobre en las coladas precisas, y, además, uno dispone de suficiente intuición e ingenio, ese despertar experimentará un crecimiento exponencial, asegurando la llegada a la edad adulta bien pertrechado de agudeza y perspicacia para afrontar la feroz competencia que suele suponer la vida para quien, como yo, es de extracción humilde.
.....Por si fuera poco, a las facultades intelectivas, de carácter y disposición, había que añadir el hecho de que poseía una apostura no frecuente en un mongol: no tenía las piernas combadas, la cabeza excesivamente abombada o los miembros cortos, y mi dentadura era blanca como la nieve, como blanca era mi piel, suaves los rasgos de mi rostro, grandes, claros y sólo ligeramente oblicuos los ojos, la nariz no excesivamente chata y los labios carnosos pero no tumefactos. En resumidas cuentas, la naturaleza, pese a ser hijo de padres mayores, me había tratado inusitadamente bien. Quizás se reunieran, en aquel cigoto que llegaría a ser yo, las esperanzas e ilusiones no cumplidas de mis progenitores tras una vida de esfuerzo y sinsabores.
.....Consecuencia de esta mi apostura natural fueron diversas peripecias sufridas durante los dos meses que duró el viaje. A lo que parece resultaba tan atractivo para las mujeres como para los hombres. Yo, ni qué decir tiene, no tenía ninguna experiencia afectiva, y mucho menos sexual, que no fuese la filial o fraternal vivida en el seno de mi familia, y la de una laxa amistad con los escasos niños que habitaban en mi desperdigada aldea natal. Por lo que aquellas solicitudes me resultaron nuevas y extrañas. Bien es cierto que me causaron más placer la tenidas con un par de hermanas que se me repartían según un orden consensuado —cuando no me compartían ambas a la vez—, que las habidas con un comerciante de gran ascendente sobre los demás (de hecho parecía ser el comerciante más eminente de la comitiva). Aprendí, no obstante, a no hacer ascos a ninguna situación ni a ninguna demanda; al fin y al cabo no se trataba más que de placer y satisfacción. Podría decirse que concité el beneplácito de todos, y que a todos contentaba como mejor les venía a cuenta. Yo de ello obtendría, además de un incipiente placer que floreció y se desarrolló como una feraz planta bien abonada y mejor regada, algunas prebendas y consideraciones que hicieron de aquel viaje una muy productiva y grata experiencia, que se revelaría fundamental para lo que me habría de acontecer en el futuro.
II
......Finalizando Mayo avistamos Shanghai. Por el camino habíamos cruzado varias ciudades más o menos populosas (esquivamos Beijing, tomando la ruta que la circunda por el oeste. En la presente ocasión el destino del viaje era el protectorado británico más cercano a la capital, y no ésta), pero a la vista de aquella gran ciudad portuaria, aún desde la lejanía, el alma parecía encogerse ante la extensión urbana que más que adivinarse cobraba tan vasta realidad. Cuando cruzamos el río Yangtsé y penetramos por las calles en dirección al puerto la algarabía y el tráfago de seres humanos y mercancías, los transportes de todo tipo tirados por animales o por hombres y las construcciones de la más diversa índole produjeron en mí lo más parecido a un estado de atónita conmoción: las moscas entraban y salían de mi boca abierta con la convicción de que aquella sonrosada oquedad se les ofrecía como una invitación a su curiosidad.
.....También era la primera vez que veía el mar. Me causó aún más impresión que la barahúnda urbana, con ser ésta sobre manera impresionante. Con todo, aquella inmensidad ondulante y movediza de agua guardaba una gran semejanza con el constante ajetreo metropolitano: en un caso, el perpetuo oleaje lo causaba el inconstante agua; en el otro la atareada muchedumbre. Oleaje de gentes enfrentándose al oleaje de las aguas. En un caso, el imperio del gentío; en el otro, el de las ondas y la espuma. Huelga decir que el puerto y la zona costera adyacente era un hervidero de naves de todos los tamaños; allí el agua era una continuidad de la tierra, en cuanto al dinamismo se refiere; pero, más allá, a medida que la vista se acercaba al horizonte, se adivinaba esa soledad sólo compartida o aliviada por los seres que habitaban las aguas y aquellos que poblaban los cielos. Así mismo, establecí de forma automática una analogía entre aquella inmensidad acuática y la vastedad de las interminables estepas de Mongolia. Ahora bien, el hecho de hallar tan contradictoria correspondencia entre dos medios tan distintos, me impresionó de una forma paradójica: me asustaba y me atraía con la misma intensidad.
.....Los británicos se habían dado prisa en ocupar los barrios más privilegiados, los mejor comunicados, los más salubres, y en ellos erigieron sus residencias con todo el sabor de su país natal. Se prodigaban las construcciones victorianas, las masas verdes que, pobladas de uniforme césped, les servían para un ocio que les hacía sentir cercanos a su lugar de origen. Según me dijeron mis compañeros de viaje en aquellos bien cuidados jardines y praderías los británicos jugaban al críquet y al polo, o montaban carpas bajo las cuales se dedicaban a establecer relaciones sociales. Me asombró su forma de vida, aquel orden y limpieza que parecía ser el santo y seña de su existencia.
.....A una distancia equidistante entre la zona residencial británica y la ubicación de las más importantes empresas comerciales estaba la Mansión de los Sueños, el negocio de mi tío. Un negocio próspero no exento de riesgos que aquel mongol aguerrido (por cuyas venas también corría la sangre de Temujin) sabía llevar de manera exitosa, como un buen piloto maneja su barco en medio de la tempestad. El complejo edificio lo conformaba un gran caserón central de tres pisos cuya fachada principal, dotada de una alta entrada, estaba orientada al Sur; adosadas a éste, a uno y otro lado, partían dos alas de dos pisos de altura, que, tras prolongarse una quincena de metros hacia el Este y el Oeste, realizaban un ángulo recto dirección norte prolongándose otros veinticinco metros, al cabo de los cuales un alto tapial de mampostería cerraba la construcción, dejando un amplio y diáfano patio interior.
.....Allí dije adiós a mis compañeros de viaje. Especialmente conmovedoras —y hasta divertidas— fueron las despedidas de las dos hermanas y del poderoso comerciante que me iniciaran en los juegos del amor galante: aquellas me colmaron de besos y lágrimas; éste de regalos y una bolsa con una generosa cantidad de dinero, que sería el primero que recibía en mi corta vida.
.....Tömörbaatar salió a mi encuentro una vez prevenido por uno de los asistentes que guardaban la entrada al local y que fue testigo del revuelo levantado tanto por el paso de caravana como de las despedidas. Yo, que dada mi juventud no lo había visto jamás, me encontré ante un hombre imponente. Tampoco parecía mongol si no fuera por el rostro en forma de planisferio y un cierto aire de confiada —y engañosa— mansedumbre. No era muy alto, pero sí fuerte. Una patente barriga tensaba el hanfu de seda carmesí con bordes dorados que desde el cuello le caía hasta los tobillos. Totalmente calvo, su prominente cráneo brillaba como el marfil pulido; totalmente lampiño, sus pesados mofletes mostraban la tersura propia de la piel de un niño; totalmente diáfano, sus oscuros ojos, sin apenas pestañas ni cejas que los enmarcaran y un iris desmesuradamente grande, semejaban ser bolas de ébano iluminadas desde atrás. El conjunto de los rasgos de su rostro producía una sensación intimidatoria, seguramente muy útil para un eficaz desempeño de su negocio. Imagino a aquel hombre dando órdenes o directrices, y a sus empleados perdiendo el culo por cumplirlas; o advirtiendo a clientes pendencieros, y a éstos deponer ipso facto su belicosa actitud.
.....Cuando me vio avanzó hacia mí sonriente (gesto éste, el de la sonrisa, que daba a su rostro una expresión aún más inquietante) abriendo los brazos. Me estrechó elevándome del suelo mientras repetía: «¡mi querido sobrino, mi querido sobrino!», como si hiciese eones que no hubiera tenido la oportunidad de abrazar a un familiar. Y lo cierto es que desde que llegara a Shanghai, sólo como yo, hacía de eso tantos años como los que yo tenía, nadie de nuestra familia lo había visitado. Mi tío cumplía a rajatabla las dos condiciones enunciadas con anterioridad para triunfar en una ciudad como Shanghai: gran capacidad de trabajo y carencia de escrúpulos. Además, poseía un coraje a prueba de intimidaciones, astucia para los negocios y una mezcla de seguridad en sí mismo y penetración psicológica que resultan claves en el trato con las personas.
.....Las hermanas licenciosas y el comerciante bujarrón me miraron aún con más admiración cuando constataron quién era mi tío, quizás hallando en ello la mejor explicación para justificar la pasta de la que yo estaba hecho. Los vi alejarse, no voy a decir que con lágrimas en los ojos —por mi parte—, pero sí con agradecimiento.
.....Al entrar en la Mansión de los Sueños —que por fuera se anunciaba con un gran rótulo pintado en bellos caracteres hànyǔ sobre la entrada, y cuatro banderolas verticales, en las cuatro esquinas del complejo, en otras cuatro lenguas: pinyin, inglés, francés y español— la sensación era de lujosa sobriedad. Un ecléctico estilo sino-occidental imperaba en todos los rincones del caserón central: fanales y faroles chinos junto a arañas de cristal; biombos decorados con paisajes lacados estilo Shitao junto a cuadros y tapices ingleses, flamencos o italianos; cómodas y aparadores estilo Luis XV y butacas victorianas junto a escabeles y divanes de mimbre y mesas cuadradas de salón, de las llamadas fang-zhuo. Imagino que mi tío pretendía con ello que tanto los clientes occidentales como los chinos se hallaran a gusto en un ambiente acogedor y familiar donde cada cual pudiera sentirse como en casa. En aquel edificio principal estaban las zonas nobles, es decir: el bar, el restaurante, los reservados y las salas de reuniones (donde se servía comida y bebida). Los fumaderos ocupaban las dos alas laterales: en el piso de arriba, las salas más exclusivas; en el de abajo, las más modestas. El acceso a estas alas se hacía desde el edificio principal, por sendas entradas con pórticos; cada piso tenía la suya, de modo que los clientes más exclusivos no tenían contacto con los más modestos. Las habitaciones del personal con mando y la del mismo Tömörbaatar se situaban en el tercer piso del caserón central; las de los empleados menores y sirvientes en las alas, en habitaciones comunales situadas en la parte más próxima al edificio central.
.....En lo que se refiere a mí, fue mi tío quien me instaló personalmente en una estancia contigua a la suya. Me dijo que descansara lo que quedaba del día porque al día siguiente comenzaría a trabajar; «y allí había que trabajar muy duro», me advirtió. Cuando, tras despedirse, salía de la habitación, por la abertura de la puerta pude entrever a un hombre de rasgos occidentales en el pasillo. Era rubio, alto y delgado. Ya con la puerta —suavemente— cerrada, les oí saludarse y hablar de forma amigable durante unos instantes. Me dormí poco después, arrullado por el bullicio de la calle y acunado por las emotivas imágenes de la despedida de mis compañeros de viaje y las del cálido recibimiento en mi nuevo hogar. Tuve sueños apacibles donde toda mi existencia se mezclaba sin solución de continuidad: mi pasado más remoto en la estepa y el más reciente del viaje felizmente concluido, mi reconfortante presente y un futuro prometedor en el que aparecía de forma imprecisa, como surgido a contraluz de un pasillo en sombras, la imagen de aquel hombre delgado alto, y rubio entrevista poco antes de manera fugaz. Ahora, en el sueño, pude vislumbrar en su rostro una leve y enigmática sonrisa que me causó una impresión a medio camino entre la curiosidad y la inquietud.
(Continuará)
GALERÍA
Wei Dong
(1968 - )
(1968 - )
.....Wei Dong es un artista surgido de una encrucijada: la de un milenario Imperio devenido dictadura comunista; la de una cultura tradicional en la que, en lo pictórico, lo antropológico recibía un tratamiento minimalista sumergido en medio de la omnipresencia del paisaje, es decir, de la naturaleza, y la cultura occidental a la que accede y tiende, en que lo humano toma protagonsimo; la de su original idiosincrasia oriental que descubre y realiza un viaje, con constantes retornos, a Occidente; la de un realismo crítico en lo social y un simbolismo rayano en lo surrealista; la de una tendencia hacia la belleza expresiva —de los cuerpos femeninos, de las composiciones cromáticas, de la impresión de conjunto, de la sugerencia—, que no rechaza llegar a ella a través de lo feo que en la realidad se prodiga; en fin, cruce de múltiples caminos que vienen y van de un polo a otro, realizando una suerte de trenza pictórica en la que estilos divergentes, si no antagónicos, conforman una apuesta original y arriesgada, pero bella.
.....Si a un occidental le puede chocar esa manera de abordar la figura femenina, en ocasiones ambigua (pero no andrógina, como se dice por ahí), si puede resultarle paradójica esa forma de mezclar épocas distintas, en que la soflama política y social se ve transformada en publicidad, cuando no en mero escaparate de un sexo trascendido, es porque un occidental no se pone en el lugar de un viaje similar pero en sentido contrario. Wei Dong es el producto de una época única, en la que los cambios se han producido a velocidad de vértigo, en la que un régimen cerrado sobre sí mismo halla la forma de abrirse a su contrario sin perder el centro de su equilibrio (al menos aparentemente). ¿Cómo no sentirse protagonista de una encrucijada, si uno mismo forma parte de ella?
.....Como confiesa él mismo, su estilo intimista, ecléctico y desconcertante es una amalgama de experiencias infantiles e impresiones de los sucesos vertiginosos que se han ido encadenando en la historia reciente no sólo de su país de origen, China, sino en el mundo, y que han ido conformando su expresividad al actuar sobre su fina sensibilidad de artista.
.....En cuanto a sus temas: en su obra el sexo está omnipresente y tiene un protagonismo transversal; abunda en la revisión crítica de la sociedad, tanto la verdigris del pasado comunista como la actual volcada hacia un exuberante consumismo —es curiosa la semejanza, casi de anagrama, entre las palabras "comunismo" y "consumismo", apenas una "s" de más— y sus reclamos publicitarios; pone en cuestión las creencias heredadas y establecidas, ya sean políticas o religiosas; e incide, ya en su periodo de madurez, en la recuperación de la memoria pictórica tradicional, paisajista, en la que los personajes están resaltados tanto por su cromatismo como por su aspecto occidentalizado y su actitud desenfadada.
.....De comienzos autodidactas, pasaría por la Universidad de Bellas Artes de Beijing, antes de trasladarse a New York, donde tiene estudio.
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Mermaids
Wei Dong - Title Unknown
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Soldier on the Horse: 2010
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Wei Dong - Horseback Rider No.1
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Christian Allegory
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