viernes, 4 de marzo de 2016

Opio (II) - GALERÍA: Wei Dong (2)





Hay en todo ser humano un ser que quiere ser,
incluso, en algunos casos, a pesar de las circunstancias,
sin tener que atenerse a libertades condicionales
ni deber someterse a arbitrios limitadores.
Se trata del ser que quiere ser pese a todo
y pese a todos; también pese a los propios miedos
y a la innata tendencia a la conformidad,
que no es sino comodidad con coartada, exculpada.
Todo ser (humano) que quiere ser ha de plegarse al instinto gregario
 de la especie y circunscribirse a los seguros límites del redil
para medrar con éxito —a decir del espíritu de rebaño.
Muchos lo llevan bien, otros logran sobrellevarlo a base de convencerse
de que es más lo que ganan perdiéndose que lo que pierden entregándose,
pero hay algunos en que el ser late tan fuerte,
es tal su grado de ineludible compromiso con lo posible,
que la sola posibilidad de entregarse sin mediar encarnizada lucha
repugna tanto a su alma que son capaces de vomitarse a sí mismos
para echar fuera lo que en ellos existe de debilidad.
Estos algunos son los eternos combatientes de una doble guerra:
la que libran contra un exterior que se opone a su posibilidad,
y la que dirimen en su interior contra una resignada sumisión.
Como consecuencia de esta disputa, el campo de batalla que es el propio cuerpo
sufrirá las consecuencias en forma de solapados e insidiosos trastornos nerviosos
cuya más notoria manifestación son las malas digestiones.
Los individuos cuyo ser aspira a la posibilidad de ser lo que quiere ser,
y para ello ha de ir a contracorriente, suelen ser,
irremediablemente, individuos hipersensibles y dispépsicos.
Pensamientos Últimos. Héctor Amado



Opio

III

.....Mi trabajo consistiría en ser la sombra de mi tío. Una sombra muy alargada, que debía llegar con mayor frecuencia allí donde él no podía llegar sino de modo más espaciado. Mis funciones serían algo así como una prolongación de sus sentidos. Oír, ver, oler, saborear, tocar; y comunicar al factótum de La Mansión de los Sueños lo oído, visto, olido, saboreado y tocado. Todo ello complementado con mis propias intuiciones, reflexiones y sugerencias. Mi actitud no se limitaría a la de ser un simple espía del jefe, sino la de un supervisor con voz y opinión propia; eso sí, para ser expresada cuando se me pidiera, no antes. Si yo detectaba que algo no funcionaba en la manera prevista o correcta debía informar inmediatamente a mi tío; si él me lo pedía, yo podía aportar mi punto de vista sobre el asunto. De esta forma Tömörbaatar pretendía multiplicar el poder y la penetración de su supervisión, de su autoridad y, en resumidas cuentas, de su gestión del negocio.
.....Por consideración a mis padres mi tío no mandó quemar mis exiguas y ajadas vestimentas, pero ordenó que fuesen guardadas en el fondo de un armario (quizás en previsión de que mi viaje pudiera resultar de ida y vuelta, por no estar a la altura de las circunstancias). Eso sí, me dejó conservar al alcance de la mano el pétreo fetiche tomado del ovoo y la credencial identificativa, ya que, según él, un hombre, para triunfar en la vida, necesita dos cosas sobre todas las demás: suerte y fe en sí mismo. Una suerte que puede, además de buscarse, invocarse de la forma que cada cual crea conveniente; y una fe que, ante todo, reside en las propias raíces cuando éstas son profundas y están bien nutridas. En adelante vestiría como era obligado a mi rango: las sedas crudas más preciadas, los algodones más finos, las más suaves lanas de cachemir; babuchas de piel de cabrito y zapatos de cordobán español.
.....Se me asignaron profesores de inglés y francés —lenguas sin las cuales no se podía prosperar en aquella ciudad, y, menos, en aquel exclusivo negocio internacionalizado. Se me dio de plazo un año para hablarlas con soltura. Ocasión no habría de faltarme para practicarlas, pues, además del variopinto personal empleado, entre la clientela de La Mansión de los Sueños se encontraba lo más granado —amén de lo más disoluto— de las diversas legaciones internacionales de Shanghai. Aunque no exclusivamente, pues no eran pocos los viajeros que pasaban por nuestra casa, bien procedentes de Indochina —los franceses—, bien de Birmania o India —los británicos. También llegaban portugueses, holandeses y españoles, pero de forma más esporádica. Por lo que, si por añadidura, aprendía a chapurrear esos idiomas, mejor que mejor.

.....Como pronto descubriría, la calidad del opio de La Mansión de los Sueños no admitía parangón. La mejores cosechas procedentes de Persia y Turquía, cuyo opio contiene mayores proporciones de principios activos que todas las demás variedades cultivadas en el mundo, siempre estaban disponibles en nuestra oferta. Pero también las de Laos y Birmania, o de la India, que, siendo el más flojo, no obstante era muy demandado por los ingleses; incluso disponíamos del mejor producto de zonas tan lejanas como Grecia y España. No había otro local, ni aun en Hong Kong, donde se ofreciera tal calidad ni tanta variedad.
.....El suministro era constante, mi tío había desarrollado una red de captación que incluía delegados en cada uno de esos países, desde donde se remitía sólo el opio más selecto. El hecho de comerciar exclusivamente con lo mejor hacía que nuestra clientela fuese muy selecta, pagaban bien y los riesgos en las consumiciones a cuenta o en el crédito fiador eran mínimos. De los escasos impagos que se producían se encargaba el departamento de cobros: un grupo externo al local, algo así como una subcontrata, que visitaba a los morosos una vez transcurrido un generoso tiempo prudencial. Cumplido el plazo, en caso de negarse a satisfacer sus deudas, el grupo presionaba al deudor hasta ver satisfecha la cantidad adeudada. Esta presión, como pude comprobar con el paso del tiempo, podía ejercerse de diversas formas, desde la simple conminación a la disuasión física, no descartándose la presión indirecta en la persona de los familiares: esposas/os, hijos, padres, etcétera. Todo ello, por supuesto, bajo la más absoluta reserva. Si bien en los inicios del negocio estos métodos fueron utilizados con mayor asiduidad, en el tiempo que yo trabajé para mí tío, quien se acercaba a La Mansión de los Sueños ya sabía a qué atenerse, por lo que sólo acudían a sus instalaciones quienes poseían una probada solvencia. El derecho de admisión se encargaba del resto, un derecho de admisión que se ejercía de forma discreta pero firme: a la entrada del local había dos fornidos empleados encargados de las relaciones públicas, que eran quienes tenían la función de filtrar a quienes no alcanzaban el perfil requerido para acceder al local. A éstos se les aconsejaba amablemente desistir de su intención, redirigiéndoles hacia locales alternativos más apropiados para ellos. Pocos eran, no obstante, quienes pretendían penetrar en aquel exclusivo lugar sin pertenecer, de una u otra forma, a una cierta élite social, que los occidentales asociarían con los estamentos que tienen su base en la burguesía acomodada, y que era la clientela habitual.

.....La Mansión de los Sueños no era un burdel, sino un fumadero de opio y un club donde desarrollar relaciones sociales ligadas a, como diría un francés, la joie de vivre. Las chicas que podían verse en el servicio de las zonas nobles o en la salas de fumar estaban dedicadas más a satisfacer las necesidades meramente materiales —atender el servicio de mesa o el de la barra, acomodar a los clientes, ayudar a cargar las pipas, masajear suavemente los miembros laxos de los fumadores, etc.— o espirituales —dando conversación o simplemente acompañando a los clientes, ya en el bar ya en su amortiguada nonchalance. Las chicas de compañía poseían un rango superior a las de servicio, tenían una más refinada educación, mayor cultura y, ocasionalmente, estaban iniciadas en los secretos de la música: tocaban instrumentos o cantaban. A las chicas de servicio sólo se les exigía buena presencia, simpatía, buenos modales y hablar además del chino mandarín, al menos, en inglés. Si un cliente deseaba ir más allá y tener relaciones más íntimas con alguna chica, debía consultarlo con el encargado y, si éste daba el visto bueno, la relación se establecería en otro local distinto, situado a pocos metros de La Mansión, cuyo nombre, El Jardín de las Mil Flores, era de por sí suficientemente explícito. Cuando ésto sucedía la chica requerida en cuestión era sustituida por otra del mismo rango proporcionada por dicho local (que, al fin y al cabo era el que nos suministraba la mayoría del personal femenino, sobre todo de compañía).

.....No peco de vanidad, porque es cosa suficientemente sabida, cuando afirmo que en aquel placentero y milenario Jardín se me estimaba como a un hábil y solícito jardinero. De hecho tanto mi tío como los empleados de alto rango hablaban del Harén de Nergüi cuando se referían a la concesión que nos abastecía del personal femenino. Pero no todas las empleadas de la casa procedían de allí, algunas eran captadas por los veedores de mi tío, quien siempre estaba ojo avizor para contratar a lo mejor de lo mejor, viniera de Beijing, de Hong Kong o de allende los mares. Hubo quien incluso se presentaba motu proprio en La Mansión demandando un trabajo, bien por recomendación, bien porque la fama del local traspasaba fronteras. Cuando yo llegué a Shanghai, en el negocio había una mestiza franco-vietnamita, una hispano filipina y una galesa pura.  La cabellera de las dos primeras era negra como el azabache, la de la tercera de un pelirrojo encendido; las tres, en su estilo, hermosas como muñecas de porcelana. Con la vida de aquel trío de bellezas, antes de recabar en La Mansión, se hubiera podido escribir una buena trilogía de heroínas aventureras.
.....Entre los empleados varones había de todo. La internacionalización del local, como se está viendo en esta descripción, se aplicaba a todos los niveles. La mayoría del personal de rango de servicio era chino, aunque también había un indio, un coreano, dos birmanos y un vietnamita. Entre el personal de rango medio abundaban los occidentales, más ordenados y disciplinados. El rango de los encargados eran en su mayoría hombres de confianza de mi tío, indefectiblemente mongoles, bien procedentes de la Mongolia Interior, bien de la estepa, todos ellos orgullosos de su origen y de su casta indomable.
.....Casos aparte eran el contable, Jacques Delatour, un suizo apátrida ya cincuentón, y el Consejero, como se le llamaba a George Fullbridge. Éste era el hombre rubio, alto y delgado que entreviera el día de mi llegada a La Mansión.


IV

.....En cierto modo George podía ser considerado como una especie de Merlín para Arturo. Y no es que no tuviera algo de taumaturgo, lo que, en ocasiones, ni yo podría ponerlo en duda, sino que mi tío veía en él, a parte de alguien en quien confiar, su amuleto de la suerte (como podía serlo para mí mi piedrecita del ovoo). Pero George era un amuleto oracular, no un simple dije portador de buena fortuna. Alguien, por otro lado, inasequible a la corrupción, alguien a quien no le importaba el dinero, por lo que no estaba dispuesto a perder ni un segundo de su vida por obtener riquezas o bienes materiales, de las que decía eran pesadas cargas que limitaban el movimiento y, por tanto, la misma vida. Alguien para quien el valor de la vida, de tener alguno, reside en lo que uno es y no en lo que tiene. Su mayor, y única, riqueza era él mismo —y esto no lo decía él. Un hombre así suele poseer una rara tendencia a la sinceridad: o calla, por discreción o consideración, o cuando habla lo hace siguiendo el dictado de su pensamiento. Y eso, para mi tío, era una virtud que no se podía adquirir con todo el oro del mundo. Lo conocía desde hacía ya quince años, desde que George llegó al fumadero, cuando éste aún no era lo que sería después. Mi tío me rebeló que cuando lo vio por primera vez, aunque en aquel entonces era un joven deshecho física y emocionalmente, supo que se encontraba ante un ser excepcional. Fue ese convencimiento el que le llevó a prestarle ayuda.

.....George medía un metro noventa, era de constitución fibrosa, sin llegar a ser atlética —lo que no quiere decir que su capacidad de resistencia hubiera puesto en aprietos a cualquier fornido atleta—, y se movía con la elegante displicencia de un guepardo. Tenía el cabello lacio, rubio y tan fino como la seda, que peinaba hacia atrás de forma natural, sin aceites ni gominas. Sus ojos eran, paradójicamente, marrones no azules como pudiera preverse, lo que daba a su mirada un extraño aire de honesta terrenalidad y de inequívoca nobleza de carácter. En su expresión, no obstante, había algo de esa tensión interior que se esfuerza en mostrarse distendida. Un amago de entrecejo, una cierta dureza en la mirada, un bosquejo de pliegue en la frente, una imperceptible crispación en la mandíbula. Si a cualquier observador no avisado pudiera parecerle un ser inequívocamente estable, dotado de un impresionante equilibrio, para quien, como yo, dispusiera de una penetrante percepción, ese sexto sentido que es capaz de captar en el otro lo que el otro esconde o se esfuerza en ocultar, se daría cuenta que allí adentro, en la psique de tan poco sospechoso individuo, habitaba un culpable. ¿De qué? Eso, posiblemente él sólo lo sabría. Quizás no era sino la lucha sin cuartel dirimida en el interior de toda persona, entre las fuerzas del bien y del mal, que en su caso alcanzaban la proporción de una auténtica batalla campal permanente de indeciso resultado, en la que los contendientes tan pronto se muestran victoriosos como resultan derrotados. Sólo una titánica fuerza de voluntad podía mantener a raya aquella despiadada guerra interior; resultado de este esfuerzo de contención era ese esbozo de tensión que afloraba sutilmente al exterior por un rostro, por otra parte, hermoso, a pesar de hallarse ya en el filo de los cuarenta años.

.....Veinticuatro contaba George cuando apareció por la Mansión de los Sueños, en un tiempo en que la mansión no era aún más que un caserón con pretensiones. Tömörbaatar se esforzaba en levantar un negocio florecido al abrigo del comercio del opio que los ingleses habían introducido en China veinte años antes, empeño que había costado ya dos guerras, ambas saldadas con sendas victorias para los británicos (y franceses, en la segunda, que se unirían a los british con la intención de obtener su parte en el prometedor botín comercial que ofrecía tan enorme mercado). En aquellos primeros momentos de un negocio tan arriesgado, y, sobre todo, tan sembrado de peligros, mi tío dirigía el local con mano férrea. Entonces no se andaba con contemplaciones, y su pericia para la lucha le servía para mantener el negocio dentro de los límites en que los beneficios comenzaron a sobrepasar de forma viable a los perjuicios. Quizás aún no sabía cómo llevar a buen puerto una nave que en ese momento se veía azotada por fuertes vientos procedentes de los cuatro puntos cardinales (empresas comerciales británicas y francesas, gobierno chino, políticos locales —frecuentemente corruptos—, competencia inevitablemente desleal), pero de lo que sí estaba seguro era de que quería e iba a triunfar. Y para ello debía hacer amigos —o aliados— en todos los frentes. Se rodeó de una camarilla de fieles compatriotas mongoles y comenzó la ardua ascensión hacia el éxito. Estableció alianzas, primero, con los gerifaltes locales de las empresas extranjeras más poderosas (al fin y al cabo no dejaban de ejercer de portaestandartes de los países ganadores de la guerra), después halagó y se ganó a los delegados gubernamentales, al mismo tiempo que obtenía el beneplácito de los mandamases locales, y, por último, dejó claro a la competencia que podía haber sitio para todos, siempre y cuando él ocupara la cima de la pirámide. Generosos regalos, comisiones de dudosa legalidad, sobornos, chantajes y alguna que otra extorsión jalonaron un camino que no fue de rosas precisamente; aunque, hablando de flores, la de la adormidera sería adoptada por mi tío como símbolo de la casa. Símbolo que los empleados con más de un año de antigüedad de La Mansión de los Sueños llevaban tatuado discretamente —su tamaño era el de una moneda de cinco peniques, es decir, unos dos centímetros—en la parte interior de la muñeca izquierda, los varones, y en el exterior del tobillo izquierdo, las mujeres.

.....Antes de entablar ninguna relación con él se lo había cruzado varias veces en el local. George entonces era poco más que un guiñapo humano. Andaba todo el día, si no bebido, fumado. Vestía con desaliño un traje de lino que alguna vez fue color crema pero que las manchas y las arrugas habían tornado de color impreciso, pues todos los colores, con sus respectivos matices, podían hallarse presentes en su trama. Era el suyo un traje que un tiempo mal vivido había teñido con gran virtuosismo de claroscuros. A pesar de todo ello, un alma inquebrantable, inasequible a toda perdición, parecía llamear en sus ojos. Esa fue la llama que atrajo la atención deTömörbaatar en los ocasionales y fugaces encuentros.
.....Un día los encargados del orden interno lo trajeron a la presencia de mi tío. Parecía que no podía pagar el servicio dispensado, y en la doble consideración de ser un cliente ya casi habitual y británico, con buen criterio, los empleados decidieron someterlo al juicio supremo del jefe, en vez de actuar por su cuenta siguiendo el expeditivo procedimiento habitual. El duro e impertérrito mongol lo miró de hito en hito. George fijó en él sus ojos vidriosos, en los que, no obstante, Tömörbaatar no dejaba de atisbar aquella persistente llama que pugnaba en no ser apagada. Durante unos instantes ambos hombres parecían leerse mutuamente los pensamientos y los corazones. Los pesados párpados de aquel joven derruido evitaron que el duelo se prolongase más allá de medio minuto. Fueron suficientes. Si los empleados no lo hubieran tenido sujeto por ambas axilas el británico se habría desplomado, pues su cabeza cayó hacia adelante como si los músculos del cuello hubiesen perdido su tensión. Aquel aguerrido y despiadado mongol ordenó a sus empleados que tendieran en un diván al desvanecido moroso. Inmediatamente mandó llamar a una asistente a la que encargó el cuidado de aquella piltrafa humana. Contraviniendo todo anterior proceder se propuso desintoxicar y volver a la vida a aquel ser abandonado a una muerte en vida y esperar a ver qué encontraría después: si encontraba lo que preveía, le podría ser de gran ayuda para sus planes; si no, lo dejaría marchar ofreciéndole una segunda oportunidad a su vida. Mi tío era así, se guiaba por un profundo instinto atávico, en el que la despiadada determinación no estaba reñida con un singular sentido de la clemencia (algo, por otra parte, común a los líderes de diversa laya, propensos a arrogarse la facultad de quitar y conceder la vida por derecho de su voluntad de poder).

.....Tömörbaatar se esforzó en dejar claro que su proceder en este inusual caso era una excepción, que no se trataba de buenos sentimientos ni nada parecido, sino de una inversión a medio plazo. Toda vez que se informó de los orígenes aristocráticos de su protegido esperaba sacar de ello sus buenos réditos, no más fuera en el ámbito de las relaciones con el Imperio. Podía convertir un intrascendente y estéril lance de impago doméstico, en una fructífera ocasión para dar un salto cualitativo en su negocio.
.....Tardaría George seis meses en limpiarse completamente. Seis meses que debieron ser un infierno para aquella voluntad torturada, que parecía no querer otra cosa ni buscar otra salida que la autodestrucción. Era cosa de locos: ¡un fumadero convertido en centro de rehabilitación!. Ese su temporal averno particular estaba situado en la esquina suroriental del edificio, en la tercera planta del que sería posteriormente pabellón central del complejo, la zona noble de La Mansión de los Sueños. Estuvo vigilado y cuidado día y noche. Poco a poco aquel espigado gentleman fue recuperando su original naturaleza, una naturaleza jovial y activa pero reflexiva, que en aquella etapa de recuperación se mostró especialmente taciturna. Se pasaba las hora muertas contemplando las figuras que parecían diseñadas en el yeso de las paredes y que probablemente sólo él veía. Un día pidió tinta y pluma para escribir. Ya no lo dejaría. Escribía y escribía como si con ello, con la tinta china sublimada en signos con significado, eliminara el humor negro que lo había estado intoxicando durante los últimos dos años.
.....Mi tío, que primero se había servido de intermediarios para comunicarse con él, comenzó a ensayar un acercamiento de tanteo. Al comprobar que sus expectativas más optimistas se confirmaban, frecuentó sus contactos. Una cosa lleva a la otra, y entre ambos hombres, tan diferentes en carácter, se estableció una relación que si aún no podía calificarse con propiedad de amigable sí merecería el atributo de complicidad. Al final, aquella subyacente y fluida connivencia cuajaría en algo de carácter distinto y más profundo que la mera amistad.

(continuará)




GALERÍA


Wei Dong
(1968 -  )

.....Wei Dong es un artista surgido de una encrucijada: la de un milenario Imperio devenido dictadura comunista; la de una cultura tradicional en la que, en lo pictórico, lo antropológico recibía un tratamiento minimalista sumergido en medio de la omnipresencia del paisaje, es decir, de la naturaleza, y la cultura occidental a la que accede y tiende, en que lo humano toma protagonsimo; la de su original idiosincrasia oriental que descubre y realiza un viaje, con constantes retornos, a Occidente; la de un realismo crítico en lo social y un simbolismo rayano en lo surrealista; la de una tendencia hacia la belleza expresiva —de los cuerpos femeninos, de las composiciones cromáticas, de la impresión de conjunto, de la sugerencia—, que no rechaza llegar a ella a través de lo feo que en la realidad se prodiga; en fin, cruce de múltiples caminos que vienen y van de un polo a otro, realizando una suerte de trenza pictórica en la que estilos divergentes, si no antagónicos, conforman una apuesta original y arriesgada, pero bella. 
.....Si a un occidental le puede chocar esa manera de abordar la figura femenina, en ocasiones ambigua (pero no andrógina, como se dice por ahí), si puede resultarle paradójica esa forma de mezclar épocas distintas, en que la soflama política y social se ve transformada en publicidad, cuando no en mero escaparate de un sexo trascendido, es porque un occidental no se pone en el lugar de un viaje similar pero en sentido contrario. Wei Dong es el producto de una época única, en la que los cambios se han producido a velocidad de vértigo, en la que un régimen cerrado sobre sí mismo halla la forma de abrirse a su contrario sin perder el centro de su equilibrio (al menos aparentemente). ¿Cómo no sentirse protagonista de una encrucijada, si uno mismo forma parte de ella?
.....Como confiesa él mismo, su estilo intimista, ecléctico y desconcertante es una amalgama de experiencias infantiles e impresiones de los sucesos vertiginosos que se han ido encadenando en la historia reciente no sólo de su país de origen, China, sino en el mundo, y que han ido conformando su expresividad al actuar sobre su fina sensibilidad de artista.
.....En cuanto a sus temas: en su obra el sexo está omnipresente y tiene un protagonismo transversal; abunda en la revisión crítica de la sociedad, tanto la verdigris del pasado comunista como la actual volcada hacia un exuberante consumismo —es curiosa la semejanza, casi de anagrama, entre las palabras "comunismo" y "consumismo", apenas una "s" de más— y sus reclamos publicitarios; pone en cuestión las creencias heredadas y establecidas, ya sean políticas o religiosas; e incide, ya en su periodo de madurez, en la recuperación de la memoria pictórica tradicional, paisajista, en la que los personajes están resaltados tanto por su cromatismo como por su aspecto occidentalizado y su actitud desenfadada.
.....De comienzos autodidactas, pasaría por la Universidad de Bellas Artes de Beijing, antes de trasladarse a New York, donde tiene estudio.


Eat

Wei Dong - Girl with Duck
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Wei Dong - Butcher
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Wei Dong - My Girl no. 5, 2006
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Wei Dong - Girl with Meat
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Wei Dong - Drinking and Eating Man and Woman, 2013
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Wei Dong - Playmate
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Wei Dong - Mahjong
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Wei Dong - Stripped realities
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Wei Dong - My Mediterranean
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Wei Dong - My Mediterranean
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Wei Dong - Untitled
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Wei Dong - Untitled
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Wei Dong - Untitled (detail)
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Wei Dong - Girl with Bread, 2006
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Wei Dong - My Girl No. 4
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Wei Dong - Girl in Sleep, 2007
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Wei Dong - My Ducklings, 2012
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Gravity, Darkness and Tributes

Wei Dong - My Honeymoon
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Wei Dong - Lamb
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Wei Dong - Titled Unknown
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Wei Dong - Chess #2
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Wei Dong - Assembly, 2011
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Wei Dong - My Model
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Wei Dong - Lunch in the Woods, 2010
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Wei Dong - Title Unknown
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Wei Dong - My Biology Teacher, 2012
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Wei Dong - Dance Lesson, 2013
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Wei Dong - My Café, 2009
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Wei Dong - My Gentleman's Bike
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Wei Dong - My Homework
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Wei Dong - My Nizan's Tree 2011
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Wei Dong - My Pollock
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Misture: Tradition and Avant-garde

Wei Dong - Title Unknown
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Wei Dong - On the Clouds
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Wei Dong - Interior Series No.1
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Wei Dong - My Souvenir
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Wei Dong - Boy
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Wei Dong - Flood, 2008
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Wei Dong - My Marilyn No. 3
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Wei Dong - Fog No. 1, 2008
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Wei Dong - Gathering No. 4
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Wei Dong - Titled Unknown
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Wei Dong - Ming Dynasty Landscape Painting
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Wei Dong - Ancient Stage Modern Players
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 Wei Dong - Mobile Scenery I, 1997
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Wei Dong - Neighbors-Girls with Fever, 1998
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Wei Dong - Kite Flying, 1995
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 Wei Dong - Titled Unknown (detail)
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Wei Dong - Players in the Landscape
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Wei Dong - Springtime Gathering
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Wei Dong - Distancing
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Wei Dong - My Heroes
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Wei Dong - New Year No. 2
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Wei Dong - Goldfish No 4
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Wei Dong - Puppet Show
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Serie Crossroads

 Wei Dong - Crossroads No. 1

Wei Dong - Crossroads No. 2
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Wei Dong - Crossroads No. 3
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Wei Dong - Crossroads No. 4
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Wei Dong - Crossroads No. 4 (detail)
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