lunes, 14 de marzo de 2016

Opio (IV) - GALERÍA: Liu Yuanshou: Woman In Red




En puridad, un Paraíso, así con mayúsculas, es algo que no existe.
No, para el hombre; lo que es tanto como negar en absoluto su posibilidad.
Pues es el hombre quien lo dota de atributos, de significado, de concepto;
y lo hace en base a lo que al hombre mismo le falta, lo que no tiene
ni puede tener de forma satisfactoria en esta vida.
El Paraíso es un concepto —que no un lugar— formado de carencias,
una entelequia creada por necesidad... de consuelo.
Lo más que le está permitido al ser humano es tender hacia él.
Aquí Machado aporta la clave: caminante no hay camino, se hace camino al andar.
El Paraíso es como el horizonte: aunque uno tienda hacia él 
nunca se ha de alcanzar, mas lo importante es tender.
Hay tantas sendas que conducen hacia el horizonte como hombres capaces de seguirlas.
Pero no todos deciden caminar hacia él,
es más, la mayoría, creyendo que no existe,
que no es más que un espejismo, ni lo intenta siquiera,
quedándose instalada en el lugar que ocupa, o, peor,
conformándose con el lugar que le es asignado.
Pero algunos, pocos, deciden ponerse en marcha,
y, aunque sepan que nunca lo habrán de alcanzar,
caminan hacia él infatigablemente, dejando tras de sí una estela luminosa. 
Éstos son la luz del mundo, su justificación y su razón de ser.
Pensamientos Últimos. Héctor Amado.



Opio

VII

.....George Fullbridge pertenecía a esa clase inglesa acomodada, incluida en la pequeña aristocracia, que sin poseer un apellido tan ilustre como para optar a un lugar en los escaños de la Cámara de los Lores disponía de todas las prerrogativas de los de su clase: una vida regalada y relajada, sustentada económicamente por algunas inversiones inmobiliarias repartidas por el condado de Kent —feudo del apellido familiar— y una modesta pero rentable participación en los negocios de la Compañía de las Indias Orientales desde época tan temprana como el siglo XVIII, cuando Lord Reginald Fullbridge, Caballero de su Majestad, recibiera su ascenso a Baronía de manos de Jorge III, aquel longevo rey que reinó durante sesenta años, al final de los cuales perdería la razón —según las más autorizadas fuentes a causa de la porfiria que como una maldición portaron varios monarcas ingleses de la casa de Hannover en sus genes. El ascenso de estatus de Lord Reginald fue debido a los servicios prestados en la otra parte del globo, en las Indias Occidentales; servicios que no pudieron evitar, pese a todo, la pérdida de las colonias del Nuevo Mundo en favor de la creación de ese nuevo estado, futura potencia mundial, que serían los Estados Unidos de América.

.....Sir Reginald Fullbridge VI, 10º Baron de Gravesham, tuvo dos hijos y una hija. George era el mayor y por tanto el primogénito; estaba, pues, destinado a suceder en la Baronía a su padre, y como tal fue educado. Estudió en Cambridge Artes y Lenguas Clásicas, a contrapelo de los deseos de su progenitor, y, previamente, siguiendo las recomendaciones de éste, Derecho en Oxford. Siempre fue un muchacho despierto, muy inteligente y capaz. Extraordinariamente apuesto, poseía un encanto natural que le granjeaba de forma automática, a la primera sonrisa, la simpatía de todo el mundo, pero especialmente de sus congéneres del sexo femenino. Sin ser excesivamente enamoradizo, y con cierta tendencia al ensimismamiento meditativo, él se dejaba querer sin comprometerse jamás. Hasta que conoció a Elsa. Él tenía veintidós años, ella veinticinco. Él realizaba prácticas de pintura, ya en el último curso, en Cambridge. Ella era modelo. Fue un flechazo. Extraordinariamente bella, poseía ciertos rasgos asiáticos en el rostro que dotaban su belleza de un distintivo toque de exotismo y misterio. Después, cuando ya se conocieron, George supo que esos rasgos le venían por parte de madre, una china de Cantón de la que se enamoraría su padre, el prometedor hijo y delegado comercial de un empresario de tejidos británico, dueño de empresas de hilaturas repartidas por medio mundo, bajo el paraguas y al amparo del Imperio de su Majestad. El enamorado joven acabaría casándose con la china contraviniendo toda recomendación en sentido contrario, expresada de forma inequívoca por la voluntad paterna, por lo que fue desheredado sin contemplaciones.

.....Elsa, a los ocho años, perdería a su padre en un accidente. Fue en la pequeña fábrica de hilatura que, con más esfuerzo que éxito, intentaba sacar adelante por labrar un futuro a sus dos estrellas de porcelana —como él llamaba a su amada esposa y a su no menos querida hija. La fábrica, tras la muerte del factótum, tuvo que cerrar, así es que la huérfana se crió con su madre, estirando hasta el límite los pocos ahorros que el malhadado comerciante de telas había logrado reunir hasta ese momento. Con buen criterio, antes de que el dinero se terminase, su madre decidió enviarla a Inglaterra. No tenía muchas esperanzas de que la familia paterna la acogiese con los brazos abiertos, pero las expectativas en Cantón eran infinitamente peores. En una brumosa y tibia mañana de primavera un clipper de la Compañía de las Indias Orientales, que realizaba el viaje de retorno desde Shanghai con mercancías atestando la bodega y pasajeros los camarotes, atracaba en los muelles de Southampton. Elsa tenía veintiún años y toda una vida por delante. Llegaba a un país que sólo conocía de oídas, pero del que se contaban cosas extraordinarias, entre ellas el ser la primera potencia colonial del mundo. Como ya esperaba, y temía, la familia de su difunto padre no quiso saber nada de ella, más allá de concederle una modesta asignación para afrontar las necesidades más perentorias —y acallar, en cierta manera, un leve resquemor de culpabilidad en su conciencia— y entregarle un par de cartas de recomendación para presentarlas en Londres: una estaba dirigida a una prestigiosa casa de formación de personal doméstico, y la otra a una firma de contratación cuyos clientes pertenecían exclusivamente a la nobleza. Pero Elsa tenía demasiada inteligencia, carácter y belleza como para contemplar un futuro dedicado al servicio de las élites, por muy élites que éstas fuesen. Su propia formación, que sin llegar a ser refinada le había dotado de las herramientas suficientes para desenvolverse en ambientes más o menos cultos, la orientó a probar suerte en una ocupación quizás harto inusual y sospechosa, pero en absoluto denigrante: aprovechando la nada despreciable utilidad estética de un cuerpo escultural, aunque estilizado, se hizo modelo profesional. Posaría para artistas e instituciones educativas, entre ellas las academias de pintura y escultura y las universidades de Bellas Artes. En tres años ya era la modelo más cotizada, reclamada en una docena de centros de reconocido prestigio. Podía permitirse una vida más que digna, y comenzó a estudiar arte dramático. Es en este momento cuando se encontró con George Fullbridge.

.....Como ya he indicado, fue un flechazo; Cupido, con la misma flecha, ensartaría ambos corazones. Fue una pasión recíproca y fulminante. Antes de un mes, contado a partir de su primer encuentro, ya estaban haciendo el amor en lugares discretos, preferentemente en posadas sencillas situadas en distritos alejados tanto del centro londinense como de la universidad. George no había sabido hasta entonces lo que era la felicidad; me refiero a la verdadera, no el simple bienestar derivado de la ausencia de preocupaciones. No, la felicidad que ahora le embargaba era un sentimiento enteramente nuevo y sorprendente, nunca antes sentido, mezcla de plenitud exuberante y deseo insaciable. Deseo de estar con Elsa, de acariciarla, de hacerle el amor, sí, pero también de sentirla a su lado simplemente; de sostener su mirada (deliciosa y levemente rasgada) hasta perder la conciencia del tiempo; de reposar la cabeza en su pecho embriagándose de los rítmicos latidos de su corazón, melodía que amaba sobre toda otra música; de sentirla ausente, cuando ella no estaba con él, y, no obstante su ausencia, no dejar de tenerla a su lado, presente en la memoria de sus ojos, de su piel, de su boca y de su olfato. Únicamente en los sueños parecía descansar de la omnipresencia de Elsa. Pero ese descanso duró poco, pues el joven enamorado comenzó a tener un sueño reiterativo del que despertaba inquieto, a veces empapado en sudor. Un sueño que tenía todos los visos de ser premonitorio. George no era supersticioso. Como buen inglés, heredero de un laicismo librepensador, no creía en patrañas inconsistentes. Pero en el excepcional mundo de los sueños nada valen las convicciones que se tienen en vigilia; es más, los sueños en numerosas ocasiones sirven de válvula de escape para una vida demasiado ordenada, vivida demasiado sujeta a lo convencional, demasiado a contrapelo de lo que los impulsos naturales demandan.


.....Siempre comenzaba de la misma forma: a pesar de que en el sueño él era consciente de su edad, es decir, veintidós años, se veía a sí mismo como un niño, un niño que jugaba en el interior de la mansión familiar, a la luz tamizada de los visillos que cubrían los altos ventanales. En un momento determinado, por arte de birli birloque, los visillos se descorren dejando entrar, poderoso, claro y cálido, el sol. Un sol que, al mismo tiempo que se muestra incandescente, todo luz deslumbradora, muestra un rostro difuso, antropomorfo, de ojos rasgados. Él siente tal grado de bienestar al ser mirado por el deslumbrador astro que no puede contenerse: se despoja de sus ropas y sale de la mansión para sentir el sol bañando su cuerpo desnudo. El sol debiera quemarlo, pero no lo hace, antes al contrario las llamaradas que le envía las recibe como si fuesen refrescantes oleadas de placer. De improviso aparecen nubarrones por el horizonte que avanzan imparables. Él se alarma, siente el peligro, pero es impotente para detener las nubes que se ciernen como negros pájaros de mal agüero. El sol pugna con ellas, pero ellas se abigarran cada vez más hasta ocultarlo totalmente. Él, entonces, siente el frío de la implacable y plúmbea sombra en su piel desnuda; también comienza a sentir cómo el miedo se va adueñando de su alma, cómo la angustia va oprimiendo su corazón. Llama al sol con gritos inaudibles, corre intentando sobrepasar las nubes por su extremo, pero apenas se mueve del sitio. Está paralizado. A pesar de que quisiera apartar las nubes con sus manos o a potentes soplidos cual Eolo, no consigue nada. Todo esfuerzo es vano. Sin solución de continuidad el macilento cielo diurno también desaparece, dando paso a una noche ciega.  La oscuridad es total, inmensa, agobiante. A la sensación de frío insoportable se le suma otra de creciente asfixia: se ahoga, da grandes bocanadas pero el aire no penetra en sus pulmones ateridos, no puede respirar... A veces se despierta en esta fase del sueño, pero otras el sueño continúa...

........Por fin consigue coger algo de aire. Un aire que llega hasta él en forma de ligera brisa desde el este. Es un aire leve, que le ofrece, además, la oportunidad de contemplar, en esa noche oscura del alma en que se encuentra, una miríada de estrellas titilando tímidamente en un firmamento negro como el carbón. Intenta buscar una que se corresponda con su adorado sol. Ninguna le parece tan bella, tan luminosa, ni, sobre todo, tan cálida y placentera, tan vital. Entonces, inopinadamente, por obra de ese mismo aire que penetra en su conciencia, se siente flotar. Ahora está volando por el espacio, aunque para ello no precisa de alas, ni mueve los miembros siquiera: es un vuelo de la conciencia que arrastra tras de sí un cuerpo que ya no siente. Esto le proporciona algo de consuelo porque cree que así podrá hallar más fácilmente a su buena estrella: liberado de la servidumbre de una gravedad que lo aplasta contra la tierra, podrá surcar el espacio e ir en busca de su sol. Intenta rodear la Tierra dirigiéndose al Oriente. Pero, tras volar y volar, no puede salir de la noche, no puede alcanzar al día, no puede acceder al amanecer donde el sol le estará esperando. En su viaje frustrado siente correr fuentes alrededor suyo, siente sonreír a las flores a su lado, siente que el viento sopla a su costado llevándolo en andas hacia ningún lugar. Siente todo eso sin verlo, pero también siente cómo el frío vuelve, y cómo le va helando la sangre. Está volando, flotando, sí, pero a la vez cayendo; diríase que se precipita en un gélido abismo de negritud, en el fondo del cual parece resplandecer una tenue fluorescencia, como si allá abajo (allá arriba) tuviera lugar una danza de luciérnagas al borde de un cenagal helado. Cae y cae y cae... hasta hundirse en la ciénaga. Las luminarias han desaparecido, ya no están. Tras un denodado chapoteo por alcanzar la superficie, que de nada le sirve, frustrado y exhausto, se deja ir. Se va hundiendo cada vez más en las miasmas frías y pestilentes. Su propia conciencia parece retirarse. Es el final... hasta que algo o alguien tira de él hacia afuera... Cuando llega a este punto del sueño se despierta bañado en un sudor frío y con el regusto amargo del miedo en la garganta.

.....Apenas transcurridas una par de semanas del inicio de estos desconcertantes sueños, cuando George ya está albergando planes para dar un paso más allá y sacar a la luz su relación con Elsa (aunque para ello deba enfrentarse a la familia, o incluso renunciar a su primogenitura), ésta cae enferma. No saben lo que tiene. Él consulta a los médicos de la familia; requiere recomendaciones, las obtiene. Visita a los doctores más eminentes. Pero Elsa no responde a ningún tratamiento. Los galenos creen que pudiera tratarse de alguna rara enfermedad larvada de origen asiático (el patético recurso de apelar a lo extraño por desconocido). La hermosa joven se va apagando poco a poco. Su hermosura se va ajando; su piel va adquiriendo un matiz lívido primero, para tornarse casi traslúcida después. Pero no lo hace de forma callada: el sufrimiento está presente en esta transformación. Le queman las entrañas, como si la lividez procediera de un fuego níveo, cuyas paradójicas llamas tuvieran la gélida naturaleza de los carámbanos. Le recomiendan que tome láudano para aliviar los dolores. Así lo hace, y, es cierto, consigue un leve y temporal alivio. Pero es un espejismo. Apenas un mes después de la administración del lenitivo, en cuyo lapso de tiempo se dan breves intervalos que invitan a la esperanza, el mal se muestra con toda su virulencia. Ni las dosis más elevadas de la tintura de opio pueden aliviar el sufrimiento extremo que Elsa padece. George es testigo de él, lo sufre casi con la misma intensidad que su amada. Comienza a tomar él también láudano, aunque de modo discreto, y casi más por sentirse unido en todo a Elsa que por necesidad. No quiere dejar de ser consciente de cómo su amor se va inexorablemente. Quiere estar ahí mientras ella lo necesite. Los dos últimos días él no se mueve de su lado. Apenas come ni bebe. Se alimenta del láudano que ambos comparten como si fuese ambrosía. La altísima fiebre la consume, una fiebre que no se traduce en rubor sino en transparencia: la piel ha perdido su opacidad para volverse totalmente transparente, las venas, músculos y tegumentos pueden verse como a través de un cristal.  El fuego frío que la está devorando parece disolver su epidermis. Expirará entre los brazos de George, sintiendo éste cómo el cuerpo de su amada hierve literalmente, y cómo él se abrasa con ella. Quisiera, desearía, arder con Elsa. Imagina o sueña —o ambas cosas a la vez— que los dos arden juntos en la misma pira, pero, como el ave fénix, para resurgir ambos de las cenizas, ya fundidos en un sólo ser. Acaso la fiebre haya hecho presa en él, acaso todo no sea sino producto de la ensoñación provocada por el láudano, acaso se trate del impotente deseo de sortear la fatalidad con que el destino los golpea.

.....La familia se siente incapaz de consolarlo. Está postrado. Desde que dieron sepultura a Elsa en el panteón familiar (cosa a la que no pudieron oponerse dada la resolución mostrada por el heredero de la Baronía) George parece sufrir una especie de locura. Se muestra como ido. Come mecánicamente y siempre con ayuda, porque si no le dieran de comer él motu proprio no lo haría. Estará así tres meses. Cuando poco a poco vuelva en sí, como despertando de un profundo sueño, se revelará otro. El George que fuera hasta que conoció a Elsa parece haber muerto con ella. Eso lo descubren con terror toda la familia a medida que va recobrando las fuerzas, unas fuerzas en gran medida extrañas. Porque son fuerzas que parecen provenir de otro mundo, de un lado oscuro, de una cara oculta antes desconocida. Son fuerzas ultramontanas, infra o sobrenaturales. El George que ahora se presenta ante ellos tiene la mirada del merodeador de abismos, del alma en pena que vaga por los más nefandos purgatorios, del vagabundo que sin protectores Virgilios o Beatrices regresa tras haber atravesado todos los círculos del infierno. Tiene un fuego en la mirada que parece arder alimentado con toda la fiebre del mundo. Escribe sin parar, de modo espasmódico. Son poemas sin sentido que hablan de almas descarnadas y de dioses encarnizados, de soles súbita e inesperadamente apagados y eternas noches terroríficas; son poemas sin luz, donde la única claridad la aportan los fuegos fatuos que desprenden los túmulos formados por los cadáveres en que se sustancian las palabras apiñadas.


.....Las sólidas creencias con que se ha ido fundamentando toda su vida anterior se conmueven. El cataclismo sufrido en sus emociones y sentimientos, tras la dura y penosa prueba a que se ha visto sometido durante meses, ha removido los más profundos cimientos de su psique. Ya no le es posible creer en nada de lo que conforma la realidad aparente. Incluso la vida se le ofrece como un gran fraude, una jugarreta del destino, un destino que no es sino una constante tirada de dados por parte de unos dioses crueles que gustan entretenerse así con los míseros mortales. Abjurará George de toda filosofía, de todo intento por buscar una explicación a la existencia, una justificación consoladora al mundo. Declara interiormente la guerra al mundo, y secretamente rompe hostilidades contra la vida. No reconoce a los que le rodean sino como víctimas propiciatorias de un juego que potencias superiores llevan a cabo. Pero él se rebelará, luchará con todas sus fuerzas por escapar de una condena que se ofrece taimadamente como una recompensa. Él ha visto la verdadera cara a la realidad, ha buceado en sus facetas ocultas, en su corazón despiadado, y ahora que el misterio ha sido revelado a sus ojos y ha sido desenmascarado en su corazón, se propondrá construirse de nuevo. Pero para ello habrá de demoler totalmente al que ha sido hasta ese momento. Deberá remover los escombros, dejar limpio el solar de su ser para erigir sobre él otro yo, éste ya lúcido, éste ya verdaderamente consciente, éste ya conocedor de la gran mentira y las pequeñas verdades con que se forja la vida y el mundo.

.....Desde la muerte de Elsa, un sueño se le repite insistentemente. Un sueño que tan pronto le acosa de noche, mientras duerme, como le asalta de día, bajo los efectos del láudano que sigue tomando. Es un sueño infernal, magmático, en el que unas llamas blancas como la nieve hacen presa de todas y cada una de las creencias que hasta ese momento, como ladrillos o bloques de piedra, han ido conformando el edificio del que ha llegado a ser. El blanco fuego es tan intenso que derrite la piedra y el ladrillo, y los disuelve convirtiéndolos en agua cristalina que deja ver a su través los secretos de la vida. Sueña que arde, y en su ardor son pasto de las llamas también sus sentimientos y emociones, incluso aquellos tan queridos surgidos al reclamo de un amor inmarcesible. En el fondo de ese albo y feroz incendio se adivina el perfil de un bello rostro con rasgos orientales que, a medida que la fuerza de las llamas aumenta, se va desdibujando. En ocasiones estas alucinaciones —o deslumbramientos, o pesadillas— afloran en forma verbal, y no es inusual verlo de día susurrar al viento o escucharlo gritar de noche cuanto le dicta este proceso de combustión interior.
.....Se lo quiere enviar a un centro de salud. Él, en primera instancia, se niega, pero al final accede. Vuelve del exclusivo sanatorio, situado en medio de la campiña, cinco semanas después. Ha sido sometido a una desintoxicación forzada, en la que una dieta sana, hidroterapia y largos paseos, parecen haber obrado el milagro. A su vuelta parece recuperado, pero sólo lo finge. Esta breve estadía en el saludable paraíso artificial le ha servido para pergeñar su plan. Redacta un documento en el que abjura de su derecho a la Baronía en beneficio de su hermano menor, reúne una pequeña suma de dinero, obtiene un billete de barco con destino a Oriente, y un buen día desaparece. Deja un mensaje en una nota sobre el escritorio en el que, agradeciendo la vida recibida y los desvelos de los últimos meses, se despide de su familia.


VIII

.....A su llegada a Cantón, camino de Shangai, George busca a la madre de Elsa. No la encuentra. Quizás haya muerto. En el laberinto de calles y reclamos, y en ausencia de un puente que le una de modo directo con su amada perdida, siente un gran vacío interior. La llamada de los lugares orientados al olvido es poderosa. Si no puede recuperar la memoria más deseable, aquella que lo relaciona con su felicidad perdida, más le vale olvidar, arrancar de sí todo recuerdo que sólo sirve para lacerarlo. En sus noches revive tanto los días de felicidad al lado de Elsa, como los padecidos durante la atroz convalecencia de ésta. Invariablemente sus sueños están presididos por el fuego, un fuego que quema todo atisbo de bienestar, reduciendo a cenizas toda posibilidad, todo proyecto... menos uno: acabar con su memoria, arrancar de sí el último año de su vida, esperar o forzar una transfiguración que lo permita seguir viviendo. Es así cómo comienza a frecuentar esos lugares cuya única motivación es ofrecer un paraíso temporal al que vive en el infierno. Comienza a beber, cosa que hace habitualmente. Juega, se arroja en manos de prostitutas que intentan arrancar de él toda compasión, todo atisbo de salvación de lo que un día fue. Cuando está sobrio realiza ilustraciones y escribe narraciones de aventuras, donde abunda lo fantástico, para revistas populares de medio pelo. Así se gana la mala vida que lleva. Atiende irremediablemente la llamada del opio. El alcohol deja paso a las pipas. Cuando aún conserva cierto dominio de sí mismo viaja hasta Shanghai. Quiere quemar completamente las etapas, quiere olvidar toda connotación con su pasado reciente —con Elsa—, y en Cantón no podrá conseguirlo totalmente. Sigue con una labor literario artística que cubre a duras penas sus magras necesidades. Vive en un cuartucho de un tugurio alejado de las zonas residenciales británicas. No quiere saber nada de lo británico. Desea fervientemente escapar a otro mundo. Hacerse allí con otra personalidad, y así, renovado, otro, volver para poder mirar a la cara a un mundo del que quizás, con mucha suerte, no le quede sino una muy ligera evocación en los olores, los sabores o la música, pero nada más.

 .....Ya en Shánghai, ciudad más vital e internacionalizada que Cantón —más rica también—, descubre un lugar donde se siente a gusto. Se llama La Mansión de los Sueños, y es un fumadero de opio con pretensiones. Lo regenta un mongol fiero, con fama de personaje de otro tiempo. Se llama Tömörbaatar y dícese descendiente del mismo Temujin, más conocido por Gengis Khan. Hombre robusto, de cabeza rapada y una mirada singularmente profunda, capaz de disuadir a quien con él pretenda disputar. A George le gusta el sitio. Se siente cómodo en un lugar donde el caos está ordenado, y donde todo parece funcionar siguiendo el orden inexorable que imprime este mongol de ascendencia conquistadora. Además el opio que allí se consume es de óptima calidad, pudiendo consumir la variedad que mejor se adapte al bolsillo o gusto del consumidor más exigente. Descubre gradualmente cómo aquel temido batallador tiene inquietudes poco habituales en los ambientes que más suelen asociarse a los bajos fondos. La forma en que dirige el local, en cómo lo decora, en el servicio que da. Está claro que quiere convertir su negocio en algo con clase. Cultiva la amistad con los colonizadores, como recaba y obtiene el apoyo de las autoridades gubernamentales. Se está haciendo un nombre entre la élite socio política de Shanghai; y todo eso George, pese a su estado de enajenación buscada, lo observa con meridiana claridad. Se cruzan alguna que otra vez ambos hombres en el local. Se miran a los ojos, y a pesar de la brevedad con que esas miradas se encuentran, acaban atisbándose las almas mutuamente. Lo que George descubre en Tömörbaatar le causa admiración, se siente atraído por aquella fuerza natural, lo siente reconfortante y hasta necesario para lo que está buscando: ese nicho donde forjar el hombre nuevo que él quiere ser; pero no sabe cómo llegar a él, no sabe cómo afrontar el siguiente paso. Decide esperar acontecimientos, y mientras, prosigue su labor de demolición personal.

.....A Tömörbaatar, lo que ve en los ojos de George no le gusta pero le cautiva. Intuye que tras ese fuego que parece consumirlo hay otro fuego más vivo, más puro, cuya llama no es destructiva sino creativa. Lo intuye y hasta ese momento su intuición no le ha fallado. Sabe que aquel hombre le puede ser de gran ayuda, pero el respeto que le tiene impide que lo aborde directamente. Decide esperar a que se produzca la ocasión. No obstante, encarga a sus hombres que lo vigilen de modo discreto. Ha decidido convertirse en su protector sin que él lo sepa. Velará por su seguridad sin inmiscuirse en su vida. A partir de ese momento son varios los pares de ojos que miran por George. Se realizan informes: cuánto tiempo pasa en el fumadero, cuántas pipas se toma y de qué variedades. Dónde vive, en qué trabaja, con quién se reúne, si tiene amigos, quiénes son, si enemigos, qué ha causado su inquina. Si hay mujeres en su vida y cuál es su relación con ellas, si hombres, en caso de que su gusto vaya contra natura (Tömörbaatar no tiene nada en contra de las tendencias o apetencias sexuales de la gente —es más, para él nada es contra natura, pues que todo se da en la natura—, pero le es útil conocerlas, para utilizarlas a su favor).


.....Como es previsible, el noble británico va de mal en peor, se está hundiendo cada vez más en el torbellino que él mismo parece generar. Comienza a descuidar su trabajo. Las tiras y los textos no llegan a tiempo, los directores de las revistas, primero amonestan, después rescinden los contratos. George comienza tener problemas económicos. Pero sigue acudiendo a La Mansión de los Sueños, es lo único que le salva de caer en un abismo sin retorno. Un día, cuando las deudas ya son abultadas, los operarios encargados del buen orden del local, lo llevan ante el jefe. Los dos hombres se encuentran frente a frente, pero ahora ya no se trata de una mirada fugaz, de pasada. Ahora están enfrentados. George le aguanta la mirada al impresionante mongol, hasta que ya no puede más y cede. Se hunde en el abismo poblado por todos los demonios, visitado por todas las criaturas más abominables que imaginarse pueda. Es la oportunidad esperada por Tömörbaatar. Decide someterlo a una estricta y radical desintoxicación. Cree llegado el momento en que en el espíritu de aquel aristócrata inglés ya no queda nada de aquello que le ha traído hasta esta situación. Vaciado de todo sentimiento de auto destrucción, podrá iniciar el ascenso a una nueva vida. Al menos eso espera este descendiente de Temujin, gran conocedor del carácter de los hombres, quien se rodeó de los mejores para llevar a cabo con éxito sus fines.

.....Le debe a Tömörbaatar una nueva oportunidad. Debía llegar hasta este confín del mundo para hallar solución a su insoluble problema. La falta de estímulo, de razón, de justificación para vivir del George Fullbridge que perdiera a Elsa, tras sufrir con ella la sinrazón de una vida que no merecería vivirse, vuelven desde el más allá al que le han conducido las drogas y su propia negación. El George Fullbridge que es capaz de sentarse a conversar con Tömörbaatar, poco tiene que ver con aquel otro. Pero no hay duda de que, en cierto modo, sigue siendo el mismo. Su educación y sus experiencias, aunque depuradas y aquilatadas, quintaesenciadas, le servirán ahora para erigir y enarbolar el nuevo George. Los dos hombres se pasan horas y horas rediseñando el proyecto de La Mansión de los Sueños. Se amplía el edificio. Se crean las dos alas laterales y se cierra con un alto tapial. Se reorganizan los espacios, se crea una nueva división de personal, un nuevo enfoque del negocio orientado a satisfacer cualquier demanda de la clientela más selecta. No se quiere convertir el fumadero en un prostíbulo, por ello, se determina inyectar capital en el selecto lupanar que está poco menos que en frente del local. El mongol adquiere la mayoría de acciones de éste —de buen grado o por recomendación irrechazable. Renombra el lugar, pasando a denominarse el Jardín de las Mil Flores.

.....El negocio prospera rápidamente, con los dos hombres tomando decisiones al alimón; aunque más propio sería decir que George actúa de consejero y Tömörbaatar es quien decide; por más que un consejo, una advertencia, una mera sugerencia o un pensamiento en voz alta del británico se convierte casi de forma automática en una decisión del mongol. Desde su recobrada personalidad, el aristócrata inglés ejerce de tal: tiende puentes por correo con su familia y amistades de Inglaterra, se asocia a los clubs británicos de Shanghai, Hong Kong y Cantón. Abona y riega sus relaciones con las élites coloniales. Se gana pronto su confianza, pese a lo cuestionable de sus ocupaciones transversales. Se presenta como empresario del sector de entretenimiento y escritor en sus tiempos libres. Pronto adquiere una merecida fama en su faceta literaria. Sigue escribiendo relatos cortos para revistas, pero éstas ya no son las de medio pelo. Se lo disputan las más afamadas, aquellas que tienen un hueco en los revisteros de bibliotecas y de los clubs más selectos de las colonias. Además comienza a escribir novelas, que enseguida obtienen unánime reconocimiento, sobre todo entre el público femenino. También pinta, y es su pintura desconcertante pero no falta de indudable belleza. Lo considerado fantástico impregna toda su obra. A él le gusta hablar de transrealidad antes que de fantasía. Y lo cierto es que el universo creado por George Fullbridge es fácilmente reconocible por su inaudita y sorprendente coherencia. El que no es fácilmente reconocible, ni aun para su familia y antiguos amigos, es el George Fullbridge que se enamoró perdidamente de una mujer con rasgos orientales llamada Elsa.

(continuará)




GALERÍA


Liu Yuanshou
(1967 -  )

.....Es Liu Yuanshou un artista íntimo e intimista, que busca por medio de su pintura la plasmación o representación del espíritu que habita la materia, el cuerpo humano. Pintor realista que trasciende la realidad, sus composiciones, sus presentaciones, son simples: capta el instante del cuerpo, aquel en el cual el espíritu mejor se expresa, por medio de la emoción, de la ensoñación, del ensimismamiento. Si sus cuadros en ocasiones parecen inacabados es por coherencia con su búsqueda, con su hallazgo, del espíritu en la forma, un espíritu que nunca, nunca, se presentará del todo acabado. Una instantánea fugaz del cuerpo no es más que un parpadeo en el paisaje infinito que ahí, en el ser que lo anima, está teniendo lugar. Él intenta captar ese momento, esa expresión que trasciende la materia para mostrarnos lo que hay detrás. El contraste entre la pincelada exacta, que se diluye en volumen y forma y color para recrear una figura familiar, y esas otras que sirven de escenario, a veces goteando como sangre trasvasada, otras como bocetos de algo inacabado, de algo que se está haciendo, ese contraste —decía— abunda en lo antedicho: se pretende capturar el ánima que, como un colibrí, bate las alas en la materia vital. Esa es la intención.
.....El omnipresente rojo, intuyo, pretende sugerir —siguiendo con los contrastes— la pasión de un cuerpo (que no es otra cosa, al fin y al cabo, sino materia palpitante) animado por las emociones, atado por ellas, implicado en ellas. El espíritu captado así, no sólo sugiere paz empero también lucha. El rojo es el contrapeso del instante que pretende batir alas y alejarse en la ensoñación. El rojo es el lastre que se lo impide. El rojo nos recuerda —le recuerda al espíritu ensimismado— que la liberación no es posible, quizá tampoco deseable, porque lo deseable de la belleza está ahí, en ese imbricarse la perfección de la forma constitutiva de la materia y la pasión que suscita.
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.... Me ha parecido de lo más acertado asociar la trágica figura de Elsa con esta recurrente presentación que el pintor chino hace de la mujer, de esta mujer en rojo.


WOMAN IN RED

Liu Yuanshou - Title Unknown 1
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Liu Yuanshou - Title Unknown 2
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Liu Yuanshou - Title Unknown 3
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Liu Yuanshou - Title Unknown 4
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Liu Yuanshou - Title Unknown 5
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Liu Yuanshou - Hypnosis
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Liu Yuanshou - Lie
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Liu Yuanshou - Nirvana I
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Liu Yuanshou - Queen, 2013-2014
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Liu Yuanshou - Reforge III, 2013
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Liu Yuanshou - Reforge IV, 2013-2014
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Liu Yuanshou - Reforge V, 2014
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Liu Yuanshou - Reforge VI, 2014
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Liu Yuanshou - Rotation I ,II,III,IV
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Liu Yuanshou - The dream, 2005
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Liu Yuanshou - The Sun - The Moon
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Liu Yuanshou - Three in One
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Liu Yuanshou - Warrior
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Liu Yuanshou - (Shadow), 2007
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Liu Yuanshou - Title Unknown 6
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Liu Yuanshou - Title Unknown 7
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Liu Yuanshou - Title Unknown 8
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Liu Yuanshou - Title Unknown 9
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Liu Yuanshou - Title Unknown 10
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Liu Yuanshou - Title Unknown 11
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Liu Yuanshou - Title Unknown 12
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Liu Yuanshou - Title Unknown 13
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Liu Yuanshou - Title Unknown 14
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Liu Yuanshou - Title Unknown 15
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Liu Yuanshou - Title Unknown 16
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Liu Yuanshou - Title Unknown 17
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Liu Yuanshou - Title Unknown 18
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Liu Yuanshou - Title Unknown 19
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Liu Yuanshou - Title Unknown 20
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Liu Yuanshou - Title Unknown 21
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Liu Yuanshou - Title Unknown 22
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Liu Yuanshou - Title Unknown 23
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Liu Yuanshou - Title Unknown 24
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Liu Yuanshou - Title Unknown 25
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Liu Yuanshou - Title Unknown 26
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Liu Yuanshou - Title Unknown 27
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Liu Yuanshou - Title Unknown 28
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Liu Yuanshou - Title Unknown 29
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Liu Yuanshou - Title Unknown 30
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Liu Yuanshou - Title Unknown 31
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Liu Yuanshou - Title Unknown 32
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Liu Yuanshou - Title Unknown 33
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Liu Yuanshou - Title Unknown 34
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Liu Yuanshou - Title Unknown 35
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Liu Yuanshou - Title Unknown 36
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Liu Yuanshou - Four in One
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