Cuando piensas que algo es posible, aunque lo pienses desde la imposibilidad,
estás abriendo una brecha en el muro de la impotencia, estás debilitándola;
este es el primer paso para conseguir que lo posible se haga realidad.
Si pensar es lo que caracteriza al ser humano,
pensar en lo posible desde la imposibilidad se revela más propio de lo divino,
pues al hacerlo no se hace otra cosa que remedar al motor de la existencia,
que constantemente extrae de lo imposible —de la nada— la posibilidad —de ser.
Posible e imposible son las dos caras de una misma moneda,
tan cercanas están que parece milagroso que no nos demos cuenta:
la posibilidad siempre está allí donde lo imposible se levanta,
ya que al hacerlo, al manifestarse, éste nos está señalando el blanco:
en su reverso está lo posible, tan cierto, al menos, como lo es su anverso.
Pensamientos Últimos. Héctor Amado
Opio
IX
.....Como suele suceder a menudo, el que crea un imperio a partir del vacío de los los demás, fundamentado en dar satisfacción a ciertas necesidades que tienen que ver con la búsqueda de consuelo por parte del atribulado ser humano, está libre de dichas necesidades. Tömörbaatar jamás había fumado una pipa de opio, nunca probó su tintura en forma de láudano, en ningún momento se le pasó por la cabeza experimentar lo que otros podrían experimentar con ello. Su curiosidad se detenía allí donde acechaba el peligro. Le causaba, en todo caso, una ligera intriga observar hasta qué punto seres humanos de vida aparentemente responsable y supuestamente satisfactoria llegaban a entregarse a la droga; si tenían o no una frontera que traspasar, y, en caso positivo, cuánto tardarían en traspasarla. Le parecían milagrosos y dignos de admirar aquellos pocos casos de clientes de La Mansión de los Sueños que eran capaces de controlar su adicción; aquellos que realizaban una o dos visitas semanales y se mantenían así durante años. Lo habitual era que gradualmente los individuos fueran deslizándose por un tobogán que indefectiblemente los conducía al cabo del desastre. Los había que aguantaban extraordinariamente, tres, cuatro o cinco años —lo que les durase el capital, o lo que tardasen en descuidar tanto sus negocios hasta acabar arruinados—, pero, al final, terminaban sucumbiendo. Este excepcional control se daba más en los clientes de los pisos superiores, la clientela selecta, de gran poder adquisitivo, social y político. Los pertenecientes a las artes liberales, de refinada cultura, tanto los que podían permitirse la exclusividad el piso superior, como los que debían confirmarse con las más sencillas salas del piso inferior, solían sucumbir antes; quizá la mayor exposición, achacable a su mayor inteligencia, a todas las zozobras propias de una conciencia más abierta e ilimitada, más expuesta, les hacía más proclives al exceso y el descontrol. La gente acomodada que era la usuaria habitual del piso inferior, comerciantes, artesanos, funcionarios, empleados cualificados, pequeños empresarios o sus hijos, etcétera, éstos eran los más propensos a la derrota. De hecho, fue la incidencia del consumo del opio en esta clase, amenazando con destruir el más básico tejido socioeconómico de las grandes urbes, lo que motivaría las dos guerras, llamadas precisamente del opio, que el gobierno Imperial de China emprendió contra los ingleses, culpable de la introducción del comercio de la adormidera en sus cada vez más amplios intercambios mercantiles.
.....Sea como fuere, el caso de George era excepcional: un ex-adicto, residente durante tres años del infierno opiáceo, que había vuelto del mismo regenerado, y no sólo eso, sino con la capacidad de seguir probando la droga de manera moderada, más como vía de experimentación que como lenitivo de dolores físicos o mentales, sin sentir la necesidad de volver a sumergirse en el vértigo de la adicción, más que prodigioso era inaudito. Pero así era. Y por ello Tömörbaatar lo admiraba aún más. Se podría decir que incluso estaba sorprendido al comprobar que su intuición, en este caso, se había mostrado proverbial. Y se regocijaba de ello. También estaba convencido de que el encuentro entre los dos hombres no había sido gratuito. George Fullbridge se cruzó en su camino por alguna poderosa razón, razón que su intuición habría captado visionariamente. Y, con todo, la fundamental intervención del aristócrata inglés en la buena marcha de los negocios —el mongol estaba seguro de ello— no era la razón. De ninguna de las maneras podía ser una razón tan prosaica la que su intuición hubiera captado con más fuerza que ninguna otra que hubiese tenido en su vida. La razón estaba aún por venir. Por ello, para Tömörbaatar, cada día era una nueva promesa. Se sentía como un espectador de la vida —incluida la propia— que asiste a su desarrollo sabiendo que forzosamente ha de producirse un hecho capital, un acontecimiento decisivo, con la entidad de un punto de inflexión. Esa curiosidad mantenía al mongol en actitud de constante vigilancia. Cuando estaba con George intentaba captar en él alguna señal que revelara la inminencia del acontecimiento esperado, de esa razón que tan fuertemente lo había unido a él. Por su parte, George, más pragmático, pero no menos intuitivo, sabía de la importancia decisiva que aquel descendiente de conquistadores tenía para él.
.....Sin duda alguna el mongol era el algo o alguien que tiraba de él fuera del gélido cenagal en el que se hundía fatal e inexorablemente, en aquel sueño premonitorio tenido por George unos años antes, cuando aún Elsa vivía. Este factor profético, a pesar de haberse dado en el transcurso de un sueño, no dejaba de tener para el pragmático inglés la entidad que se suele atribuir a lo sobrenatural, pero que él, como ya apunté anteriormente, achacaba a lo transreal, aquello que era parte de la realidad, pero perteneciente a su sustrato más profundo, más irracional, y, por tanto, menos razonable.
.....Y ahí tenemos a un heredero de Husserl intentando indagar en las rendijas fenomenológicas abiertas en la realidad. Escudriñando a través de ellas, introduciéndose por ellas para acceder al otro lado, allí donde lo irracional encuentra su razón de ser. Y esto lo hacía por una doble vía: la personal, que justificaba el consumo periódico, pero moderado, de opio; y la transpersonal, que llevaba a cabo asistiendo como testigo, y, en cierto modo, inquisidor corifeo, a las experiencias y viajes de aquellos consumidores de la alba adormidera elegidos por él. ¿Y, todo ello, para qué? se estará tentado de preguntar. La respuesta es compleja en su simplicidad: George, habiendo accedido a un estado puro de conciencia, en el que los prejuicios, convicciones, principios y creencias acumulados por la educación se habían retirado como las capas de una cebolla, quería descubrir el porqué de la existencia, si es que existía tal porqué. Y habiéndolo averiguado —si es que ello era posible— aplicar ese descubrimiento, ese conocimiento, a la justificación del dolor y el sufrimiento al que está condenado el ser humano. En el trasfondo de todo ello subyacía, obviamente, la necesidad consciente de hallar explicación a lo ocurrido con Elsa, como caso singular de algo genérico. Esta búsqueda, por otra parte, no era nueva, pues no otra cosa ha hecho el ser humano en su historia a través del arte en general, y del concepto de tragedia griega en particular. Pero, mientras en el arte y la literatura la búsqueda no consiste sino en plantear preguntas, deteniéndose antes de hallar respuestas, limitándose por tanto a un mero enunciado del misterio, George pretendía —se veía capaz de ello— dar los pasos precisos para cruzar esa frontera y penetrar en el reino de las respuestas, desvelar el misterio.
.....Tömörbaatar era quien le había propiciado esta oportunidad de lúcida e inquisitiva introspección. Con esa fe ciega en él, con ese reconocimiento intuitivo de lo que en él ardía, lo había despojado de las escorias y cenizas que su propia combustión había generado y que lo sepultaban impidiéndole arder con una llama pura, situándole de esta forma en la mejor disposición para llevar a cabo su labor de descubrimiento. El interés protector del mongol velaba por que nada se inmiscuyera en ese proceso. También intuía que, de alguna forma, el éxito de la misión introspectiva del inglés tendría relación cona aquella razón que los había unido, y que él esperaba fuera determinante para su propio destino. Éxito al que estaba atento, escudriñando claves y códigos en los escritos de George, en sus relatos y sus novelas, pues estaba convencido que allí estarían las señales que lo anunciarían; como en el cielo y en la tierra están las señales que anuncian las tormentas o la llegada del buen tiempo, para los que saben leer en ellos.
.....Por esas historias que George relataba en sus novelas, en las que los personajes entraban y salían de la realidad de forma inverosímilmente natural, en las que lo fantástico era parte de un paisaje no más extraño que aquel que cualquiera puede contemplar cotidianamente a su alrededor, el mongol deducía que el inglés disponía de una privilegiada perspectiva de la existencia, una perspectiva indudablemente visionaria. Era como si, tras haber visitado de forma feliz, aunque fugaz, el cielo y haber recorrido penosamente todos los infiernos, George hubiera regresado sano y salvo, tanto de uno como de los otros, provisto de las claves precisas para descifrar misterios normalmente ocultos al común (algo así como un viaje al Monte Tabor del que se bajaría, no conta tablas de la ley, sino con el código para descifrar todas las leyes). Como si su mirada fuera, ahora, capaz de traspasar el velo de Isis de la existencia, viendo a su través con la claridad con que una persona normal lo pueda hacer a través de un translúcido cristal. La impresión que esto le producía a Tömörbaatar, que la lectura de estas historias suponía para su espíritu pragmático, aunque aún imbuido de cierta concepción mágica propia de los pueblos tradicionalmente nómadas de cualquier parte del mundo, era la de estar asistiendo a la revelación de un antiquísimo libro sagrado ya olvidado, en el que los más remotos antepasados habrían consignado verdades eternas transmitidas por seres superiores, quién sabe si de los mismos dioses, antes de desaparecer de la faz de la tierra. El mongol estaba convencido de que el día menos pensado George se transfiguraría en luz o en éter; transmigraría, aún en vida, a un alma más sutil, no condicionada por la efímera vida mortal, ni sometida a las penalidades de la vejez y la decrepitud. Y él quería estar ahí para cuando eso ocurriera, quería ser testigo de ello. Y quizás esa fuera, al fin y al cabo, la razón por la que sus dos vidas se encontraran, ese el motivo suficiente que ejerciese de poderoso atractor. Sí, Tömörbaatar, mongol descendiente de Temujin El Grande, sería testigo de un prodigio, un prodigio que tendría lugar gracias a su oportuna intervención.
X
.....No hay forma de contar el destino final de George Fullbridge y de mi tío sin desvelar, a su vez, el mío. Nergüi, el sin nombre, un hijo de la estepa y del viento, puede poner voz a un hecho nada común que de otra forma hubiese permanecido en el limbo de lo ignorado. Como ya he relatado más arriba, a partir de mi llegada a Shanghai recibí una educación que podría considerarse, con razonable propiedad, esmerada. Y ese esmero venía a sustanciarse en un doble objetivo: el que apuntaba al hábil y adecuado manejo de los negocios de mi tío Tömörbaatar; y otro más artístico y humanista, promovido y auspiciado por George. Así: aprendí a ser implacable y compasivo; a cómo resultar despiadado y a cultivar la tolerancia; a ser impasible pero también curioso; a ser sensible al tiempo que imperturbable; a ser paciente o apremiante, según demandaran las circunstancias. Dualidad, en fin, que podría parecer excluyente pero que yo asimilé con naturalidad, sin ninguna contradicción ¿Puede ello ser posible? ¡Por supuesto! He dicho aprendí a ser, no que lo acabara siendo. Sin tener por imperativo natural la herencia de un reino (sea cual fuere su entidad), ni el inexcusable destino del conquistador de imperios (casos de mi ascendiente Temujin, o del macedonio Alejandro el Grande), yo no tenía la obligación de ser todo aquello que se me enseñó. Simplemente se me enseñó a poner en acción mis emociones: refrenarlas o estimularlas, suprimirlas o exacerbarlas, exhibirlas u ocultarlas, ponderarlas o extremarlas. Como se me enseñó a valorar y amar la belleza, tanto la existente en el ámbito de lo natural, como aquella que es propia de ese artificio del hombre llamado arte. Aprendí a hablar y escribir varias lenguas; aprendí el arte de dotar a las palabras de dobles y triples sentidos y también a descifrar el sentido de lo que omiten; y aprendí la suprema verdad que habita en el silencio. Tuve por maestros los dos extremos del arco de la existencia, y en su medio yo vibré pleno de armonía. Este aprendizaje duró varios años, al cabo de los cuales, el semi salvaje mozalbete de catorce años que un día llegó en caravana a Shanghai procedente de la estepa, se convertiría a los veinte en un hombre poseedor de un cultivado imperio interior que se extendía hasta los confines de sí mismo.
.....Eran tiempos convulsos. China se tambaleaba, y las potencias extranjeras, coloniales o no, es decir, Gran Bretaña y Francia, pero también, Rusia o Japón, estaban al acecho para lanzarse sobre ella, una vez caída. Pese a que el negocio iba muy bien, excelentemente bien, los acontecimientos auguraban un horizonte nada tranquilizador. Tömörbaatar olió el peligro, George también. Mi tío se apresuró a poner a salvo parte de sus inversiones, por si venían mal dadas y había que poner pies en polvorosa. George, menos inquieto, casi como un espectador que se frota las manos antes de levantarse el telón del escenario donde se va a desarrollar un drama, solamente olisqueaba el ambiente para adivinar por dónde sobrevendría la catástrofe. En el momento de mayor inquietud, cuando la inestabilidad amenazaba no sólo a las propiedades o los negocios, sino incluso la vida, pues los tumultos callejeros se extendían hasta los límites de las zonas residenciales coloniales, guardadas por exiguos contingentes militares, Tömörbaatar y George se reunieron, invitándome al conciliábulo donde se decidiría qué dirección tomar. Tömörbaatar apostaba por quedarse y resistir, reclutar un pequeño ejército privado e intentar mantener a salvo los negocios (tanto La Mansión de los Sueños como El Jardín de las Mil Flores). George lo desaconsejó, ya que los vientos de la revuelta (unidos a los que llegaban de una Europa prebélica) acabarían por convertirse en ciclón. El mundo estaba cambiando y China no sería ajena a este viento de cambio, y, llegado el momento, lo haría en proporción a su tamaño, lo que quiere decir de manera fenomenal. Resistir sería apostar por perderlo todo (vida incluida).
.....La opción de George, de otra parte, era irse, retirarse a los cuarteles de invierno, abandonar el peligroso escenario de la ciudad y buscar un más recóndito refugio. Y eso significaba volver a Mongolia, a la estepa que nadie quería apropiarse. Al menos hasta que todo se calmase. Convertir propiedades en dinero o en valores, depositarlos en el Banco de Inglaterra (el que ofrecía mayor seguridad), y perderse en la inmensidad donde cielo y tierra se confunden, lugar de origen del gran Temujin, el inmortal Gengis Khan. Vivir durante un tiempo como nómadas, trasladando las yurtas allí donde los pastos crecieran verdes, las estrellas brillaran más y el silencio fuese la melodía imperante. Se dedicarían a vivir simplemente, en comunión con una naturaleza aparentemente descarnada pero llena de vida. Extraerían de ese feraz y duro, pero puro, medio la vida por ósmosis, dejándose penetrar, absorbiéndola como esponjas. Al fin y al cabo, decía George, donde se alza un hombre se alumbra un universo; donde la conciencia de un solo ser humano se despliega, se despliega el universo con ella. Elegirían compañeras que estuviesen dispuestas a seguirles en su aventura de soledad compartida y con ellas llevarían a cabo la aventura quizá más trascendental de su vida. Cuando todo hubiese pasado, si es que pasaba, podrían regresar, si ese era entonces su deseo. En cuanto a mí, George tenía otros planes que sometió a la aprobación de mi tío y tutor. El aristócrata inglés aseguró que mi sitio estaba en Norteamérica, para proseguir mi formación en lugar seguro, alejado de los peligros que se cernían en el mundo. Yo hice ademán de protestar, pero antes de que saliese el menor sonido de mi boca, mi tío puso el dedo índice sobre sus labios. No había más que decir.
.....Tömörbaatar mantuvo el gesto torcido mientras George expresaba su parecer. Parecía que por primera vez surgiría la desavenencia. Se miraron intensamente uno y otro, como si dialogaran con la mirada. Al fin, mi tío, el feroz descendiente de Temujin, bajó los ojos, se miró las manos, hizo el gesto de limpiárselas a la túnica y, extendiéndolas después con las palmas vueltas hacia arriba, dio su aprobación con una gran sonrisa. Las nubes que parecían cernirse desde aquellos ojos astrales se disiparon súbitamente. Toda la claridad que le era posible transmitir al rostro de Tömörbaatar brilló en aquel instante, iluminando la habitación donde nos encontrábamos los tres. Estuvo de acuerdo tanto en cuanto a mi futuro inmediato como en todo lo demás. George no realizó ni el menor gesto de triunfo, se limitó a sonreír a su vez, de modo franco y confiado a aquel hombre que le había salvado la vida. Y fue entonces cuando hizo la proposición. Le propuso a Tömörbaatar realizar un viaje... interior, a modo de visualización de cuanto podrían encontrar en su retiro en la estepa. La amplia sonrisa de mi tío se congeló en su cara, pero más producto de la sorpresa que de contrariedad. Luego la mueca viró hacia la curiosidad. En verdad aquellos dos hombres utilizaban el lenguaje gestual tanto o más que el vocal para comunicarse. El viaje en cuestión, obviamente, habría de realizarse con el opio como vehículo; pero era capital el papel de guía de George para que la experiencia no se limitase a una mera transformación sensorial, o, mucho menos, un entumecimiento o amortiguación de los sentidos. Éstos, en cambio, debían enfocarse activamente para sumarse a la conciencia vigilante de cuanto aconteciese. Ahora fue el abstemio mongol quien ensayó una tímida protesta, pero, otra vez, la intensa mirada térrea de George lo disuadió. Accedió de nuevo a los deseos del inglés. Por un lado sentía curiosidad, y más al tener lugar de este modo, en este momento, con ese fin. Se parecería más a un ritual de iniciación que a una práctica ociosamente narcótica. Eso lo aseguró George con tal poder de convicción como el maestro que revela a sus alumnos el resultado de dos más dos.
.....Eligió para tal fin una variedad de opio muy concreta cultivada en Turquía bajo los auspicios y el patrocinio del mismo George. Procedía de un terreno con unas condiciones edafológicas específicas, en una región provista de un microclima que favorecía el crecimiento de una adormidera muy especial. Su contenido en principios activos era de tal calibre y proporción que la hacían la reina de las adormideras. No era una planta para cualquiera, ni podía llegarse a ella sin haber tenido antes un adecuado y progresivo adiestramiento con variedades más ligeras. O eso, o probarla, en la concentración adecuada, en presencia de un guía que en todo momento controlara el estado del adepto. Este era el caso. En esta ocasión no fui invitado a la experiencia. Permanecería fuera, esperando el regreso de los dos aventureros de espacios interiores. Unos espacios que, al decir de George, cuando se recorrían hasta más allá de lo considerado por la teoría psicoanalítica como subconsciente, se expandían ilimitadamente, interconectando el yo con lo otro, lo de dentro con lo de afuera, lo individual con lo colectivo, la realidad de las cosas, donde la materia habita, con la realidad del ser, donde todo reside. Puedo decir que en un primer momento me sentí contrariado y, ciertamente, triste, por no haber sido invitado a acompañarlos; pero las razones que me diera mi mentor me dejarían satisfecho. Una tenía que ver con el procedimiento: el viaje debía realizarse en tándem, en pareja; debía formarse una dualidad guía-adepto, íntimamente compenetrada: dualidad resuelta en mónada. La otra era de índole personal: yo aún era muy joven, tenía una vida por vivir, y debía vivirla sin cortapisas ni condicionamientos; debía recorrer antes un camino, el mío propio, descubrirlo dentro de mí en el día a día. Conocer qué destino me esperaba en un futuro no dejaría de ser una injerencia en mi libertad, ese libre albedrío que unos admiten y otros niegan. En todo caso, me decía George, este tipo de experiencias deben realizarse cuando uno ya ha realizado gran parte de su trayectoria vital, en otro caso, suelen ser bastante escuetas y abstractas, faltas de sentido y sustancialmente desconcertantes. Yo debería aguardar mi momento.
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.....La historia es conocida por todos: llegó la Gran Guerra, llegó el final de la dinastía Qing, y por ende del Imperio Chino, y llegó la revolución comunista. Y, con todo ello, la diáspora. Porque, a pesar de que Shanghai y Hong Kong, como núcleos comerciales de las potencias coloniales, permanecieran un tanto al margen de los acontecimientos bélicos, el riesgo y el peligro eran muy altos, el desorden estaba a la orden del día y los negocios, salvo aquellos que tuvieran que ver con la guerra y la intendencia para la misma, no eran ya seguros.
.....Mi tío, el mongol Tömörbaatar, y mi mentor, el aristócrata inglés George Fullbridge, partieron hacia Mongolia a escasos tres meses del anunciado viaje interior. Yo lo haría hacia New York, dotado de una asignación anual muy generosa como para permitirme llevar a cabo una nueva vida. Elegí estudiar artes plásticas.
.....Sobre el singular viaje, he de decir que el descendiente de Temujin volvió de él más convencido que nunca de su carácter conquistador. De hecho, tras la conquista de aquel submundo llevada a cabo en Shanghai, se le presentaba otra no menos importante y decisiva: la de su propio ser, del que había descubierto se extendía de modo ilimitado más allá de las fronteras aparentes y convencionales con que se concibe y constriñe toda individualidad. Y hacia allí se fueron aquellos dos hombres, tan distintos y tan distantes, unidos por algo mucho más profundo y determinante que la nacionalidad, la raza o la cultura: un destino común en la búsqueda de su propio yo por medio del diálogo directo y permanente con la naturaleza más pura e incontaminada.
.....Mantuvimos la comunicación abierta durante años. Yo les visité de cuando en cuando, aprovechando alguna exposición u homenaje en mi tierra —ya que acabaría convirtiéndome en pintor de reconocido éxito en los ámbitos artísticos. Allí, en la inmensidad del Asia Central, me encontré con ellos, bien en las estepas que ya recorrieran desde tiempos inmemoriales las pezuñas de los chaparros caballos que un día partieron montados por sus audaces y resueltos amos para conquistar China y crear el imperio más grande jamás conocido; bien en algún remoto valle de las Doradas Montañas de Altái, donde sitúan las crónicas de La Historia secreta de los Mongoles la patria del dios Lobo y la diosa Gama, seres divinos primordiales de los que procede la genuina estirpe de los mongoles.
.....Un día dejé de recibir noticias suyas. Los imagino realizando otro viaje, en esta ocasión quizá uno ascendente que los llevaría, como a los ángeles que viera Jacob, por una sutil escalera de éter hacia su empíreo particular.
.....Sobre el singular viaje, he de decir que el descendiente de Temujin volvió de él más convencido que nunca de su carácter conquistador. De hecho, tras la conquista de aquel submundo llevada a cabo en Shanghai, se le presentaba otra no menos importante y decisiva: la de su propio ser, del que había descubierto se extendía de modo ilimitado más allá de las fronteras aparentes y convencionales con que se concibe y constriñe toda individualidad. Y hacia allí se fueron aquellos dos hombres, tan distintos y tan distantes, unidos por algo mucho más profundo y determinante que la nacionalidad, la raza o la cultura: un destino común en la búsqueda de su propio yo por medio del diálogo directo y permanente con la naturaleza más pura e incontaminada.
.....Mantuvimos la comunicación abierta durante años. Yo les visité de cuando en cuando, aprovechando alguna exposición u homenaje en mi tierra —ya que acabaría convirtiéndome en pintor de reconocido éxito en los ámbitos artísticos. Allí, en la inmensidad del Asia Central, me encontré con ellos, bien en las estepas que ya recorrieran desde tiempos inmemoriales las pezuñas de los chaparros caballos que un día partieron montados por sus audaces y resueltos amos para conquistar China y crear el imperio más grande jamás conocido; bien en algún remoto valle de las Doradas Montañas de Altái, donde sitúan las crónicas de La Historia secreta de los Mongoles la patria del dios Lobo y la diosa Gama, seres divinos primordiales de los que procede la genuina estirpe de los mongoles.
.....Un día dejé de recibir noticias suyas. Los imagino realizando otro viaje, en esta ocasión quizá uno ascendente que los llevaría, como a los ángeles que viera Jacob, por una sutil escalera de éter hacia su empíreo particular.
Fin
GALERÍA
.....Breve Semblanza biográfica: Lin
Fengmian (1900 a 1991) nació en Xian Mei, provincia de Guangdong.
Fue un educador de arte chino y pintor. Su abuelo fue un tallador de
lápidas, al igual que su padre, que también aprendió a pintar. Lin
Fengmian comenzó a tallar y pintar siendo un niño, a menudo
copiando imágenes desde el Jiezi Yuan Huazhuan (manual
de pintura del
Jardín
de la Semilla de Mostaza,
1679-1701). En 1918 se trasladó a Shanghai, donde vio un
anuncio para un programa de trabajo-estudio en Francia. Ese
invierno Lin Fengmian comenzó a trabajar en Francia como pintor de
carteles, tras lo cual pasó algunos meses estudiando francés en
Fontainebleau y en otros lugares. En una escuela que tenía una
colección de moldes de yeso, Lin Fengmian comenzó a
dibujar en su tiempo libre. En la primavera de 1920 ingresó en la Academia Nacional de Bellas Artes de Dijon y comenzó
a dibujar figuras en carbón vegetal. A los seis meses sería
recomendado por el director de la Academia, por sus dotes para la escultura, a la Escuela Nacional Superior de Bellas Artes de
París. Lin Fengmian también estudió dibujo y pintura al óleo
en el estudio de arte Cormon en París y aprendió mucho de las
colecciones del Louvre y el Museo Guimet. En 1922 la pintura al
óleo de Lin Fengmian Otoño
fue
exhibida en el Salón de Otoño. Se trasladó en 1923 a Berlín,
donde fue presentado a los movimientos pictóricos del norte de
Europa. En 1924 Lin Fengmian contribuyó con más de 40 obras (óleos, acuarelas, tintadas, dibujos, etc) a una exposición de arte chino antiguo
y moderno en Estrasburgo, organizada por el gobierno chino; éstas
revelan el interés de Lin Fengmian en la combinación de conceptos
orientales y occidentales en su pintura. Así mismo, dos grandes
óleos fueron aceptados para el Salón de Otoño de 1924. Al año
siguiente Lin Fengmian exhibe en la sección china de la Exposition
Internationale des Arts Décoratifs.
.....En 1925 se convierte en profesor de arte y se casa con Alice Vattant.
.....En 1928, ya en China, funda la Academia Nacional de Arte en Hangzhou (más tarde conocida como Academia China de Arte), de la que es su primer director.
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.....Glosa: es Lin Fengmian algo así como el Picasso chino. De hecho hay mucho de picassiano en su pintura. Huye del realismo pero no del figurativismo, que trabaja con un virtuosismo de síntesis: le vale la linea maestra, la composición y distribución del color, el equilibrio cromático. Sus madonnas, por ejemplo, de las que realizó innumerables versiones, son un ejemplo de búsqueda que se autogenera en ese afán de recoger las múltiples facetas de lo real que habitan en una sola escena, en un solo hecho, en una sola imagen. Variaciones sobre un tema, sean madonnas, danzarinas o instrumentistas, es una manera de perseguir el absoluto de la multiplicidad subyacente a toda singularidad. El encanto de los minimalistas rostros, conseguido a base de trazar la línea justa en la armonía del todo que se representa, de sus modelos femeninas es simplemente asombroso. No más que trazos, las formas surgen con el poder expresivo que no tienen muchas manifestaciones realistas o academicistas. Su uso del color, por otra parte, brota de una paleta primaria, donde priman los matices fríos (azules, grises, negros) sobre los suaves cálidos; pero cuando emplea éstos lo hace de forma pura, balanceada, magistral (patente, sobre todo, en muchos de los paisajes, flores o pájaros —casi fauvistas).
.....Nos puede desconcertar este estilo tan modernista en un pintor chino (ejemplarmente demostrado, ante todo, en sus obras al óleo, pero también en las aguadas y tintas). Todo se aclara cuando se comprueba que su formación artística, a partir de una etapa de iniciación familiar basada en lo tradicional, es eminentemente europea, francesa, para ser más exactos, en un momento de efervescencia artística en que proliferaban las vanguardias. Es por eso que en sus obras hay tantos matices que nos resultan familiares. Hay mucho Picasso en su estilo, pero también hay mucho Jinete Azul, mucho Kandinsky, algo de Roerich, en fin. Su faceta de cartelista (en la mejor tradición de un Toulouse-Lautrec) y de figurinista (a lo Matisse o Bakst) está patente sobre todo en sus variaciones sobre danzarinas o en las escenas de teatro. De pincelada, trazo o lápiz fácil, Lin Fengmian es el contrapunto justo y necesario a los pintores chinos modernos que se han traído aquí para ilustrar este relato sobre el universo del opio. Él es el maestro de todos ellos (y de algunos lo fue físicamente).
(Selección)
NUDES
Lin Fengmian - Nude nº 1
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Lin Fengmian - Nude nº 2
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Lin Fengmian - Nude nº 3
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Lin Fengmian - Nude nº 4
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Lin Fengmian - Nude nº 5
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Lin Fengmian - Nude nº 6
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Lin Fengmian - Nude nº 7
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Lin Fengmian - Nude nº 8
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Lin Fengmian - Nude nº 9.
Lin Fengmian - Nude nº 10
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Lin Fengmian - Nude nº 11
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Lin Fengmian - Nude nº 12
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Lin Fengmian - Nude nº 13
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Lin Fengmian - Nude nº 14
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Lin Fengmian - Nude nº 15
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Lin Fengmian - Nude nº 16
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Lin Fengmian - Nude nº 17
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MADONNAS
Lin Fengmian - Madonna nº 1
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Lin Fengmian - Madonna nº 2
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Lin Fengmian - Madonna nº 3
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Lin Fengmian - Madonna nº 4
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Lin Fengmian - Madonna nº 5
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Lin Fengmian - Madonna nº 6
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Lin Fengmian - Madonna nº 7
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Lin Fengmian - Madonna nº 8
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Lin Fengmian - Madonna nº 9
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Lin Fengmian - Madonna nº 10
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Lin Fengmian - Madonna nº 11
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Lin Fengmian - Madonna nº 12
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Lin Fengmian - Madonna nº 13
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Lin Fengmian - Madonna nº 14.
Lin Fengmian - Madonna nº 15
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Lin Fengmian - Madonna nº 16
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Lin Fengmian - Madonna nº 17
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Lin Fengmian - Madonna nº 18
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Lin Fengmian - Madonna nº 19
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Lin Fengmian - Madonna nº 20
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Lin Fengmian - Madonna nº 21
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Lin Fengmian - Madonna nº 22
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Lin Fengmian - Madonna nº 23
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Lin Fengmian - Madonna nº 24
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Lin Fengmian - Madonna nº 25
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Lin Fengmian - Madonna nº 26
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Lin Fengmian - Madonna nº 27
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Lin Fengmian - Madonna nº 28
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Lin Fengmian - Madonna nº 29
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Lin Fengmian - Madonna nº 30
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Lin Fengmian - Madonna nº 31
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Lin Fengmian - Madonna nº 32
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Lin Fengmian - Madonna nº 33
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Lin Fengmian - Madonna nº 34
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Lin Fengmian - Madonna nº 35
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Lin Fengmian - Madonna nº 36
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Lin Fengmian - Madonna nº 37
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Lin Fengmian - Madonna nº 38
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Lin Fengmian - Madonna nº 39
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Lin Fengmian - Madonna nº 40
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Lin Fengmian - Madonna nº 41
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Lin Fengmian - Madonna nº 42
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Lin Fengmian - Madonna nº 43
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Lin Fengmian - Madonna nº 44
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PLAYERS and DANCERS
Lin Fengmian - Player nº 1
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Lin Fengmian - Player nº 2
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Lin Fengmian - Player nº 3
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Lin Fengmian - Player nº 4
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Lin Fengmian - Player nº 5
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Lin Fengmian - Player nº 6
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Lin Fengmian - Player nº 7
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Lin Fengmian - Player nº 8
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Lin Fengmian - Player nº 9
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Lin Fengmian - Player nº 10
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Lin Fengmian - Player nº 11
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Lin Fengmian - Player nº 12
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Lin Fengmian - Player nº 13
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Lin Fengmian - Player nº 14
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Lin Fengmian - Player nº 15
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Lin Fengmian - Player nº 16
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Lin Fengmian - Player nº 17
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Lin Fengmian - Player nº 18
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Lin Fengmian - Player nº 19
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Lin Fengmian - Player nº 20
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Lin Fengmian - Player nº 21
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Lin Fengmian - Player nº 22
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Lin Fengmian - Player and Dancer nº 1
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Lin Fengmian - Dancers nº 2
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Lin Fengmian - Dancers nº 3
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OTHERS
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PAISAJES, FLORES, PÁJAROS
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