jueves, 6 de diciembre de 2012

La Belle Dame sans Merci





Aquél que guarda para sí una alegría
destruye la vida alada;
Pero el que besa la alegría mientras vuela
vive en el amanecer de la eternidad.
William Blake


Introducción
"Para dar a los cuatro vientos"; así, con letra manuscrita y subrayada, rezaba bajo el título de la carpeta que con mayúsculas, en rojo y posición centrada, decía: LA BELLE DAME SANS MERCI. Abrí la carpeta y me encontré con algo parecido a un estudio/ensayo sobre el famoso y extraño poema de John Keats. Digo extraño porque en él todo parece sumergido en una atmósfera irreal, tanto la forma como el argumento. La forma es la de la balada, distanciándose así del poema homónimo --y anterior-- de Alain Chartier, más solemne, compuesto en octavas reales, del cual tomaría el título y poco más, pues es donde el poema del Séneca de Francia acaba que tiene el punto de arranque el de Keats. Forma engañosamente sencilla, pues, en estancias de cuatro versos, cuyo cuarto verso de cada estancia, misteriosamente, no tiene más que cuatro pies (la mitad que los tres primeros versos de cada estrofa), lo que aporta al poema un ritmo peculiar de periodos decrecientes, como queriendo, con ese cuarto verso, hacer un énfasis y una síntesis al contenido de los tres que lo preparan y preceden. En cuanto al argumento, Keats quiso con él rendir homenaje a la cultura popular romántica tan impregnada de lo fantástico, una cultura juglaresca por otra parte (ya que el tema hunde sus raíces en la Baja Edad Media; tiempo de cantares de gesta, caballeros andantes y damas idealizadas); pero también quiso aquilatar, en sólo cuarenta y ocho versos, todo el misterio que rodea a la Belleza y a la Mujer, a Lo Real y a lo Imaginario, a Lo Posible y a Lo Deseable, al Amor --que es un vivir sin vivir, más allá de la vida y de la muerte-- y a la Muerte --que es el desamor de la vida con su posibilidad, agotada la pasión vital que la hiciera posible...
Apasionante se presentaba así el contenido de esta carpeta que Héctor (¿o quizá fuera yo mismo que imaginaba ser Héctor?) incluía en un archivador con la sugerente palabra clave: "Sueños". ¿Sueños? Quizá La Belle Dame sans Merci induzca a pensar en la ensoñación de un espíritu gótico y romántico, pero lo que en el poema se dice bajo ese manto de aparente irrealidad es algo muy real, aunque sea dicho de forma metafóricamente bella y evocadora (¡como si la realidad no tuviese derecho a ser presentada de forma hermosa!). De una ojeada pude ver que allí figuraba el poema original en inglés de Keats y una traducción al castellano (que al no citar traductor, deduje que sería obra del propio Héctor. Era lógico, teniendo en cuenta la opinión que le merecían los traductores --ya se sabe traduttore traditore). Además, figuraban unas Notas a modo de comentario sobre el texto del poema, y una Reflexiones sobre el tema sugeridas al hilo de las diversas interpretaciones que la obra ha suscitado y pueda suscitar, resaltando, en un aparte, la más recurrente: la que ve a la protagonista de la balada como el prototipo de Femme Fatale. Las palabras en cursiva de la anterior oración, junto al poema, constituían así la estructura del estudio: El Poema, Notas, Reflexiones y La Femme Fatale. En ésta última, la reflexión incluía una comparativa con otros casos en que la figura de la mujer fatal está expresa y sugerida, tanto en la literatura, formando parte de los mitos, como en la pintura o la escultura, ilustrando su representación (me refiero a Lamia, Circe, la Esfinge y otras similares hierbas), que por su contenido y extensión será motivo de un segundo post.
Respetando, como siempre, los textos originales tal y como los encontré, os dejo con Héctor y su estudio.

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LA BELLE DAME SANS MERCI

El Poema
John Keats escribió su primera versión del poema --y la mejor, al decir de los críticos y de mi propio decir-- en 1819. En 1820 saldría la primera edición impresa con algunos pequeños cambios textuales que no mejoraban en nada al original. No se sabe quién introdujera estos cambios, o si el mismo autor los aprobara, pero lo cierto es que la versión más reconocida, y ampliamente difundida, es la que apareciera, en copia manuscrita, en la correspondencia que el autor mantuvo con su hermano George. También parece ser que el poeta, en un primer momento, no confiaba mucho en la composición, incluso que no era de sus preferidas, una obra menor entre la serie de soberbios poemas que por aquel mismo tiempo, verano de 1819, sobrevenida ya sus situación de afectado por la tuberculosis, compondría (Oda a Psique, Oda a una griega, Oda a un ruiseñor o Lamia). Mas el tiempo, en cierto modo, le quitaría la razón, pues ha sido una de sus obras más celebradas por el público, y reconocida por la crítica.
[Entre Endymion, su primer gran poema, escrito en 1817, y la exuberante y excelente producción de su último año creativo, 1819, fraguaría el poeta su leyenda. Moriría en Roma a los 26 años de edad; y allí, en la Ciudad Eterna, donde reposan sus restos, nacería para la posteridad.]

En cuanto al poema que nos ocupa, es preferible (sobre todo para un no nativo anglosajón) escucharlo en su lengua original, bien declamado, pues así se apreciará perfectamente no solo la emoción que transmite, sino parte importante de sus peculiaridades formales. Por eso, a la obligada lectura en inglés, debería seguir la atenta y entregada escucha de su declamación. Sólo después se puede acometer el siempre fallido intento, por más que voluntarioso y bienintencionado, de leer la traducción. La que aquí ofrezco intenta, humildemente, atenerse al espíritu de la letra, al alma de la intención y al corazón del sentimiento con que, en un esfuerzo de empatía por mi parte, asistida por la siempre indispensable imaginación, Keats lo escribiera. Parece ser que en la génesis del poema flotaban cuestiones más pragmáticas: desamores y desengaños habidos tanto en su vida como en la de su hermano, que les habría producido el desgarro propio de quien siente el amor más allá de su necesidad física o anímica, para quien se entrega completamente a la vorágine embriagadora --e idealizante-- que enajena y arroja, a quien lo padece, fuera de sí... en el sujeto amado.

Esta es la razón por la cual un tema aparentemente manido, al pasar por el inspirado tamiz del poeta, se convierte en una carga de profundidad, haciendo del vulgar desengaño ocasión en la que expresar varios arquetipos. Ya no es sólo el tema del amor rendido que subyuga y obnubila, también es el del cuestionamiento entre lo real y lo irreal presente en la esencia del amor, el estado embriagador que provoca y su adecuación a la realidad; y, en todo caso, es el interrogante que plantea la preferencia o no del alterado estado de conciencia en que el amor sume y la ausencia de él cuando el amor está ausente. ¿Es preferible vagar sólo y pálido por terreno yermo, en un inhóspito otoño de sombras, pero ardiendo internamente con una llama de hielo que consume y seca, imagen especular, resonancia y eco, de aquella otrora sublime llama pasional compartida con el sujeto amado? ¿O es mejor mantenerse al margen del fuego abrasador, conformarse con la tibia y más segura realidad carente de sobresaltos cordiales? Este dilema también lo expresa Keats en el poema. Incluso, en último extremo, la relación entre el amor y la muerte... Pero no adelantemos consideraciones. Baste esta introducción para dar paso a la lectura de esta joya que ha ido adquiriendo con el paso del tiempo la talla insuperable del más bello de los rubíes.

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La Belle Dame sans Merci
(Original version, 1819)

Oh! what can ail thee, knight-at-arms,
Alone and palely loitering?
The sedge has withered from the lake,
And no birds sing.

Oh! what can ail thee, knight-at-arms,
So haggard and so woe-begone?
The squirrel's granary is full,
And the harvest's done.

I see a lily on thy brow,
With anguish moist and fever-dew,
And on thy cheeks a fading rose
Fast withereth too.

I met a lady in the meads,
Full beautiful - a faery's child,
Her hair was long, her foot was light,
And her eyes were wild.

I made a garland for her head,
And bracelets too, and fragrant zone;
She looked at me as she did love,
And made sweet moan.

I set her on my pacing steed,
And nothing else saw all day long,
For sidelong would she bend, and sing
 A faery's song.

She found me roots of relish sweet,
And honey wild, and manna-dew,
And sure in language strange she said -
 'I love thee true'.

She took me to her elfin grot,
And there she wept and sighed full sore,
And there I shut her wild wild eyes
With kisses four.

And there she lulled me asleep
And there I dreamed - Ah! woe betide! -
The latest dream I ever dreamt
On the cold hill side.

I saw pale kings and princes too,
Pale warriors, death-pale were they all;
They cried - 'La Belle Dame sans Merci
Hath thee in thrall!'

I saw their starved lips in the gloam,
With horrid warning gaped wide
And I awoke and found me here,
On the cold hill's side.

And this is why I sojourn here
 Alone and palely loitering,
Though the sedge is withered from the lake,
 And no birds sing.

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La Belle Dame sans Merci
 (Traducción al castellano)

¡Oh! ¿Qué te aflige, caballero de armas, merodeando solo y pálido?,
Los carrizos del lago están marchitos; y los pájaros no cantan.

¡Oh! ¿Qué te aflige, caballero de armas, tan demacrado y fuera de sí? 
La ardilla ha llenado su granero, y ya acabó la cosecha.

Un lirio veo en tu frente, humedecida por la angustia y el rocío de la fiebre,
y en tus mejillas una rosa mustia, rápidamente también se seca.

Una dama encontré en la pradera, bellísima -hija de un hada;
largos eran sus cabellos, su pie era ligero y sus ojos eran salvajes.

Tejí una guirnalda para su cabeza, y también brazaletes y un fragante cinturón,
Ella me miró como si me amase, y dejó oír un dulce plañido.

La subí a mi dócil corcel, y no contemplé nada más a lo largo del día;
De costado se acomodaría, mientras cantaba una melodía de hadas.

Ella me reveló raíces de delicados sabores, y miel silvestre y rocío celestial,
y sin duda en su lengua extraña me decía: "en verdad te amo".

Me llevó a su gruta encantada, y allí lloró y suspiró doliente,
y allí yo le cerré sus salvajes salvajes ojos con cuatro besos.

Y allí, arrullándome, me durmió, y allí soñé -¡Ah, pobre de mí!-
el último sueño que yo haya soñado en la falda helada de la montaña.

Vi pálidos reyes, y también princesas, y pálidos guerreros, palidez cadavérica tenían todos;
y  exclamaban: "La Belle Dame sans Merci te ha subyugado."

Y vi en las sombras sus labios muertos de hambre abrirse en horrible advertencia,
y he despertado, y me he encontrado aquí, en la helada falda de la montaña.

Y este es el porqué de mi permanencia aquí, merodeando solo y pálido;
aunque los carrizos del lago estén marchitos, y los pájaros no canten.

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Notas
De la Forma y estructura. 12 son las estrofas, de cuatro versos cada una (cuartetas), de arte menor, en rima ABCB. Es una balada, y, como tal, equivaldría a lo que en nuestro esquema poético es la copla. Es decir, es un poema para ser cantado. En este caso concreto, sobre el esquema antes reseñado, posee una peculiaridad: el cuarto verso de cada estrofa no consta más que de cuatro pies (la mitad que los tres primeros). Esto estimo que tiene un doble fin: uno de cierre de la estrofa, abrupto, sincopado, que es inductor intencionado del segundo fin, el estético y emotivo: el alma en suspenso, como desfondada, fatigada, melancólica. Lo que reforzará el argumento y la intención del autor, pero también dotará de peculiaridad su melodía sonora. 
El poema puede dividirse perfectamente en cuatro partes y un cierre que es un retorno cíclico al principio. Las tres primeras partes, de tres estrofas cada una, se caracterizan por tener un protagonista agente diferente (la voz en off que inquiere, el afligido Caballero errabundo, la misteriosa Bella Dama); la cuarta parte, de dos estrofas, constituye el núcleo revelador de la trama, es su parte más mágica, más metafísica, también la más turbadora, y viene expresada por el carácter onírico del sueño (un sueño del que no se sabe si hay despertar, y que, por otro lado, cuestiona la veracidad de toda la historia); el cierre es una conclusión, ya conocida la historia del Caballero, que remite al principio. Estructura, pues, circular la del poema, como un perfecto laberinto, como un bucle obstinado, con todo el carácter melódico y formal de la balada, género al cual pertenece.

Del Argumento y su secuencia. 1ª, 2ª y 3ª estrofas: un personaje que ejerce de voz en off (que puede ser el mismo autor, o el lector que el poema lee, siendo, por tanto, testigo de la acción), se encuentra con un caballero medieval (estamos pues en la Edad Media), y al verlo merodeando, como fuera de sí, pálido y demacrado, le pregunta por el motivo de su estado y de su presencia en un lugar tan desangelado, donde no hay ya ningún atractivo (los carrizos están marchitos, los pájaros no cantan, ya terminó la época de la cosecha en que los campos se llenan de gentes y voces), subrayéndole, además, el aspecto cadavérico que presenta (el níveo lirio de su frente, el rocío de la fiebre, la rosa mustia de sus mejillas. Primera noción de la dualidad naturaleza/irrealidad).
4ª, 5ª y 6ª estrofas: El caballero, que ejerce de sujeto agente (encontré, tejí, subí), entonces le cuenta su historia: halló en los prados a una mujer que no parecía real por su belleza (hija de un hada. Segunda noción de irrealidad dentro de la realidad); los cabellos largos, los pies ligeros, los ojos salvajes, la emparentan con una fuerza de la naturaleza trascendente (reforzando, al tiempo, la impresión de ser hija de las hadas). El caballero, seducido, le confecciona regalos con flores silvestres (es decir, aún desde y en contacto con la naturaleza), con las que ciñe su frente, sus brazos y su cintura (con este gesto pretende aún ligar su amor -irracional- a lo natural -real); ella le miró con ojos hechiceros (como si me amase), emitiendo un dulce suspiro (a modo de conjuro de amor). El caballero la sube a su leal montura, sentándola de costado, y ella entona una canción de hadas (la voz actuando como una llamada irresistible -semejante a la de las sirenas del Helesponto-, como un sortilegio capaz de raptar insidiosamente la voluntad de aquel que la escuche: no pude contemplar otra cosa en todo el día).
7ª, 8ª, 9ª estrofas: ahora el sujeto agente bascula, es la bella desconocida quien domina la acción (me reveló, me llevó, me arrulló), quien ya se ha adueñado de la voluntad del caballero, varios términos nos subrayan el carácter fantástico de la bella (revelando al caballero el secreto de las plantas, e incluso de los cielos -rocío celestial; hablando una lengua extraña que, no obstante, se hace entender: que decía sin duda: en verdad Te amo; llevándolo a una gruta encantada al pie de una montaña helada, donde continuó con su labor de seducción: besos, caricias, llantos,... y donde, por fin, se haría completamente dueña de él: me arrulló y dormí mi último sueño; un sueño atroz que le revelará su estado, y su irreal ubicación).
10ª y 11ª estrofas: la revelación del sueño, el hallarse entre almas en pena (reyes, princesas, guerreros, no hay escapatoria ni privilegios para los que caen en las irreales manos del amor)... pálidas y con los labios sedientos y hambrientos -de vida- que le advierten: es la La Belle Dame sans Merci quien le ha subyugado; ahora el Caballero ya sabe su situación, lo que le pasa, pero no la quiere reconocer (he despertado; cuando probablemente no lo ha hecho).
12ª estrofa: se cierra el círculo, el caballero vuelve al punto de partida (ouroboros): a pesar de hallarse fuera de la realidad, no puede - o no quiere, o no puede porque no quiere- volver a ella, debe permanecer ahí, en tierra de nadie, ni dentro ni fuera de la realidad, no sabemos si por un acto de voluntad o irremisiblemente. 

Conclusión: Pero, y ¿Dónde fue ella? Eso el poema no lo aclara, no lo dice, ni lo sugiere. Simplemente el caballero pasa del sueño en el que le sume el arrullo de la bella a un estado fantasmal de ectoplasma errabundo, en el que La Belle Dame sans Merci desaparece. Esto hace dudar de que, en realidad, la bella haya existido, de que todo el poema no sea sino una elucubración de la mente del autor (que es quien se inquiere a sí mismo), en la que se funden el recuerdo embelesado del amor y la gélida decepción del desamor, todo ello como producto de la frustrante experiencia romántica habida con la Mujer (siempre bella, de ojos salvajes, como la hija de un hada). Así la realidad y la irrealidad conviven (lo vivido y lo sentido); el placer y el dolor (la cálida ilusión y el frío desencanto); la naturaleza real, representada por las flores, la miel silvestre o las raíces de delicados sabores (¿y efectos?) -en positivo-, y por los carrizos marchitos, la ausencia del canto de los pájaros o el silencio de los campos -en negativo-, y la naturaleza fantástica constantemente presente desde el inicio del poema (¿A quién pertenece esa voz en off que pregunta al caballero, que es capaz de verlo, que se interesa por él?, el rocío celestial, la canción de las hadas,...). Por otra parte, la naturaleza de la bella (mitad real, mitad mágica) se presenta como espíritu del bosque, como hija de las hadas, conocedora de los secretos de la tierra (hija de Flora, por tanto), y que reside en una gruta élfica (¿es demasiado forzado establecer la analogía de la gruta con el lúbrico antro que conduce a las entrañas de la mujer?), en la que acabará por engullir el alma del caballero (autor, hombre), lo que nos lleva a pensar en la irreal realidad del personaje femenino (¿Una especie de descripción de la naturaleza misteriosa de la mujer? ¿Una apelación a su complejidad?). Una vez abducido, el caballero ya no querrá --o podrá-- volver, quedará preso en el reino de las sombras (huida su alma fuera de sí, apenas espíritu de lo que fue, con la carne marchita, poco más que momia). 
Soberbio poema que dice tanto con, aparentemente, tan poco. Y lo dice con la hermosura propia de uno de los poetas románticos más sensibles, uno de esos, de vida efímera, cuya obra semeja y emula el canto de un fantástico cisne (sus mejores poemas los crearía sintiendo la muerte ya cerca), y cuya memoria traspasa las edades y los estilos, floreciendo, imperecedera, ya por siempre en las riberas del Helicón.

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Reflexiones

Es obvio que estamos ante uno más de los muchos bellos intentos por expresar, desvelando, los misterios del amor. Qué naturaleza tenga éste y, sobre todo, la de quien lo suscita: la Mujer. Es recurrente en la historia de la literatura porque es recurrente en la vida del hombre. Es uno de esos grandes misterios, como el de la Vida o el de la Muerte, acerca del cual el ser humano siempre ha mostrado la misma perplejidad e interés. Pero así como la Vida es producto del azar, y la Muerte una consecuencia necesaria de la Vida (quizá, un eslabón más de la misma), el Amor, siendo azaroso es también consecuente. Me explico: al amor no se accede por voluntad, no al menos en su más sublime condición, pero siendo fruto del azar (que se puede en mayor o menor medida buscar, sin garantías de éxito), es a la vez una consecuencia (es azar contingente, valga decir una contradictio in terminis), una necesidad de la Vida que busca perpetuarse, crear, seguir con su carrera alocada en pos de Lo Posible. Pero esto no basta para explicar esa naturaleza irracional que se achaca --y con razón-- al amor. El amor nos coloca fuera de nosotros mismos, al exaltarnos, nos arroja hacia el objeto amado para alojarnos en él. Como la llama que al arder convierte la materia combustible en calor y humo, así la pasión del enamorado le lleva a transmutar su materia, la cual se disipa en calor y embeleso, emoción, ilusión y etéreo humo, sentimiento arrebatado. ¿Qué poder tiene el ser que es capaz de obrar tal sortilegio? ¿Cómo considerarlo simplemente real? 

Lo irracional, aquello que está envuelto por la niebla del misterio, imbuido de magia y encantamiento, no lo podemos concebir brotando de la ordinaria realidad; nos vemos forzados a buscarle una justificación mágica, una estirpe trascendente, no explicable dentro de los límites mensurables y lógicos de lo convencional. Es así que en la mujer (para el hombre; algo parecido sucedería en sentido inverso, o entre seres de mismo sexo), necesariamente, se coloca el poder para obrar tal proeza. Aunque los griegos, tan sabios ellos, culpabilizarían no a las víctimas (hombre o mujer), sino al fenómeno (el Amor). No obstante, es difícil separar el poder de seducción que la mujer (sobre todo) ejerce en la relación amorosa. En el reino animal tenemos, sobre todo entre las aves, el ejemplo contrario: es el macho quien ha de seducir a la hembra, quien posee los plumajes más bellos, quien coquetea y presume. El papel eminentemente receptor de la hembra (receptáculo donde depositar la semilla y horno donde se cocerá la vida) trasciende el nivel físico para inundar el carácter y la naturaleza psíquica. La mujer nace para seducir, el hombre para ser seducido. Se podrán trastocar los papeles en las cada vez más complejas relaciones humanas, pero el esquema es invariable: la mujer, al final, siempre es la que decide, la que acepta o rechaza; la que hace posible la apertura hacia Lo Posible, o la que niega esta posibilidad.

La Belle Dame sans Merci tiene una naturaleza polivalente. Por un lado equivale a cualquier mujer cuando seduce, cuando arrebata el corazón al enamorado, y lo puede hacer, por otra parte, de modo taimado: con miradas de soslayo, con suspiros, con voz melodiosa; después, con sus conocimientos, ese su saber ancestral que brota de Gea , la tierra (sus habilidades culinarias poseerían ese saber y poder taumatúrgico); pero también con algo que no es tangible: el rocío celestial, que aquí equivaldría a la ensoñación, a ese universo ilusorio que la estela de la mujer va dejando tras de sí cuando enamora, y Keats lo asocia a un maná, a un producto del cielo (no otro puede ser el origen de aquello que produce tal dicha), y tiene carácter fluido, como la saliva de los besos, el sudor de los abrazos o los viscosos licores que el amor destila. Naturaleza, por último, equívoca, pues derramando felicidad, a la vez, salpica angustia. El enamorado, sobre todo el exaltado, el sublime, aquél que merece compasión y envidia, al mismo tiempo que goza padece, pues el temor se instala en él, el temor a la pérdida, a la duda, al fracaso, al tiempo, a la muerte de lo que vive en él y que ya no le pertenece... 

La Belle Dame sans Merci, sin duda, no puede identificarse con la mujer como madre amante, pues una vez subyugado el enamorado, ella desaparece. La madre nunca desaparece (no seduce y abandona), cuida de la prole, cuida del amor, cuida de la vida. No, La Belle Dame sans Merci, es más comunmente asociada a la mujer seductora y hechicera, al súcubo que los poderes infernales envían para someter la voluntad de los hombres y robarles el alma. Mucho de razón hay en ello, y no se me oculta que ésta puede haber sido, en primera instancia, la intención del autor. Pero para tratar este arquetipo de mujer astuta, taimada, seductora e incluso malvada, necesitamos ampliar el horizonte y las referencias, traer a colación otras figuras que redundan y completan este mito, puesto que de mito hablamos, el mito de la Femme Fatale. Mas para desarrollar éste precisaremos un espacio aparte. Quedémonos aquí, como postrera reflexión, con la idea de que Keats nos plantea en el poema, sobre el amor y sus factótums -los hombres y las mujeres-, una nutrida serie de sugerentes preguntas sin intentar ofrecernos las respuestas --como todo buen poeta debe de hacer--, entre otras cosas porque no las tiene (quizá ni las haya), pero sobre todo porque las respuestas, si en algún lugar se hallan, están en el corazón de cada cual.

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GALERÍA .

La Belle Dame sans Merci
(Iconografía selecta)

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Dante Gabriel Rosetti (1848)
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John Melhuis Strudwick (1849-1937)
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Robert Anning Bell (1855)
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Walter Crane (1865)
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John William Waterhouse (study) (1893)
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John William Waterhouse (1893) (1)
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John William Waterhouse (1893) (2)
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Arthur Hugues (1901)
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Henry Meynell Rheam (1901)
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Henry Meynell Rheam (1901)
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Sir Frank Dicksee (1902)
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Sir Wm Russell Flint (1908)
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Frank Cadogan Cooper (1926)
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George Barbier (1921)
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