lunes, 3 de diciembre de 2012

Salomé y Judit: Un Encuentro Inédito (IV)


  



La Naturaleza hizo a la mujer a su imagen y semejanza:
cuerpo y alma abocados a concebir e impulsar la vida,
a ser seno y feliz ocasión donde fecundar Lo Posible.
El hombre es la semilla anhelante de un dios incapaz
que sólo adquiere fertilidad sembrada en la mujer.
La Belleza es la añagaza de que se sirve la Naturaleza
para atrapar la semilla y procurar la fecunda sementera.
La bandeja de Salomé y la espada de Judit, al alimón.

Conclusiones
...Una vez desvelados sus secretos, expuesto a la luz del conocimiento su más íntimo y oculto sentir, las dos mujeres se sumieron en un tranquilo sueño. Sus incorpóreos cuerpos relajados y ofrecidos al sol de mi imaginación, a los cálidos rayos de mi indagadora, especulativa y compasiva conciencia, resplandecían como gemas recién extraídas de su oscura y comprimida veta. Cuerpos hermosos, magnífica expresión de la belleza --según algunos, prueba infalible y definitiva de la existencia de Dios--, los que allí, en mi mente, fuera del tiempo y del espacio, compartían un mismo sentir. Cuerpos de dos personajes emblemáticos que, sin pretenderlo, compartían, igualmente, un idéntico destino. Pese a lo aparentemente opuesto de su misión, ambas sentían de forma similar sus manos impregnadas de una humedad viscosa, ambas tenían la desasosegante necesidad de librarse de aquella pegajosa sensación. La excusa de la venganza o el despecho no era suficiente, como tampoco era una circunstancia atenuante la obligación patriótica. Ambas sentían, por igual, sus manos manos manchadas de sangre, pues ambas, por igual, fueron verdugos y víctimas de su condición... Verdugos que emplearon su belleza para matar, víctimas que traicionaron su condición de mujer. De poco le serviría a Salomé culpabilizar al odio de su madre hacia el Bautista; a la doble debilidad de Herodes hacia ellas, las mujeres, y su orgullo ante los nobles; a la soberbia de un Dios tan poco compasivo con la vida de los hombres. Ella, Salomé, la joya de Petra, había utilizado las más bellas artes (¿armas?) de mujer para cercenar la vida de un hombre --un hombre a quien amaba y admiraba, pese a su desprecio. De poco, así mismo, le serviría a Judit la disculpa de ser herramienta en manos de Jehová, de poco ser adalid y heroína de su pueblo, de poco comprobar la eficacia de sus armas de mujer, si todo ello había sido empleado para segar la vida de un hombre --¡y con sus propias manos!. ¿Qué clase de Dios era aquél que tales cosas propiciaba? No hay que olvidar que estos dos ejemplares episodios se consignan --por fas o por nefas-- en el Libro Sagrado, para, desde allí, irradiar luz hacia el mundo. Pero lo cierto es que la luz que irradiada (y no sólo en estos dos casos, sino en muchos más) es una luz rojiza, de llama y sangre, de crueldad y astucia, de falta de compasión y exceso de odio.
Pero, en fin, no adelantemos nuestras propias conclusiones y dejemos que sean ellas, nuestras protagonistas, quienes pongan punto y seguido a su encuentro. Asistamos al diálogo que tuvo lugar tras sus mutuas confesiones. Mucho era lo que ambas debían aclararse, bastante en lo que coincidir, y quizá algo de lo que disentir.

De lo inexorable
"--¿Crees que alguna vez dejaremos de frotar nuestras manos para librarnos de ella? --dio comienzo  Salomé a lo que se presumía iba a ser un mutuo fuego graneado de preguntas y respuestas, de reflexiones en voz alta y de acusaciones en susurro, de especulaciones y de certidumbres.
--Querida, no lo creo posible. Nunca dejaremos de ser lo que somos, por más que algunos piadosos intentos como éste que aquí nos ha concitado se lleven a cabo. Para la inmensa mayoría, para el Libro, seguiremos siendo las que hemos sido hasta ahora. La palabra de Dios es intocable. Lo que sí es posible es que nuestra imagen, gracias a éstos piadosos tratamientos, al menos se vuelva caleidoscópica, admita otras interpretaciones, se abra a la posibilidad de otros escenarios, seamos, en fin, reivindicadas como víctimas y no sólo como verdugos.
--Es una pena. Yo tenía la esperanza de que... al volverse el mundo más laicamente espiritual y menos teocrático, más humano y menos religiosamene fundamentalista, nuestras actitudes se revisarían, y la piedad, al fin, nos devolvería al lugar que nos corresponde --apuntó una cariacontecida Salomé.
--¡Quiá! Eso es muy difícil que suceda, mi ingenua amiga. Siempre el hombre necesitará ejercer su supremacía sobre la mujer, y Dios es su gran coartada. Gracias a él, y a la religión que se crea en torno a él, crea sus leyes morales con las que someter y sujetar, esclavizar y mantener a la mujer bajo su control. Y esto lo digo consciente de que en estos momentos --en que es imaginado este inédito encuentro-- parece que las sociedades (esas que se dicen democráticas) van en la buena dirección, la de dar por fin y de una vez por todas un tratamiento de real igualdad entre hombres y mujeres. Pero la realidad demuestra día tras día una tenaz resistencia a que ello sea posible."
En este punto del diálogo enderezaron la chaise longue con el fin de adoptar una posición más combativa, más adecuada al carácter polémico necesario cuando se debate sobre cuestiones espinosas o comprometidas."

De la condición femenina
"--Lo que más me consterna de todo lo acaecido en mi vida es esa traición cometida a nuestra condición femenina --dijo Judit.
--¿Te refieres al acto de matar? --precisó Salomé.
--Efectivamente. ¿Cómo justificar que quien goza del extraordinario privilegio de concebir la vida pueda ser, en algún momento, portadora y ejecutora de la muerte? ¿Acaso todas las vidas de los hombres no son producto de nuestra concepción? Sabiendo, como sabemos (aunque en nuestro caso concreto no se haya cumplido), el tremendo alborozo, la insuperable felicidad, que supone traer una nueva vida al mundo, ¿Cómo podemos ser capaces de segarla? ¿De ordenar segarla? --y aquí, con una mirada rápida, incluyó Judit a Salomé en la culpabilidad, así, compartida.
--Es difícil de explicar, es cierto. Pero en tu caso al menos, tu víctima era un enemigo; matándolo liberabas a tu pueblo de la opresión. Pero te comprendo. El hecho en sí es injustificable, incomprensible. A ti se te debía haber caído la espada de las manos, y a mí se me debía haber paralizado la lengua, antes de consentir ser ocasión de muerte. Pero no, me temo que esto es una contradicción más de las muchas que debe arrostrar el ser humano.
--Veo que tu juventud no te exime de sagacidad y sentido común. Pero dime ¿Qué sentiste en realidad al tener ante ti la cabeza recién cortada de aquel a quien amabas? --preguntó Judit.
--Si te digo la verdad, me sentía tan fuera de mí, tan imbuida en la locura, tan enajenada, que la contemplé con frío distanciamiento. Como si aquella cabeza no fuera sino un objeto decorativo, una vianda más servida a la mesa de los poderosos, algo, de cualquier manera, que nada tenía que ver con el Bautista a quien amé (en este detalle disiento de la versión dada por el dandy inglés, en su, por otra parte, certera Salomé). Imagino que esta distante actitud fue una especie de inconsciente escudo; si no hubiera sido así, creo que allí mismo me hubiese quitado yo la vida. Sólo después, tras beber hasta perder el sentido y librarme, con la etílica borrachera, de la embriaguez de mi anonadamiento, al despertar de un sueño plagado de pesadillas, fui plenamente consciente de lo que había hecho. A partir de ese momento comenzó el gesto de las manos, mi angustia y ese desasosiego que ha sido mi estado natural durante estos tres mil años --y, suspirando, Salomé inclinó hacia atrás la cabeza al tiempo que ceraba los ojos."

De la Mentira
"--Pues si tú tienes remordimientos, imagínate yo. Tú al menos no tuviste que mentir (mas que a ti misma, claro), pero yo fundé toda mi misión, el éxito de mi plan, en la mentira. Con ella --y amparada por el aval de Dios-- accedí a mi enemigo, convenciéndolo de que, en realidad (ficticia), era mi amigo; con ella me gané su confianza para poder matarlo; con ella me convertí en héroe de mi pueblo; con ella me erigí en modelo y ejemplo de la voluntad de Dios. Sólo en algo no mentí, y eso es lo que permaneció oculto: la cruz de mi plan, mi goce, mi libre entrega total a quien debía, después, matar. En realidad me sentí entonces --y aún me siento-- una especie de mantis religiosa, que pagó con la muerte el amor que se le dio.
--Es curioso, mi querida Judit, cómo los hombres son capaces de justificar sus actos revistiéndolos de interesada legitimidad. Pueden, incluso, hasta crear un hueco en su moral para justificar el asesinato que supone la pena de muerte. Eso es lo que hicieron contigo, amiga mía: justificar su censurable proceder erigiéndote heroína, verdugo legal y legítimo. ¿Sabes? He llegado a la conclusión de que entre ser asesino y ser justiciero no hay más que una diferencia de perspectiva, una mera connotación espacial o temporal. Todo depende del lugar (bando) desde el cual te toque juzgar la acción: el victorioso hará de sus asesinos héroes, mientras considerará a los héroes del perdedor como vulgares asesinos."

De la Belleza
"--¿Y qué te parece, a todo esto, el empleo taimado que las dos hicimos de algo tan excelso, e identificado con la bondad, como es la Belleza? ¿Cómo podemos explicarnos esta contradictio in terminis, este oxímoron ético que supone la belleza mortífera? --inquirió Salomé.
--Esta es otra peliaguda cuestión, amiga mía. Aquí sí que las dos hicimos un idéntico uso de nuestro poder más devastador. ¿Qué no pueda lograr la belleza? Transforma las realidades, pervierte las referencias, embriaga, subyuga, obnubila,... Es capaz de someter a los poderosos y de envalentonar a los cobardes, de domar al fuerte y de encumbrar al débil. Es el arma más vital, pero también el más letal...
--¿La belleza, pues, no estaría sometida al arbitrio de lo moral? --cortó Salomé, el discurso de Judit.
--Tú lo has dicho, querida. Por mucho que se empeñara Platón, en sus Diálogos, al identificarla con la bondad. Si algo nos ha enseñado la experiencia de la vida, es que lo Bello es eso: neutro; y la Belleza, como cualidad de lo Bello, no es más que un modo de ser de lo sublime, de aquello que es capaz de generar emoción, de turbar el alma, de conmover los corazones, de explicar, justificando, lo más precioso que tiene la vida. Otra cosa es el uso que de ese gran potencial se hace. Es triste utilizar la Bellleza como medio para la consecución de un fin malvado (y ninguno peor que suprimir la vida), pero es un hecho que sucede continuamente en la naturaleza. Puede presentarse como el arma psíquica más formidable, y no sólo como un puente para acceder a lo inefable que habita en el corazón de la existencia.

--Sí, sí, todo esa metafísica está muy bien --la volvió a cortar Salome--. Pero ¿Y en nuestro caso particular --que es a lo que me refiero? ¿Cómo podemos justificarnos a nosotras mismas tan incoherente actitud sin caer en flagrante contradicción, cuando no en el más incomprensible absurdo?
--Cada uno utiliza las armas de que dispone para defenderse en la vida, o para conseguir lo que desea. La belleza no es más que un arma, en estos casos; y las dos la utilizamos con eficacia. No hay excusa, no hay justificación, no la necesitamos: es un hecho, y como tal debemos admitirlo. En último caso la respuesta más acertada sería decir que es parte de la naturaleza humana. Son los seres humanos los que tienen las ideas, generan los conceptos, les dan valor y sentido... Y no al revés. Primero es el ser humano, después, a través de él, vendrán las ideas, los conceptos y todo el edificio significante que necesita para poder vivir y tener éxito en su existencia. Los conceptos, las ideas, por sí solas no son de utilidad. Han de encarnarse para cobrar vida y tener utilidad.
--No sé si me he aclarado algo con tus argumentos --repuso una perpleja Salomé--, pero no puedo dejar de censurarme haber empleado mi arte, la hermosura de mi cuerpo danzante dibujando belleza en el espacio, para ganarme la voluntad de Herodes y conseguir mi sangriento objetivo. No puedo.
--Lo sé, lo sé, querida. A mí se me hace también difícil asumirlo. Aunque yo, al menos, en una fase (para mí la más importante) de mi plan hice honor a mi belleza y, sin mentir, dejé que tomaran de ella a su antojo, la entregué sin tasa; convertida en ofrenda sacrificial me brindé para que se inmolaran en ella --nada más decir esto, Judit se mordió la lengua--. Lo siento, querida. No era mi intención...
--No, no, no te disculpes. Da igual. Tienes razón. Tú, al menos, diste satisfacción a tu deseo. Yo lo derivé en venganza. Qué más da... --Replicó una contrariada Salomé, con los ojos húmedos."

Del amor
"--¿Crees que yo debo sentirme más feliz por eso? ¿Porque di satisfacción a mi cuerpo y a mi alma de forma temporal? No amiga mía, querida mía. Aquello fue sexo, placer sensual, satisfacción sensorial, bálsamo para el alma, mientras duró. Tú, en cambio, sentiste amor, querida; yo, no. Tú, aunque no llegaras a satisfacer tus anhelos (ese "quiero besar tu boca Jokanaán" del Salomé  de Wilde), sentiste la fuerza, el poder, la dicha, del amor inundándote por entero, y hasta tal punto que al ver imposible su realización decidiste hacerlo tuyo para siempre, suprimir cualquier otra alternativa. Sólo tú y tu amor --convertido en justiciera determinación. Al fin pudiste besar su boca, aunque el estupor y la embriaguez del esfuerzo sobrehumano de tu exigencia te lo impidiera. No, querida mía. Tú fuiste más privilegiada que yo: tú amaste, realizaste una danza para él, pensando en él, sintiéndole a él en cada abrazo dado al aire... Yo no tuve nada de eso, mas que placer, inmenso, pero placer, y el placer es efímero, mientras que el amor --y más el amor insatisfecho-- es eterno. Tú eres la privilegiada, no yo."

Y las dos se fundieron en un abrazo con tal intensidad que de las dos se formó una sola; y eran, Salomé y Judit, no más que una única mujer con dos rostros, como Jano. Y como Jano transfiguradas, se reintegraron al lugar de donde procedían, el Reino de la Imaginación Creativa, cruzando, para ello, los límites de mi propia imaginación.

Fin de Salomé y Judit: Un Encuentro Inédito


    

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GALERÍA 

La Iconografía dedicada a Salomé y Judit se repartirá en los cuatro posts de que consta esta propuesta. Dado el ingente caudal de representaciones que estas dos figuras han sugerido a la imaginación de los pintores a través de las épocas (la mayor parte de las cuales recogidas aquí), y atendiendo al carácter de la exposición del relato --de "encuentro", y por tanto de imbricación en el tiempo de ambos personajes--, los catálogos de imágenes, en cada post, incluirán una sección dedicada a Salomé y otra a Judit, distribuyéndose así los fondos recopilados (más de trescientas obras, en total; siendo las dedicadas a la justiciera y valerosa israelita --Judit--, el doble que las recabadas sobre la princesa idumea amante de danzas y aviesas seducciones --Salomé). Como siempre, la secuencia seguirá un orden cronológico por su interés didáctico, capaz de aportar una perspectiva, ya progresiva, ya diacrónica, del hecho artístico y la relación de cada época con sus estilos propios (tratamiento del personaje en atención a las referencias sociales, éticas y estéticas de cada momento). Otro motivo para ir alternando las obras realizadas sobre un tema y el otro es que, además, se podrá hacer un seguimiento comparativo del diferente enfoque que en cada momento histórico se da a Salomé y a Judit (interés que viene acrecentado por tan diferente naturaleza ética de las dos mujeres, casi antagónicas. Aunque en el texto esto último quizá se vea cuestionado).
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SALOMÉ vs JUDIT 
(4)
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SALOMÉ (4)
(s XX)
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La Danse de Salome- (1905) - Georges Desvallieres
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Salome (1907) - Vardges Surenyants
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Franz von Stuck (1906)
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Franz von Stuck (1906)
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Salome - Franz von Stuck (1906)
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Salome (1909) - Robert Henri
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Salome (1909) - Robert Henri
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Salome (Judith II) - Gustav Klimt (1909)
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Salome (1909) - Julius Klinger
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Salome - Adolf Frey Moock  (1910)
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Salome with the Head of St John The Baptist (1913) - Max Openheimer
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Salome (1920) - Louis Icart
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Der Tanz der Salome - Leopold Schmutzler (1864-1941)
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Salome - Leopold Schmutzler (1864-1941)
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Salome (1928) - Francis Picabia
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Salomé  (1926) - Julio Romero de Torres (v 1)
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Salomé (1917) - Julio Romero de Torres (v2) 
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 Salome (1930) - Manuel Orazi 
(Ilustraciones de la obra Salome, de Oscar Wilde)
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 Salome (1930) - Manuel Orazi 
(Ilustraciones de la obra Salome, de Oscar Wilde)
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 Salome (1930) - Manuel Orazi 
(Ilustraciones de la obra Salome, de Oscar Wilde)
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Salome (1930) - Manuel Orazi 
(Ilustraciones de la obra Salome, de Oscar Wilde)
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Salomé (1932) - Federico Armando Beltrán Massés 
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Salomé (1932) - Federico Armando Beltrán Massés
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Queen Salome (1937) - Salvador Dalí
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Salome - Osawa Tanner (1859-1937)
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J'ai baise ta bouche Jokanaan (1960) - Takato Yamamoto
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Salome - Takato Yamamoto (1960)
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Frantisek Drtikol
Serie Salome, 1920's

  
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JUDIT (3)
(s XVII - s XVIII)
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Judith with the Head of Holofernes (s XIX) - Unknow
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Judith and Holofernes (1800) - Joseph Bernat Flaugier
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Judit y Holofernes (1819) - Francisco de Goya
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Judit y Holofernes (1824) - Francisco de Goya
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Judith and Holofernes (1822) - Alessandro Varotari
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Judith and Holofernes (1828) - Horace Vernet
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Judith and Holofernes (1829) - Horace Vernet
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Judit y Holofernes (1835) - Teófilo de Jesús 
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Judith (1840) - August Riedel
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Judith (1845) - Jean-Joseph-Benjamin Constant
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Judith (1845) - Franz von Rohden
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Judith (¿?) - Jean-Joseph-Benajmin Constant
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Judith and Holofernes (1853) - Antal Haan
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Judith (1853) - Jean-Victor Schnetz
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Judith (1855) - Carlo Bonatto Minnella
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Judith and her Attendant going to the Asysian camp (1863) - Simeon Solomon
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Judith (1872) - Jean-Baptiste-Emile Corot
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Judith (1872) Andrea Franzobich Belloli 
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Judith (1873) - Ravi Varma
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Judith gives Thank to Jehova (1880) - Pedro Americo
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Jean Jacques Henner (1880)
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"Judith" (1886-91) - Bavarian Art Institute of Munich (Stained Glass)
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Judith (1900) - Leon François Comerre
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Judith (c 1900) - Arthur Greuel
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Judith I (1901) - Gustave Klimt
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Judith I (1901) - Gustave Klimt
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Judith II (Salome) (1909) - Gustav Klimt
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Judith (1910) - Léon Bakst
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Judith and Holofernes (1916) - Koloman Moser 
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Judith of Scripture, and Gloriana (1917) - Harry Clarke
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Judith (1920) - Josef Loukota
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Judith Holding the Head of Holofernes (1921) - Arthur Szyk
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Judith with the Head of Holofernes (1922) - Leon Bakst
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Judith and Holofernes (1927) - Franz von Stuck
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Judith and Holofernes (1927) - Franz von Stuck
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Judith and Holofernes (1927) - Franz von Stuck
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Judith showing the head of Holofernes (1929) - Ithell Colquhoun
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Nude, Green leaves and Bust (1932) - Picasso 
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Judith and Holofernes (1948) - Jean Cocteau
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Judith and Holofernes (tapicería) (1951) - Jean Cocteau
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Judith (1999) - Alexander Daniloff
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Judith and Holofernes (2009) - Mia Araujo
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Judith (2009) - Ludmila
...

Otras Judit
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Lavinia Fontana (1600) - Hans von Haachen (after) s XVII -  Simone Pignoni (1675) - Il Faenzone (Ferra Fenzoni)
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Govanni Battista Piazzetta (s XVIII) - Giacomo Zobolli (s XVIII) - Giovanni Antonio Pellegrini (1710)
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Judith before Holofernes (1730) - Giuseppe Marchesi - Franz Palko (1745)
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Bartolomeo Chiari - Giulio Cesare Pocaccini - Thomas Le Clair (1855) - Paul Albert Steck (1885)
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