domingo, 7 de julio de 2013

Achtung: un milagro encarnado en caballo.






Pregúntate si la realidad es otra cosa, y distinta, 
que la fantasía. Pregúntate si no son una y la misma cosa.
Pregúntate si la fantasía que alimenta tus sueños
 no es tan real como el mismo soñar. 
Dependiendo de las respuestas que a ti mismo te des,
sabrás si formas parte de la realidad o no eres más que ilusión
(y probablemente te equivocarás al adjudicar una u otra respuesta
si niegas la incuestionable autoridad de la evidencia).
De los sentidos del sinsentido. Héctor Amado


ACHTUNG!

.....Inmediatamente recordé El relato de un náufrago de Gabriel García Márquez. Pero ni yo soy el insigne Gabo, ni por asomo dispongo del abrumador talento del más que justo (a fuer que innecesario) Premio Nóbel de Literatura colombiano. No soy más que un humilde corresponsal free lance de una gaceta de ámbito regional, de una indeterminada región de España. Y eso quiere decir que mis incursiones periodísticas son, a más de voluntariosas, esforzadas y frecuentemente azarosas: lo que traducido significa que a veces se me publica, y a veces -las más- no. En mi caso se cumple la expresión eufemística que dice, de alguien que realiza una determinada labor sin esperar nada a cambio, que trabaja por amor al arte. Pero en esta ocasión se ha producido una variable no contemplada en mi relación habitual con la redacción (yo os propongo: vosotros me rechazáis), y es que ha sido Campos (el redactor jefe) quien se ha puesto en contacto telefónico conmigo para pedirme (¡Pedirme! ¡Él a mí!):

"Si podrías realizar un artículo algo extenso, algo en la línea de realismo fantástico al que eres tan proclive (y que ha sido el causante de que te desestimáramos otras propuestas), sobre la noticia que ha recorrido como un escalofrío la espalda de todos los noticiarios del país el pasado día 30 de Junio. Ya te habrás enterado. En las carreras de caballos, la victoria... no, la "milagrosa" victoria, en el Gran Premio de Madrid, de un jamelgo que no contaba en las apuestas (de hecho se pagaba 42:1). Esto ya de por sí es extraño, y por tanto noticiable, pero lo es aún más el hecho de que ha dado la "casualidad" que su entrenador había fallecido víctima de un cáncer sólo cinco horas antes. Lo que, además de noticiable, lo convierte en filón si se sabe sacar partido de ello. Mira a ver qué puedes hacer. Entérate de lo esencial, ya sabes: el origen del caballo, su historial, su palmarés, la personalidad del preparador (Roberto López, creo que se llamaba), un hombre conocido y querido en los ambientes hípicos y el circo del Turf... En fin, todas esas cosas que pueden ser constitutivas de una buena historia. No sé si sabrás que el próximo 18 de Julio celebramos los setenta y cinco años de existencia, y queríamos hacer un especial con un par de artículos de fondo. Éste podría ser uno de ellos. Esmérate, y si nos gusta te lo publicaremos (y hasta es posible que te lo paguemos, jejeje). Lo necesitamos para antes del 7. Te aviso que jugamos con varias barajas: hay otros cinco artículos encargados. Compréndelo, no nos podemos arriesgar a que llegue el día de la edición y no dispongamos del material pertinente. Confiamos en ti. Especialmente yo. Creo que este es un tema que te va como anillo al dedo. No lo olvides: antes del 7 de Julio (San Fermín, ya sabes)."

.....Este era Campos, mi redactor jefe, un tipo muy simpático, con la amazacotada fisionomía de un bulldog, como él chaparro y cabezón, hasta los andares los tenía de este extrañamente bello y singularmente feo, pero bondadoso, can; incluso una bronquitis crónica, casi enfisema, que le dificultaba la respiración y lo hacía resollar a cada paso, le asemejaba aún más si cabe al irreductible perro de presa inglés. Para más inri, lo de perro de presa tampoco le venía grande, antes bien parecía un traje caracteriológico hecho a su medida. 
.....Ya digo, lo primero que pensé, antes de documentarme sobre del tema, fue en el espléndido relato que García Márquez escribiera, allá por 1970, cuando era un corresponsal de prensa de provincias (como yo, pero con un talento, ya lo he dicho -me gusta zaherirme-, infinitamente mayor que el mío), que en realidad era una crónica periodística, sobre un hecho verídico: un náufrago que anduvo a la deriva varios días (creo recordar que 10), que fue dado primero por desaparecido y después por muerto, y que al final arribó a tierra firme vivito y coleando, resucitado de entre las olas. Pues sí, me acordé de este relato, y aun sabiendo que mi talento es infinitamente menor que el de Gabo, pensé que quizá tenía ante mí la oportunidad ansiada. No sé, cada cual se ilusiona con lo que le conviene. A mí me convino ilusionarme con esta noticia, que así, a bote pronto, es de esas que llevan a decir a la gente que la realidad supera a la ficción. De momento quería conocer hasta qué punto el aforismo es cierto. Y para ello nada mejor que desarrollar una labor de investigación periodística. Es decir, me propuse contactar con los implicados y recabar toda la información de primera mano que fuera capaz de reunir. Después, con ella, montaría mi historia; que ya vería qué tono darle: si realismo fantástico, realismo romántico, hiperrealismo, surrealismo o, simplemente, ficción realista. Qué quieren que les diga, sí, me ilusioné; soy inasequible al desaliento: nunca crucé la frontera de la adolescencia. No, no tengo complejo de Peter Pan, no es eso, sólo que me resisto a madurar porque no me gusta llegar a estar maduro, después de la madurez vendrá indefectiblemente el irreversible estadío de descomposción, y no es plato de mi gusto asistir a mi propio proceso degenerativo. Por ello he optado por instalarme en una perpetua adolescencia, que en cierto modo es como permanecer suspendido, en una atmósfera controlada, que retrasa sine die la indefectible decrepitud. Pretendo pasar directamente de la adolescencia al óbito, ahorrándome la desagradable experiencia de la consunción, con su rosario de achaques varios y esfínteres laxos. Y tan mal no me debe de ir en este intento de suspensio tempore, cuando el mismo Campos me llama "muchacho", sabiendo que ya rebasé la cuarentena, por algo será.
.....En fin, que con la ilusión impulsando la sangre en mis arterias me puse manos a la obra...


Los antecedentes
....Nada mejor que realizar un histórico para abordar un tema de investigación, con él uno suele familiarizarse con el marco donde encuadrar el objetivo narrativo, y eso hice. En este caso se trataba de obtener información sobre las carreras de caballos, de excepcionales casos similares al que nos ocupa, de caballos excepcionales, de jockeys excepcionales, de preparadores excepcionales, en resumidas cuentas, de sondear la excepcionalidad en el galopado terreno de los hipódromos. Hay mucha historia y mucha literatura en torno a un tema tan atractivo, sobre todo en aquellos países de más tradición, como los del ámbito anglosajón, sin olvidar a Francia, obviamente. En este poder de seducción hay sobre todo dos causas que destacan sobre todas las demás. Por un lado, está el factor estético: qué cosa más bella que un caballo, un pura sangre, sus galopadas, su competencia, su afán de superación; y qué más atractivo que todo ese glamour generado alrededor de los hipódromos. Por otro lado, está una consecuencia lógica de ese factor agonístico como es el aprovechamiento, por parte del hombre, de la incertidumbre sobre el ganador: las apuestas. Es decir: el placer de lo bello coaligado a  la emoción del juego, ¿qué más se puede pedir? El goce contemplativo y la atracción de la suerte. Belleza y Fortuna, todo en uno.
.....El tándem caballo-hombre ha sido una de las relaciones más felices que ha dado la colaboración entre el ser humano y el animal. Utilizado sobre todo para la guerra, para el transporte y el trabajo en el campo, ha sido una óptima selección racial de unas estirpes cuidadosamente elegidas la que ha elevado al noble equino al olimpo de la más alta consideración humana. Es en la pureza de la raza árabe, sobre todo, en felicísimo matrimonio con pinceladas de los más finos y elegantes especímenes de razas europeas (preferentemente inglesas), donde se encuentra el origen de los así denominados pura sangre, los más óptimos caballos de carreras. En especial tres son los caballos a los que se debe la existencia de esta maravilla equina, tres caballos que allá en los inicios del lejano siglo XVIII sirvieron para moldear el caballo de carreras perfecto. Los tres de diversa procedencia, con fenotipo distinto, si bien todos muy cercanos cultural y genéticamente, uno de estirpe turcomana, otro árabe y otro bereber: Byerly Turk (Turquía), Darley Arabian (Siria) y Godolphin Arabian (Túnez o Marruecos). De ellos provienen todos los famosos y excepcionales caballos que en el mundo han sido. De ellos, en las líneas a veces menos directas y más azarosas, han surgido los más excepcionales de todos. En el mundo del caballo de carreras, como en todo, el azar siempre tiene la última palabra. Ya se sabe: el hombre propone y el azar (que es uno de los nombres de Dios) dispone.

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....Será la línea trazada por los genes de Godolphin Arabian (citado como bereber, pero del que caben serias dudas, pues se le adjudica indistintamente cualquiera de las tres procedencias citadas) la que diera, un par de siglos después, tres de los más excelsos caballos de todos los tiempos: Man O'War, War Admiral y el archifamoso Seabiscuit. El primero, Man O'War, fue un caballo imponente, de casi 1,70 m de altura en la cruz, que ganó 20 carreras de 21 disputadas, y acabaría siendo uno de los mejores sementales de la historia. War Admiral y Sea Biscuit (descendientes por línea directa de Man O'War), tío y sobrino, respectivamente, protagonizaron una de las más famosas contiendas en el mundo de las carreras. El hijo de Man O'War, sin heredar la descomunal estatura de su padre (midió 1,56 m), sí heredó, en cambio, su elegante estampa, carácter y velocidad, ganó 21 de sus 26 carreras, incluyendo la Triple Corona (tres de las carreras más prestigiosas del circuito americano: el Derby de Kentucky, en Louisville; la Preakness Stakes, en Baltimore; y la Belmont Stakes, en Nueva York)

.....El caso de Seabiscuit es quizá el que más se pueda asemejar al de nuestro Achtung. Su celebridad es debida a varias coincidencias, una especie de tormenta perfecta de dispares circunstancias: contemporáneo a la gran depresión (años treinta); si de noble procedencia no tuvo suerte al heredar un carácter perezoso y reservón, que sus amos no supieron o no quisieron corregir a tiempo, y tuvo que ser la mano de un preparador heterodoxo quien viera en él condiciones de campeón, haciéndole campeón; singular -y difícil- fue también la vida de su jockey preferido; y su competencia con War Admiral, caballo ganador y afamado, de superior rango, al que vencería en un duelo singular (hay registro fílmico de la ocasión, que aquí se adjunta). Su popularidad, en un momento difícil, entre un pueblo con la autoestima por los suelos, que sufría las consecuencias de la Gran Depresión, que veía cómo un caballo humilde, casi descartado, era capaz de superarse merced a la fe de su  preparador y vencer a los consagrados, se erigió en todo un símbolo. Lo que daría motivo para una novela y, al correr el tiempo, dos películas, convirtiéndolo en uno de los caballos más conocidos y famosos de la historia. Quizá no fuera el más elegante, ni el de más bella estampa, ni perteneciera a una afamada cuadra, pero, precisamente por ello, su ejemplo se erigio en todo un símbolo y un motivo de esperanza. Varios de los condicionantes de su éxito se repiten en el caso de Achtung.


De Carreras y Apuestas
....¡Quien no ha visto en tantas películas americanas de cine negro el hipódromo de Pimlico, o el de Belmont, o el de La Joya! ¡Quién no ha sido testigo, en la oscuridad de una sala, ante la pantalla de un cine, de decenas de historias en que aparecían, de una u otra forma, las carreras de caballos unidas a las inevitables apuestas! Así, a bote pronto, me vienen a la memoria cintas como la excelente obra de orfebrería que es The Killing -Atraco Perfecto- (1956, Stanley Kubrick); o la hilarante A day at the races -Un día en las Carreras- (1933, Sam Wood), con los inigualables Hermanos Marx; o, de un modo tangencial, la espléndida Notorius -Encadenados- (1946, Alfred Hitchcock) -donde un histriónico y celoso Cary Grant mete la pata poniendo en evidencia a una adorable Ingrid Bergman-; o la impecable The Sting -El Golpe- (1973, Roy Hill) -con aquella inolvidable escena ficticia montada sobre la Special de Narragansett-; y obviamente, la ya citada y emocionante Seabiscuit (2003, Gary Ross), o la menos conocida Secretariat (2010, Randall Wallace), sobre el portentoso caballo --uno de los más veloces de la historia-- que ganara la Triple Corona tras 25 años sin obtenerla ningún otro, en 1973 (desde 1978 no la ha vuelto a ganar ninguno más, por lo que se suman ya 35 años sin un ganador de la prestigiosa terna).
.....Carreras de caballos y apuestas siempre han ido de la mano. Las más de las veces, en las novelas y films policíacos, con el hampa de por medio. Ha sido tradicionalmente uno de los negocios clásicos de la mafia, junto a la prostitución (¿quien no recuerda la famosa secuencia de El Padrino, en la mansión de Bolt, el productor de cine, que al amanecer despierta a una pesadilla que lo disuade, cabeza de pura sangre de por medio, a aceptar una oferta que no puede rechazar?).
.....Lo que sí es cierto es que no se conciben las carreras de caballos sin apuestas (lo mismo que no se concibe la tauromaquia sin lidia y muerte de toros bravos). Probablemente sin las apuestas las carreras no existirían, y los pura sangre serían cosa del pasado (lo mismo que le hubiera sucedido a la Fiesta y a los toros de lidia). Por otra parte, son las apuestas las que marcan y orientan los pronósticos. Habitualmente no fallan, aunque es difícil que acierten al 100%. Ya se sabe que se miden por el número de apostadores a caballo ganador (y a segundo o tercero clasificado), por lo que el baremo y las posibilidades de un caballo se establecen con respecto a la unidad (de lo apostado). Decir que las apuestas están 1:1 es equilibrar la apuesta con la ganancia. Esto no suele suceder nunca, pues nadie apuesta para ganar lo que apuesta. Un caballo será más favorito cuanto más se acerque a la unidad; es decir, 2:1 es ser favorito casi ganador (se paga doble a lo apostado); 3:1 lo es menos (se pagará triple a lo apostado), y así sucesivamente. Decir de un caballo que se paga 42:1, significa que son casi nulas las posibilidades de ganar, y que para hacerlo debería de ocurrir un hecho milagroso. Pues bien, este es el caso que nos ocupa, el caso de Achtung


Del Preparador y del Jockey
.....¿Cuán de importante es un preparador para el futuro exitoso de un pura sangre en los hipódromos? Acabo pronto si digo que sin él  sería imposible conseguir un caballo ganador, por muy selecta y pura que sea su sangre, y por más coronas que tengan sus ascendientes. El preparador (junto al entrenador en la pista) es quien modela, es el escultor del caballo, el que saca de él lo que éste puede dar, lo que lleve en los genes (y siempre lleva una cantidad desconocida de potencial por descubrir). La imagen del escultor es suficientemente gráfica: de un bloque de mármol, por muy excelso que este sea (Carrara, Paros, Pentélico), se puede extraer una obra de arte o una escultura anodina, incluso puede destruirse en torpes manos. Hay que ser un gran escultor, hábil, fino, talentoso, capaz de leer la veta, el alma de la piedra; actuar sobre ella con decisión, con mesura, volcando sobre ella todo el conocimiento y el genio, sí, pero también toda la emoción, toda la pasión sometida al orden de la forma, al canon de la belleza.
.....Un preparador de caballos de carreras actúa de forma similar sobre el noble bruto que llega a él, no más que patas largas, cuerpo por desarrollar y carácter indómito. Él modelará sus músculos, los dotará de elasticidad, de velocidad; él domeñará su carácter, preparándolo para la competencia, dotándolo de una inteligencia cuasi humana, que, al dictado del guía (el imprescindible jockey), pondrá en juego durante la carrera. Es el preparador quien enseña al caballo a ganar. Porque a un caballo no hay que enseñarlo a trotar o a galopar, ni tan siquiera a competir, lo llevan en la sangre, son parte de sus armas de seducción; pero sí hay que enseñarle a potenciar estas cualidades al máximo, a utilizarlas con provecho y eficacia (para el ser humano, se dirá, no sin razón). Sí, hay que enseñarlo a obedecer una estrategia, a ser táctico, a sentir como un humano. Y todo esto lo hace el preparador, que es quien mejor llegará a conocer al caballo, quien será capaz de realizar una obra maestra, incluso con un material ordinario, quien será capaz de colocar a un pura sangre en el Olimpo de los dioses equinos (y en el de los hombres aficionados a las carreras). El preparador es, pues, fundamental, el imprescindible demiurgo creador de obras de arte orgánicas, esculpiendo vibrantes músculos y modelando caracteres extraordinariamente competitivos. Gracias al preparador, el caballo pura sangre, maravilla de la naturaleza, alcanza una plenitud de sentido que lo hace ser más que un simple caballo para convertirse en leyenda.

.....Y qué decir del jockey. El guía, el cerebro sublimado -e imbricado- al cerebro del caballo. Alma del centauro que junto al noble bruto representa. Él es quien, en el momento decisivo, revelará todo lo aprendido y entrenado, todo el potencial esculpido en su montura. Él es el foco de luz que iluminará la obra de arte, y lo hará de tal forma, que parezca que la luz irradie de la misma escultura orgánica que el preparador ha puesto en sus manos. Es la sutil iluminación que guiará el cerebro y los músculos del caballo en la carrera. Contemplad esas pruebas en que el jinete cae y el caballo continúa corriendo solo entre los demás caballos dirigidos por sus jockeys ¿No veis como un alma en pena, o mejor, un cuerpo sin alma cabalgar a la deriva, errático, desenfocado? El jockey es el alma del caballo en la carrera, es quien lo conducirá a la victoria, quien lo retendrá o lo dará cuerda, quien a fin de cuentas rematará la obra, la dará el último impulso que la haga ascender a categoría de leyenda.
.....Desde el legendario Fred Archer, con sus 246 victorias en una temporada, 2748 en toda su carrera y 13 premios al mejor Jockey del año, que en la época victoriana (1857-1886) montara los mejores caballos; pasando por Steve Donoghue (884-1945) con 10 premios Jockey del año; continuando con el más grande, Sir Gordon Richards (1904-1986), con 26 premios Jockey en su haber, récord de victorias en un año (259) y de toda una carrera (4870); hasta el célebre y contemporáneo (ya retirado) Lester Piggott (1935-), con sus 4.493 victorias y 11 premios Jockey del año. Toda una pléyade de jinetes, que ha seguido a su vez, una rigurosa carrera, con varios años de aprendizaje y connivencia con los caballos, hasta conseguir pensar como ellos piensan, o a procurar que ellos, los caballos, puedan leer su pensamiento; a convertirse, en pocas palabras, en alma de centauro que montura y caballero deben formar si se pretende el éxito. Si no existiera esa unidad de acción, de objetivo, de voluntad, de inteligencia y sentimiento, no habría magia ni posibilidad de generarla. En cambio, cuando hombre y caballo se funden, ah, en ese momento, salta la chispa, todo es posible, la magia aparece, o, al menos, se abre la puerta de par en par para que ésta aparezca con su generosa dosis de asombro, de pasmo, de sorpresa, haciéndole creer a uno en lo sobrenatural...


Achtung: La Carrera, la Magia
.....Es Achtung uno de esos caballos voluntariosos, de buen pedigrí, pero no del mejor posible, un caballo hecho para correr más que para ganar, uno de tantos que dan sentido y posibilitan el circo del Turf, un comparsa. Bueno para carreras de resistencia, ha llegado a ser el mejor fondista de España, lo que no es mucho a nivel internacional, pero no es escaso para las expectativas nacionales. Es un caballo bonito, pero chico, castaño entrepelado oscuro, lucero, de buen tranco, pero poca amplitud, probablemente no llegará lejos a nivel internacional (si es que sus propietarios tuvieran intención de hacerlo correr fuera en carreras más prestigiosas, cosa que está por ver). Pero como suele suceder en los casos en que surge lo excepcional, la sorpresa y el asombro, resulta que, como en el caso de Seabiscuit, se va a dar una suma de circunstancias: un preparador, Roberto López, empecinado en sacar del caballo lo que cree ver en él (y que sólo él ve), se deja la vida en el empeño, lo cuida, lo mima, lo dirige, lo entrena, modela cada músculo hasta alcanzar la perfección que su naturaleza le permite, esculpe su carácter falto de garra y furia, porque Achtung no acaba de hacer honor al nombre, es más bien pachorro, apático, nada nervioso, como si eso del correr no fuera con él, como si se resistiera a sondear sus límites en el terreno de la velocidad pura, lo que a él le van son las galopadas sin fin, mucho más entretenidas, de paisajes variados, que el exceso agonístico realizado en torno a un corto óvalo de apenas una milla. Pero Roberto cree que sí puede, que sí es veloz, pero que no quiere, hay que motivarlo, convencerlo de que merece la pena, de que si corre como él puede llegar a hacerlo, entrará en la leyenda (claro que, para ello, primero Achtung deberá considerar necesario entrar en la leyenda). Pero parece que el galopón no se da por enterado, o no le interesa, o no le ve el aliciente. Sigue reservón, a él que le den las galopadas, más de tres mil metros, mejor si son cinco mil, y mejor aún diez mil, ahí sí que le ve el sentido, ése que porta su sangre ancestral y que le cuenta historias lejanas de reminiscencias árabes, de desiertos inacabables, y de cielos estrellados como en ningún otro sitio del mundo, y de hombres vestidos con túnicas azules que saben orientarse en el océano de arena bajo el sol, y que los aman a ellos, los caballos, como aman a sus congéneres, los otros hombres, o más aún. En esas carreras de fondo, la sangre bombea desde su corazón toda la magia de la estirpe fraguada en las arenas del desierto, surgida bajo un firmamento plagado de las estrellas más luminosas, bañada por un mar azul intenso, que ha visto surcar velas de todas las formas, que ha visto costas doradas y rojas y blancas lamidas por lenguas de plata y espuma...

.....¿Cómo comparar todo eso que siento cuando corro largas distancias, con ese chispazo, apenas un restallar relampagueante sobre la hierba o la arena domada, en que el corazón no bombea sino sangre, sangre para músculos tensos, forzados hasta el límite, sin ocasión para el ensimismamiento, todo atención, todo concentración, todo bólido arrojado hacia la meta, todo exceso y desmesura de patas y frenesí de cascos, de ojos pugnando salirse de sus órbitas, de belfos espumantes y contraídos, de fustigazos excitantes, quizás de susurros o de exclamaciones que son códigos y señales, de imperceptibles gestos comunicados con sutiles tirones de las riendas,... demasiada concentración, demasiado vértigo como para disfrutar con ello. No soy un competidor de velocidad qué se le va a hacer, por más que este hombre, mi preparador, Roberto, se empeñe en ello. Me quiere bien, me ha tratado mejor que cualquiera en su lugar hubiera hecho al ver mi terquedad, mi resistencia a sus deseos, a que corriese por puro amor a la velocidad. Cuántas veces me ha susurrado al oído (cuando nadie le veía) que si no quería entrar en la leyenda, que si no quería ser uno de esos caballos famosos que lustran los palmarés de los hipódromos, que respetaba mis gustos y deseos en cuanto a las pruebas de resistencia, pero que la fama estaba en la velocidad, que yo tenía condiciones, que yo podría lograrlo... Y se afanó, se afanó cuanto pudo, luchando contra mí y contra el destino (o eso creía yo). Un día me enteré (lo capté antes de que me lo susurrara al oído) que estaba enfermo, muy enfermo, ese día como otros tantos me dijo que le gustaría verme en el lugar que me correspondía, me dijo que sería feliz si al menos ganaba una grande del circuito: Madrid, San Sebastián, Sevilla... pero noté en su voz un quiebro desconocido. Yo le escuchaba y asentía con la cabeza, más por reflejo que por convicción. Era enternecedor cómo en ningún momento se amilanó, ¡tenía tanta confianza en mí!, redobló sus esfuerzos en mi preparación (lo que en ningún modo favorecía su salud), incluso llegó a dormir conmigo, en un jergón, junto a mi cuadra; me decía (porque no paraba de susurrarme o hablarme cuando nadie lo veía) que no le entraba en la cabeza que yo no entendiera lo que para él estaba tan claro, que mis posibilidades estaban aún sin explotar, que si yo estuviera convencido de mis posibilidades no habría potro en España capaz de vencerme. Vaya cosas me decía. ¿Y a mí qué?, pensaba yo para mí, qué más me da que nadie me alcance, yo lo que quiero es disfrutar galopando y sentir mientras galopo, sentir el eco de la sangre golpeando mis venas, llenando de imágenes exóticas y puras, inconmensurablemente bellas, mi alma de caballo. Pero él, erre que erre, mientras se iba apagando poco a poco, empeñado en que debía correr para ganar, en que no debía conformarme en ser comparsa, que así se pueden hacer muchos amigos pero ganar pocos admiradores (¿y para que querría yo admiradores?, le hubiera dicho, pero los caballos no hablamos, no al menos un lenguaje que entiendan los humanos, más allá del que sugerimos con nuestra voluntad y humor, con nuestros actos, y a ésos, por más que lo intenté, el bueno de Roberto hacía oído sordos).

.....Un día ya no vino a verme, a prepararme, a intentar incitar en mí el deseo de victoria. Y la verdad lo empecé a echar de menos. Sus palabras, sus atenciones, sus regañinas, sus enfados y desplantes (que bien poco le duraban)... Sobre todo eché de menos su cariño, ése con el que me nimbaba materialmente -como una nube invisible- en cuanto me veía, en el que yo parecía flotar mientras él estuviera cerca, o sus ojos me siguieran por la pista, al entrenar. El entrenador, otro hombre afable, aunque más distante, menos íntimo e intimista, tomó su relevo. Parecía seguir las indicaciones de Roberto, que a esas alturas debía estar en la cama ocupando una habitación impersonal de un impersonal hospital. Empecé a sentir una emoción nueva que nunca había sentido, algo parecido al remordimiento y al mismo tiempo al entusiasmo. ¿Cómo podía ser ello posible? ¿Dos emociones tan contradictorias? No tardaría en descubrirlo: remordimiento por no haber hecho caso antes a mi excelente preparador, al hombre que creía en mí y se desvivía por mí, y entusiasmo porque en mis venas comenzó a latir un eco nuevo, un eco muy profundo y lejano, apenas perceptible pero tenaz, que fue in crescendo. Este nuevo eco me transmitía el viento del desierto azotando las crines, el júbilo incontenible de voces desconocidas jaleando mi nombre, el sol, el inclemente y divino sol, arrancando gotas de sudor de mi piel y rociando con ellas el éter, fustigando con sus rayos mi grupa lanzada como una flecha sobre la hierba o la arena domada... Ese eco me habló, con expresiones irreconocibles para mí, de gloria y de destino y de leyenda, y junto a ese eco, con él, cabalgándolo, la sonrisa de un hombre, que deduje era Roberto, un Roberto ya pleno de salud, libre de la enfermedad que lo mantenía postrado y lo consumía, que licuaba su sangre hasta convertirla en agua, agua pura y cristalina eso sí, sólo ya deseo fluido, sólo ya voluntad vaporosa: "si Achtung supiera, si conociera sus posibilidades, si fuera capaz de creer en él...". Y yo escuchaba ese eco, y me dije, el galopón puede esperar, quizás si yo quisiera, quizás si creyera en mí mismo, aunque sólo fuese por una vez...

.....Marino Gomes, un joven jockey portugués, fue el elegido por Roberto para montarme en la ya inminente carrera. Era un muchacho a quien mi preparador conocía bien, decía de él que tenía corazón de ángel, y sus alas. Nunca antes había corrido un Gran Premio, pero debía tener su primera oportunidad, y la tendría conmigo, ese día. La verdad he de decir que en los entrenos se portó de modo muy mesurado conmigo, amable, condescendiente, aunque Roberto le decía que no se plegara a mi voluntad, que yo tendía a ser un diletante, que debía emplear conmigo fusta firme y riendas dominadoras, le decía que yo era el mayor enemigo de mí mismo, un enemigo que había que batir antes de intentar batir a los demás, que me condujera con suavidad pero con fe y firmeza, no dejándome contemporizar, no dejándome sentir otra cosa que la convicción de la victoria. Háblale, le decía, háblale porque le gusta que le hablen (¿Cómo podía saber Roberto si me gustaba o no que me hablaran?), debe de sentirse seguro de sí, y para ello debes convencerlo, debes de amordazar con tus palabras y tu fe ese ruido de fondo que como un denso telón le impide escuchar el eco más profundo de su sangre, ése que le habla de victoria; háblale, le decía el bueno de Roberto a Marino, aquel joven portugués con corazón y alas de ángel, y ya verás cómo él te escucha.
.....Llegaba el día de la carrera. El Gran Premio de Madrid, el más prestigioso del país. Hacía una semana que ya no veía a mi preparador, y la noche anterior a la fecha señalada, la sonrisa de Roberto se apagó en mi corazón. Ya no acompañaba al eco ancestral, ya no cabalgaba su improbable posibilidad en mis sueños sin sueño. Sentí una gran soledad, un enorme vacío, algo que nunca antes sentí y que asocié a una caída hacia un abismo sin fondo. Fue sólo un momento, pero me entró pánico, me inquieté, cocee la puerta de la cuadra, las paredes, el pesebre, me hubiera gustado salir y galopar, galopar y galopar hasta un horizonte sumergido en el tiempo, fundido en los fuertes latidos de mi sienes, en los tensos músculos de mis patas, en el aire de mis agitados pulmones, arrojar de mí esa sensación de vacío que me ahogaba, una negrura asfixiante como el abrazo de la muerte... sí, como el abrazo de la muerte. Roberto acababa de morir, eso era lo que pasaba; me tranquilicé, me entristecí, me indigné... conmigo mismo, con la vida, tan injusta, con el egoísmo, con las voluntades no sincronizadas, con el orgullo, con la ignorancia, con la pereza y la comodidad, con la enfermedad que quiebra destinos y desbarata ilusiones, con la impotencia, en fin, y con todo aquello que había imposibilitado el cumplimiento del sueño de Roberto: verme ganador en un gran premio, entrar en la leyenda.

.....Amaneció un día soleado. Era 30 de Junio, un bonito día del recién iniciado verano. En el G.P. de Madrid estaban apuntados doce caballos. Destacaba sobre todos un ya maduro -en edad y experiencia- bahía llamado Entrecopas, ganador y dos segundos en los últimos tres años, en aquella prueba. Pero sobre este espléndido y grande castaño claro, en las apuestas, se encontraban Pazifiksturm (que venía de ganarlo todo el año anterior) y Rilke (ganador del último Derby). La poca confianza que mi participación infundía lo reflejaba el 42:1 que se pagaría a quien, excesivamente crédulo, cuando no completamente loco, hubiese apostado por mí. Creo que figuraba en último lugar en orden a las preferencias de los apostantes. No empezábamos mal. El vacío que me angustió la noche anterior había cedido el paso a un estado de tranquilidad vigilante, de tenso control. Me hallaba inusitadamente excitado, una excitación no visible, pero que mi alma de caballo sentía como un ave presiente la llegada de la tormenta mucho antes de producirse. No estaba inquieto, tampoco preocupado. A mi alrededor todo eran caras tristes y alguna lágrima. Sé que el propietario estuvo a punto de retirarme de la carrera. Pero en última estancia todos estuvieron de acuerdo que Roberto no les hubiera perdonado tal decisión. Él querría verlo correr, se decían, y acertaban, claro. Así es que allí estaba yo, entre rostros cariacontecidos sin atisbo de ilusión, sólo porque había que estar, porque él lo habría deseado así.
.....No obstante, cuando Marino me montó y nos dirigíamos a las puertas de salida, sentí sobre mi lomo una intensidad emotiva que nunca antes sintiera. Vamos, Achtung, me dijo mientras me palmeaba el cuello, debemos correr por Roberto, no olvides que nos estará viendo, allí donde se encuentre, seguro que su espíritu estará rondándonos, dándonos ánimo, se lo debemos, se lo debes. No es por ganar, que sé que es difícil (aunque no imposible, como diría Roberto), es porque todos vean lo que hizo por ti... por nosotros, debemos de salir convencidos de que sus esfuerzos no han sido en vano. ¿Verdad que no quieres eso, amigo mío?. Esto me decía, sin palabras, con el pensamiento, mientras me palmeaba el cuello, y mi excitación interior aumentaba, y aumentaba. El eco ancestral volvió a surgir, con él, encima de su letanía de viento y sudor y  resoplar victorioso venía la sonrisa de Roberto, ¡otra vez!, pero en esta ocasión más radiante, intensamente luminosa, como el sol que ahce hervir las arenas del desierto, como el reverbero de miles de fulgores en el mar, como un convencimiento pleno, como una convicción sin mácula de duda, como una fe inquebrantable en la victoria...

.....Se dio la salida, todos salimos lanzados. Yo por la cuerda, con el número 1 (qué ironía), un poco más allá Entrecopas, con el 5, Pazifiksturm aún más lejos, con el 9, y en el otro extremo al que yo ocupaba, Rilke con el 12. Yo me quedo en cola, por delante los favoritos. Parece que voy no más que observando la carrera. Algo en mí, no obstante, quisiera partir como una flecha hacia adelante. Recuerdo las palabras de Roberto, las recomendaciones de Roberto, la sabiduría de Roberto: yo soy un galopón, bueno para la resistencia, eso ya lo sé, puedo correr durante toda la carrera al rabo de cualquiera si no se lanza de salida... Y éstos no lo han hecho, ninguno: se estudian, se marcan, se controlan, parecen jugar al escondite, se guardan la baza de la velocidad punta. Van rápidos, pero no lo suficiente para dejarme atrás. Mis nervios, mis músculos, mis pulmones, todo mi ser obedece a una vibración creciente que busca resolverse en un homenaje de gratitud, pero me contengo, Marino también debe de sentir algo semejante porque noto cómo me contiene, cómo me siente, cómo me escucha, y me retiene, me dice aguanta, aguanta un poco más, dejémosles que se desgasten, que se confíen, aguanta Achtung, aguanta hasta que oigas mi grito de batalla, mi ¡Achtung! que será señal para el ataque, entonces ve, noble caballo, ve y llévanos hasta Roberto que nos estará esperando allí, en la meta; da igual si no ganamos, venderemos cara la derrota... Esto me decía sin palabras, con la voz del pensamiento, Marino Gomes, mientras daba largas a las riendas y acomodaba su cuerpo a mi galope.
.....Ya viene la última curva, vamos todos más o menos agrupados, Entrecopas pasa a Belagua. Da gusto ver correr a este magnífico ejemplar, con ese tranco poderoso y seguro, todo vigor y ganas de ganar, acostumbrado a ganar. Quedan 500 metros escasos, yo sigo el último... salimos de la curva... Allá voy... al mismo tiempo que yo me lanzo, escucho a Marino exclamar el "¡Achtung!" convenido. Allá vamos... me cuelo por el centro, me han dejado sitio, quién iba a creer que yo iba a pasar por ahí, siento en mi corazón, en mi sangre, en mis músculos, en mis pulmones, en mi sienes, la sonrisa luminosa de Roberto, sus palabras ("tú puedes, tú puedes, me dice la sonrisa"), y algo me impulsa hacia adelante, una fuerza invisible que hace que el espacio se acorte, que mi tranco se alargue, que todo se detenga, menos Entrecopas, éste no se detiene, quiere ganar, va a ganar... si yo le dejo, pero no le dejaré, esta vez no, se lo debo a él, se lo debemos a él... un último esfuerzo, no sé de dónde, quizás de las alas de Marino, o de los rayos de luz de la sonrisa de Roberto, flechas de un sol agradecido, o del eco de mi sangre hecho torbellino incontenible, de los genes de mi estirpe, del agradecimiento por tanta dedicación, qué se yo, pero al final, en los últimos siete metros, un postrero impulso me catapulta a la victoria... allí nos espera él, Roberto, con los brazos del alma abiertos, para fundirse con nosotros, y Marino llora, no puede contener las lágrimas que son de alegría y de tristeza, aunque creo que él sabe, como yo lo sé, que Roberto, de alguna forma, está allí, que él nos ha dado el último arreón y nos ha recibido, sonrisa luminosa, en la meta, satisfecho.

.....El hipódromo estalla en una atronadora ovación. Este día lo imposible se hizo posible; lo fantástico, realidad. Las lágrimas corren por las mejillas de mujeres y hombres, hoy creerán en los dioses, en los espíritus, en la justicia divina. Hoy, sí. El 30 de Junio de 2013, en el Hipódromo de la Zarzuela, durante el Gran Premio de Madrid, tuvo lugar un prodigio, brotó incontenible el asombro, se encarnó un milagro: lucía capa castaña, portaba una estrella en la frente, respondía al nombre de Achtung, y era un caballo pura sangre que, al fin, como siempre quiso su preparador muerto cinco horas antes, creyó en sus posibilidades.


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GALERÍA

Gran Premio de Madrid 2013

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Duelo entre Seabiscuit y War Admiral


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Secretariat ganando la Triple Corona 1973


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Curioso documento que muestra la increíble velocidad final de Donnaguska, un caballo en activo
(Desconozco cuál es la primera carrera. La segunda se celebró en el Hawthorne Race Course, en Cicero, Illinois)


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