viernes, 4 de julio de 2014

Relatos de Verano (2) - GALERÍA: Earl Moran & Norma Jean





Relatos de Verano

2

Norma

.....Cuando uno inicia un viaje, sobre todo cuando no lo hace como turista –pero incluso así–, es propio encararlo con eso que se llama espíritu de la aventura. Es decir, que uno espera aventurarse más o menos en el acontecer de lo que cada día tenga a bien –o a mal– otorgar. Viajar, no digo nada que no se sepa ya, es una de las actividades más satisfactorias para el ser humano. Imagino que la razón hay que buscarla en esa necesidad irrenunciable de conocer, descubrir, experimentar o sorprenderse, tan característica del ser inteligente por antonomasia, cuya misma inteligencia lo empuja constantemente a abrir nuevos caminos, a ensayar lo no ensayado, a inventar, a fomentar, en suma, su capacidad intelectual y a satisfacer su universo emotivo. También, a que el ser humano es una criatura en constante búsqueda, siempre en marcha, aunque no se mueva del sitio: continuará buscando con su imaginación. También, a que el ser humano se aburre soberanamente si no introduce cambios en las rutinas. Y el viaje cumple a la perfección con todas estas consideraciones. Buscar la aventura supone, indefectiblemente, comenzar con un viaje (ya sea interior). Se puede, llegado el caso, viajar sin afán de aventura, pero lo que es seguro es que antes o después, tarde o temprano, en el transcurso del viaje, por muy organizado que pueda ser, aparecerá la aventura, aunque sea una pequeñita, no más que un entretien. Se ha dicho, también, que cada día es una aventura; pero salirse de lo ordinario, arrojarse al proceloso mar de los azaroso, indudablemente lo es infinitamente más. Hay quien inicia un viaje sin expectativas, y acaba teniéndolas todas, pues el viaje, por avatares imprevisibles, se deviene aventura extraordinaria que puede hacer cambiar diametralmente la vida que hasta ese momento se llevaba. Hay quien inicia un viaje previsto para una semana, o un mes, o una temporada, y termina por permanecer en destino durante años, cuando no toda la vida.

.....El anterior prolegómeno viene a cuento, y nunca mejor dicho, del relato que se puede considerar ya iniciado desde ese primer "Cuando..." con el que arrancó el anterior párrafo. Es, pues, el relato de lo acaecido en un viaje; un viaje venturoso y aventurero; un viaje sorprendente, un viaje de descubrimiento y conocimiento, un viaje de experimentación, en el que me vi envuelto en una situación que, al principio, me pareció de consecuencias imprevisibles (aunque ahora que esto escribo las consecuencias ya se han hecho plenamente patentes), pero que no obstante, encaré con ese espíritu aventurero antes aludido.
.....Corría el año 1962, y en aquel tiempo el Camino (no hay otro Camino que el de Santiago, padre de todos los caminos) sólo lo realizaban cuatro lunáticos con mucho coraje, puesto que entonces, caído en el olvido durante centurias, no estaba debidamente señalizado e intentar seguir la variante francesa del mismo, pese a ser la más común y transitada hoy en día, era poco menos que una aventura temeraria: las conchas, las flechas amarillas, los mojones señalizando, con su vieira en la parte superior, los kilómetros hasta destino, los albergues cada 10 kilómetros, todo eso, en el año 1962, simplemente, no existía. Uno debía seguir el sol hacia poniente, por el día, seguir la orientación de la Vía Láctea, por la noche o preguntar, sobre todo preguntar (aunque siempre dejando la decisión final al sentido común y la perspicacia. En aquel año, el Diario Vasco recogía la noticia de que catorce maestros recorrían el Camino, siguiendo la documentación histórica referente a las Rutas Jacobeas, entre esos documentos figuraban, obviamente, el Códex Calixtinus, pero también la primera guía de viajes conocida, la redactada por Aymeric Picaud, ambos documentos escritos a mediados del siglo XII. Yo, aquel verano no tenía nada mejor que hacer, una vez terminado el curso en la facultad, en junio; así es que sin pensármelo mucho intenté unirme a estos catorce maestros, o, cuanto menos, seguir sus pasos con la esperanza de que acogieran mi compañía, no más fuera como ayudante de campo.

.....Lo que menos me imaginaba era que aquellos planes estarían muy lejos de cumplirse tal y como yo preveía que se cumplirían (la aventura ya la daba por supuesta, pero en los límites establecidos por la relación con unos personajes que desconocía, por una senda que igualmente me era ignota y sin saber siquiera en qué forma se realizaría tal experiencia). Pero el destino es así de veleidoso: el hombre propone y Dios dispone, dice el dicho, y, bueno, en esencia es veraz (la sabiduría popular lo es, a fuerza de empirismo).
.....Mi intención era utilizar cuantos medios fueran necesarios para llegar hasta Saint Jean de Pied de Port, origen del Camino Francés en España, pues aunque la población se encuentra en la vertiente gala de los Pirineos, es desde esta población desde donde parte la etapa que penetra en territorio español. Los catorce maestros, parece ser que tomarían este mismo punto como inicio de su labor de amojonamiento y demarcación de la ruta jacobea. En este tiempo la gente solía ser menos desconfiada y más altruista. Se podía hacer auto stop sin problemas y con el convencimiento que más pronto que tarde uno llegaba a su lugar de destino... o a otro lugar... que se acabaría por convertir en destino. Coches de aquéllos, por aquellas carreteras, autobuses de línea, trenes de vía estrecha o ancha tirados por máquinas de tracción a carbón, hasta en una ocasión un asno, saliendo ya de Soria para penetrar en la Rioja. Hasta que llegué a San Sebastian. Al día siguiente pensaba cruzar la frontera por Hendaya para, desde allí, llegarme al punto de partida en territorio francés. Nunca llegaría; no en el transcurso de este viaje, me refiero.

.....Conocí a Norma en la estación de Donostia, mientras formalizaba el billete del tren que nunca tomaría. No sabría decir porqué me sentí tan irremediablemente atraído por ella. No creo que fuera un flechazo, no al uso, quiero decir. Había algo en ella que resultó ser para mí más poderoso que el más potente electroimán, pero no sabría determinar el qué. Estaba sola. Llevaba un pañuelo en la cabeza y gafas de sol, pero, pese a ese somero recato, rezumaba sensualidad. Su vestido ceñido contribuía sobremanera a ello, por supuesto, pero era su manera de moverse, de caminar, de pararse, de sentarse (no la quité ojo de encima desde que la vi por primera vez en el gran hall de la antigua Estación de Ferrocarril del Norte, diseñada por Letourneur, en 1864, y cuya soberbia marquesina saldría de los talleres de Gustave Eiffel), la que me subyugó. Me resultaba familiar, pero no lograba ubicarla en mi experiencia vital. Aunque no soy yo un muchacho lanzado, sí lo soy resuelto cuando algo me entra por los ojos y se me aloja directamente en el corazón. En estas ocasiones, se me impone el paso adelante, la resolución, el mandato, la orden que algo dentro de mí me dicta con vehemencia. Una orden que no vale desobedecer. La abordé sin preámbulos, preguntándole directamente el motivo de su viaje (¿placer, trabajo, aburrimiento?), le hizo gracia lo del aburrimiento, se rió, y con aquella risa mi suerte estaba ya echada: si no me despachaba con cajas destempladas, si realmente estaba sola, la seguiría allí a donde fuese. Como así sucedió. Daba igual que apenas chapurreara cuatro palabras de español; con mis ocho palabras chapurreadas en inglés (idioma que ya empezaba a dominar lo suficiente para mantener una conversación) nos entenderíamos. ¡Ja! y tanto que así. Nos entenderíamos de maravillas, sobre todo en los silencios, que yo aprovechaba para mirarla. ¡Qué digo para mirarla! Para analizarla, para descubrir y conquistar cada centímetro de su piel...

.....Al día siguiente (esa noche me la pase soñando... con ella, claro está), estábamos a bordo de un vagón coche-cama en un expreso de larga distancia con destino a París (tuve que gastarme casi todo el dinero que llevaba para el billete, pero cuando uno es joven no piensa en nimiedades como la falta de dinero, cuando hay una aventura esperando en el horizonte: uno se embarca y después... ya veremos. Siempre, de todas formas, podía pedir un giro telegráfico a la sufrida familia, que para eso, entre otras cosas, está). La mala suerte fue que el departamento era compartido: un viajante de comercio de una importante compañía de lencería francesa, ocupaba la cama frente a mí, en el altillo; una señora ya entrada en años y en kilos, que, en otro tiempo, sin duda alguna, debió ser hermosa y que no había perdido ese toque de distinción que da la buena educación y el haber sido adecuadamente galanteada, ocupaba la cama inferior frente a Norma. El señor, de nombre Auguste, era un tipo físicamente vulgar pero cuya vulgaridad no le eximía de ser elegante, lo que le hacía resultar ciertamente atractivo (no le quitó ojo de encima a Norma, a pesar de que hacía esfuerzos sobrehumanos para que no se le notase: podía estar hablando conmigo, pero sin darse cuenta la miraba a ella; pobre lima de hierro, se sentía –igual que yo– magnetizado por el poder de atracción de esta bella mujer).

.....Durante el viaje tuvimos ocasión de hablar de gran parte de lo humano y algo de lo divino. Pero, sobre todo, ella me habló de sí misma, como si pensara en voz alta, como si monologara (en muchas ocasiones la sorprendía con la mirada perdida vaya usted a saber dónde cuando me contaba esto o aquello). Me dijo que se había casado tres veces (me pareció increíble, pero me aseguró que ya había cumplido los treinta y seis años. ¡Cualquiera lo diría!, pensé yo, viendo aquel cuerpo). La primera por necesidad, por salir de casa, por abandonar la zozobra (era huérfana, o había sido abandonada por su padre, parece ser; y su madre había estado con unos y con otros; había pasado por orfanatos y casa de acogida, había sido adoptada dos veces,... en fin, todo un historial de amor familiar... en el que no faltaron las violaciones por parte de su primer padre adoptivo y del hijo desaprensivo y aprovechado del segundo). Este primer marido era policía, y no estaba enamorada de él. Simplemente se casó para salir de aquella vida perentoria. Intentó ser una buena ama de casa y esposa, pero al cabo de un año se dio cuenta que eso no estaba hecho para ella. A ella le atraía más otro tipo de vida, una vida más dramática y glamurosa, menos vulgar y anodina. Además, como hombre, este primer marido era más bien simple y convencional, y su cuerpo pedía otro tipo de tratamiento más... imaginativo y audaz.

.....Aprovechando su encanto natural y su fotogenia –enamoraba hasta a las cámaras–, se hizo modelo, intentó hacer sus pinitos en el cine, y lo logró: comenzó a hacer algunos papeles de poca importancia hasta que llegó su ocasión y no la desaprovechó. Tras colocar su palmito en la nómina de las grandes productoras, estudió arte dramático en una afamada academia de New York, y fue escalando más y más peldaños hacia la popularidad. En el camino apareció su fauno encantado: todo un héroe nacional en cuestión de bates y de pelotas. Fue un matrimonio célebre y envidiado (por ellos, tanto como por ellas). Me contó que toda la vulgar ramplonería de su primer marido la compensaría con creces este segundo, todo un semental californiano de ascendencia hispana. Nunca antes sintió así, me dijo Norma. Sus batallas de amor fueron famosas, allá donde las celebraban, pues hasta los cimientos se movían cual si fuesen dos titanes haciendo el amor allá en los bosques y los abrigos rocosos de lejana Grecia mitológica. Me contó que Joe –que así se llamaba el émulo de Pan– era capaz de echarla dos polvos seguidos sin descabalgar (claro que yo me imaginaba ese culo suyo con veinticinco años y...), que podía dejarla exhausta y él seguía, estimulándose, mientras la contemplaba medio desmayada, hasta que se recuperaba para proseguir con la cabalgada. Que tenía la capacidad, aquel bendito ser, de provocarla tres orgasmos antes de correrse él por segunda vez. Todo un portento, vamos. El sueño de una ninfómana, un sátiro salido de las riberas del Meandro, un Sileno d'aujourdhui. Pero todo lo bueno siempre se termina acabando, y un buen (o mal) día, Norma –me dijo– decidió dejar de ser la ninfa perennemente perseguida y le pidió el divorcio.

.....Su tercer marido fue un intelectual. Otro héroe nacional, pero éste de las letras y la cultura más exclusiva. Cambió lo físico por lo mental. El dionisíaco fauno por seguidor de Apolo (aunque Arthur no fuera, precisamente, hermoso). Ella necesitaba algo más que darle satisfacción al cuerpo y al ego narcisista. Tenía necesidad de aspirar a completar su personalidad física con una faceta más cerebral y artística. Estaba consiguiendo el éxito en su carrera, pero no le era suficiente: ella aspiraba al éxito personal. Sin darse cuenta es lo que había perseguido toda su vida, pero siempre parecía huir de él. Con Arthur esperaba hallar respuestas a sus muchas preguntas. ¿Quién mejor que él para contestarlas? Era cariñoso y sensible con ella, y ciertamente un tigre en la cama; no como Joe, pero él sabía sacarle partido a la sensualidad; su capacidad y perspectiva para dotar a su percepción sensorial de facultades anímicas (algo así como espiritualizar la sensación, transformarla en idea perceptible por medio del imaginario cultural) hacían que llevase una gran carga de imaginación a la cama. Lo que, en relación a Joe, le faltaba de potencia, lo suplía con astucia y fantasía. A ella la hacía gozar de otra manera, hasta el punto de hacerla llegar al éxtasis sólo a base de caricias acompañadas de palabras cargadas de alusiones. Podría decirse que Arthur le había tocado fibras que Joe nunca podría haber tañido. Desde este punto de vista, Norma había sabido escoger: su trayectoria vital era constantemente enriquecedora. Pero tampoco con Arthur se encontró a sí misma íntegramente.

.....Se acabaría separando también de él. La exigía demasiado. Y no porque se lo exigiera él con su conducta o sus actitudes. Sino que era ella misma quien determinó no hallarse a la altura del genio. No en el entablado donde el genio se situaba. No era ese su lugar. Entonces –me siguió contando– perdió la esperanza; entró en una espiral maniaco-depresiva (manía con ella misma, depresión por su fracaso). Ni sus giras altruistas por Corea para levantar el ánimo de los sufridos soldados pudo socorrerla. El altruismo parecía ineficaz para sacarla del atolladero. Se resolvió en la huida hacia adelante. Picó alto, muy alto (o la picaron). Comenzó a consumir grandes dosis de barbitúricos y alcohol. Ni aún así conseguía huir de sí. Hasta el sueño se le negaba; porque el sueño es la virtud de los inocentes, y ella era, se sentía, culpable de no ser feliz: imposible dormir, el consuelo del sueño, para quien diariamente se declara culpable,,... culpable... culpable..., de infelicidad. Al final no le quedó otro remedio, tuvo que salir de sí misma, lo hizo por la puerta de atrás, la de servicio para urgencias.

.....Yo la escuché sin saber qué pensar. Esa familiaridad, ya estaba más que claro, de dónde venía. Ese culo, esas caderas, esa manera de moverse, de pararse, de sentarse... Pero era imposible. Pese al gran parecido, en la fisionomía y en los rasgos de la cara (aunque en ésta el cabello era color castaño claro, no rubio; y la nariz menos aguda y más recta, los ojos más redondos). Realmente estaba perplejo. Toda esta conversación se llevó a cabo durante aquel viaje a París, habida en el departamento, en el vagón restaurante, en los pasillos. Más de una vez tuve ganas de besarla, pero me contuve. Al final la hubiera abrazado como quien abraza a un inocente cuando va camino del cadalso. Esta disposición mía luchaba en mi interior con la que prefería hacerla compañera de cama, gozarse con aquel cuerpo, haciendo gozar a aquel cuerpo, descubriendo y conquistando aquel cuerpo tan bien descubierto y conquistado, para después postrarme a sus pies para, como Pegaso a Perseo, prestarle mi montura para liberar a su Andrómeda –a ella misma–, presa en en los confines de su inconsciente; y, una vez liberada, quedarme con ella hasta el fin de mis días. La sangre se me heló, cuando, por la noche, mientras dormíamos, me despertó lo que parecía un canturreo... Parecía venir desde lo más profundo de un sueño, acompañado por el trum-trum del paso de las ruedas del tren por las vías, se fue elevando hasta que se hizo audible...

"Happy birthday... Mr. President.
Happy Birthday to... You"

.....A la mañana siguiente, ya entrando en la Gare d'Austerlitz, me desperté. La litera de abajo, la que debería haber estado ocupada por Norma, estaba vacía. La cama estaba sin deshacer. Los otros dos compañeros del departamento ya se habían levantado y aseado, y aguardaban la llegada para salir hacia sus destinos. La mujer entrada en años y en carnes, que una vez había sido hermosa, me dijo que había estado soñando en voz alta por la noche, y que hasta incluso le había parecido escuchar un Happy Birthday, como el que le cantó Marilyn a JFK en su ya celebérrimo último cumpleaños. Me sonrió cuando acabó de contarme esto. Le pregunté por mi compañera de la litera de abajo, y me dijo que no había tal, que yo había venido solon, y eso sí, que parecía muy inquieto durante todo el viaje yendo de aquí para allá constantemente.
.....No me lo podía creer. ¿Todo fueron imaginaciones mías? ¿Hasta ese punto? ¿Qué me pasaba? ¿Que me había sucedido? Resignado, me levanté y rápidamente me asee y me dispuse a bajar del tren. En fin, volvería sobre mis pasos y regresaría a mi inicial objetivo; correría tras los catorce maestros en pos de la ruta jacobea. Quizás los cogiese aún. Sólo habría perdido dos días.

.....Me baje del tren y cuando me dirigía a las taquillas... Allí estaba ella, otra vez, con el mismo pañuelo, el mismo vestido ceñido (ya lo recordaba, era el mismo que vestía en el film traducido aquí, en España, como Con faldas y a lo loco (realmente titulada Some Like It Hot), cuando representaba a Sugar. Sin embargo yo juraría haber mantenido una conversación el día anterior con otra ella que se parecía más a la Roslyn de The Misfits (Vidas Rebeldes, en España). Daba igual. Con idéntico desparpajo me acerqué a ella y la abordé directamente, preguntándole por su papel del día anterior, y de cómo no me explicaba que se hubiera bajado del tren sin yo enterarme, y de que muy buena la actuación de los compañeros de departamento queriéndome convencer de que no había disfrutado de su compañía, cuando ella sabía perfectamente que sí, que había estado conmigo, que salimos juntos de San Sebastián, el día anterior... Se lo solté todo de corrido, sin respirar. Ella se echó a reír, y me preguntó si ese sistema me solía dar resultado con otras chicas, que era muy gracioso y que ahora como estaba sola, y no le apetecía estarlo, aceptaba mi asalto verborréico esperando que supiera hacer más cosas, como galantear y divertir a una chica como ella. Yo le dije que encantado de intentarlo.

.....Me dijo que se disponía a tomar un tren al azar, que si la acompañaba. Yo le dije que por supuesto, que la duda me ofendía. Nos colocamos ante el tablero de salidas, cerramos los ojos y dijimos cada uno un número del diez al veinte; los sumamos y los dividimos por dos; con el resultado comprobamos a qué destino correspondía en orden de salida. Nos tocó Cannes. ¡Vaya! Dijo ella, ¡qué casualidad! Me apetece ir a la Côte d'Azur, guardo buenos recuerdos de allí. Contentos y del brazo (como Joe y Jerry –Curtis y Lemmon–, con Sugar en la citada Some like It Hot) fuimos hacia las taquillas. ¿Sabes? –me dijo, mientras caminábamos radiantes en pos de nuestra aventura–, allí están todos muy tristes pensando que he muerto, cuando, en realidad, lo que he hecho ha sido liberarme. Te voy a contar algunas historias muy jugosas que seguro agradecerás y espero que me hagas agradecer habértelas contado (y esto me lo dijo con aquel típico guiño de ojo que nadie como ella sabía hacer). El viaje continuaba por otros derroteros muy diferentes de los inicialmente previstos.
.....Anduve todo agosto y parte de septiembre yendo tras ella, que indefectiblemente desaparecía un día para aparecer al día siguiente para embarcarse hacia un destino diferente. ¿Que si me acabé acostando con ella? Eso pertenece a la más absoluta intimidad. Sólo añadiré que no me dio tiempo a aburrirme, que nos recorrimos Europa y parte de Oriente Medio, y que incluso llegamos a África. Norma me contó facetas de su vida que nunca nadie conoció, se abrió a mí como una recóndita flor de un ignoto jardín ubicado en territorio imaginario. Compartió conmigo ese ser temeroso que siempre la acosó, y lo exorcizamos juntos. Cuando le hablé de postrarme a sus pies para seguirla hasta el fin de mis días, me miró con gran ternura pero con una especie de sombra en la mirada, me agradeció mi gesto y mi amor (¿era amor?) y desapareció. Ya nunca la volví a ver. Regresé a casa para recomenzar mi rutinaria vida de estudiante, que es una de las menos rutinaris vidas que se pueden llevar.

.....Me enteré después que el intento de los catorce maestros por demarcar y señalizar debidamente el Camino había acabado en fracaso. Pensé que ese verano el destino, por una vez, se había portado bien conmigo librándome de una posible frustración y abocándome al éxito de lo inaudito.

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GALERÍA


Earl Moran
1893-1984


Norma Jean Mortenson, quien habría de convertirse en el mayor icono sexual de una época (y posiblemente de la historia) con el nombre de Marilyn Monroe, trabajó como modelo para Earl Moran entre los años 1946 y 1950, es decir, cuando la incipiente artista contaba 20 años de edad. Moran, que además de ilustrador era fotógrafo, le tomó una larga serie de fotografías en las poses que le servirían como fuente de inspiración para sus ilustraciones. En esta época el artista plástico trabajaba para la compañía publicitaria Brown & Bigelow, creadora de los famosos calendarios de Pin-Ups, de los que Norma Jean (Marilyn) formaría parte durante aquellos años.

Norma Jean
(antes de ser Marilyn Monroe)
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sailor
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Sitting dress

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calls

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drying
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sleepy

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dreams

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bikining

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transparency

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dress and topless

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the world at his feet


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